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-Diamond Virgin- [Todakanu tegami] por aiko shiroyama

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Notas del capitulo:

¡Hola!

 

¡Sé que ha pasado muuucho tiempo! Pero casi no he parado y encima, creo que estoy escribiendo este fanfic a futuro, mil cosas para más adelante, pero para una escena de acá, no me llegaba la inspiración.

 

Pero escuché una canción y se desató el milagro.

 

He escrito bastante de la parte que viene, pero subirlo todo era muy largo y además quedaba cortado, por lo que traigo 25 hojas esta vez.

 

Aclaraciones :

1.- Se mencionan dos miembros de Grieva, otra de las bandas de la AINS, la disquera de Diaura. Estos son Yuugo, el baterista : https://goo.gl/images/L8H61v . Cabe mencionar que Yuugo es el segundo baterista de dicha banda y que temporalmente (año 2012,2013) no corresponde, dado que este ingresó a la banda el 2014, peeero, necesitaba que fuera él. Algunos elementos de la realidad irán siendo alterados (?), pero les avisaré cuando eso suceda.

Y el otro es Haru, primer guitarrista. Aquí junto a Kei: https://goo.gl/images/dPpUEZ

2.- Tragar saliva repetidamente, se asocia a la necesidad de respirar por contracción de la laringe cuando las personas sienten angustia. Recuerde cuando llora con muuucha tristeza, ¿no le duele la garganta?. Recuerde eso más adelante.

 

3.- Este capítulo como dije (¿lo dije?) es mucho menos denso que el anterior. En realidad, no es nada denso xD no volverá a ver otro capítulo extremadamente doloroso como el 10, así que puede botar los pañuelos ya mismo (?)

 

4.- No me odien que yo los quiero. Me he esforzado. Realmente, quiero poder terminar esta historia, más bien, que la terminemos todos juntos.

 

 

Dedicado a Isai, por su lealtad, aprecio y palabras de cariño y apoyo  constantes a esta historia y a esta insegura autora, ¡gracias nubesilla!

 

A Alex, por estar desde un comienzo, deseando con todo mi corazón tocar el suyo.

 

A Minale (Mari), lea esta dedicatoria o no, por escribir una historia maravillosa que me anima a superarme  a mí misma como escritora, también.

 

 

Gracias a todos ustedes, por leer este dramático pero amado hijo de letras, desde lo profundo de mi corazón.

 

¡Nos leemos abajo!

Capítulo XI : Karma place [“Never forget”]

 

 

 

 

Las gotas caían quebrándose en el suelo o fundiéndose en pozas de agua oscura, como los  densos sentimientos de las personas que rodeaban. La lluvia era capaz de alcanzarlo todo, pero al más delgado de los dos hombres presentes en la escena, era difícil que algo le tocase.

 

 

Se mojaba, pero sin mojarse. El abrigo pesaba.

 

 

— Yo…

— Qué…

 

 

Las palabras de ambos chocaron en el aire y al ahogarse mutuamente el único ganador fue el silencio. Tampoco eran capaces de levantar la vista, ambos miraban a un mismo e inusitado punto; las botas de Shoya, cuyo campo de visión tacañamente le obligaba a quedarse centrado en sí, mientras Aoi, buscaba desesperadamente la forma de atravesar el invisible muro de bruma, agua y distancia, ridícula distancia de poco más de un metro que le separaba fisícamente de él.

 

 

— ¿Qué quieres? De dónde estoy ahora, no pudiste haberte enterado por internet.

 

 

Nuevamente, los segundos jugaron a extenderse más de lo necesario, multiplicándose bajo la lluvia incesante.

 

 

—Lo sé.

 

 

Por un momento temió que su voz débil, como él mismo se sentía, no hubiese podido alcanzar los oídos ajenos. Tal vez, sólo tal vez inclusive el sonido del agua tenía más fuerza que su ser en esos instantes, no obstante al recibir aquella escueta respuesta del otro en tono sombrío, pudo confirmar que las palabras habían llegado a su destino. Con todo, no se le venían más a la cabeza.

