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Afecto. por Seiken

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Afecto 4.
— Debes sentirte orgullo de… ser un león tanto como de ser un tigre. — Pronuncio Tygus rodeando el cuerpo de Claudius con sus brazos.

El tigre acariciando su cabello tratando de no pensar en el pasado ni mucho menos en el futuro, que no parecía demasiado brillante, relamió sus labios.

— ¿Es en quien piensas cuando te deprimes?— Claudius pregunto rodeando el cuello de su padre.  

Tygus no esperaba esa pregunta, hasta ese momento creía que Claudius no sospechaba nada, sin embargo, tal vez el había hecho sus propias cuentas.

No era tan pequeño, ni mucho menos era un iluso, jamás le había engañado aunque tampoco le dijo toda la verdad.

Podría intentar mentirle, decirle que no pensaba en Leo cada día de su vida, que no recordaba su viejo amor, ni las promesas rotas.

— Sí… — Fue su respuesta un tanto sencilla, lo único que le diría por el momento.

Claudius asintió como si comprendiera su silencio, Tygus dejándolo ir acaricio su mejilla con una enorme sonrisa, restregó su frente contra la del menor y cerrando los ojos respiro hondo.

— Mañana será un día largo Claudius, es mejor que duermas un poco — pronuncio Tygus levantándose del sillón en donde estaba sentado.

Volvió a acomodar las cobijas que estaban un tanto desordenadas para que Claudius se acostara en su cama y volviera a dormir, él tenía mucho en que pensar.

Claudius se recostó en la cama sin sueño, no quería dormir aun, lo que deseaba era que su padre le contara más acerca de ese león, aun así Tygus le había explicado varias veces lo importante que era estar descansado durante una de las visitas de los chacales.

Su padre no confiaba en ellos aunque podía jurar que Shen era su amigo, ese chacal era amable y mostraba estar interesado en ellos, de todas formas su padre jamás le había mentido y tenía que obedecerle.

— Esta bien, papá…

Tygus asintió cubriéndolo con las cobijas, beso su frente y poco después se dirigió a la puerta, quería despejar su mente antes de volver a la cama y dormir por algunas cuantas horas.

— Duerme bien… — pronuncio antes de salir.

Tygus se sentó en el quicio de la puerta tras cerrarla con cuidado, cerró sus ojos e intento no pensar en Leo, no tenía tiempo para eso y después de todo lo que había pasado entre ellos, cuanto habían estado separados debería poder olvidarlo.

Aunque parecía imposible, porque cada vez que cerraba los ojos juraba que podía verlo con su radiante sonrisa y sus ojos azules brillando con entusiasmo, era como si fuera una visión, un fantasma que no lo dejaba ni a sol ni a sombras.

Por un momento creyó que por primera vez en su vida todo saldría bien, que Leo era sincero, sin embargo, resulto ser como sus otros amantes, sólo le uso para llegar a la piedra de guerra.

— ¿Por qué, Leo? — pregunto herido.

Sí tan siquiera le hubiera dicho algo, le hubiera explicado lo que planeaba él hubiera llevado la piedra de guerra a sus manos, renegado de sus obligaciones, de su lealtad a Lord Mum-Ra.

Aunque bien sabía que Leo se había marchado de su vida mucho tiempo atrás, más de ocho años.

Algunos comenzaban a decir que se había vuelto débil, tal vez tenían razón, ya no era la misma persona que fue antes de conocerle y no volvería a serlo jamás.

En el pasado no hubiera dudado en obedecer cualquier clase de orden que Mum-Ra le hubiera dado, tampoco se negaría a intentar resucitarlo para recuperar lo que su gente había perdido por culpa de las buenas intenciones del comandante que actuó en beneficio de las otras razas, como los chacales.

Leo gano más que cualquiera de ellos, él se había convertido en un rey, el cual estaba tratando de fundar una nueva civilización para los suyos, un lugar seguro para los gatos o eso le había dicho ella, la clase de lugar en donde esperaba que Claudius pudiera crecer, tal vez tener una familia.

