Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Bunraku por Omore

[Reviews - 12]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

      En el capítulo anterior se me olvidó ponerlo, pero las actualizaciones serán cada tres días. Para no variar.

      En este capítulo ya aparece mi querida Nala. Agradecería que no se emitieran juicios hasta el próximo, en el que sale un poco más; y de haberlos, que sean meras opiniones. Si alguien tiene algo en contra de los OC, que no se lo lleve a los reviews. No por nada, sino porque si algo se me da bien (modestia aparte) es crear personajes complejos y en este fic, por razones obvias, no voy a sacarle partido a esa complejidad de Nala y da una impresión bastante errónea de su personalidad real. Muchas gracias. =3

«La vida no es sólo luchar.»
Guy Moshe;«Bunraku».

 

Dieciocho de septiembre de 2023.
Base de la Fundación. 

 

       Han pasado cuatro días desde lo de Dino y la única noticia que Hibari ha recibido es la confirmación de que Nala Argento sigue viva. No le sorprende.

       Kyouya conoce a Nala. Es una italiana medio rusa cuyo mayor talento reside en saber cómo joderle la vida a alguien utilizando únicamente palabras y cuándo retroceder para mantener a salvo el cuello; una traficante de información, una zorra escurridiza con el gatillo muy suelto. Herbívora, había pensado Hibari la primera vez que la vio, no hacía ni dos meses, pero Dino le puso la mano en el hombro y le dijo sin palabras que no se fiara un pelo.

 

~~~~~

 

Dos de septiembre de 2023.
Base de la Fundación.

 

       —Quédate quieto de una vez, Haneuma. Me estás poniendo nervioso.

       Dino detuvo sus paseos y le miró desde una esquina de la habitación. Tenía el pelo algo lacio, señal de que no se había duchado aquel día. Por sus ojeras, tampoco había dormido, aunque estaba tan activo que parecía que iba a explotar. Kyouya podía jurar que no había dejado de moverse desde que llegare, diez minutos atrás.

       —Hay un traidor en Cavallone —soltó a bocajarro. Hibari enarcó una ceja.

       —Encuéntralo y mátalo —señaló fríamente—. No hay necesidad de destrozarme el tatami. Y descálzate.

       Dino chasqueó la lengua y se agachó para soltar los cordones de sus zapatillas. Al hacerlo, el flequillo le cubrió los ojos. A Hibari le dio tiempo a terminar su matcha antes de que el italiano volviese a hablar, aún en cuclillas, con una voz extrañamente apagada.

       —Ése no es el problema, Kyouya.

       —¿Cuál, entonces?

       —El problema es que no estoy seguro de querer saber quién es. —El moreno le contempló con seriedad, pero no dijo nada. —¿Y si se trata de uno de mis hombres de confianza?

       —¿Sospechas de Romario?

       Dino sacudió la cabeza.

       —No, sé que no es él.

       —La traición es el pan de cada día de un mafioso —señaló Hibari, impacientándose un poco—. Tú mismo lo dijiste.

       —Ya, pero nunca me había pasado a mí. —Su entonación fue enfurruñada, casi cortante; un pico en un diagrama plano. Al retomar inmediatamente el tono anterior, pareció como si aquella alteración nunca se hubiese producido. —¿Tan mal jefe soy? Quiero decir... ¿tan mal lo llevo que mis propios hombres quieren acabar conmigo?

       Kyouya exhaló aire en un leve suspiro. Pese a superar ya la treintena Dino ofrecía un aspecto tan infantil, encogido en el suelo igual que un crío con miedo a la oscuridad, que no sabía muy bien si le molestaba o le despertaba el mismo sentimiento de protección que Hibird aquella vez que se había roto un ala.
Optó por ambas.

       —Deja esa actitud herbívora. —Su tono era firme, pero sereno. Cavallone alzó la cabeza para mirarle. El japonés se giró y le hizo una seña. —Ven aquí.

       Dino se puso en pie y avanzó por la estancia hasta arrodillarse a su lado, atraído por esa voz grave y tranquila como un insecto a una drosera. Kyouya le posó una mano fría en el cuello, acariciándolo apenas antes de acercar un poco más su rostro al del capo.

       —Encuentra a ese tipo —repitió, con una voz que recordaba a la suavidad cortante de un cuchillo bien afilado—, y mátale, o lo haré yo por ti. No pienso permitir que otro que no sea yo acabe contigo, Dino.

       El ceño algo fruncido del italiano se disolvió al escucharle. Un calor amable le distendió el estómago y los músculos tensos, haciéndole cerrar los ojos por un segundo. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa.
       Qué diferente era ese Kyouya, tan calmado y maduro, respecto al adolescente belicoso que había conocido once años atrás.

       —Eh, Kyouya... —susurró, llevando una mano al muslo del otro—. ¿Volverás conmigo a Italia?

       La pierna bajo sus dedos se tensó ligeramente. Fue la única señal de disconformidad que pudo apreciar.

       —Te necesito conmigo hasta que pase todo esto. —Dino apretó un poco la mano que Hibari mantenía en su cuello. —Por favor. Sólo esta vez.

       El guardián bajó la mirada un momento. Las comisuras de su boca se arquearon sutilmente.

       —Lo cierto es que el otro día estaba pensando en volver a Roma.

       Dino rió bajito, satisfecho. Esa era la manera de Kyouya de decir sí.

       Se adelantó y presionó sus labios contra los de él, acariciándole con ternura la mandíbula.

       —Gracias, Kyouya..

