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El Señor del viento por Shiochang

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El Señor del viento

 


Voy a seguir porque la historia me gusta, pero quizás a ustedes no les agrade, si no tengo comentarios, la voy a terminar de todas maneras pero apenas este concluida la borrare de la página.


 


La fuga


 


Una flecha encendida pasó describiendo un arco entre las almenas, rozó el paseo del parapeto y fue a clavarse en la tierra del patio. Sasuke siguió su trayectoria con la vista y después miró al hombre que estaba a su lado, protegido tras el bloque de piedra de la almena.


—A esos ingleses les gustan demasiado las flechas ardiendo —comentó Henry.


Sasuke observó cómo otro proyectil en llamas volaba por encima de sus cabezas.


—Sí. Pero si incendian el castillo, ya no tendremos que preocuparnos de eso. —Colocó una flecha y tensó la cuerda. La punta hizo blanco a un centenar de metros de distancia, en un arquero inglés que se llevó la mano al hombro y se desplomó en el suelo.


—Esa —anunció Sasuke, severo— es por la muchacha herida.


—Esta mañana no te mostrabas tan protector hacia ella.


—Esta mañana no sabía que estaba sufriendo un asedio ni muriendo de hambre, ni que era tan joven. —Sasuke extrajo otra flecha del carcaj que pendía de su cinturón y la colocó en el arco.


—Ni tan gentil —dijo Henry con una amplia sonrisa. Sasuke frunció el ceño y disparó hábilmente la flecha.


—Gentil o desagradable, al menos ahora necesita nuestra ayuda.


—Cierto. ¡Ja! ¡Fíjate! ¡Apostaría a que a ese soldado le gustaría saber que la herida de la pierna se la ha hecho el Halcón de la Frontera!


—Seguro que sí —dijo Sasuke arrastrando las palabras, antes de disparar de nuevo.


La luna llena se elevaba rápidamente en el cielo de color añil, y las flechas de fuego inglesas volaban como un ejército de cometas. Sasuke disparaba constantemente, una flecha tras otra, sin apenas tiempo para pensar ni hacer una pausa. A su lado, Henry Wood hacía lo mismo. Un poco más lejos, Sasuke vio parte de la guarnición de Aberlady ya sus propios hombres —Quentin Fraser, Patrick Boyd y el joven Geordie Shaw—, todos haciendo lo posible por que no cesara la lluvia de flechas sobre las cabezas de los ingleses.


Sabía que no merecía mucho la pena librar aquella batalla, porque no podrían ganarla. Pero quería que los soldados de Aberlady supieran que el Halcón de la Frontera y sus hombres estaban dispuestos a arriesgar sus vidas por defender a escoceses. Probar aquello parecía ahora más importante que matar unos cuantos ingleses más.


Durante un receso en el fuego cruzado, Sasuke vio que Henry se daba la vuelta. Siguió su mirada y divisó al senescal, que venía andando por el paseo de ronda.


—¿Es sir Kakashi? —preguntó Henry.


—Sí, sir Kakashi Hakate —contestó el hombre fornido—. Senescal y capitán del castillo de Aberlady.


—Yo soy Henry Wood —dijo Henry tendiéndole la mano. Kakashi apoyó la mano con cautela en la empuñadura de la espada que llevaba al cinto.


—Ese es un nombre inglés —gruñó—. Además, usáis el arco largo con la destreza propia de los ingleses.


—Pues sí, soy inglés —replicó Henry—. ¿Preferiríais que usara el arco corto como un escocés? Los escoceses son unos arqueros lamentables. Excepto Jamie, yo diría que ninguno de ellos vale nada con el arco. Ahora bien, con una espada la cosa es muy distinta.


Kakashi torció el gesto.


—Si sois inglés por lealtad, entonces salid de este castillo por el mismo lugar por el que entrasteis, o despedíos del mundo.


—Tranquilo, amigo. —Sasuke levantó una mano—. Henry es inglés por nacimiento, y un verdadero maestro con el arco largo. Pero emplea ese talento a favor de la causa escocesa.


Kakashi se mostró sorprendido.


—¿ Es cierto eso?


—Mi mujer es escocesa —dijo Henry—. Su gente es ahora la mía.


—Pero lucháis contra vuestro propio rey.


—Sí, y por eso soy un proscrito. He visto la crueldad del rey Eduardo con los escoceses, y no quiero formar parte de ella.


Kakashi asintió, retiró la mano de la espada y volvió la vista hacia Sasuke.


—Últimamente también se duda de vuestra lealtad, Sasuke Uchiha.


—Eso parece. —Sasuke le devolvió la mirada sin alterarse.


—¿Debo dudar de vuestra lealtad?


—Si así lo deseáis.


Kakashi frunció el entrecejo.


—De momento tendremos que confiar en vos. Hasta ahora habéis demostrado ser de ayuda. Apreciamos vuestro apoyo en esta refriega. Pero si estáis pensando en llevarnos a manos de los ingleses por medios traicioneros... —Tocó de nuevo la empuñadura de su espada.


—Mi propósito es ayudar —dijo Sasuke en tono llano, y volvió el rostro. Sabía por qué aquel hombre se mostraba cauto y suspicaz con él, pero no pensaba defender su lealtad ante cada hombre que se cruzara en su camino.


—Juzgad al Halcón de la Frontera por lo que vos mismo sabéis de él, y no por los rumores que hayáis oído —dijo Henry.


Sasuke no dijo nada, pero oyó que Kakashi emitía de mala gana un ruido afirmativo.


Una flecha inglesa pasó silbando por encima de ellos, y Henry sacó otro dardo de su carcaj y se preparó para disparar. Pero Kakashi le puso una mano en el hombro.


—No merece la pena devolver cada disparo —le dijo—. Ellos tienen más hombres, más flechas, más comida... y mucha más fuerza que nosotros.


Sasuke observó a los asaltantes. A unos treinta metros de las puertas del castillo, bajo la luz de las antorchas, un grupo de hombres empujaba una imponente estructura de madera para acercarla a las murallas.


—Ese mandrón estará listo para ser utilizado al amanecer — dijo—. Es lo bastante robusto para destrozar estas murallas sin muchos problemas. Pretenden acabar con vosotros en cuestión de días.