No estaba seguro si él sería bienvenido en esa ciudad, no después de su pasado, tampoco sus soldados, los que le siguieron creyendo que tendrían buenas oportunidades de sobrevivir, muchos esperanzados en resucitar a su Señor caído.

Hasta el momento tenían una oportunidad de sobrevivir y de fundar una comunidad con la fortaleza militar, la experiencia y la fuerza de sus felinos, aunque en el fondo Tygus se sentía un fracaso.

Se creía un felino indigno, se preguntaba que le dirían sus tutores de saber en lo que había terminado, tal vez Claudius estaría orgulloso de lo que había logrado pero Tigris, él no lo estaría, el tigre le reprocharía su torpeza al confiar como lo hizo en Leo, al abandonar sus triunfos en las manos de las otras razas, de olvidar el orgullo de su raza al ser la elegida de Lord Mum-Ra.

Tygus sostuvo un trozo de madera entre sus manos y comenzó a tallarlo con cuidado, había estado esculpiendo en varios trozos de madera de diferentes colores, ya casi tenía todas las piezas de un juego que antes practicaba en una de las computadoras.

Esperaba que tal vez al jugarlo Claudius aprendería algo sobre paciencia, una cualidad carecía, este juego tenía treinta y dos piezas y ya solo le faltaban por tallar cuatro de ellas, las primeras dieciséis fueron talladas en maderas de color claro, las otras en colores oscuros.

Tygus recordaba haber pasado horas enteras durante su niñez jugando al ajedrez, Claudius le dijo que le daría control y paciencia, así como le enseñaría la importancia de la estrategia.

Por supuesto que tuvo razón, Claudius siempre la tenía, y cuando le apartaron de su vida este juego de treinta y dos piezas fue una forma de escapar de su duro entrenamiento, el cual parecía mucho peor que el de los demás.

Y le ayudo a permanecer tranquilo cuando fue encerrado con sus soldados en las celdas que antes mantenían presos a los otros animales, esperando a recibir su castigo de manos de su antiguo amante.

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Tygus se encontraba en una celda, no comprendía cual era la razón de haber sido separado de los demás, sólo que tal vez tendría que ver con Leo.

Sus manos estaban esposadas detrás de su espalda y él miraba el pasillo con lo que esperaba era una expresión neutral, en las celdas podía ver a otros gatos, muchos de ellos se habían quitado las mascaras, otros parecían asustados, por eso él no podía demostrar su temor.

El capitán de las fuerzas especiales de Mum-Ra quería brindarles algo de seguridad, aunque de cierta forma estaba confundido de cómo se había hecho la selección de los gatos que estaban presos y los que pudo ver libres durante el caos que le siguió al choque, otro detalle que se le escapaba era como la energía de las celdas funcionaba después del terrible impacto que esa nave había sufrido en contra de lo que parecía un planeta desconocido.

Había pasado demasiado tiempo desde el impacto, no sabía cuántas horas permaneció inconsciente después del golpe que recibió de manos de Rezard en el momento que poco ceremoniosamente lo lanzaron en ella pero debieron ser muchas.

Tal vez habría pasado un día entre que llego con la piedra de guerra y ese momento de profunda agonía en la cual esperaba ver a Leo, un Leo triunfante, un líder que había derrotado al monstruo que los mandaba, pero que tampoco estaría de su lado porque a sus ojos ellos eran tan culpables como el inmortal.  

Tuvieron que transcurrir varias horas más hasta que por fin Tygus pudo escuchar los pasos de una solitaria persona caminar en dirección de su celda, no tenía que mirarlo para saber de quién se trataba.

Era Leo, por fin había llegado y de repente Tygus no supo que era peor, esperar por el león o verlo al otro lado de los barrotes, con una mirada neutral ensombreciendo sus facciones.

— Tygus. — pronuncio fríamente.

El tigre que para ese momento veía la pared de la celda, dándole la espalda a Leo, sintió que su sangre se congelaba, jamás creyó que su antiguo amante le hablaría de aquella manera tan cruel.

— Comandante. — Fue su respuesta, los dos podían jugar el mismo juego.

