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Afecto. por Seiken

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Afecto

Capitulo 17.

— No sabes cuánto te deseo, cuanto te deseaba, cuantas noches quise ordenarte que me acompañaras a mis habitaciones, utilizar mi rango para que me notaras, para que me entregaras tu cuerpo, para que calentaras mi cama.

Tygus gimió al sentir los dientes de Leo morder su cuello, justo donde estaba la marca de su unión, sintiendo poco después como la lengua de su león recorría la piel enrojecida, imaginándose a los pies de su comandante, sirviéndole con su boca y su cuerpo, entregándose a él de maneras que nunca antes había imaginado.

— Pero yo quería que te entregaras a mí por tu propia voluntad, que fueras mío porque así lo querías y en esa explosión, cuando por fin te entregaste a mí, supe que mi espera valió la pena, que por fin tenía a mi compañero.

Tygus logro desabrochar la capa de Leo, e intento desprender los broches de sus hombreras, quejándose cuando su amante se alejo de sus manos para besar su abdomen, desabrochando el cinturón de piel que rodeaba sus pantalones holgados de seda negra.

— Siempre te he deseado… siempre quise que fueras mío… aun cuando era un cachorro, cuando me salvaste de ese motín supe que no podría descansar hasta que tú me pertenecieras, cuando yo fuera tu mundo como tú eras, eres el mío… por el rugido, tu eres tan hermoso, tan deseable, que no puedo imaginarme a nadie más en mi cama.

Tygus arqueo su espalda gimiendo con fuerza cuando Leo llevo su mano a su entrepierna por encima de su ropa, sonriendo al escuchar el placer que solo él podía otorgarle a su compañero, esa respuesta que lo volvía loco de orgullo.

— Lo que hubiera hecho de tan solo saber por lo que pasabas, pero ahora que ya eres mío no dejare que nadie vuelva a lastimarte, te protegeré cada día de mi vida y te demostrare cuanto te deseo, cuan loco me vuelves.

Leo se detuvo para admirar la sonrisa de su amante, sintiendo el cálido aliento de su compañero, quien tomándolo con delicadeza de las mejillas lo acerco a sus labios, apoderándose de ellos, besándolo, primero con suavidad y después aumentando la fuerza, introduciendo su lengua en la boca ardiente de su león.

— Quítate esta cosa…

Pronuncio repartiendo besos delicados en las mejillas de Leo, alejando su melena de su rostro, esperando que la pesada armadura se quitara del camino para que pudiera disfrutar del hermoso cuerpo de su compañero, quien ronroneo al escuchar esa suplica que más bien hubiera sido una orden.

Tygus volvió a besarlo antes de que Leo pudiera separarse de su cuerpo, sus ojos azules brillaban con emoción provocando que se estremeciera, con sólo verle sabía que esa noche sería una de las mejores de su vida e intento quitarse la ropa, imitando a su compañero, resbalando por sus brazos su camisa en un movimiento que esperaba fuera sensual, abriéndola ligeramente.

— ¡No te muevas!

Pronuncio Leo, dejando caer su peto al suelo, Tygus arqueo una ceja preguntándose que había de malo en lo que estaba haciendo y prosiguió, quitándose la camisa, aventándosela a Leo, quien la atrapo en el aire, oliéndola después con una agradable sonrisa que solo auguraba placer para ambos.

— ¿Por qué no?

Tygus al principio no entendió las palabras de Leo, quien seguía perdiendo su ropa con demasiada lentitud, sin embargo obedeció su desesperada orden con una sonrisa en sus labios, deseando escuchar la respuesta que Leo estaba a punto de darle.

— Déjame quitarte la ropa… he soñado con este día desde hace mucho tiempo.

Tygus asintió pero no se quedo quieto, en vez de recostarse en la cama gateo en dirección de Leo, alcanzándolo por el cinturón de sus pantalones, jalándolo hacia él casi provocando que cayera en la cama, sí su león quería encargarse de su ropa, él también se encargaría de la suya.

— Permíteme…

Leo camino varios pasos en su dirección manteniendo el equilibrio, sintiendo que Tygus llevaba sus manos al interior de su camisa de color azul verdoso, besando su torso, lamiendo cada uno de sus músculos.

