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Sânge por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Hon ristade sitt tecken, sin runa, med en ryckande arm: ensam på rymdens tron, i all sin prakt.

Ella forjó su destino, su runa, con la mano temblorosa: quedó sola en su trono en el espacio, en toda su gloria. Solsagan, Fintroll, fragmento.

8° Una cosa o la otra.

 

Ibrahim estaba fascinado con los resultados del experimento. Anotaba con su caligrafía demasiado pulcra las observaciones. Conservaba a los sujetos de experimentación en una jaula en su estudio. Se le ocurrió que quizás el libre albedrio contase a la hora de señalar la virginidad, así que la gemela que tocó a Mircea no estuvo drogada durante su desfloración.

La joven lloró y peleó, pero que lo caparan de nuevo si aquello no fue excitante. Con su varonil cuerpo el viejo domine la sometió, y fue muy agradable de ver como sus testículos se manchaban de sangre conforme la penetraba. Se retiró de ella saciado, saciado al fin, con su miembro, todavía erguido, sucio de sangre virginal y simiente. Por algún motivo el gesto de Mircea tenía un aire serio, como si no acabara de gustarle lo que había hecho. Quizá la doncella había sido demasiado estrecha. Jamás se le ocurrió pensar que quizá a Mircea no le gustaba violar.

Al comparar la sangre de ella con la de su hermana, que había perdido su virtud en un paraíso de miel verde, a manos o lo que hubiera usado la señora, descubrió que eran iguales. No importaba si estaba alucinada o en su juicio... aunque quizás, bueno, no podía decirse que ninguna hubiera consentido, ¿no? Por lo que no afectaba a su investigación.

Era obvio que una doncella que consintiera perdería la virtud. Pues las forzadas también, estuvieran o no en su juicio.

Ahora que ya no estaban drogadas ni servían para nada las hermanas padecían la enfermedad que sigue al prolongado consumo de estupefacientes. Ratos de gritar y ponerse violentas alternaban con ratos de tal inacción que se acercaba a verificar que estuvieran con vida.

Las metió en la jaula para que no hicieran daño a nadie. Estaban desgreñadas y con las túnicas rasgadas, cosas ambas que se habían hecho solas. Decidió que ahí las dejaría hasta que la Domina decidiera su suerte. Claro que estaba tan flipada por su nueva putilla que no creía se acordara siquiera de sus cobayas.

¿Y si le preguntaba al señor? Lo haría en cuanto las jóvenes hubieran superado la enfermedad. La superarían solas, con pan y agua, pues el estaba ocupado en cosas mas importantes. Debía terminar el manuscrito de su "Tratado sobre las virtudes de la sangre de virgen" para poder mandarlo a los iluminadores.

 

***

 

A los veinticinco años Sânge sentía que la vida se le escapaba como polvo entre los dedos. Hacia ya mucho tiempo que había peleado su primer batalla, poseído a su primer mujer...

Fastidiada, lanzó la pluma contra el pergamino como si fuera una lanza, y, como si de sangre manando de una herida se tratase, la tinta de la pluma se extendió concéntricamente por el pergamino.

La joven vestida como varón se reclinó en su poltrona. El cuero y la madera chirriaban conforme ella se mecía mirando atentamente a su interior. Cartas, recados, cuentas... estaba harta de ellas. Jamás pillaría el truco a la poesía, aunque estuviera tan de moda. ¿Dieciocho silabas rimando las dos ultimas con las de la segunda línea hacia abajo? Le parecía una cursilería propia de maricones.

Para ella la poesía estaba en el agradable peso de su espada, el sonido de esta al cortar el aire antes de topar con carne, la visión de la sangre manando en caprichosos recorridos, como de una fuente.

O en construir torres terminadas en agujas que amenazaran al cielo, que amedrentaran a los campesinos que bajo ellas pasaran. Había decidido embellecer la fortaleza de su padre. Un pequeño ejército de albañiles, mamposteros y picapedreros atronaban sus horas de sueño.