Leo parecía fuera de si después de su victoria, al verlo Tygus se dio cuenta casi inmediatamente que no sonreía, en vez de eso parecía que un peso terrible había caído sobre sus hombros.

— Mum-Ra ha sido derrotado. — Le informo con un tono de voz grave, distante.

Tygus sonrió con esa clase de sonrisa que nunca alcanza los ojos del perdedor, sino que realza su conmoción, el dolor de haber sido traicionado por una persona que amaba, a quien se entrego completamente.

— ¿No tienes nada que decir? — Pregunto Leo, como si su sonrisa lo enervara.

Tygus no tenía nada que decirle, nada que su amante quisiera escuchar al menos, así que simplemente negó con un movimiento de la cabeza que sorprendió a Leo, tal vez esperaba ser maldecido por haberlos liberado del régimen de terror del inmortal.

— ¿Esto es necesario? — pronuncio Tygus mostrándole sus manos esposadas.

— No quiero que huyas. — Fue su respuesta inmediata.

Era graciosa por qué no podría huir sin importar que tuviera esposas o no, las celdas tenían un campo de energía que lo evitaba y sus soldados no serian abandonados en esa tumba a la merced de los otros animales.

— Sí huyo no podrás condenarme… muy listo, Leo. — Tygus estaba seguro que pronto serian condenados por sus crímenes, no había forma alguna de salvarse, no cuando ellos habían sido los carceleros de los otros animales.

Leo introdujo en ese momento la clave maestra para poder abrir la celda que lo contenía, entro en ella y de pronto Tygus se sintió pequeño, indefenso ante el león que volvía a colocar las barreras energéticas en su lugar.

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 Fue entonces que escucho una voz pronunciar su nombre, pero no era la voz de Leo, esa voz era antigua y reverberaba con milenios ocultos en las sombras.

— Tygus…

El capitán volteo en todas direcciones, estaba confundido y atemorizado, levantándose casi de un salto, abriendo los ojos buscando en la oscuridad algún cuerpo de color azul, un gigante de sus pesadillas.

Por un momento extrañó la maquina que le fue implantada en el rostro, el modo de visión nocturna que poseía creyendo que eso le mostraría que sus pesadillas eran reales.

Tygus desenvaino un arma que siempre traía consigo y siguió buscando al dueño de aquella voz siniestra que parecía demasiado cerca, sin encontrar a nadie.

Había abandonado la pieza de su ajedrez en el suelo, la cual era un león de color azul contrastando con el primero que se trataba de una pieza de color rojo, la que le recordaba a Leo de alguna forma.

Tal vez estaba obsesionado con su comandante se dijo en silencio, de que otra forma pensaba tanto en él después de todo ese tiempo alejados.

La pieza de ajedrez se sentía pesada en su mano, recordándole a otro león, no un león se recordó sacudiendo su cabeza tratando de olvidar aquella imagen, aquella ilusión, de pronto escucho que Claudius llamaba su nombre.

— ¡Leoncito! — Pronuncio el tigre antes de correr al interior de su casa.

Ese era un apodo que usaba para enfurruñar a su pequeño que exigía ser llamado tigre, para él los leones no eran nada importantes, claro que a su corta edad no comprendía que tan equivocado estaba.

Al entrar Claudius estaba sentado en su cama, parecía asustado, como si apenas se hubiera despertado de una pesadilla.

— ¡Papá! — grito el pequeño corriendo a sus brazos, rodeando su cuello con fuerza.  

Tygus busco algún intruso en su casa pero no encontró nada, aun así estaba seguro de haber escuchado esa voz, era la misma de su pasado.

— ¿Qué paso? — pregunto angustiado.

Claudius controlándose un poco guardo silencio al principio pero Tygus sujetándolo por los hombros, relamiéndose los labios le insto a continuar.

— ¿Qué soñaste? — pronuncio.

— Era un felino muy grande… y de color azul, pero no como una pantera… su cabello era blanco y sus ojos eran rojos. — respondió desviando la mirada, mordiéndose los labios.

Tygus sabía que era esa criatura, pero aun así debía estar seguro, debía saber que más había visto su cachorro, el que heredo su visión pero no podía controlarla y dejaba su joven mente abierta a otras fuerzas.