—El hambre lo conseguirá antes. Habéis llegado en el momento de mayor necesidad, Halcón de la Frontera —dijo Kakashi—. Lady Naruto también agradece vuestra ayuda, podéis estar seguro de eso. Pero teme que destruyáis su castillo.


—Y lo haré —dijo Sasuke con brusquedad—. Pero antes liberaré a la guarnición... y a ella.


—Descender por ese precipicio es una aventura arriesgada. La mayoría de mis hombres están debilitados por el hambre, y la muchacha está dolorosamente herida.


—Ese precipicio plantea menos riesgo que rendirse al enemigo —señaló Henry Wood.


—Saldremos todos de aquí, con vuestra ayuda —dijo Sasuke.


—De acuerdo, entonces. —Kakashi asintió—. Pero temo que lady Naruto no os perdone nunca si reducís a ruinas su fortaleza.


—¿La preservaría para los ingleses? —preguntó Sasuke, agudo.


—Ya le he dicho que es necesario prenderle fuego, pero ella ama mucho este lugar.


Sasuke miró a otra parte. Años atrás, los ingleses habían quemado su propio castillo, de modo que conocía bien el sufrimiento que causaba semejante pérdida. En aquel terrible incendio perdió algo que era muy preciado para él. No tenía ningún deseo de quemar Aberlady, pero no le quedaba más remedio.


—La guerra implica sacrificios —dijo con dureza—. Lady Naruto tendrá que aceptarlo. —Lanzó una mirada a Kakashi—. Cuando haya comido todo el mundo y sea un poco más tarde, podremos emprender la huida. Bajad a las cocinas con la guarnición. Mis hombres vigilarán las murallas, y yo iré a buscar a la dama y la llevaré a la torre.


Kakashi asintió con un gesto.


—Tenemos sogas fuertes en el almacén, si las necesitáis para bajar por el precipicio. ¿Hay alguna otra cosa que podamos hacer?


—Sí —respondió Sasuke en voz baja—. Rezad, señor.


 


 


El resplandor de la luna penetraba a través de la estrecha saetera cuando Sasuke abrió la puerta de la torreta. Pasó al interior de la estancia oscura y desnuda, apoyó el arco y la espada contra la pared y cruzó el escaso espacio en dos zancadas.


Naruto estaba sentado en el suelo, con la cabeza inclinada y el cabello rubio esparcido sobre los hombros. La manga de su vestido se veía manchada de sangre. Permanecía doblada hacia delante, lo cual indicaba claramente que sufría.


Sasuke puso una rodilla en tierra.


—¿Cómo os encontráis?


—Bien.


Contestó en tono suave y ronco. Cuando levantó el rostro para mirarle, pálido a la luz de la luna, Sasuke distinguió en la tensión de sus facciones las claras huellas del dolor. Le embargó un sentimiento de compasión, y estiró la mano para tocarle suavemente el brazo izquierdo, que estaba ileso.


—Las heridas son dolorosas, lo sé, pero os recuperaréis rápidamente —le dijo.


Naruto le miró con incertidumbre. Él se dio cuenta de que sus ojos se veían grandes y extraordinariamente hermosos a la luz de la luna. A pleno sol tal vez adquirían un color azul claro, pero ahora parecían opalescentes, como rayos de luna atrapados por casualidad. Cuando bajó las pestañas, densas y oscuras, pareció extinguirse una luz.


—Ha cesado el ruido de la lluvia de flechas —dijo Naruto.


—Sí, ya casi es de noche.


—Durante la noche suelen lanzar algún que otro disparo al azar. —Dejó escapar un suspiro tembloroso—. ¿Hay algún hombre herido?


—Ningún hombre —repuso Sasuke—. Sólo una mujer. Dejad que os examine el brazo. —Cuando le tocó el brazo derecho, ella dio un respingo e hizo una mueca de dolor—. Lo siento —murmuró él.


Naruto frunció el ceño y le miró fijamente con aquellos ojos grandes, claros, semejantes a dos joyas. Sasuke abrió con un cuchillo la manga del vestido y de la camisola y le desnudó el brazo. Al apartarle la sedosa mata de pelo a un lado, todo el esplendor de esta se derramó sobre su mano. La piel del cuello y el hombro de Naruto era como tersa seda bajo sus dedos endurecidos. Todo el desprendía un aroma suave y cálido, dulce y femenino, con una pizca de olor a rosas. Sasuke sintió un vuelco en el estómago y notó que la parte baja de su cuerpo se contraía impulsivamente, presa de un súbito e intenso deseo. Centró su pensamiento y su mirada en la herida, esforzándose por excluir todo lo demás de su concentración.


El fuste roto de la flecha sobresalía violentamente de la carne del brazo. Cogió la base de la flecha con dos dedos y tiró con suavidad. Naruto aspiró profundamente y se mordió el labio para reprimir un grito. Sasuke murmuró unas palabras tranquilizadoras al tiempo que entornaba los ojos para estudiar la posición de la flecha. Tras algunos movimientos más y otro pequeño tirón, vio lo que más temía: resultaría difícil extraer la flecha, e insoportablemente doloroso para Naruto. Suspiró y se sentó en cuclillas.


—La punta es ancha y con lengüetas —le dijo—. No puedo sacarla sin causar graves destrozos en el músculo. —Hizo una pausa y después dijo—: Tendré que empujarla para que salga por el otro lado.


Naruto tragó saliva. Sus ojos brillantes y asustados impresionaron extrañamente a Sasuke.


—¿Habéis hecho esto antes?


—No. Pero lo he visto hacer, y me lo han hecho a mí. Una vez, un cirujano de campaña me empujó una flecha a través de la pierna. —Recordó que incluso con la ayuda del aqua vitae el dolor había sido considerable—. Debemos bajar a las cocinas para hacerlo. Y necesitamos agua y vino, sobre todo vino en cantidad abundante, si os queda algo en las despensas.


Naruto negó con la cabeza.


—Se ha acabado el vino, pero nuestro pozo de agua sigue limpio, aunque escaso. Al menos podremos lavar la herida.


—¿Tenéis hierbas medicinales? —preguntó Sasuke—. ¿Sauce o valeriana? ¿Os queda sal? Podría sernos de ayuda preparar un cataplasma de agua salada, si no hay otra cosa.


—Después de diez semanas de asedio, tenemos suerte de que aún nos quede agua y un poco de cebada. —Le tocó el dorso de la mano, con mirada suplicante—. Sacadla ahora. Aquí.


