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After Reichenbach por midhiel

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After Reichenbach

Disclaimer: El Sherlock Holmes ficticio pertenece a Sir Arthur Conan Doyle y a Steve Moffat y Mark Gatiss, aunque el Sherlock Holmes de carne y hueso pertenece a John Hamish Watson.


Este fic es un regalo anticipado de cumpleaños para PrinceLegolas, que es tan fan de la serie como yo. A disfrutarla, mellon nin, y muchas gracias por tus consejos.

Capítulo Dos

Una semana después

-John – comenzó Ella Thompson con suavidad -. ¿Estás hoy preparado para hablar de Sherlock?

John se mordió los labios y arañó los antebrazos del sofá.

-Tómate tu tiempo – continuó la terapeuta.

John la observó fijo, con los ojos vidriosos.

Ella esperó un rato y escribió en su anotador.

-“Sigue cerrado” – leyó John en voz alta -. ¿Eso escribe? Que sigo cerrado. ¿Qué soy para usted? ¿Una caja?

La mujer cerró el cuaderno y lo miró atentamente.

-Si yo te hiciera las preguntas, podría resultarte menos difícil.

-Adelante.

-¿Quieres mucho a Sherlock?

-Eso es obvio, ¿no cree? – contestó John cínicamente.

Ella sonrió.

-¿Cuál era tu relación con él?

John rodó los ojos con sarcasmo.

-La verdad, John – exigió la terapeuta -. ¿Qué relación tenían ustedes?

John puso su expresión de hermetismo supremo: los labios fruncidos y la mirada asesina en su interlocutora.

Ella abrió el cuaderno y anotó algunas líneas más.

-“Sigue cerrado. ¿Eso es lo que escribe sobre mí?”, “Adelante” y “Eso es obvio, ¿no cree?”. Tres intervenciones en – consultó su reloj -. . . cuarenta minutos. Es un progreso.

-Puede agregar “adiós” – concluyó John, levantándose -. Hasta la semana que viene, Ella.

La terapeuta suspiró, resignada. Su dificultoso paciente se apoyó en el umbral y bajó la cabeza. Una oleada de recuerdos de Sherlock le golpeó allí mismo. En el ejército, le habían enseñado a controlar las emociones para liberarlas en el momento de atacar, sabía técnicas de autocontrol pero no le sirvieron. Cerró los ojos y suspiró profundo, maldiciendo que tuviera que ocurrirle en ese momento y lugar.

La mujer se levantó.

-¿Estás bien, John? – preguntó preocupada.

John recargó la cabeza pesadamente en la puerta. Los ojos le ardían y sentía un nudo en el estómago que subía y bajaba. Se frotó el estómago y de a poco el dolor y el ardor cesaron. Ella se le acercó con un vaso de agua.

-Gracias – suspiró John y lo bebió de un sorbo -. Hasta la semana que viene – le devolvió el vaso y cerró la puerta.

La mujer meneó la cabeza. No podía aconsejarle visitar un médico porque él mismo lo era y estaba convencida de que le diera el consejo que le diera, John Hamish Watson jamás la escucharía.

……..

John enfiló hacia la parada de autobuses. A partir de la muerte de Sherlock, tenía que enfrentar los gastos él solo con su pensión militar y lo poco que ganaba en la clínica, y no podía darse el lujo de tomar un taxi. Consultó su reloj para saber si llegaría a horario para mirar la maratón de Doctor Who con la señora Hudson. A John le gustaba la serie pero no era fanático como la anciana. Sin embargo, ahora que sólo se tenían el uno al otro, trataban de compartir juntos la mayor cantidad de tiempo.

La señora Hudson le insistía que saliera con sus amigos pero él no se sentía de ánimo para compartir juergas con Mike Stamford o Bill Murray. Tampoco para visitar a su hermana, que se mantenía sobria desde hacía más de un año.

En varias ocasiones, también Greg Lestrade lo había llamado pero John recordaba que el inspector tenía una estrecha relación con Mycroft Holmes y después de la traición a Sherlock, no quería saber nada con su cuñado.