 

 

—He preguntado por ahí y alguien me ha dicho que estabas aquí.

—¿Has pagado? —.La pregunta le tomó por total sorpresa, sin embargo no fue capaz de refutar. Sólo se le quedó mirando fijo, con la esperanza de que en algún momento el  castaño lo hiciese digno de su mirada. La pausa otra vez se hacía larga—. Es molesto, ¿sabes?

 

 

 

Abrió la boca, medio impactado. No podía ver a Shoya bajo ese abrigo, no podía ver nada más que los mechones que le cubrían agraciadamente el rostro, totalmente empapados y estorbando el camino a sus ojos, su posición cabizbaja denotaba un desgano evidente, un cansancio denso. Se preguntó, qué era exactamente lo que había pasado, por qué había tenido que irse de su casa, por qué la banda estaba en pausa. Lo más que pudo sonsacarle al rata del vocalista de Gossip era que habían tenido “graves problemas de convivencia”, aseverando que se trataba de todos y no dijo nada más. Por la dirección de Kei le pidió un montón, pero con lo usurero y todo, aunque fuese de esa manera, aunque estuviesen mojándose en esa incómoda situación, estaba a su lado. Más simbólicamente que físicamente, quizá, pero juntos.

 

 

—Necesitaba verte —¿No era capaz de decir otra cosa? En su cabeza había muchas cosas, más bien una maraña de sentimientos urgiendo por trenzarse y volverse descifrables, pero con esa actitud en Shoya, se sentía amedrentado. Su ridícula valentía y el riesgo desmedido que tomó de ser descubierto y además estafado por el sujeto mala clase con el que se había tenido que contactar, en ese momento le parecían un sinsentido.

—Ya me viste el otro día —. Soltó  fríamente. El guitarrista sintió que si no daba al punto pronto, la conversación o lo que sea que fuese aquel incómodo diálogo entrecortado, acabaría de un momento a otro.

—Pero eso no me asegura que estés bien.

 

 

Silencio.

 

¿Había dado al punto?

 

 

 

Se acercó lento y con cuidado, como si estuviese caminando sobre una delgada pátina de hielo que fuese a romperse de improviso.

 

 

En el campo visual de Shoya de dos zapatos, pronto hubieron tres y luego cuatro; sólo entonces reaccionó, dando un paso hacia atrás y esquivando en el acto el brazo contrario que iba a sostener uno de los suyos.

 

 

 

 

“No me toques”

 

 

 

Su sola cercanía le hizo estremecer y era eso exactamente lo que odiaba de él.

 

 

—Shoya… —Hizo ademán de intentarlo otra vez, pero el bajista levantó los brazos hacia él, enseñándole las palmas. No pudo moverse ni un centímetro más

—Por favor… —Las sostuvo frente a él, no sabía  donde, pero contra Aoi, manteniendo la distancia que sentía vital para no quebrarse y salir disparado en todas direcciones. Sólo apretó los ojos, sólo mantuvo su enceguecida vista hacia el suelo.

 

Pero sus manos temblaban. La angustia se anudó en la garganta del pelinegro a extrema velocidad. La tristeza del bajista podía con él y tal vez con el mismo cielo.

 

 

—Por favor…—repitió, con un hilo de voz.

 

 

 

“No me rompas de nuevo”

 

 

—No quiero hablar de nada, no puedo… — De manera traicionera, el recuerdo de Yo-ka se le pasó por la mente, le dio un vuelco el corazón, pero sólo fue necesario parpadear un par de veces, hacer el esfuerzo.

 

 

Reunió de manera inconsciente el valor necesario. Aoi parecía a punto de decir algo, había algo espeso y profundo, pero cálido, en sus ojos.

 

—Quiero estar solo.

 

 

Entonces fue el guitarrista quien miró el suelo, probablemente dándole un significado mucho más profundo a una simple frase.

