Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Flores en el atico por LegalmenteYaoi1

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Gracias por el unico comentario que recibi aqui ya tengo el cap 2 espero que lo disfruten.

Cuando era joven, al principio de los años cincuenta, creía que la vida entera iba a ser como un largo y esplendoroso día de verano. Después de todo, así fue como empezó. No puedo decir mucho sobre nuestra primera infancia, excepto que fue muy agradable, cosa por la cual debiera sentirme eternamente agradecida. No éramos ricos, pero tampoco pobres. Si nos faltó alguna cosa, no se me ocurre qué pudo haber sido; si teníamos lujos, tampoco podría decir cuáles fueron sin comparar nuestra vida con la de los demás, y en nuestro barrio de clase media nadie tenía ni más ni menos que nosotros. Es decir que, comparando unas cosas con otras, nuestra vida era la de unos niños corrientes, de tipo medio.

 

Nuestro padre se encargaba de las relaciones públicas de una gran empresa que fabricaba computadoras, con sede en Kyoto, estado de Japón, con una población de doce mil seiscientos dos habitantes. Nuestro padre tenía mucho éxito en su trabajo, porque su jefe venía con frecuencia a comer a casa y alababa mucho el trabajo que papá parecía realizar tan bien.

 

«Es ese rostro tuyo, tan japonés, sano, abrumadoramente guapo, y esos modales tan llenos de encanto lo que conquista a la gente. Santo cielo, Tohma, ¿qué persona normal podría resistirse a un hombre como tú?»

 

Y yo le daba la razón, con todo entusiasmo. Nuestro padre era perfecto. Medía un metro noventa de estatura, pesaba ochenta y dos kilos, y su pelo era espeso y de un rubio intenso, y justamente lo bastante ondulado para resultar muy atractivo; sus ojos eran verdes y estaban llenos de vida y buen humor. Su nariz era recta, ni demasiado larga ni demasiado estrecha ni demasiado gruesa. Jugaba al tenis y al golf como un profesional, y nadaba con tanta frecuencia que se mantenía atezado durante todo el año. Siempre estaba viajando en avión a California, Florida, Arizona o Hawai, o incluso Inglaterra, por motivos de trabajo, mientras nosotros nos quedábamos en casa, al cuidado de nuestra madre.

 

Cuando volvía a casa y entraba por la puerta principal, todos los viernes por la tarde (solía decir que le horrorizaba la idea de estar separado de nosotros más de cinco días seguidos), aunque estuviera lloviendo o nevando, el sol parecía brillar de nuevo en cuanto él nos dedicaba su gran sonrisa feliz.

 

-      ¡hala, venid a besarme, si me queréis de verdad!

-       

Mi hermano y yo solíamos escondernos cerca de la puerta principal, y, en cuanto oíamos su saludo, salíamos corriendo de detrás de una silla, o del sofá para lanzarnos en su brazos abiertos de par en par, que nos recibían y nos levantaban inmediatamente. Nos apretaba con fuerza contra su pecho y nos calentaba los labios con sus besos. El viernes era el mejor de los días, porque nos devolvía a papá, para estar con nosotros.

 

 En los bolsillos de su traje encontrábamos pequeños regalos, pero en la maleta guardaba los regalos más grandes, que nos iba entregando uno a uno en cuanto saludaba a nuestra madre, que solía esperar pacientemente en el fondo, hasta que hubiera terminado con nosotros.

 

Después de recibir los regalos, Yuki y yo nos apartábamos a un lado para ver acercarse a mamá despacio con una sonrisa de bienvenida que hacía brillar los ojos de papá, quien la tomaba en sus brazos y la miraba fijamente al rostro, como si por lo menos hiciera un año que no la veía.