Coincidentemente, mientras esperaba sentado en el banco de la parada y pensaba en cuán estrecha podía ser la relación entre Mycroft y Greg, una limusina negra se detuvo a su lado.

-Genial – rodó el médico los ojos -. Lo que me faltaba para hacer esta tarde perfecta.

Su teléfono sonó con un número desconocido. Con una mirada sarcástica, John atendió.

-Hola John – sonó una voz femenina y sensual del otro lado -. ¿Por qué no subes?

-Prefiero regresar en autobús.

-Pero esta oferta es más seductora – contestó la voz de una manera sugerente y cortó.

John vio que la puerta trasera se abría. Con un suspiro, guardó el teléfono y se acercó. Adentro lo esperaba una joven morena, menuda y de cabello rizado, con una sonrisa encantadora. Tenía un cierto aire a Anthea, lo que le hizo pensar que Mycroft seguía un patrón para escoger a sus secretarias.

-Dile a Mycroft que deje de molestarme.

-John, por favor. No es más que un paseo – leyó su BlackBerry -. El señor Holmes necesita hablarte.

-Y yo no necesito escucharlo – fue la ruda respuesta.

La joven hizo un puchero. Era encantadora, sí, pero no tenía la gracia y ternura de Anthea.

-El señor Holmes se disgustará si no vienes.

-¿Qué va a hacer? ¿Contarle mi biografía completa a mi archienemigo? No – alzó el dedo -. Cierto que eso de los archienemigos es propio de la familia Holmes.

La joven alzó una ceja sugerentemente.

-Según mi jefe, hace medio año que formas parte de la familia Holmes.

John se puso serio.

-¿Me estás chantajeando? ¿Cómo demonios lo sabe? – suspiró resignado -. Gregory Lestrade.

-¿Vas a subir, John? – apremió la desconocida con falsa irritación.

John volvió al banco.

-Dije que tomaría el autobús.

La muchacha envió un mensaje y en cinco segundos, la parada quedó vacía. Todos se marcharon, hasta los transeúntes de la vereda de enfrente. John frunció el ceño. ¿Qué buscaba su obsesionado cuñado? Sintió la picazón de un mosquito en la nuca, pero no había mosquitos en la calle. Enseguida sintió sueño, mucho sueño, y fuertes nauseas y dolores aparecieron. Lo habían drogado.

………….

-Lo siento, John – oyó la voz suave de Mycroft Holmes -. Pero tenía que hablarte y tu obstinación estaba sacando de quicio a la pobre Camille.

Camille, así que tal era el nombre de la nueva secretaria esclava del señor Holmes, pensó John mientras abría los ojos. Le costó enfocar, los ojos le lagrimeaban y por un momento temió una nueva oleada de nauseas. Por suerte, esta vez su estómago no protestó. Parpadeó varias veces. Se encontraba sentado en un sillón mullido dentro de una sala suntuosa. Estaba a oscuras, apenas iluminada por la escasa luz que se colaba por el ventanal. El suelo estaba vestido con una alfombra espesa y en las paredes distinguió tapices barrocos y armaduras medievales. No era el Salón de Forasteros de “Diogenes Club” pero se trataba de un sitio elegante, aunque de escaso buen gusto. A pocos metros, con un vaso de whiskey en cada mano, Mycroft Holmes le sonreía.

-Bienvenido a mi humilde morada, John – le entregó uno de los recipientes -. Iba a invitarte al Club pero mi casa se me hizo más íntima. ¿Cómo te sientes? El fallecimiento de mi hermano te está sentando horrible.

John pasó saliva. ¿Cómo podía referirse a la tragedia de Sherlock con tanta liviandad?

-No puedo decir lo mismo de ti.

Mycroft se puso solemne.

-Perder a Sherlock fue devastador, John. No tengo palabras para expresar lo que. . . lo que. . .

-Lo que sientes – terminó John, irónico -. Pero claro, los sentimientos no son lo tuyo.

-Eres un hombre cruel – acusó Holmes -. Sabes que la culpa me carcome.

