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-Diamond Virgin- [Todakanu tegami] por aiko shiroyama

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Notas del capitulo:

Buenas, otra vez.

 

¿Ya tienen sus pañuelos y chocolates?

 

Acabo de terminar de editar el capítulo y mi corazón palpita muy fuerte. Yo que habitualmente no puedo sentir mis propias palabras hasta leer sus comentarios y asociar sus emociones a las mías, siento mi cuerpo siendo mecido por un aire gélido.

 

Sinceramente, Yo-ka ha sido un dolor muy profundo que hace tiempo no me hacía sentir una historia escrita por mí misma.

 

Deseo que lo lean con calma, escuchando esta canción: https://www.youtube.com/watch?v=YcT3lthRqDc

 

Todas las personalidades difíciles tienen un estigma detrás, por lo que antes de odiar a una persona que no puedan entender, deseo que piensen en lo que leerán a continuación. Cada ser humano tiene su historia. No juzgue a los demás si no quiere ser juzgado.

 

No juegue a ser dios.

 

IMPORTANTE: 

En esta última parte del capítulo Yo-ka sufre lo que llamamos "delirio", un momento terrorífico, pero al no ser una persona por completo psicótica está regresando de él una y otra vez sin poder escapar, lo cual es más terrible y doloroso a nivel emocional y psicológico, que cuando cursa en personas que han perdido por completo la cordura, quienes ya no pueden percibirse a sí mismos.

 

Más adelante, el tema tratado aquí volverá a aparecer.

 

Les pido perdón de antemano, si esto llega a afectar mucho a alguien. Después de todo, no conozco la historia de cada uno de ustedes.

 

Un abrazo, nos leemos abajo.

Capítulo X – The Redemption [STIGMA].

 

 

 

 

 

“Es uno de ellos, ¿verdad?”

 

 

 

 

Aquello era lo más tétrico que Shoya y Kei habían escuchado ese año.

 

 

 

La terrible confirmación de la sospecha del líder fue verbalizada, miró a Shoya casi rezando porque diese una respuesta adecuada, pues no tenía idea como sacarlo del embrollo en el que estaba metido, por primera vez. Estaba totalmente fuera de su control.

 

 

 

 

El otro lejos de poder verbalizar algo, temblaba como una hoja mecida por el viento con un total aspecto de pánico. Fue como regresar en el tiempo a aquella noche ambivalente y terrible, en que habían estado juntos por primera y única vez; la misma sensación de estar cerca de la muerte.

 

 

 

“Dios mío, no, no...”  Se repetía mentalmente Kei, intentando pensar en algo.

 

 

 

Pero justo en ese momento, un staff irrumpió en la habitación anunciando la llegada de la Van.

 

 

 

Pese a que el vocalista se decía a sí mismo que debía calmarse, su sangre no dejaba de arder, estaba siendo carcomido de manera infame por sus fantasías.

 

 

Apenas cruzaron las puertas de la compañía, la tensión incrementó de nuevo. ¿Cómo se supone que iban a ensayar con ese ambiente tan jodido? No volaba una mosca en la habitación, hasta que el vocalista de pronto salió seguramente hacia el baño. Todos soltaron el aire casi a la vez, como si estuviese prohibido hacerlo antes.

 

 

—¿Qué es lo que sabes, Kei? —le preguntó Shoya, afligido. No sabía si de verdad era lo suficientemente evidente como para que todos se diesen cuenta o si alguien le había contado o lo había concluido por sí mismo.

—No podemos hablarlo aquí, pero…

 

 

El tono del teléfono del bajista empezó a sonar con fuerza. Contestó, al reconocer el número del diseñador del nuevo vestuario al cual debía confirmarle la cita para las medidas. En el silencio de la habitación, podía casi oírse la conversación y el tono del hombre y desafortunadamente, Yo-ka venía entrando por la puerta justo en ese instante.

 

 

 

Y luego todo sucedió deprisa.

 

 

 

De manera impredecible el vocalista se le fue encima a Shoya, casi haciéndole caer sobre el sillón. Le gritaba una y otra vez que con quién estaba hablando y él al ser acusado esta vez injustamente, le gritó que qué demonios le sucedía, intentando luego explicar, atropellándose con Kei quien también intentaba calmar al hombre que parecía poseído por el demonio.

 

 

 

De pronto, tomó el teléfono del otro lanzándolo a la pared dejándolo inutilizable en el acto. Yuu se levantó de donde estaba, la situación estaba tornándose demasiado violenta y por cómo iba  parecía poder ponerse peor, no podía mantenerse al margen, los otros dos no estaban pudiendo con él.

