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Iron Heart por Kayazarami

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Notas del capitulo:

Siempre, desde hace muchos, muchos años, estuvo la idea de una continuación para esta historia en mi cabeza. Pero vamos, siempre. Son tres capítulos y aquí dejo el segundo, que puede ser perfectamente cerrado. Gracias por leer. =)

No imagino ni a Sesshômaru ni a Naraku como dulces amantes. Cada uno tiene su carácter y esta historia se basa en eso.

Parte 2

Naraku suspiró, de pie frente al gran espejo de cuerpo entero que le devolvía una imagen elegante de sí mismo.

Vestía un hermoso kimono de dos piezas negro y violeta, su larguísimo cabello rizado estaba recogido en una coleta alta, que lo dejaba caer libre a lo largo de su espalda. La mirada que reflejaba en el cristal era apática y malhumorada y sabía que, a lo largo del día, sería aún peor.

Hacía muchísimos años que no vestía de forma tan tradicional, desde que terminó la gran guerra demoniaca dos siglos atrás, la cual impulsó a sacerdotisas y sacerdotes a exterminar a tantos demonios como pudieron y los llevó a la situación actual, con todas las demonios hembra desaparecidas largo tiempo atrás.

Y ahí estaba él, donde se había prometido no volver a estar nunca, en la maldita gran convención  de demonios, que se celebraba cada década, a la cual todos ellos debían asistir en honor al pacto alcanzado tras la guerra, en el cual las principales familias de demonios declararon un alto el fuego, más por el estar quedándose sin miembros que por haber resuelto sus diferencias realmente.

Él había participado en la guerra. Todo aquel que tuviera un mínimo de energía maligna lo había hecho. Los que no, habían muerto.

Su desempeño en las batallas le había otorgado cierta fama que aún ahora le permitía dedicarse a pequeños negocios sin que nadie intentase cruzarse en su camino, como el bar, del cual tenía toda una franquicia que le aportaba generosos ingresos a cada mes.

Nada que pudiese compararse con las fortunas de algunas familias de grandes demonios, pero muy por encima de lo que cualquier otro demonio de su categoría (si es que había una categoría para “conglomerado de demonios con alma humana”) podía conseguir.

Por ello, falta de interés y escasa empatía social entre los suyos, es que nunca asistía a la maldita reunión.

Y sin embargo, ahora se veía obligado a ello.

—¿Listo? —preguntó una voz  carente de emoción y el aludido se dio la vuelta para encontrarse cara a cara con Sesshômaru, quien vestía también un kimono blanco como el que había usado siglos antes, cuando ambos estaban enzarzados en una lucha a muerte, solo que sin armadura ni estola de pelo.

—No —respondió, resoplando. Realmente no tenía ninguna jodida gana de bajar a la gran sala de celebraciones del Hotel cinco estrellas donde se encontraban, para pasar las más aburridas e irritadas horas de su existencia rodeado de demonios que hacía casi doscientos años que no veía.

—Vamos —dijo Sesshômaru, como si no hubiera escuchado nada.

Naraku frunció el ceño, pero lo siguió cuando este abandonó la habitación. No se cruzaron con nadie más por el camino, ya que Sesshômaru había reservado la suite de lujo del ático, única habitación de esa planta.

Bajando por las escaleras a la siguiente planta se encontraron con Shûran, el gran líder del Clan de las Panteras Endemoniadas (dueño de una empresa de dulces tradicionales japoneses) tras la muerte de sus tres compañeras, quién miró a Naraku con sorpresa antes de darse cuenta por quién iba precedido e inclinar la cabeza respetuosamente.

En la guerra, su clan había estado bajo el yugo de los inu-yôkais, único motivo por el cual habían sobrevivido. Le debía lealtad a Sesshômaru. Y como él, tantos otros.

Naraku suspiró ruidosamente, fastidiado.

Nunca habría imaginado cuando le propuso a Sesshômaru buscarse un compañero, siete años atrás, que las cosas acabarían así.