— ¿Qué más paso? — Insistió el tigre, sintiendo que su sangre se helaba.

— No lo sé… dijo que… dijo que no destruirían todo su esfuerzo… — Claudius parecía repentinamente demasiado cansado.

— ¿Es solo un sueño verdad?— Pregunto su cachorro acurrucándose en sus brazos, cerrando los ojos, perdiéndose en la inconsciencia.

—Sí… lo es… — Aunque Tygus no estaba tan seguro de que sus palabras fueran ciertas.

No cuando el mismo escucho la voz de su pasado pronunciar su nombre, llamándolo desde su tumba en la arena de ese desierto sin nombre.

Tygus esta vez, después de cubrir a Claudius con sus cobijas, se recostó en su cama con la ropa puesta, coloco un brazo debajo de su cabeza e intento dormir un poco.

Las puertas y ventanas estaban cerradas, nadie podría entrar sin que se diera cuenta y si su cachorro tenía una nueva pesadilla podría despertarlo.

La pieza de madera azul parecía observarle con ojos rojos como las llamas, pronunciar su nombre entre susurros apagados, de repente la tomo entre sus manos y le observo con un gesto preocupado preguntándose si acaso la muerte podía perecer, sí Lord Mum-Ra estaba muerto o solo descansaba en su tumba.

Poco después la deposito dentro de una caja de madera, a un lado de la pieza roja, como si esperara que de un momento a otro desapareciera o se transformara en algo más.

Tygus cerró los ojos poco después tratando de ignorar su temor, el mal presentimiento que comenzaba a decirle que algo muy malo pasaría y que no importaba lo que hiciera no había forma de evitarlo.

El sueño llego mucho más rápido de lo que pensaba, casi tan rápido como ocurrió con Claudius y tal vez de la misma forma sintió que era sumido en la oscuridad, tal y como ocurre con un hechizo.

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Leo escucho los pasos de Panthera acercarse a él y sin embargo no aparto su mirada del horizonte, ella insistía en que debía olvidar a Tygus, su corazón le decía que no podía dejarlo ir.

Panthera le observo de reojo sin pronunciar una sola palabra, Leo sabía que le diría la mujer pantera, cada año por la misma fecha ella salía del palacio en uno de los vehículos que habían recuperado y regresaba en el transcurso de un mes.

Jamás se había molestado en preguntarle que hacia durante todo ese tiempo, si ella no quería decirle no habría poder felino que la convenciera de hacerlo, no obstante parecía que esta ocasión sería diferente.

— ¿Qué quieres decirme? — Pregunto cansado, apartando la mirada del horizonte.

Ella podía notar que tan cansado estaba, en realidad cualquiera que pudiera ver el semblante del rey de los felinos podía notarlo, Leo había perdido la fuerza para seguir adelante, tal vez era la culpabilidad que sentía.

Como no hacerlo se pregunto la pantera en silencio, suspiro y recargándose en su cadera sonrió con cierta pena, Leo comenzaba a sentirse cansado de aquella mirada, no necesitaba la lastima de nadie, menos de su consejera.

— Sabes que cada año salgo durante un mes, pero hasta este momento nunca te dije a donde iba… — Le informo su amiga con el semblante de una persona que está a punto de romper un juramento.

Leo asintió, las primeras dos veces le dijo todo lo que había encontrado con una mirada de asombro, ella estaba maravillada por la belleza natural que ofrecía ese hermoso planeta, una que apenas había logrado ver a causa de sus obligaciones, era su deber construir un hogar para su gente.

No obstante Panthera podía darse el lujo de viajar y cada año lo hacía, sin embargo, a partir del tercer año dejo de contarle todos sus descubrimientos, parecía ocultarle algo importante para él, pero no estaba seguro de querer saber qué era eso.

— Sí, lo sé… — le respondió con una sonrisa que no alcanzaba su mirada.

Panthera esperaba que Leo le preguntara a donde iba pero al no hacerlo le dejaba la molesta tarea de explicar su silencio durante más de seis años y su temor ante la respuesta que tendría su monarca le hacía sentirse nerviosa.