 

Los viernes, mamá se pasaba todo el día en el salón de belleza arreglándose el pelo y las uñas; y luego volvía a casa y tomaba un largo baño de agua perfumada. Yo me introducía en su cuarto para verla salir del baño envuelta en un batín transparente; entonces, ella se sentaba ante su tocador a maquillarse cuidadosamente, iba absorbiendo todo cuanto la veía hacer para convertirse, de la mujer bonita que era, en un ser tan sorprendentemente bello que no parecía real. Lo más asombroso era que nuestro padre estaba convencido de que no se había maquillado, y pensaba que mamá era una impresionante belleza natural.

 

La palabra querer se derrochaba en nuestra casa: « ¿Me queréis? Yo a vosotros os quiero muchísimo. ¿Me echasteis de menos? ¿Os alegráis de verme otra vez en casa? ¿Pensasteis en mí estos días?, ¿todas las noches? ¿Estuvisteis inquietos y desasosegados, deseando que volviera con vosotros? -Nos abrazaba-. Mira, Mika, que si no fuese así a lo mejor preferiría morirme.»

 

Y mamá sabía contestar muy bien a estas preguntas: con sus ojos, con susurros llenos de suavidad, y con besos.

 

Un día, Yuki y yo volvíamos corriendo del colegio, mientras el viento invernal nos empujaba, haciéndonos entrar más rápidamente en la casa.

 

- ¡Hala, quitaos las botas y dejadlas en el recibidor! -nos gritó mamá desde el cuarto de estar, donde la veía sentada ante la chimenea, haciendo un jersey de punto que parecía para una muñeca. Pensé que sería un regalo de Navidad para uno de mis muñecos.

 

Y quitaos los zapatos antes de entrar aquí -añadió.

 

Nos quitamos las botas, los abrigos de invierno y los gorros en el recibidor, y luego entramos corriendo, en calcetines, en el cuarto de estar, con su gruesa alfombra blanca. Aquel cuarto, de color pastel, decorado para acentuar la belleza suave de mi madre, nos estaba prohibido a nosotros casi siempre. Era nuestro cuarto de visitas, el cuarto de nuestra madre, y nunca nos sentimos verdaderamente cómodos en el sofá cubierto de brocado color albaricoque o en las sillas de terciopelo. Preferíamos el cuarto de papá, con sus paredes de artesonado oscuro y su sofá de resistente tela escocesa a cuadros, donde podíamos revolcarnos y jugar, sin preocuparnos nunca de estropear nada.

 

-      ¡A fuera hiela, mamá! -Exclamé, sin aliento, echándome a sus pies y acercando las piernas al fuego-. Pero el trayecto hasta casa, en bicicleta, fue precioso, con los árboles resplandecientes de pedacitos de hielo que parecían diamantes, y prismas de cristal en las matas. Parece un paisaje de hadas, mamá no me gustaría nada vivir en el Sur, donde nunca nieva.

 

Yuki no hablaba del tiempo y de su congelada belleza. Tenía dos años y cinco meses más que yo, y era mucho más sensato que yo; eso lo sé ahora. Se calentaba los pies helados igual que yo, pero tenía la vista fija en el rostro de mamá y sus cejas oscuras se fruncían de inquietud.

 

También yo levanté la vista hacia ella, preguntándome qué vería  Yuki para sentir tal preocupación. Mamá estaba haciendo punto con rapidez y seguridad, aunque de vez en cuando echaba una ojeada a las instrucciones.

-Mamá, ¿te encuentras bien? -preguntó Yuki.

-Sí, claro que sí -respondió ella con una sonrisa suave y dulce.

-Pues a mí me parece que estás cansada.

Dejó a un lado el diminuto jersey.

 

-Fui a ver al médico hoy -dijo, inclinándose hacia adelante para acariciar la mejilla sonrosada y fría de Yuki.        

-Mamá  -exclamó mi hermano-, ¿es que estás enferma?

 

Ella rió suavemente; luego pasó sus dedos largos y finos por entre los rizos revueltos y rubios y musitó:

 

-Yuki Seguchi, no te hagas el tonto. Ya te he visto mirarme lleno de recelo.

