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Sânge por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

What a wicked game to play, to make me feel this way. What a wicked thing to do to let me dream of you.


(Qué malintencionado juego para jugar, para hacerme sentir asi. Qué cosa mas malintencionada el hacerme soñar contigo. – HIM (cover), Wicked game, fragmento.)

12º Wicked game.

What a wicked game to play, to make me feel this way. What a wicked thing to do to let me dream of you.

(Qué malintencionado juego para jugar, para hacerme sentir asi. Qué cosa mas malintencionada el hacerme soñar contigo. – HIM (cover), Wicked game, fragmento.)

 

 

Son extrañas las cosas que el deseo hace hacer a los tontos. La de la noche pasada era un perfecto ejemplo. Todavía no acaba de creerse capaz de semejante estupidez. ¿Para qué se opuso tan tenazmente al consejo de Mircea? ¿Solo para llevarle la contraria? Tenía años que creía haber superado esa parte de su vida. Creía ya haberle perdonado el no amarla como ella quiso.

Amor: esa cosa perversa. No podías evitarlo ni escudándote en la lujuria. Que perversa había sido Lídice al hacerla sentir de esa manera. Que perversa había sido al hacerla soñar con ella. La vida era un juego trucado en el que la participación era obligatoria y en el que como quiera que jugaras perderías.

Sentirse así, por una novicia a la que no tenía porque haber conocido jamás. Si el viento no le hubiera traído su aroma durante las noches del verano pasado… Ni en sueños consideró que podría conocer a alguien como Lídice. Que podría amar a alguien como Lídice.  Porque era amor, el horrible sentimiento; no podía engañarse más con que se trataba de lujuria. No cuando no podía olvidarla ni siquiera teniendo en su lecho a esa hembra espléndida.

Sabiendo que no serviría de nada llamó a sus otras cortesanas, eventuales amantes hasta que Lídice la satisficiera por completo. Sabía que no hallaría reposo en el seno de ninguna de ellas. Que no hallaría lo que buscaba entre sus piernas. Que ni todas ellas, espléndidas, juntas, podrían pesar tanto en la balanza como la adolescente que aún no terminaba de florecer: el galardón de la belleza era para su perfumada rosa. Nada podía igualar el sonrojo de las mejillas de una doncella viva. De esa doncella viva.

Vampiresas y mujeres tapizaban su habitación, desnudas, retorciéndose como anguilas en busca de placer. Ni un solo varón era admitido ahí; con dedos y lenguas bastábanse las hembras para alcanzar orgasmo tras orgasmo en aquella orgia exuberante. Sânge era lamida por tantas lenguas que no podía contarlas, tocada por tantas manos que cubrían su desnudez.

Ahí donde antes encontraba el placer ahora solo encontraba el recuerdo. El recuerdo de una niña que no sabía lamer como la mujer que tenia entre las piernas, de una niña que no poseía unos pechos tan generosos como los que apretaba en sus manos, que no sabía besar como la vampiresa con quien entrechocaba los colmillos.

¿Qué tenia de especial ella? No era especialmente hermosa, ni culta. No era virtuosa en el tañido de ningún instrumento, no poseía don para arte ninguno. No era una rica heredera ni poseía peso político alguno. ¿Por qué, entonces, la había elegido? ¿Por soberbia? ¿Por el puro placer de tomar la arrogante decisión de unirse a una mujer cualquiera, que no aportaba ni siquiera su dote? Pero… ¿de verdad la había elegido?

Su cuerpo tembló; el placer reclamaba lo suyo. El excitante aroma de tantas hembras ahí reunidas. Unas olían a requesón, otras a pan tierno, otras a pescado. Las menos poseían una fragancia dulce, delicada. Sânge se incorporó, a gatas avanzó, oliendo, probando, pasando por encima de muslos y cinturas, jalando cabelleras y aplastando pechos, metiendo sus dedos en variedad de hoyos distintos, con vehemencia, casi con furia al descubrir que ninguna de ellas la hacía sentir así.

Qué cosa tan perversa, amor mío, hacerme sentir así…

Se mantuvo ocupada con el exfuerzo físico; la orgia se prolongó hasta el amanecer. Entonces, encerrada tras los pesados cortinajes que la protegían del sol, cortinas de brocado que le recordaban que ella, como todos los seres, estaba sometida a fuerzas superiores.

Dentro de los límites que le marcaba la tela bordada en oro, la princesa de Moldavia volvió a degustar el salado sabor de una lágrima.

 

***

 

Es un misterio el porque la felicidad cae sobre los seres más indignos de ella. La esquiva casquivana se otorga a los que menos la merecen, quizá por el puro placer de humillar a las almas grandes que casi nunca la conocen.

El judío era feliz. El mismo limpió, con un balde y unos trapos viejos, la sangre que creía de su enemiga.

Tururún-tuntún, tururún-tuntún, tarareaba alegre mientras tallaba con agua y lejía. Tururún-tuntún, y la sonrisa se dibujaba, insana, en su rostro.

¿Qué dicha más grande que la de saber a tu enemigo muerto por la persona que amas?

