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Rires et douleurs por Alexandra Black

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Titulo: Rires et douleurs


Autora: Alexandra Black


Disclaimer: Todos los personajes (menos los de mi invención) son de J.K. Rowling, así que ya saben que yo no gano nada escribiendo, solo lo disfruto.


Advertencia: Mpreg= Embarazo Masculino. (NO creo que en los próximos capítulos haya algo que cause traumas psicológicos, así que no se preocupen, esta todo dentro de lo ‘normal’).




Capitulo 2




Dolor. Demasiado irreal, demasiado agobiante. Llenando cada partícula de su ser. Cada célula. Cada miembro de su cuerpo. Absolutamente todo.
Soledad. Destrozando su alma. Agobiando su corazón. Un corazón que necesitaba urgentemente ser amado. Pero que por asares del destino, nunca lo sería. Pensaba que no merecía el amor inexistente de la persona que amaba en secreto. Sentía que nunca sería capaz de ser digno para tal criatura viviente en este mundo. Creía que su amor solo era una tormentosa tortura, pero a la vez amada y necesitada.

Nunca lograría alejar la imagen de su majestuoso porte. Nunca. Su mente le pedía a gritos, todos los días, que volviera a recordarlo, para que al menos, pudiera apaciguar sus deseos de poder decirle sus sentimientos y ser felices para siempre. Menudo sueño de hadas. Era extremadamente estúpido el pensar que algún día, él, Draco Malfoy, llegaría a la cumbre de la felicidad, con el alma que adoraba secretamente. Completamente ilógico para un espíritu perdido y torturado como el de él. Era demasiado pedirle a la vida, ser feliz. Demasiado.

Giró la cabeza al sentir el ya conocido ardor de las heridas siendo curadas por su madre con un cicatrizante realizado por los elfos domésticos.
Hacía esfuerzos sobrehumanos para soportar el dolor de la carne viva en su espalda, similar a como alguien hubiera estado después de unos azotes muy fuertes. Ya quisiera él, que fueran verdaderamente azotes encolerizados que le marcaban la nívea espalda. Pero no. Su sufrimiento era causado por otro factor que se encontraba a kilómetros de su mansión. Lord Voldemort.

Maldito sangre sucia. Un maldito y perverso ser que ni siquiera tenía el derecho de llamarse humano. Era todo menos un ser humano. No tenía alma, ni corazón, ni espíritu. Solo pura y latente maldad.
El muy infame era el culpable, de su sufrimiento… y el de su padre.

No comprendía exactamente como alguien podía llegar a ser tan desquiciado como lo era Voldemort. Tan simplemente demente. Loco. Histérico. Perverso. Malicioso. Indigno.
Y todo los demás insultos que le llegaban a la cabeza cada vez que la piel lastimada, burbujeaba bajo los efectos del cicatrizante.

Lo odiaba. Estaba completamente seguro de que lo mataría con sus propias manos cuando tuviera la ocasión. Ese diabólico ser había sido el único y verdadero culpable de todo la infelicidad de su familia.



Dejamos pasar
La luz por tanto tiempo,
Dejamos de ver
Y nunca estuve ciego.
Perdóname, perdóname,
Si te he dejado mal



Todo comenzó cuando Voldemort se enteró de su secreto mas preciado. De alguna u otra forma, había descubierto el enamoramiento clandestino que Draco sentía hacia Harry Potter.
El mago, había tratado por todos los medios conseguir al Niño-Que-Vivió en sus manos por mas de un año (después de haber vuelto al poder en cuarto) pero siempre terminaba fallando, en un abrir y cerrar de ojos. Era lógico que se sintiera impotente por ser vencido por un simple adolescente de dieciséis años. Era demasiado para él. El Gran Lord Voldemort. Remedo de mago.

Cuan maldito había sido el día en que Voldemort lo había llamado a su cuartel para, supuestamente, hacer un trato con él. Le había pedido, que enamorará a Potter y le trenzará una trampa para que cayera en sus manos. Le había dicho que su trabajo sería arduamente recompensado. Le había prometido fama y fortuna para toda la vida, y las de las siguientes generaciones de los Malfoy.

Pero cuan grande había sido la sorpresa del Lord al ver como Draco se hacia para atrás en su trato. El rubio había desistido a la codicia y al poder, por nada más que Potter. Eso le hizo ver a Voldemort que tenía que darle un buen escarmiento a la familia Malfoy, para que recordaran a quien tenían que obedecer.