 

Le cogió la mano, y también una de las mías, y se llevó las dos a su vientre protuberante.

 

-No sentís nada? -preguntó, con aquella mirada secreta y feliz de nuevo en su rostro.

 

Rápidamente, Yuki apartó la mano, al tiempo que su rostro enrojecía. Pero yo dejé la mía donde estaba, sorprendido, esperando.

 

-¿Qué notas tu,Shuichi?

 

Contra mi mano, bajo el vestido, sucedía algo extraño.

 

Pequeños y leves movimientos agitaban su carne. Levanté la cabeza y la miré a la cara, y aún recuerdo lo bella que estaba, como una madonna de Rafael.

 

-Mamá, se te revuelve la comida, o es que tienes gases.

 

La risa hizo brillar sus ojos cafes, y me instó a que adivinara otra vez.

Su voz era dulce y algo inquieta al anunciarnos la noticia.

 

-Queridos, voy a tener un niño a principios de mayo. La verdad es que, cuando me visitó hoy el médico, me dijo que él oía los latidos de dos corazones. Eso quiere decir que voy a tener gemelos... o quizá trillizos, Dios no lo quiera. Ni siquiera vuestro padre lo sabe todavía, de modo que no le digáis nada hasta que yo pueda hablar con él.

 

Desconcertado, miré de reojo a yuki para ver cómo recibía la noticia. Parecía pensativo y todavía turbado. Miré de nuevo el bello rostro de mamá, iluminado por el fuego. De pronto, me levanté de un salto y salí corriendo del cuarto.

 

Me lancé de bruces en la cama y me puse a lanzar gritos, al mismo tiempo que lloraba a raudales. ¡Niños, dos o más! ¡Allí no había más niño que yo! No quería niños lloriqueando, gimoteando, ocupando mi lugar. Lloré, golpeando las almohadas, deseando dañar algo, o a alguien. Luego me incorporé y pensé en escapar de casa.

 

Alguien llamó suavemente a la puerta cerrada con llave.

 

-Shuichi-dijo mamá-, ¿puedo entrar y hablar contigo de este asunto?

- ¡Vete de aquí! -grité-. ¡Odio tus niños!

 

Sí, de sobra sabía lo que me esperaba; yo, la de en medio, la de quien los padres menos se cuidan. A mí me olvidarían y ya no habría más regalos de los viernes. Papá no pensaría más que en mamá, en Yuki, y en esos odiosos niños que me iban a apartar a un lado.

 

Papá vino a verme aquella tarde, poco después de regresar a casa. Yo había dejado la puerta abierta, por si acaso quería verme. Le miré la cara de reojo, porque le quería mucho. Parecía triste, y tenía en la mano una gran caja envuelta en papel de plata, coronada por un enorme lazo de satén rosa.

 

-      ¿Qué tal ha estado mi shuichi? -Preguntó en voz baja, mientras le miraba por debajo del brazo-. No has acudido corriendo a saludarme cuando llegué. Ni me has preguntado qué tal estoy, ni siquiera me has mirado. Shuichi , no sabes cuánto me duele cuando no sales corriendo a recibirme y darme besos.

 

No le contesté, y él entonces vino a sentarse al borde de la cama.

 

-      ¿Quieres que te diga una cosa? Pues que es la primera vez en tu vida que me has mirado de esta manera, echando fuego por los ojos. Éste es el primer viernes que no has acudido corriendo a saltar a mis brazos. Es posible que no me creas, pero no me siento revivir hasta que estoy en casa los fines de semana.

 

Haciendo pucheros, me negué a rendirme. A él ya no le hacía falta. Tenía a su hijo, y, encima, montones de niños llorones a punto de llegar. A mí me olvidaría en medio de la multitud.

