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Sânge por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

El beso de la diosa de la lujuria.

5º Ibrahim

 

En cuanto el sol se puso Sânge se dirigió a la torre de Lídice. La joven, que esperaba ver entrar al judío se quedó helada al ver entrar a la vampiresa.

 Olía igual de bien que antes. Eso era buena señal.

-Tú... - Lídice trató de apartarse.

-Ven aquí.

-No quiero pecar más contigo.

-No tienes opción.

Sânge había llegado hasta ella y la había tomado en sus brazos. Cerró los ojos en un intento de sustraerse al encanto de esas pupilas que parecían cambiar de color.

Era tan hermosa su niña, cerrando los ojos, sin oponerse, como una mártir. Pero por Drakul que ella no la haría sufrir. Más bien todo lo contrario. Lamió su cuello, palpando con la lengua el recorrido de la vena bajo su piel, palpitando de manera incitante. No quedaban marcas de su anterior mordida, así que eligió el sitio más apetitoso y clavó los colmillos.

Lídice gimió de manera muy parecida a como había gemido la noche antepasada. Al sabor de la primera gota Sânge se sintió eufórica. Todavía era virgen. Parecía que, tal como decían los antiguos tratados, mientras no se rompiera el himen la mujer seguía siendo virgen, lo que dejaba la sodomía en una interesante laguna que tal vez pudiera explorar.

Separó sus colmillos y puso dos dedos sobre las heridas. La otra mano la descanso en lo alto del trasero de Lídice, atrayéndola. Buscó sus labios para besarlos.

Lídice se dejaba hacer. No tenía otra opción. ¿No tenía? Se trataba de la Domina de los vampiri, estaba prisionera en una fortaleza llena de vampiros; las pocas personas que había eran esclavos o comida.

-¿Qué pretendes hacer conmigo? - preguntó Lídice cuando Sânge liberó sus labios para besar su cuello.

-Solo beber un poco más de tu sangre. - respondió, tomándose la pregunta como referente al futuro inmediato - No puedo permitir que tu preciado elixir se desperdicie.

Se había arrodillado frente a ella y se abrazaba a sus caderas. Subía su falda. Admiraba sus muslos marfilinos: la suya era una blancura encantadora, natural, nada que ver con la aburrida palidez de los vampiros. En vano se ponía colorete: aquel beso de rosa en las mejillas de una doncella viva no se imitaba con nada.

-¿Qué... que es eso que me haces?

La lengua de Sânge exploraba su pubis, apenas cubierto de un fino vello.

-Es el beso de Venus, preciosa.

La empujó sobre la cama. Ni bien había caído cuando ya Sânge la abría de  piernas. Su lengua se dirigió directa al virginal hoyito. El sabor de esa sangre no se comparaba con nada, era la esencia misma de la feminidad, tomada de su fuente.

Sentía abrirse su herida por la violencia con que su sangre latía. Pero no importaba. Las gotas que bebía la restablecían de un modo casi milagroso. No podría penetrar en la cueva hasta que sanara. Lamía en círculos sobre la entrada. ¡Si así de suave estaba ahí como estaría por dentro!

Los guantes de Sânge, aunque largos, no tenían dedos, para permitirle maniobrar con libertad. Una uña lacada de negro se deslizó por la rosada vulva, en vertical, hundiéndose solo un poco. Con la otra mano se apretó un pecho. Era delirante verla así, abierta, dispuesta. Dócil ante ella. Era la docilidad de las mujeres el rasgo que más le gustaba encontrar en cuanto al carácter. Las quería dulces y obedientes, justo como ella no era.

Sânge estaba orgullosa de ser la Domina, de tener poder, de pelar, de decidir, de mandar. Había sido criada para ello, Mircea mismo la había enseñado. Es tu destino ser una gran señora, le repitió hasta que ninguno de los dos lo puso en duda.

Y aunque una gran señora no pudiera permitirse el compartir el poder con un esposo Sânge igual preferiría a las mujeres. Su belleza tan delicada, el placer tan intenso, tan suave.

Lídice temblaba bajo sus yemas: con solo tres dedos era capaz de hacerla experimentar ese placer. Llevó los tres dedos más arriba y lamió su hendidura, acariciando con su lengua el himen y controlándose para no penetrar. Con su dedo medio sobaba el clítoris de la joven.

-¡Sânge! - gritó esta.

Justo entonces Sânge se dio cuenta de que no le había preguntado su nombre. Jaló a la belleza por los muslos y la sentó en el borde del lecho, mirándola hacia arriba mientras se lo preguntaba.

-Lídice. - repitió, hundiendo su rostro en su escote.

Con los dientes se lo bajo hasta hacer salir un pecho. Lo cubrió de saliva antes de concentrarse en su pezón. Lídice gimió y la estrechó entre sus piernas. Ya estaba hecho, pensó fugazmente antes de abandonarse al placer. Ya no era pura.

 

***

 

El judío volvió a llevar consigo a la esclava egipcia. Esta vez Lídice se alegró de verla. Había cosas que necesitaba preguntarle a otra mujer, a una que no intimidara como Sânge. Pudorosa, no dejó que la mujer lavara su cuerpo.

