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Sânge por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

This is me for forever, one of the lost ones: the one without a name, without an honest heart as compass.

(Este soy yo para siempre, uno de los perdidos: el que no tiene nombre, el que no tiene un corazón honesto como guía. - Nightwish, Nemo, fragmento.)

6º Por ti.

 

-Pater, necesito que me ayudes.

Sânge le tocaba el brazo con esa carita adorable que ponía de niña. No se le podía negar nada.

-¿En qué? - respondió con cariño.

-Necesito que juegues con esta niña hasta desvirgarla. - le mostró una de las gemelas pelirrojas traídas por el judío.

Mircea soltó una carcajada cuando asimiló la petición. Sânge le pegó con la espada enfundada en la espinilla.

-Hablo en serio.

-Cariño, será fácil complacerte. - se sobaba la espinilla.

-No seas bruto. - Sânge estaba ceñuda, adorable - No quiero que te la folles como una bestia, sino que poco a poco... comiences con besos y toqueteos, llevándola al éxtasis sin romperle el himen.

-¿Sin penetrarla? - Mircea escuchaba atento.

-Sí.

Mircea curvó los labios hacia abajo: eso ya sonaba más difícil.

-¿Estas castigándome?

-¡No! Pater, ¿como puedes pensar eso? - lo tomó de los brazos - Es... un experimento.

-¿Idea del judío chiflado?

-No, mía... quiero... se trata de averiguar en que punto pierde una doncella su virtud. Si es lo mismo si yace con un hombre o con una mujer. Yo voy a yacer con su hermana gemela, les haremos lo mismo y al día siguiente el judío investigará su sangre.

-Interesante. - Mircea elevó las cejas rápidamente - ¿Podrá al menos hacerme una paja la niña?

-Sí, esta noche serán juegos con las manos.

-¿Puedo meterle un dedo?

Sânge miraba sus dedos con la boquita sensual en puchero.

-Tienes unos dedos muy grandes... - se los acariciaba - No. - dijo - Un día les meteremos un dedo, al siguiente el miembro, pero lo dejaremos al final.

Mircea asintió. Vaya ideas que se le ocurrían a su hija. Seria interesante, pero... ¿podría contenerse? Se lo exteriorizó.

-Te prestare a Nefer para que te sacies en ella. - Mircea la miró de un modo divertido - ¿Qué? Si no te gusta puedes tomar a cualquier otra esclava. O esclavo.

-No es eso. Solo pensaba... - "en que motivo puede llevar a una niña mimada a compartir sus juguetes y aplicarse a los estudios", pensaba, pero dijo - en que como no puedo romperle el himen, ¿podría sodomizarla?

Hacia a un lado los cabellos de la doncella para mirarle el trasero. Sânge sonrió maliciosísima.

-Pater, me encanta como piensas. Por supuesto que les vamos a dar por el culo. La penúltima noche: después de meterles el dedo en la vagina pero antes de romperles el himen.

-Preciosa, me siento dispuesto a empezar. - señaló su bulto en la entrepierna.

-Comienza. - se alejó un poco. Observó con avidez como el atractivo hombre maduro bajaba por los hombros la tunica blanca de la muchacha y besaba sus senos apenas descubriéndolos. Se abrazó al muro divisorio en la puerta: era ancho como su pater. Sintió el calorcillo subirle por el vientre - Pater: no te olvides. Solo juegos de manos hoy.

Mircea asintió rápido, seguro, como cuando recibía una orden de guerra. Pero la única arma con la que contaba no la desenfundaría. Recargó a la muchacha desnuda contra una columna y llevó su mano de recios dedos a su aterciopelada entrepierna. Drogada, la joven solo atinó a gemir, doblándose un poco encima de Mircea. Con un último frotarse los labios uno contra el otro Sânge se alejó de ahí.

Dispuesta en sus aposentos como una flor de ornato, la otra muchacha, ebria de calmantes que le hiciera beber Ibrahim para vencer su salvaje resistencia, había sido dispuesta sobre el lecho por Nefer, quien, atendiendo a la fantasía de su ama, solo habíala adornado entrelazando flores en su roja cabellera.

Se abrió de brazos al pie de la cama para que su esclava la desvistiera.