 

-Te voy a decir algo más -añadió él, observándome fijamente-: Yo solía creer, quizá tontamente, que si venía a casa los viernes y no os traía regalos a ti ni a tu hermano..., bueno, pues, a pesar de todo, pensaba yo, los dos saldríais corriendo a recibirme y darme la bienvenida. Creía que me queríais a mí, y no a mis regalos. Pensaba, equivocadamente, que había sido un buen padre y que vosotros siempre tendríais un sitio para mí en vuestro corazón, incluso si mamá y yo teníamos una docena de hijos.

 

-Hizo una pausa, suspiró, y sus ojos azules se oscurecieron__. Creía que mi Shuichi sabía que seguiría siendo mi niño querido, aunque sólo fuera porque había sido el segundo.

Le eché una mirada airada, herida, ahogándome.

 

-Pero si ahora mamá tiene una niña, tú le dirás a ella lo mismo que me estás diciendo a mí.

- ¿Lo crees así?

-Sí -gemí, me sentía tan dolida que habría podido gritar de celos: «A lo mejor hasta la quieres más que a mí, porque será pequeña y más mona.»

-Es posible que la quiera tanto como a ti, pero no más. -Abrió los brazos y ya no pude resistir más. Me lancé a sus brazos y me agarré a él como a una tabla de salvación-. ¡Ssssssh! -me tranquilizó, mientras yo continuaba llorando-. No llores, no tengas celos, nadie va a dejar de quererte. Y, otra cosa,Shuich , los niños de carne y hueso tienen mucha más gracia que las muñecas. Tu madre no va a poder cuidarlos a todos; así que no tendrá más remedio que pedirte que la ayudes, y cuando no esté yo en casa, me sentiré tranquilo pensando que tu madre tiene un hijo tan bueno que hará todo lo que pueda por hacer su vida más fácil y más cómoda para todos. -Sus cálidos labios se apretaban contra mi mejilla, húmeda de lágrimas-. Vamos, mira, abre la caja y dime qué te parece lo que hay dentro.

 

Primero tuve que darle una docena de besos en la cara, y abrazos muy efusivos para compensarle por la inquietud que le había causado. En aquel bonito paquete había una caja de música de plata, fabricada en Inglaterra. La música sonaba al tiempo que una bailarina, vestida de rosa, daba vueltas lentamente una y otra vez ante un espejo.

 

-Sirve también de joyero -explicó papá, poniéndome en el dedo un anillo con una piedra roja que, según me dijo, se llamaba granate-. En cuanto lo vi, me dije que tenía que ser para ti. Y con este anillo prometo querer para siempre a mi  Shuichi y siempre un poco más que a ninguna otro hijo, siempre y cuando el  nunca se lo cuente a nadie.

 

Y llegó un soleado martes de mayo y papá estaba en casa.

Durante dos semanas, papá había permanecido dando vueltas por la casa, esperando a que llegasen los niños. Mamá parecía irritable, incómoda, y la señora  Ayaka Usami se hallaba en la cocina, preparándonos las comidas y cuidando de Yuki y de mí con una sonrisa bobalicona. Era la más concienzuda de nuestras vecinas. Vivía al lado, y decía constantemente que papá y mamá parecían hermanos más que marido y mujer. Era una persona sombría y gruñona, que raras veces decía algo amable a nadie. Y estaba cociendo berzas; a mí las berzas no me gustaban en absoluto.

 

Hacia la hora de la cena, papá llegó corriendo al comedor a decirnos a mí y a mi hermano que tenía que llevar a mamá al hospital.

-Pero no os preocupéis, porque todo saldrá bien. Tened cuidado con la señora Usami, y haced vuestros deberes; a lo mejor, dentro de unas horas sabréis si tenéis hermanos o hermanas... o uno de cada.

 

No regresó hasta la mañana siguiente. Estaba sin afeitar, parecía cansado y tenía el traje arrugado, pero nos sonrió lleno de felicidad.

- ¿A que no adivináis? ¿Niños o niñas? -nos preguntó.

- ¡Niños! -gritó Yuki, que quería dos hermanos a quienes enseñar a jugar al fútbol. Yo quería niños también... nada de niñas que le robaran el cariño de papá.