Sasuke frunció el entrecejo, desconcertado.


—Será más fácil en la cocina. Necesito cauterizar la herida, ya que no hay medicinas.


—¿Podéis hacerlo aquí? —Bajó la vista—. No quiero que lo vean los demás. Mis hombres me consideran muy fuerte. Vos seréis el único que vea la verdad... No tengo suficiente valor para esto.


Él dio vuelta a la mano para cogerle los dedos.


—Sospecho que sois más fuerte de lo que creéis —murmuró—. Pero está bien. Lo haremos aquí, si eso que lo que queréis.


Le subió un poco más la manga. El le observó mientras Sasuke seguía examinando la herida.


—Está muy oscuro. ¿Veis bien?


—Me llaman halcón —respondió él en tono ligero—, no topo.


—Sin duda necesitáis más luz para hacer esto.


—Veo bien.


—No me gusta mucho la oscuridad. ¿Podemos sentarnos un poco más cerca de la luz de la luna? —La vibración de su voz hizo que Sasuke levantase la vista hacia ella de pronto. Al tocarle el brazo sintió el temblor que recorría el cuerpo de Naruto y notó una fría e intensa oleada de miedo en ella.


—Está bien —dijo con suavidad, preguntándose si la terrorífica perspectiva de sacar la flecha era lo que la asustaba tanto. La ayudó a situarse más directamente bajo la ventana, por la que la luna arrojaba una luz fría y brillante.


Con el ceño fruncido, volvió a centrar la atención en la herida. Hubiera preferido que la muchacha estuviera ebria en el momento de sacarle la punta de la flecha, pues la tarea iba a ser dura de veras. La punta del dardo, que él había palpado a través de la carne, era más ancha que su dedo pulgar y tenía lengüetas como una espina doble. No resultaría sencillo extraerla, lo hiciera como lo hiciera.


Al rodearle el brazo con la mano percibió la tensión retumbar en todo el cuerpo de Naruto como si se tensara una cuerda de un arpa. Musitó unas palabras tranquilizadoras y notó que empezaba a relajarse bajo su contacto. Naruto le dirigió una mirada fugaz de inocencia y de súplica, y cerró los ojos, recostándose contra la pared.


Al tocarla, al observarla, Sasuke vio el valor de la muchacha, frágil pero seguro. Ella no conocía su existencia, pero él sí. Y también vio algo más: Naruto estaba depositando su confianza en él. Eso le hizo sentirse anonadado; eran muy pocos los que aún confiaban en él. Qué ironía, pensó. Había ido a Aberlady con la intención de utilizar a la profetisa para recuperar la confianza que había perdido, y sin embargo, lo único que veía en sus ojos en este momento era fe. De repente se sintió avergonzado del propósito que le había llevado hasta allí.


Naruto le obsequió una sonrisa trémula que suscitó en él un sentimiento más vivo que la luz de la luna, pero que se desvaneció antes de que pudiera absorber su agradable calor.


—Hacedlo —susurró Naruto—. Adelante, Sasuke Uchiha.


Sasuke la observó fijamente, vio cómo su pecho subía y bajaba con las rápidas inspiraciones, y miró el fuste partido de la flecha que sobresalía cruelmente de su blanda carne. Desató la ancha correa de cuero que llevaba alrededor del antebrazo izquierdo, como protección contra el roce de las flechas, y se lo tendió a Naruto.


—Tal vez queráis morder esto —le dijo. El asintió con movimientos rígidos y se puso la correa de cuero entre los dientes. Él le ladeó el torso para prepararla, y al moverla, el gimió y cerró los ojos con fuerza.


Sasuke se arrodilló y le aferró el brazo derecho por encima del codo, mientras con la otra mano agarraba el fuste de la flecha.


—Ahora, tranquila, Naruto —murmuró.


Con los ojos cerrados y los dientes mordiendo el pedazo de cuero, Naruto aguardó con sereno y radiante valor. Sasuke admiró su valentía y se maravilló de por qué no la vería en sí misma. Resplandecía en todo su ser, igual que una llama dentro de una linterna.


Sasuke respiró hondo y estudió detenidamente el ángulo de la flecha, preocupado por la posibilidad de chocar con el hueso. Entonces empujó el fuste con fuerza, en un movimiento brusco y rápido. La punta de hierro atravesó la carne. Naruto lanzó un grito, un sonido grave y gutural que a Sasuke le llegó al corazón. Mordiéndose el labio, y consciente de que había causado a la muchacha un dolor terrible, empujó el resto del dardo roto y ensangrentado y por fin lo sacó del todo.


Ella soltó el pedazo de cuero que sujetaba ente los dientes y dejó que la cabeza se le desplomara pesadamente hacia delante, contra el pecho de Sasuke. La cabeza le osciló sin control durante unos instantes por el intenso dolor y su respiración se volvió agitada y jadeante. Pero no chilló ni se desmayó.


—Tranquila, pequeña —susurró Sasuke—. Tranquila, ya está. Lo habéis hecho muy bien.


Le tocó la cabeza, pasando los dedos sobre la seda de sus cabellos, y apretó la tela doblada contra la reciente herida. Naruto emitió un gemido áspero y después guardó silencio.


No importaba lo que pensara de él; no podía olvidar la forma en que la muchacha había soportado aquella terrible experiencia. Le rodeó la espalda con un brazo y sostuvo la tela contra la herida.


Naruto estaba tan inclinado sobre él que temió que hubiera perdido el conocimiento, pero entonces movió la cabeza, tranquilizándole. Sus leves y trémulos sollozos provocaron en él un sentimiento de compasión. Murmuró suavemente mientras lo abrazaba, palabras cariñosas que había empleado alguna vez cuando adiestraba a sus halcones o cuando hacía el amor a una mujer. Llevaba años sin pronunciarlas, pues llevaba mucho tiempo sin poder mantener un halcón... y las pocas mujeres a las que había amado físicamente de un tiempo a esta parte no le habían oído decir cosas tan tiernas.


Casi olvidadas, infinitamente suaves, esas palabras fluyeron de sus labios. Habló a Naruto como si tuviera en brazos a su amada, como si formara parte de su alma, y no fuera una mujer que había conspirado contra él. El cálido abrazo se ajustaba a su cuerpo como un guante a la mano, y le proporcionaba tanto consuelo a él como el que pretendía darle a ella.


