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Sânge por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

I give you all I am, take the sinner down to feed desire... At least I'll give you dark delights.

 

Me entrego por completo a ti, haz caer al pecador para alimentar el deseo... al menos te daré oscuros placeres. - Charon, Ride on tears, fragmento.

 

14° Dark delights.

 

 

I give you all I am, take the sinner down to feed desire... At least I'll give you dark delights.

 

 

 

Me entrego por completo a ti, haz caer al pecador para alimentar el deseo... al menos te daré oscuros placeres. - Charon, Ride on tears, fragmento.

 

 

 

 

Al igual que Benedicta, Lídice se aproximó por la entrada principal. No recordaba donde estaba la salida del pasadizo, no recordaba de aquellas horas más que mucha negrura y mucho dolor, y estaba decidida a que parase.

Si Sânge no la quería, que la matara. No podía vivir sin ella: había arruinado su existencia, pero nunca hubo ruina más dulce. La conmoción de su arribo hacia hormiguear la fortaleza.

Golpeó la puerta con sus manitas desnudas, ignorando la lengua burlona del maligno demonio que servía como aldaba.

-¡Sânge, Sânge!-  clamó, y al oír su voz el judío se puso lívido de terror.

Sus manos temblaron y su miserable corazón temió la venganza de ultratumba de su rival. Tanto los vivos como los no muertos compartían el ancestral temor a los muertos, esos seres invulnerables, fuera de su alcance. Nada podían hacer para dañarlos. Estaban a su completa merced y eso resultaba pavoroso.

El centinela que otrora apuntó a mater Benedicta se santiguó y se encogió detrás de la tronera, dándole la espalda con los ojos obstinadamente cerrados, abrazando sus rodillas y meciéndose, entonando en voz baja un conjuro para ahuyentar fantasmas tan viejo como los seres del mas allá.

-Abrid, abrid… - de manera cansina Lídice seguía llamando, haciéndose daño con la lacerante madera - ¡Sânge!

No era la primera vez que un fantasma se levantaba de su tumba para vengarse de su asesino, pero si era la primera vez que uno llegaba a la fortaleza de la domina. Que permanecía tanto tiempo ahí: insistente, monótono. La pesadilla no terminaba porque la persona por la que el fantasma clamaba, la única que podía encararla, se hallaba durmiendo aún. Las sombras del crepúsculo se alargaban y el lastimero reclamo seguía. El centinela que otrora apuntó a mater Benedicta no cantaba más, solo se mecía golpeando su casco contra la piedra, produciendo un chasquido rítmico, desesperante, que parecía fundirse con la voz de Lídice.

Y Sânge no despertaba. Desde que Mircea se fuera con su embajada a Valaquia se había entregado a los excesos. En la penumbra de la sala del trono las orgías se prolongaban hasta las once o doce del día; por consiguiente, la domina dormía hasta tarde. Y se estaba volviendo perezosa; dormía más de lo que permanecía despierta.

Con el relajamiento de la disciplina, los vampiri se habían vuelto glotones. Ni siquiera se terminaban la comida: los cadáveres aún sangraban cuando los iban a tirar al despeñadero. Menudo desperdicio que complicaba la logística del judío.

Los vampiri no sueñan. Pero Sânge era lo bastante joven para recordar cómo eran los sueños. Como en sueños, sentía que la llamaban. Que Lídice la llamaba. Era lo bastante joven para olvidar momentáneamente que ya no podía soñar, asi que creyó que soñaba. Y sonrió, con los ojos aún cerrados, y estiró la mano. Murmuró:

-Lídice…

-¡Aaaaagggh!!! – la mujer con la que había pasado la noche, despierta ya desde hacía un buen rato, soltó un grito completamente histérico al creer que el fantasma iba a materializarse ahí mismo.

-¡Joder! – exclamó Sânge, sentándose de golpe - ¡Calla puta! – ordenó derribándola de una bofetada.

La mujer se encogió en posición fetal y estrujando las mantas se las llevó a la boca para ahogar sus sollozos.

-Sânge… abrid, abrid… Sânge

Como en los sueños que ya no podía tener Lídice la llamaba. La emoción la sobrecogió y caminó lentamente a su balcón. No podía verla, pero la olía detrás de la puerta. No se preguntó como había llegado ahí ni ninguna otra cosa. Estaba feliz. Más feliz de lo que recordaba haber estado nunca.

