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Afecto. por Seiken

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Afecto

Capitulo 24.

El primero en despertar fue Tygus, quien beso el cuello de Leo por detrás de la nuca, despejando su cabello de su melena, llamando su atención, sonriéndole cuando sus ojos azules se enfocaron en los suyos.

— Tengo que decirte algo importante…

Tygus estaba nervioso, lo que estaba a punto de contarle sonaba como una locura y no culparía a Leo si lo creía un demente o enfurecía creyendo que se estaba burlando de su inteligencia, aun así ya no podía guardar silencio por más tiempo.

Había repasado esa conversación durante todo ese largo mes, todos los días casi a todas horas, cabía mencionar que nunca obtenía una respuesta satisfactoria de su compañero, al menos eso ocurría en su imaginación.

— ¿Ocurre algo malo?

Esa expresión era una mala señal, Tygus estaba seguro que no le gustaría lo que estaba a punto de decirle, parecía preocupado, casi como si de un momento a otro la caja de pandora se abriría liberando todos sus secretos.

— Nunca me has preguntado por la madre de Claudius.

Tygus se sentó recargándose contra la base de su cama, mirándolo fijamente, cubriéndose con su abrigo, dejando sus piernas al descubierto, Leo recorrió con las puntas de sus dedos el tobillo rallado, tratando de comprender que deseaba decirle su compañero, que tenía que ver la anónima leona en su felicidad.

— Claudius es tu hijo. ¿Qué más necesito saber?

Tal vez su nombre, su edad, si estaba viva o muerta, donde residía o en todo caso, que era lo que decía su epitafio, el holograma que encontró en la ropa de Leo el día que llegaron a Thundera, el dispositivo estaba roto, descompuesto, aun así Leo hizo todo lo posible para ignorar su mensaje, por no preguntarle nada que no quisiera compartirle.

— ¿Por dónde empezar?

Leo se sentó en la cama y comenzó a buscar su ropa, cubriéndose con sus pantalones, primero hablarían de lo que le preocupaba a Tygus, después podrían darse un baño caliente, repetirían las actividades de la mañana, comerían, ese día podrían estar juntos sin ninguna clase de interrupciones.

— Empieza por donde tú creas que sea conveniente.

Tygus relamió sus labios cambiando su postura, observando la pared contraria a Leo, tratando de encontrarle sentido a lo que estaba a punto de decirle, ni siquiera para él tenía sentido y fue él quien pasó por todo eso, que hubiera sido más fácil de explicar si el dispositivo de memoria no se hubiera descompuesto.

— ¿Sabes lo que significa la palabra Ligre?

Leo pensó aquella pregunta por algunos minutos, no sabía de donde había nacido esa palabra ni porque algunos felinos hacían diferencias entre quienes eran los padres y las madres, qué más daba si la madre era una tigresa, una leona, una cheetah o lo que fuera, si el padre lo era, ellos eran felinos, nada más.

— Sí, lo sé.

Tygus se levanto de la cama, esa conversación era mucho más difícil de lo que jamás pudo imaginarse, a pesar de la buena voluntad de Leo, de su confianza y de su habilidad para utilizar las palabras a su favor, se daba cuenta que no había forma alguna para contarle la verdad, sin que pensara que se estaba burlando de su persona o que se había vuelto loco.

— Quien dio a luz a Claudius está en Thundera, vive aquí, es feliz aquí, pero creo que todo cambiaria desde este día.

Leo se acerco a Tygus tratando de rodear su cuerpo con sus brazos, no le importaba que la madre de Claudius estuviera en Thundera, aun sí su compañero se sentía responsable por ella, aunque debía admitir que se sentía celoso.

Esperaba que su consorte no se alejara por algo tan común como eso, aunque era la madre de su cachorro habían pasado por mucho más para que ella se interpusiera entre ambos, sin contar que Leo se sentía celoso al saber que aun estaba viva y que su tigre podía separarse de su lado por ella.

Ella, quien fuera, tenía una vida segura en Thundera, su compañero y su monarca podrían ayudarle con lo que pudieran, pero no quería que Tygus se apartara de su vida, no después de enfrentarse a peores retos.

No obstante se preguntaba porque le dijo que había muerto, porque esa leona no estaba cuidando de su cachorro y cómo fue que no se dio cuenta de su ausencia, estaba seguro que las tres leonas que sobrevivieron a la masacre nunca dejaron su ejército, mucho menos tenían una pareja y si fueran madres de un pequeño como Claudius estaba seguro que no le hubieran abandonado.

— ¿Esa leona esta aquí? ¿En Thundera?

Tygus dio un único paso alejándose de Leo, comenzaba a desesperarse, a cambiar de opinión y guardar silencio, pero nunca le había dado la espalda a un reto, no era un cobarde, ni tampoco guardaría silencio toda su vida así que mesándose el cabello trato de seguir con su tarea.

— ¡No es una leona! El nombre de la cruza implica que él padre es un león y tu lo sabes perfectamente.

No tenía sentido alguno para Leo, él era el único león que aun vivía, a menos que se tratara de alguna clonación, alguna creación de laboratorio que hubiera utilizado su código genético, pero entonces porque nunca se entero de nada, cual era la razón de Tygus de guardar silencio tanto tiempo, porque no lo decía sin más, para él sería maravilloso, un milagro que Claudius fuera también su hijo.

— ¿Es un clon o algo parecido?

Tygus negó aquello con un movimiento de la cabeza, suspirando, su cachorro no era un clon y era un ligre, su padre era un león, el único que aun existía era Leo, su compañero, lo único extraño en ese nacimiento era la concepción, porque tampoco estuvo involucrada una tigresa.

— No lo entiendo, yo soy el único leon que aun existe con vida, nunca he estado con una tigresa, eso podría jurarlo.

Leo tuvo varios amantes pero estaba seguro que ninguno de ellos había sido un tigre hasta que conoció a su compañero, mucho menos cuando estaban juntos, eso le impedía a cualquier tigresa ser la madre de Claudius, sin embargo, no podía negar el parecido entre ambos, el cachorro de su amante era una copia fidedigna de el mismo, era lo que siempre se había imaginado que sería un cachorro nacido de ambos, pero aquella posibilidad era una locura.

— Yo tampoco lo entiendo, ni siquiera Bengalí, pero pasó.