No es que su relación fuese buena. No lo era, en absoluto. Apenas se veían, apenas se hablaban, apenas tenían contacto. Vivían juntos, en la gran Mansión Taishô, pero en habitaciones distantes. Solo dormían juntos durante la semana de celo, una vez cada tres meses.

Aquello no había sido inesperado, tampoco querría otra cosa. Ellos eran así, nunca cambiarían.

Lo que no había podido predecir era tener que presentarse en sociedad como la pareja de Sesshômaru. Aquello iba a ser muy fastidioso.

Cuando el demonio perro le comunicó que iban a ir a la reunión, Naraku se negó. Pero no había sido una pregunta, había sido una orden. Si no lo acompañaba, se acabó.

No era un chantaje habitual de Sesshômaru, él nunca era terminante (entre otras cosas porque nunca hablaban demasiado). Los dos sacaban beneficio de lo que tenían: el demonio perro se ahorraba tener que ligar y copular con mujeres humanas y él, bueno, él tenía algo que nunca había pensado que podía conseguir.

Así que había acabado cediendo.

Atravesaron los grandes portales abiertos de par en par y de inmediato fueron el centro de atención, de forma discreta todas las miradas se dirigieron indirectamente hacia ellos. Afortunadamente, ninguno fue lo suficientemente imbécil como para siquiera susurrar algo al respecto o el suelo se habría teñido de sangre al momento.

Entrar juntos debía haber confirmado los rumores de que eran pareja.

Molesto, Naraku le hizo un gesto vago con la cabeza a Sesshômaru y se dirigió a la zona de bebidas, en donde había para todos los gustos y nacionalidades. Tomó una copa de champán, mirando de refilón como Sesshômaru era abordado por el gran señor de los Kitsunes, Shippô.

Todos los demonios japoneses presentes lo saludarían y algunos (los más poderosos) estarían a su lado silenciosamente durante toda la reunión, demostrando su lealtad.  Naraku no pensaba acercarse más, con entrar juntos había sido suficiente. Había  algo a lo que prefería no arriesgarse, ya que alguno de los demonios extranjeros podía llegar a ser muy imbécil para algunas cosas, de esta forma solo se acercarían a hablar con Sesshômaru sobre negocios.

 

—Tiempo sin verte, insecto —lo saludó una voz junto a él y desvió la vista del grupo de babosos que acompañaban a su “pareja” para encontrarse con unos ojos azules profundos, sin pupila.

Su boca se contrajo en una ligera, sarcástica sonrisa, mientras el recién llegado tomaba otra copa de champán de la mesa y bebía mirando también hacía el gran señor de los inu-yôkais con desdén. Vestía un kimono de dos piezas negro y gris, tenía su inmutable cola de caballo y, gracias a Kami, prescindía de la banda que solía llevar en la frente tan a menudo en la época Sengoku.

—No sabía que seguías participando en esta payasada, lobucho.

—No lo hago —aseguró, sin mirarlo—. He tenido que acudir debido a ciertos rumores estúpidos acerca del oh, todopoderoso señor de los perros, que han resultado ser ciertos.

Naraku se contuvo de sonreír a duras penas, antes de hacer una mueca de disgusto, que se acrecentó tras las siguientes palabras del lobo endemoniado.

—Por lo visto, algunos piensan que tú podrías ser el punto débil— pronuncio lo último con cierto tono de diversión— de nuestro gran Dios pulgoso.

—Vigila tu lenguaje, idiota —advirtió.

—Oh, ¿vas a defender su honor? —Kôga alzó una ceja, divertido. Sus labios se abrieron en una sonrisa feroz, enseñando sus colmillos ligeramente.

A Naraku siempre le había fascinado, en cierta parte, esa despreocupación que el lobo tenía, refiriéndose a demonios mucho más poderosos, como si fueran escoria, con tal prepotencia. Le recordaba a él mismo.

—No, pero sospecho que, si alguien escucha tus palabras, tu sangre echará a perder mi kimono.

—Y no queremos que eso pase, ¿verdad? —preguntó una nueva voz y los dos se dieron la vuelta para encontrarse con Shippô.

