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Ciel's Law por CiebasPhantomhive

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Capítulo 2. Ley 1: Despertar

By:

CiebasPhantomhive

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Ahh, él está llamándome.

En medio de la tristeza y la ira, la confusión y la desesperación…

Las palabras malditas son escupidas… (1)

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Ley 1: Despertar. Nada de besos, caricias ni tocamientos indecorosos. LIMÍTATE a correr la cortina o a llamarme, POR COMO ME LLAMAS. Nada de ‘mi humano’, ‘mi Bocchan’, ni mucho menos ‘Ciel mío’.

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—Buenos días, Bocchan. Hoy amaneció con un día hermoso, sin contar que tiene demasiado papeleo en su escritorio.

El enigmático mayordomo corrió las cortinas de la espaciosa recámara del pequeño, que yacía en la cama que estaba justo en medio. Su rostro despreocupado le daba un aire aún más hermoso que cuando estaba despierto o enojado. Lo miró por unos momentos, con aires de grandeza. Oh, cómo le gustaba ese amo que tenía.

Al ver que lo único que hacía el ojiazul era removerse en su cama con sus mejillas alborotadas, debajo de las sábanas blancas de la más fina seda, suspiró. Su humano era verdaderamente flojo en ocasiones. Se acercó lentamente a él, sin hacer ruido alguno. Los párpados fuertemente cerrados del niño le daban a entender al mayor que le molestaba la luz, lo que significaba que ya estaba medio despierto.

—Bocchan, Bocchan—le llamó, burlón—. Es hora de despertar.

El niño sólo gruñó. No lo toques, no lo toques, no lo toques. Maldito niño, miren que provocar a un demonio… Se acercó lentamente a él para quedar a la altura de su oído, que en esos momentos se encontraba sin su típico arete redondo y azul. Le lanzó su aliento y, después de sentir el escalofrío en el cuerpo del niño, susurró:

—¿Sueños húmedos, Bocchan?

Y los ojos azulinos de Ciel se abrieron de golpe.

—¡I-Imbécil! —Gritó, con su inocente cara más roja que un tomate. Se sentó en su cama y mirando con enojo al pelinegro, le habló—: ¿Acaso no te dije que…?

—No—El demonio sonrió, más que divertido—. Lo que usted me dijo fue que no lo tocara más de lo que debería, que no lo besara y que no le hablara por ‘Mi humano’ o esas cosas por estilo. Yo sólo le hice una simple pregunta.

La sonrisa demoniaca-divertida del demonio lo sacó de quicio. Era un estúpido, ¡un estúpido! Tenía que poner distancia entre ellos lo más pronto posible. Ya no caería en sus redes, nunca más.

Mientras tanto, el demonio bajó la mirada a las delgadas piernas del niño, que habían sido descobijadas por el repentino salto de su amo. Eran tan cremosas, hermosas, finas y atrayentes, que el pelinegro no pudo evitar apreciarlas. Oh, estoy rompiendo parte de la regla, pensó divertido. Se imaginó su rostro enterrado y clavado entre esas piernas, en cierta parte de la anatomía de su pequeño Conde; se las imaginó enrolladas en su cadera mientras el peli azul gemía de placer; se las imaginó débiles, temblantes, mientras él embestía con fuerza al pequeño cuerpo del chico. Mente sucia y pervertida.

Fue entonces cuando se dio cuenta de la pequeña marca morada que estaba en la parte algo interna de sus muslos. Alzó una de sus cejas.

—Mi rostro está arriba, ¡imbécil! —Fanfarroneó un Conde muy enojado, mientras se ponía de pie y con toda su fuerza le proporcionó una patada al hombre pingüino.

Ops, se dio cuenta de que lo observé. Bueno, ¿qué más daba? No dijo que cumpliría las reglas al pie de la letra, por supuesto que no. Él era un demonio de 700 años (2), y ninguna regla, ley o un caprichoso niño tentador lo detendrían.