 

 

Y no se equivocaba.

 

 

 

Haciendo un último esfuerzo por recuperar la compostura, rojo por el subidón de rabia, Yo-ka volteó un momento intentando respirar y sin embargo sólo podía sentir que estaba siendo tomado por imbécil, más y más.

 

—Era el diseñador, Yo-ka, por favor, no es nada de lo que sea que estás…

—Cállate—. Le soltó como advertencia. Sin importar si decía la verdad o mentía, no podía pensar en ese momento, se sentía estrangulado por la ira y nada de lo que le dijeran iba a calmarlo. Estaba cerca del maldito, al fin, cerca de encontrar a quien se atrevió a poner sus ojos sobre lo que era suyo.

 

 

 

 

Al ver que el bajista hacía ademán de acercarse, el guitarrita intentó interponerse, pero no alcanzó a hacer  mucho.

 

 

 

—Yo-ka…

—¡Dije que te callaras! —Y en medio segundo totalmente fuera de sí, se volteó y le dio un golpe de tal magnitud sobre el rostro que acabo con su pareja sobre el sillón y Kei en el suelo, al intentar sostenerlo. No alcanzó ni siquiera a reaccionar ante lo que había hecho cuando ya estaba chocando esta vez él contra la pared, habiendo recibido un puñetazo en todo el rostro por parte de Yuu quien con gesto inmutable, le puso luego otro en el estómago, impidiéndole moverse.

 

 

 

—Te vas a ir calmando, porque tengo más acumulados para ti y ganas de dártelos hace tiempo, ¿me oyes? —El vocalista sin poder respirar aún, intentaba dirigir su vista hacia Shoya, recién cayendo en lo que acababa de hacer, hiperventilándose —. Kei, llévatelo de aquí, ahora —. Soltó el pelinegro oportunamente.

 

 

 

Sin perder el tiempo, levantó a Shoya a quien le sangraba la nariz y el labio,  llorando totalmente descontrolado, él por su parte se sentía al borde de un ataque de nervios, sin poder creerse lo que acababa de pasar. ¿Era así de violento Yo-ka siempre?, miró a su amigo con preocupación y maldijo por lo bajo al toparse con algunos miembros de Grieva en los pasillos mientras intentaba llegar al baño, quienes pegaron chillidos de espanto  al ver la sangre que le escurría por las manos al castaño, el que hacía intentos infructuosos por respirar y retenerla. Lo escondió lo más que pudo tras de sí, para evitar las miradas de los otros y poder lavarle la cara de una vez por todas, pero ya casi llegaba cuando se topó de frente con el manager con gesto contrariado.

 

 

 

Deseó caer muerto en ese mismo instante.

 

 

 

 

Yo-ka con los labios rotos y los ojos hinchados, Shoya con tapones en la nariz y la boca rota por igual, Kei con los ojos hinchados de lágrimas y Yuu siendo el único con un aspecto normal de los cuatro escucharon por cerca de una hora, las reprimendas y gritos de toda índole que les dio su representante en la compañía a puertas cerradas, caminando de un extremo a otro de la habitación. Lo más suave que habían oído era “estúpidos”, “inaceptable” y “vergonzoso”. El guitarrista y líder de la banda, intentó intervenir una y otra vez, disculpándose y haciendo un montón de promesas que no sabía si podrían cumplir pero que le ayudarían a salir del paso luego de semejante escena.  Sin embargo, lo último que soltó el manager lo dejó helado y sin más ganas de replicar nada.

 

 

 

 

“Si no se comportan y aprenden a trabajar de manera  eficiente como lo hacían antes, en el plazo de un mes, disolveré DIAURA. Me aseguraré de que no vuelvan  a tocar en ninguna otra compañía nunca más en sus vidas”.

 

 

 

 

Abandonaron el lugar en un terrible y tenso silencio, en medio de los cuchicheos de sus compañeros de compañía. Todos se dirigieron hacia la sala donde antes solían tomar sus instrumentos y disfrutar, reír, bromear, hacer estúpidas competencias, robarse la comida entre ellos, apostar por cervezas. En cuanto cruzaron la puerta, Kei inmediatamente alzó la voz, enrarecida, más grave de lo normal.

 

 

 

—No te acercarás a Shoya. Sin importar lo que hagamos siempre estaré a su lado. — El vocalista iba a abrir la boca para decir algo, pero no tuvo tiempo—. Espero que por tu bien lo entiendas.

