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Sobre el tiempo compartido
Por Nekane Lawliet
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"Tierra": Sobre tu lindo jardín.
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Era una tarde nublada y gris de un día cualquiera de invierno. El embriagante aroma a rosas y tierra mojada flotaba en el ambiente, llenando sus pulmones de tan embriagadora fragancia. Sus dedos se entrelazaron con los de él mientras caminaban juntos por el jardín atestado de rosas; blancas, rojas y negras que, sorprendentemente, sobrevivían a las bajas temperaturas del invierno.
Caminaban juntos, lentamente, ignorando absolutamente todo lo que pudiera arruinar aquella tarde o interrumpir la armonía de un día "espléndido" a sus ojos y el estar los dos solos; matizada con nubes cargadas de lluvia y rosas que, junto al rocío, desprendían su dulce perfume.
Se detuvieron bajo un alto árbol y el dueño del sitio, soltándose del agarre del otro, se sentó en el rústico columpio que ahí se encontraba, construido por su pareja especialmente para él. Quedó frente a frente con el Santo de Escorpión y ambos se miraron con intensidad antes de que el griego diera la vuelta para situarse detrás de él, acomodando el cabello celeste sobre uno de sus hombros y acariciándole la firme espalda.
—Tienes lindo el jardín—dijo Milo, luego de largos minutos de silencio, sujetando las cuerdas del columpio y meciéndolo lentamente—, de todos modos no me esperaba otra cosa de ti.
—¿Por qué dices eso? —preguntó sonriendo de lado y mirándolo con la misma mirada de un adolescente enamorado…pero en peor. De esas miradas reservadas únicamente para él.
—Bueno…tú siempre cambias todo lo que te rodea a lo que eres. Lo tomas, lo absorbes y lo trasformas, sin darte cuenta.
En ese momento, Afrodita no cayó en cuenta de lo que Milo realmente quería decirle. No imaginaba que le decía en palabras bonitas: "me lastimas, yo no puedo ser todo lo que tú quieres de mí". Sólo escuchaba lo que quería, lo que le convenía. Así, todo era más hermoso.
—¿En qué lo transformo? —preguntó, dejándose mecer en el columpio.
—En cosas bellas.
—¿Embellezco?
—Sí, todo. Hasta lo que no quiere ser tocado por ti—alzó la mirada y la fijó en el cielo, sin detener el suave empuje que le daba al otro—. Quizá sea eso…—dijo como si estuviera hablando para sí mismo.
—¿Qué cosa?
—Nada, nada—sonrió y continuó empujándolo.
—Has pasado mucho tiempo con Acuario—rompió el silencio luego de varios minutos, hablando bajito y con la voz casi en un suspiro.
—Tú me tienes para ti solo en nuestras misiones y me encanta saber que estás muriéndote de los celos, pero él y yo sólo somos amigos—rió divertido cuando Piscis frunció los labios y se cruzó de brazos, inconforme con aquella respuesta—. Eres la más bella, Afrodita…—dijo, deteniendo el columpio y susurrándole al oído.
—¿LA más bella? —replicó, frunciendo mucho el entrecejo, pero Milo solo rió y lo abrazó con fuerza, aspirando profundamente el aroma de su cabello.
—La más bella de todas las rosas del mundo—lo calló, sellando sus labios en un beso. Mortal, pero tan hermoso como su dueño.
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