Sólo una vez Alma se lo dijo:
—Te amo.
Y también fue la última, ambos lo sabían porque, aunque Alma fuera más expresivo que Yuu, también era más tímido y, a pesar de que hablaba mucho –demasiado– decía muy poco sobre sus propios sentimientos.
Igualmente Kanda Yuu no era la clase de persona a la que le gustara oír esa clase de cosas y mucho menos que sabía cómo responderlas. Por eso cuando respondió solo dijo:
—Ya.
Entonces Alma puso una sonrisa enorme en su cara. Ambos cogieron sus cosas y salieron por la puerta. Él hablaba sobre la capacidad de ciertos animales para domir con sólo medio cerebro y así continuar haciendo actividades, como la saves migratorias en sus vuelos atravesando el Atlántico. Yuu ponía poco interés en fingir que lo escuchaba.
«Ya» no era un «yo también», Alma sabía eso perfectamente. Era una aceptación tácita de sus sentimientos, y para alguien que odiaba ser querido sin motivos, la aceptación era el mejor «yo también» que obtendría nunca. Pero era más que suficiente.
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Sólo una vez Alma se lo dijo:
—Te amo.
Y también fue la última, ambos lo sabían porque, aunque Alma fuera más expresivo que Yuu, también era más tímido y, a pesar de que hablaba mucho –demasiado– decía muy poco sobre sus propios sentimientos.
Igualmente Kanda Yuu no era la clase de persona a la que le gustara oír esa clase de cosas y mucho menos que sabía cómo responderlas. Por eso cuando respondió solo dijo:
—Ya.
Entonces Alma puso una sonrisa enorme en su cara. Ambos cogieron sus cosas y salieron por la puerta. Él hablaba sobre la capacidad de ciertos animales para domir con sólo medio cerebro y así continuar haciendo actividades, como la saves migratorias en sus vuelos atravesando el Atlántico. Yuu ponía poco interés en fingir que lo escuchaba.
«Ya» no era un «yo también», Alma sabía eso perfectamente. Era una aceptación tácita de sus sentimientos, y para alguien que odiaba ser querido sin motivos, la aceptación era el mejor «yo también» que obtendría nunca. Pero era más que suficiente.
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Sólo una vez Alma se lo dijo:
—Te amo.
Y también fue la última, ambos lo sabían porque, aunque Alma fuera más expresivo que Yuu, también era más tímido y, a pesar de que hablaba mucho –demasiado– decía muy poco sobre sus propios sentimientos.
Igualmente Kanda Yuu no era la clase de persona a la que le gustara oír esa clase de cosas y mucho menos que sabía cómo responderlas. Por eso cuando respondió solo dijo:
—Ya.
Entonces Alma puso una sonrisa enorme en su cara. Ambos cogieron sus cosas y salieron por la puerta. Él hablaba sobre la capacidad de ciertos animales para domir con sólo medio cerebro y así continuar haciendo actividades, como la saves migratorias en sus vuelos atravesando el Atlántico. Yuu ponía poco interés en fingir que lo escuchaba.
«Ya» no era un «yo también», Alma sabía eso perfectamente. Era una aceptación tácita de sus sentimientos, y para alguien que odiaba ser querido sin motivos, la aceptación era el mejor «yo también» que obtendría nunca. Pero era más que suficiente.