Tygus respiro profundo, pasando su mano entre su cabello, dando media vuelta para acercarse a Leo, estaba confundido, no le encontraba ningún sentido a las palabras que utilizaba su tigre, pero se dejo llevar al cuarto de baño, esperaba que con el agua caliente sus mentes y sus cuerpos pudieran despejarse.

— Tomémonos un baño, no me gusta estar sucio.

Leo asintió siguiendo a Tygus, creía que aquel cambio de cuarto sería un distractor, una forma de alejarlo de las extrañas palabras que su amante le había compartido, de la imagen que se hacía en su cabeza, ya que si existía un ser inmortal que servía a cuatro espíritus malignos, el ojo del augurio lo trajo del mundo de lo muertos, existían dos planos, aquello que parecía estar implicando su mente no podía ser tan imposible.

— Así no puedo concentrarme en lo que quiero decirte.

El agua era caliente, la tina suficiente espaciosa para ambos, las burbujas reconfortaban su cuerpos cansados, ambos estaban encontrados, recargados cada uno en la pared de la bañera que más bien se trataba de un pequeño jacuzzi de mármol.

— Cuando toque la piedra de guerra sentí que parte de su energía se quedaba en mi cuerpo, fue una sensación tan extraña que por poco creí que perdería el sentido, aun así logre apartarla de sus antiguos amos.

Leo lo había visto, la forma en que los relámpagos recorrían su cuerpo y como le informaba a la criatura que tenia la piedra de guerra, poco después lo traiciono arrebatándole el ojo del augurio, el cual él también toco con sus manos desnudas, convirtiéndolos a ambos en los primeros seres vivos que tenían contacto con esa roca, que si bien no estaba hecha de carbono tenía vida así como una voluntad propia.

— Tu también debiste sentirlo, se que su voz te enloqueció momentáneamente, podía ver su energía recorrer tu cuerpo, como lo hizo la espada de Plundarr conmigo, el metal y la piedra reaccionaron de una forma extraña, podría decir mágica, ya que no encuentro otra forma de describirlo.

Pero no enloqueció a Tygus, al menos no el ojo de Thundera, porque pudo desprenderse de las piedras con demasiada facilidad, sólo el poder oscuro de la espada negra, la voz del que se decía su amo y su preocupación por su familia fueron capaces de hacerlo perder el control.

— Mum-Ra creía que sólo un psíquico podía localizar las piedras de guerra, por eso casi todos los Tyaty o sus favoritos tenían el don, mi madre también lo tenía, así que supongo que por eso yo soy tan fuerte, porque en mi familia siempre ha existido, es una característica que mi clan se esforzó por mantener.

Esa debía ser la razón por la cual Tygus logro la imposible tarea de recolectar dos piedras de guerra, porque su don de caminar entre los dos planos le ayudaba a ver la energía de las joyas que buscaba Mum-Ra, sin embargo, no explicaba ni le ayudaba a entender el nacimiento de Claudius.

Los felinos en un inicio, cuando aun caminaban en cuatro patas y se comunicaban maullando, con sonidos guturales, rugidos y ronroneos, eran venerados por su facultad para caminar en el mundo de los muertos así como en el mundo de los vivos, una característica que mantuvieron aun al evolucionar en algunas especies, que se manifestaba en la velocidad de los cheetah, en el sexto sentido de los jaguares, en el don de los tigres, pero que con forme sus clanes empezaron a separarse muchos de ellos le consideraron una maldición, algo que temer y destruir.

Un don que seguía manifestándose en los tigres con algo que podrían llamar regularidad, una cualidad que el clan de los tigres adoraba, asegurándose que aquellos que le poseyeran lo mantuvieran en su linaje, arreglando matrimonios, uniones como la que dio vida a Tygus.

Sólo un psíquico o un felino que tuviera el don de caminar entre ambos planos podría tocar las piedras sin que estas tomaran el control de su mente o que enloquecieran debido al enorme poder que les caracterizaba.

—El ojo del augurio y las otras piedras de guerra rechazan a los espíritus, al dominio de la criatura, creo que a pesar de todo son una creación benigna, una fuerza que no quiere ser sometida por la oscuridad.

Leo nunca había visto a las piedras de guerra como un ente, mucho menos uno benigno, para él eran una criatura omnipotente, un ser que no conocía limite, el cual casi logra que pierda a su compañero, su cordura, que casi lo convierte en un monstruo.

La espada no era más que una herramienta que las transportaba, que utilizaba su fuerza para lo que su portador así lo deseaba, él más que nadie comprendía que tan poderosa era aquella energía, como después de un corto tiempo el portador era quien se convertía en la herramienta.

— La primera piedra que toque abría puertas que daban a otros mundos, después el ojo del augurio protegía y le daba vida a un planeta completo, cada lugar que las protegía se destruyo al perderles, creo que más que brindar muerte estas piedras dan vida, tal vez crean caos pero al mismo tiempo, el caos genera orden y vida.

Las piedras fueron creadas para crear vida, para formarla y mantenerla viva, aun en criaturas o planetas que no podrían albergarla, las maquinas biomecánicas que perecieron tratando de proteger al ojo del augurio eran una muestra de ello, las puertas dimensionales podrían llevarla a cualquier punto del universo, las otras dos piedras, ninguno de ellos estaba vivo cuando las encontraron, pero era seguro que se complementaban como lo hacían en la espada.

— ¿Estás diciendo que fueron creadas para la vida?

Eso era exactamente lo que quería decir, las piedras eran un ente dador de vida, que podía modificar la esencia misma de la creación, revivir a los soldados caídos en el combate, como lo hizo con Leo, como lo hacían con Mum-Ra, dándole la facultad para mantenerse joven, fuerte, poderoso, como lo hizo con su propio cuerpo.

— Sí, para forjar la forma de permanecer en movimiento, de crear vida donde antes no había, de darse herramientas para existir, estoy seguro que eso hizo cuando creo a Claudius.

Por fin lo había dicho, Claudius era una creación de la espada, un ser que podría escuchar su voz sin perder la razón, que caminaba entre ambos planos y que tendría la fuerza para resistir su poder, en sus manos las cuatro piedras de guerra harían aquello para lo que fueron hechas.

— ¿Claudius, una creación de la espada?

