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Sânge por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

"Una profunda melancolia me invade al contemplar los bosques de abetos sombrios. La bruma que sube de ellos cala mis huesos y amortaja las almenas de mi castillo."

13º La vista desde el castillo del príncipe de Transilvania.

 

Mircea masticaba una bolita de hachís, intranquilo. El viento había cambiado en el trascurso de la madrugada, de manera súbita y violenta. Lo que empezara siendo una noche apacible se había convertido en una madrugada de vendaval. El viento del este soplaba, con toda la fuerza ganada al atravesar la gran planicie rusa. Ululaba en los riscos y agitaba las copas de los arboles.

Con su vista privilegiada Mircea hacia esfuerzos por distinguir el azul de Voronets, pero la noche devoraba todos los colores, y la luz de las estrellas no poseía bastante fuerza para arrancar un destello visible a los policromados del monasterio.

¡Que ganas de aprovechar la fuerza del elemento y prender fuego al bosque! Con un viento fluctuante ardería todo, ardería el monasterio y con él las dos saetas que Mircea tenía clavadas. “¡Aniquílalas, aniquílalas!”, le gritaba su instinto. “¡aniquílalas antes de que sea demasiado tarde!”

-Pater…

Mircea respingó: tenía años sin que lo tomaran por sorpresa.

-Mi señora. – respondió con sequedad, como hacía cada vez que no aprobaba sus acciones.

-Pater… - repitió con la vocecita de la niña desprotegida que una vez huyó en busca de una cabra. Agarró su brazo y se abrazó a él, apoyando la cabeza en su hombro.

Mircea quiso mantenerse duro, pero su hija lo derretía.

-Te has enamorado de ella, ¿verdad? – la tristeza de su voz se traslucía en sus ojos. Sânge asintió. – Tanto que recé porque no te enamoraras jamás…  pero, ¿a quién rezaba? – preguntó al viento que ululaba en los riscos.

-Aceptaré la propuesta del príncipe de Valaquia.

-¿Para qué demonios quieres casarte con Vlad? – preguntó alarmado Mircea.

-Para adjudicar Valaquia a mis territorios. Lo engañaré hasta que se sienta tranquilo y entonces lo mataré. Con su ejército y el mío vueltos uno podré conquistar Transilvania.

-¿Y para que quieres tanto poder?

-Para ver si con el lleno el vacio de mi corazón.

Mircea abrazó a Sânge. En silencio vieron clarear el alba.

-Iré en persona a darle la buena noticia.

Sânge asintió y se retiraron a descansar, sin sospechar siquiera mientras dormían (muertos en muerte) que los vientos del destino trucarían todos sus planes.

 

***

 

Lídice escapó. En cuanto se recupero escapó de los cuidados de mater Benedicta, sin despedirse siquiera de la casa que la vio crecer, sin una última mirada a los iconos cuyas manos bendicientes la avergonzaban.

Sin tener siquiera la precaución de proveerse de una capa. Robó el viejo borrico, único bien que poseían las monjas para trasportar sus paquetes y lo perdió al intentar cruzar el arroyo: no sabía montar, así que cuando el espectro de Petru surgió de las aguas y el animal se encabrestó Lídice rodó por la arena y el animal huyó entre los árboles.

A pie, sin conocer como guiarse en los bosques Lídice avanzó usando su corazón como guía. Confiaba en que el amor guiara su intuición por el camino correcto, o los lobos la devorarían. Al caer la noche el frío, el hambre, la agobiaban, pero no el miedo. Lo dijo y era verdad: hasta la muerte era preferible a estar sin Sânge. Sus fuerzas la traicionaron y cayó rendida. Se arrastró hasta cobijarse bajo las nudosas raíces de un árbol enorme. Ahí, en una cama de hojas y piñas secas que picaban se quedó dormida, y sus sueños la condujeron a los brazos de Sânge.

 

***

 

Vlad, príncipe de Valaquia, era lo más parecido a un príncipe occidental (a lo que Maquiavelo entendía por príncipe) de toda Europa del este. Magnánimo y cruel, poeta, mecenas y déspota, mantenía una esplendida corte con los frutos de su violencia y era capaz de quitar de la boca el pan a mil de sus siervos para ofrecerle una joya a su querida.

Nadie lo habría adivinado, pero aquel hombretón de uno noventa, anchos hombros y rasgos escandinavos poseía una debilidad, y su debilidad poseía nombre, cuerpo y los labios mas arrogantes de cuantas hembras hay sobre la tierra.