 

 

 

Le dirigió una mirada a Shoya quien inmediatamente desvió la vista al suelo.

—Kei…esto no…

—¡Todos harán lo que yo les diga! —Yuu miró a Kei, que estaba enrojecido de la ira—, al menos hasta que alguno se digne a explicarme qué es lo que exactamente sucede aquí y entre ustedes dos para llegar a este extremo—. Nadie movió un solo músculo ni se atrevió a rechistar nada. El guitarrista cargaba con un horrendo dolor de cabeza y como líder tenía que tomar el control de la situación. Sostener la banda, sostener la relación entre sus miembros, sostener su mundo que se le caía a pedazos. Se sentía enfadado y a la vez desconcertado, pero un líder no puede mostrar debilidad.

 

 

Eso nunca.

 

 

 

—Shoya, vámonos—. Inmediatamente, el bajista tomó sus cosas y salió junto a Kei. Yuu le dirigió una mirada extraña al vocalista, decepcionada y sin hacerse esperar también abandonó la sala.

 

 

 

Yo-ka se quedó solo en la habitación siendo invadido por una sensación  de vacío, nunca sabía  cómo sentirse ante nada pero esto era como una aguja que se va enterrando lentamente adentro. Por alguna razón su mente viajó hacia algún lugar remoto, miró sus pies… estaba descalzo y sucio.

 

 

¿Estaba volviéndose loco? Sentía que no podía distinguir lo que era  real y lo que no, no podía asimilar lo que acababa de suceder, estaba seguro de que no había hecho nada, no sentía que esa persona fuese él. Trataba de darle lógica a las escenas en su mente, pero estaban todas desordenadas y casi podía verlas escapar de entre sus manos. Todo lo que había entendido y reflexionado hasta antes de perder los estribos, se esfumó en algún lugar recóndito de su mente.  Parecía estar involucionando en ese momento, demasiado impactado y dolido como para poder entender y permanecer en el momento actual, su consciencia se estaba escindiendo, llevando aquellos aspectos intolerables a una parte oculta de su inconsciente, porque de otra manera, acabaría desfragmentándose por completo. Era incapaz de entender nada y al contrario, estaba cada vez más viajando a la fantasía.

 

 

Sacudió la cabeza alejando aquel desagradable momento. Se miró los pies, sus botas negras, puntiagudas, gigantes.

 

 

Tan grandes como su ego.

 

Siempre quería verse más grande de lo que sabía que era. No había otra manera.

 

 

 

 

Antes de empezar a oscurecer sus pensamientos, tomó sus cosas con calma. Sí, tenía que pensar en cómo solucionar eso, hablar con Kei, reponerse, pensar, calcular un poco más, tenía que haber un modo. No debía pensar en lo que pasó, sino mirar hacia adelante.

 

 

 

 

Si cometió un error, sólo lo dejaría atrás. Inspiró, abrió los ojos. Podría olvidarse por unos momentos de perseguir al miserable, tenía que controlar la situación y no dejar escapar sus miedos, nunca iba bien, nunca iba bien conectarse con sus sentimientos.

 

 

 

Así que tomándoselo enserio  lo intentó duramente.

 

 

 

Pese a que llegaba con los mejores ánimos cada día y se desempeñaba perfectamente, algunas personas le devolvieron el saludo en la compañía y otras no. En realidad, le importaba poco lo que pensaran de él; su banda y Shoya, eran lo único que valía la pena quizá en el mundo entero, o quizá eran su lugar en él.

 

 

 

Sin embargo, su mundo hacía como si no existiese, desde el saludo hasta los momentos libres. Mientras comía sin muchas ganas sentado en los escalones donde antes fumaba con Kei e intentaba hacerlo reír, se dio cuenta que en realidad estar así no era bueno. Había intentado acercarse a Shoya en algún descuido, hasta cuando iban al baño, pensaba “si sólo estoy a su lado, si lavo mis manos junto a él no habría problema” pero de la nada, siempre aparecía Kei, como un sensor de movimiento molesto y luminoso, de aquellos que alejan a los gatos.

 

 

 

 

Él era un gato extraño, lo sabía, pero necesitaba a Shoya y apenas si podía verlo de lejos.