Sorprendido por su propia conducta, se detuvo un momento para a continuación dejar de abrazar a Naruto y ayudarla a sentarse.


—Gracias —le dijo con voz débil y ronca. Se recostó contra la pared y cerró los ojos.


Sasuke apretó la tela contra la herida y observó detenidamente a Naruto. Su respiración se fue calmando gradualmente, y el color le fue volviendo a las mejillas y a los labios. Incluso desfigurada por el dolor y la angustia, era una joven elegante y delicada, envuelta en sombras y en una luz fría. Las cejas y las pestañas resaltaban negras en contraste con la piel dorada y cremosa. La luz transparente de la luna revelaba la forma cuadrada de su rostro, ancho en los pómulos y en la mandíbula, curvo en la barbilla, con una boca llena y de expresión suave. En su semblante se combinaban la fuerza y la fragilidad en exquisito equilibrio, intensificadas por sus extraordinarios ojos. El hombro desnudo y la garganta eran delgados y revelaban huesos finos bajo la piel. Los miembros largos que se adivinaban bajo la caída del vestido y la estructura bien definida de los hombros y las caderas indicaban que se trataba de una mujer alta y fuerte.


De pronto a Sasuke le recordó un azor hembra que había capturado y adiestrado años atrás. De una voluntad de hierro, poderosa y muy bella, la rapaz conservó en parte su carácter salvaje, y sin embargo le ofreció su exclusiva lealtad. Él la lloró cuando decidió escaparse. Frunció el ceño; hacía mucho tiempo que no se acordaba de ella.


Rasgó una segunda tira de tela de la primera, la enrolló alrededor del brazo de Naruto y la fijó con un nudo.


—Con esto bastará de momento —dijo al tiempo que le subía un poco más el cuello del vestido—. Dejadme ver ese tobillo.


Naruto se incorporó ligeramente.


—No es tan grave —dijo.


Se levantó un poco la falda del vestido para dejar al descubierto el pie izquierdo, vendado con el pañuelo blanco de seda por encima de la media de lana ensangrentada. Torpemente, empleando la mano izquierda, soltó el pañuelo y bajó la media, mordiéndose el labio para contener un gemido de dolor. Sasuke la sustituyó en la tarea y empezó a deslizar la media con cuidado, desnudando el tobillo largo y delgado y empujando hacia abajo el borde de la bota. Justo por encima de la cara exterior del tobillo había una herida que señalaba el punto donde la flecha había arañado profundamente la piel.


—Esto ha sido causado por el cuadrillo de una ballesta —dijo—. Yo vi el disparo. Habéis tenido suerte de que no haya tocado el hueso. —Mientras hablaba, apretaba el trozo de tela contra la herida. Naruto aspiró bruscamente.


Sasuke anudó la tela en su sitio y deslizó la media hacia arriba, metiendo el extremo debajo de la liga de seda bordada, por encima de la rodilla. Se fijó en que la pierna y el tobillo eran duros y delgados como los de un muchacho, con huesos elegantemente formados.


Se puso de pie y le tendió las manos para ayudarla a levantarse.


—Ahora os llevaré a la torre. Cauterizaré las heridas, y quiero que comáis y descanséis. Todo esto os ha debilitado, y lleváis demasiado tiempo ayunando.


—No he ayunado por decisión propia —gruñó Naruto, rechazando las manos de Sasuke y poniéndose en pie lentamente, con una mano apoyada en la pared. Sintió un leve mareo al incorporarse, pero cuando dio un paso adelante dejó escapar un gemido de dolor que hizo que a Sasuke se le desgarrasen las entrañas. Gruñendo, este se apresuró a tomarlo en sus brazos, a pesar de las protestas de ella.


La llevó escaleras abajo y salió al patio, echando a andar a través del recinto en sombras. Unas cuantas flechas lanzadas por los ingleses volaron por encima del muro y fueron a estrellarse contra el suelo, no lejos de donde se encontraban ellos. Sasuke se detuvo para cerciorarse de que el camino estaba despejado y echó un vistazo a sus hombres, que montaban guardia en las almenas iluminadas por la luna.


Naruto también levantó la vista.


—Los ingleses nos disparan casi todas las noches —le informó—. No hacemos caso de ellos en la medida de lo posible, ya que carecemos de hombres suficientes para devolverles el ataque.


—El comandante del asedio posee un implacable sentido del deber.


Naruto ladeó la cabeza y le miró fijamente.


—Sasuke Uchiha —dijo—. ¿Os han enviado los ingleses para capturarnos y sacarnos prisioneros de aquí?


Él se detuvo, sin dejar de sostenerla en brazos, y se la quedó mirando.


—Yo no acepto órdenes de los ingleses —contestó bruscamente.


—¿Entonces os ha enviado sir Sai?


—No me ha enviado nadie. He venido por voluntad propia.


—¿Y por qué razón habría de hacer tal cosa el Halcón de la Frontera? —preguntó Naruto con suavidad.


—Para rescatar a la profetisa —respondió Sasuke, irritado. El le miró con cautela.


—No os creo. Tenéis algo más en la cabeza, además de un rescate.


Sasuke siguió cruzando el patio sin contestar. Sabía que la fe del joven iba desapareciendo a medida que crecía su suspicacia. Una parte de él lamentaba esa pérdida, pero no podía culparlo. Dejando el rescate a un lado, el no debía confiar en absoluto en él.


Levantó la vista cuando llegó a la torre que se alzaba en el centro del patio. Al igual que en muchos castillos, la planta superior, donde estaban situados el gran salón y los dormitorios, no tenía acceso directo; la puerta de arriba estaba atrancada y la recia escala de mano había sido quitada de allí. De modo que se dirigió hacia el muro posterior de la torre, donde vio una estrecha puerta oculta en las sombras.


En ese momento la puerta se abrió y por ella asomó Kakashi Hakate, que les hizo señas para que se acercaran.


—Por aquí. ¿Mi señora? —inquirió suavemente.


—Estoy bien —respondió el.


