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Afecto. por Seiken

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Afecto

Capitulo 21.

Bengalí se acerco a él para propinarle varias patadas en el costado, parecía que lo estaban castigando por su desobediencia, ya que la criatura solo se limitaba a observar, tal vez porque estaba encerrada, tal vez por que disfrutaba de su dolor, lo que fuera le hacía preguntarse si las imágenes no eran más que alucinaciones colectivas.

— ¿Dónde está nuestro orgullo si nos arrastramos ante un amo débil?

Bengalí fijo su vista en la tumba, casi como si estuviera hablando con la criatura inmortal, pero era imposible, ninguno de los presentes podía escucharla, sólo él.

— Tigris también debió decirte esto.

Las dos criaturas lo sostuvieron de los brazos, cargándolo en dirección del sarcófago, que yacía muerto, casi como si no hubiera ninguna clase de vida en su interior, durante nueve años lo torturo con sus constantes mensajes y ahora ya no tenía nada que decirle, era simplemente imposible.

— ¿Piensas que no ganare nada con esto?

Bengalí lo sujetó de su cabeza, llevándola a su dirección, quería que supiera exactamente quien lo había derrotado, quien era superior en todos los aspectos menos uno, pero ese don era inútil cuando no querías utilizarlo a tu favor, disfrutando del miedo, del terror reflejado en los ojos dorados.

— ¡Yo seré el comandante! ¡Yo seré su mano derecha! ¡Yo seré todo lo que Tigris planeo que sería! ¡Y tu, maldito estúpido, sólo serás un adorno bonito en el palacio! ¡Sólo serás su consorte!

Un par de ojos dorados de pronto brillaron en las sombras, logrando hechizar a Bengalí, quien en vez de proseguir su enloquecido discurso, siguiendo las órdenes de Tygus busco una de sus armas y disparo contra uno de sus guardaespaldas, hiriéndolo en el costado.

El tigre logro soltarse cayendo de rodillas, sus ojos seguían fijos en los de Bengalí, tratando de forzarlo a dispararle al segundo felino, quien como supuso creyó que había sido traicionado y lo ataco, no sin antes recibir un tiro a quemarropa del que fuera su líder.

Los dos gigantes trastabillaron sujetando sus heridas, maldiciendo en voz baja, de pronto no sabían qué hacer, matar a Bengalí o al Tyaty, que comenzaba a incorporarse, retrocediendo suficientes pasos para alejarse de sus captores pero no lo suficiente para perder el control en el tigre albino.

Necesitaba que le quitaran las esposas, solo un pequeño esfuerzo más, Tygus sabía que podía lograrlo, Bengalí comenzó a luchar con él, tratando de cerrar su mente a la suya, pero era inútil, aun con su falta de práctica era imposible para un tigre sin el don escapar a su dominio.

Bengalí se mordió los labios, provocando que sangraran sus labios, cayó de rodillas arañando el suelo con sus dos manos, cerrando los ojos, imaginándose una pared de ladrillos, pero todo era inútil.

Tygus se esforzó un poco más pensando en los movimientos que debía realizar Bengalí para liberarlo, levantarse del suelo, caminar hasta detenerse a unos cuantos pasos de su cuerpo, después agacharse otra vez.

Sus dedos oprimiendo la clave que abriría los seguros, permanecer inmóvil cuando el dulce clic de pronto pudo escucharse, llevar sus manos a su cuello, quitándole los últimos seguros, dejando caer las esposas al suelo y de pronto, volver a disparar contra sus dos aliados, sin poder ignorar que esos dos fueron cómplices del secuestro de su cachorro.

Los quería muertos a todos, aun a Bengalí, Tygus dejo ir a su aliado e inmediatamente busco su arma libre, una pistola de plasma estándar, un arma que un sin número de ocasiones salvo su vida, que ahora se cobraría la de su traicionero carcelero.

Una risa satisfecha comenzó a escucharse en esa cámara mortuoria, como si aquella escena fuera lo que necesitaba para presentarse, una imagen que le complacía a pesar de que dos de sus adoradores yacían moribundos en el suelo y de que su único soldado leal estaba a punto de ser asesinado a sangre fría.

El tigre tenía grabado ese sonido en su memoria, esa risa era la de la criatura, pero no aquella imagen desecha envuelta en una capa roja, la criatura comenzó a bajar escalón por escalón con lentitud, sus ojos puestos en él, leyendo sus pensamientos o tal vez esperando que perdiera la concentración y liberara sin proponérselo a Bengalí.

Algo que debió ocurrir, porque repentinamente el tigre blanco apuntaba en su contra, con una sonrisa en sus labios, parecía que sus dos guardaespaldas eran carne de cañón, un desperdicio bastante inútil de vidas felinas.

— Sigues siendo un astuto asesino cachorro.

Tygus retrocedió varios pasos al principio, sin embargo, se detuvo en seco, estaba cansado de correr y esta criatura no era más que una ilusión, una imagen que podía desvanecerse como todos los espejismos.

— Tú no eres real.

Tygus recupero un rifle de plasma de cañón corto que colgaba a sus espaldas y que podía dispararse con una sola mano, apuntando a cada uno de sus atacantes con un arma diferente, manteniéndolos a una distancia prudente, al menos al tigre de pelaje blanco.

— Eso no ha cambiado, pero puedo ver que Leo ha corrompido tu esencia.