 

 

 

 

Ya había pasado una semana, ¿cuándo iban a perdonarlo? Nunca habían estado más de dos días sin hablarse, todo siempre volvía a la normalidad. Alguna broma ridícula y la oportunidad de tontear con los otros en los comentarios de lanzamiento de los singles, pero ahora estaban todos tan serios que prefería no exponer la situación, eso sólo haría que la bola de nieve se hiciese exageradamente grande.

 

 

 

Pensaba, cuando tendría de una vez por todas la oportunidad de dirigirle la palabra a Shoya. A los tres días notó como empezó a subirse a otro auto de la compañía e irse por su cuenta, se sintió furioso pero no se le movió ni un pelo, no convenía decir nada. Aun así, eso lo había hecho todo mucho más lento y empezaba a impacientarse. Estaba en esas cavilaciones cuando de pronto alguien torció por la esquina hasta donde estaba. Vio las zapatillas e inmediatamente se puso de pie, pasaron unos pocos segundos antes de que el bajista se diese la vuelta deprisa y volteara para irse por donde vino.

 

 

 

—Shoya…—Lo llamó intentando no subir la voz. Pero no respondió, el bajista se comportaba como un insolente. Sintiendo que escapaba su única oportunidad, caminó deprisa hacia él, por fortuna el estacionamiento casi siempre estaba vacío, por eso  Shoya había ido hasta allí, en busca de paz.

 

 

 

Cuando finalmente lo alcanzó, lo cogió de un brazo sólo para impedir que caminara pero el otro lo retiró violentamente e intentó echar a correr. Algo, algo extraño le recorrió el cuerpo, su corazón empezó a acelerar.

 

 

 

—¡Shoya, detente! —Gritó sin poder contenerse, dándole alcance de inmediato, intentó sostener sus brazos.

—¡Suéltame! —El bajista se liberó con esfuerzo. Lo observó ahora frente a él, visiblemente alterado, por apenas unos instantes. Su tierno rostro… ¿por qué tenía esa expresión de angustia y temor? —Intentó tocarle, lo extrañaba mucho. —Qué quieres…—Lo esquivó, ¡¿es que tengo que temerte para siempre, Yo-ka?! —Su voz se quebró.

 

 

 

Y entonces,  un zumbido atravesó sus oídos como si una bala le hubiese agujereado el cerebro. Sintió como si un abismo se abriera bajo sus pies. Incluso Kei quien  había llegado hace nada junto a ellos alarmado por la ausencia del bajista y temiendo por aquel encuentro, se quedó perplejo.

 

 

No era algo inesperado que lo sintiera, sino que fuese capaz de decirlo, decirle en su propia cara a Yo-ka lo que sentía de verdad.

 

 

 

Shoya se dio la vuelta y se fue, pasando de ambos pero él no lo vio irse. ¿Temer?, algo le oprimió por dentro y una sensación horrible que alguna vez sintió se replicó con igual intensidad, no podía respirar. Escuchó a Kei preguntarle si estaba bien, pero apenas se sostuvo en la pared mientras todo le daba vueltas y se llenaba de nieve, aunque afuera brillaba el sol. El guitarrista indeciso de hacia dónde ir, sólo le dirigió una mirada angustiada antes de decidirse a seguir al bajista, quien era emocionalmente más frágil.

 

 

 

O eso era lo que pensaba.

 

 

 

Caminó lo más deprisa que pudo y se metió en el primer rincón pequeño y oscuro que encontró, un cuarto de aseo. Se sentó para abrazar sus rodillas con fuerza mientras temblaban, sudaba.

 

 

 

“La persona que amas no debe tenerte miedo”, susurraba para sí. Una persona que está al lado de alguien que teme no es feliz, lo sabía, aunque no quería jamás volver a recordar aquello.

 

 

 

Sabía que había  reaccionado mal aquella noche pero no se pudo controlar, en su cabeza todo lo que escapa a la ley de dios debe ser cobrado. Tenía una sensación ambivalente, pues pese a que una parte de sí se arrepentía la otra le decía que aquello era lo justo. Shoya nunca dijo lo siento y él tampoco, ¿acaso no estaban en las mismas condiciones?

 

 

 

Él lo hizo  sentir frío en el corazón todo ese tiempo antes de su desmayo, porque quería que sintiera una mínima parte de lo vacío que se sintió cuando cayó en cuenta de que tomaba a alguien que ya no era suyo. Aun así, nunca pensó ni por un momento en dejarle, lo perdonaría aunque le clavase un puñal en la espalda o le disparara de frente. Nunca se sintió así pero mientras más pensaba en la remota posibilidad de que se fuese, menos podía respirar.