Siguió al niño con la mirada, sin poder evitar el hecho de estrujarlo descaradamente, de arriba abajo. Sonrió con malicia. Entendiendo que su contratista quería tomar un baño, comenzó su caminata, hasta poder alcanzarlo y colocarse detrás de él. Si se acercaba un poco más, estaría en una posición perfecta para tomar su…

—Sebastián—Le llamó, sacándolo de sus pensamientos insanos—. Espero y te hayas memorizado todas y cada una de las leyes, porque no quiero que esto vuelva a pasar—Le ordenó, dándole a entender que sabía perfectamente lo que le pasó por la mente.

El demonio lanzó una risita al aire, causando un enojo en el Conde.

—No volverá a pasar, Bocchan—Hizo una pequeña reverencia, sin dejar de mirarlo—… Pero tengo una pequeña duda, my lord.

—Dímela—espetó, con un leve sonrojo en sus mejillas al sentir el olor del pelinegro muy cerca del suyo—. Y rápido, no tengo… no tengo tu tiempo.

—Por supuesto.

Lo estampó en contra de la puerta del baño, pegando su cuerpo al suyo. Ciel gimió bajito al sentir la enguantada mano del ojicarmín en uno de sus muslos. Intentó alejarlo, decirle que estaba rompiendo una de las reglas, y después hacerse el enojado y ridiculizarlo, pero este tipo… Su tipo, siempre encontraba un lugar en blanco para hacerle este tipo de cosas, para burlarse de él. Sintió el imponente miembro del pelinegro en su cadera.

—No rompo ninguna regla, Ciel mío—Se burló, acercándose a su rostro—. Usted hizo esa ley sólo para cuando lo despertara, pero como ahora se dirige al baño… Aunque lamentablemente hizo una regla para todas las actividades, qué más da. ¿No piensa usted así, Bocchan?—suspiró, tocándole débilmente su mejilla izquierda y pasando su mano por el ojo en donde estaba el contrato.

—S-Sebas…

El aludido se dirigió a su cuello, lamiéndolo.

—La marca en su muslo—tocó con su mano la parte indicada—… ¿Fue cuando lo hicimos en la mansión del Conde Druitt?

El sonrojo del pequeño no pudo ser más evidente. Este demonio, este demonio, este demonio…

—¡I-Imbécil! ¡Estúpido!

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—¿Ciel? ¿Qué es esa marca en tu cuello?

—No es nada, Lizzy. Ya te lo dije un montón de veces.

El chillido desconfiado de la rubia lo sacó aún más de quicio. La chica había llegado tan pronto,                que por dentro le estaba profundamente agradecida. Porque repetía: Él jamás le diría a Sebastián que era su debilidad.

Tomó un poco de té que el pelinegro les había proporcionado, mientras le daba un mordisco al bizcocho que estaba en la mesita pequeña, que lo separaba de Lizzy, que no dejaba de chillar por la preocupación.

—¿Quién te lo hizo, Ciel?

—N-Nadie…—tartamudeó. Con su pálida mano, se cubrió el único ojo visible. Estúpido Sebastián.

—¿Está bien, Bocchan? Se ha sonrojado.

La voz maliciosa y venenosa del ojicarmín le sacó un tremendo susto. Callado se veía más bon… no, ¡se veía más soportable! Meneó la cabeza, haciendo que la ojiverde lo mirara algo extrañado.

—¿C-Ciel?

El aludido miró de soslayo al mayordomo. Dios, cuánto lo sacaba de quicio. Imbécil, imbécil, imbécil. Se vengaría por eso. El ver la sonrisa victoriosa del pelinegro lo estresaba aún más, y Lizzy era demasiado inocente como para comprender que estaba burlándose de él. Si su prometida supiera que fue por su culpa…

—Fue un animal—Lizzy reflejó duda en sus brillantes ojos—. Fue el  estúpido animal de Sebastián el que me hizo esto.