Leo había hecho más que eso, le dio un destino, le devolvió la esperanza, lo salvo de tantas formas que nunca podría terminar de enumerarlas, así como le dio fuerza para enfrentarse a todo lo que esta criatura le tenía preparado.

— Lo que ha cambiado Lord Mum-Ra es el nombre de mi dueño, Leo es el amo de mis días y de mis noches, mi verdadero compañero, a quien le debo mi lealtad y quien a final de cuentas disfrutara de mis habilidades, todas ellas.

La criatura trato de tocarlo pero fue rechazada por una energía dorada que cubrió el cuerpo de Tygus, quien simplemente sonrió al ver la expresión de furia de la bestia, lo que fuera que le protegía tenía la fuerza de Leo, su energía vital, aquella chispa que lo llamaba cual polilla.

— Te doy una última oportunidad cachorro, libérame y perdonare todas tus ofensas.

Esta vez fue Tygus quien sonrió, la criatura no podía obligarle a obedecer, por primera vez sentía que era libre, realmente libre de su dominio, jamás volvería a servirle, nunca, y aquello provoco que la felicidad se apoderara de su pecho.

— No.

La criatura grito presa de la furia e intento atacarlo con su disminuida energía pero era inútil, el aura dorada seguía cubriendo su cuerpo, casi como un escudo de fuerza, Tygus no comprendía de que se trataba, solo que era una energía pura, limpia, como aquella que se imaginaba tendría un ángel.

— Nunca serás libre y no hay fuerza que pueda obligarme a obedecer, Lord Mum-Ra.

Mum-Ra no estaba acostumbrado a que su cachorro le desobedeciera, nunca lo había hecho, siempre había sido sumiso y obediente, asustado de provocar su furia, pero ese león lo destruyo, primero brindándole una ligera flama de esperanza, después corrompiendo su cuerpo con esa blasfemia hibrida, ahora lo volvía a hacer, esa energía era demasiado poderosa, demasiado benigna para que siquiera pudiera acercarse a su compañero, todo por perdonar la vida de ese traicionero león.

— Engáñate todo lo que quieras Tygus, pero tú me perteneces.

Tygus negó aquello con un seguro movimiento de la cabeza, disparando a los pies de Bengalí para mantenerlo en su posición, quería que viera como su amo no era más que un recuerdo, que su lealtad siempre estuvo equivocada, otorgada a algo que no se lo merecía, que él nunca fue de importancia para la criatura.

— ¿Quieres vengarte? ¿Quieres matar a los que te traicionaron?

La criatura seguía tratando de convencerlo de servirle, ofreciéndole la vida de las personas que lo traicionaron, las que él podría tomar por sí solo, sin embargo, eso no era lo que deseaba, quería paz, tranquilidad, ignorar que alguna vez fue un asesino sin escrúpulos sirviendo en una guerra que no era suya.

— Yo puedo darte lo que necesitas… todo ello.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Leo cayó pesadamente en el agujero que estaba detrás de él, dejando ir la espada, la que se clavo a su lado, sentía cada uno de sus huesos rotos, sangre brotaba de sus labios, sus ojos azules lentamente comenzaban a perderse en la oscuridad, todo ese tiempo, ese pequeño instante las palabras de Tykus se repetían una infinidad de veces, estaba muriendo y su compañero corría peligro de alguien que el mismo había protegido en el pasado.

— Mejor que no digan que nunca hice nada por ti Leo.

Apenas pudo escuchar esa despedida y como poco después una pequeña esfera mecánica lo siguió, repiqueteando, accionándose con la voz de su compañero, estaba nervioso, como si no creyera que escucharían sus palabras, las que fueran que pronunciaba y que no entendía en lo absoluto.

Su compañero, su cachorro, los dos estaban solos, a la merced de sus enemigos, de peligros ocultos que no conocían y de los cuales no estarían protegidos, ni siquiera preparados.

Cerró los ojos sintiendo como su sangre y su aliento escapaban de su cuerpo, como se perdía en los brazos de la muerte, su cuerpo brillaba de color azul al mismo tiempo que los pasillos de la nave revivían, cientos de soldados se movilizaban, a lo lejos podía ver una silueta, un león de enorme envergadura, su cabello estaba peinado en una coleta, su melena recogida en un par de trenzas.

Leo se acerco a él sin comprender que era aquello que pasaba, porque veía toda esa vida cuando sabía que había muerto, que ya no era más que un espíritu atrapado en el plano de la muerte, tal vez el plano astral.

— La espada ha decidido darte una segunda oportunidad, reciente tu desprecio y tu odio, pero prefiere que tú seas su emisario.

Leo volteo sorprendido encontrándose con una hermosa muchacha de unos dieciséis años, su cabello pelirrojo llegaba casi a sus tobillos, era ondulado, tan abundante que parecía una cascada rojiza en un manto color crema, su pelaje era idéntico al suyo, exceptuando algunas cuantas rayas negras, sus ojos eran dorados, tan hermosos como los de su compañero.

— Ella querría que Tygus fuera su emisario, pero él está convencido de que las piedras y la espada son malignos, aunque no lo son en el sentido literal, pero supongo que eso ya lo descubrirán con el tiempo.

Su sonrisa era lo más cautivante, era tan hermosa y pacifica que le hizo ignorar que había muerto, que ya todo estaba perdido.