~~~~~

       Tres días más tarde volaban en el jet privado de Dino dirección Milán para encontrarse con Natalia Argento. Kyouya fue espectador silencioso del trato entre ambos, del contraste de la oscuridad subyacente en los afilados rasgos de la joven con la naturalidad de su sonrisa, de la tensión contenida de un Dino al que se le notaba a leguas que no estaba precisamente a gusto con la compañía. Le vio tratar de apabullarla, desplegando toda su magnificencia de décimo jefe Cavallone mientras le advertía que «Tenéis licencia para pinchar todos los aparatos electrónicos y vigilar los movimientos de mis hombres, pero no toquéis mis espacios personales, Nala» y a ella reírse para sus adentros antes de decir «Tranquilo; ya sabes que Koge es una tumba. Cien mil por adelantado y el resto al terminar el trabajo, ¿no?»

 

       Después de aquello volvieron al hotel y tuvieron sexo brusco contra la pared de la habitación. Para entonces, Hibari ya constatare por la reacción de Dino que el tal Koge era un tipo de fiar y degradado a Nala Argento al estatus de carroñera.

       Bajo la ducha, Kyouya le pasó a Dino la mano por la espalda y la rigidez en sus lumbares le confirmó que había pasado de estar decepcionado y triste a terriblemente irritado. Se preguntó (y le preguntó) por qué.

       —Es ella —repuso Dino entre dientes, tocándole el estómago con la mano tatuada—. Me la presentaron cuando empezó a dirigir la familia Argento y me crispa los nervios.

       —¿Cuánto tiempo hace de eso? Se estremeció cuando Hibari le besó el cuello y murmuró las palabras contra su piel.

       —Seis o siete años, creo. No estoy muy seguro. Fue cosa de un año después de que te... —Kyouya deslizó la mano por ahí y el orgullo del capo comenzó a alzarse de nuevo, a endurecerse contra su palma—, besara por primera vez.

       —¿Te acuerdas de ese día exacto?

       —Clar... oh, joder —maldijo al sentir los dedos del guardián bajar hasta su perineo y apretarlo trazando círculos con las yemas. Ponía una voz de lo más sexy cuando estaba excitado, y ésa era justamente la razón por la que Kyouya le hacía hablar—. Dieciocho de dicie... mm... bre.

       —¿Y el año? —Dino empujó las caderas contra él y enredó las manos en su pelo mojado. Mordió con suavidad el lóbulo de su oreja e Hibari, pese al agua caliente que le estaba cayendo encima, sintió un escalofrío.