-¡Lídice! – llamó con una voz cristalina que pocos identificaron como la de su señora – Dejadla entrar. – ordenó a los centinelas.

El que había apuntado a mater Benedicta se engurruñó y tembló. Soldados más valientes tragaron saliva.

-¿Es que tengo que repetir dos veces las cosas? – esta vez no cabía duda de que era la voz de la domina. Veteranos vampiri que Mircea designara guardia pretoriana de su hija se adelantaron a abrir. Los goznes se deslizaron fácilmente sobre sus bien lubricados ejes.

Una muchachita que parecía recién salida de la tumba avanzó. Su brial blanco estaba desgarrado, manchado de tierra y sangre. En su pelo desgreñado se incrustaban hojas y ramitas. Estaba casi tan pálida como su mortaja, excepto en las manos, que oprimía contra su pecho. Las manos chorreaban sangre. No se oía mas que el crepitar de las llamas de los hachones que iluminaban la explanada. La muchachita avanzó hasta la mitad del patio.

-¡Sânge! – baló.

-¡Mi amor! – Sânge saltó desde su balcón. Cayó grácilmente, de pie, con las mangas y el pelo abriéndose en abanico detrás de ella. Su felicidad era tan intensa que sus ojos estaban completamente rojos.

-¡Sânge! – Lídice corrió hasta ella y se le estrelló con la gracia de un arriete.

Las manos de uñas pintadas de negro la estrecharon.

-¡Mi amor! – le repitió al oído. Su pecho subía y bajaba agitado - ¡Has regresado! – la abrazaba tan fuerte que le hacía daño - ¡Has vuelto a mí!

-Tú eres mi dueña. Mi reina, ¡mi diosa!

Sânge era tan dichosa que rió. Rió desde el fondo de su corazón, menos oscuro ahora que alojaba a Lídice. La alzó y dio vueltas con ella: sus vestidos, blanco y negro, ondearon.

Cargándola como se carga a la desposada se introdujo en la torre y subió con ella. Los siervos se apartaban, entre respetuosos y horrorizados. Algunos de los que estaban más cerca alcanzaron a oír que la domina le decía a la esclava que había vuelto a ella: dedujeron que la domina era tan poderosa como para resucitar a los muertos. Murmullos excitados llenaron el aire de vida. Lástima que esta había abandonado al centinela que otrora apuntara a mater Benedicta: un rato después, al notar que no se movía, el capitán le dio una patada. Cayó hacia un lado, rígido, y al acercar el hachón pudieron ver la máscara de absoluto terror que había petrificado sus facciones para siempre.

 

***

 

-Mi amor...

Sânge depositó a Lídice sobre las sabanas revueltas. Afortunadamente, de aquella puta solo quedaba un leve aroma flotando en el aire: demasiado leve para narices humanas. Sânge cogió las manitas de Lídice, con los nudillos destrozados, y las lamió. Su dulce sangre, tan dulcemente derramada. Lamió sus heridas hasta dejarlas limpias, apreciando enternecida el daño. Besó un puño y luego el otro.

-Haré que ese inútil judío te cure. – soltó sus manos para acariciar su cabeza. Sus dedos se atoraron en sus cabellos enredados y sucios. Atribuyó su gesto contrariado al jalón. Con sumo cuidado procuró no volverla a jalar. – Te extrañé muchísimo.

-Y yo a ti. ¡Oh, Sânge! No puedo vivir si no es a tu lado.

-Me alegra oírlo, porque planeo mantenerte a mi lado.

Emocionada, Lídice hundió el rostro en el pecho de Sânge.

-No quiero separarme de ti jamás.

-No lo harás. – le levantó el rostro; las lágrimas habían humedecido sus senos – Serás mi esposa.

Lídice lloraba de pura felicidad: las lágrimas lavaban la mugre de sus mejillas. Sânge siguió acariciándola. Primero en el rostro, después en los hombros, en los brazos. Desató el lazo que sostenía en los hombros el vestido nupcial de las vírgenes de Voronets y descubrió la blanca desnudez de Lídice, sus pechos pequeños y redondos, adornados cada uno con un pezón rosado que se irguió al tacto. La piel de Lídice se erizó conforme la mano de Sânge la recorría. Su vientre estaba tenso pero su sexo estaba tan blando. A poco de sobarlo ya había conseguido hincharlo. Al colar un dedo entre los pétalos sintió la humedad. La estimuló suave, hábilmente, mientras la veía: su rostro, sus senos, su sexo cubierto por su mano. Con sólo el dedo medio la hacía temblar de placer. Un solo dedo bastaba para rodear, apachurrar y frotar el delicado clítoris de la muchacha. La sintió estremecerse presa de un orgasmo, sin dejar de estimularla. Sus jadeítos se volvieron más fuertes y continuos.