 

 

 

 

 

No podía entender ni quería pensar por qué su  adorado Sho lo había traicionado, pero era sólo un desliz sin importancia. Tenía un carácter débil y seguramente aquel bastardo que le robó su más sagrada posesión lo manipuló vilmente. Era contra esa persona a quien iba dirigida toda su rabia y deseos de muerte. Si podía eliminar la amenaza lo haría.

 

 

 

 

Cuando todo sucedió tan deprisa y vio la pureza de su piel pálida ensangrentada y luego su cuerpo convaleciente y débil en el hospital, comprendió que era inútil sostener su orgullo, sólo quería volver a dormir a su lado y abrazarlo.

 

 

 

 

Pero no se sentía igual. En cuanto se alejaban por demasiado tiempo la paranoia lo consumía, todos, absolutamente todos en la compañía y fuera de ella eran probables culpables, por eso estaba siempre a la defensiva y con el paso de las semanas, más habiendo al fin casi resuelto el puzle reduciendo las cartas a dos, finalmente  bajo toda esa presión mental había enloquecido en cuanto escuchó la voz de un hombre llamándole por la línea, Reita o Aoi, seguro alguno de los dos descaradamente lo estaba molestando.

 

 

 

Había sido mucho para él, aunque para otros fuese nada, ya se lo había comentado a Kei y él sólo le había restado importancia, pero estaba demasiado alterado en su estado de hipervigilancia y aquel día se descontroló.

 

 

 

 

Realmente no quería herirlo, no entendía de donde le había salido aquella reacción y extrema violencia. Aquel golpe no iba para él, iba para el bastardo  que lo había tocado. Quería destruir la amenaza a su alrededor, Shoya… ¿Podría intentar explicárselo? El siempre lo entendía y aceptaba incondicionalmente. Si tan sólo se hubiese quedado habría podido intentarlo, aunque era realmente torpe con las palabras cuando iban en serio.

 

 

 

Volvió a repasar la escena recién vivida, conteniendo el aire.

 

 

Pero, de todas maneras, ya no sabía que pensaba Shoya de él y esa sensación de rechazo llevó aquella sensación de soledad que apenas le afectaba a poseerle por completo

 

 

 

Cerró los ojos apenas un momento y sintió un golpe tras otro en su espalda. Golpes como latigazos, con una correa con borde metálico, gimió abriendo los ojos, hiperventilado.

 

 

 

Y aún con los ojos abiertos, en medio de la oscuridad vio emerger a una mujer con el cuello morado con la marca de una soga marcada en él. Ella lo miraba con tristeza de pie ante su persona y estupefacto e intentando entender que era lo que sucedía, le lanzó cosas totalmente descontrolado, aunque estás la atravesaban, retrocedió con las manos, alterado, hiperventilado.

 

 

 

 

Nadie iba a salvarlo, porque estaba completamente solo, mucho más allá de esa habitación. Solo, solo como siempre, adolorido, falsamente extrovertido, mentiroso, odiándose a sí mismo. Solo, con su caótico mundo interno a cuestas.

 

 

 

 

“Por favor, no me lleves todavía contigo que tengo que regresar con Sho”

 

 

 

 

Rogaba, sin saber si lo decía o lo pensaba.

Cerró los ojos, llevándose las manos a los oídos, para no escuchar su voz.

 

 

 

 

“Mi hijo, mi pobre Yoshito… ¿por qué estás sufriendo?”

 

 

 

 

 

—¡Mamá! —gritó en su mente, en la realidad, en la alucinación y en el recuerdo — mamá, por favor, por favor no te vayas...

 

 

 

 

 

“ Por favor, no me dejes solo”

 

 

 

 

— Tengo miedo… —sollozó con la voz quebrada, haciéndose un ovillo otra vez. Estaba deseando con todo su corazón que alguien le abrazara, le abrazara en el pasado, le abrazara en el presente, palpaba el suelo con desesperación mientras se afiebraba en lágrimas sin encontrar nada, pero estaba cada vez más sucio, por dentro y por fuera, hasta el alma misma.

 

 

 Pensaba en Shoya, pensaba en su mirada, y más le oprimía el corazón.

 

 

 

Lloró con desesperación, al verla desaparecer fundiéndose en la oscuridad. Todas aquellas lágrimas retenidas por tanto tiempo caían, caían lenta y pesadamente, lo inundaban, le apretaban la garganta sin dejarle respirar. Se revolvía en el suelo, como cuando intentaban levantarlo cuando era un niño, frente al ataúd de su madre con apenas 7 años de edad.