Había tenido planeado muy cuidadosamente el castigo que le daría a Draco por su desobediencia; y aunque el joven no era mortífago, su padre si lo era, y tendría que pagar por su insolencia.
Al momento de tratar de cumplir con su castigo, Lucius, su más fiel mortifago, se había interpuesto entre él y su hijo. Su impacto había sido tan grande que se había descargado con el Malfoy mayor hasta dejarlo casi al borde de la muerte. Nadie se interponía entre él y su víctima. Nadie.

Y ahora, ahí estaba, en la Mansión Malfoy, siendo curado por su madre, Narcissa, y esperando a que su padre se recuperara pronto en las habitaciones de San Mungo.
Después de tantas torturas, Draco aun no podía entender como su padre milagrosamente había llegado a sobrevivir con tantas heridas causadas por algunas maldiciones imperdonables.
Pero tenía que admitirlo, su padre era demasiado fuerte. Nadie en el mundo lo podía quebrar en lo que respetaba proteger a su familia. Para Lucius, aunque muchas personas pensaran lo contrario, lo más importante aparte del poder y la lealtad hacia su Señor, era su familia. Su esposa y su único hijo, era lo que siempre querría mas en la vida; Draco sabía muy bien que su padre nunca los dejaría a un lado, que siempre los protegería. Por eso lo admiraba tanto.

Una suave voz lo expulsó de sus cavilaciones, haciendo que su vista se posara en su madre, con un poco de dificultad.

-Draco, ¿en que piensas? – su madre lo miraba con ternura. Ternura que en sus dieciséis años de vida, solo había visto dos veces.
-En nada, en todo, en lo profundo, en lo pando, no lo se, madre – respondió Draco, con voz ausente, haciendo que Narcissa lo mirara preocupada.
-Hijo, por favor, tienes que ser fuerte, no dejes que esto de encierre en un abismo del cual, tal vez, nunca lograrías salir. Tienes que ser fuerte por tu padre, por mí…por Harry.

Draco volteó el cuello con tanta sorpresa que casi se lo torció. Desde el día en que les había confesado a sus padres lo que sentía por Harry, ellos nunca habían tomado el tema en absolutamente nada. Y ahora, su madre le estaba recordando que tenía que ser fuerte por él, que tenía que resistir e intentar que el Gryffindor aceptara todas sus disculpas y súplicas.
’Como si fuera tan fácil disculparme, y decirle que estoy perdidamente enamorado de él’ pensó Draco, con un gesto de profunda tristeza.


Quisimos tocar
El fin de nuestros sueños,
Y hoy temo perder
La vida en el intento
Perdóname, perdóname,
Si te tratado mal



-Madre, no se que hacer, no se si tenga las fuerzas necesarias para seguir un segundo mas con esto, no se si puede aguantar otra tortura como esta – Draco miraba a su madre con desesperación, esperando a que pudiera darle un palabra de aliento. Aunque fuese falsa.
-Draco, se que no soy la mejor madre de todas, que la mayoría del tiempo somos fríos con los sentimientos porque tenemos miedo de expresarlos, y es algo innato, ya que llevamos el apellido Malfoy. Pero de lo único que estoy segura, es que tienes que sacar fuerzas del amor que profanas hacia Harry para poder darte cuenta de que debes luchar por él. Imagínate una vida sin él, y él sin ti. ¿Qué ves?
-Nada, madre, eso nos es vida – dedujo Draco.
-Exacto, Draco, el amor es la única cosa que hace al mundo girar y a que, al menos, algunas personas sean dignas de vivir en libertad y armonía.
-Pero ni siquiera sé si de verdad él está enamorado de mí, madre, que tal si todo fuese una ilusión mía y en realidad el solo me desprecia, tanto como él creo que lo desprecio yo.
-Draco, escúchame, no por nada tu abuela nos hizo mandarle las cartas a Harry. Ella sabe que el muchacho siente algo por ti y que podrá ayudarte. Trata de entender que tú no eres la única víctima del destino. Hay muchas otras personas que sufren cosas peores, pero que se sobreponen gracias a su fe y amor hacia el mundo. Trata de aceptar que alguien te ama y tu le amas de vuelta, no estropees ese sentimiento por tu inseguridad, hijo, nada en esta vida es seguro; lo único seguro en la existencia humana es la muerte, pero puedo afirmarte que la inseguridad no es pecado y que si no la tuvieras serías un ser demasiado tonto.