— ¿Déjame ayudarte con eso?

Ni siquiera debía preguntarlo, Leo cerró los ojos dejando que Tygus besara su cuerpo, ronroneando al sentir que sus manos se detenían en cada una de las cicatrices que marcaban su pelaje, esas manos parecían querer devorarlo, sus dedos largos desabrochaban el cinturón que sostenía sus pantalones, dejándolos caer al suelo, agachándose a su lado, ayudándole a perder cada una de sus prendas, siguiendo un camino de besos y caricias que le hacían sentir como si fuera reverenciado.

— Tygus…

Susurro sintiendo que dos dedos pellizcaban uno de sus pezones al mismo tiempo que con sus dientes atendían a su gemelo, alejándose de su entrepierna que gritaba por ser atendida por esa criatura de movimientos delicados, quien ronroneaba fuerte, pronunciando un sonido hermoso, que creyó nunca volvería a escuchar.

— Tygus…

Su amante respondió rodeando con su mano libre su entrepierna, la que acariciaba con delicadeza, primero a todo lo largo, después sus testículos e ignorando su torso por primera vez se agacho, atrapando su hombría en la cueva húmeda de su boca, tratando de brindarle tanto placer como él sentía al escuchar sus gemidos, descubrir la reacción que su poderoso león tenía con unas cuantas caricias.

— Tygus…

Repitió Leo, sintiendo como Tygus se alejaba de su cuerpo de repente acostándose en la cama, dejándolo frustrado, sonrojado, tan excitado que sus pupilas estaban dilatadas, su respiración era entrecortada, sus labios entre abiertos exigían una respuesta, así como su sexo estaba erguido como demostrando lo mucho que aquellas manos y esa boca le gustaban.

— No querrá que yo realice todo el trabajo, su majestad.

Leo se rio entre dientes y salto en dirección de la cama, gateando hacia su amante, quien retrocedió cada paso que él daba en su dirección, fingiendo querer alejarse de su compañero, girando para esquivarlo cuando trataba de sostenerlo, sus ojos dorados fijos en cada movimiento que daba, incitándolo a atraparlo.

— Eres muy lento…

Pronuncio alejándose de Leo, quien rugió repentinamente, no un rugido real, sino uno más parecido a un maullido, el cual fue interrumpido por su ronroneo, el de ambos, un sonido que inundaba ese cuarto mezclándose en uno solo.

— Los leones son fuertes, no rápidos como los tigres.

Respondió Leo, atrapándolo por el tobillo, jalándolo en su dirección para demostrar que tenía razón, Tygus se rio al escuchar esa respuesta y al sentir como su compañero comenzaba a desabrochar sus zapatos, que no eran más que unas sandalias quiso seguir con ese debate verbal, sólo para hacerle enfurruñar un poco.

— ¿Fuertes?

Le reto Tygus, sintiendo que Leo comenzaba a besar los dedos de sus pies al mismo tiempo que desenredaba los lienzos que rodeaban sus tobillos, los que por un momento observo con curiosidad, como si quiera atarlo con ellos, para después descartarlos como si fueran trapos sucios, no exquisita seda negra.

— Yo diría necios…

Leo se rió al escuchar esas palabras, recargándose en la cama a la altura de sus caderas, esta vez desgarrando los lienzos que hasta ese momento sostenían sus pantalones en su lugar, los que recibieron el mismo destino, provocando que Tygus tratara de quejarse momentáneamente hasta que sintió la mano de su compañero sobre su entrepierna, la cual no era inmune a la cercanía de su león.

— Es perseverante…

Le corrigieron, lamiendo su entrepierna, sosteniéndolo de las caderas para que no pudiera moverse, Tygus se recargo en sus hombros tratando de ver que era aquello que Leo haría con su cuerpo, gimiendo cada vez que su lengua lo tocaba, recordándole la forma en que alguien lamería una paleta o un dulce muy sabroso.

— No… no se dice así…

Leo no se detuvo, parecía que ya no le hacía caso alguno cuando beso su sexo con las puntas de sus labios para después rodear su hombría con su boca, levantándolo un poco de las caderas, utilizando uno de los cojines que estaban a su alcance para facilitar su trabajo.