       —Año dos mil quince de Nuestro Señor —le susurró el otro al oído, con una gota de sarcasmo tiñendo la voz que se entrecortaba a suspiros—. Tenías veinte años, faltahh... ban cinco meses y medio para que cumplieses veintiuno; no tenías... (oh, vuelve a hacer eso)... ni puta idea de besar y... —Un gemido le ronroneó al fondo de la garganta—, eras el tío más atractivo que ha llevado nunca una yukata.

       Casi le pareció que Kyouya reía por lo bajo.

~~~~~

Dieciocho de dicembre de 2015.
Domicilio de Hibari Kyouya.

 

       La cosa empezó porque a Hibari no le había gustado «Reservoir Dogs» y Dino pensaba que estaba majareta. O al menos al principio, cuando podía argumentar por qué Tarantino era un genio en lugar de distraerse reparando en lo apetecible que resultaba Kyouya así de enfadado con aquella yukata negra. No le hacía falta echar mano de la lista de mujeres con las que había estado para recordarse toda su vida de heterosexualidad, porque no era tan estrecho de miras como para no saber que Kyouya le gustaba por ser Kyouya y no porque tuviese pene. Entretanto cribaba palabras para formular lo que tenía en mente, exponía las mil y una razones por las que Hibari mostraba indicios de una temprana demencia; así hasta que decidió, y no sin motivo, que la única forma de decir aquello era a lo bestia.

       —Es una película de culto del cine independiente, una jodida maravilla de humor negro y no me vas a convencer de lo contrario. Por cierto, ¿puedo besarte? —Soltó la bomba cuando menos venía a cuento. Quizá por eso el otro tuvo un sobresalto y lo miró como si hubiera dicho una herejía.

       —¿Cómo?

       Dentro de su seriedad, parecía más escandalizado que otra cosa; tanto que Dino se cuestionó si habría besado alguna vez a alguien. Concluyó que probablemente no. La oportunidad de tomarle un poco el pelo era demasiado buena para ser cierta.

       —Ya sabes, un beso; tus labios contra los míos, hormigueo en el estómago, algún arcoiris, campanitas...

       Daba la impresión de que Kyouya estaba a punto de atragantarse con su propia lengua. A Dino su cara en ese momento le parecía tan graciosa que no pudo evitar desternillarse de risa. De haber tenido las tonfas a mano Hibari hubiera hecho uso de ellas ipso facto, pero como no era el caso se limitó a soltarle una patada en la pierna.

       —¡Au! —Y se seguía riendo, el muy cabrón. Dino se incorporó, secándose unas lagrimillas de hilaridad que le humedecían las pestañas. —No, va en serio. —Reprimió una nueva carcajada que desvirtuó el significado de sus palabras por completo. —Quiero besarte.

       —Ni lo sueñes.

       —Anda, ¿qué tienes que perder?

       La dignidad, pensó Kyouya, viendo cómo el semblante del otro se relajaba progresivamente hasta que el único rastro de su risa fue un brillo divertido en las pupilas.

       —Hacemos un trato, ¿te parece?

       —No.

       —Coño, déjame acabar. —Allá iba. —Yo te beso. Si te gusta, sigo, y si no, tienes carta blanca para hacer conmigo lo que te dé la gana. Incluido morderme hasta la muerte.

       Hibari, por lo visto no consciente del doble sentido que Dino había imprimido a sus palabras, se envaró un tanto. La posibilidad de obligar al Haneuma a luchar sin contenerse le resultaba... atractiva.
Por otra parte, aquello era un reto. E Hibari Kyouya nunca decía que no a un reto.

       Cavallone le observaba con una media sonrisa bailoteándole en los labios.

       —¿Opondrás resistencia?

       Ahora era Dino el desconcertado. La sonrisa se le congeló en la cara.

       —¿Eh?

       —Cuando te muerda hasta la muerte —aclaró Kyouya, claramente exasperado—. ¿Opondrás resistencia? Si no, no tendrá sentido.

       —Pf. —Dino tuvo que echar mano de todo su aplomo para no partirse la caja otra vez. Trató de mostrar una actitud desafiante y, dejando a un lado que le vibraba un poco la voz, lo consiguió. —Así que partes creyendo que no va a gustarte, ¿eh? Bien; me esforzaré al máximo entonces.

       La sonrisa insidiosa del capo presagiaba tiempos de guerra, pero Kyouya no se achantó. Contuvo el aliento mientras el rubio se le acercaba de un modo que le hizo pensar en ofidios y se detenía a escasos milímetros de su boca.
       Y ahí se quedó. Respirando contra él, mirándole con aquel destello vagamente burlón en la mirada. El japonés notaba con claridad el intenso calor que emanaba de su cuerpo.