— El ojo del augurio, el libro y cada una de las piedras tienen su utilidad, sin embargo, el emisario es quien decide su uso.

Leo creía cada una de las palabras que pronunciaba la muchacha, la que llevaba un vaporoso vestido de color azul, tan oscuro que parecía negro.

— ¿Quién eres tu muchacha?

Ella le sonrió y acaricio su mejilla con delicadeza, con demasiada amabilidad.

— Mi nombre es Kairi, yo no soy uno de los emisarios pero tengo el mismo don que Tygus, en ambos es fuerte, tal vez porque la espada nos ha dado algo de su energía, tal vez porque la criatura que llaman Mum-Ra se puso a jugar a ser Dios.

Ella tomo a Leo de la mano, guiándolo en dirección de la visión, desapareciendo con forme avanzaban, ella era solo un espíritu que la espada había creado saltándose las reglas del tiempo y del espacio, se acercaban al enorme león que parecía conversar con un tigre, uno mucho menor.

— Esto es solo una prueba, si logras superarla el ojo del augurio te devolverá la vida, pero si te equivocas… no lo hará.

Leo se acerco a la imponente figura, creyendo las palabras que Kairi pronunciaba y al mismo tiempo, deseando saber porque ella se presentaba ante sus ojos, que clase de criatura era.

— Yo soy alguien de tu futuro, no me conoces pero ya lo harás, si todo sale bien, Leo, sino… sólo Tygus pagara por eso, así que no se perderá demasiado.

Aquello era demasiado para él, quien de pronto se imagino en la nave, disfrazado como un cadete, solo una extraña figura en aquel mundo de pesadilla, el león parecía molesto, observando a un tigre de unos seis años practicando junto con los otros felinos, todos ellos de su edad, a su lado estaba un tigre, idéntico a Tygus, pero con una expresión que solo podía llamarse malvada.

— Muchos hablan de rebelión Claudius… dicen que uno de los nuestros la está encabezando.

Ese león era su padre, cuando era joven, antes de que lo asesinaran, mucho antes de que la rebelión fuera destruida de raíz, junto con todo su clan, cuando Tigris se convirtió en la mano derecha de la bestia.

— Sólo son tonterías, quien en su sano juicio podría pensar siquiera en traicionar a nuestro amo.

Tigris asintió, nadie estaba tan loco como para traicionar a su amo, o eso fue lo que Leo supuso que paso por la mente del tigre, porque su vista se poso en el cachorro, quien debía ser Tygus, un pequeño con toda una vida por delante.

— Es hermoso, sus exámenes son los mejores de su generación, heredo los dones de sus padres, es tan fuerte que parece que Lord Mum-Ra se ha interesado en el pequeño tigre, quien sabe, tal vez ocupe mi lugar cuando tenga la edad suficiente o el tuyo.

Claudius de pronto jadeo sorprendido, mirando la sonrisa de Tigris con asco, sus ojos azules se posaron en el tigre por primera vez.

— ¡Pero es tu cachorro!

Tigris asintió, sus manos estaban detrás de su espalda, con una sonrisa que provoco que la sangre de Leo se helara.

— No es el programado, Bengalí está seguro y espero que tenga al menos la mitad de la fuerza que este, aunque no recibió la ayuda que tuvo este espécimen antes de nacer.

Claudius sujeto a Tigris del cuello de su uniforme, estaba a punto de atacarlo pero se controlaba, tal vez porque para ese momento él ya había nacido y tenía que protegerlo del capitán.

— ¡Su nombre es Tygus, es el único hijo de Kairi, ella era tu esposa!

Tigris se soltó con mucho esfuerzo, la sonrisa en su rostro no era nada parecida a cualquiera que hubiera visto en su amante.

— Eso me asegurara que cuando crezca le gustara a nuestro amo, espero retirarme algún día, y él será mi llave, pero si yo fuera tu me preocuparía por el bienestar de Leo, creo que ese cachorro no ha llegado ni a la mitad de los estándares de su clan, pequeño, débil, prematuro, espero que al menos sea inteligente.

Claudius retrocedió controlando un gruñido, golpeando la pared cuando por fin Tigris lo dejo solo, en su mirada podía verse un fuego que de pronto lo perdió en su mirada, ya no estaban en las salas de entrenamiento sino en los cuartos de los tigres, donde antes vivía su clan, donde podía ver a su padre, parecía asustado, preocupado por su futuro y su destino.

A sus espaldas había cinco felinos, una de ellas una leona, de cabello largo, con el uniforme de los soldados de avanzada, ella miraba a Claudius con una sonrisa, parecía que lo seguiría al fin del mundo, a sus espaldas había otra leona, esta de cabello corto, pero igual compartía esa mirada de admiración.

Su padre se parecía mucho a él, solo que era mayor, mucho más fuerte, mucho más grande, su melena ya cubría todo su rostro y en el peto de su uniforme había una marca tachada, ese era el escudo de la bestia.

— ¿Unas últimas palabras, comandante?

Tykus era joven pero por lo demás era idéntico al mismo soldado que conoció en su presente, seguía teniendo esa mirada calculadora, que no te dejaba ver sus verdaderas intenciones hasta que era demasiado tarde.