Si, Sânge dormía de día. Toda su vida se había preparado para ser una vampiresa. ¿Cuánto más esperaría Mircea? No seria más hermosa de lo que era ahora, y se consideraba toda una mujer. A Mircea menos que a nadie debería importarle que no hubiera conocido varón, pues él le enseñó que valía por lo que tenía sobre los hombros y no entre las piernas.

-¿Cómo esta mi heredera?

Abrió los ojos. El rostro de Mircea estaba sobre ella, pero al revés, pues estaba de pie detrás de su poltrona.

-Harta. - dijo ella.

-Veo que tus ejercicios liricos no mejoran.

-A la mierda con los ejercicios liricos.

-El príncipe de Valaquia es un gran poeta.

-Entonces lo derrotaré tumbando mujeres en el lecho o enemigos en el campo, y no garabateando gorgoritos.

Mircea se rió, con una risa alegre que le brotaba del alma.

-Has aprendido a enfocar los problemas.

-He aprendido cuanto es necesario aprender pater. - Sânge se cruzó de brazos. - Toda la vida me he preparado para ser la princesa de Moldavia.

-Pero yo todavía no soy príncipe de Moldavia. Para poder ser príncipe debo declararme vasallo del rey de Rumania o del de Hungría.

Declararse vasallo del sultán de la Sublime Puerta estaba fuera de consideración: era un infiel.

Sânge curvó los sensuales labios hacia abajo.

-No es el principado lo que quieres, ¿verdad?

-Dame tu sangre y lo conquistaré para ti.

-¿Para mi? ¡Pero hija mía! Si todo lo que tengo es tuyo, y todo lo que quiero lo quiero para ti.

-Dame tu sangre pater, para que verdaderamente seamos padre e hija.

Sânge lo había cogido del cuello de la capa y jalado hacia abajo.

-Si das este paso no habrá vuelta atrás. - advirtió Mircea, acongojado.

-Atrás no tengo nada pater, todo esta adelante.

Mircea sonrió con tristeza: era verdad, así era para los jóvenes. Todo estaba adelante. Había preparado a Sânge como el jamás fue preparado: le dio la educación que nunca tuvo, los privilegios que nunca tuvo.

Pero ahora, al borde mismo del paso, se preguntaba si obró bien. Sânge jamás había sido humillada o derrotada. ¿Podría superarlo cuando le llegara? Tal vez la privara de la lección más importante con sus afeminados cuidados.

Sânge estaba acostumbrada a tener lo que quería, a no recibir un no como respuesta. Se había distraído en sus pensamientos y la joven tomo ventaja: su labio inferior estaba preso por los de ella y ella lo estaba mordiendo. La mordió él a ella; sus bocas estaban trabadas, el aspiraba el perfume que subía de sus cabellos sueltos, de su joven cuerpo de hembra apetitosa.

Su hija. Cuando le diera su sangre aquella mujer tan deseable, todavía intacta, seria su hija. Era una tonta si creía que podría llegar a la cima sin usar el sexo. No quería que nadie la tocara, era suya, pero un día sucedería: era inevitable. No quería que ningún cerdo se jactara de haber desflorado a su niña. Estaba seguro de que Sânge lo deseaba aun, pero, ¿podría el cargar con el peso de ese pecado? Su propia hija...

La levantó: era tan ligera. Los muslos tiernos se adivinaban bajo los pantalones. A primera vista se notaba que era mujer, con aquellas nalgas voluminosas que desafiaban a la gravedad. Se paró con ella frente a un espejo, abrazándola por la espalda, para mirar en la misma dirección. La veía reflejada, tan hermosa, en una postura forzada. No pudo evitar el cubrir sus pechos con sus manos y estrujarlos. Sânge gimió.

-No me provoques Sânge.

-Eres tú el que me provoca pater. - frotó su trasero contra su cadera.

-No sabes lo que quieres.

-Lo he querido siempre. - lo miro lánguida, a través de sus curvas pestañas.