Sasuke siguió a Kakashi a través de una estancia amplia y oscura que servía de almacén. Estaba desierta excepto por unos cuantos sacos de grano vacíos, cajas de madera volcadas y un montón de gruesa soga, además de la antorcha que iluminaba unos escalones en el interior de un nicho. Cruzó la habitación detrás de Kakashi, sintiendo la presión del cuerpo cálido de Naruto sobre sus brazos. El se sujetaba suavemente de su cuello con una mano, su torso se curvaba en estrecho contacto con él, sus esbeltas piernas colgaban con naturalidad sobre el antebrazo. Cuando él lo cambió un poco de postura para buscar un mejor equilibrio, el le apoyó la cabeza ligeramente en el hombro.


Sasuke respiró hondo, deseando que Naruto estuviera lo bastante fuerte para caminar. Percibía con demasiada intensidad sus formas suaves y satinadas, su aroma de doncel, su profundo calor. Flotaba igual que un ángel en sus brazos. Hubiera preferido que fuera una bruja infernal. Cuando se propuso buscar a la profetisa de Aberlady, esperaba encontrar una mujer taimada y manipuladora, el compinche perfecto de sir Sai; pero en lugar de ello se había encontrado con un joven dulce y valiente y con su guarnición, todos necesitados de ayuda. Pero no podía permitir que aquello le distrajera de su plan inicial. Debía retener a Naruto Uzumaki como rehén el tiempo suficiente para liberar a su prima, y con ello se vengaría en la persona de Sai. Afirmaba ser su paladín, pero pretendía ser su captor. Sintió una aguda punzada de culpa. Aunque hubiera sido por muy poco tiempo, Naruto le había entregado su total confianza. Había sido una sensación maravillosa, dulce y plena, muy diferente del sabor crudo y amargo de la venganza.


Apretó la mandíbula con fuerza y endureció la mirada, siguiendo a Kakashi escaleras arriba con Naruto en brazos. Al diablo la culpa. Había pasado mucho tiempo desde la época en que permitía que sus pecados le molestaran, y no iba a empezar de nuevo precisamente ahora.


 


 


El débil retumbar que lo despertó no era el grave estruendo de un trueno, como pensó al principio, sino el rumor de voces masculinas. Naruto abrió los ojos, parpadeando para despejarlos de los últimos retazos de sueño, y miró alrededor.


Estaba solo en la inmensa cocina con bóveda de piedra, tumbada en un jergón situado en una esquina, junto a la chimenea. Por el hueco de la escalera se oían flotando voces procedentes del almacén, y aunque no logró distinguir lo que decían, reconoció el timbre de varios de los hombres de Aberlady.


Debían de haber transcurrido una hora o dos, tal vez más, desde que se quedó dormido sobre el jergón de paja y mantas en aquel rincón de la cocina. El fuego de la chimenea ardía lentamente, pero la olla de hierro, suspendida del fogón en forma de arco, se encontraba vacía. Los hombres habían devorado la sopa que ellos mismos se habían preparado con el caldo de cebada y la carne de conejo. Sasuke Uchiha y Kakashi habían insistido en que Naruto también tomara un poco. La sopa la fortaleció, aunque su apetito había desaparecido después de que Sasuke le curó las heridas.


Hizo un gesto de dolor al recordarlo claramente. Él le había aplicado la punta de su puñal al rojo vivo para quemar los malos humores y sellar la carne. El agudo dolor hizo que perdiera el conocimiento durante unos segundos, y cuando recuperó la consciencia él la rodeaba con sus brazos y le murmuraba palabras tranquilizadoras al oído.


—Perdóname —le había dicho suavemente. Y así lo había hecho, en silencio, porque sabía que, a falta de medicinas, las heridas graves habían de ser cauterizadas.


Ahora, allí tumbado a solas, el cálido abrazo de él era como un sueño profundamente reconfortante imposible de asir de nuevo.


Moviéndose muy despacio, se sentó y se recostó contra la pared, con una mueca de dolor por el brazo y el pie doloridos. Largas tiras de tela le sujetaban el brazo doblado contra el costado y la cintura; el tobillo también lo tenía firmemente vendado. Sasuke había añadido el vendaje exterior antes de que ella se quedara dormida. Ahora descubrió que aquel apoyo reducía la sensación de incomodidad al moverse.


Al mirar alrededor, Naruto se fijó en algo amarillo brillante que cruzó velozmente por delante de la ventana que había al otro extremo de la estancia. Alguien estaba disparando flechas, pensó dejando escapar un profundo suspiro. Con alguna dificultad, se puso de rodillas y por fin se incorporó del todo con movimientos rígidos y torpes. Mordiéndose el labio en el momento de apoyar el pie herido para dar un paso, se acercó cojeando a la ventana.


Al moverse sintió un leve mareo; probablemente se debía al hambre y la tensión de su situación. Respiró despacio, y cuando se sintió más estable, se inclinó hacia delante para mirar por la ventana.


El patio era una extensión amplia y oscura, rodeada por las vagas formas iluminadas por la luna de la muralla y los edificios exteriores. Naruto entornó los párpados y recorrió el patio con la mirada. En el extremo más alejado de la muralla, cerca de la poterna que daba al borde del precipicio, vio a varios hombres de la guarnición de Aberlady en compañía de uno o dos de los renegados. Parecían estar concentrados en su tarea con varias sogas, aunque no pudo distinguir qué era lo que estaban haciendo.


Otras dos flechas ardiendo cruzaron la noche, dejando tras de sí una estela de llamas y humo, y aterrizaron en la tierra desnuda del patio, consumiéndose rápidamente. Naruto lanzó una mirada hacia las almenas, pero el ángulo de visión hacía que le resultara difícil saber si la guarnición estaba devolviendo el ataque. El patio se veía vacío excepto por las humeantes flechas.


—¿Mi señora? Excusadme, mi señora.


Sorprendido, Naruto se dio la vuelta. Un joven había entrado en la cocina procedente de la escalera, y fue hasta el a largas zancadas. Su túnica de color rojizo le colgaba fláccida sobre su flaca y desgarbada osamenta, y el resplandor del fuego formaba un halo oscuro con su cabello castaño rizado y enmarañado.


Se detuvo frente a ella, con las mejillas encendidas.


—Sasuke Uchiha me ha enviado a cuidar de vuestro bienestar, mi señora, y si os encontráis enferma he de ir a buscarle de inmediato — dijo precipitadamente.


—Estoy bien —repuso Naruto.