— Ya no hay marcha atrás, es ahora o nunca, espero que comprendan que esto debe hacerse, debemos detenerlo antes de que llegue a otra piedra, es por el bien de las siguientes generaciones, de nuestros cachorros, para que puedan tener un futuro.

Leo se acerco a su padre, parecía que no debía estar presente, pero que había logrado esquivar la vigilancia de sus nodrizas buscándolo, aferrándose a la mano de la leona de cabello largo, que se parecía demasiado a la muchacha que se llamo a si misma Kairi.

— Leo, acércate.

Leo de pronto ya no veía esa escena desde lejos, sino con sus propios ojos, con su propio cuerpo.

— Escúchame Leo, se que nos estamos arriesgando demasiado, que tal vez no logremos derrotar a la criatura, pero lo hago por ti, por todos los cachorros de esta nave, aun los que no son felinos, para que seas libre y puedas tener un futuro, espero que me comprendas, que lo aceptes y que si fallamos, me perdones.

Los brazos de su padre rodearon su cuerpo tratando de hacerlo sentir seguro, pero Leo comprendía por la forma en que se comportaba que estaba preocupado, tal vez ya sospechaba de las acciones que Lord Mum-Ra estaba a punto de realizar en contra de su raza favorita.

— Que el rugido nos perdone.

Pronuncio Tykus a sus espaldas, cargando un arma que siempre traía consigo, como si estuviera nervioso, sus ojos por un momento se posaron en los de Leo y de pronto supo a que se refería con eso, porque aquella imagen del mayor disparándole a su compañero despertó terrores que no recordaba, aunque sabía que estaba vivo, aunque le dijera que sólo trataba de protegerlo.

— Mejor que no digan que nunca hice nada por ti Claudius.

Tras decir aquellas palabras le disparo a su padre, quien cayó sobre su cuerpo, al mismo tiempo se escucho una explosión en las puertas que alerto a todos los presentes, quienes hubieran tratado de inmovilizar a Tykus de no ser sorprendido por los escuadrones de las fuerzas especiales, todos ellos felinos enmascarados ataviados con trajes negros blindados.

Leo estaba aterrado, escuchando que los escuadrones comenzaban a realizar su tarea, disparando contra los leones, quienes intentaban hacerles frente con las armas que habían logrado guardar, las dos compañeras de Claudius daban órdenes, debían proteger a los cachorros y a los ancianos.

Claudius se levanto con mucho esfuerzo, Leo no supo qué hacer, seguir a su padre o esconderse, notando que sus manos estaban manchadas de sangre, así como su ropa.

— Ve a tu cuarto, esa zona es segura.

Pronuncio Claudius tomando uno de los rifles que yacían en las manos muertas de uno de sus aliados, Tykus para ese momento tenía dos rifles pesados, los cuales disparaba contra su gente, sin mostrar ninguna clase de arrepentimiento.

— ¡Maldito traidor!

Tykus no dejo de disparar, pero si escucho sus palabras, su coraza era mejor que la de Claudius, lo último en seguridad, preparado para motines, para esa rebelión tan torpemente guardada.

— No es traición cuando no existe lealtad alguna.

Leo corrió detrás de su padre, creyendo que podría ser de ayuda, pero de pronto escucho el llanto de dos pequeñas, eran dos hermanas de seis y siete años, a quienes llamó para que lo siguieran a un lugar seguro.

— ¡Todo este tiempo les estabas pasando información, por eso ejecutaron a la pareja alfa, porque tú nos traicionaste!

Tykus asintió, su papel era el de director de seguridad de la nave, pero no para evitar que sus habitantes recibieran cualquier clase de daño, sino para evitar que sus habitantes no decidieran revelarse contra su amo, no cambiaría su lealtad sólo porque su traicionero amante decidió saltar a la cama de su amo.

— Soy el director de seguridad Claudius, mi amor por Tigris no cambia mi lealtad, ni mi decisión de ser mejor que los demás, yo soy un orgulloso miembro de mi clan.

Leo jalaba a las dos pequeñas hacia su habitación, los disparos, la sangre, los gritos seguían escuchándose en toda su sección, no estaban listos para una ofensiva de aquella envergadura, y ellos solo eran un pequeño clan de leones con algunas armas, los otros animales seguramente sufrían un golpe mucho peor en esos momentos.

— ¡Deja de perder el tiempo!

Pronunciaron a las espaldas de Tykus, de pronto un soldado sin casco, Tigris se acercaba detrás de ellos disparando en dirección de su padre, primero le dio en el pecho, después en el estomago, el hombro y al final el cuello.

— Es una pena que decidieras traicionar a nuestro amo Claudius, eras su favorito.

Claudius llevo una mano a su cuello, observando de reojo como Leo trataba de obedecer sus órdenes, demasiado tarde, ya no había nada que hacer, pero aun así trato de dispararle a los dos tigres frente a él, siendo repelido por otro disparó, esta vez destrozando su mano, su rifle cayó al suelo disparando una ráfaga que se impacto en la pared cercana.

— Pero no eres avaricioso ni tan piadoso como piensan, de serlo no habrías provocado esta masacre.

Las dos leonas al ver que su compañero caía de rodillas cubierto de sangre gritaron su nombre, tratando de llegar a donde estaban los cachorros, cometiendo un error al darle una oportunidad a un felino para dispararle por la espalda.
— ¡Mamá!