— Es…

Tygus se mordió el dorso de la mano para silenciar un poco los sonidos indecorosos que estaba pronunciando, escuchando un quejido de su compañero quien como en castigo recorrió con la punta de sus dientes su hombría, delineando sus nalgas con una de sus manos, la que gracias al cojín estaba libre.

— Pervertido…

Leo se separo de Tygus por unos instantes, pero solo para acomodar sus piernas alrededor de sus hombros, sonriéndole con picardía antes de besar su ombligo, alejándose de su sexo, recorriendo su vientre con la punta de su lengua.

— Digas lo que digas, se que te gusta lo que hago con tu cuerpo.

Tygus apretó su cuerpo contra el de Leo utilizando la fuerza de sus piernas, las que lo rodearon, sintiendo que su sexo era acariciando por el torso de su compañero, quien se acerco aun más a él, frotando su hombría contra la de su tigre, quien gimió con fuerza arqueando su cuello.

— No dije que te detuvieras.

Pronuncio Tygus cuando por fin pudo formular algún pensamiento coherente, Leo seguía sujetándolo de las caderas, las que tendrían las huellas de unos dedos en algunas horas, al mismo tiempo que besaba su cuello, mordisqueándolo, dejando una infinidad de marcas junto a la más duradera, tal vez para que no se sintiera sola.

— Lo sé, te gusta lo que hago con tu cuerpo...

Todo ese tiempo Leo seguía moviéndose sobre su cuerpo, provocando que sus sexos se frotaran mutuamente, imitando lo que seguramente seguiría una vez que pudieran separarse del calor de su compañero, lo suficiente para cambiar su postura.

— No sabes cuánto…

Pronuncio Tygus logrando cambiar de posición, esta vez él yacía sobre su león, quien le miraba perplejo, al parecer su compañero no era el único con fuerza suficiente, por un momento recorrió los músculos de su cuerpo, comenzando a creer que se estaba obsesionando de ellos, recibiendo una mirada sorprendida de Leo cuando se elevo momentáneamente, acomodándose sobre su sexo.

— Leo.

Fue lo único que pronuncio antes de comenzar a empalarse en su hombría, con una lentitud que los hacía temblar y desesperarse al mismo tiempo, llevaba demasiado tiempo sin sentir algo como eso, no podía negar que le dolía, pero solo un poco, solo unos instantes antes de que se acostumbrara a esa deliciosa sensación.

Leo no podía dejar de mirarle, llevando sus manos a los muslos rayados, relamiéndose los labios al escuchar los pequeños gemidos placenteros que pronunciaba su tigre, quien comenzaba a volverlo loco de deseo, quería tocarlo, hacerle ver cuánto disfrutaba de aquellas sensaciones, pero no lo haría, le dejaría llevar su ritmo.

Tygus disfrutaba de esa sensación tan diferente, sólo su león podía hacerlo sentir de aquella forma, era tan correcto, tan puro pertenecerle, estar unidos, volverse uno en esa danza milenaria y al mismo tiempo, los ojos azules de su león lo hacían sentir sensual, excitado por esa unión, incrementando su lujuria.

Cuando por fin se detuvo, sintiendo el cuerpo de Leo reaccionando a su cálido interior permaneció quieto algunos instantes, unas pequeñas lagrimas provocadas por el dolor y el placer vueltos unos mojaban su rostro, sus ojos estaban cerrados, su boca entre abierta.

Leo se movió un poco, cargando a Tygus de la cintura, acomodándolo sobre sus piernas, sin separase de su amado, quien gimió al sentir aquel movimiento repentino, sus ojos dorados se abrieron posándose en los azules, los cuales estaban dilatados.

Ninguno dijo nada, solo se besaron antes de comenzar a moverse, Leo cargándolo de la cintura, el sosteniéndose de sus hombros, ambos gimiendo sin controlar el volumen de su voz, sin dejar de mirarse, entregándose a esa dulce danza que los unía con hilos invisibles, volviéndolos uno.

Tygus recargo su frente contra el hombro de Leo cuando ya no pudo aguantar más el placer que le brindaban, sólo quería sentir los brazos de su compañero recorrer su espalda, sin importarle el tiempo transcurrido ni la marca de las serpientes.