       —¿Vas a hacerlo o no? —espetó, tensándose ante la descarada, y demasiado prolongada, invasión a su espacio personal.

       —¿Ansioso? —El aliento de Dino era tibio al contacto con su piel. Trató de ignorarlo, como quien aguanta la respiración para no acusar el sabor de una medicina.

       —Más quisieras.

       Le escuchó reír quedo, cantarín, antes de cerrar la distancia y rozar la boca tercamente cerrada de Hibari con sus labios. Suave, muy suavemente, los movía sobre los contrarios casi sin tocarlos.

       —No me lo pones fácil, ¿eh, Kyouya? —Y parecía que además le acariciaba con las palabras. —Bueno, pues...

       Llevó una mano al rostro del otro y presionó hacia abajo la piel de barbilla con el pulgar, separando el mohín obstinado de Hibari. Cazó su labio inferior, succionándolo despacio. Lo encerró con cuidado entre sus dientes y pasó sobre él la punta de la lengua, serpenteando, empujando y apresando de nuevo antes de que se le escapara. Se complacía en mordisquear la carne tierna o apretarla blandamente entre sus propios labios; Kyouya lo sentía cada vez con más claridad a medida que la piel se sensibilizaba a causa del trato y el pulso se le disparaba, bombeando adrenalina a cada una de sus células. Aún no se habían quitado la vista de encima. Dino se detuvo tras dispensarle un pellizco algo más fuerte que los anteriores.

       —Abre la boca —musitó, y el guardián reparó en que la mirada de Cavallone había comenzado a teñirse de negro. No sabía qué le fascinaba más, si ese detalle o el repentino subidón de química natural. Obedeció.

       Dino no metió lengua de inmediato. Utilizaba los labios para acariciar los del otro, los raspaba con suavidad con sus dientes, los mordía, tironeaba de ellos y los lamía; y todo muy, muy lentamente y sin cerrar los ojos. Una mano audaz se coló por el escote de la yukata, se deslizó por el pecho lampiño de Kyouya viajando despacito hasta el pezón, el cual delineó con el pulgar en círculos. Hibari dio un respingo y fue entonces cuando la lengua de Dino se coló rozando con el envés la suya. Ésta reaccionó en el acto disparándose hacia arriba. El músculo en que Dino parecía haber concentrado toda su persona acarició de refilón el sedoso paladar al zafarse con un quiebro; tornó a acosar a su análogo, alternando con pericia presiones leves y estudiados movimientos en espiral.

       A Kyouya el corazón se le salía del torso y al parecer había olvidado lo que era el oxígeno; Dino lo notaba bajo sus dedos. Golpeó juguetonamente su lengua estática con la propia y se apartó, si bien sólo lo justo para que se le entendiese al hablar.

       —Respira por la nariz —aconsejó antes de hundirse de nuevo en la boca de su ex alumno.

       Entonces se puso serio. Tomó al otro por la nuca y le pegó más a sí para tomar esa lengua cálida entre los dientes e introducirla en su boca, chupándola con tanta gula como un adicto a la glucosa a un caramelo, y a Kyouya se le escapó una ronca exclamación cuando le apretó el pezón entre la uve formada entre el índice y el pulgar. Un calorcito se esparció como una nube difusa en su bajo vientre, cosquilleando de forma un tanto molesta. En algún momento Dino le tumbó en el tatami, tiró de la yukata y le dejó el torso al descubierto. A horcajadas sobre el regazo del guardián, acarició sus hombros casi reverente, mordiéndose el labio inferior con un pronunciado incisivo. Hibari pudo oírle chistar de aprobación en el segundo previo a que se le echase encima en un movimiento fluido, con un codo apoyado a un lado de su rostro.

       —Mm... —ronroneó, rozándole la mandíbula con la barbilla. Tomó aire entre dientes mientras ascendía, hasta tocar apenas la oreja del guardián con sus labios húmedos. Su voz se había reducido a un insinuante suspiro—. Me encantas.

       Fue Kyouya el que volvió la cabeza y le atrajo de nuevo hacia un beso hambriento, divirtiendo al rubio con su torpeza y movimientos inquietos. Una de las manos del japonés se aferró a su camiseta, pegándole a sí, entretanto la otra apresaba con rudeza sus cabellos. Al ser mordido demasiado fuerte, Dino acentuó circunflejo un quejidito y le miró fingiendo reproche.

       —Oye, no seas tan bruto. —Sonrió travieso y lamió el cuello expuesto del moreno, presionando sobre la yugular que se insinuaba bajo la piel casi translúcida. —No voy a irme a ninguna parte...