—¿Ya te has cansado de adular al grandioso Sesshômaru, zorro? —cuestionó Kôga, sin un ápice de miedo, mirando al recién llegado como si aún fuera un niño de dos metros de alto, en lugar del gran señor de los Kitsunes, uno de los más importantes empresarios dentro del sector infantil.

—No adulo a nadie, Kôga, solo muestro mis respetos y los de mi clan a nuestro comandante.

—No empieces otra vez, por lo que más quieras. La guerra terminó hace siglos. Ya no es comandante de nadie.

—Pero tú clan y el mío siguen a sus órdenes, le debemos lealtad. Estamos vivos gracias a él.

Kôga bufó, divertido. Naraku rodó los ojos y no se molestó en responder.

Shippô tenía cierta fe ciega en Sesshômaru, seguramente porque veía en él cosas del que había sido como su padre, InuYasha. A Naraku y Kôga les resultaba irritante, sobre todo porque lo habían tenido que soportar a menudo durante la guerra, cuando aún no era el máximo responsable de los suyos.

Si las circunstancias no hubieran forzado a todos los demonios japoneses a hacer frente común contra los extranjeros,  lo que podría considerarse una alianza entre Kôga y Naraku jamás habría ocurrido. Surgió en el quinto año de lucha, cuando ambos acabaron acorralados por cientos de yangin iblis (demonios de fuego turcos), sin posibilidad de huir, y se habían visto forzados a pelear codo con codo para salvar el pellejo.

En adelante, pelearon juntos. Los dos pertenecían a un rango intermedio que no tenía cabida en las altas esferas demoniacas, a pesar de su evidente destreza y poder. No obedecían a nadie, mataban a todo el que se cruzase en su camino, pero eran muy conscientes de que la única posibilidad de sobrevivir contra los invasores era junto a los demás.

Shippô se había unido a ellos poco después, cuando InuYasha lo hizo.

Tanto tiempo había pasado y todavía no podía evitar pensar en lo irónico que era que InuYasha y él, enemigos jurados a muerte, hubieran acabado peleando juntos durante la peor guerra de todas, en el único momento en que pudo suceder: cuando el medio-demonio ya no sentía nada, cuando la pérdida de su esposa aún no había destrozado su corazón por completo y se mantenía vivo por inercia, cuidando de sus descendientes y luchando.

Pero eso había sido antes. Antes de que el brillo de su mirada se apagara definitivamente y ellos tuvieran que tomar una decisión.

—Mirar quién ha venido —murmuró Kôga entre dientes, a poco de gruñir, mirando hacia la puerta como si quisiera hacerla pedazos.

Naraku dirigió sus ojos violáceos hacía allí y al momento se puso en tensión, sintió como Shippô se ponía rígido  su lado y Kôga apretaba las garras lo más disimuladamente que podía.

Acababa de llegar Anrazel, un demonio antiguo, el equivalente a Sesshômaru en cuanto a rango para los demonios americanos, acompañado por Esteno, el líder turco. Ambos habían sido comandantes de sus respectivos ejércitos durante el intento de invasión a Japón, la gran guerra.

Anrazel era un demonio de tez pálida, cabello rubio corto y unos ojos rubís sin pupila. Vestía un traje elegante de Armani y tenía la misma mirada de sed de sangre que había tenido en el pasado. Esteno tenía la piel completamente tostada, un larguísimo cabello negro recogido por aquí y por allá con cuentas y vestía un elegante traje a juego con el de su contraparte americana. Los ojos de Esteno eran verdes, de un color hipnotizante y líquido.

Ambos se dirigieron directamente hacía Sesshômaru, quién se había limitado a esperarlos donde estaba, mirándolos con el mismo desinterés de siempre.

Los tres se saludaron breve y educadamente y poco después los dos recién llegados eran absorbidos por su respectivo grupo de líderes de clan subordinados.

No hizo falta mucho para que tanto uno como otro dirigieran una discreta mirada hacia Naraku.

—Vaya, que popular me he vuelto —comentó secamente, bebiéndose lo que le quedaba de champán de un trago y yendo a por otra copa.

—¿Popular? —dijo  Kôga, arrebatándole la copa de la mano y bebiendo de ella, ante lo cual Naraku tomó una tercera copa—.  Prueba con estúpido, anda.