Narcissa estaba impresionada de sus propias palabras; pero no lo podía evitar, los únicos que le sacaban su lado sensible y de ser humano, eran Draco y Lucius. Nunca se había negado a sus congojas cuando de consolarlos se trataba, siempre estaba allí para ellos. Aunque no se dieran cuenta.

Pasó una mano por el cabello de Draco, acariciando delicadamente, mientras observaba como su hijo iba cayendo en las redes de Morfeo.

-Te quiero, madre- susurró el rubio, entre sueños.
-Yo también te quiero, Draco.

Y fue acogido por las manos suaves del sueño.


* * *


Al despertar, Draco se dio cuenta de que estaba en su cama, en la cual había estado momentos antes mientras que su madre le curaba sus heridas.
Se levantó con pesadez, sintiendo la venda blanca alrededor de su torso, apretando su espalda para evitar una hemorragia.
Se pasó una gruesa bata negra por los hombros cubiertos por un fino pijama de algodón blanco y salió de la habitación.

Bajó las escaleras que lo llevaban a la estancia de la Mansión, con mucho cuidado, tratando de no hacer fuerzas indebidas que afectaran más sus heridas.
Entró en el vestíbulo, vislumbrando fácilmente a su madre recargada en el umbral de la puerta. Llegaba un largo vestido blanco, muy sencillo para tratarse de una Malfoy. Su platinado cabello caía delicadamente sobre sus hombros, haciéndola ver como un ángel ante la tenue luz del sol.
Miraba fijamente a cualquier cosa que estuviera afuera. Su vista era imperturbable. A simple vista se podía detectar que estaba pensando en algo muy serio, pero mantenía serenidad.

Draco se acercó por sus espaldas, para tratar de ver lo que su madre miraba con tanto afán.
Se quedó petrificado. En los inmensos jardines de la Mansión que siempre estaban bien cuidados y llenos de flores, se encontraba irreconocible. Seguía teniendo sus flores y demás, pero ahora lo rodeaba una calidez inaudita. El sol hacia resaltar mucho mas los rosales blancos haciendo que parecieran hechos de plata. Iluminaba con tanta gracia las margaritas, que éstas parecían talladas en oro puro. Los verdes pastos daban el efecto de un mar de esmeraldas móviles, que jugaban con el fino viento de cristal. Respiró sorprendido.

-Es hermoso ¿verdad? – preguntó su madre, sin darse vuelta para observarlo.
-Esa sola palabra no puede describir tanta magnificencia, madre ¿Qué ha pasado? – los ojos de Draco brillaban de ansiedad.
-Es un pequeño hechizo que nuestros ancestros dejaron en los jardines de esta casa. Mientras que dentro del hogar no hubiera compresión, y secretos importantes guardados, estos jardines representarían el ambiente de nuestra verdadera vida. Antes éramos una familia llena de secretos y malicia heredada sin ni siquiera quererla. Pero ahora que hemos descubierto que podemos ser felices y dignos al mismo tiempo, estos bellos jardines han despertado de un sueño demasiado largo. Ahora abren los ojos para mostrarnos como ven ellos la vida.
-Wow, increíble – murmuró Draco, incrédulo.

Narcissa solo sonrió. Habían tenido que pasar por penas agonizantes, grandes pérdidas, desilusiones crueles, pero por fin ellos, la generación más reciente de la familia Malfoy, había descubierto el verdadero significado de vivir. Ahora podían comenzar una nueva vida. Aunque no por eso sería pacífica.

-¿Desde que hora estas despierta?
-Desde las 5 o 6 de la mañana, Draco. Me enviaron una lechuza de San Mungo, avisando que tu padre estaba mucho mejor pero que tenía que estar un tiempo mas internado.


Sé, desde que te encontré,
Que no se murió el amor
Es nuestro amanecer,
Tomar el tren con todo lo que siempre quise ser
Desde que te encontré ahora sé que es amor
Hoy me siento mejor, mucho mejor, mucho mejor.



Draco solo asintió. No quería recordar a su padre siendo torturado por la monstruosidad de Voldemort. Solo el recordar su rostro crispado de dolor, las heridas dolientes, el sudor frío que le caía por la frente…era demasiado para él.