Aquella no importaba cuando Tygus tenía una mucho más profunda en su corazón, en su alma, su tigre tenía su nombre escrito en el mismo centro de su ser, al igual que él sabía que nunca le pertenecería a nadie más que a su dulce y hermoso tigre.

La marca de sus dientes le llamaba a retomarla, a recuperar lo rojo de la piel, volver a mostrar con esa intima herida que era su compañero, una fuerza salvaje y antigua se apodero de sus sentidos, orillándolo a morderle nuevamente, hincando sus dientes en la dulce piel cubierta de rayas negras.

Tygus estiro el cuello gimiendo con fuerza, aferrándose a su cabello, cerrando los ojos, disfrutando inmensamente de aquel dolor, de aquella marca que decía que era suyo, no de nadie más, mucho menos de fuerzas oscuras y muertas, de pronto abrió los ojos, la misma clase de fuerza primitiva le solicito devolver la marca, darle una igual a su compañero.

Leo sintió que Tygus de pronto lamia su cuello, un movimiento que lo tomo por sorpresa, pero solo unos segundos ya que casi inmediatamente sintió los dientes de su tigre encajarse en su piel, compartiendo ese extraño instinto milenario, un acto que pensaba debía estar ligado con sus antepasados más remotos.

La espada brillaba debajo de su cama, donde había sido abandonada sin ninguna clase de cuidado, de ella eran desprendidos pequeños relámpagos de color rojo, los cuales parecían acompañarlos en su pasión, ya que incrementaban con sus embestidas, con cada movimiento que realizaba la pareja real.

Tygus seguía lamiendo su cuello, moviéndose con rapidez sobre su hombría, al mismo tiempo que él aumentaba la fuerza y la velocidad de sus embistes, aferrándose a sus caderas al mismo tiempo que su tigre sujetaba sus mejillas, besando sus labios, introduciendo su lengua dentro de su boca.

Leo gimió en sus labios, cerrando sus ojos cuando sintió que estaba a punto de alcanzar su clímax, el cual fue acompañado por su tigre, quien se derramo sobre su pecho, sintiendo como su semilla lo inundaba, llenándolo con su esencia.

Tygus cerró los ojos recargándose en su frente, temblando ligeramente, sintiendo como Leo lo recostaba en su cama, todo ese tiempo tratándolo con delicadeza, recorriendo su espalda con las puntas de sus dedos, buscando algunos trozos de tela con que limpiar sus cuerpos desnudos.

Leo llevo momentáneamente sus dedos a su cuello, notando que unas cuantas gotas de sangre los manchaban, su compañero lo había mordido, también le había marcado como suyo, ese sentimiento era aun mejor que ver su marca en su cuello, porque significaba que era un sentimiento mutuo, ambos necesitaban del otro.

Tygus entreabrió los ojos observando cómo Leo se recostaba a su lado, cubriéndolo con una cobija delgada, podía notar la marca roja de su cuello y por primera vez comprendía como se sentía su compañero al ver la suya.

— Me mordiste…

Le informo Leo maravillado por esa extraña muestra de pasión, sintiendo como su tigre se acomodaba sobre su pecho, cerrando los ojos presa del cansancio, rodeándolo con sus brazos antes de cerrar sus ojos, ambos querían descansar después de aquel dulce encuentro, sin percatarse que la serpiente de pronto brillaba, modificando su forma por la de un felino rugiendo, una marca que había sido provocada por la misma espada del augurio, que compartía de alguna manera los deseos de su amo.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Shen estaba dolido por lo que había pasado, pero no podía culpar a Tygus por no compartir sus sentimientos, después de todo Akbar se lo dijo, mucho antes de que siquiera sintiera algo remotamente parecido a la amistad por el capitán de las fuerzas especiales.

Akbar parecía creer que Tygus y Leo estaban destinados a estar juntos, sin importar lo que pasara, en realidad le advirtió que solo podrían ser amigos, que nunca serian compañeros a menos que el comandante no rectificara a tiempo.