Leo por alguna razón supo que ella era su madre, esa leona que de pronto como si el tiempo se hubiera detenido se detuvo dando un paso, sintiendo como el plasma impactaba contra su espalda, abriéndose paso a través su tórax, derribándola en el suelo.

— Toma a los menores de seis años que hayan sobrevivido, quiero ver cuántos son.

La otra Leona llego hasta donde se encontraba Tigris con una daga afilada, sus cachorros yacían muertos entre los rebeldes, había visto a dos de ellos caer antes de que su padre, su compañero muriera, su razón estaba a punto de perderse.

— ¡Pagaras por esto!

Tigris no hizo nada al ver como se acercaba la leona, no era necesario, Tykus ya había dado un paso con su rifle de plasma, disparando apenas finalizo aquella amenaza, esperando a que el golpe terminara.

— Todos pagaremos por nuestros pecados tarde o temprano, yo ya lo estoy haciendo por los míos, espero que cuando tú lo hagas por los tuyos puedas soportarlo.

Los leones no tenían oportunidad de sobrevivir, las armas, los soldados y el factor sorpresa, estaban de parte de los felinos leales a Lord Mum-Ra, quienes los superaban diez a uno, los que no se detendrían ante nada para proteger a sus clanes, creyendo que esto era lo correcto.

Cuatro soldados arrastraron a Leo y a las otras pequeñas, los únicos sobrevivientes de la masacre, todos los demás fueron ejecutados, sin importar su edad o su sexo, su muerte debía ser una prueba de lo que pasaba cuando traicionabas a tu amo.

— ¿Son todos los sobrevivientes?

Tigris no demostraba ninguna clase de remordimiento, estaba tranquilo, con sus brazos detrás de su espalda, observando a las tres leonas y al pequeño, que sabía era hijo del propio Claudius.

— Sí, algunos felinos dispararon sin pesarlo.

Tykus estaba a las espaldas de Tigris, observando el cuerpo de Claudius, el valiente guerrero no fue más que un inútil, demasiado débil para poder actuar en el golpe contra su raza, creía que su falta de actuación fue debido a la sorpresa de ver que no todos querían ser libres, que aun existían muchos soldados leales a la criatura, demasiados para poder ser libres.

— Esperaba más cachorros, en especial varones, este cachorro no fue el mejor de esa generación.

Tykus se agacho junto a Claudius, tomando un dispositivo de memoria, entrecerró los ojos pensando si debía dárselo a su capitán o entregárselo a Leo, opto por lo segundo, recibiendo varios golpes del joven león cuando se acerco a él, quien lloraba aterrorizado, temblando presa del miedo que sentía.

— Pero serán suficiente material genético, llévenlos a otra área, con los mestizos, veremos cuantos sobreviven con las condiciones de su nueva clase social.

Tykus sujeto a Leo del cuello, agachándose para poder apreciar sus ojos azules, el pequeño era extraño, demasiado parecido a su padre, su mano muy pequeña a comparación de la suya, y de pronto dejo caer la llave en ella.

— Un recuerdo de tu padre.

Leo observo la llave con tristeza, con demasiada añoranza, en ese pequeño dispositivo estaban los únicos recuerdos de su clan, de su madre, de su padre, su promesa de seguir sus pasos, de ganar su libertad a costa de lo que fuera.

Hasta hora no recordaba la forma tan cruel en la que fue asesinado, como no solamente Tigris estuvo presente, sino también Tykus, quien nuevamente volvió a traicionarlo, como lo hizo con su padre.

Leo por un momento creyó que perdería la razón, revivir la masacre era más de lo que cualquiera debía soportar, pero la espada se complacía torturándolo en algo que llamaba prueba, una prueba de que se pregunto.

De su fortaleza, de su torpeza al creer en el asesino de su padre, de su falta de memoria o tal vez, de la inferioridad que siempre lo acompañaba, no era alto, no era fuerte, tampoco ágil, no había nada especial en él, solo su necesidad.

Aunque muchos dirían que esa necedad era un sentido de supervivencia, una perseverancia que nadie más tenía, que le daba el poder para demoler cada obstáculo que se le cruzaba, que le daba la fuerza para cumplir sus deseos, sus promesas y para blandir la espada del augurio.

—Eres un traidor.

Pronuncio Leo con su voz infantil, sintiendo que nuevamente la nave a su alrededor era modificada, Tykus aun era el director, pero ya estaba a punto de retirarse, sin embargo, allí estaba mirándolo con detenimiento.

Leo sonrió, riéndose por su estupidez, por no recordar lo que paso cuando ejecutaron a su clan, creyendo que Tykus podía ver algo de potencial en el antes de que comenzaran las pruebas, el comandante, cuyo pelaje azul era notorio entre los dos tigres le miro con sorna, ya estaba seguro de cuál sería su calificación mucho antes de que pudieran probar su valía.

— El hijo de Claudius no fue más que un león pigmeo, que vergüenza.

Pronuncio el comandante, un tigre que había tratado de matarlo desde mucho antes, Leo era al menos dos cabezas más bajo que los otros cadetes, en su mayoría de la orgullosa raza que ostentaba el dudoso honor de ser los favoritos de la criatura.

— Bueno, comiencen, que Leo vaya primero, sólo para que no perdamos tiempo.