-Oh, Sânge… no puedo soportarlo más, desflórame ya amor mío.

-No tengo con qué. – dijo la hermosa vampiresa – Tendrás que conformarte con que te coma, mi lujuriosa doncella.

Ansiosa, Lídice rodeó con sus piernas la cabeza de Sânge y meneó las caderas contra su rostro. Su boca saciaba su hambre de placer, y que delicioso manjar era la fruta rosada que Lídice guardaba entre las piernas. Su sabor era único, más intenso ahí que en ningún otro lado. Hundió su lengua a través de la no ya tan pequeña rasgadura de su himen y lengüeteó las resbalosas paredes de su vagina. Apenas había espacio para su lengua: era estrecha como una virgen, valga la redundancia.

Tan deliciosa cavidad y no tener con que poseerla: eso era lo único que, en veces como esa, Sânge envidiaba de los hombres. Una verga grande y dura como la de su pater, que debía hacerlo gozar tanto como hacia gozar. Incluso más, porque los hombres siempre, siempre, gozaban.

Metió dos dedos en la vagina de Lídice, haciéndola gemir. Oh sí, recordaba perfectamente lo grandes que se sienten dos dedos cuando eres virgen. Cuando temes desvirgarte a ti misma metiéndote un dedito, pero deseas intensamente sentir algo en tu vagina, y no importa que realmente no sientas nada, lo que importa es el goce de la mente, el saber que tienes algo ahí metido. E imaginar que Mircea está poseyéndote.

Se masturbó fuertemente, corriéndose una y otra vez sin dejar de lamer la vulva de Lídice, no mas penetrándola con los dedos por temor a estropear el presente en medio de los vigorosos movimientos del placer.

***

 

¡Viva, viva! ¡La maldita perra estaba viva! Ibrahim se tiraba de los pelos al pasearse de un lado a otro de su laboratorio. No tenía más monos que decapitar y debía preparar más cataplasma de telarañas para la maldita monja. Su rostro flotaba en su mente, deformado, simiesco, riéndose de el, de su amor impotente, de su pene fláccido…

¡Y pensar que le tuvo miedo! ¡Que la creyó un fantasma! Esa estaba viva, y bien viva, retozando en la cama de Sânge, declarada su consorte. La domina sólo esperaba el regreso de Mircea para oficiar como era debido la ceremonia. Que maldita perversión, casarse una mujer con otra: era blasfemo, grotesco… y el tendría que rendir homenaje a Lídice (escupió despectivo) y reconocerla como su señora… besar su mano y jurarle lealtad mientras ella le pisaba la nuca… ¡no, no, no!!!

Aquello lo enloquecía y no tenía mas monos que decapitar.

Tururun-tún-tún, tururun-tún-tún… tarareaba su melodía predilecta mientras se paseaba de un lado a otro, como un animal enjaulado.

Estaba tan ofuscado que tardó horas en darse cuenta de lo bueno que Lídice estuviera viva: que podía matarla. Sus ojos se iluminaron y de no haber estado castrado habría tenido una erección. ¡Si, matarla! Se sorbió las babas. Atarla a su mesa de disección y torturarla como hacían los chinos, como hacían los turcos… no, no: debía encontrar torturas mejores, aquellas eran muy suaves.

¡Matarla, si, matarla! ¡Cómo lo deseaba! Pero… ¿se atrevería?

 

Continuará…

 

Notas finales:

Juha-Pekka Leppäluotto es uno de los semes mas sensuales, machos y aaaah! que han existido *¬*

Babeo por él. Y Charon, su banda, es, o era genial. Ultimamente me persigue la maldicion de que cuanta banda chingona encuentro, banda que ya chingó o se retiró T.T vease en el pasado que halle a Norther sin Petri Lindroos y ahora a Charon a medio retirar porque sienten que ya no tienen nada que aportar el genero, doble T.T

En fin, nos vemos al proximo capitulo, pa' desquitarme tambien mis personajes se van a ir todos a la chingada :P

Kiitos!


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