Sebastián lanzó una risilla inaudible, pero que el Conde escuchó en toda su extensión. La rubia con cara de espanto se lanzó al pequeño cuerpo del ojiazul y con ojos llorosos comenzó a decirle cosas que Ciel no entendía. Escuchó la vocecilla de su prima decirle ‘El animal de Sebastián es malo, pero no sé cuál sea. Odias los gatos y él los perros, ¿qué animal tiene Sebastián, Ciel?’. Él… él le decía animal al pelinegro, pero qué más daba. Bufó hastiado.

Pero si hablamos de ponerle un nombre… Es un Sebastiancito, pensó el conde. Después se sonrojó aún más. Esa parte de la anatomía de Sebastián no tenía nada de pequeño, ¡no señor! Con su cara hecha tomate alzó la vista para observar al pelinegro, notando en sus ojos una pizca de lujuria. Oh, mierda, por supuesto que él sí lo entendió.

Quedaron frente a frente, demonio contra humano, mayordomo contra amo. La mirada rabiosa del peli azul podría matar a mil hombres bravos e inhumanos, pero a él no. De hecho, eso lo divertía más. Con toda la elegancia que caracterizaba al personaje más enigmático de la mansión, hizo una pequeña reverencia, a la espalda de Lizzy. Y, sin que la rubia se diese cuenta siquiera, el mayordomo se fue.

No sin antes lamerse los labios y lanzarle un beso a su amo. Ohhh, qué placentero. Pero el sonrojo de Ciel era evidente, mientras soltaba un poco a Lizzy, que era ajena a lo que sucedía a su alrededor.

Imbécil, imbécil, ¡IMBÉCIL!

Ley 1: Mitad cumplida. Mitad rota.

Ese demonio estúpido…

—¡S-Sebastián! —Rugió.

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...Convocándome (*).

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Notas finales:

(1)(*) Palabras de Sebastián cuando lo invocan y ve por primera vez a Ciel. Momento en que Undertaker lo atraviesa con su Deathstyle, para ver su registro (ya saben de qué hablo :k)

(2) La verdad, no sé cuántos años tiene Sebastián, no con exactitud. No sé por qué le puse esa edad, no me pregunten xD.

¡Hola, hola! ¿Cómo están lectoras mías?

Aquí el segundo capítulo de este fic que recién acabo de empezar, Ciel’s Law. Bueno, puede que no haya sido tan interesante, pero a mí me gusto :k. He de admitir que el acosamiento de Sebastián hacia Ciel me recuerda demasiado a Takano con Onodera (¡aaawn’s! Al fin acabé de ver Sekaiichi Hatsukoi, ¡quiero tercera temporada! Maldita censura del anime en las escenas pervert’s, ah u.u), así que con más razón me encanta :k

Bueno, las características de todos los capítulos de éste fic serán los siguientes: TODOS empezarán, claramente con el nombre del capítulo y demás, luego un fragmento de Kuroshitsuji (la mayoría serán del manga), seguido de la Ley de la que hablaré. Después, el desarrollo del capítulo y al final (siempre, siempre) las últimas cuatro frases.

Muchas gracias a todas aquellas que comentaron el capítulo anterior. Sinceramente, no esperé que lo leyeran mucho o siquiera comentaran e.e. De igual manera, agradezco a las personas que comentaron tanto este fic y leen el otro, Adrenalina, ¡Gracias a todas por igual, las amo!

Díganme, tanto en éste fic y en el otro, ¿cuál es la palabra que comúnmente le dice Ciel a Sebastián? Si me la dicen, les doy un premio, el que ustedes quieran :K.

Sin más, espero y les guste el capítulo :D. Pasen a leer mi otro fic, Adrenalina (recientemente actualizado). Oh, lo último sonó como una orden D:…

¡Saludos&besos!

CiebasPhantomhive.


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