-¿Quién eres?

-Nefer, la esclava maquillista de la señora.

-¿Te encargas de bañarla?

-Sí.

-¿Y ella te deja tocarla?

Nefer sonrió. Si esa niña supiera todo lo que la señora le había hecho...

-Sí.

-¿Tu eres virgen?

¿Qué pretendía esa niña?

-No.

-Yo no sé si soy virgen. Creo que no.

Así que era eso.

-Si me dejas ver, podría decírtelo.

-¿De verdad?

-Si.

El gesto franco de la esclava la convenció. Lídice se paro en la tina, chorreando, salpicada de pétalos de rosa.

-Abre las piernas y agáchate. Mucho.

Avergonzada, Lídice lo hizo. La esclava se situó detrás de ella y separó con sus morenas manos las nalgas de la joven. Ella respingó.

-Listo.

Lídice rápido volvió a hundirse hasta las orejas.

-Eres virgen.

-¿Estás segura?

Nefer asintió bonachona.

-Sânge me ha tocado.

El delineado resalto lo mucho que Nefer abrió los ojos. Solo había una persona autorizada a llamar a la señora por su nombre, su padre.

-No importa. - dijo ella - Entre mujeres no importa.

-¿No?

-No... a menos...

-¿¡Que!?

-Que una de las mujeres use algo para sustituir el miembro masculino. - al ver que Lídice no entendía prosiguió - Si, el órgano del hombre. - Nefer hizo una seña obscena pero Lídice se quedó igual. Suspiró. Decidió que ella no era nadie para pervertir a la amante de la señora.

-No sé que sea el órgano del hombre.

-Olvídalo. No le digas a la señora que te lo dije.

-¿Pero qué es? ¿Cómo sabré que ya no soy virgen? ¡Dímelo, o se lo diré a Sânge!

Sacaba las uñas, la gatita.

-Cuando te quitan la virginidad te duele y te sangra el coño, y no es por el periodo. Ya no me preguntes más, pregúntale a la señora.

Lídice se quedo insatisfecha. Se abrazó las rodillas y dejó que la esclava se ocupara de su cabello.

 

***

 

Constantinopla era un burgo abierto. Gentes de todas las etnias se daban cita en ese gran mercado, que si el rabí Jesús los hubiera visto los habría echado a latigazos.

A pesar de provenir de una raza de mercaderes a Ibrahim no le gustaba el comercio. Había algo grosero en tanto jeremiquiar y regatear, en tanto mentir y rasgarse las vestiduras.

Conocía todos los trucos del oficio; se los vio hacer a su padre.

Por eso la señora le encargaba las compras importantes. Con una escolta de mercenarios iba un par de veces al año a Constantinopla, o, si tenía suerte, hasta Genova. A conseguir las más bellas esclavas y telas. Joyas y armas.

Ibrahim era un hombre de mundo aunque él deseaba ser un hombre de ciencia. Su amor por la sabiduría lo había llevado hasta el lado oscuro, ese que Salomón inició siglos antes. Durante su juventud, mientras su padre lo arrastraba de Tesalónica a Viena, de Praga a París el entraba en contacto con los hombres sabios del mundo, no con los mercaderes amigos de su padre.

Quedo fascinado por las grandes urbes. Fascinado y repulso. No creía que el conocimiento debiera estar al alcanze de todos, como decían en París. Ni le parecía bien que los mercaderes fueran más ricos que los nobles. Despreciaba profundamente a los artesanos, que se beneficiaban de las causas sin preguntarse los efectos.

Fue en Bucarest donde lo prendieron. El y su magister cometieron el error de menospreciar la gendarmería de un pequeño burgo. Todavía no terminaban de viviseccionar  al niño cuando los sorprendieron.

El viejo iniciado no soportó la humedad del calabozo luego de los maltratos. Sus mozos años le permitieron soportar las torturas, aunque cuando lo castraron hubiera preferido morir.

Iba cabizbajo a su auto de fe. Como un leño más. Fue el último en apercibirse de que había sido liberado. Los guardias yacían cerca de la hoguera, aferrando las armas en sus dedos muertos. El inquisidor yacía bocabajo, en un charco de sangre que se extendía desde su cabeza.

La multitud huía, empavorecida. Su diversión se convirtió en turbación: no era lo mismo ser protagonista que espectador en ese nuevo circo romano. Alguien prendió fuego al cadáver putrefacto de su maestro. Pero sus ataduras fueron cortadas por un hombre maduro. Uno que le sonrió mostrándole sus afilados colmillos y luego emprendió el vuelo con él.

Se convirtió en una leyenda para las gentes de Bucarest: el judío tan condenado que el diablo mismo vino a llevárselo en cuerpo y alma.

Los vampiros lo alimentaron. Los vampiros lo curaron. Los vampiros lo enfundaron en una larga túnica amarilla y lo presentaron frente a su señora.

Ibrahim se postró delante del trono, pegando la frente al suelo como un mahometano que rezara sus necias preces. No se atrevió a levantar la mirada hasta que la señora se lo ordenó.