Tygus asintió sin atreverse a mirar el rostro de Leo, su sorpresa y su desagrado, como lo sospecho su compañero creía que se estaba burlando de su persona, mintiendo de una forma absurda, tal vez con la idea de alejarlo después de apenas un mes juntos.

— Ligre era usado como un insulto por algunos, por Bengalí como una forma de recordarme como fue concebido.

Leo se levanto de la bañera, estaba visiblemente molesto, no había forma alguna de que pudiera creer ese absurdo, ni siquiera el propio Tygus podría creerlo, era una locura, los dos eran hombres, aquello era imposible.

— Ni siquiera Bengalí supo cómo fue posible.

Tygus no lo siguió, ni siquiera lo intento, solo se concentro en terminar de pronunciar aquello que necesitaba decirle.

— ¡Para mí era lo único que me quedaba de ti, lo único que tenía de nuestro amor!

Su grito logro que Leo se detuviera, la espada le orillo a recobrar a su compañero, el día que lo traiciono le obligo a complacerlo, le hizo suyo, sintiendo como la energía de la espada atravesaba ambos cuerpos, por un momento creyó que los estaba fundiendo en uno, en una misma esencia.

— No sé porque la espada hizo esto, pero paso y casi muero, sólo el conocimiento medico de Bengalí pudo salvar mi vida, aun así se que ocurrió, Claudius tiene nuestras habilidades, mi don y tu fuerza, no puedes negar el parecido que tiene contigo, son casi idénticos, en realidad se parece mucho más a ti, de lo que se parece a mí.

Bengalí era un medico excelente, el mejor de todos, con tanta experiencia fuera y dentro del campo de batalla que era una lástima que se tratara de un soldado leal a la criatura, de lo contrario tendría un puesto seguro en su corte, como médico y como maestro de las futuras generaciones.

— No me explicó mucho, yo tampoco quise saber al principio.

Tygus salió del agua cubriéndose con una toalla, secándose el cabello, no se atrevía a mirarle fijamente, no quería presenciar la molestia de Leo, él mismo no creería lo que le estaba diciendo, era simplemente imposible.

— El cambio que se realizo fue momentáneo, sólo duro un año, o más bien, nueve meses.

La cicatriz había desaparecido casi del todo, apenas era una línea rosada debajo de su pelaje blanquecino, pero podía sentirle con sus dedos cuando los pasaba por la zona en la cual se realizo la cesaría.

— Después de la cesaría en la nave de escape mi organismo regreso a la normalidad, no hubo leche ni nada parecido, solo Claudius, él que casi me mata y muere conmigo sin ayuda de Bengalí.

Leo regreso a su lado, deteniéndose junto a él con una mirada de culpabilidad, aquella que usa una persona que sabe que está cometiendo un error, acariciando su mejilla, eso era una locura pero creía que debía tratar de cavilarlo, de imaginárselo, no obstante lo difícil que eso fuera.

— Lo que me estás diciendo es que es un ligre porque tú lo diste a luz y que yo soy su padre. ¿Eso es lo que tratas de decirme?

Tygus tomó su mano, llevándola en dirección de su abdomen, en donde había una cicatriz de al menos quince centímetros, la única prueba de que era verdad lo que le decía, la cual apenas era perceptible.

— Sí, eso es lo que estoy diciendo.

Leo recordaba que la espada hubiera preferido que su compañero la blandiera, que le mostro imágenes de su pasado que no recordaba, le dio la oportunidad para sobrevivir a una caída que debió haberlo matado, convertido en un charco sanguinolento en el suelo, las palabras de la muchacha de cabello ondulado, la forma en que la espada le mostro a su cachorro aun antes de verlo, de que otra forma Claudius era idéntico al pequeño que quiso como hijo, lo mucho que se le parecía, el epitafio de su compañero.

— Claudius es una creación de la espada del augurio, si quieres podemos buscar la bitácora de la nave de escape, tal vez Bengalí no la destruyo y eso podría mostrarte que no estoy loco, que estoy diciendo la verdad.

Aunque Leo hubiera visto demasiadas heridas de combate, jamás había visto la que supuestamente se trataría de una cesaría, aunque la tocara con sus propios dedos.

Podía ver que Tygus comenzaba a dudar si decirle su verdad fue una buena idea, parecía demasiado nervioso, esperando su enojo o su desconfianza, pero el jamás volvería a actuar en contra de su consorte, por lo que simplemente lo rodeo con ambos brazos, apretándolo a su cuerpo, acariciando su cabello por la nuca.

— No tienes que demostrarme nada.

Tygus al principio se tenso al sentir sus brazos rodeando su cuerpo, pero poco a poco comenzó a tranquilizarse, recargando su cabeza en el hombro de Leo, por un momento sintió que su felicidad se perdía, pero ahora se daba cuenta de que aunque su compañero no le creyera, aceptaría lo que le dijo como la realidad.

— Aunque no me crees, no del todo.

Leo se alejo unos centímetros de su compañero y sujetándolo por el mentón con demasiada delicadeza beso sus labios, para después recorrer las rayas de su rostro con las puntas de sus dedos.

— Dame tiempo.

Tygus asintió, sintiendo que debió molestarse por esa respuesta, aun así lo mejor era esperar algunos días, el tiempo suficiente para que Leo se hiciera a la idea de la información que acababa de darle, esa misma información fue demasiado para él cuando Bengalí se la presento momentos antes del nacimiento de Claudius, le costó aun más hacerse a la idea de tener un cachorro a su cuidado, que este era resultado de la última noche que paso con el que pensaba era su compañero.

— Todo el tiempo que quieras, al menos me quite un peso de encima.

Leo inmediatamente comenzó a sentirse culpable, debía creer en lo que le decía su tigre, quien se alejo con lentitud para vestirse, en esta ocasión se puso unos pantalones oscuros, las mismas botas que usaba en la mañana, una camisa del mismo color, la cual arremango debido al calor que estaba haciendo esa tarde, abandonando su abrigo en el suelo, se puso un cinturón en el cual colgaba un arma de fuego, en su bota había una daga grabada, un regalo que le hizo al finalizar la primera semana que estuvieron juntos.

— ¿Conoces a alguien llamada Kairi?