El dueño de Valaquia tenía dueña. Sonaba a romanza de trovadores italianos, pero ver a Sânge y amarla fue una cosa. Jamás conoció mujer que poseyera el poder, jamás conocería a otra. La mano de Sânge conllevaba el principado de Moldavia, pero ella manejaba su herencia con mano firme. Comprendió que ella no entregaría de buen grado sus posesiones, incluido su hermoso cuerpo, a ningún hombre.

Por eso, al escuchar el mensaje de Mircea, no le creyó. De no ser el viejo domine un hombre de tan intachable reputación lo habría mandado empalar. Su risa fácil recorrió la estancia, humillando a Mircea.

-Para ser la nueva arbiter elegantorum, Sânge me ha hecho una broma muy burda.

-El burdo sois vos, que no sabéis apreciar el amor de tan noble dama.

La risa se le congeló en los labios. Mircea no era dado a bromas y la ironía de la frase le dolió. Mircea se dio cuenta y escarbó en la herida abierta.

-En efecto, mi hija ha caído rendida ante vuestros encantos. La habéis hechizado con vuestra mirada de plata y enferma de amor me envía pediros vuestra mano.

Mircea sumaba a la crueldad del sarcasmo la impertinencia de hablarle como si fuera mujer.

-¡Basta! – Vlad encaró a Mircea; alcanzaba a ser más alto que el pero ni por eso se inmutaba. No se inmutó siquiera cuando sus narices estuvieron a punto de rozarse. Resistió indiferente el ataque de los ojos que el furor vampírico tornara rojizos: nada, el viejo permanecía ahí parado, ofreciéndole algo que no podía ser verdad.

Se alejó de él y recorrió a grandes zancadas la habitación, con el ceño fruncido. El metal que llevaba encima entrechocaba rítmicamente. El viejo permanecía estoico, oferta en mano, así que era verdad. ¡Verdad! ¡Sânge le ofrecía su mano! ¿Pero porque? Ciertamente no por amor, pues sabía que Sânge solo se sentía atraída por criaturas tan magnificas como ella. El amor no pintaba nada en los enlaces de los príncipes.

Si Sânge quería tomarlo era por Valaquia. Y ella sabía que él sabía. ¿Por qué, entonces, rompía el equilibrio con aquella propuesta?

-Sânge me conoce. Sabe que amo el poder como ella lo ama y que no lo cederé. No soy estúpido así que no creo que ella me lo cederá. ¿Así que, qué demonios haces tú aquí viejo?

-Te ofrezco una alianza. El sultán de la Sublime Puerta se vuelve más poderoso, los italianos se vuelven más descarados: los herederos de los romanos debemos unir fuerzas, escudarnos tras una formación de tortuga. Piénsalo: no eres tan fuerte como crees. Únete a Sânge y no solo serás capaz de defenderte: serás capaz de atacar.

Los ojos del viejo brillaban en un guiño cómplice. De guerrero a guerrero lo estaba tentando. Vlad creyó comprender; su risa fácil alivió la tensión de los hombros de Mircea.

-¿Qué nuevo territorio quiere conquistar Sânge?

Mircea disimuló a medias una sonrisa de triunfo: Vlad había tragado.

-Dicen que desde el castillo del príncipe de Transilvania la vista es magnífica.

-Transilvania, ¿eh? – Vlad sonrió, asintiendo – Decidle a Sânge que acepto con una condición: el matrimonio se consumara y será mi mujer cuantas veces quiera.

Tampoco ahora cambio el semblante de Mircea.

-Transmitiré vuestras palabras a mi señora.

Con una inclinación de cabeza Mircea se despidió. Al levantar la cabeza sus miradas se encontraron, midiéndose. Nunca se podía descartar la posibilidad de una traición.

 

Continuara…

 

Notas finales:

Vlad, oh mi Vlad!

El Vlad que uso aqui es prestado; invite a actuar en mi fanfic a Vladimir Girdenis, rubio y sensual (Vlad Tepes me pidio el papel, pero estoy harta de verlo a el), del maravilloso fanfic "El tesoro de Shion, el secreto de la Amatista de plata", disponble en esta misma pagina, de la autora Julxen, manager de Vlad, que me lo presto de mil amores.

A quienes siguen esta historia, kiitos!


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