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Sânge por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

 Jag är världens mörkret, jag är det dödande vattnet; jag är livets blod.

(Yo soy la oscuridad del mundo, yo soy el agua mortal; yo soy la esencia de la vida. Finntroll, Nattfodd, fragmento)

3º Sânge

 

Conforme recuperaba las fuerzas, Lídice solo pensaba en una cosa: escapar. Quería regresar a Voronets, hacer los votos y convertirse en una monja contemplativa, que no volvería a salir, ni muerta, de la protección de los muros decorados.

Se hacia la dormida cuando el médico judío entraba, con la esperanza de que un día olvidara echar cerrojo a la puerta. Pero aquel maldito carcelero, de la raza de los que mataron a Jesús, tenía una memoria excelente.

En su habitación había luz: los barrotes del balcón no le impedían entrar. Asomada, pasando casi la cabeza entre dos tubos de hierro, Lídice contemplaba el mundo desde lo alto de la torre. Cuando hacia buen sol, el destello rojizo que percibía allá lejos en la hondonada le hacia pensar que estaba cerca de Humor. Si lograba llegar a Humor las monjas de ahí la conducirían a Voronets a través de los pasadizos subterráneos.

Además del judío, Lídice no recibía visitas. Por lo menos no de manera conciente. A veces, en la noche, se despertaba sintiéndose observada, solo para escuchar un aleteo alejándose de su balcón. Sin saber cómo, despertaba peinada. Y en vano intentaba sustituir su espejo con la superficie reflejante del caldo. El reflejo móvil, perlado de gotas de grasa, no le permitía verse bien.

Conforme sus mejillas se teñían de rosa sus labios se curvaban hacia abajo.

-Mas te valdría que hoy en verdad durmieras durante el día, pequeña farsante. - le dijo el judío al llevarle la primera comida del día.

Intrigada, Lídice no podía ni estarse quieta en su cama. El judío la pilló asomada al balcón cuando le llevó la segunda comida. Regresó más pronto de lo acostumbrado por las escudillas, en compañía de una esclava.

Su piel morena y las gruesas muñequeras de oro la delataban como tal. Estaba medio desnuda, cubierta de joyas que no eran más que una burla a su miseria, con el vientre expuesto y los pechos flotando disolutos bajo la tenue pechera de gasa.

Afrentada en su pudor, Lídice se mostró renuente a que esa mujer la tocara.

-Va a bañarte y perfumarte. - le dijo el judío con tono irritado - No comprende nuestro idioma.

-Este no es tu idioma. - le hablo Lídice hosca - Judío. - remató con desprecio.

-No puedo permanecer aquí, pero si dificultas su tarea la azotaran... o algo peor.

Salió. El portazo seguido del odioso sonido del cerrojo.

Lídice miró con desconfianza la tina que los otros esclavos habían dejado ahí. Olía hermoso.

-¡No me toques! Me bañaré, no quiero que te azoten, pero voltéate y no me mires. ¡No me mires! ¡¿No entiendes?!

Lídice le arrojó una manta encima y se despojó a toda prisa de su brial.

-¡No me mires! - le arrojó el brial y saltó a la tina, sumiéndose hasta la altura de los labios en el agua, sintiéndose cubierta por los pétalos de rosa - ¡No te acerques! - sacó la cabeza - ¡No, no! ¡Que disoluta eres!

La esclava egipcia batalló para ocuparse de su cabello. Era una hermosa jovencita, pero muy salvaje. Como una gema en bruto. Pudo maquillarla gracias a que se quedó extasiada mirándose en el espejo. Pobrecilla, pensó la esclava, de seguro es la primera vez que se mira en uno.

Se caía de sueño cuando un hombre viejo, de porte marcial, vino por ella.

 

***

 

Sânge se inflamó de pasión en cuanto la vio entrar. La sangre mano de la herida con una violenta pulsación, expandiendo un poco más la mancha en su vestido. Podía olerla, y el perfume amenazaba con enloquecerla.

No obstante, solo apoyo el codo en una manga de su trono, inclinando su gracioso talle.

-Esta es la doncella que ha salvado mi vida.