No supo cuando rectifico su camino pero se alegraba de que lo hiciera, mucho más por Tygus que por Leo, su amigo se merecía un poco de paz y creía que no la tenía en el interior de su aldea, mucho menos con aquellas extrañas pesadillas que para sus ojos eran malignas, sobrenaturales.

Por eso mando llamar a Akbar, quien parecía contento de verle, aunque decía no querer seguir viviendo bajo el dominio de ningún amo, por eso él y la mitad de los suyos decidieron vivir en una ciudad que muchos decían era un mito, pero que debía existir, ya que las historias que oían de ella eran demasiado hermosas para no ser reales.

— Shen, veo que has prosperado.

Shen asintió, mostrándole el camino al elefante de avanzada edad, quien ahora viajaba en compañía de uno mucho más joven, parecía un aprendiz de largos colmillos y fuerza descomunal.

— Así es, pero no te llame para que disfrutes de mi ciudad.

Akbar le observo sorprendido, con una expresión que parecía ser de dolor, aparentemente sabía que Tygus había roto su corazón en el momento en que Leo hiciera lo correcto.

— Piensas que Tygus necesita mi ayuda pero es Leo quien me preocupa…

Shen le indico el camino, escuchando los pesados pasos de Akbar y su discípulo, quien observaba su ciudad con asombro, siguiendo muy de cerca al anciano que ahora se sostenía de un bastón, pero que parecía tan jovial como el primer día que hablaron.

— ¿Leo? ¿Por qué puede preocuparte ese león?

Akbar se detuvo mirando el cielo, el joven elefante que caminaba a su lado se detuvo detrás de él, con una sonrisa de oreja a oreja, como si quisiera disculparse por el extraño comportamiento de su maestro.

— Sólo Leo puede saberlo.

Su ayudante suspiro al ver que Akbar seguía con su camino, parecía que el joven elefante estaba acostumbrado a explicar el comportamiento del mayor.

— Aun se siente culpable por advertir a Leo de la traición que sufriría una década atrás, piensa que él propicio que eso ocurriera, aunque no me dice que es lo que paso.

Shen asintió, tal vez Akbar tenía razón, recordando que sus advertencias nunca eran concretas y que podían llegar a malinterpretarse, como debió ocurrir en el pasado, cuando Panthera dejo que Tygus huyera.

— Ellos están juntos Akbar… creo que deberías saberlo.

Aquello Akbar ya lo sabía, vio su futuro mucho tiempo antes de que existiera, cuando Tygus estaba solo a su cuidado, tratando de controlar un don que muchos creían era mucho más parecido a una maldición, pero que aun así les ayudaría a liberarse del peligro sí su alumno aceptaba controlarlo.

Conocía el nombre de sus pequeños, cual sería rey, cual no, así como comprendía que el don de Tygus aunado por su necesidad de saberse amado provocaba que él mismo atrajera atención que no deseaba.

Podía ver a un tigre deseándolo, una criatura que tenía una diminuta posibilidad de ganarse su confianza, pero que nunca tendría su amor, jamás, ya que eso sólo le pertenecería a su compañero, al ese joven león de ojos azules y cabello de fuego.

Ese mismo tigre ahora mismo cargaba la espada de Plundarr a sus espaldas, sin darse cuenta de que su energía oscura torcía sus pensamientos en algo ruin, incitándole a buscar, según creía, poder que no deseaba, venganza que ya no le interesaba y al final provocaría que perdiera todo lo que alguna vez tuvo, la amistad, el respeto, aun la compañía de los suyos.

Sus antiguos ojos también le mostraban una imagen que le perturbaba, la criatura libre de sus ataduras, destruyendo todo aquello por lo que se lucho, irguiéndose vencedora sobre todas las razas, pero esa imagen era borrosa, tan confusa que no sabía cómo expresarla con claridad, haciendo que se preguntara sí alguna vez podría describir sus visiones de tal manera que pudieran entenderlas.

— Ya lo sé, aquello nunca estuvo en duda.

Lo que estuvo en duda fue la manera en la que estarían juntos, si Tygus se entregaría por su propia voluntad al rey de Thundera o este tendría que darle caza, buscarlo en las profundidades del planeta y llevarlo a su castillo como un conquistador con un botín, esclavizándolo a su voluntad sin dejarle huir, ni apartarse.