—En ese caso debo vigilaros de cerca y esperar su señal. —La miró fijamente—. ¿Sois en verdad Naruto la dorada, la profetisa?


—Sí. No tienes por qué mirarme así —dijo ella, divertida—. No voy a desaparecer en una nube de humo de azufre.


Las mejillas del muchacho, en las que apenas empezaba a asomar la barba, se sonrojaron más intensamente.


—Os pido perdón, mi señora. —Se aclaró la garganta como si se sintiera sumamente violento—. No pretendía ofender...


—No hay necesidad de perdonar nada —dijo Naruto amablemente—. ¿Cómo te llamas?


—Geordie Shaw. Soy primo del héroe Wallace —añadió con orgullo.


—¿Estás con esos bandidos? ¿Cuántos años tienes?


—Quince veranos —contestó él—. Llevo ya más de un año con Sasu. Mi padre también estuvo con él. Luchábamos con él y con Wallace. Mi padre murió —dijo bajando el tono y mirando al suelo—. Hace seis meses. La de ese día fue una buena batalla. Tuvo una buena muerte, luchando contra los ingleses.


—Debió de ser un hombre muy valiente, igual que su hijo —dijo Naruto en voz queda—. Mi padre fue hecho prisionero en una batalla la primavera pasada, todavía se encuentra en una prisión inglesa.


Geordie parecía intrigado.


—Sasu estuvo varios meses encarcelado por los ingleses, pero logró escapar por fin. ¿Vais a rescatar a vuestro padre?


Isabel negó con la cabeza.


—Carecemos del dinero necesario para eso, y no tenemos nada que ofrecer a cambio. Ni siquiera sé dónde le tienen preso. Pero un amigo ha prometido buscarle —añadió—. Si no fuera por el asedio, a estas alturas tendríamos noticias de mi padre.


—Le encontraréis —dijo Geordie, echando hacia atrás sus hombros anchos y huesudos con orgullo—. Hemos venido a rescataras a vos. Y después, si queréis, os ayudaremos a buscar a vuestro padre, mi señora —agregó con toda sinceridad.


—Gracias, Geordie Shaw. Te lo agradezco de veras. —Naruto frunció el entrecejo—. ¿Sasuke Uchiha ha estado en prisión?


—Sí, le apresaron la primavera pasada. Pero escapó hace unas semanas, justo antes de que capturaran a Wallace. —Tragó saliva y volvió la mirada a otra parte. Naruto creyó ver brillar lágrimas en sus ojos—. Vos no habréis oído hablar de Wallace, supongo.


—Pues sí, hemos oído hablar de él —murmuró Naruto.


—¿Cómo podéis haber sabido nada, si lleváis varias semanas sufriendo asedio?


—A los ingleses les encanta informarnos a gritos. En una ocasión nos permitieron declarar una tregua en un día de fiesta religiosa, y dejaron entrar a nuestro sacerdote para que nos repartiera la comunión. El padre Dounzsu nos informó de muchas cosas antes de marcharse. Ese fue el día en que se llevó consigo nuestros caballos —dijo, recordando—. Y fue el día en que dejamos en libertad varios de los halcones de mi padre. Así que entonces es cierto —añadió—, Wallace ha muerto.


—Sí —dijo Geordie con voz ronca.


—Geordie, nos ha llegado el rumor de que el Halcón de la Frontera traicionó a Wallace.


El joven negó con la cabeza.


—Son perversos rumores de los ingleses. Yo no los creo. Sasu no habla de ello. Nosotros nos hemos quedado con él, pero el resto se ha ido porque él es un hombre al que persiguen. Sasu ha venido aquí a buscaros —dijo Geordie de pronto—, pero no ha dicho por qué razón. ¿Vais a hacerle una profecía? ¿Podéis ayudarle?


Naruto parpadeó ante aquellas preguntas tan ávidas y directas.


—Yo no... no lo sé.


Seguro, se dijo para sí. Aquella debía de ser la razón por la que había venido Uchiha, a pedirle una profecía. Quizá tuviera preguntas que formularle acerca de lo que había dicho de él en otra ocasión. Pero ella no sabía qué había dicho, de modo que no podía ayudarle.


—¿Confiáis en él, lady Naruto? —le preguntó Geordie con calma.


—¿Si confío? —Volvió la vista hacia la ventana—. No le conozco —dijo con cuidado—. No puedo saberlo. ¿Por qué?


—Sasu os salvará de este asedio —dijo el chico con seguridad—. Después de eso depositaréis vuestra confianza en él igual que lo hemos hecho nosotros. Si la gente volviera a confiar en él, sería feliz.


Naruto percibió que el muchacho adoraba a aquel bandolero de los bosques, su héroe, tanto que voluntariamente se hacía el ciego ante sus defectos. Sasuke Uchiha era considerado un traidor para Wallace y para Escocia, y si aquello era cierto, temía que Geordie Shaw se sintiera profundamente herido.


—Trataré de confiar en él —dijo, mirando por la ventana.


Había depositado plenamente su confianza en Sasuke Uchiha cuando él extrajo la flecha de su brazo. Recordó la cálida sensación de sus brazos después, y su voz suave y profunda tranquilizándola. Sintió que la recorrían leves escalofríos al recordarlo, y de nuevo experimentó la misma sensación de calidez.


Si hubiera conocido de él sólo aquel gesto de compasión, en lugar de perversos rumores, habría confiado en Sasuke Uchiha sin reservas; habría puesto su vida en sus manos y se habría sentido seguro... y amado, pensó rápidamente, con un sentimiento extraño. Pero aquel era un tonto anhelo, nacido de la soledad, se reprendió a sí mismo. Estaba comprometido con un hombre que no poseía precisamente mucha compasión. Sin embargo, se recordó a sí misma que Uchiha sólo lo había confortado porque la había visto sufrir un gran dolor. Además ¿Por qué iba a preferir él a un doncel cuando de seguro podía tener a las mujeres que quisiera pese a ser un proscrito? Lanzó un suspiro y se recostó contra el alféizar.


—Geordie, esos hombres de allí, en aquel rincón. ¿Qué están haciendo?


—Sasu les ha dicho que anuden las cuerdas y que hagan escalas y arneses para poder bajar por el precipicio. Sasu dice que la luna llena nos proporcionará luz suficiente para descender. Dice que nos marcharemos en cuanto... —De repente se interrumpió, intensamente ruborizado.