Tykus no dijo nada, el otro tigre, uno que vestía con un uniforme de piloto de varias tonalidades de gris le observo fijamente sin decir nada, no lo recordaba, porque debería hacerlo, aunque él si lo hacía, aunque hubiera cambiado sabía que en el fondo era el hermoso tigre que salvo su vida en más de una ocasión.

— Ya escucharon al comandante, quienes sean aptos para ascender serán los que logren pasar todas las pruebas, los otros, no tendrán otra oportunidad, así que si quieren retractarse pueden hacerlo.

Las pruebas eran complicadas, tenían que mostrar que eran los más fuertes, rápidos y astutos, así como acatarían cada una de las ordenes que se le eran otorgadas sin hacer preguntas, de alguna forma, Leo logro ser parte del pequeño grupo de sobrevivientes, aunque no se sentía del todo seguro, el comandante no estaba dispuesto a dejarlo ascender a la primera plataforma.

— Muy bien, cada uno de ustedes ha logrado ser apto para la guerra, sin embargo, no acepto leones en la primera plataforma, ya sabemos que no son de fiar.

Leo esperaba que Tykus dijera que no era justo, que se había ganado el puesto, pero no dijo nada, solo se retiro, muchos decían que en busca de una botella de licor, el otro tigre estaba sentado en uno de los tubos de ventilación, parecía estar aburrido, sin embargo, al escuchar las palabras del comandante salto en su dirección, con los brazos detrás de su espalda.

— Lord Mum-Ra en persona decidió quienes eran los candidatos, comandante, y me ordeno estar presente porque los últimos cadetes que has mandado no son más que una pérdida de recursos, una vergüenza para nuestro clan.

El comandante estuvo a punto de pronunciar algunas palabras, sin embargo, Tygus recargándose en el joven león, siendo esa la primera vez que pudo apreciar la belleza de sus ojos dorados, inspecciono su rostro con detenimiento.

— ¿No estará diciendo que usted sabe más que Lord Mum-Ra?

Girándose, Tygus modifico algunos parámetros en su computadora portátil, dándole nuevas claves que venían con el nuevo cargo, saltándose la autoridad del comandante, dedicándole una sonrisa al tigre albino, una que decía que había conseguido encontrar al que sería su remplazo y que sus días estaban contados.

— Porque después de tu fracaso, de todos los años que pasamos siguiendo un rastro falso, tu cabeza pende de un hilo comandante, yo tendría mucho cuidado en mis siguientes decisiones, claro, si tuvieras la inteligencia para ello y no hubieras sido comandante solo porque Tigris podía controlarte como un juguete.

Leo la primera vez que vio al comandante hablando con Tygus creyó que lo mejor era desaparecer, que dentro de poco sería castigado por escuchar las palabras del joven tigre, pero ahora que lo pensaba, quien tenía el control de aquella reunión fue su compañero, quien regreso a donde él estaba, colocando sus manos en sus hombros, una actitud extraña tomando en cuenta que no le gustaba que lo tocaran.

Seguía revisándolo, no como si se tratase de un insecto sino como si tratara de compararlo con su padre, su melena era corta, casi no existía ya que lo obligaron a cortarla, dejándolo con un ingobernable cabello rojo que parecía el cabello de un mestizo, pero Tygus vio algo en él que lo hizo sonreír.

— Yo sé que no me decepcionaras Leo, confió en ti.

No recordaba haber escuchado aquellas palabras de Tygus, recordaba que le brindo ayuda, pero hasta ese momento no recordaba que le hubiera hablado aquella ocasión, tal vez recordaba aquello que le complacía, pero entonces, porque ignoro que aun en ese momento su compañero le brindo ayuda cuando nadie más se intereso en ello.

Aquello era una prueba, pero no la entendía, no comprendía que era aquello que estaban probando en él, porque hacerle recordar el pasado, que era aquello que la espada quería probarle, que Lord Mum-Ra destruyo a su clan, que lo habían traicionado, que solo podía confiar en su amante, que le debía más de lo que jamás podría pagarle.

— ¿Qué quieres? ¿Qué demonios quieres?

Pregunto gritando en dirección del techo, la nave se borro y de pronto estaba en Thundera, su habitación, la que construyo pensando en su compañero, la luz del sol, las plantas, aun las avecillas eran una muestra de vida que no podían ignorar, pero no podía ver a su amante.

No había ninguna muestra de que lo ocurrido en los últimos meses había sido real, era como si de repente hubiera despertado la mañana que Panthera le dijo que su compañero estaba vivo, que solo era una pesadilla, un sueño inducido por su deseo de verle.

Leo trato de levantarse de su cama, buscar a Panthera, cualquier indicio que le demostrara que no era un sueño, que su compañero estaba a su lado, que por fin le había recuperado, que su sueño se volvería realidad.

Unas manos fuertes lo recostaron en la cama, unos labios besaron su cuello y una figura se materializo entre sus sabanas, Tygus estaba desnudo, a su lado, con una expresión que solo parecía augurar deliciosas experiencias.

— No te levantes, Leo, quédate aquí, conmigo, todo será mucho más fácil, como tú lo deseaste siempre.

Leo se quito las manos de Tygus de su cuerpo, quien parecía ser demasiado sumiso, demasiado obediente, casi como su padre, e intento levantarse, buscar su espada, su armadura, un sentido a esa visión, que no podía ser verdadera, ese no era su compañero, no podía serlo.

— Yo te amo, todos nosotros podemos amarte, darte lo que tú deseas.