 

—Shoya…

—Este tiempo ha sido demasiado.

—Sho…

—Creo que no deberías acercarte a mí nunca más —remató. Con eso, el guitarrista no intentó rebatir ni enganchar palabra alguna. Nada de lo que tenía en mente era buena idea, sin embargo, antes de ir hasta allí su mente ansiosa había vislumbrado todos los posibles desenlaces  y por eso, la parte irracional de sí, esa misma que lo había hecho hacía una década tomar un bolso, 4000 yen  y una guitarra e irse a Tokio con sueños más que medios, lo había obligado a tener un último recurso, dejarle aunque fuese algo, algo así como la punta de un hilo, un hilo casi invisible para que pudiese tirar cuando quisiera y a él, a él seguro se le desarmaba un momento o la vida misma; lo dejaría todo.

 

 

Pero iría donde quisiera que fuese, si él tan sólo susurrase su nombre.

 

 

Inspiró aire y levantó la vista al cielo.

 

 

 

 

 

“En el lugar del karma, donde abundan los sueños caídos,

Está aquel espejo donde me miro a mí mismo

Me miras…

Y espero ser librado de mis pecados por la lluvia”.

 

 

 

 

El castaño lo miró, intrigado por su silencio. Él bajó la cabeza y le devolvió la mirada. Una sonrisa tenue se le dibujó en los labios. Sólo pudo sentir temblar sus pupilas, como si fuesen a romperse por su amabilidad.

 

 

Por qué, por qué en Aoi todo era tan extrañamente dulce… un sentimiento que desde el primer momento le acarició. Le tocó primero que sus manos, primero que su voz, sus ojos… o sus labios.

 

 

Bajó la vista desesperado, confundido. Lo sintió caminar pero no se movió; siempre igual. Y todo encerrado adentro, todo ese convulso sentir bullendo dentro de sí.

 

—Ya lo sabía— dijo, a la altura de su oído izquierdo, a su lado. La manga de su impermeable negro, rozaba la del impermeable verde militar del castaño y por un segundo pensó que, tristemente, eso era lo más cerca que llegarían a estar en quizá mucho tiempo. Hurgueteó en su bolsillo, antes de continuar—,  pero aún así…—metió su propia mano en el bolsillo izquierdo del abrigo de Shoya—… de la manera en que tú quieras, quiero que sepas que estaré ahí cuando me necesites.

 

 

Se atrevió a sostener por tal vez unos segundos aquella mano mientras dejaba aquel insignificante cartoncillo enredado en sus dedos.

 

 

 

Estaba muy frío, pero Aoi jamás podría percibir que sólo aquel gesto estaba ocasionando un incendio en lo profundo de aquella capa de vidrio ópaco de su alma, que le volvía incapaz de reaccionar en ese momento.

 

—Sólo tienes que decir mi nombre…

 

 

 

“Aoi”

 

 

 

Levantó la vista al fin, con los labios entreabiertos, resecos, gélidos. Sentía una desatada sed, no sabía de qué pero se desesperaba.  Sin embargo,  él ya no le miraba.  Avanzó y pronto estuvo lejos de su alcance.

 

 

 

 

“En el lugar del karma

No sé si mis deseos pueden ser realizados.

Puedo ver mi reflejo;

Tú me miras”.

 

 

 

 

Su voz acumulada en su garganta estuvo a punto de llamarlo. Pero el teléfono empezó a vibrar de nuevo en su bolsillo, devolviéndole a la realidad.

 

 

Cortó. Sabía que de todas maneras llamaría de nuevo.

Veintitrés llamadas perdidas de Kei.

 

 

Mientras el teléfono vibraba por vigésimocuarta vez, sólo unos escasos minutos más, contempló el número de teléfono de Aoi garabateado con trazo apresurado pero firme sobre el pequeño cartoncillo que parecía la tapa de una libreta,  sin embargo, la habían recortado con cuidado.

 

Entonces vio una gota negra deslizarse por el escrito… la tinta.