Había una leve gravedad en el tono de su voz, o quizás fuera solo la autoridad con la que hablaba.

Mircea, que no aprobaba su decisión, fue el único que se permitió manifestar un leve meneo de cabeza.

La corte de los vampiros intercambio discretas opiniones. Era linda y estaba en su punto más atractivo: le estaba sucediendo lo que sucede a todas las mujeres fértiles. Los más osados se permitieron relamerse los labios.

Ellos podían muy bien ver a Lídice, pues sus ojos estaban acostumbrados a la penumbra. Pero a la joven, la insuficiente luz de las velas, los cristales negros, demasiado estrechos y demasiado largos de la sala del trono no le permitían ver casi nada. Estuvo a punto de caer, pero el hombre la sujetó.

Se pegó mas a él, lo sentía protector en medio de tanto vampiro.

-Será mi invitada mientras recupero mis fuerzas. - pronunció Sânge.

Lídice pensó que habría algo mas, una explicación, quizás, pero la Domina dio una palmada y la música comenzó.

Un cuarteto de músicos ciegos, en una esquina de la sala, al estilo griego, tocaban sus instrumentos de cuerda y flauta. Sirvientes jóvenes, a la usanza turca, entraron portando bandejas con manjares, líquidos casi todos ellos, oscuros líquidos en copas.

Cuando un cortesano cogió su mano para besarla Lídice la quitó aterrada. Mircea inclinó la cabeza y la condujo del brazo.

-Nada te pasará. - le dijo. Luego, considerando que a una campesina inculta se le tenían que explicar las cosas con detalle, añadió - La señora te debe la vida, así que tu vida no será tomada. Serás su invitada mientras se restablece, así que serás tratada con la misma deferencia que ella.

El hombre tenía una voz grave, potente aun, a pesar de su edad. Lídice decidió que permanecería a su lado tanto como pudiera. Había algo protector en él.

-El protocolo exige que te muestres un poco, para que nadie tenga la excusa de haberte confundido con la nueva remesa...

-¿Usted también... es un vampiro?

Mircea sonrió ampliamente, mostrando sus colmillos. Luego pilló a un jovencito de los que trasportaban bandejas, lo doblegó en sus brazos y se inclinó sobre su cuello para darle el beso fatal. Los gemidos y temblores del chico hicieron pensar a Lídice en la noche de bodas, o en el contacto pecaminoso.

Mas cuando el chico cayo exánime al suelo no se sintió excitada sino aterrada. La sonrisa del viejo, aun más que sus colmillos rojos, era siniestra. Tal vez había algo protector en él, pero ciertamente no era algo que la protegería a ella. Retrocedió, asustada, hasta chocar con un cuerpo voluptuoso.

Unas manos pálidas, de largas uñas teñidas de negro ciñeron su cintura. Lídice volteó y sintió la mirada de fuego bajando por su rostro, por su cuello. Sus pestañas temblaron al sentir como las manos subían hasta abarcar sus pechos, apretándolos.

El deseo de Sânge era tan intenso que podía sentirse.

-Anda, vete ya. - la animó Mircea, condescendiente - Yo me ocuparé  del embajador del basileo.

-Gracias, pater.

La sorpresa hizo volver un poco en si a Lídice. Sânge tenía el poder de inmovilizar su cuerpo y su mente, su contacto era como el jugo de la adormidera. Sin resistirse se dejo conducir. Risas maliciosas siguieron a su desaparición: no era ningún secreto que la Domina prefería a las mujeres.

-Te he deseado desde la primera vez que te olí... - susurró a su oído Sânge.

El corazón de Lídice se aceleró. ¿Deseado? ¿Podía una mujer desear a otra? La sensación de la lengua deslizándose detrás de su oreja era demasiado deliciosa para estar permitida.

Mater Benedicta le recomendó huir de la sensualidad. No aprobaba que se mirase tanto al espejo, aunque ella le había explicado que no tenía que ver con la vanidad. Huir de los placeres del mundo... ¡Huir de los placeres de la carne!

Lídice se sacudió. Aquello no podía estar bien. Sânge era demasiado hermosa.