-Ve con el señor. - indicó, antes de lanzarse como una fiera a poner la mano sobre el sexo de la doncella del mismo modo que vio hacer a Mircea. Pegó sus labios a un pezón y chupó con tanta intensidad como frotó.

Arriba, en lo alto de su torre, Lídice, ignorante de cuanto por ella se hacia, trataba tristemente de mirarse reflejada en el cristal de su ventana.

 

***

 

Demasiado lejos de ahí, en las azules profundidades de Voronets, las monjas que habían escapado de la caza de los vampiros tenían problemas. Una docena larga de hermanas habían desaparecido, pero la cantidad de niños a cuidar seguía siendo la misma.

Los campesinos estaban aterrorizados y no abandonaban sus chozas. Permanecían hacinados en los hediondos pajares, dejando que fuera la cosecha fuera ganada por las bestias salvajes.

Faltaba el buen gobierno de mater Benedicta, quien entre fiebres y sudores llevaba todos aquellos días debatiéndose entre la vida y la muerte.

Y para colmo de males en el camino hacia el cementerio, a la altura del arroyo, el espectro de Petru surgía de las aguas donde sus restos fueran perdidos para erizar los vellos de los transeúntes con sus quejidos y su pálida visión.

-Lídice, hija... - llamaba la anciana en sueños.

Las monjas negaban sacudiendo sus negras tocas. Si la herida infectada no mataba a mater Benedicta lo haría la pena de saber que su niña era perdida.

Parecía que el Cielo se había olvidado de Voronets. Los ojos de sus iconos dibujados en oro no miraban ya a nadie.

 

***

 

Vestida con terciopelo y brocados, con el cabello adornado con una redecilla digna de la emperatriz de Bizancio, la niña miraba por entre las cortinas de su litera. Cuatro gigantescos esclavos nubios la portaban y su padre, arrogante sobre su alazán negro iba delante de ella.

Un par de hachones encendidos los precedían, y la caravana era iluminada a intervalos regulares por otros portadores de lumbreras.

El domine solo podía viajar de noche.

Lo mismo que muchos de sus soldados y sirvientes. Tres días antes habían librado sangrienta batalla en el llano que atravesaban. Montones de cadáveres que habían sido previsoramente quemados por Mircea habían dejado solo montones de polvo y huesos calcinados.

Sânge los contaba, susurrando apenas el número con sus labios demasiado sensuales. La fortaleza que su padre construyera, abandonara y reconquistara se alzaba al fondo de aquel valle, naciendo con la montaña, labrados sus cimientos en la roca viva.

El diseño era estético aunque funcional: esas elevadas torrecillas llenas de troneras, además de lucir graciosas, permitirían a los arqueros volver inexpugnable la residencia.

No había foso, en cambio, había acantilados. Con pólvora de la China su padre se las ingenió para hacer estallar la dura roca.

¡Su padre! Había dicho su padre pero no era verdad. Ese hombre gallardo y poderoso era Mircea, no su padre. Nunca hablaban de ello, tal vez Mircea creyera que no lo recordaba, pero Sânge tenia claros en la memoria los recuerdos de sus primeros años. Aquella peste dulzona y familiar de las cabras. El extraño comportamiento de los adultos, que, ahora que era culta y mayor se daba cuenta eran ensayos. Sus padres eran miembros de una compañía de cómicos de la legua. Gitanos, tal vez. Que la habrían golpeado por perder la cabra.

Ese fue uno de los motivos por los que se quedo con "el rey". Habría podido escapar de la tonta mujer que la cuidó al principio. Después, cuando Mircea conquistó la Bukovina y formó una mejor corte tuvo mejores sirvientes, tanto la nodriza como los instructores.

Y ella ya no quería escapar. A veces, al principio, extrañaba el calor del seno de su madre. Pero entonces iba y se refugiaba en el pecho de Mircea y todo estaba bien.

Los esclavos nubios depositaron cuidadosamente en el suelo su litera, a la entrada de la fortaleza. Colgantes rojos, como los de un triunfo romano, ondeaban en aras del viento frio de los Cárpatos. Mircea se apeó del semental y le tendió la mano para que saliera.

La graciosa figura de la doncella, alta ya hasta el hombro de su padre, agradó a los ojos de todos los que saboreaban como suya aquella victoria. Mircea extendió el brazo y lo deslizó mostrando el horizonte.