 

—¿Qué se supone que haces? —Una voz algo elevada irrumpió, la lluvia amainaba. Se giró.

 

 

Kei  lo escrutó de pies a cabeza visiblemente alterado, parecía haber estado corriendo; respiraba deprisa.  En realidad, el guitarrista hacía un gran esfuerzo por no tener un ataque de histeria o de nervios por todos los infructuosos intentos de llamada.

 

—Lo siento, me he entretenido de más…—contestó simplemente, metiendo su puño izquierdo cerrado alrededor del breve escrito, en su chaqueta.

 

 

Esa noche, como cada día, observó la tenue luz de la luna que se dejaba entrever por el visillo de la cortina en la habitación, eso le ayudaba a relajarse y dormir, aunque en esa ocasión le resultaba infructuoso. Se giró sobre la cama y nuevamente, sacó aquel insignificante trozo de cartón con demasiada importancia. Tan solo eran números…

 

 

Números como un puente, un camino hacia una dimensión escondida de sí mismo.

 

 

Aún estaba en aquello, cuando de improviso y de forma poco habitual, Kei irrumpió en la habitación. Lucía pálido y desaliñado, a juzgar por lo revuelto de su cabello, quizá había estado girando en la cama o algo por el estilo

—Shoya, iré a la compañía —.Soltó de pronto.

—¿Qué? —Se preguntó si su amigo estaría sonámbulo—, son …—comprobó en el móvil—… las 4 de la mañana, Kei—. Se quedó en  silencio, pero el guitarrista sólo se sentó en la orilla de la cama sin decir nada con gesto abatido—. Oye… —lo llamó suavemente, con preocupación—, ¿estás bien?

 

 

Probablemente, toda esa situación al fin estaba sacando de sus cabales a Kei, quizá había tenido una pesadilla y por eso había aparecido de esa forma. Escondió el cartoncillo con disimulo bajo su almohada, para luego acercarse al guitarrista quien permanecía inmóvil con la mirada perdida y aspecto tétrico. Se sentó a su lado calmadamente, temiendo perturbar alguna compleja reflexión en su mente, sin embargo su amigo habló de pronto haciéndole sobresaltar. Por poco no escupió su corazón ahí mismo.

 

 

—Entonces iré mañana.

—Ya es “mañana”, Kei —le dijo, aún con la mano en el pecho, recomponiéndose del susto.

—Entonces… más tarde.

—Está bien—. Lo miró fijamente, con gesto extrañado. No se veía muy despierto como para rebatirle nada, pero al menos parecía más relajado que cuando entró. Le pasó un brazo por el hombro y el otro  suspiró— ¿Quieres hablarme de algo?

 

 

 

Él lo miró, luego dirigió la vista al  suelo y finalmente a algún punto perdido de la pared, para luego, otra vez mirar al suelo. Shoya siguió toda la secuencia con sus ojos; ya lo había visto antes. Kei estaba literalmente atragantado con algo muy importante y necesitaba sacárselo pronto o su ensimismamiento haría el mundo  arder. A ese peculiar estilo  de resolución de problemas, el bajista lo había apodado cariñosamente “evitación y desastre”, que consistía básicamente en Kei jodiéndoles la vida a todos con un humor de mierda sin “motivo aparente”. Añadido a eso, desconformidad injustificada con el trabajo de los demás, sobre exigencia y/o explotación,  gritos y portazos, sobre todo a su “víctima de turno” (que era con quien probablemente, era el lío). Lo recordaba hasta de la escuela siendo así, como el presidente de la clase. No quería que DIAURA le conociera tal faceta en su modo extremo, o seguro que hasta ahí llegaban.

 

Ya que el asunto estaba en sus manos, se decidió a ser lo más directo posible.

 

—¿Has  sabido algo de Yuu en estos dí…?