Un fuerte pinchazo en su espalda lo hizo erguirse y gemir un poco ante el dolor. Narcissa se volteó rápidamente para sostener a su único hijo en sus brazos, que caía en su abrazo…ensangrentado.



* * *

Abrió los ojos poco a poco. Tratando de obviar el dolor que le traía la sola acción de levantar los párpados. Intentó mover su brazo derecho, pero un peso se lo impedía. Levantó la vista hasta el cuerpo recostado en la cama. Era su madre. Llegaba el mismo vestido blanco que traía hacia algunos momentos (u horas), pero ahora, tenía manchas rojas alrededor de toda la parte delantera. Recordó. Se había desmayado en la estancia de su casa, después de un repentino desgarre.

Se incorporó totalmente (con mucha dificultad) hasta quedar cómodamente sentado. Pasó una fría mano por la mejilla, la cual hizo que esos azules ojos se abrieran de par en par. Suavizó su vista al momento en que recobró completa lucidez de donde se encontraba.

-¿Cómo estas? – preguntó, preocupada.
-Mejor – logró mentir Draco – fue otro ataque ¿verdad?
-Me temo que si, hijo. Maldita sea. Juró que algún día me vengaré de Voldemort, por todo lo que nos ha hecho. Pagará con su propia sangre.
-…Madre, la venganza no es buena.
-Que lo piense, no significa que lo haré, Draco- Narcissa le envió una sonrisa que el rubio devolvió con ternura.
-¿Dónde estamos?
-En San Mungo. Tuve que traerte hasta aquí. Me preocupaban mucho tus heridas. Además así podremos estar cerca de tu padre.

Draco le sonrió. Desde el día del ataque de Voldmort, no había visto a su padre. Tenía tantas ganas de verlo…y pronto lo haría.

-Draco…- Narcissa vaciló un poco pero prosiguió- tu abuela me mandó una lechuza ayer…
-¿Ayer? ¿Cuántos días llevo aquí?
-Llevas dos días inconsciente.
-Tanto tiempo. Demasiado. ¿Por qué no has ido a casa a cambiarte?
-No pude. No pude dejarte.

Draco la abrazó con ternura. Amaba a su madre. Y aunque otras personas dijeran lo contrario, era una bendición tenerla como tal.

-Cuéntame de la carta de la abuela.
-Bien, tu abuela me dijo que para que el hechizo se rompa y vuelvas a tu vida normal, tendrás que decirle a Harry quien eres en realidad.

El rubio abrió desmesuradamente los ojos. Era completamente inverosímil lo que le decía. ¿Cómo iba él, a decirle a Harry Potter, que era el mártir de las cartas que le mandaba? Hasta sonaba patético. Pero después de haberse enamorado de un Gryffindor que mas podía esperar de su vida. Solo solidaridad y tenía que aceptarla.

-Madre, mira, se que es muy importante pero estoy seguro que si Potter sabe…
-No guardes apariencias conmigo, Draco.
-…Estoy seguro que si Harry sabe sobre mi identidad, no lo pensara dos veces y dejará de ayudarme. Yo no puedo perder eso, es lo más importante para mí.
-Draco, cual es el punto que no entiendes cuando te digo que Harry está enamorado de ti infinitamente-Narcissa miraba con reproche a su hijo.
-Pero, madre…
-Nada de peros, Draco Malfoy. Por favor acepta lo que te digo,…por favor.

Draco miró a su madre lentamente. Una parte de su corazón le decía que no se confíe de las palabras hasta haber visto hechos, pero la otra parte le decía que tenía que confiar en su madre. Tenía que empezar a creer en las personas.

-Está bien, lo aceptaré. Pero no te pongas a saltar como niña, madre- sonrió Draco.

Su madre estaba saltando de felicidad en la habitación como una niña de cinco años a la cual le daban su regalo favorito. Tanta muestra de debilidad en Narcissa era asombrosa. Pero todo había cambiado, ya no tenían que ser esclavos del cruel destino. Ahora ellos forjarían su vida junto con él.


No voy a intentar explicaciones nuevas
Y entiendo muy bien que estés en pie de guerra.
Perdóname, perdóname
Si te he tratado mal.



-Ya me calmé, ya me calmé- repitió con su peculiar tono frío, pero con la felicidad desbordándose por sus ojos.
-¿Cuándo iremos a ver a papá?
-Cuando el medi-mago te dé el permiso de salir. No desesperes.