-Este es tu castillo Sânge. Estas rocas las levanté para que tú dominaras desde aquí.

La potente voz de Mircea llenaba de animo a sus hombres, tanto vampiri como humanos.

-Nunca olvides, hija mía - dijo ya solo a la niña - que el único limite es el que te impones aquí. - señaló su sien canosa.

-No pater. - contestó ella respetuosa, pero mirándolo como si lo desafiara.

Luego abarcó con la mirada la fortaleza, los tupidos bosques de la Bukovina, mirándolo como si considerase natural que todo le perteneciese. Mircea acarició su larga cabellera negra, complacido. Cargó a Sânge para entrar juntos en la fortaleza. Sentó a la niña a su derecha, y la belleza de la espléndida hembra, demasiado joven para ser mujer, demasiado desarrollada para ser niña, fue un adorno más valorado que los candelabros de oro que sostenían una docena de gruesas velas de cera cada uno.

Vino perfumado con mirra corrió generoso, alegrando corazones de vivos y muertos. Los vampiros bebieron sangre, mas no hicieron feos a los banquetes de los mortales, tan sabrosos de degustar, aunque no más nutritivos para ellos.

Sânge se desempeñó a la perfección como pequeña anfitriona, brindando con todos y manteniéndose despierta cuando hacia ya mucho rato que su hora de dormir había pasado. Cuando el codo que sostenía su carita dormida se desplomó derramando su copa de sangre Mircea decidió que era hora de llevarla a dormir.

Grande fue su sorpresa cuando, avanzando por el pasillo, los brazos en apariencia exánimes de la adolescente abrazaron su cuello.

-Pater... - sus ojos, sombreados por largas pestañas, lo miraban con ternura. Con algo más que ternura.

-Sânge...

-¿Cuándo me darás tu sangre?

-Todavía no mi pequeña. Déjame disfrutarte un poco más. - la abrazó paternalmente.

-¿Cuándo? - la niña insistió y tiró de la oreja de su padre.

-Cuando te hayas desarrollado por completo y seas toda una mujer. - tocó sus despuntantes pechos - Cuando estés en el culmine de tu belleza.

Sânge se quedó pensativa. Jaló a su padre para que se acostara con ella en el lecho.

-¿Cuándo sea una mujer? - repitió.

-Sí.

-¿Quién me convertirá en mujer pater?

Mircea se atragantó con su saliva. Que precoz era su niña.

-Quien tú quieras.

-Quiero que seas tú.

Mircea jadeó. Hubiese preferido estar en un campo de batalla, al frente de sus hombres, coqueteando con la muerte, y no ahí en al lado de una doncellita que lo derrotaba con sus palabras.

-Eso no puede ser.

-¿Por qué no?! - se violentó Sânge - ¡Tú no eres mi padre!

-Sânge...

-¡Tú no eres mi padre! - Sânge pegó puñetazos a su pecho - ¡Tú no eres mi padre! ¡Tú me robaste!

Por la adolescencia, Sânge se preguntaba como habría sido su vida si Mircea la hubiese devuelto a sus padres. Pero cualesquiera que fueran las cosas que elucubraba, ninguna le parecía preferible a estar con su pater.

-Sânge...

-Mi nombre no es Sânge...

Mircea trató de consolarla pero ella rompió a llorar. Con las mejillas sonrosadas y bañadas en lágrimas sujetó su rostro, mirándolo con vehemencia. Luego lo besó. Mircea se dejó besar, cuidándose bien de no corresponderle ni un ápice. Cuidándose de mostrarse de piedra cuando en realidad si estaba poniéndose duro como la piedra.

-Pater... estas llorando. ¡Oh pater, soy una tonta! ¡Por supuesto que me llamo Sânge! ¡Ese es mi nombre para siempre!

-¡Hija! - Mircea la estrechó casi compulsivamente.

Sânge se dejó abrazar. Y aunque no insistió más en ser desvirgada por su padre, se juró que si no era de Mircea no seria de ningún hombre.

 

Continuará...

 

Notas finales:

Nemo, en latín, quiere decir nadie.

Muchas gracias por sus comentarios, espero contestarlos a la brevedad posible.

Carpe noctem!


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