-No te entiendo, Mycroft – suspiró John y lo miró intensamente tratando de, algo imposible, deducirlo -. Entregaste a tu hermano al peor criminal del mundo, le diste la información para destruirlo. ¿Qué esperabas? ¿Calmar su obsesión por Sherlock con esa marea de datos y que se olvidara de él? No te entiendo, con tu cerebro, con tu mente, con tu posición, ¿cómo te permitiste caer de una manera tan estúpida?

-Todos cometemos errores, John. Aún los genios – alzó su copa -. Por Sherlock Holmes, el héroe de Reichenbach, para que su memoria sea limpiada.

-No brindaré contigo – resolvió John, colocando el vaso sobre la mesa.

-¿Temes que te envenene? – lo desafió.

-No sé qué esperar de ti – sonrió el médico cínicamente y se levantó -. Si me disculpas, la maratón de Doctor Who ya habrá empezado.

-Cuando nos conocimos te mostraste agresivo conmigo – recordó Mycroft -. Sin embargo, después comprendiste que mis intenciones eran realmente buenas y me ayudaste con Sherlock. ¿Por qué ahora vuelves a tener la misma actitud?

John volteó hacia su cuñado.

-Cierto, tienes razón. Te ayudaba a proteger a Sherlock, hasta que me demostraste que tu preocupación era una máscara y canjeaste a tu hermano por un código.

Mycroft suspiró amargamente.

-El código no existía, John. La información que me vendió Moriarty era falsa.

-¡Qué pena! – se burló el médico.

Mycroft se llevó la mano a la mejilla como si se secara una lágrima.

-Sherlock – murmuró con la voz quebrada -. Yo no pensé que Moriarty haría lo que hizo y cuando me di cuenta. . . cuando me di cuenta era ya demasiado tarde – se frotó los ojos y alzó la mirada. John pudo ver que efectivamente tenía lágrimas -. John, te necesito. Por favor, no te encierres.

“Mira quién habla de encerrarse”, fue lo que pensó John. ¿Eran esas lágrimas verdaderas? ¿Qué clase de persona llegaba al grado de cinismo de Mycroft Holmes? No supo si fue por la situación angustiante o por la furia contenida, que las nauseas regresaron y se encorvó con arcadas. El vientre la ardía y un líquido picante le subió por la garganta. De pronto, la merienda que le había preparado la casera antes de salir, acabó expuesta en la alfombra peluda. John se llevó la mano al estómago. Estaba sudando.

Sin perder la parsimonia, Mycroft se le acercó con un vaso de agua.

-Bébelo.

John dio un sorbo y notó que sabía extraña. Pensó en la tensión que había estado sufriendo con Sherlock desde que el mundo entero se les puso en contra, y que ahora veía fantasmas en todas partes. El agua sabía extraña o tal vez no era más que su impresión. De cualquier forma, sentía sed y bebió el vaso completo.

Solícito, Mycroft le acercó una servilleta y lo acompañó nuevamente hasta el sillón. John se dejó caer, exhausto.

-Podría recomendarte un médico – comentó Mycroft -. Sin embargo, tú mismo puedes medicarte.

John se sobó la frente y el estómago.

-No estoy enfermo – murmuró cansado -. Son las secuelas de la droga que tu gente me inyectó.

-Entiendo – sonrió Mycroft sarcástico. Por supuesto que él lo sabía y lo gozaba -. ¿Por qué no te tomas una siesta?

De repente, John sintió sueño. ¡Dios Santo! El agua. Otra vez lo había drogado. La habitación comenzó a darle vueltas, las armaduras parecían moverse. Cerró los ojos pero seguía mareado. En cuestión de segundos perdió el conocimiento.

……….

John cayó en un letargo profundo. Estaba semiinconsciente y atacado por una parálisis general que le impedía abrir los ojos o moverse. Oía una voz y ruidos en la habitación, pero no podía dilucidar si eran reales o no. Prestó atención, tanto como sus sentidos colapsados se lo permitían. Los sonidos parecían reales y la voz le era familiar.