Convirtiéndose en algo tan malo como lo era esa criatura, un tirano con hermosa apariencia y mano de hierro, un monstruo que no se detendría ante nada, lo único que le daba esperanza era que aquella visión jamás ocurrió, como muchas otras que nunca lo hicieron, especial aquellas que ataban al cachorro a su milenario amo por toda una eternidad.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Tygus despertó mucho antes de que Leo lo hiciera, se sentía extraño, como si un peso que no sabía que cargaba se hubiera perdido, su espalda ya no dolía y creía que por fin se había liberado de su destino, era como si pudiera ver el mundo a través de nuevos ojos, un mundo que parecía perfecto a simple vista, en compañía de su león.

El cuarto estaba demasiado oscuro, apenas podía ver la silueta de su compañero recortada contra las sombras que eran mucho más oscuras aun, un espejo que no recordaba haber visto era iluminado por una luz propia, casi fantasmal.

El tigre camino hasta su compañero, rodeando su cuerpo con sus brazos, recargándose en su espalda, cerrando los ojos sintiendo sus manos recorrer las suyas con posesividad, algo parecido al afecto pero que le helo la sangre instantáneamente.

Tygus se alejo del león que portaba una espada morada en su cinto con las cuatro piedras de guerra, su ropa era diferente, se trataba de una decorada armadura dorada que portaba el escudo de las serpientes en una piedra roja.

El paisaje al otro lado de la ventana era diferente, una construcción que debió ser hermosa en el pasado pero que ahora albergaba cientos de las gigantescas maquinas de guerra, esclavos de todas las especies transitaban la plaza encadenados los unos a los otros, la espada de su compañero estaba montada en la pared como un trofeo de guerra, a su lado había unos chacos, un báculo, un látigo y una corona dorada, idéntica a la que Leo utilizaba en su cabeza.

El león, cuyo pelaje era azul se dio la vuelta, sus ojos rojos fijos en su cuerpo, su mano extendida en su dirección, esperando que la tomara sin siquiera pensarlo, de pronto una mujer, una puma de pelaje claro, cabello café con franjas blancas rodeo sus hombros con algo parecido a camaradería.

Ella vestía una armadura idéntica a la suya, con muchas más partes descubiertas de su cuerpo, era la misma mujer que vio en la visión que su amo le mostro antes de marcharse por la última piedra de guerra, a quien vio a su lado sirviéndole a la criatura en una ciudad en ruinas.

— No seas tímido, comandante, Lord Mum-Ra nos espera.

El león de color azul se acerco a él, acariciando su mejilla con delicadeza, la puma seguía hipnotizada, su actitud sumisa, hasta seductora cuando la criatura llevo su mano a su mejilla, tocándolos a ambos con apego, como si realmente sintiera aprecio por ellos.

— Ven cachorro, desde aquí tu mismo te deleitaras con el fruto de tu esfuerzo.

Tygus no pudo más que seguir al león azul, que le ayudo a situarse enfrente de la ventana, aquella ciudad parecía haber sido gloriosa pero ahora solo era la sombra de lo que fue, torcida en algo que asemejaba las estructuras de la nave tumba, estatuas omnipresentes se alzaban imperiosas en los patios, donde los esclavos realizaban sus tareas diarias, en donde podía ver el esqueleto de un felino colgado de sus brazos, como un recordatorio de lo que pasaría si se atrevían a rebelarse una segunda ocasión.

— Los cuatro espíritus te han favorecido con sus bendiciones, con la inmortalidad, con el poder y no importa cuánto intentes rehuirlo, tu destino es servirles a mi lado, Comandante Tygus.

Tygus se soltó de la criatura, quien se transformo en su decadente apariencia, comenzaba a perder su energía con rapidez y esperaba poder convencer a su traicionero amante de liberarle, al menos así quienes amaba no serian lastimados.

— Libérame ahora y perdonare tus faltas, traicióname y me asegurare de bañarme en la sangre de tu descendencia, de convertir tu eternidad a mi lado en un tormento sin fin, puedo ser un compañero amable pero solo si te comportas como debes, como es tu destino hacerlo.