La domina estaba de un humor insufrible, cierto, ya había mandado empalar a varios por faltas insignificantes, pero Ibrahim contaba con que pronto su ama se recuperaría, lo mandaría a Constantinopla, con algo de suerte incluso a Génova, a proveerse de mercancías exóticas; las más hermosas esclavas, las armas más novedosas, los tejidos más finos.

El gran sueño de Ibrahim era traerse a un maestro florentino para que hiciera el retrato de Sânge, pues no había ni uno solo. Era extraño, siendo los vampiri tan aficionados a ser retratados, que la más notable no poseyera ni un retrato suyo. Contaba un viejo soldado, que el viejo domine tuvo uno de la domina siendo casi una niña, pero que al tomar posesión del castillo, lo destruyó, anunciando que cualquier pintor que llamase a las puertas solicitando pintarla (el hambre, o la vanidad, orillaban a muchos a adentrarse en las guaridas de los vampiri) fuera despachado en el acto.

Ibrahim quería un retrato de Sânge, no uno sino muchos. Quería que su belleza fuera eternizada de este otro modo, difundida, loada. Quería enviarle su retrato al Papa de Roma, al emperador dela China, quería que de la última Tule al África la hermosura de Sânge fuera alabada y reconocida como la mayor de todas: a su señora, la gloria.

El agua disolvía la sangre sobre el mármol. Con su índice de larga uña el judío trazó una línea con el oloroso pigmento. Trató de dibujar un ovalo, una cara, pero los burdos trazos que torpemente trazara lo hicieron rabiar.

Ojala lo mandara a Génova: se traería un pintor.

 

***

 

Al ver avanzar por el camino a mater Benedicta, cargando casi a rastras un bulto que soltaba los mas lastimeros aullidos los campesinos se persignaron horrorizados y se metieron tras de las puertas de sus casas, improvisándolas, los que no tenían, con lo que más a mano hubiese; barriles, ramas, piedras, dibujándoles por la parte interna supersticiosos símbolos que habrían de protegerlos del mal de ojo.

Por más que Benedicta pidiera ayuda nadie se la daba. Los campesinos considerábanla un espectro maldito, una visión de ultratumba. Incluso las monjas de Voronets mantuvieron sus puertas cerradas hasta asegurarse bien de que lo que llamaba a sus puertas era realmente su abadesa y no un ente fantasmal (quizá infernal) y el bulto que cargaba Lídice, no sus huesos mondos en busca de sepultura.

El estado de postración de Lídice era penoso, pero en lo que todas se fijaban con estupor era en el arrojo de Benedicta. En la victoria de Benedicta, quien no obstante, lucia cansada y pensativa.

Desmintió los rumores de que había dado fin a los vampiri. ¿Cuando había dicho ella semejante cosa? Dijo que su niña estaba viva y la traería de vuelta, y eso hizo. Sin pensar en sus ampollas ni en el lamentable estado de su espalda cuidó a Lídice. Ordenó que llenaran la tina grande de agua y con sus conocimientos de herbolaria preparó la mejor mezcla para revitalizar el cuerpo y el espíritu: por las narices la frescura del cedrón entraba e impregnaba el alma. La hierba de san Juan, en infusión, ahuyentaba la melancolía.

Desvistió a la niña y la ausencia de horribles marcas la sorprendió, aunque no tanto como encontrar su himen intacto. La vieja monja sabía que las mujeres cautivas siempre sufren violencia sexual, así que interpretó la suerte de su hija como un milagro. Un verdadero milagro. Le devolvían a su hija, intacta. A sus palabras de consuelo añadió las de que podría profesar como monja o tomar un marido humano, si tal le placía.

Pero al escuchar sus palabras Lídice volvió a llorar.

-Yo no quiero más marido que Sânge…

-¿Pero qué disparates dices hija?

-… yo no quiero más que estar con Sânge…

-Estas entre los tuyos hijita…

-… la amo más que a nada en el mundo…

-… yo te amo mi niña…

-… quiero volver con ella…

-… no te dejaré ir…

-… aunque me mate…

-… estaremos juntas para siempre…

-… la muerte es mejor que su ausencia…

-… hijita…

-… Sânge…

Los monólogos se sucedían a matacaballo, uno sobre otro, hablando una al mismo tiempo que la otra, sin escuchar lo que la otra decía, porque no importaba. Oírlas era de locos, cada una parloteando sobre lo que la ocupaba. Tras el baño Benedicta arropó a Lídice, la arrulló cantándole una vieja canción moldava; triste, como todas las de aquella tierra.

Sumida en la inconsciencia su chiquilla parecía ser la misma que le fue arrebatada. Con sonrisa que remarcaba las arrugas de su rostro Benedicta contempló a Lídice: si, así, dormida, en aquel estado tan parecido al de la muerte Lídice volvía a parecer (solo a parecer) la inocente niña que se había ido para siempre.

¡Oh, cuan dulce es engañarnos a nosotros mismos!

Continuara…

 

Notas finales:

El nudo de la historia se acerca, y conduce a un fatal desenlace!

Que bueno que acabe esta historia antes de que saliera Imaginaerum de Nightwish, porque es tan perfecto y tan feliz que no he podido pensar en otra cosa ^^

Gracias a quienes aun leen esta historia.

Kiitos!


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