-¡No sabes nada! - Mircea la arrojó sobre el lecho y se arrojó sobre ella - ¡Nada! Toda tu vida te he tenido protegida como la llama de la vela en día ventoso... ¿He obrado mal? - se preguntó en voz alta.

-Pater...

Sânge lo besó, demorándose en pasar su lengua por sus encías, por sus dientes, por sus colmillos. Elevó el torso para pegar sus pechos a pecho de Mircea. Mircea la alojó entre sus brazos, protector. Tan pequeña, tan frágil: Sânge era agradable bajo su cuerpo. Podía oler su sangre a través de su piel, tan incitante como el aroma de su sexo.

Una cosa o la otra.

Mircea clavó sus colmillos en su yugular y la hizo sufrir y gozar. La mordida de un vampiro era dolorosa; Sânge le apretaba la espalda, lo rodeaba con sus piernas, frotándose contra el. Mircea desgarró su túnica para exponer sus pechos, redondos, llenos. Deslizó sus labios hasta ellos y los recorrió con su lengua antes de morder el izquierdo, el que estaba sobre el corazón. Sânge jadeó y apretó su cabeza canosa contra su pecho. Se frotaba frenética contra el, arqueando espalda y cuello.

-¡Mircea!

Aquella fue la primer palabra que le dirigiera. Soltó su pecho y dos rojos hilillos corrieron de dos rojos orificios. Volvió a su cuello, a morderla por el otro lado. Se permitió bajar una mano por su vientre hasta su calido sexo, frotándola por encima del pantalón.

-¡Oh pater!

Bebía lentamente su sangre, teniendo mucho cuidado en no ponerla en peligro. Debía extraerle la sangre hasta un nivel crítico. El placer evitaba que Sânge cayera inconsciente.

-Sânge, mi vida...

Ella lo miró medio ida por entre sus tupidas pestañas.

-Muérdeme. - se giró sobre el lecho, cargándola sobre el - Muérdeme mi niña, toma mi sangre. - rasgando la abertura de su túnica expuso el pecho.

Ávida, Sânge llevó su boca ahí. Luego, subiendo a besitos que eran como pasitos se arrastró hasta su cuello, palpándolo con su lengua como Mircea le enseñó a hacer, hasta dar con la vena del vampiro. No tenía los colmillos desarrollados así que seria difícil. Atacó con torpeza, con violencia; a Mircea le escocia cada nueva dentellada dada sobre la anterior, su sangre escurría hasta perderse en su nuca, la que Sânge no chupaba con sus labios demasiado sensuales.

Estaba montada sobre el torso del hombre y chupaba como si besara, para después dentellear y morder la herida. Cuando Mircea decidió que así nunca terminarían se sentó, y con ella acostada sobre sus piernas, perpendicular hacia el, se mordió certeramente la muñeca, clavándose profundamente los colmillos, para luego poner la goteante herida sobre los labios de su hija.

Sânge se los relamió y dejo que unas gotas mancharan su rostro. Luego se pegó a la herida y mamó. Mamó y mamó como no lo hiciera ni del pecho de su olvidada madre. Estaba ahíta de sangre pero su sed no se apagaba, su sed por Mircea no se apagaba... ¿se apagaría alguna vez?

Exhausta, despegó sus labios rojos. Mircea la jaló para desplomarse con ella a su lado. Antes de cerrar los ojos vio su perfil, y el perfil de su madre, y el perfil de la madre de su madre, a la que nunca viera, y el de la madre de la madre de su madre y el de todas las mujeres cuya sangre, a través de él, había pasado a Sânge para vivir en ella.

 

***

Continuara...

 

Notas finales:

El sueco es practicamente imposible de pronunciar, ora hacerlo en voz gutural... T.T pero no pierdo la esperanza de que en mi proxima gripa pueda cantar como Vreth *.*

Link a la cancion: http://www.youtube.com/watch?v=mkVwA__Fk9g

Gracias a todos por su paciencia y ojala hayan disfrutado su lectura. En caso contrario les recomiendo "La colega tatuada", de Margherita Oggero ;)

Kiitos!


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