 

 

 

 

¿Qué era lo que había que entender, acerca de la vida?

 

 

 

 

 

“¿Cuál es el sentido de esta vida, madre?”

 

 

 

 

 

Aún temblando, miró una imaginaria marca en su muñeca, la misma cuerda que había sostenido el cuello de su madre, la misma que lo había amarrado contra una viga de aquella casa llena de podredumbre y odio, como un simple animal preso con el estómago agujereado de hambre, en medio de un campo demasiado lejano como para tener la esperanza de escapar a alguna parte.

 

 

 

 

Los días simplemente después de que su origen sanguíneo y única compañía se esfumó de la tierra dejándolo a merced del mundo, se sucedieron como pesadillas, una tras otra, interminables, insufribles y dolorosas.

 

 

 

 

Nuevamente, intentó ver en medio de la oscuridad abrazado a sus rodillas, aterrado. Se pasó la lengua por los labios llenos de tierra.

 

 

 

Tierra, tierra y sangre. Los pies descalzos, la correa en la espalda y los sacos apilados.

 

 

 

Su cara contra el suelo, siempre contra el suelo sin ser digno de la mirada de dios, mientras era abusado incansablemente por el mismo hombre, su padrastro, por el que su madre se había quitado la vida.

 

Se llevo las manos a la cabeza escuchando su risa, gimiendo. Lo sentía todo de nuevo, se mordió los labios por dentro, sintiendo el sabor de su sangre.

 

 

 

Y aún así, se sentía culpable. Él se sentía culpable, lavándose hasta herirse y llorando después de cada vez.

 

 

 

Tenía clavada en su piel, el dolor lacerante de la primera penetración antes de siquiera alcanzar la pubertad. El martirio de no tener el suficiente espacio en su propio cuerpo, para sostener a la bestia iracunda que entraba en él sin piedad, pensó que moriría, fue la primera noción de aquella terrible verdad y única certeza de la vida que tuvo. No tenía aún ni el corazón y el alma suficientes, para sostener el sufrimiento de vivir.

 

 

 

Un estigma, un disparo que nunca dejaba de sangrar.

 

 

 

 

Sollozó, solo y oscuro, hundido en la penumbra absoluta. Deseaba desaparecer, ser tragado, escupido y molido, transformado y no volver a nacer nunca en esta vida si tenía que sentirse de esa manera.

 

Sabía que todos en cuanto lo veían podrían percibir la putrefacción de su alma, sentía vergüenza, odio, rabia y temor, por sí mismo y por todos, pues a momentos no entendía quienes eran los unos y los otros, ¿no estaban todos acaso igual de podridos y solos?

 

 

 

 

Había empezado a escribir en su adolescencia miles de papeles, describiendo sus dolorosos sentimientos, cartas que no llegaban nunca a ningún lugar, ruegos dolorosos y peticiones de amor inconfesables, cayendo una y otra vez en los brazos equivocados y repitiendo la historia, perdido, buscando el significado de aquella palabra de la cual sólo conocía la violencia y la muerte.

 

 

 

 

Estaba tan profundamente sucio y marcado, con un estigma en el alma incapaz de sanar, incapaz de unirse absolutamente a nadie, que se había convencido por completo de que no valía la pena intentar ser amado por alguien ni amar a nadie. No había conocido a una sola persona pura en él en su vida entera y estaba plenamente convencido de que no lo haría, hasta que se topó con su mirada en aquel backstage. Una mirada de adoración tan similar a la de su madre que era capaz de romperlo en lo más profundo y mirar otra vez, lo poco de humanidad que le quedaba. Sin poder volver a lastimar a nadie nunca más ni volver a mirar a otro que no fuese él.

 

 

 

 

Abrázame Sho, abrázame madre”

“No quiero estar solo”

 

 

 

 

Susurraba, casi delirantemente. Su pecho era suave, como el de ella y sus caricias idénticas a las que le brindaba en aquellos años difíciles, pero en el que se tenían el uno al otro, aunque su madre al igual que él, siempre escogió a las personas equivocadas, personas que la llevaron a su propio final.

 

 

 

¿Quién era él, quién era Shoya, qué lugar estaba ocupando en el entramado complejo de su propia vida?

 

 

 

Luego de la muerte de su madre se preguntó donde había ido dios.

 

 

 

“¿Por qué?”