Tygus apretó los dientes, aquello debía ser solo una pesadilla, una visión de un futuro que no pasaría, la criatura estaba encerrada, esa mujer a sus espaldas no existía, nunca la había visto, no podía ser real.

— No.

Su respuesta decidida provoco una sonrisa en la criatura al mismo tiempo que la puma lo sujetaba por la espalda, inmovilizándolo con un poco de trabajo, todo ese tiempo sentía que su cuerpo estaba pesado, que no podía moverse aunque lo intentara, esa visión estaba fuera de su control, tal vez en otra dimensión en el interior del plano astral o, tal vez, en un futuro no muy lejano, una idea que le congelo la sangre.

— No podrás esconderte por siempre Tygus.

Tygus se soltó de la mujer con cierta facilidad, arrebatándole una daga que ella traía consigo, un arma con un filo imposible, un arma que parecía estar hecha con magia negra, con la cual señalo a la criatura, que permanecía quieta, con una sonrisa en sus labios.

— Y ese león no podrá cumplir su promesa, no vivirá tanto para eso.

La criatura no hizo caso de su arma, en vez de eso se transformo nuevamente, tomando su titánica apariencia alada, logrando que retrocediera varios pasos, al mismo tiempo que la puma, aquella mujer se acercaba al gigante de color azul, restregando su mejilla contra su mano, parecía que su mente se había consumido en algún momento antes de aquella visión.

— ¡Atácame! ¡Intenta destruirme cachorro! ¡Ríndete a la oscuridad que hay en ti, conviértete en mi verdadero compañero!

Tygus dejo caer la daga, su miedo estaba alimentando a la criatura, su necedad al no querer entrenar su mente, al dejar varias puertas abiertas que podían utilizar en su contra, al permitir que sus defensas fueran destruidas, dejándolo indefenso en el plano astral.

— Esto no es real y si lo es aún no ha pasado, sólo quieres engañarme, obligarme a liberarte de tu tumba, pero no lo hare, no dejare que destruyas todo lo que ha construido mi compañero.

La criatura grito presa de furia, regresando a su forma pequeña y enclenque, aquella que él jamás conoció, pero sabía que era la verdadera, un cuerpo decadente que solo vivía porque los cuatro espíritus del mal así lo deseaban.

—Yo soy tu compañero, así lo han ordenado los cuatro espíritus del mal, la oscuridad que reina en ti clama por mí, me extrañas, por eso puedo entrar en tu mente con tanta facilidad, porque tú me amas pero no te das cuenta de eso.

Tygus trago saliva escuchando aquellas palabras, notando que la criatura intentaba tocarlo pero era rechazado por alguna especie de energía, algo poderoso lo mantenía a salvo de la bestia, tal vez aquello era la energía de Leo o algo mas conectado con él.

— Sólo yo puedo protegerte de tus enemigos, solamente yo soy capaz de darte lo que necesitas, ese león te abandonara y cuando eso pase yo estaré aquí para recoger los pedazos que queden de ti, porque tú me perteneces.

Tygus avanzo un paso en dirección de la criatura, sintiendo que su enojo se apoderaba de sus emociones, nublando sus sentidos de momento, sus ojos comenzaron a brillar de color dorado y varias armas que yacían colgadas en las paredes comenzaron a flotar, cada una lista para destruir a la criatura que osaba decirse su amo, su compañero.

— Muy bien cachorro, deja que el odio se apodere de ti, que tu oscuridad te consuma, conviértete en uno con mi energía, acepta tu destino.

Tygus retrocedió un paso al mismo tiempo que una de las armas, la que era la espada del augurio atravesaba a la criatura, pero al no tener la piedra de guerra apenas le hacía daño, una herida que parecía complacerlo más que lastimarlo.
— ¡Como deseo finalizar tu entrenamiento mi dulce cachorro! ¡Con el tiempo tú me llamaras amo!

La criatura dio otro paso en su dirección, pero fue detenido por una fuerte descarga que lo lanzo al suelo, apartándolo del tigre, quien trataba de no sentir el miedo ni la aprensión que amenazaban con eclipsar la energía que lo protegía de la oscuridad, de la fuerza inmortal que le daba vida a la criatura, de la cual comenzaba a sentirse parte.