Tygus quería salir de Thundera, visitar los mercados o tal vez cazar alguna criatura salvaje, estaba comenzando a aburrirse de esa vida tranquila, en el pasado estaba colmado de tareas, proteger a Claudius, conseguir comida, forjar alianzas, generalmente nunca tenía mucho tiempo que perder, ahora todo cambiaba, nunca había nada que hacer ni en que distraerse.

— Mi madre, era como yo, dicen que era muy hermosa aunque yo nunca la conocí, ella dio a luz, murió y la inmolaron, aunque no en ese orden.

Leo no quiso preguntar a que se refería su amante, sólo necesitaba saber quién era Kairi, si su madre era la chica pelirroja que vio en el plano astral, a la que conocería en el futuro si todo ocurría como se suponía, haciendo que de pronto la idea de que se tratase de la madre de Tygus parecía no ser correcta.

— ¿Era pelirroja? ¿Con hermoso cabello ondulado, del color de las llamas, tan largo que llegaba a sus tobillos?

Ella era como todas las tigresas por las características físicas que vio en las fotografías, cabello corto, blanco, casi perdiéndose con el manto de todo su cuerpo, sus ojos eran de su mismo color, dorados, hermosos, era delgada, joven, delicada, era lo que se suponía debía ser una tigresa y en su pelaje no existía lugar para el rojo que describía Leo.

— No, ella tenía cabello blanco, le llegaba hasta los hombros.

Era imposible, esa chica debía ser real, era hermosa, tan delicada como una flor, tan parecida a Claudius que por un momento creyó que se trataba de su hermana, tal vez ella lo era, era su hermana, pero si lo que su compañero decía era verdad, entonces faltaba por nacer otra creación de la espada, como les llamó Tygus.

— ¿Crees que haya alguna posibilidad de que nazca otro?

Tygus al principio se sorprendió, pero al ver que estaba hablando en serio, que en realidad su compañero deseaba saber si podría ocurrir ese extraño milagro otra vez se rió entre dientes, sólo Leo podía pasar de incredulidad a un repentino interés para que volviera a ocurrir.

— No lo sé, espero que no, la primera vez fue suficiente para mí, y ahora no tengo a Bengalí para atender el parto, aunque supiera donde encontrarlo no creo que quisiera ayudarme de ninguna forma.

Esa ocasión Tygus estaba desnutrido, varios de ellos lo estaban, cansado, enfermo de algo que Bengalí no podía reconocer, debieron regresar a la nave que abandonaron para que la Inteligencia Artificial Medica les diera un diagnostico, este era un tumor o un objeto extraño que debía ser removido.

Al hacerlo Tygus estaba casi inconsciente, la anestesia no había durado suficiente y despertó cuando lo estaban cociendo, Bengalí cargaba a un niño, un pequeño rayado, tan diminuto como todos los bebés felinos, casi prematuro.

El cual debió ser creado por la espada, la que los uso como una herramienta, una forma de canalizar su energía, Bengalí realizo un estudio genético para verificar lo que Tygus intuyo casi desde el primer instante en que lo vio, era un ligre, un hibrido mitad león, mitad tigre, cuando vio sus dones, su manto y su fuerza, comprobó lo que el examen le había mostrado.

Esa espada fue la causa de su nacimiento, la razón de ello era para que existiera una persona, un ser capaz de utilizarla, una familia que pudiera blandir las piedras como fueron concebidas por esos seres sin pelaje.

— Tal vez esta ocasión sería diferente.

Tal vez aquella ocasión jamás ocurriría, y para Tygus estaba bien de esa forma, sin embargo algunas palabras que pronuncio la criatura lo perturbaban, dio un largo suspiro y tomando la mano de Leo lo llevo en dirección de la puerta, quería salir de Thundera ese día, estaba cansado de permanecer en el interior de la ciudad.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Cuatro meses después recibieron la visita de Shen, quien visito Thundera para afinar los detalles del tratado de paz entre sus pueblos y porque deseaba asegurarse que su amigo estuviera seguro, que su cachorro fuera protegido así como para indicarle la posición de su clan, una parte estaba en El-Dara y la otra escondidos en unas cuevas, en donde parecía que estaban construyendo una ciudad subterránea.

Lo supo cuando Akbar le dijo de la situación de los primeros felinos y de los labios de sus aliados lobunos, quienes eran parecidos a ellos pero un tanto más salvajes, mucho más independientes, sin contar que despreciaban las elevadas temperaturas de su ciudad.

Tygus fue el primero en salir a recibirlo, montaba una de las criaturas azules, aparentemente había aprendido a hacerlo en el corto tiempo que llevaba en Thundera, estaba vestido con ropajes negros, los que cubrían una buena parte de su cuerpo.

Leo lo seguía a varios metros de distancia, a su lado estaba Panthera, quien llevaba en su montura a Claudius, quien parecía alegre, lleno de vida, emocionado por verlo.

Shen abrió los brazos para recibir en ellos a Tygus, quien lo abrazo con alegría, alejándose inmediatamente después para que pudiera verlo, sin duda alguna su nueva vida le sentaba bien, nunca antes lo había visto tan alegre, ni tan complacido.

— Te ves resplandeciente.

Pronuncio el chacal mirándolo de pies a cabeza, inclinándose ligeramente cuando vio que Leo bajaba de su montura y que Claudius lo imitaba, corriendo a su encuentro, rodeando su cintura, demasiado emocionado por verlo.

— ¡Shen!

Shen alboroto el cabello de Claudius, riéndose de su molestia cuando retrocedió algunos pasos, enfocando su mirada en Leo, quien también lo abrazo, esperaba que le dijera que se alejara de su compañero, pero en vez de eso estaba contento de verlo, no actuaba como la primera vez, sino por el contrario, se limito a enseñarle el camino hacia Thundera con una expresión que bien podía ser agradecimiento.

— La vida en Thundera les ha sentado bien.

Tygus asintió, Leo no dijo nada, Claudius corrió hacia Panthera, quien coloco su mano en el hombro del cachorro alejándose unos cuantos pasos, Shen caminaba junto a ellos, observando el esplendoroso pasillo cubierto de plantas y flores de diversos colores.

— Sí tú lo dices, debe ser cierto.