Pronuncio otro Tygus, uno que estaba recostado a su lado, acariciando su pecho, su sonrisa era hermosa, pero plagada de lujuria, como sería su amante si solo estuviera interesado en su cuerpo, que no le importara nada más que las pocas horas de placer que podían compartir.

— Sólo ríndete, la espada te dará lo que tu deseas, al Tygus que deseas, sin toda esa carga emocional que arrastra a sus espaldas, que le evita amarte como tú te lo mereces.

A sus espaldas hubo otro más, uno que parecía ser mucho más agresivo, quien lo sujeto del cabello lamiendo su cuello, mordisqueando su piel.

—Podemos ser sumisos, amables, agresivos, lujuriosos, podemos complacerte Leo, solo déjalo atrás, quédate en este plano, se libre de tus responsabilidades, nadie puede culparte, nadie puede castigarte por eso.

Su habitación se modifico nuevamente, su vestimenta era una armadura de color azul, su reino era perfecto, los cuatro Tygus parecían vivir para servirle, cada uno prometiéndole lealtad eterna, placer, obediencia, pero no amor, eso no era importante para ellos.

— Abandona la espada, permanece aquí y nosotros te perteneceremos, te serviremos como lo mereces, solo rechaza esas piedras, permite que otro amo las maneje, eso es lo que quieres, eso es lo que deseas, eso puedes tenerlo.

Los Tygus hablaban al mismo tiempo, ofreciéndole lo que él deseaba, aquello que siempre quiso y hubiera sido tan fácil aceptar, abandonar su carga, sus obligaciones, que casi acepta su propuesta, quedarse con estas cuatro facetas de su amante.

— ¿Para qué luchar? ¿Para que enfrentarte a fuerzas que no comprendes?

Leo retrocedió algunos pasos, cerrando los ojos, tratando de pensar, preguntándose que ganaría luchando, porque no aceptar lo que se le ofrecía, aquellos hermosos amantes, aquellas criaturas que no parecían necesitarlo de ninguna manera y que solo querían complacerlo, que nunca se negarían a sus deseos, ni le ocultarían su pasado, no le mentirían jamás, ni siquiera le reprocharían que no pudo protegerlo y que no confió en el.

Recordando a su padre, como este se enfrento a fuerzas que no comprendía creyendo que hacia lo correcto, pereciendo sin ningún resultado, siendo derrotado por la criatura, pagando con la sangre de su clan.

Todos los años que se esforzó para ser el comandante, para ser encadenado a la sala del trono, solo para recibir una tarea que no soportaba, una corona que no era más que una cadena.

— Déjalo atrás, el podrá sobrevivir sin ti, nosotros no… Leo, nosotros necesitamos de ti para existir.

Tygus no lo necesito en la nave, mucho menos en Thundera, siempre sobrevivió, podía resistir sin él, podía enfrentarse a la criatura, a Bengalí, a Tykus, no lo necesitaba, ninguno de los dos, aun así no quería que siguiera adelante sin él.

— ¿Qué mas deseas?

Amor, el necesitaba amor, no sumisión, ni lujuria, ni agresividad, ni obediencia, nada que esas falsas criaturas le ofrecían, él quería a su tigre como era, aun con su pasado, el cual los conectaba, los hacia uno.

—Amor, compañerismo, lo que sea que Tygus, el verdadero, pueda ofrecerme.

Las cuatro criaturas rugieron en su contra, furiosas, alejándose de Leo con rabia contenida, casi como si su respuesta fuera lo contrario de lo que esperaban, convirtiéndose en unas criaturas moradas, con dientes afilados.

— ¡No voy a abandonarlo, el confía en mí, yo no lo decepcionare!

Las criaturas saltaron en su dirección, la única arma que tenía a su alcance era la espada del augurio, aquello que los espíritus querían que abandonara, un arma que de pronto le parecía la única forma de proteger a su compañero.

La espada del augurio brillo de color rojo, creció y le brindo el poder para cortar a la mitad a las cuatro criaturas que fingieron ser su amante, que esperaban que simplemente dejara de luchar ofreciéndole algo que pensaban era imposible que rechazara.

Con los cuatro espíritus destruidos, el plano astral volvió a cambiar, era una extraña estructura que brillaba de color azul, la muchacha seguía presente, meditando en medio de un jardín, a su lado había un muchacho, el portaba la espada del augurio y la miraba con una sonrisa, como si creyera que ella había perdido la razón.

— Estoy orgulloso de ti, de lo que has logrado, Leo.

Claudius estaba a su lado, era un espíritu de color azul, sus ojos brillaban de verde esmeralda, sonreía, como si aquellas imágenes le trajeran dicha.

— Hice lo que pude, trataba de protegerte Leo, darte un futuro, y también trataba de salvar a ese pequeño, yo era lo único que tenía.

Leo asintió al ver que otra figura se acercaba a los dos muchachos, su padre poso una mano en su hombro, sonriéndole, llamando su atención.

— Pero me complace saber que tú también te preocupas por él, que ninguno de los dos está solo, aunque quisieran destruirlos no permitieron que eso pasara, no los dejaron ganar.

La figura que se acerco a los muchachos ahora estaba sentada junto a ellos, sonriéndoles, parecía que conversando con ellos, su sonrisa era sincera, sus ojos brillaban, su cabello resplandecía, nunca antes había visto a nadie más feliz.