Sintió que estaba acostado boca arriba, entre sábanas de seda y que le quitaban la ropa sin que pudiera defenderse. Lo desnudaron. Primero le acariciaron el rostro, después bajaron las manos hacia el resto de su cuerpo. John desesperó cuando lo tocaron en sus partes más íntimas como sólo le permitía a Sherlock que lo tocase. Su respiración se hizo dificultosa. Quería moverse y protestar, mas estaba paralizado de pies a cabeza. No podía mover los labios y sufrió asqueado cuando se los sellaron con besos repulsivos y ardientes. ¿Qué estaba pasando? Quería liberarse, pero las manos y los labios intrusos seguían invadiéndolo. De repente, un cuerpo robusto hizo presión encima de él. ¿Quién lo estaba atormentando?

-¡Oh John! – ronroneó la voz -. Te he deseado desde que te conocí.

¿Mycroft?

Lo voltearon de lado y le cubrieron la nariz con un pañuelo empapado con cloroformo.

-Eres mío, John – jadeó Mycroft a su oído -. Sherlock ya no está aquí para interponerse entre nosotros.

John perdió la conciencia. Sin embargo, aún así, sufrió la sensación violenta de ser penetrado sin su consentimiento.

………

John despertó acostado en una cama inmensa con dosel, con las cortinas descorridas. Estaba desnudo y envuelto en una sábana de seda. La recámara era tan espaciosa como todo su departamento, tenía muebles antiguos y un juego de mesa y sillas de estilo francés. Había tres ventanales cubiertos por el cortinaje, que mantenían la habitación a oscuras. Una jaqueca fenomenal lo obligó a cerrar nuevamente los ojos. Le dolía cada centímetro del cuerpo. Tenía un sabor asqueroso en la boca, producto de la droga y de los besos repelentes. Todavía podía oler el cloroformo. Reconoció que ya no sufría la parálisis y con movimientos torpes se llevó la mano hasta el estómago. Sentía nauseas. ¿Qué le había pasado exactamente? Lo habían drogado, Mycroft lo había drogado y había abusado de él.

-Oh Dios – suspiró y se apretó el pecho -. ¡Dios mío! ¡No!

Recordó la discusión en la sala y el sueño que había tenido se hizo más intenso. Lloró de furia e impotencia, y una vez más, tal como le habían enseñado en la milicia, puso en práctica la técnica para controlarse. Tenía que pensar en algo agradable, algún momento, o alguna persona. Fácil, sus recuerdos de Sherlock.

-Dios mío – sollozó.

Recordar a Sherlock después de haber sido abusado lo hizo sentirse más miserable. No, mejor otro recuerdo. Su niñez, jugando en un parque con su hermana bajo la mirada atenta de su madre. Eso estaba mejor. Harry se mantenía sobria desde la Navidad pasada y le debía una visita. Visitar a su hermana fue un buen incentivo. Con esfuerzo, reabrió los ojos y la jaqueca se le hizo más tolerable. Ladeó la cabeza en la mullida almohada de plumas y vio a su lado un paquete y una carta. Se incorporó con trabajo hasta conseguir recostarse. Parpadeó varias veces hasta que pudo enfocar la mirada y abrió la carta.

“La puerta negra a su derecha es el baño. Su ropa está en el vestidor. Camille lo espera en el pasillo para llevarlo a su casa. Volveremos a encontrarnos pronto, doctor Watson. P/D: Le dejo un obsequio para que lo utilice en los próximos quince días.”

John rompió la carta furioso. Respiró entre cortado y tuvo que esperar unos segundos para calmarse. No podía creer lo que le había pasado. ¡Mycroft! ¿Quién lo hubiera imaginado? Volvió a llorar y esta vez le costó más tranquilizarse. Lo del regalo ya era el colmo de la humillación, así que hizo el paquete a un lado. ¡Qué Mycroft lo conservara donde mejor le diera la gana! Pero la curiosidad pudo más y finalmente rompió el envoltorio.

Se trataba de un test de embarazo.

………….

Hola a todos:

Muchas gracias por el apoyo al fic, espero les guste.

Siento mucho la violencia en este capítulo pero es indispensable para la trama.

Espero no les haya caído tan mal.

Besitos

Midhiel

Ah, quiero dejar escrito que adoro a Mycroft Holmes, es mi personaje favorito en los libros, y admiro enormemente a Mark Gatiss, pero aquí darán ganas de acabarlo de una muerte lenta y dolorosa.


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