Leo se adelanto algunos pasos para darles privacidad, aunque no suficientes para no poder escuchar lo que tenían que decirse, ambos lo notaron pero al parecer no le importaba a Tygus esa precaución, quien comenzó a charlar con él de momentos sin importancia, de los jardines, de la educación de Claudius, de la tranquilidad que sentía, pero al mismo tiempo esperaba que Shen le dijera aquello por lo que lo había visitado.

— Visite el asentamiento de tu clan hace algunos meses, dos para ser precisos.

Tygus asintió, debió haber notado la ausencia de su clan, las casas abandonadas, la falta de vida y el mensaje que escribieron, la forma en que fue despreciado por su propia gente.
— Se fueron.

Eso era obvio para quien pisara ese lugar, con tan solo verlo podían percibir la ausencia del clan de tigres en ese sitio, pero lo que no sabía Tygus era donde estaban, algo que él pudo descubrir de los labios de Akbar, así como por parte de sus espías.

— Se dividieron en dos, algunos están viviendo en El Dara, otros me parece que viven en las montañas nevadas, en unas cuevas congeladas.

Tygus tenía una leve noción de la localización de ambas ciudades, la primera parecía una fantástica utopía, el segundo, estaba escondido en las remotas tierras del norte, cuyo clima era inmisericorde, pocas especies querrían vivir en tan precarias condiciones, tal vez por eso su clan, una parte de este quiso asentarse en ese sitio, para no ser molestados.

— ¿Bengalí está con ellos?

Shen asintió, Leo volteo arqueando una ceja, pensando tal vez que Tygus debía olvidarse de su existencia, no obstante el tigre creía que necesitaría de su ayuda en algunos cuantos meses, si es que su malestar era lo que pensaba, al menos Leo podría creerle esta ocasión.

— Eso creo, parece que sin ti ellos aceptaron su dirección, ahora es el líder del clan.

Tygus se detuvo en seco, no era que le sorprendiera ese cambio de líder, para ellos él los había traicionado cuando Bengalí siempre se mantuvo fiel, lo que le sorprendía era que Shen tuviera información de la que carecía Thundera, pero debía recordar que las incursiones que realizaban los Thunderianos eran demasiado escasas, todas ellas buscando territorios templados donde pudieran expandirse, seguramente nunca pensó en la necesidad de visitar los montañas heladas del norte.

— Al menos obtuvo lo que siempre quiso.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Un mes después Tygus había tomado una decisión, debía buscar a Bengalí, únicamente el sabría qué estaba pasando con su cuerpo, había preparado las provisiones, las armas y el vehículo para salir de Thundera, realizar el largo viaje que lo llevaría a las tierras del norte.

Nunca le gusto el frio, mucho menos la nieve, no obstante el tigre blanco eligió esa zona para establecerse, por lo cual tendría que adentrarse en un territorio hostil, cubierto de nieve, cuyas heladas ráfagas de viento congelaban el agua durante el invierto y apenas salía el sol durante el verano.

Leo se acerco a él después de localizarlo con la espada del augurio, a veces su compañero se ocultaba de su vista, esas ocasiones lo dejaba solo, tal vez lo único que necesitaba era despejar su mente de algún recuerdo que lo perturbaba, pero esta ocasión era distinta, algunos felinos le habían visto tomar provisiones para un largo viaje.

— ¿Qué estás haciendo?

Tygus se detuvo inmediatamente, podía ver que su ropa era una hecha para un largo viaje y que una buena cantidad de provisiones había sido acomodada en la parte trasera de su vehículo, el cual era un transporte personal que podía recorrer grandes distancias en muy poco tiempo.

— Creo que es obvio.

Leo asintió, era obvio que se preparaba para un largo viaje, pero la pregunta era la razón de este, por lo cual quiso averiguarlo, notando que Tygus estaba armado, demasiado serio, enfocado en su misión actual.

— Piensas marcharte.

Pronuncio el joven monarca acercándose un poco más a Tygus, quien seguía inmóvil, sin atreverse a mirarle a los ojos, tal vez estaba pensando en abandonarlo le dijo una vocecita, la cual acallo inmediatamente, su tigre no se marcharía sin una razón.

— ¿Por qué?

Tygus finalizo de armar su transporte, llevaba una capa de viaje, la cual cubría su rostro, a sus pies había una mochila, la cual cargo a sus espaldas, sin detenerse un solo instante, ya había perdido demasiado tiempo, aun así creía que debía decirle cual era la razón de su partida a su compañero, esperaba que con su respuesta no hiciera más preguntas, sin embargo, era imposible, Leo no querría dejarlo ir cuando supiera cual era su destino.

— Necesito ver a Bengalí.

¿Bengalí? ¿Acaso había perdido la razón? Pensó Leo dando varios pasos en dirección de Tygus, quien se mantuvo firme, mirándolo con enojo, el señor de los Thundercats se detuvo en seco, no entendía cual era la razón de su comportamiento, pero la averiguaría, sin contar que no lo dejaría marcharse a ver a esa traidora criatura, ese tigre blanco no era más que un malagradecido.

— ¿Acaso estás loco?

Tygus no respondió, solo arqueo una ceja como retándolo a continuar con sus objeciones.

— ¡No te dejare ir a ese sitio, la ultima vez casi te matan o peor aún, casi te entregan a esa bestia otra vez!

Tygus estaba visiblemente molesto al escuchar esa pregunta y mucho más esa orden, Leo no le diría que hacer, aunque debía admitir que buscar a Bengalí podría parecer una locura a los ojos de cualquiera.

— No te estoy pidiendo permiso Leo, tú no me comandas.

Tenia razón por supuesto, el no era su amo y no podía ordenarle que hacer, si Tygus estaba a su lado era porque así lo quería, no porque le obligaba a ello, su tigre le miro fijamente esperando una respuesta, esta vino con la forma de un gran suspiro y de unas manos que se levantaban delante suyo como una barrera, de una forma reconciliadora.

— Lo sé, lo sé, pero no puedes ir allá, corres peligro.

Bengalí lo traicionaría de muchas formas diferentes, pero nunca clavando una daga en su espalda, su tarea principal constaba de reparar o mantener en una sola pieza al juguete favorito de su amo, si el moría por inesperadas complicaciones, si su cuerpo era dañado de forma irremediable, habría fallado en su misión, sin contar que era el único que podía saber si sus sospechas eran ciertas.