— No necesito que me protejan y jamás volveré a servirle a nadie, mucho menos a ti.

La criatura comenzó a levantarse del suelo, su enojo era visible pero al mismo tiempo parecía entretenido con su desprecio, con sus constantes intentos por mantenerlo alejado de su persona, aun portando sus escudos y su armadura.

— Sí no me sirves a mi le servirás a ese traicionero tigre, a Tykus, él te desea cachorro y si no te preparas para su ofensiva se hará con tu cuerpo, y con el paso de los años con tu lealtad, pero a diferencia mía no recibirás ninguna recompensa por tus favores, no será un amo generoso ni amable, no como tu verdadero compañero.

Tygus estaba a punto de responderle que su compañero era Leo, cuando la criatura le mostro una imagen de su padre a su lado, el cual parecía un maniquí, una estatua atrapada en ese mundo.

— Te convertirá en una copia de tu padre y aunque me sirvió bien, a diferencia tuya, no fue tan placentero hacerle obedecer, así como no sería tan entretenido domarte si ya lo estas.

Tygus destruyo la imagen de su padre con un movimiento de su mano, sorprendiéndose de su poder en el interior de esa extraña dimensión, de ese sueño, creyendo que solo era una forma absurda para hacerlo obedecer, para intentar seducirlo, dándole tanto poder que excediera su imaginación.

— Lo odias, porque no me sorprende, después de todo sacrifico a su hijo para que yo tuviera mi compañero.

Tygus retrocedió, la energía que lo rodeaba cada vez era mucho más fuerte, dentro de poco despertaría y debía saber porque la criatura que se decía su compañero, su verdadero compañero, le advertía del director, que ganaba haciendo eso.

— ¿Por qué he de creer en algo que digas tu? ¿Por qué pensar que esto no es más que una pesadilla?

La criatura se alejo de la energía, parecía que le dolía estar cerca de ella, así como parecía estar a punto de perder el control de esa dimensión, tal vez, al fin, después de todo ese tiempo aceptaría morir, dejarlo tranquilo a causa de la pérdida de su poder, el que restaba en su cuerpo demacrado.

— Porque sabes que esto no es un sueño, que mi poder en el plano astral es infinito y sólo quiero que recapacites, liberándome tus enemigos serán destruidos de la forma que tú lo desees, pero si me traicionas de todas formas tendrás que obedecer a otro amo, uno que sabes te odia.

Tygus no dijo nada, solo se limito a observar como la criatura comenzaba a debilitarse, aun con su inmortalidad era imposible que continuara usando su oscura energía en el plano astral a su conveniencia, no cuando ya no había nada que le alimentara, los cuatro espíritus parecían silenciosos en el interior de la nave.

— Olvídate de tu pasado si eso quieres, entrégate a ese león, pero con el tiempo regresaras a mí, porque no tienes otro camino, ni otra opción, porque ese es tu destino y yo esperare aquí con paciencia, una facultad de reyes.

EL mundo creado por la criatura comenzó a desvanecerse en una nada absoluta, en donde solo estaban Tygus en compañía de la criatura, la cual estaba de rodillas sosteniéndose con uno de sus brazos mientras con el otro trataba de alcanzarlo, parecía que ya no podía sostenerse más, pronto caería al suelo.

— Y de los muertos.

Pronuncio Tygus, escuchando una risa proveniente de Mum-Ra, quien a pesar de su estado deplorable seguía sonriendo, como si tuviera información de la que carecía en ese momento.

— Sí eso te hace sentir mejor, cachorro.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Tygus despertó sintiendo el calor de Leo junto a su cuerpo, así como unos brazos rodeando su cintura con cariño, protegiéndolo de los peligros del mundo exterior, ignorando que en el plano astral sus pesadillas habían tomado un rumbo diferente, uno que era mucho peor que en el pasado, cuando solo soñaba estar en el interior de la nave, reviviendo fragmentos de su antigua vida.

Podía lidiar con la presencia de la criatura, con su posesividad, pero no con esa pantomima, con ese fingido sentimiento de preocupación, con esas advertencias, que de ser ciertas justificaban el temor que siempre había sentido por el director Tykus.


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