Era la primera vez que sentía esa clase de nerviosismo, ella no era una cobarde y jamás escapaba de una tarea, sin importar que tan difícil pareciera en ese momento en el cual Leo le miraba fijamente.

— Lo encontré. — Pronuncio Panthera desviando la mirada por unos segundos.

Leo sintió que por un momento el suelo comenzaba a moverse debajo de sus pies, seguramente no estaba hablando de lo que pensaba, era imposible que ella le hubiera encontrado.

— ¿Qué encontraste?... — Leo debía estar seguro.

Panthera volvió a mirarlo, posando sus hermosos ojos en los suyos, parecía triste y arrepentida, no era la mujer que conocía, ella jamás se había arrepentido de nada pero ahora se comportaba como si le hubiera traicionado.

 
Tal vez así lo era, pensó Leo por un momento, si acaso aquello que le escondía era lo que temía.

— Tygus y su grupo… yo los encontré. — Le informo Panthera tan claramente como pudo.

Pero lo había hecho y no le dijo nada, ocultando información valiosa para el emperador de los felinos, quien retrocedió un paso como si esa simple verdad se sintiera como un fuerte golpe que por poco lo derribo al suelo.

Panthera se acerco a Leo con lentitud e intento colocar una mano en su hombro, pero Leo la detuvo con un gesto, sus ojos cerrados y sus labios apretados, no quería que lo tocara después de lo que sentía como una traición.

Panthera se detuvo inmediatamente apretando la mano que casi toca a su monarca con fuerza, apretando los dientes con furia contenida pensando, no por primera vez, que era aquello que tenía Tygus que nunca pudo remplazarlo.

Leo se recupero de la impresión y abrió los ojos mirándola fijamente, sus ojos azules hablaban de un dolor insoportable, su rostro aunque cansado parecía que comenzaba a recuperar algo de su fuerza del pasado.

— ¿Dónde está? — No era el momento para reclamarle su silencio, tampoco quería saber cuánto tiempo supo donde estaba su amor y no le había dicho nada.

Panthera le había prometido a Tygus que no le informaría a Leo de su localización a cambio de su ayuda en cualquier clase de suceso bélico que pudiera suscitarse, en ese momento ellos pelearían a su lado, pero antes querían permanecer en el anonimato, contentándose con el comercio que realizaban con los chacales.

La única raza con la cual estos felinos tenían alguna clase de acercamiento, Rezard odiaba a Tygus, ella nunca supo cual era la razón, los otros líderes tampoco confiaban en uno de los soldados leales de Lord Mum-Ra.

— Prefiero llevarte para que tú lo veas en persona. — Respondió Panthera despejando su rostro de algunas hebras azabache de su cabello.

Leo asintió con una sonrisa en sus labios, por fin le vería, aunque estaba seguro que Tygus no lo recibiría con los brazos abiertos, en sí, estaba seguro que el capitán ordenaría que dispararan a discreción.

Panthera esperaba más preguntas que no vinieron, Leo se contentaba con saber que por fin vería a Tygus, aunque este aun le odiara por sus actos en su contra.

— ¿No quieres saber por qué no te dije antes? — Panthera estaba segura que Leo querría saber cómo lo encontró.

Leo le miro por un momento como si esa pregunta nunca hubiera cruzado su mente y respondió con una sonrisa radiante.

— No. — Después rascándose la cabeza pregunto. — ¿Con que motivo lo haría?

Panthera no creía que lo que planeaba su rey pudiera cumplirse, ella estaba segura que Leo creía que si lo veía podría ganarse el perdón del capitán, así como si nada hubiera pasado, y que después de eso podrían marcharse a Thundera para continuar su relación en donde se había detenido.

No obstante ella estaba segura que nada podría ser más alejado de la verdad, por lo que sentía que debía advertirle que Tygus había continuado con su vida justo como Leo lo hizo.

—Sé lo que estas pensando Leo y no creo que sea tan fácil como lo piensas. — Panthera le advirtió siguiéndolo muy cerca.

Leo había comenzado a caminar en dirección de lo que ella pensaba era su estudio privado, el lugar en donde le gustaba encerrarse para meditar y estar solo.

