LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
Le llevo con él sin siquiera preguntarle, seria suyo, lo quisiera o no, ya eran esposos y aquel hombre haría valer su derecho recién adquirido.
Nunca había sentido tal aversión por su aspecto, su cuerpo, su rostro, su gran maldición, que la única vez que le hizo sentir alegría por tener aquella fatídica belleza fue al conocerle pero que muy a su pesar resulto ser inútil en su contra, mas no para ese hombre que era casi de la misma edad que su aniki.
Seria doloroso entregarse a alguien que no se ama, aun mas al no ser aquel que seguía atormentando su corazón. Su alma seria destrozada junto con su cuerpo, lo sabia, pero a diferencia de este, la primera jamás se recuperaría. Tendría que soportar aquel cuerpo noche tras noche, desde ese día seria su horrible destino y nada podía hacer para cambiarlo.
Le llevo a arrastras sin escuchar una sola palabra de lo que decía, sin siquiera importarle dejar atrás su propia fiesta de bodas. Le lanzo sobre la cama pudiendo notar como el muchacho altivo y orgulloso que conociera, se desmoronaba en su presencia, atrás quedaban las frías miradas, los hirientes comentarios que en vez de molestarlo le causaban gracia, pocas habían sido las oportunidades de encontrarse antes de la boda pero no olvidaba como aquel rubio se encargaba para hacer salir de aquella hermosa boca palabras tan groseras que hacían disminuir por completo su belleza. Ahora él, estaba ahí tendido sobre el lecho, reteniendo a duras penas las lagrimas de impotencia, hecho un atado de nervios y mirándolo con pavor. No lo reconocía, entonces solo una frase paso por su mente.
“Podría ser mi hijo”
Y con este pensamiento cruzándole la mente se alejo del lecho en el acto, rompió un baso, tomo un trozo de este y enseguida prosiguió a cortarse la muñeca, para luego ir a la cama arrancando de una la sabana que estaba bajo su consorte para secar la herida con ella. Busco en su velador una muñequera, ocultando así la reciente herida, tomo la sabana que dejara a un lado y se retiro del cuarto dejando a un confuso joven que segundos antes parecía estar en estado de shock pero que ahora respiraba aliviado.
Los días pasaban con total tranquilidad, el consorte real comenzaba adentrarse en aquella cultura tan diferente a la suya, con gran agrado por parte de quienes creyeron que le causaría mas de algún problema a su regente y es que al parecer las apariencias realmente engañaban, ya que tras ese aspecto frágil se encontraba oculto un aguerrido guerrero con ansias de aprender nuevas técnicas de combate.
Las noches pasaban sin poder consumar la unión por completo, el monarca no podía evitar recordar esa primera impresión que tuviera en su noche de bodas, estaba clavada en su mente y por mas que quisiera quitársela no podía. Esa maldita frase.
“Podría ser mi hijo”
El nunca considero casarse pero las circunstancias le forzaron a tomar aquel muchacho como su consorte, diferente era el caso de su difunto padre, bien conocido por recolectar consortes a lo largo de su vida, tanto féminas como bishounens, para luego de pasado el tiempo volver a quedar viudo bajo extrañas y sospechosas circunstancias.
Cuando escucho que solo a cinco meses de enviudar ya pedía la mano de alguien, con la mera escusa de estrechar lazos con un reino demoniaco, no le extraño, mas sintió lastima del pobre sujeto que pronto caería en las manos de aquel monstruo. Para su desgracia y suerte de aquel desconocido, su padre murió tras una noche de juerga de una manera no muy decorosa para un monarca por lo cual no era mencionado.
Sucedió en el peor momento, apenas era coronado como Rey y de tierras extranjeras llegaba un mensaje confirmando su compromiso con un tal Wolfram Von Bielfieled, intenciones de rechazar tal compromiso no le faltaron pero quienes habían hecho la petición fueron ellos y aunque el interesado original hubiese muerto, todavía existían los tratados de por medio y el hecho que sus consejeros le exigían respetar la ultima voluntad de su antiguo regente, ya que si él le había escogido de seguro seria un estupendo consorte y si no, siempre estaba la posibilidad de que ocurriera un accidente fortuito con este.
Mala hora decidió su padre en morirse, mas que la lucha, el licor o las mujeres, lo que realmente amaba era su libertad, por algo a su edad jamás pensó en casarse y cada vez que se le hacia cualquier insinuación huía del asunto de forma magistral. El era un alma libre, sin ataduras, si tenia algo que agradecer a ese horrendo hombre que le dio el ser fue eso, al no forzarlo a tomar conyugue alguno. Pero ahora el destino le dictaba otra cosa, sus prioridades habían cambiado, tenia obligaciones para con su reciente adquirido reino que no podían ser ignorados por un mero capricho, debía casarse, aun si esto no le agradaba.
Si de primeras impresiones viviera el hombre, definitivamente Gregok Gallekos, hubiese muerto hacia mucho tiempo, ante el estaba una belleza desbordante, una que cualquiera quisiera entre sus brazos, mas basto estar a solas para que del altar en donde le había puesto cayera de la forma mas abrupta y estrepitosa, jamás antes vista.
Comprendía perfectamente porque aquel monarca había roto un compromiso de tantos años, ya que él apenas lo conocía y ya deseaba echarse para atrás, pero en su caso eso seria imposible, cualquier insinuación podría ser causa de un conflicto que nada bueno acarearía para su reino, debía ser fuerte, era su deber velar por la paz y el bien estar de su pueblo y si eso significaba casarse con aquel insoportable muchacho, lo haría, el único consuelo que guardaba era saber que una vez casados le debería respeto, aunque temía que el orgullo del demonio fuera mas fuerte, aunque el también lo era y si había necesidad de demostrarlo lo haría, así fuera amansándolo a la fuerza desde la primer noche juntos.
Continuara..................................................