Voltearon hacia la puerta la oír que ésta se abría. Detrás de ella apareció un hombre de unos cincuenta años de edad, con muchos mechones blancos en su anteriormente castaño cabello y con unos lentes redondos.

-Buenos días, Sra. Malfoy, ¿Cómo se encuentra hoy el joven Malfoy?- exclamó dirigiéndose hacia Draco, mientras le indicaba que se sacara la bata blanca.
-Mejor. Ya no me duele mucho- mintió Draco.
-Mentiroso- le susurró el medi-mago, muy bajo, que Narcissa ni lo escuchó.

Draco lo miró sorprendido. Aunque tenía que admitir que el viejo era extraño, también le profanaba mucha confianza.

-¿Cómo se llama? – preguntó de repente.
-Isaac Charles, Joven Malfoy.
-Gusto en conocerlo – dijo Draco.
-El gusto es mío. Bien Narcissa, sus heridas han mejorado, pero aún no están completamente cerradas. Habrá que cerrarlas para que te lo lleves a casa.
-Claro Isaac, como tú digas.
-Bien Draco, todo está en orden, espero que te mejores pronto. Adiós.

El medi-mago salió por la puerta, dejando al rubio con un sentimiento de confianza.

-Te agrada. Lo sabía – no era una pregunta, era una afirmación.
-Es diferente a otros medi-magos – objetó Draco.
-Si, en eso tienes razón. Es completamente diferente…es especial. Hasta a Lucius le agrada.



* * *


Estaba sentado en una de las sillas de la habitación de su padre, después de una semana. Había tenido que aguantar todas las paranoias de su madre y de Isaac. Sabía que lo hacían para ayudarlo, protegerlo; pero no por eso resultaba menos agobiante.

Su mirada volvió hacia la cama de su padre donde se encontraba plácidamente dormido. No podía imaginar que él mismo, era calca perfecta de su padre. Era demasiado honor ser como él. Aunque tenía que aceptar que su padre había hecho daño en el pasado, pero ahora era el presente y había que continuar. ’No hay que vivir en el pasado, sino que hay que vivir en el presente’, pensó Draco.

Un movimiento proveniente de la cama lo sacó de sus pensamientos. Vio a su padre abrir los ojos, los cuales eran idénticos a los de él. Miraba aprensivo la habitación, pensado, tal vez, en encontrarse con una trampa. Pero al ver a su hijo, su rostro se sorprendió y una fina capa de lágrimas de acumuló en sus ojos, sin que las dejara salir.

-Padre, gracias – Draco se abrazó del cuello de Lucius, sollozando silenciosamente.

Lucius salió de su estupor y lo abrazó con fuerza.

-Estas bien ¿verdad? – preguntó a su hijo.
-Gracias a ti – Draco le sonrió.
-¿Y tu madre? – exclamó, al no ver a su esposa en la habitación.
-Está en casa cambiándose, pasó toda la semana cuidándonos.
-¿Cuidándonos? ¿A ambos?
-Si. Cinco días después de lo que pasó con el Lord, me atacó de nuevo.
-Maldito. Como se atreve.
-El puedo hacer cualquier cosa conmigo, padre, solo esperemos que Harry pueda ayudarme.
-¿Potter? ¿Qué tiene que ver Potter en esto?

Draco recordó que su padre no sabía nada sobre las cartas enviadas a Harry. Así que decidió contarle todo. Si quería que si familia se conservara unida tenía que desenvolver los secretos.
Después de una hora de ardua charla, donde Draco le contó a su padre de las cartas de sangre (invento de su abuela), hasta la forma de ayuda que Harry podía brindar.

-Esa mi suegra, si no fuera una Malfoy diría que esta completamente demente.
-Tranquilo, todo saldrá estamos seguros de eso – lo tranquilizó Draco.
-Se que no he sido un buen padre para ti Draco, pero verdaderamente agradezco que no me excluyas de tu vida.
-Yo te agradezco por aceptarme como soy.
-Nunca dudes de eso.

Se pasarán toda la tarde hablando de sus ideales. De las cosas que Draco quería ser cuando saliera de Hogwarts. Y todo lo que un padre y un hijo deben decirse antes de morir.


Sé, desde que te encontré,
Que no se murió el amor,
Es nuestro amanecer
Tomar el tren con todo lo que
Sierre quise ser.