 

 

 

Por qué si trabajaba duro por ser un buen niño, si con lo poco que había tenido había intentado agradarle, había acabado ahí, con las manos ensangrentadas,  las rodillas rotas, el brazo inflamado, sus pies descalzos en medio del barro bajo la imperiosa lluvia el día que se atrevió a darle la vuelta a su padrastro siendo casi un adulto y golpearlo con lo primero que tuvo a mano para huir de allí. Acabar con ese dolor, antes de acabar convertido en su madre, abusado de todas las maneras posibles,  con el cuello roto después de la paliza diaria por el sexo insatisfactorio,  colgando de una viga por igual.

 

 

 

 

Lo único que se llevó, fue la última carta de su madre. Se obsesionó en escribir, cantar, para poder sacarse el veneno de adentro y no morir, se convirtió en la única vía posible de escape.

 

 

 

 

Aún no podía entender del todo el significado oscuro de sus palabras, pero sí el mensaje principal.

 

 

 

“Yo tengo miedo, si temo a quien amo, mi vida no vale más. Mi adorado Yoshito, la persona que te ame, no debe temerte nunca. No debes hacerle daño. No seas como él, tampoco como tu padre, no cruces la línea, no tomes la cuerda, pase lo que pase, no te sueltes; espera por mí, sólo me fui de viaje. Nos encontraremos de nuevo.

Sé un buen hombre y ama, por mí”.

 

 

 

 

Shoya, la única persona que su corazón había elegido para amar en esta vida,  le tenía miedo. Y él, se había convertido en una víctima que había pasado a  victimario, en esa trama como pesadilla de verdad.

 

 

Gritaba en ese momento, tapándose la boca con las manos, destrozado en el suelo, doblado sobre sí mismo porque el dolor de aquella revelación era tan profundo que era incapaz de ser tolerado sólo en su imaginación y se apoderaba sin medidas de todo lo que diera alcance, su cuerpo por completo y hasta las paredes, al igual que  ese día. No quería ser visto, no quería ser recordado, no quería ser rescatado.

 

 

 

 

“Dios ha muerto”.

 

 

 

Así que, decidió en aquellos días que él sería dios desde ese momento y que nunca dejaría  de mostrar que era más fuerte e insuperable que cualquier otro.

 

 

 

Fue entonces cuando murió Yoshito Kawada y nació Yo-ka.

 

 

 

Se fue, se fue viendo a lo lejos tambaleante, las luces de la ciudad apenas, una luz que le cegaba los ojos y la expresión de terror y el grito que dio la empleada del aseo de la compañía cuando lo encontró en el suelo, sucio y con la cara llena de tierra y lagrimas más saladas que  el mar.

 

 

Le dio todo lo que encontró en sus bolsillos y hasta sus anillos con tal de que no abriese la boca. Salió allí entrada la noche, cuando ya nadie pudiese verlo. Se miró en el espejo, enrarecido, sintiendo el cuerpo débil y tembloroso aún por lo terrible de la experiencia que había tenido. Aun así, entendía que aquello no era normal, lo cual lo asustaba pero a la vez, sabía que si era capaz de darse cuenta es que algo de racionalidad quedaba en su frágil mente. Recordó las palabras de Kei acerca de lo del quiebre psicótico y deseó haber escuchado al médico el día que le dieron el alta. Quizá debió conservar esos ridículos papeles y considerar lo de los medicamentos. Se miró con dolor las uñas rotas, moradas y ensangrentadas, seguro por rasguñar el suelo en medio de aquel colapso mental terrorífico.

 

 

 

Se miró nuevamente y las últimas lágrimas, le resbalaron rebeldes por las mejillas. Parece que un muro infranqueable se había roto y ahora el agua podía fluir libremente como si fuese un río. Se las secó rápidamente, volviendo a enfocarse en su cara otra vez.

 

 

 

Estaba vivo y no estaba dispuesto a cruzar hacia el otro lado aún.

 

 

 

Había sobrevivido por una razón que desconocía, hasta que alguien cruzó a ese hombre en su camino. Deseaba reponerse. No, era imperioso hacerlo, porque debía cuidar de él y deseaba ser sanado también.

 

 

 

Al fin, redimido de sus pecados.