— No sé de qué estás hablando. — Leo trato de fingir ignorancia, aunque ese asunto era lo que le evitaba conciliar el sueño durante la noche.

Lo que le exigía que encontrara a Tygus, porque no podía dejar que él le odiara, no podría soportarlo y aun así, a pesar de todo el tiempo que paso desde esa última vez que pudieron verse, el león sabía que había pasado demasiado poco tiempo para que el orgulloso capitán le hubiera perdonado.  

— Sabes exactamente de que estoy hablando. — Dijo Panthera tratando de que Leo se detuviera a medio camino de encerrarse en su paraíso privado de dolor y arrepentimiento.

El monarca lo hizo, su mano estaba posada en el picaporte de la puerta de su estudio, de repente se tenso, sabía que estaban a punto de recordarle y aunque ella no quisiera hacerlo debía lograr que su monarca pusiera sus pies en el suelo.

No era correcto que se distrajera en el pasado, mucho menos que tuviera su mente en las nubes, por lo que ella camino en dirección de Leo y colocando una mano en su mejilla guio su rostro para que le viera a los ojos.  

— Leo, si acaso Tygus acepta verte que no estoy segura no creo que puedas recuperarlo. — Le advirtió con pena.

Leo cerró los ojos, respiro hondo y poco después abrió el estudio en donde se sentó en la única silla disponible, la que estaba enfrente de un escritorio que contenía una serie de cuadernos con varios dibujos entre sus hojas.

Leo tenía lo que muchos llamarían un don natural para plasmar lo que veía o imaginaba en el papel con tanta maestría que parecía real, el cual aunado a su memoria idílica le hicieron una gran herramienta para Lord Mum-Ra, no era que sus conocimientos no fueran útiles, o que fuera débil, porque no lo era, Rezard lo sabía mejor que nadie, aun así si tuviera que mencionar cuáles eran sus mejores dones Leo diría que eran esos.

Panthera tomo un asiento en el escritorio, con una pierna cruzada sobre la otra y una mano recargada en la superficie de madera tallada observando con detenimiento un dibujo que Leo había dejado a medias.

Este era un retrato de Tygus, el que parecía mirarle de reojo desde un punto de la nave de Lord Mum-Ra, podría jurar que era su propia sala del trono.

— No tenía idea. — Pronuncio dejando el trozo de papel en el escritorio después de admirarle.

— ¿Qué puedo dibujar? — pregunto Leo con cierta congoja.

— No, eso no. — Le respondió Panthera.

— ¿Que lo extraño tanto? — Volvió a preguntarle Leo, fijando su vista en el trozo de papel de su escritorio.

Era obvia la magnitud de los sentimientos que tenía Leo por el tigre, solo un ciego o una persona esperanzada de tener esa clase de amor para ella no podría notarlo, de haberlo comprendido jamás le hubiera dejado ir en un principio.

Panthera no estaba segura si Leo comprendía que fue ella quien les dejo ir, pero creía que no lo sabía, jamás se lo perdonaría de hacerlo, no obstante Leo estaba seguro que solo una persona hubiera mostrado tanta piedad por el enemigo y en ese momento él se encontraba cegado por los celos y el sentimiento de triunfo.

— No, no lo sabía. — La voz de Panthera contenía un dejo de culpabilidad cuando pronuncio aquellas palabras.

— Como podrías saberlo, me convencí de odiarlo y seguramente tú lo creíste también…  Tygus debió creerme de la misma forma. — Le disculpo Leo.

Quien suspiro posando su mirada en la caja que contenía las dos dagas que su amante le había regalado, el primero de muchos obsequios que atesoraba como si fueran parte del mismo tigre que se dijo odiar los meses que le antecedieron a la rebelión.

Creyéndolo un soldado leal a la criatura que los había encadenado desde épocas inmemoriales, que era tan ciego como muchos otros soldados que tuvo que encerrar para proteger sus vidas durante el caos que reino después del impacto con el planeta que habitaban.