Alrededor de las nueve de la noche, apareció Narcissa. Estaba tan feliz de ver a Lucius repuesto que casi lo vuelve a dañar después de habérsele lanzado encima y casi ahogarlo.
Pero todo había salido bien, hasta ahora.


* * *


Los siguientes días habían vuelto a la Mansión con un Lucius como nuevo (literalmente) y un Draco rebosante de alegría. Ni hablar de Narcissa.
Se pasaba todo el tiempo hablando sobre el futuro matrimonio del Único Heredero Malfoy y el Niño Que Vivió (ya no era tan niño).
Draco y Lucius trataron de ignorarla varios días. Pero cuando pasó al tema de los bebés, tuvieron que huir de la casa para que Narcissa nos los pusiera de ayudantes para escoger la “futura ropa del hijo o hija de Draco”. Eso fue demasiado para los hombres de la casa.

Una semana antes del comienzo de las clases, Draco había estado mandando cartas a Harry recurrentemente. No se había animado a decirle la noticia de su identidad por correo (que no era muy seguro hay que recordar), y le decía que pronto se enteraría en Hogwarts. El Gryffindor había respondido aproximadamente dos pergaminos en donde le devolvió las ganas de vivir al Slytherin.
Le decía que después de haberse conocido nunca lo dejaría, que siempre lo ayudaría, que siempre tendría su apoyo de amigo.

Draco se sentía muy nostálgico al ver que Harry no mencionaba nada de amores ni novias ni novios, pero se dijo así mismo que tuviera paciencia que después de todo tendría todo un año para conocerse, y tratar de llegar a algo serio. Ese era su mayor anhelo.

Se levantó un poco temprano la mañana siguiente por culpa de un insistente lechuza parda que tocaba ruidosamente su ventana. Era una lechuza de Hogwarts. La carta contenía lo esencial. La típica lista de útiles y el aviso de la salida del Expreso, a las 11 de la mañana, en la estación de King Cross, por la plataforma 9 ¾, el 1 de Septiembre.

Bajó apresuradamente las escaleras para encontrar a sus padres en la sala, acurrucados en un sillón enorme.

Decidió no interrumpir su “momento” y volvió a su habitación. Se vistió con unos pantalones negros y una camisa blanca, encima su capa negra. Salió sigilosamente de la casa por la puerta trasera, para dirigirse a los maravillosos jardines.
Se sentó en una de las bancas más cercanas, arrancó una rosa blanca y una margarita amarilla, y se dispuso a escribir algo en un pequeño libro negro que había sacado por primera vez. Sentía que ya era tiempo de darle uso al hermoso regalo de su padrino (Severus Snape).

Se pasó cerca de toda la mañana en los jardines. Disfrutando del fresco aire de las hojas y de las nubes que impedían la entrada del sol hacia él.
Al terminar su descanso y haber escrito lo que tenía planeado, que a propósito no había quedado tan mal, entró a la Mansión.

Sus padres estaban desayunando cuando el entró por la puerta trasera y se sentó con ellos.

-Vaya horas de desayunar – dijo divertido.
-Son las 11 de la mañana, Draco – le respondió Lucius, por debajo de su periódico “El Profeta”, pero con un tono nervioso.
-Hablando de horas, hoy me llegó la carta de Hogwarts. Me preguntaba si podríamos ir cerca de las una de la tarde al Callejón Diagon. Todos.
-Claro que iremos todos, Draco, así aprovecharemos a almorzar ahí. ¿Tú que opinas Lucius?
-Me paresa muy bien, Narcissa.

Draco sonrió. Sus padres habían cambiado y él también. Esa tarde sería inolvidable.
Y estaba en lo correcto.


Desde que te encontré
Ahora sé que es amor
Hoy me siento mejor,
Mucho mejor, mucho mejor.











Notas de la autora:

Hola a todos mis lectores, espero que les haya gustado este chap. Y que me dejen comentarios, se los agradeceré infinitamente.

Quiere dedicarles este capítulo a Isobelhawk, o0clomalfoy0o, Regan y a Milagros, MUCHISIMAS GRACIAS POR TOMARSE UN TIEMPO Y LEER MI FIC (que en mi opinión, está un desastre, pero bueno…).


Con cariño
Alex.

Canción: Desde que te encontré.

Intérprete: Ariztía.

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