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Compendio de pensamientos. por Dark Elf

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VII. Libídine y Serendipia

En mi mente, tu rostro me aguarda.
En mi boca, tu nombre resuena.
En las figuras que mi imaginación
evoca y que tú también convocas,
puedo sentir que me esperas.

No más que imágenes preñadas
de un anhelo común y conocido,
sensualmente imbricadas y acopladas
al amparo de un jadeo o un beso
de silencioso placer cautivo,
inútilmente sofocado entre las sábanas.

Tus contornos evanescentes y los míos
se desdibujan y languidecen.
Se aparean a pesar de la distancia y los
difuminados obstáculos y barreras con que
el tiempo y el espacio nos entorpecen.

El rocío de los sueños, las palabras y la tinta guía mi pluma.
Mientras el recuerdo lejano de tu olor almizcleño
y tu sabor afrutado son los custodios que guían mis dedos.

 


VIII. Carpe Diem

En tan corto tiempo, nos han acaecido
demasiadas vivencias arrasadoras.
Demasiadas emociones penitentes.
Demasiadas tempestades inclementes
y demasiadas querencias opresoras.

En el acendrado arrebato del momento,
encuentro que la tinta oscura de mi pluma
no es ni por asomo suficiente para expresar
lo que, a buen recaudo, mi angosto pecho
custodia con celo exacerbado e insistente.

Admira pues, mi tierna niña,
cuán exquisito, denodado y pertinaz
es el delirio enamorado…

Demasiado pesadas fueron las cargas
en tan sucinto tiempo.
Oneroso ha sido el lastre para
tan maltrechas espaldas.

Pero si una cosa puedo jurarte,
mi dulce chiquilla,
después de largos padecimientos
y dolientes sonrisas amargas,
es que tampoco yo, a día de hoy.

Ya de nada me arrepiento.

 

IX. Sinsentido

Si no encuentro reposo en mi lecho,
siempre cabe la esperanza de poder
hallarlo entre tus brazos.

Vengan a mis oídos tus palabras
atemperadas como heraldos,
antes que hermosas pero vacuas
melodías embaucadoramente tiernas.

Reposando exánime e inmóvil
al amparo de tu cálido regazo,
encuentro unos preciados segundos
de la paz que tan desesperadamente ansío.

Soy como el hombre que corre sin aliento,
describiendo sempiternos círculos
en el tórrido desierto.
Sometido a la merced de los desabridos
elementos tanto como a los cantos de sirena
de un engañoso y fugaz espejismo.

 

X. Neverland

Que todos los dioses del mundo me perdonen.
Si es que alguno existiera y prestase oídos a mis necias lágrimas,
mi agridulce amor.

Por haberte querido tanto,
por haberte malherido tanto.
Porque nadie mejor que tú sabe que mi afecto por ti es sincero,
pero malsano.

Tan excelso e inconmensurable como ciego a veces,
pueril, doloroso, egoísta.
Y a pesar de todos los pesares,
tan obstinado y vehemente como el primer día.

Nunca quise lastimarte, pero lo hice.
Jamás pretendimos herirnos, pero corrió la sangre.
Y a pesar de todos los pesares,
desde el día en que posé los ojos en ti, deseé retenerte.

Deseé convertirme en el mayor artífice de tu sonrisa.
En agua límpida que arrastra consigo todos los males,
en llama ígnea que purificase todos tus temores.
Deseé transfigurarme en el regazo de una madre,
y en los abrazos entrañables, candorosos de una hija.

Deseé metamorfosearme en un inexpugnable dragón
con delicadas alas de mariposa,
y en la musa que iluminaría todas las horas de tu vida,
congelándolas en el tiempo.
Tornándolas irrepetibles y dichosas.

Acaricié el infantil anhelo de que no te alejases nunca de mi vera,
de convertirme para siempre en tu infatigable compañera.
Quise permanecer refugiada en el Edén de la Inocencia contigo,
hacer de Nunca Jamás nuestra Tierra Santa.

Supongo que nunca lo sabremos con certeza, ángel mío,
pero tal vez eso fuera lo que nos destruyó a ambas.


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