Por mucho tiempo se pregunto si no odiaba a esos felinos por que debía odiar a su amante, un amante que solamente estaba haciendo lo que le habían enseñado durante su esclavitud, el cual sospechaba que tuvo demasiadas oportunidades para descubrir sus planes de rebelión.

— Tygus era un soldado, solamente estaba obedeciendo órdenes y de alguna forma me olvide de ello… — Pronuncio repentinamente Leo, caminando en dirección de la caja que contenía las dagas.

— Tome su rechazo como algo personal, como una traición hacia mí, hacia nuestro amor y no como un acto de un felino que no sabía nada de la rebelión. — Descubrió las dos dagas, una de ellas estaba manchada con sangre.

Panthera no comprendía hacia donde iba con eso, porque seguía torturándose por algo que ocurrió demasiado tiempo atrás y al ver las dagas, se pregunto donde las había conseguido porque sabía que no eran un regalo de alguno de los líderes de la rebelión.
 
— Tygus tenía dos amigos, uno de ellos eran Bengalí, el otro se llamaba Torr. — Leo parecía meditabundo, como si no estuviera seguro de sus sospechas.

Panthera le recordaba, el era su espía, quien creyó que era una buena idea intentar asesinar a Tygus con una bomba bien colocada, la cual casi logra su objetivo y hiere o tal vez mata a Leo en el camino.

— Lo recuerdo. — Un daño colateral que no podían permitir y que casi logra resultado.

— Encontré esta espada el día que lo asesinaron. — Panthera no entendía la importancia de esa información, ella no sabía que eran un regalo del capitán al comandante.

— Por mucho tiempo creí que Tygus se dio cuenta que era un traidor y que por eso lo mato. — Le informo a Panthera, quien cada vez estaba más confundida.

— ¿Dices que Tygus lo mato? Pero… si sabía que era un traidor porque no le dijo a Mum-Ra sus sospechas. ¿Por qué no evitar que se realizara la rebelión? — Pronuncio Panthera.

Ella era una mujer inteligente, la que tal vez le hubiera ayudado a ver lo equivocado que estaba antes de que fuera tarde.

— Me pregunte varias veces como un felino podría asesinar a una persona que era como su hermano, porque no se molestaría en decirle a Lord Mum-Ra sus sospechas y creí que me estaba subestimando, no había forma de que no supiera que era yo uno de sus líderes. — Panthera comprendió en ese momento los temores de Leo.

— Estas diciendo que… — Intento decir, su voz llena de sorpresa, jamás lo hubiera imaginado.

— Tygus lo sabía y no dijo nada, no hizo nada para evitarlo, así que… tal vez… Torr no era tan leal a nosotros como lo pensábamos, tal vez esa bomba era para mí y Tygus solo estuvo en el peor lugar en el peor momento. — El solo pensarlo enfermaba a Leo, por mucho tiempo odio a Tygus cuando él lo único que hizo fue tratar de cubrir el rastro que estaba dejando de manera descuidada en toda la nave. — él no era nada, no era importante y no era uno de nuestros objetivos.

Panthera trato de tocar a Leo, pero este volvió a alejarla de su persona enfocándose en la espada con sangre, la que fue dejada como un regalo a su persona, tal vez una forma de mostrarle que podía confiar en su amante, una súplica tal vez.

— ¡Mum-Ra no le dio ningún trofeo hasta que yo me fije en él, hasta que yo atraje su atención! Y… Esa cosa sólo porque podía hacerlo me lo arrebato… ¡Y yo lo deje hacerlo al desconfiar de él! — finalizo Leo recargándose en el escritorio.

Panthera comprendía la necesidad de Leo por ver a Tygus una vez más, pero también sabía que su líder creía que con solo verlo podría recuperarle y ella no pensaba que eso fuera remotamente posible, no después de ver al cachorro que tenía a su cuidado, el que era una de sus prioridades.

— Tygus tiene un cachorro y una familia en esa aldea, no podrás recuperarlo. — Le informo a Leo, esperando que abandonara esa loca idea de recuperarle.

— ¿Qué? — Fue la respuesta de Leo antes de tomar una decisión.

Sin importar lo que ocurriera tenía que verlo otra vez…


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