-Bingo Yuki son niños-explicó papá, con orgullo-. Son las cositas más lindas que os podéis imaginar. Vamos, vestíos y os llevaré en el coche a que los veáis.

 

Yo le seguí, de morros, aún sin ganas de mirar, incluso cuando papá me levantó en voladas para que pudiera ver a través del cristal de la sala de recién nacidos, a los dos bebés que una enfermera tenía en sus brazos. Eran diminutos, y sus cabezas como manzanas pequeñas, y sus pequeños puños rojos se agitaban en el aire. Uno de ellos gritaba como si le estuvieran pinchando con alfileres.

 

-Vaya -suspiró papá, besándome en la mejilla y apretándome mucho-, Dios ha sido bueno conmigo al enviarme otros hijos, tan guapos los dos como la primera parejita.

 

Yo me decía que les odiaría a los dos, sobre todo al gritón, llamado Ryuichi, que chillaba y berreaba diez veces más fuerte que el otro, Tatsuha , silencioso. Era prácticamente imposible dormir como Dios manda por la noche con los dos al otro lado del recibidor, o sea, enfrente de mi cuarto. Y, sin embargo, a medida que comenzaron a crecer y sonreír, y sus ojillos a brillar cuando los cogía a los dos en brazos en su cuarto, algo cálido y maternal corregía la envidia de mis ojos. No pasó mucho tiempo sin que comenzara a volver corriendo a casa para verlos, jugar con ellos, cambiarles los pañales y darles el biberón, y subírmelos a los hombros para ayudarles a eructar después de las comidas. Desde luego, eran más divertidos que las muñecas.

 

No tardé en darme cuenta de que los padres tienen en el corazón sitio suficiente para más de dos hijos, y que yo también lo tenía para querer a aquellos dos, incluso a Ryuichi, que era tan mono como yo, y a lo mejor hasta más. Crecieron rápidamente, como la mala hierba, decía papá, aunque mamá les miraba a veces con inquietud, porque decía que no crecían tan rápidamente como lo habíamos hecho Yuki y yo. Esto se lo dijo al médico, quien la tranquilizó enseguida, asegurándole que con frecuencia los gemelos eran más pequeños que los niños nacidos solos.

 

-Ya ves -dijo Yuki-, los médicos lo saben todo.

 

Papá levantó la vista del periódico que estaba leyendo y sonrió.

 

-Lo dijo el médico, pero nadie lo sabe todo, Yuki.

Papá era el único que llamaba Chris a mi hermano mayor.

 

Nuestro apellido era un tanto raro, y muy difícil de aprender a escribir: Seguchi. Y como éramos casi todos rubios, color dorado, de tez clara (excepto papá, siempre tan atezado y yo que tengo el cabello de color rosado y ojos violetas.), Sakano , el mejor amigo de papá, nos puso de mote «los muñecos de Dresde», porque decía que nos parecíamos a esas figuras de porcelana tan bonitas que adornan las baldas de las rinconeras y las repisas de las chimeneas. Enseguida, todos los vecinos, comenzaron a llamarnos «los muñecos de Dresde», y, ciertamente, resultaba más fácil de pronunciar que Saguchi.

Cuando los gemelos cumplieron cuatro años y  Yuki catorce, yo acababa de cumplir los doce, y entonces hubo un viernes muy especial. Era el trigésimo sexto cumpleaños de papá, y decidimos prepararle una fiesta para darle una sorpresa. Mamá parecía una princesa de cuento de hadas, con su pelo recién lavado y peinado. Sus uñas relucían de barniz color perla, y su vestido largo, como de noche, era de un suavísimo color claro, mientras su collar de perlas se agitaba al andar ella de un sitio a otro, preparando la mesa del comedor de manera que resultase todo lo perfecta que debía estar para la fiesta del cumpleaños de papá. Los regalos estaban apilados, muy altos, sobre el aparador.