— Aquí también, estoy enfermo Leo, necesito ver a un médico y el único lo suficiente bueno es Bengalí.

Leo negó aquello con un movimiento de la cabeza preguntándose si acaso Tygus recordaba lo que había pasado hacia apenas unos meses, como a Bengalí no le importaba cuánto daño sufriera, lo que pasaba en esa nave, lo mucho que odiaba su vida, como secuestro a su cachorro, debía estar bromeando si creía que lo dejaría marcharse a un lugar donde sabia seria traicionado, tal vez asesinado apenas pudieran verlo.

— Aquí hay muchos médicos.

Ninguno era tan bueno como Bengalí, nadie compartía sus habilidades ni sus conocimientos, mucho menos su experiencia con la enfermedad de la cual creía padecía por segunda ocasión, era una forma extraña de decirlo, pero era la única forma en la cual Leo le permitiría salir de Thundera sin tener que enfrentarse con él para lograrlo.

— Nadie tiene sus habilidades.

Eso era verdad, pero que podía estar padeciendo para que Tygus quisiera visitar a su traicionero hermano, si tan siquiera le dijera el mismo lo acompañaría, pero antes necesitaba saber, comprender que estaba pasando con su compañero.

— ¿Por qué no confías en mi?

No era que no confiara en él, era que no quería darle falsas esperanzas a Leo, podría tener la razón pero al mismo tiempo podía ser cualquier cosa.

— Creo… Creo que tu deseo se cumplió.

Fue lo único que dijo, Leo al principio no entendió de que hablaba Tygus, cual deseo podría cumplirse que no lo hubiera hecho ya, a menos que fuera Kairi, la chica pelirroja, la pequeña princesa que vio en el plano astral.

— Pero… ¿Cómo?

Tygus no entendía como ni porque la espada había creado otro portador, era como una mala broma, una forma de atarlo a ella de algún modo o tal vez respondía a un deseo primario que ambos compartían.

— No lo sé, creo que paso cuando mi tatuaje cambio de forma.

Habían pasado seis meses desde aquella noche, cuando la marca de su espalda se modifico por el escudo real de Thundera, una forma en la cual su cuerpo o su propia energía pronunciaba su pertenencia al mismo tiempo que la energía de la espada del augurio volvía a modificar su cuerpo, su esencia, burlándose de las reglas de la naturaleza, de los mortales, haciendo su voluntad, la que comenzaba a figurársele demasiado arbitraria.

— El sabrá que hacer si es que tengo razón, pero debo irme ya si quiero llegar a tiempo.

Leo no lo dejaría marcharse, no en aquella delicada condición, bien podía resistir el viaje o podría no hacerlo y perecer en el camino, dejándolos solos, sin él ni su pequeña Kairi.

— ¿Piensas que te dejare ir?

Tygus estaba a punto de reclamarle, era la única persona que comprendía por lo que podría estar pasando, que creería en sus palabras porque estuvo presente la primera vez, cuyos labios estarían sellados, porque no podía explicar que le ayudo cuando ya no era parte del clan, cuando esa acción estaba prohibida, y al mismo tiempo lo haría únicamente para complacer a su amo, reparando la, ante sus ojos, aberración que Leo había hecho con su cuerpo.

— Te acompañare, no iras solo, no puedo perderte y me asegurare de que Bengalí te brinde ayuda si es que desea seguir vivo.

Seguramente Leo se había olvidado del desprecio que sentía Bengalí por él, su odio era casi palpable y tal vez su presencia en las montañas le daría la oportunidad para matarlo o para vengarse por su derrota, ya que hasta donde recordaba su hermano siempre culpo a su león por sus decisiones.

— ¿Si recuerdas que Bengalí te odia?

El sentimiento era mutuo, Leo lo despreciaba, pensaba que era un traidor y un monstruo, una criatura que solo actuaba para cumplir sus intereses, por esa razón era que no permitiría que su tigre se arriesgara a verle solo, sin ninguna clase de protección.

— Lo sé.

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Hubiera preferido que Tygus quisiera matarlo, así demostraría que su capitán seguía en alguna parte escondido, pero no, lo perdono como si nada, lo dejo ir interponiéndose entre él y ese león, haciéndolo pensar que tal vez su hermano ya era de esa forma, tan endiabladamente compasivo, mucho antes de que Leo se hubiera colado en su vida, como un cáncer destruyendo lo que había logrado Tigris, un reinado que pudo durar eones.

Aquello era lo que más odiaba de Tygus, su bondad que se convertía en estupidez cuando rechazaba el poder y las riquezas para convertirse en un esclavo, en el consorte de un León que no tenía espíritu combativo, no cuando permitió que los otros animales se reagruparan, forjaran ciudades y ejércitos.

Bengalí al ingresar en las montañas fue recibido por su compañera, una tigresa de pelaje anaranjado, con una delicada línea dorada rodeando su iris, su don era tan débil que apenas podía camuflarse, aun así esperaba que con su material genético al nacer sus cachorros este poder aumentara, según creía era una característica dominante en su especie.

Al ver a los chacales primero quiso matarles en donde estaban, dispararles en la cabeza y dejarlos en las puertas de la ciudad de Shen, sin embargo, mejor que le dijeran a ese perro donde estaban, así lo sabría Tygus, con algo de suerte quisiera contactarlos.

Quería verlo para pagarle su innecesaria ayuda, su nueva forma de humillarlo, seguramente tarde o temprano necesitarían de un medico de verdad, no esos chamanes que se decían sus iguales.

Como lo imagino Tygus se presento a las afueras de las cuevas algunos meses después, llevaba consigo un tanque, no intento esconderse así que esperaba que lo vieran y que lo recibieran, seguramente lo necesitaba, ese inútil nunca pudo curarse él solo, o tal vez su querido compañero no le creyó cuando le conto acerca de Claudius, porque estaba seguro que no podría guardar silencio, así que probablemente quería regresar con ellos.

Bengalí les ordeno a sus guerreros que no los atacaran, el mismo le recibiría, si quería volver tendría que acatar las órdenes que se le eran dadas, si su visita era por algo más le ayudaría en lo que pudiera, solo para no deberle nada a ese tigre que pensaba debían olvidarse de su orgullo.