~~~~~

       No habían pasado de ahí aquella vez. Cavallone se había separado de él al notar la polla demasiado tirante en sus pantalones, jurando y perjurando que como no se quedase quietecito iba a rebelarse al más puro estilo William Wallace, gritando «libertad», y le haría ensartar al guardián sobre ese mismo suelo como si no hubiera mañana. Tuvo que sisear y poner a Hibari la yema del índice en los labios, diciendo que «Es mejor tomarse las cosas con algo más de calma, Kyouya, pero te prometo que te lo compensaré» porque si no éste lo mataba. De hecho estuvo sin hablarle un par de semanas, durante las cuales Dino se cansó de mandarle correos electrónicos con sus más sinceras (desesperadas, sería el término) disculpas.

       Correos que, secretamente, Kyouya aún guarda. Puede incluso leerlos si pasa unas cuantas páginas en la bandeja de entrada, porque aunque han pasado ocho años de eso sigue vigente su repudio a todo lo que tenga cables (más intenso, incluso, desde que el Haneuma le hiciera ver la trilogía de «Matrix» entera en una sola noche) y sólo recib... ía emails de Dino y de publicidad diversa que borra sin leer. ¿Tiene pinta acaso de querer sacarse un título exprés de auxiliar de enfermería? ¡Joder, la respuesta es no!

       Tecnología aparte, Cavallone hizo auténticos oficios por ganarse su perdón. Hubo de apelar a todos sus conocimientos para ablandar poco a poco la férrea resistencia del guardián, demasiado confuso y molesto (consigo mismo, más que con Dino) como para hacer algo más que gruñir y amenazarle con una instantánea macrofagia cada vez que se acercaba más de un metro. No obstante, de aquella el italiano ya dominaba el arte de captar el interés de Kyouya de formas no violentas y no le resultó demasiado complicado adivinar por dónde ir arañando terreno.

       Sabía, por ejemplo, que era una persona sensorial cuya mayor necesidad era la de estimular sus sentidos, que el aspecto visual era lo que más le contaba de una película, que era capaz de recordar y describir imágenes muy precisas pero totalmente nulo para retener nombres, que Beethoven le atraía más que Haydn y que podía pasarse horas con los ojos cerrados para disfrutar mejor «Für Elise», pero no le gustaba la «Appassionata»porque le pertubaba; hacía que se le anudase la garganta y las manos le temblaran por la desazón.

       Que una noche Dino insistiese en sustituir «Bunraku» por «Farinelli, Il Castrato» resultó una decisión acertada al ver que a Kyouya, mientras escuchaba por primera vez «Lascia ch'io pianga», se le ponía la piel de gallina y no se resistía cuando el rubio le tomaba por la barbilla e iniciaba un beso suave que se fue tornando candente según iban morendo los violines.