 

Iba a ser una fiesta íntima, reducida a la familia y a los amigos más allegados.

-Shuichi-dijo mamá, echándome una rápida ojeada-,

¿Quieres hacer el favor de ir a ver cómo están los gemelos? Los bañé a los dos antes de acostarlos, pero, en cuanto se levantaron, salieron corriendo a jugar en la arena y ahora necesitarán otro baño.

 

Fui encantada. Mamá estaba demasiado elegante para ponerse a bañar a dos niños sucios de cuatro años, pues las Salpicaduras echarían a perder el peinado, las uñas y el precioso vestido.

 

-Y cuando acabes de bañarlos, tú y Yuki os bañaréis también. Tú,  Shuichi, te pondrás el treje violeta  tan bonito, y te rizarás el pelo. Y tú, Yuki , nada de vaqueros, quiero que te pongas una camisa de vestir y corbata, y la chaqueta sport azul claro, y los pantalones color crema.

 

-¡Qué fastidio, mamá, con lo poco que me gusta ponerme elegante! -se quejó él, arrastrando los zapatos de suela de goma y frunciendo el ceño.

-Haz lo que te digo, Yuki, aunque sólo sea por tu padre. Ya sabes lo mucho que hace él por ti, y lo menos que puedes hacer tú a cambio es que se sienta orgulloso de su familia.

 

Yuki se marchó refunfuñando, mientras yo corría al jardín a buscar a los gemelos, que en cuanto me vieron se pusieron a chillar.

 

- ¡Un baño al día es suficiente! -Gritaba Ryuichi-. ¡Ya estamos bien limpios! ¡Márchate! ¡No nos gusta el jabón! ¡No nos gusta que nos laven el pelo! ¡No nos lo hagas otra vez, Shuichi, o iremos a decírselo a mamá!

 

- ¡Conque ésas tenemos! -repliqué yo-. ¿Y quién creéis que me mandó aquí a limpiar a esta pareja de monstruitos sucios? ¡Santo cielo! ¡Cómo es posible ponerse tan sucio en tan poco rato!

 

En cuanto su piel desnuda entró en contacto con el agua caliente y los dos patitos amarillos de goma y los botes de goma comenzaron a flotar y ellos dos a salpicarme de agua de arriba abajo, se sintieron lo bastante contentos como para dejarse bañar, enjabonar y poner su mejor ropa. Porque, después de todo, iban a asistir a una fiesta, y, a pesar de todo, era viernes y papá estaba a punto de llegar a casa.

 

Primero le puse a  Tatsuha un bonito traje blanco con pantalones cortos. Tatsuha, curiosamente, era más limpio que su hermano. Sin embargo, por mucho que lo intentaba, no conseguía domar aquel terco mechón de pelo; le caía siempre a la derecha, como un rabito de cerdo, y Ryuichi, por raro que parezca, se obstinaba en ponerse el pelo igual que el de su hermano.

 

Cuando, finalmente, conseguí verlos vestidos, los dos parecían un par de muñecos vivos. Entonces se los pasé a Yuki, advirtiéndole que no los perdiese de vista. Ahora me tocaba a mí el turno de vestirme. Los gemelos lloraban y se quejaban, mientras yo me bañaba a toda prisa, me lavaba el pelo y me lo enrollaba en bigudíes. Eché una ojeada desde la puerta del cuarto de baño y vi que Yuki estaba haciendo lo posible por distraer a los gemelos leyéndoles un cuento.

 

-Eh -dijo Yuki, cuando por fin salí, con mi traje violeta, el de los volantes fruncidos-, la verdad es que no estás nada mal.

 

- ¿Nada mal? ¿Eso es todo lo que se te ocurre?

 

-Para una hermana, nada más. -Echó una ojeada a su reloj de pulsera, cerró de golpe el libro de cuentos, cogió a los gemelos de sus manos gordezuelas, y gritó-: ¡Papá está a punto de llegar, llegará en cosa de minutos, date prisa, Shuichi!