 

 

Y en segundos el guitarrista ya estaba a punto de cruzar la puerta, pero porque lo conocía de sobra, sabía  que debía  actuar deprisa o el otro se llevaría el secreto a la tumba. El líder no daba más de una oportunidad para atisbar en su introvertida mente.

 

—Detente ahí, Kei.

—Shoya, ya duérmete.

—Estás huyendo.

—Tengo sueño.

—No es verdad.

—No…o sea sí, argh, ¿qué es esto? —se llevó la mano a la frente, confundido. “Primer error” pensó triunfante el bajista.

—¿Quieres a Buri?

—¿Me estás jodiendo?

—¡¿Bueno lo quieres o no?!

—¡No me grites! , ¿Qué te pa…?

— No puedo crear que no lo quieras.

—¿Qué? Claro que sí. Lo quiero, lo quiero mucho—. Se angustió tontamente.

—¿Lo amas?

—Si, Shoya, lo amo.

—¿Demasiado? —Kei rodó los ojos.

—¡Sí, hombre, que sí!

—¿A Yuu?

—¡Sí, con toda mi maldita alma!

 

 

Se tapó la boca de inmediato y pudo ver en Shoya una sonrisita de triunfo, mientras el mendigo de Buri hacía aparición en la habitación y se le embracilaba.

 

“Maldita sea” y “traidor”, pensó seguidamente, mientras Shoya le hacía un gesto de despedida con la pata del gato.

 

 

—Ya me ha entrado sueño, vete.

—Me has engañado, Sho, no pienses que... —se detuvo, viendo al idiota de su amigo burlarse de él, usando vilmente a su mascota.

—Adiooos Kei, adioooos —“imitó” en un tono chillón la supuesta voz de Buri, mientras le movía la pata.

 

 

Seguidamente, sólo se escuchó el portazo de Kei al abandonar la habitación furioso; había caído en la estúpida treta de Shoya y ya no podría librarse de él, en algún momento lo interrogaría al respecto, era seguro. Y cómo podía joder su amigo de antaño cuando se enfrascaba en meterse en sus asuntos, ¡sus asuntos! Bufó con desesperación. ¿Por qué era de esa manera? , siempre caía con el mismo  estúpido método, a veces se sentía como la clase de persona a la que siempre puedes verle la cara de idiota. Suspiró con pesar, antes de meterse a la cama otra vez.

 

 

 

A la mañana siguiente, Kei despertó por la asfixia provocada por una bola de pelos negro que luego de haber ejercido alta traición contra su persona en la noche anterior, encima eligió dormir sobre su rostro. Se levantó, encontrándose a Shoya levantado y vestido tomando café en el sillón.

 

—Oh, buenos días…

—Buenos…

—Que cara de mierda te traes, Kei.

 

 

Y era cierto, casi no había dormido y seguramente sus ojeras eran más que evidentes. Antes de que su amigo le hiciera más comentarios desagradables se apresuró en ir a alistarse para su objetivo del día; ir a la compañía.

 

 

En poco estaba metiendo unas últimas cosas al bolso para largarse hacia allá, en el recibidor. Ya casi se iba cuando Shoya lo interpeló.

 

 

—¿Ya te vas?

—Sí, ¿necesitas algo?

—¿Para qué vas a la compañía, no se supone que al final nos habían dado una semana más?

—Tengo pendientes que revisar—. “Tengo un Yuu que revisar”, corrigió  el bajista mentalmente, negando con la cabeza de manera inconsciente. Yuu no soportaba estar sin tocar la batería demasiado tiempo y era sabido que prefería la de la compañía, por estar mejor equipada que la de su propia casa; cuando se trataba de tambores y platillos, al baterista no le importaría cruzar el mundo por estar cerca de ellos.

—Escuché al manager decirte que también te tomaras un descanso, no me mientas.

—Piensa lo que quieras —contestó, hartándose del interrogatorio. Cogió su bolso, disponiéndose a salir.