— Por eso la espada te dará otra oportunidad, porque rechaza a los cuatro espíritus del mal y a su emisario, has logrado domar su esencia.

Leo no comprendía como era posible que aquello pasara, solo había logrado revivir desagradables momentos de su vida, aquellos que había olvidado.

—Rechazaste a los cuatro espíritus del mal, sabes en quien debes confiar y en quien no, ahora no habrá forma en que Tykus o Mum-Ra se hagan con la espada del augurio, sin contar con que tienes la fuerza psíquica para escuchar a las piedras de guerra.

Claudius abrazo a Leo, acariciando su cabello con sus manos, el joven monarca pudo ver a Tygus en compañía de los dos muchachos, a Claudius y a la chica de cabello ondulado.

—Estoy orgulloso de ti, Leo, pero Tygus te necesita, ya debes irte.

Leo abrió los ojos en medio de la oscuridad, el aroma del polvo y del metal picaban su nariz, la espada estaba cerca de su mano, ahora podía sentirla, era como si se hubieran vuelto uno cuando por fin acepto su ayuda.

Un holograma seguía repitiéndose, parecía que se había estropeado, pero allí estaba Tygus, estaba preocupado, como si creyera que no creería sus palabras, sus ojos brillaban y enfrente suyo, estaba Claudius, gateando en la mesa, riéndose como lo hacían los bebes, ignorando que su padre trataba de explicar algo que ni siquiera el comprendía.

— Yo sé que no me decepcionaras Leo, confió en ti.

Leo hubiera hecho lo que fuera por escuchar ese mensaje, sin embargo, si se apresuraba podría escucharlo de los propios labios de su amante, quien le diría lo que necesitaba saber, el se lo había prometido.

Con ayuda de la espada corto la puerta que le evitaba el paso, estaba muy cerca del sitio donde Tygus y el cayeron la primera vez que estuvieron juntos, no había forma en que pudiera olvidar aquella zona, ni tampoco manera en que pudieran evitarle llegar a su amado.

Tykus no lo lastimaría, no se lo permitiría, nadie volvería a tocarlo sin su consentimiento, no mientras él estuviera vivo, y si no lo estaba, de todas formas encontraría la forma de protegerle.

— Espera por mí, Tygus, no te decepcionare.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Tykus ingreso en la sala del trono para ver a la criatura, una simple imagen de lo que yacía en el trono siendo repelida por una extraña energía dorada que cubría el cuerpo del cachorro, el apuntaba contra su antiguo amo y para su sorpresa, contra Bengalí.

El tigre de edad madura disparo contra la criatura, logrando que desapareciera en el aire, como un simple espejismo, Bengalí sonrió al verlo, no parecía preocupado, no importaba, Tygus no sabría que él fue quien asesino a su amante, no hasta que fuera el rey.

— ¿Qué haces aquí?

Le agradeció Tygus apuntándolo con el rifle de plasma, apretando los dientes y entrecerrando los ojos.

— Director.

Bengalí retrocedió unos cuantos pasos y después trato de huir, marchándose a través de los pasillos que daban a las habitaciones personales de la bestia, dejándolos solos, como el cobarde que era no estaba dispuesto a pelear con ellos dos al mismo tiempo ni a enfrentar su traición a todos los clanes.

— Yo diría que salvando tu pellejo, Tygus.

Tygus ignoro como Bengalí desaparecía, no era el peor de sus problemas, ni siquiera Mum-Ra el inmortal, sino Tykus, quien cargaba la espada de Plundarr a sus espaldas, junto a dos armas de fuego, una de ellas apuntando en contra suya.

— ¿Por eso me apuntas con un arma? ¿Para salvar mi pellejo?

Tykus aparto su arma, caminando en su dirección, observando como el menor retrocedía por cada paso que daba, aun le temía, eso le convenía, aunque no esperaba que se comportara como un cobarde, esperaba mucha más renuencia de su parte.

— No, porque sé que eres un paranoico, ya sabes, por los viejos tiempos.

Tygus no entendía que estaba haciendo el director en aquella nave, porque Bengalí había escapado y mucho menos, porque la criatura simplemente desapareció, como si esperara aquel encuentro, haciéndole recordar la advertencia de la criatura.

— ¿Cuándo trataste de matarme o cuando solo tratabas de destruirme?

El director sonrió al escuchar esa pregunta, ese era el cachorro que apreciaba, un insolente mocoso que nunca le había mostrado ninguna clase de respeto, el cual con mucho gusto le sacaría con sangre.

— Salve tu vida, te aleje de ese enloquecido león.

Tygus apretó los dientes, no había forma en que el director supiera que ocurrió entre ellos, no, a menos que los hubiera observado.

— Lo que hiciste fue alejarme de mi compañero, Tykus.

Tykus sonrió, aquello era cierto en más de una forma, pero no era necesario que ese cachorro lo supiera, solo que ya nunca mas podría verlo, no cuando estaba muerto.

— El se alejo solo de ti, porque veras cachorro, tu compañero está muerto, cayó tratando de salvar tu patética vida.

Tygus no estaba dispuesto a creerle, ese anciano estaba mintiendo, tratando de engañarlo, como si alguna vez en toda su vida pudiera creer algo pronunciado de sus labios.

— ¡Eso es mentira!

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