       Dejando a un lado la inmejorable banda sonora, esa primera vez no fue lo que se dice magnífica. De hecho, pasaron mucho más tiempo discutiendo quién debería estar arriba que en llevar a cabo el asunto en sí. Kyouya se había negado a mirar a Dino a la cara después de que le sometiera (lo cual le parecía humillante), le hubiera hecho correrse demasiado rápido (lo cual le parecía aún más humillante) y le manchase el tatami al caérsele el preservativo usado (lo cual era difícil de limpiar. Y, además, un humillante recordatorio).

       Sí, Cavallone se había llevado un tonfazo importante después de eso. Lo bueno, aunque al principio Kyouya no lo considerase así, fue que Dino amortizó el golpe con infinidad de lecciones prácticas acerca de cómo ser pasivo no tenía por qué suponer merma alguna en su autoestima.

       Sorprendentemente, fue Ryohei el primero en constatar que algo entre ellos había cambiado. Las miradas que se les escapaban, según le comentó a Lussuria cuando creyó que la cabeza le iba a reventar de incertidumbre, eran demasiado extremas como para pasarlas por alto. Decir que el de Varia se entusiasmó es un eufemismo.

       La cosa estalló un día que Squalo les oyó cuchichear y, por estricto orden, puso el grito en el cielo rugiendo algo así como que parecían un par de marujas, asimiló la información recibida y prorrumpió en unas carcajadas espantosas que terminaron atrayendo a Belphegor a la escena del crimen. Al día siguiente de la formación de tal pintoresco Triángulo de las Bermudas (y el Príncipe, ya que Bel rehusaba que se le mencionase en colectivo), todo el mundo sabía que Dino Cavallone e Hibari Kyouya estaban juntos.

       Fue el inicio de buenos tiempos para Hibari. Sus fines de semana eran totalmente monopolizados por el Haneuma y, de diario, mordía hasta la muerte a cualquiera que osaba decir algo de italianos en su presencia. Aunque Dino obtenía avances lentos pero satisfactorios en el empeño por sosegar su cáustica personalidad, Kyouya no desistió en ningún momento de querer vencerle. No en sus batallas, no en los forcejeos en la cama (o en la ducha, ya que Dino demostraba una curiosa fijación por tener sexo bajo el agua), no en sus apasionadas discusiones sobre artes diversas y vida en general.
       Eran felices. A su manera.

 

~~~~~


       Cierta noche, Dino insistió en ver con él una lluvia de estrellas en la azotea de la escuela. Hibari recuerda que el día anterior había llovido, que el aire limpio aún llevaba al olfato recuerdos de tierra mojada, que los ojos de Cavallone eran risueños contra los suyos, que el único roce que compartieron mientras contemplaban el cielo, tumbados panza arriba, fue el de sus cabellos al ser agitados por ocasionales rachas de brisa y que se quedó dormido de puro relax. Por eso no pudo ver cómo Dino se volvía de costado, acurrucándose contra él con un brazo envolviendo su torso. Dio igual de todas formas porque al despertar el rubio no se había movido, su abrigo verde les mantenía a salvo del relente y Kyouya pudo imaginarse la escena.

       Al contemplar el rostro tranquilo del otro, Hibari reparó entonces en lo inusual que era para sus estándares haber tenido un sueño tan profundo. No hacía mucho el simple sonido de la respiración del Haneuma bastaba para desvelarle; ni qué decir de un contacto directo. Terminó por decidir que, mientras pudiese descansar así de bien, aquella rareza tampoco importaba tanto.
       Cuando Dino entreabrió los ojos, creyó por un fugaz momento verle sonriendo.

       Hibari cierra la pantalla del portátil sin apagarlo y se mete en el futón. Sabe que es antihigiénico, pero lleva cosa de once días sin cambiar las sábanas. Todavía huelen a él.

Notas finales:

      Si alguien quiere escuchar la versión de «Lascia ch'io pianga» que menciono, sólo tiene que hacer clic al título. Es una escena de la película. Se me aguan los ojos cada vez que la veo/escucho... una auténtica maravilla.

E.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).