—Bien, dale mis saludos a Yuu —.Como reacción inmediata a esa última frase, se escuchó el golpe seco de Kei al chocar nerviosamente con una silla; es que más evidente no podía ser. Sin embargo, el guitarrista azorado tan sólo atinó a alcanzar la puerta y huir rápidamente. No quería quedarse con el bajista en el mismo sitio ni por un segundo más, Shoya era muy percetivo y daba miedo, sabía que lentamente rodearía el tema hasta que cediera a hablarlo con él por cansancio.

 

 

 

Viéndose solo en el departamento, pensó como matar el tiempo, era muy temprano aún. ¿Sería bueno dormir, leer?, tal vez cocinar. Se dirigió a la habitación y eligiendo la primera opción tomó la sábana para sacudirla e intentar rearmar la cama, pero al hacerlo, algo salió volando por los aires, lo recogió del suelo y  se le aceleró el corazón; el dichoso cartón con el número de Aoi.

 

 

 

No necesitaba más problemas, ¿cómo iba a ser su voluntad tan frágil?

 

 

En menos de una hora, Kei estaba cruzando las mamparas de vidrio de la AINS, no quería ser percibido, por lo que sintiéndose ridículo se apresuró en bajar las escaleras hasta el subterráneo,  recorrer la planta hasta el final y subir hacia donde quería llegar directamente por las escaleras. Y aunque eso significaba subir unos tres o cuatro pisos, parecía que sus pies volaban. Para cuando llegó su corazón palpitaba fuerte, pero no sabía si por la carrera o porque estaba a punto de entrar a la sala de ensayos que habitualmente usaban, más cuando pudo atisbar tenuemente por la aislación, los sonidos de los platillos. Sólo había pasado una semana de tres, ¿es que necesitaba ir a pelearse con Yuu de nuevo? Ya daba igual, de todas formas estaba allí.

 

 

 

Abrió la puerta, viendo la expresión sorprendida de quien tocaba la batería.

 

 

 

En otra parte de la ciudad, siendo enceguecido vilmente por el sol que se colaba por su ventana, un adormilado Yo-ka despertaba al fin. Ni siquiera intentó calcular en vano las muchas horas que seguramente había dormido, le dolía la cabeza y además, tenía un agujero en el estómago; necesitaba comer.

 

 

 

Al verse al espejo al rato, no hizo más que confirmarse a sí mismo que necesitaba hacerlo, seguramente, había perdido peso. Pensó que diría Shoya acerca de su terrible aspecto si pudiese verlo en ese momento.

 

 

 

 

“Shoya”

 

 

 

Intentaba descifrar su nombre, ahora que le estaba haciendo falta. Había muchas cosas que desearía haber hecho de manera diferente, era como una especie de frase cliché que había oído antes; recién empezaba a hacerle sentido.

 

 

 

Recordó lo extraños y torpes que eran como pareja al principio; seres de otra galaxia, tan diferentes. No lograba entenderse a sí mismo en esos ahora distantes momentos,  mientras miraba a Shoya de hito en hito y él desaparecía en medio del carmín de su rostro,  tan sólo eso,  podía llegar a ser la razón por la que no quería que mirase a nadie más.

 

 

 

Ninguno de los dos tenía idea ciertamente de cómo era ser “pareja” de alguien, él se comportaba como un bruto y  el  bajista como un virginal; se rió tan sólo de recordarlo. Su compañero no tenía nada de iniciativa, siempre bajaba la vista cuando le hablaba y si sus ojos se encontraban parecía arder y él se lo comía a besos. Se lo llevaba por ahí con cualquier excusa tonta y apenas conseguía un lugar apartado lo abordaba sin más, pero él siempre respondía, cerraba sus pequeños ojos con fuerza y se sostenía de su cuello, dejándose hacer.

 

 

 

Y esa capacidad suya de entregarse, su incondicional confianza le hacía suspirar como un idiota entre sus  labios. 

 

 

 

Se preguntó si,  ido en sus propias sensaciones, alguna vez él lo habría percibido.