Se quedo boquiabierto: era una verdadera princesa. Una diosa oscura, bella, seductora. Si Sofía encarnara encarnaría en una mujer como aquella, imponente, decidida. Se excitó mirando sus botas de cuero, ese calzado masculino hecho a las proporciones de un pie de mujer. Pero aunque la sangre hervía en su interior no lograba levantar su miembro. Estaba castrado. Volvió a pegar al frente al suelo, para ocultar su llanto.

-¿Así que es este? - señaló con desdén.

-El recomendado de Aristide, Sânge, este es. - respondió el militar que lo había rescatado.

-Parece un borrego imbécil, como todos los demás judíos.

Mircea elevó las manos, como para rezar un paternóster, pero el gesto solo fue acompañado de un ladeo de cabeza.

-Mas te vale que seas tan bueno como dicen para analizar la sangre, judío. Me costó mucho trabajo retrasar tu quema hasta que se ocultara el sol, para poder salvarte.

Ibrahim ni siquiera recordaba si era noche o día mientras lo ataban al madero.

-Mi señora...

Iba a deshacerse en palabras de agradecimiento pero un vampiro-soldado le pateó el estomago, sacándole todo el aire.

-¡No hables si la señora no te lo ordena!

Ibrahim se esmeró en ser bueno. Su puesto dentro de la corte de una princesa vampiri era difícil de definir. ¿Bodegero, o estudioso? ¿Alquimista, o cocinero? Podía experimentar a sus anchas con la sangre, y debía asegurarse que la sangre que consumían los vampiros fuera saludable y sabrosa.

La selección que realizó para el convite en honor al príncipe de Valaquia le valió a su señora la reputación de ser una nueva arbiter elegantorum. E Ibrahim nunca se sintió tan orgulloso como cuando la señora le dijo:

-Judío, valió la pena salvarte.

¡Ah! Como pasaba el tiempo. ¿Aquello había sido hacia un año o diez? La colorida urbe de Bizante se extendía ante él. Para el genovés en cuya casa se hospedaba, para los que comerciaban con el, Ibrahim era el senescal de algún noble rumano de insaciable lujuria, lo cual no estaba tan lejos de la verdad.

Le tenían por muy discreto y leal siervo, pues nunca, que se supiera, había estropeado la mercancía. ¡Y eso que llevaba unas beldades dignas del harem del rey de China! Nadie, salvo Mircea y la señora, sabían que era un eunuco.

Los mercenarios que portaban su litera se abrieron paso picando las nalgas de los mirones (era incontable la cantidad de ociosos que se reunían para ver lo que no podían comprar) con sus lanzas, hasta depositar la litera de su señor en el mejor sitio, justo enfrente del anfiteatro donde las esclavas eran exhibidas.

-Shalom, Ibrahim. - el importador de esclavas le ofreció una copa especiada de mirra.

-Shalom, Abdallah. - el judío la paso a su paje, que siempre era un afeminado  jovencito. El chico bebió un trago agradecido, pues, como los pajes anteriores a él, ignoraba que era usado como catador.

Tres había enterrado ya Ibrahim.

-¿Te encargaron algo en especial?

-Vírgenes. Esta vez vengo solo por vírgenes.

Abdallah carcajeó, moviendo su oronda barriga y sus tremendos bigotes.

-¡Tu amo si que sabe! - se relamió libidinosamente.

Molesto porque aquel comerciante ruin juzgara el buen gusto de su señora, y viendo que el pajecillo seguía con vida, Ibrahim bebió su copa.

-Parece como que los hados se adelantaran a complacer los deseos de tu señor. Tengo reservado un par de hermanas, mellizas, oriundas de la última Tule o de más arriba. Son unas verdaderas bárbaras, pero más vírgenes que la madre del profeta Jesús. Ni siquiera las sacaré a exhibición. Te las vas a querer llevar en cuanto las veas. Tienen el pelo del color del fuego y la piel salpicada de graciosas manchitas.

-¿Manchas? - Ibrahim arrugó la nariz.

-Manchitas. Preciosas. Si no te gustan te las llevas gratis.

Fue el turno de Ibrahim de reír. ¿Gratis? ¡Abdallah no daría gratis ni agua al mismísimo Mahoma!

 

Continuara...

 

Notas finales:

Vivisección es cuando se diseca vivo a un ejemplar. En este caso a un niño: Ibrahim y su maestro estaban haciendo filetitos en vida al dulce infante cuando los pillo la poli. ¿el motivo? Cientifico supongo.

Me encanta este judio cabron: estoy mas que harta de que en las novelas historicas contemporaneas los judios son mas buenos que un pan. O sea, ¡no! Habia buenos y malos, no puede ser que toda una raza sea geneticamente bonachona. Basta con mirar a los cazadores de nazis que se encargaron de ejecutar la venganza por el Holocausto.

Ademas me parece curioso que en el medioevo se achacara mucho a los judios el matar de modos sadicos y profanar cadaveres, lo cual no me parece extraño pues abundando los medicos entre ellos... digamos que tenian que practicar.

Bueno, no os entretengo mas con  mis suposiciones.

Carpe noctem!


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