Tygus esperaba que Bengalí quisiera verlo en esa posición, apenas habían pasado algunos cuantos meses desde que lo dejo ir, evitando cualquier castigo que su compañero quería otorgarle, era lo menos que podía hacer para olvidarse que compartieron toda una vida juntos, a pesar de su traición, no lo quería muerto, era un recordatorio de lo que nunca volvería a permitir que ocurriera.

— Regresas con la cola entre las patas.

Bengalí se presento solo, no lo ataco apenas estuvieron en el rango adecuado, esas dos acciones eran buenas señales de su ánimo de brindarle ayuda, seguramente por salvar su vida, una acción que significaba demasiado para ambos, aun para el tigre albino, que actuaba como lo consideraba correcto, para él quienes estaban en un error eran ellos, no él.

— Me debes tu vida.

Fue lo único que dijo Tygus, parecía muy serio, demasiado preocupado por la forma en que sus labios se movían ligeramente y su iris se contraía.

— Así que has venido a cobrarte ese favor, Tygus. ¿Porque no me sorprende?

Ambos conocían perfectamente la respuesta, Bengalí no le ayudaría de ninguna otra forma, así que Tygus no se molesto en responder su pregunta, lo que esperaba era que hicieran un intercambio, después de todo el salvo su vida.

— Supongo que buscas un doctor y no a tu hermano, ni a tu clan.

Bengalí se acerco a Tygus, mirándolo de pies a cabeza, no parecía enfermo, así que necesitarían de la Inteligencia Artificial Médica de la nave de escape que usaron y de todos los instrumentos médicos de los que pudiera tener acceso para saber qué era lo que le aquejaba.

— ¿Por qué otra cosa los buscaría?

Pregunto Tygus con molestia, no se arrepentía de sus acciones y estaba seguro que su hermano sólo le veía como una herramienta para tener acceso a lo que deseaba, la nave estaba sellada, el fue desterrado, no había nada más que pudiera desear.

— Al menos aun tienes algo de tu orgullo.

Bengalí se comunico con sus soldados, indicándole a sus vigías que saldría de la ciudad en compañía de Tygus, nadie cuestionaba sus órdenes, en su ausencia su pareja se haría cargo de su clan, ella era inteligente, aunque demasiado confiada pero estaba lista para realizar los actos necesarios que los llevaran a la gloria.

— El orgullo que tú mencionas es una enfermedad Bengalí, espero que se den cuenta de ello antes de que sea su perdición.

Leo esperaba en el asiento del conductor, le había prometido a Tygus que no diría nada, que no interferiría, por mucho que lo deseara, así que eso hizo, aun cuando Bengalí se dio cuenta de su presencia, pronunciando palabras hirientes contra su compañero, quien simplemente se limito a guardar silencio.

El viaje fue largo, demasiado cansado, cuando al fin llegaron a la nave en el desierto Tygus estaba agotado, recargado en la pared del tanque con los ojos cerrados, Bengalí notaba los cambios físicos, su excesivo cansancio, era extraño que ninguno de los dos lo hiciera, a menos que fuera esa la razón por la cual su hermano se arriesgo a verle.

Leo bajo del tanque para ver como Bengalí se había acercado a Tygus para medir sus signos vitales, su tigre estaba casi inconsciente, demasiado cansado.

— Tenemos que llevarlo a la enfermería.

Bengalí era un medico excelente, sabía qué hacer en cualquier circunstancia, no por nada fue educado por los mejores y visito tantos planetas como Tygus, en los cuales tuvo que hacerse cargo de tantos padecimientos diferentes, como el que dio origen a Claudius, que creía que podía reconocerles a simple vista.

Al menos en esta ocasión Tygus estaba descansado, bien alimentado y sereno, sin ninguna clase de estrés que pudiera afectar sus signos vitales, como su presión arterial, la que era típica de un caso como el suyo.

Leo cargo a Tygus en sus brazos, depositándolo en la camilla de revisión médica, donde se realizo un escáner midiendo cada uno de sus signos vitales, su presión, los latidos de su corazón, como funcionaban sus órganos, encontrando lo mismo que vio cuando Claudius fue dado a luz.

— ¿Qué es lo que tiene?

Bengalí no le respondió y se acerco a Tygus para ver si había despertado, el tigre de mayor edad abrió los ojos, odiaba esa máquina, pero haría lo que fuera necesario para sobrevivir, para no dejar a ninguno de sus leones solos.

— Tygus, necesito realizar una operación, es como la primera vez que ocurrió.

Leo se acerco a ambos, acariciando la frente de Tygus, su cuerpo no había sufrido ninguna clase de cambio físico, ni siquiera subió de peso, no como hubiera ocurrido con una mujer, Bengalí apretó los dientes al verlo, al notar la sonrisa que se dibujaba en los labios del antiguo capitán.

— Los cachorros son más pequeños, al menos eso paso con Claudius.

Bengalí aplico una sustancia oscura en el abdomen de Tygus, con tanta indiferencia como lo hubiera hecho con cualquier paciente en un campo de batalla, la única manera de olvidar su desagrado, el odio que sentía por Leo y por la debilidad de su hermano, era aislarse de sus emociones, una tarea que siempre le pareció demasiado complicada.

— Haz el favor de salir de aquí, tu presencia me distrae.

Leo estaba a punto de negarse, no dejaría sólo a su compañero, sin embargo, Tygus apretó su mano negando con su cabeza, indicándole con ese gesto que debía irse, dejar que Bengalí realizara su trabajo.

— Sí le haces daño Bengalí…

Bengalí le dio la espalda, colocándose un par de guantes desechables así como una bata que cubría la mayor parte de su cuerpo, un tapabocas y un gorro, ignorándolo por completo, enfocándose en su tarea.

— Tal vez ahora creas que has ganado, pero con el tiempo descubrirás que no lo has hecho, que Tygus aun le pertenece a Lord Mum-Ra y que esto que estoy haciendo sólo es mi trabajo.

Leo por un momento pensó en golpear ese rostro albino, sin embargo, decidió que lo mejor era retirarse, dejarlo hacer su trabajo, la bestia estaba muerta, sellada en su tumba, ya no corrían peligro, mucho menos su compañero.