—Que halagador por tu parte, lobezno.

—Calla, que aún estoy intentando entender qué carajo estás haciendo con pulgoso.

—¿En serio? —preguntó, cínicamente—. ¿Precisamente tú?

Kôga lo miró fijamente, lo cual le divirtió bastante. El lobo sabía perfectamente lo que estaba haciendo con Sesshômaru, en la cama sobre todo. Ellos habían sido amantes, también. Kôga era apasionado y feroz, cosa que había extasiado a Naraku.  Había adorado dominarlo y dejarse  dominar. El sexo con él era completamente distinto al que tenía con Sesshômaru, que se caracterizaba sobre todo por el dominio del celo sobre el demonio perro, lo cual le dejaba con cero control y muy poco placer para él.

Por supuesto, aquello no quería decir nada, No a esas alturas. Lo suyo con el lobo había terminado hacía demasiado, por motivos que, incluso ahora, garantizaban que jamás se volvería a repetir.

Pero quedaban otras cosas, al parecer. Camarería, ¿una cierta amistad? Lo que fuera le importaba lo suficiente al lobo como para estar allí, en esa maldita y peligrosa reunión, solo para asegurarse de que él no estaba haciendo alguna locura.

A veces, Kôga parecía olvidar que Naraku jamás hacía locuras, solo se arriesgaba con planes suicidas, que de vez en cuando daban resultado.

—Precisamente yo —afirmó Kôga, mirándolo intensamente.

Bueno, donde hubo fuego, a veces quedan cenizas. Naraku sonrió maliciosamente y Kôga le devolvió la sonrisa.

—Muy bien, haced el favor de dejar de miraros así, ¿vale? —pidió Shippô, en voz muy baja, pensando que ambos eran unos imbéciles suicidas—. Cualquiera que os vea se va a pensar lo que no es y entonces vamos a tener un gran problema, porque todo el mundo ha entendido que Sesshômaru-sama y Naraku son pareja, i-dio-tas. Nos están vigilando todo el tiempo —comentó finalmente, sonriendo falsamente.

—Maravilloso —gruñó el lobo, dando un vistazo y comprobando que, efectivamente, más de uno los contemplaba con interés nada disimulado—. ¿De verdad sabes dónde te has metido, Naraku?

—En esta puta reunión inútil, Kôga.

—Sabes que no me refería a…

—Buenas noches —saludó de repente una voz que competía con la de Sesshômaru en frialdad y los tres clavaron los ojos en los rojizos de Anrazel—. Hermosa noche, ¿no creéis?

—Sin duda —afirmó Shippô, componiendo una expresión atenta y educada.

Kôga estrechó los ojos y Naraku simplemente lo miró con su apatía habitual, pensando que si Sesshômaru pretendía que fuera medianamente cortés debería habérselo especificado (no le hubiera hecho caso, de todas formas). Anrazel fijo su mirada en Naraku.

—Parece ser que sois el tema de todas las conversaciones esta noche, Naraku —comentó, sonriendo de una forma que prometía sangre y mucho más—. Me sorprendí cuando me dijeron que Sesshômaru había escogido pareja. Especialmente cuando no reconocí vuestro nombre. ¿Dónde os ha tenido escondido todo este tiempo?

Había un cierto tono de insinuación que impregnaba cada palabra del líder americano de los demonios y hacía que Naraku sintiese que estaba caminando sobre arenas movedizas. Cualquier cosa que dijese podía desencadenar cualquier tipo de lucha, así que compuso una sonrisa acida y se dirigió a su interlocutor.

—En ninguna parte, no es mi dueño —respondió.

No le pertenezco, había querido decir y eso hizo que Anrazel casi se lamiera los labios.

Malditos demonios extranjeros, eran todos unos jodidos lujuriosos y unos fetichistas del kimono. Se creían que un demonio de cabello largo era un demonio afeminado. Por eso Naraku no había vuelto a la reunión después de la primera. Una vez había bastado pata acabar harto de tantas insinuaciones.