 

 

 

 

 

“Deseo ser digno de tu amor”

 

 

 

 

 

Pasó una semana entera. Por su intento de acercamiento, Kei había pedido una pausa de dos semanas y le envió un mensaje por poco amenazante, Shoya estaba con él en su departamento y no había manera de acercarse a él. Lo aceptó con resignación y de todas maneras, todos necesitaban un respiro. Cerró los ojos, suspirando otra vez. Si aquellas fracciones de aire que escapaban de entre sus labios muchas veces cada día pudieran llenar cada rincón de su casa, incluso de esa manera, seguiría sintiéndose solo, aunque de pronto ya no hubiese lugar para recostar su propio cuerpo. Estaba terriblemente triste, privado de Shoya era como una planta sin acceso a la luz de sol, incapaz de estirar sus hojas. Lo quería como fuera, pero cerca.

 

 

 

 

Aquellos días habían pasado uno tras otro por sus ojos y apenas se había levantado de su cama un par de veces para ir al baño, no había comido y se la había pasado durmiendo la mayor parte del tiempo. No había abierto las cortinas, pero no era necesario, le molestaba el sol y aún se sentía cansado, increíblemente cansado.

 

 

Había sido una catarsis muy violenta. Lo único que tenía a su lado, era una foto de Shoya que cargaba consigo siempre como una especie de amuleto. Pero las billeteras no son un buen lugar de conservación, le miró con tristeza.

 

 

 

Al igual que aquella fotografía, no deseaba que él ni su recuerdo se desgastaran hasta desaparecer.

 

 

 

 

Estaba completamente convencido de que se levantaría pero tenía que ordenar sus ideas y encontrar su valentía y honestidad en alguna parte. Pero sobre todo, por vez primera y de verdad, descansar.

 

 

 

 

 

Los días siguieron pasando, volviéndose fríos. La época de las lluvias estaba en su apogeo máximo, pero sin darle importancia cada día salía a caminar, cuadras enteras a veces obviando el paraguas o perdiéndolo en cualquier sitio, caminaba como si necesitara encontrar algo que se le había perdido. Sin embargo, Kei le exigía estar de regreso a las 8 y si no le reventaba el teléfono en llamadas. No quería más escándalos ni reprimendas por lo que obedientemente, regresaba a la hora.

 

 

 

Un día agotando sus 15 últimos minutos de soledad, se metió en una tienda para comprarse algún dulce. En cuanto salió, se cubrió la cabeza con el impermeable, llovía a cantaros.

 

 

 

 

Torciendo hacia el edificio al fin, atisbó una figura negra, con la cabeza cubierta por la gorra de un impermeable acampanado. Aun así, sólo estaba parado ahí, sin ir hacia ninguna parte. Apoyado en la pared justo antes de la entrada, seguía inmóvil como si no tuviese vida propia. Se puso algo nervioso. Sin querer pensar en eso ni en cualquier otra cosa intentó pasar de él y apresurarse en entrar, el teléfono empezaba a vibrar en el bolsillo. Cortó y subió el par de escalones. Al pasar por su lado sin embargo, presa de la curiosidad lo miró sin pensar que el observado le devolvería la mirada también levantando la cabeza. Avergonzado, desvió la vista y continuó caminando.

 

 

 

Dio uno, dos, tres… seis pasos y se detuvo. Se volteó, sacando las manos de sus bolsillos. El sujeto ahora parado casi justo frente a él, se quitó el gorro amplio de su abrigo.

 

 

 

Una mirada melancólica de esencia negra reflejándose a la distancia en los orbes marrones pequeños y tristes que amaba.

 

 

 

Había encontrado lo que había perdido.

 

 

 

Otra vez, Aoi.

 

 

 

 

Lo único que se escuchaba en el silencio de la noche ya caída, iluminada tacañamente por los faroles de la calle, era el repicar de la lluvia contra el asfalto.

 

 

 

Incesantemente, como si no fuese a acabar jamás.

 

 

 

 

 

 

 

 

“¡Por favor, desaparece!, ¡conviértete en esta lluvia!

 

Hiere mis manos,

al igual que el peso de este pecado…

 

 

 

 

 

"Quiébrame, rómpeme en mil pedazos".

 

 

 

“Hasta acabar con cada insignificante fragmento de mí”

 

 

“Hasta hacer desaparecer mi estigma”

 

 

 

 

 

Notas finales:

-suspiro-

 

Lo sé, ha sido terrible, ¿verdad? siéntase libre de desahogar con sinceridad sus sentimientos. Me he sentido oscura y triste esta semana, lo que me facilitó poder conectarme al fin con este personaje.

 

 

Aquí está nublado, pese a que estamos casi en verano.

 

De todas maneras, parece que llueve sobre nosotros.

 

Nos leemos la próxima vez, hasta pronto.


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