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Bengalí tardo varias horas en el cuarto de operaciones, todo ese tiempo Leo caminaba de un lado tras otro, nervioso, temiendo que ocurriera lo peor, que perdiera a Tygus en esa sala, no obstante, al ver al tigre blanco salir con una mueca de superioridad, sin la bata, el cubre bocas y los guantes supo que todo estaba bien.

— Tygus ya sabe qué hacer, por culpa tuya no es la primera vez que pasa por esto, así que lo mejor es que disfrutes del tiempo que se les ha concedido, después nuestro Tyaty regresara a su lugar en compañía de nuestro amo.

Leo apretó el puño con fuerza, estaba furioso, pero prefirió buscar a su compañero, quien aun estaba recostado en la camilla, junto a él había un bulto envuelto en una especie de frazada.

Sintió que su corazón se detenía unos segundos, dando pasos en su dirección, temiendo despertar a Tygus y descubrir que aquello que veía no era lo que pensaba, no podía serlo, aun así que mas podría estar envuelto con tanto cuidado a su lado.

De pronto escucho un sonido que le pareció era un maullido, delicado y quebradizo, demasiado débil, aun así reclamando su futuro, una oportunidad para sobrevivir.

Leo se detuvo a unos cuantos centímetros del diminuto gatito, la pequeña que sabía tendría ondulado cabello pelirrojo, ojos dorados y una belleza sutil, inocente que cautivaría a más de uno, ella seria la niña de sus ojos, su pequeña princesa.

— Kairi.

Pronuncio, cargándola en sus brazos con delicadeza, escuchando como los maullidos aumentaban, buscando el calor de su padre, Leo acaricio su mejilla con la punta de su dedo, nunca había visto nada más hermoso en su vida, nada más delicado y al mismo tiempo la fuerza de su latido, de su voz, le maravillaba.

— ¿Qué dijiste?

Leo volteo en dirección de su compañero, quien había abierto los ojos, aun estaba bajo el influjo de la anestesia, estaba cansado, demasiado adolorido, pero los maullidos de su cachorro lo despertaron, eran diferentes a los de Claudius.

— Es hermosa Tygus, es tan hermosa.

Tygus con mucho esfuerzo se enderezo, llevando una mano a su costado, quejándose cuando las costuras se movieron ligeramente, era doloroso, aunque no demasiado y creía que valió la pena, sin importar lo extraño de aquella situación.

— ¿Cómo la llamaste?

Leo dejo que la cargara, Tygus sonrió al verla, ella casi inmediatamente comenzó a ronronear, o al menos eso creyó el tigre, ya que el sonido era como el que hacían todos los bebes de esa edad, demasiado débil para saber en realidad que estaban pronunciando.

— Kairi.

Tygus cerró los ojos recostándose en la camilla, entregándole nuevamente la pequeña a su compañero, quien la cargó con tanto cuidado como si pensara que de un momento a otro desaparecería de sus brazos, era tan pequeña como Claudius, tan fuerte como él, aunque sus ojos aun no tenían un color definido creía que el dorado sería casi completo en su iris, después de todo su energía lo protegió en la tumba de su amo.

— Me gusta ese nombre.

Leo se recostó a un lado de Tygus, apenas cabían en la camilla, aun así quería estar a su lado, con su pequeña dormida en sus brazos, segura de cualquier clase de daño, ahora entendía la desesperación de su compañero, la razón por la cual se prometió cambiar, ser lo que su pequeño necesitaba, lo que sus pequeños requerían para ser felices, crecer a salvo, vivir una larga vida.

— Kairi.

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Al llegar con Kairi hubo demasiadas explicaciones, muchas de ellas muy complicadas para un cachorro de apenas nueve años de edad, sin embargo, Claudius adoro a la pequeña recién nacida apenas poso sus ojos en ella, Panthera no realizo ninguna clase de pregunta, simplemente le acepto como un miembro más de su extraño clan.

Leo por mucho tiempo se comporto como una verdadera mamá gallina con ambos cachorros, enseñándole a Claudius la forma de pelear, de utilizar una espada, hablándole de su padre y de lo poco que recordaba de su clan, con ella siempre era el primero en levantarse cuando lloraba, aunque Tygus era quien le daba de comer al principio, después fue Leo quien le alimentaba con una expresión de absoluta maravilla, mucho más cuando a los pocos meses comenzó a comer pescado, al ver la velocidad con la cual crecían.

Nunca había visto a un cachorro y al ver a sus dos hijos se daba cuenta que todo su esfuerzo valió la pena, que las nuevas generaciones disfrutarían de los sacrificios que hicieron sus padres, vivirían con ellos, estarían seguros, serian felices.

Tanto como lo era su compañero, quien pasaba la mitad del tiempo con sus cachorros, la otra parte del día entrenando a los cadetes que abandono Tykus a su suerte, escogiendo entre ellos a los que consideraba eran los mejores, quienes mostraban una velocidad imposible, una fuerza extraordinaria o cualquier manifestación de lo que llamaban el rugido algunos cuantos ancianos.

Se amaban, por fin estaban juntos, tenían descendencia, un futuro brillante, la paz sería duradera, nada podría ser mejor que eso, por fin conocían una vida fuera de la guerra y el dolor, una vida que valdría la pena vivirla, de la que nunca se arrepentirían, en la cual se sumergían sin temor, con la esperanza ardiendo en sus corazones.

Fin.

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Quiero darle las gracias a todas las personas que leyeron esta historia, pero en especial a Orthus, Ashira 23, SENAEE, Bojik Ivanov, Sekmeth Dei, Hohenheim x3, Yuriko Hime, croco chan, akazim, shadow 10, ashira, talasuas, nikky Lili, Bemellon por sus maravillosos comentarios, ustedes fueron la razon por la cual segui escribiendo esta historia, que es la continuación de Encuentros Fortuitos, siempre tendrán mi agradecimiento y espero que todo siempre les vaya a pedir de boca.

Espero que ustedes hayan disfrutado leyendo esta historia tanto como yo disfrute escribiéndola, y aunque me tarde demasiado tiempo en terminarla, siempre trate de realizar lo mejor que pude.

Muchas gracias a todos, espero que me sigan leyendo en otras historias, como Avaricia de la serie Thundercats la cual he visto desde que era una niña pequeña o cualquier otra locura que mi mente descabellada logre concebir con algo de suerte.

Ha sido y siempre será un placer poder leerlos.

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