—Sois un demonio con carácter, pues —dijo Anrazel—. Me encantaría tener…

No llego a terminar la frase. Los cuatro sintieron una poderosa presencia acercarse. Naraku frunció el ceño mientras Sesshômaru interrumpía la conversación con una mirada claramente molesta.

—Acompáñame un momento —dijo simplemente, apretando una de sus garras en torno a su brazo y sacándolo de allí.

Ahora sí, la mitad de los presentes los miraba sin reparos, porque  Sesshômaru, gran señor de los demonios japoneses y comandante de los ejércitos durante la gran guerra, estaba montando una escena y sacando a su pareja de la reunión casi a rastras.

Naraku no dijo nada, ni hizo intento alguno por liberarse del agarre del demonio perro, hasta que estuvieron dentro de la suite de lujo, con la puerta bien cerrada tras Sesshômaru. Entonces dio un tirón (que le provocó un corte considerable) y se soltó de su agarre.

—¿Qué diablos te crees que haces, Sesshômaru? No soy tu maldito juguete para que me saques a rastras de ningún lugar —dijo, sin gritar, pero con un tono tan venenoso que un grito hubiera sido mucho, mucho mejor.

—No, al parecer eres más como una puta, ¿no? Comiéndote al estúpido lobo ese con la mirada y luego insinuándote a Anrazel —el aludido ni se inmutó por los insultos—.  ¿Tienes algo de orgullo propio?

—No tengo tanto jodido orgullo como tú, eso puedo asegurártelo. No había ninguna maldita necesidad de que yo asistiera a esa reunión. No puedes ser tan idiota como para no saber lo que iba a pasar.

Ahora sí, Sesshômaru montó en cólera y con un movimiento de su mano lo golpeó con su látigo de luz, que cruzó el pecho de Naraku, impulsándolo contra la pared y produciéndole dos cortes profundos y alargados.

—Debería matarte —murmuró, con los ojos entrecerrados por la furia.

—Si eso te hace feliz… —murmuró Naraku, fastidiado porque le había destrozado el kimono, dejándose resbalar por la pared hasta quedar sentado en el suelo, con la espalda apoyada.

No tenía miedo. No sentía nada. Las heridas no significaban nada para él, cicatrizarían y desaparecerían antes del amanecer, su cuerpo se regeneraba a gran velocidad. Y sabía que si el idiota del inu-yôkai quisiera matarlo, ya lo habría hecho.

Se encontró con los ojos dorados de Sesshômaru frente a los suyos cuando este lo tomó por el cuello del destrozado kimono y lo alzó.

—¿Qué es lo que te molesta, exactamente? —preguntó, mirándolo con aparente apatía—. Supongo que me conoces lo suficiente para, al menos, saber que no soy tan estúpido como para insinuarme a otros en una reunión a la que, para empezar, no quería ir.

—Naraku… —gruño Sesshômaru, apretando su agarre.

—No, en serio, ¿qué te molesta tanto, Sesshômaru? ¿Qué Anrazel te ha faltado al respeto insinuándoseme y no has podido matarlo porque eso rompería el acuerdo? Sigo sin entender porque yo tengo que pagar por eso.

—¿Y el lobo? 

—Fuimos amantes —Sesshômaru se puso en tensión, sus ojos brillaron con furia—. Pero eso terminó hace mucho.  Y sigue sin ser asunto tuyo.

Es asunto mío.

Naraku frunció el ceño, disgustado.

—¿Por qué?

—Porque tú eres mío —gruño, de forma posesiva, acercándose a él y destrozándole la boca con los labios, en un beso doloroso en donde se clavaron los dientes el uno al otro y que solo terminó cuando Naraku apartó el rostro.

—No soy tu propiedad, Sesshômaru. Ni ahora, ni nunca.

No, si no podía tenerlo a él a cambio, pensaba. Y Sesshômaru jamás sería suyo.

El demonio perro le miró, furioso, antes de besarlo de nuevo, esta vez con menos dientes y más labios, esta vez con mayor ferocidad, mientras sus garras le recorrían la espalda, haciendo pedazos lo poco que quedaba de kimono.