-Ven aquí pequeña flor, no voy a lastimarte.

Sânge avanzaba, hipnótica, como un felino. Lídice negó con la cabeza. La vampiresa rasgó su vestido. Sus pequeños pechos, sus muslos manchados, quedaron expuestos.

-¡No!

Sânge la arrojó al lecho. Necesitaba tanto una segunda dosis... pero no se atrevía a volver a morderla, no quería perder el control una segunda vez... Por eso, cuando el médico judío le informó que la pequeña se encontraba en su periodo decidió organizar esa fiesta. Sus súbditos merecían celebrar lo mismo que ella.

Sânge dejó resbalar su vestido por sus caderas.

-¡No!

Lídice derramaba lágrimas por su pudor afrentado: desnuda yaciendo con otra mujer desnuda, toqueteos impuros explorando su vientre, caricias lascivas sobre su pecho y una lengua que invadía, impúdica, su boca.

Había sobrevivido y cumpliría su promesa de mostrarle el verdadero paraíso... quisiera o no. Todas las vírgenes se negaban, al principio. Mujeres abiertamente apasionadas por mujeres solo había conocido en oriente, donde todo estaba permitido.

Sus uñas lacadas de negro recorrieron la piel de seda. Era tan suave, tan cálida... La esencia de la sensualidad pertenecía a la mujer, así como la belleza más exquisita. ¿Qué rostro de hombre podía compararse a la delicada faz de una doncella? ¿Qué hermosura tenían ellos que oponer a las redondeadas opulencias de una mujer?

Su sexo era burdo, obvio, nada que ver con los delicados pétalos que ocultan los tesoros de una mujer.

Sânge besaba aquellos labios mientras repegaba sus pechos desnudos a los pechos desnudos de Lídice, entrelazando sus piernas con las de ella, atrapándola en un estrecho abrazo, moviéndose como anguila en busca del placer. El sexo de Sânge se contraía, era experta en conseguirlo. Abarcó con sus manos los pechos de Lídice, masajeándolos, hinchándolos. Soltó su boca. Aunque ella dijera que no su cuerpo decía que sí. Cerró sus labios en torno a un rosado pezón y el otro se erectó tal como lo hacía su gemelo al contacto de la lengua de Sânge.

El vientre de Lídice se tensaba, era hora de que Sânge bajara a beber lo que había buscado. Separó los muslos de la virgen y lamió primero lo que había escurrido. Lídice estaba empapada. De su misteriosa hendidura los jugos habían escurrido, generosos, rojizos.

"¡No!", gritó de nuevo, cuando la lengua de Sânge recorrió por vez primera sus labios. Quiso cerrar los muslos pero Sânge se los apretó, manteniéndolos abiertos. Deslizó su lengua justo por el centro, internándose un poquito, muy poco, lo justo para permitirse lamer la sangre que la curaba. Sentía un bienestar inmenso cuanta más sangre bebía.

Sangre de virgen. Virgen que debía permanecer pura para que siguiera siendo curativa. Ningún hombre tocaría a su pequeña, jamás. Sería solo suya. Pero con medida, no podía permitirse el desvirgarla... en caso de que tal cosa fuera posible.

Mientras el himen permaneciera intacto, Lídice seguiría siendo virgen. Enfiló más arriba, abandonando el punto de donde manaba la vida y dirigiéndose al botón del máximo placer. Las negativas de Lídice se convertían en jadeos y Sânge misma sentía su sexo empaparse. Estaba tan resbalosa que se correría a diez segundos de frotarse.

Bajó su diestra y se frotó, sus dedos resbalaban hacia el interior, había tanta humedad que no podía frotarse bien. Abrió más las piernas y se penetró con dos dedos, gozando mientras chupaba el botón de Lídice y la hacía experimentar el paraíso en la tierra.

Sus nalgas se estremecieron cuando alcanzaron el clímax al unísono.

 

Continuará...

 

Notas finales:

Enlace a la cancion Nattfodd: http://www.youtube.com/watch?v=k5VkiQoxGLE

Nada que agregar por hoy mas que,

Carpe noctem!


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