—¿En cuanto qué? —preguntó Naruto.


El muchacho se encogió de hombros.


—Cuando él dé la orden.


Naruto entrecerró los ojos.


—¿En cuanto el castillo se haya incendiado? Sé lo que pretende hacer, Geordie.


Geordie parecía incómodo. Se inclinó hacia delante para atisbar por la ventana.


—Debo vigilar a la espera de su señal.


—¿Qué señal? Ni siquiera está aquí abajo.


—Sí lo está, fijaos, justo debajo de nosotros. —Geordie señaló la zona cercana a la base de la torre—. Está hablando con el senescal.


Naruto miró hacia abajo y vio los anchos hombros de Uchiha y el brillo de su cabello oscuro con vetas doradas. Iba andando al lado de Kakashi, junto a la base de la torre. La fría luz de la luna se derramaba sobre su rostro y su porte autoritario.


Los dos hombres fueron caminando hasta el centro del patio. Uchiha se detuvo y permaneció de pie, con una actitud fuerte, audaz, relajada, una mano sosteniendo el arco en posición vertical, la otra señalando hacia las almenas. Kakashi asintió con la cabeza a modo de respuesta a algo que dijo.


Naruto se apoyó en el alféizar de la ventana, observando atentamente. Aunque le temblaban las piernas por el cansancio, se quedó allí, fascinada, como si el proscrito de los bosques que había penetrado en su castillo ejerciera algún misterioso influjo sobre el. No podía apartar la vista.


¿Pero confiaba en él?, se preguntó a sí mismo igual que lo había hecho Geordie. No lo sabía. Ni siquiera su sensible facultad de percepción interior le daba ninguna pista. Lo único que sabía era que la aparición de aquel hombre lo había arrojado a un torbellino de miedo y esperanza, de suspicacia y fe. No estaba seguro de si debía aceptar o rechazar lo que él ofrecía. ¿A qué había venido? Recordó la amargura que destilaba su voz cuando le hizo esa misma pregunta. Vos y yo tenemos asuntos que discutir, le había dicho. Aquellas ominosas palabras aún encontraban eco en su mente. Pero no podía olvidar, con independencia de la misión que le hubiera llevado allí, que Uchiha les había traído comida cuando estaban desfalleciendo de hambre, que lo había ayudado cuando fue herido, y que ahora tenía la intención de sacarles a todos del castillo.


Les había traído esperanza, tal como le había dicho Kakashi, y se sentía agradecido por eso. Pero haría bien en mostrarse precavido con él.


Geordie, que estaba junto a el, agitó la mano y Uchiha volvió la vista hacia la ventana que enmarcaba a ambos. Naruto detectó el instante preciso en que su mirada captó la suya, y se la devolvió serenamente. Sasuke señaló a Geordie.


—Quiere hablar conmigo —dijo el muchacho—. Regresaré a buscaros. —Se dio la vuelta y echó a correr escaleras abajo a zancadas rápidas y ruidosas.


Naruto volvió a mirar por la ventana. En cuestión de pocos momentos, el chico apareció al lado de Sasuke. Se les unió otro de los proscritos, que llevaba un arco largo en la mano, y empezaron a gesticular en dirección a las murallas, lo cual dio a entender a Naruto que hablaban de destruir el castillo.


Por mucho que lo temiera, no podía impedirlo. Comprendía que era necesario hacerlo para evitar que los ingleses entrasen y lo tomasen. No quería que el castillo pasara a manos del enemigo, pero Aberlady había sido siempre su hogar y el refugio que necesitaba. Suspiró y contempló a los hombres reunidos en el patio bajo la luz de la luna. Sasuke estaba a punto de hacer desaparecer el refugio que rodeaba a la profetisa de Aberlady. Su padre se había cerciorado de que estuviera bien protegida, a causa de su don especial.


Sólo unos pocos hombres —entre ellos Kakashi, que conocía sólo una mínima parte de la verdad— estaban al corriente de la ceguera que la asaltaba durante las visiones. Ahora ya no tenía cerca a ninguna mujer; su madre había muerto en el mismo año en que se reveló el don de la profecía, y su ama y sus doncellas habían desaparecido, unas llevadas por la enfermedad o por la muerte y otra porque se había mudado a vivir con familiares lejos de Aberlady. La última mujer que la había servido personalmente había fallecido al principio del asedio, víctima de la edad y de su propia fragilidad.


El nido protector que su padre había formado alrededor de ella se fue haciendo cada vez más cómodo y caliente con los años. Él y el padre Dounzu decidieron que sir Sai le proporcionaría la protección del matrimonio. A ninguno de ellos se le ocurrió pensar que lo estaban forzando a una situación así. En ese momento Sasuke se volvió, disipando sus pensamientos. Levantó la vista hacia la ventana donde se encontraba, y eso provocó que lo recorriera un ligero escalofrío. Incluso en medio de la oscuridad notó su mirada fija y penetrante. Retrocedió hasta colocarse detrás del marco de la ventana y apoyó la cabeza contra la piedra.


A lo largo de todos los años que llevaba viviendo en Aberlady, jamás pensó en marcharse de allí. El don de la profecía, que la mayoría de las veces surgía a instancias propias, en ocasiones se le presentaba sin avisar, trayendo visiones maravillosas o perturbadoras del futuro. Había aprendido a depender de las pocas personas que entendían su singular mundo. Lo habían educado para que dependiera enteramente de su padre o de su tío. Pero ahora él no estaba, y ella no sabía cuándo le vería de nuevo.


Sabía que Kakashi querría llevarla con el padre Dounzu en cuanto escaparan del castillo. El sacerdote le daría cobijo en su casa, cercana a la iglesia parroquial de Stobo, y se lo comunicaría inmediatamente a sir Sai, que había ido en busca de sir Yahiko.


Ansiaba saber que su tío se encontraba a salvo, pero en su fuero interno se resistía a la idea de casarse con sir Sai. Por debajo de sus modales rudos, comunes a todos los hombres, percibía una verdadera aspereza. A veces lo asustaba, aunque nunca la había ofendido abiertamente. Pero su tío y el cura parecían admirar al caballero escocés y confiar en él, aunque Sai había cambiado su lealtad. “Es un hombre práctico que observa cómo va evolucionando la guerra”, había dicho su tío. “Te quiere bien, y me ha prometido velar por tu seguridad con independencia de quién gane esta lucha”.