Lo llevó a la cama, destrozó sus propias ropas y le agarró los brazos, manteniéndolo inmovilizado mientras mordía a placer y apretaba sus cuerpos, juntos.

Naraku jadeaba, dejándose hacer sin oponer resistencia.

Nunca, jamás antes habían tenido sexo si Sesshômaru no estaba en celo. Ni una vez. Su acuerdo no contemplaba esa opción, no tenía caso.

Así que era la primera vez que él lo devoraba conscientemente, que lo empujaba con fuerza a la locura y le hacía gruñir de placer mientras sus miembros se rozaban fuertemente y sus bocas se mordían, lamían y atacaban mutuamente.

Jadeó el nombre de su amante, cuando esté deslizó un dedo en su interior, mirándolo con sorpresa. Nunca hacía eso, jamás lo preparaba. Naraku se curaba rápido y él siempre estaba necesitado, en celo, fuera de control.

—¿Qué haces…? —jadeó, ligeramente confuso, mientras un dígito se movía en su interior, a un ritmo constante y otro rozaba su entrada.

—Calla —susurró Sesshômaru, metiendo un segundo dedo, obligándolo a arquearse.

Si Naraku no hubiera estado tan concentrado en el placer, inmerso en las sensaciones y el deseo, habría notado la mirada increíblemente penetrante que le dedicaba su amante mientras lo tocaba y le hacía delirar.

Poco después del tercer dedo, Sesshômaru no parecía poder contenerse más. Retiró sus dedos del interior de Naraku, que gimió ligeramente ante la pérdida y alzó las piernas, posicionándolas alrededor de su cintura y colocando su miembro en la entrada de Naraku.

Se detuvo un segundo, para contemplar al venenoso demonio bajo él, completamente desnudo, jadeando suavemente, mirándolo con los ojos violetas brillantes y pensó que parecía perfecto.

Después lo embistió con fuerza, una y otra vez, haciéndolo gemir bajo él, gruñendo él mismo por el esfuerzo y el calor, el insoportable claro que le transmitía.

—Naraku —murmuró, inclinándose sin perder el ritmo y comiéndole la boca con fuerza, continuando con las embestidas, sin dejarle apenas respirar hasta que llegó al clímax y estalló en su interior, sintiendo como el mismo Naraku acababa entre los dos, sin necesidad de tocarlo siquiera.

Se dejó caer sobre él, sintiéndose ligeramente agotado.

—¿Sesshômaru? —murmuró Naraku, entrecortadamente, mirándolo confuso.

Sabía porque lo hacía. Sabía que lo que acababa de hacer no era habitual en ellos, no existía en su aparente relación. No encajaba dentro de su acuerdo.

Pero también era consciente de lo mucho que lo había disfrutado.

Así que no respondió.

 

 

 

El amanecer encontró a Naraku tumbado en la cama de matrimonio de la suite de lujo del Hotel, desnudo y sin ganas de vestirse.

Hacía poco que Sesshômaru se había marchado a una reunión matutina con otros demonios que se estaban hospedando allí, seguramente para conocer el efecto de sus acciones de la pasada noche en los demonios extranjeros antes de la segunda reunión, esa misma noche.

Naraku no sabía que pensar respecto a lo sucedido.

Habían tenido sexo. Un sexo espectacular, de hecho, como hacía años que no tenía. Los dos habían participado y los dos habían disfrutado.

La cuestión era, ¿por qué? ¿Por lo sucedido en la reunión?

Era ridículo.

Sesshômaru no era celoso. Y siete años a su lado (bueno, en la otra punta de su mansión) le habían dejado claro que no era promiscuo, ni lujurioso. De hecho, parecía que el sexo no significaba nada para él más allá de la época de celo.

¿Entonces, que demonios estaba sucediendo?

Eres mío, había dicho.

¿Quizás a eso se resumía todo? ¿Posesividad?

Naraku sonrió maliciosamente.

Quizás solo se trataba de eso, pero era más que bienvenido, si le permitía más noches como esa.

Continuará…

Notas finales:

Gracias por leer. Si alguien quiere una continuación, sugiero que lo diga. XD


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