 

Dieron las cinco y pasaron, y aunque seguíamos esperando, no veíamos el Cadillac verde de nuestro padre acercarse por la calzada en curva que conducía a nuestra casa. Los invitados, sentados en el cuarto de estar, trataban de mantener una conversación animada,

 

Sentados en el cuarto de estar, trataban de mantener una conversación animada, oscureciéndoselos.

En mientras mamá paseaba nerviosamente por el cuarto. Por lo general, papá llegaba a casa a las cuatro, y a veces incluso antes.

Dieron las siete, y continuábamos esperando.

 

La excelente y sabrosa comida estaba secándose, por llevar demasiado tiempo en el horno. Las siete era la hora en que acostumbrábamos acostar a los gemelos, que estaban cada vez más hambrientos, adormilados e irritados, preguntando con insistencia qué pasaba.

 

-      ¿Cuándo llega papá? -repetían.

 

Sus vestidos blancos no parecían ya tan virginales. El pelo de Ryuichi, suavemente ondulado, comenzaba a rebelarse y parecía agitado por el viento. La nariz de  Tatsuha empezó a gotear y él a secársela una y otra vez con el revés de la mano, hasta que tuve que acudir corriendo con un pañuelo de papel a limpiarle el labio superior.

 

        -Bueno, Mika-bromeó Jim -, es evidente que Yuki ha encontrado otra mujer de bandera.

 

Su mujer le dirigió una mirada furiosa por haber dicho una cosa de tan pésimo gusto.

 

A mí, el estómago me gruñía, y empezaba a sentirme tan inquieta como parecía mamá. Continuaba, dando vueltas por la habitación y acercándose a la gran ventana para mirar.

 

-      ¡Eh! -Grité, al ver un coche que entraba en nuestra calzada, flanqueada de árboles-. A lo mejor es papá, que llega ya.

-       

Pero el coche que se detuvo ante nuestra puerta era blanco, no verde. Y encima tenía una de esas luces rojas giratorias, y en un lado se leía POLICÍA DEL ESTADO.

 

Mamá sofocó un grito cuando dos policías de uniforme azul se acercaron a la puerta principal de nuestra casa y tocaron el timbre.

 

Parecía congelada. La mano le temblaba al llevársela a la garganta; el corazón le salía casi por los ojos mi corazón, sólo de observarla, despuntaba algo siniestro y espantoso.

 

Fue Jim quien abrió la puerta e hizo entrar a los dos policías, que miraban alrededor nerviosamente, dándose cuenta sin duda de que aquélla era una reunión de cumpleaños. Les bastaba con mirar el comedor y ver la mesa, preparada para una fiesta, los globos colgados de la araña y los regalos que había sobre el aparador.

 

- ¿Señora Seguchi? -preguntó el más viejo de los dos, mirando a las mujeres, una a una.

 

Mamá hizo un rígido ademán. Yo me acerqué a ella, como también Yuki. Los gemelos estaban en el suelo, jugando con unos cochecitos y mostrando muy poco interés por la inesperada llegada de los policías. El hombre de uniforme, de aspecto amable y con el rostro muy rojo, se acercó a mamá:

 

-Señora Seguchi-comenzó con una voz monótona que, inmediatamente, me llenó el corazón de temor-, lo sentimos muchísimo pero ha ocurrido un accidente en la carretera .

 

-      ¡OH...! -suspiró mamá, tendiendo las manos para estrecharnos a Yuki  y a mí. Yo sentía temblar todo su cuerpo igual que temblaba yo.

 

            Mis ojos estaban como hipnotizados por los botones de bronce del uniforme; no conseguía apartar la vista de ellos.

 

-En el accidente se vio implicado también su marido, señora  Seguchi-continuó el policía.

 

De la garganta sofocada de mamá escapó un largo suspiro.

 

 

Continuara.....

 

Notas finales:

Bueno este a sido el primer cap espero que lo disfruten y dejen comentarios

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).