Su seguridad. Casi se echó a reír. Llevaba semanas sufriendo un asedio, y sir Sai no había acudido en su ayuda. La tarea de buscar a su tío debía de haberle llevado hasta bien dentro de Inglaterra. Si se hubiera enterado, seguramente habría venido enseguida al castillo de Aberlady.


Durante esas semanas había aprendido importantes lecciones. Ahora era capaz de llevar la iniciativa cuando antes se limitaba a seguir la de otros; ahora podía desafiar cuando antes sólo obedecía. Era mucho más fuerte de voluntad que antes. Con todo, la idea de abandonar Aberlady lo aterrorizaba. Dentro de los muros de su hogar había aprendido lo que era la independencia; dentro de su nido podía ser valiente, pero no era aún una mariposa con las alas desarrolladas, no estaba preparado para la verdadera libertad de abandonar el hogar.


Se asomó de nuevo por la ventana y vio cómo un forajido estudiaba el mejor método para prender fuego a su casa y la manera más rápida de sacarlo de la protección de aquellos muros. Aberlady sería sacrificado, pero sus habitantes se salvarían. Se podía construir un hogar en cualquier parte. Lanzó un profundo suspiro y procuró aceptar lo que era inevitable.


Otra flecha inglesa ardiendo atravesó la oscuridad con un silbido, como un cometa, dejando tras de sí una estela brillante. El proyectil fue a caer, como los demás, en el suelo de tierra, sin dejar de arder y humear. Sasuke Uchiha se acercó y lo recogió del suelo. Naruto vio cómo levantaba el arco y colocaba en él la flecha aún ardiendo, tensaba la cuerda y la soltaba de golpe. La flecha salió disparada hacia arriba y describió un nuevo arco a través de la oscuridad. Cayó sobre el techo de paja del establo vacío y estalló en una viva llamarada.


Naruto lanzó una exclamación. Otra flecha inglesa surcó brillante la oscuridad. Uchiha la cogió también del suelo y la disparó hacia delante. Fue a caer en el techo de una cabaña de almacén, que se incendió en pocos segundos.


Naruto se llevó una mano temblorosa a la boca, incapaz de moverse, incapaz de apartar la mirada del patio. Multitud de chispas doradas flotaron en el frío aire de la noche. Uno por uno, los edificios de madera y paja seca fueron incendiándose como si fueran astillas.


Sasuke Uchiha estaba de pie en medio del creciente resplandor del fuego con el arco en posición vertical, contemplando cómo se extendían las llamas. Otros hombres se unieron a él, y ninguno hizo el menor esfuerzo por impedir que avanzara el incendio. En ese momento Kakashi echó a correr hacia el establo en llamas. Cogió rápidamente un palo largo y le prendió fuego, como si fuera un cirio, acercándolo al bajo techo en llamas del edificio que servía de almacén. A continuación lo lanzó sobre otro techo de paja, del que se alzó una nueva llamarada.


Naruto se sentía como si el corazón se le hiciera pedazos dentro del pecho.


—Es para impedir que los ingleses tomen Aberlady —dijo Geordie en voz queda. Apareció de improviso junto a ella; ni siquiera le oyó regresar—. La política de incendiar castillos se basa en una antigua costumbre de guerra en Escocia.


—Lo sé —susurró Naruto sin poder desviar la mirada, aunque no quería contemplar cómo su hogar se iba quemando ante sus ojos.


—Podéis volver más tarde —dijo Geordie—. Se podrá reparar el castillo. La piedra no arderá, sólo los techos de paja y la madera, lo bastante para impedir a los ingleses tomar la fortaleza.


—Lo sé. —Las lágrimas brillaban en sus ojos.


Agresivas llamaradas devoraron los techos de paja de los edificios más pequeños. Un manzano que había en el huerto, cerca de la pequeña capilla de piedra, empezó a arder, engalanando sus ramas con resplandecientes collares de llamas. Cuando el fuego se extendió por encima de la valla e invadió el jardín, Naruto tuvo que reprimir un sollozo.


—Tenemos que irnos de aquí —dijo Geordie, al tiempo que le rodeaba la cintura con un brazo y la empujaba suavemente—. Vamos, lady Naruto, Sasu me ha dicho que os saque al patio. Quiere que huyamos del castillo ahora mismo.


Naruto permitió que Geordie lo condujera hasta las escaleras. Un agudo dolor se le extendió por el brazo y el tobillo, y se agarró de la cintura del muchacho con su brazo libre mientras él lo ayudaba a bajar.


Cuando salieron de la torre y llegaron al patio, Naruto se separó de Geordie. Sentía una súbita necesidad de estar a solas, rodeada por la horrenda belleza del pavoroso incendio. Densas nubes de chispas flotaban alrededor como si fueran estrellas. El patio estaba inundado de una luz caliente y brillante. Naruto avanzó lentamente hacia el jardín y se detuvo a pocos metros de la entrada, que estaba en llamas.


Notó que una mano tiraba de su brazo.


—Naruto, apartaos de ahí.


Aquella voz tranquila le resultó ya profundamente familiar, como la de un amigo. Pero él no podía ser un amigo, haciendo esto con tanta meticulosidad, negándole incluso la oportunidad de recoger sus cosas y despedirse de su hogar.


—Dejadme —le dijo en tono cortante, sacudiéndose su mano.


Sasuke lo contempló fijamente, su rostro delgado y de rasgos endurecidos a la cálida luz del fuego.


—Apartaos de ahí —repitió con firmeza, volviendo a tomarla del brazo.


—No.


Naruto caminó hacia delante cojeando a pesar del dolor que sentía en el pie, a pesar del peligro. El jardín había sido el corazón de Aberlady; lo había diseñado su madre años atrás. Los recuerdos y una necesidad imperiosa lo atraían a ese lugar.


Sin dudarlo, avanzó en dirección a la verja de entrada, que estaba abierta de par en par y con los puntales envueltos en llamas.


 


Continuará…


 


Por hoy, es todo.  Lamentablemente, cometí un error al empezar a escribir, que me perdonen los seguidores de Sai, pero no tenia alguien que rivalizara con Sasuke y que se pareciera a él.


No sigo con Spoiler, solo que varios personajes por allí morirán.


Shio Zhang


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