 

 

 

 

“Shoya”

 

 

 

 

Suspiró, casi pudiendo evocar el cálido tacto de sus labios.

 

 

 

La sopa que tenía sobre la mesa, seguramente empezaría a enfriarse, por lo que hizo ademán  de comerla. Tenía que empezar de a poco.

 

 

 

Como Shoya.

 

 

 

Aunque era pésimo percibiendo el paso del tiempo, se sorprendió de sí mismo cuando, al ver la fecha en su calendario una mañana que tenían un evento promocional, recordó que aquel día se cumplía un mes exacto desde aquella extraña “petición” de noviazgo. Pensó que en realidad carecía  de importancia, sin embargo, se pasó todo el día pensando en eso y llegó a sentirse decepcionado porque Shoya no daba señales de haber recordado nada.

 

 

 

Y aun así, cuando llegaron a su casa a la cual sagradamente iba a dejarlo cada vez,  al momento de despedirse, por primera vez fue el bajista quien se acercó a él. Era un detalle tonto para cualquiera, pero fue la primera vez que le tomó la mano por cuenta propia. En la situación actual, el recuerdo de sus dedos entrelazados con los suyos le causaba un profundo sentimiento de ternura y también de dolor.

 

 

 

Shoya le había tomado la mano y le había besado en la mejilla, mientras él terminaba de fumarse el cigarro sin prestar demasiada atención o más bien intentando ocultar la ligera aceleración que había provocado en su corazón con ese gesto. Aquello le había tomado por sorpresa, más lo que vino a continuación.

 

 

 

“Feliz primer mes, Yo-ka”.

 

 

 

Sonrió ampliamente de manera inconsciente, en el recuerdo y también en la realidad, ¿cómo podía haber esperado menos de su Sho? Se sintió tan repentinamente feliz que botó el cigarro sin cuidado y le apretó contra sí fuertemente.

 

 

“Gracias”, musitó apenas y por primera vez, sintió que era él quien se sonrojaba, aunque con su cuerpo contra el suyo,  jamás podría ser descubierto.

 

 

 

 

Aquella, también fue la primera vez que  en su mente le dijo “te quiero”, lo repitió incluso, como si fuese un conjuro, pero en ese momento no había abierto la boca.

 

 

 

¿Por qué no se lo había dicho?

 

 

 

Con la vista pegada al techo y el pote de sopa ya vacío, se quedó pensando en eso. Necesitaba cigarros, todos los que su dinero pudiera comprar.

 

 

 

Encerrado en el baño de la compañía, Kei se miraba en el espejo con el rostro estilando agua repitiéndose a sí mismo lo estúpido que era. Recordaba lo que había sucedido y quería que la tierra lo tragara vivo.

 

—¡Ya estás aquí y encima tocando mal, para variar! —había soltado sin ni siquiera mirar, al cruzar impulsivamente la puerta de la sala de ensayos. Luego, además del abrupto silencio que se produjo interrumpido dramáticamente por una baqueta cayendo al suelo, sólo pudo contemplar la cara de Yuugo, el baterista de Grieva, poniéndose de tres tonos diferentes para luego pasar a un gesto de infinita desolación.

 

 

 

¿Cómo podía ser realmente tan, tan imbécil? El otro chico de Yuu sólo tenía la primera sílaba del nombre, no se le parecía ni por asomo, más cuando el batero de Grieva llevaba el pelo grisáceo. ¡Si tan sólo hubiese abierto los ojos antes que la boca!

 

 

—Lo siento, lo siento mucho senpai, ¡realmente lo siento! —se inclinaba el otro, como todo subordinado educado, mientras a él le ardía la cara de vergüenza.

—De verdad, no… discúlpame tú a mí, pensé que eras otra persona—. Se inclinó a la vez avergonzado, pero el baterista insistía.

—¡Realmente mejoraré la próxima vez!

—Yuugo, ha sido un error, hablo en serio, yo no pienso que tú… en verdad yo… lo que quiero decir es que…

 

 

 

En ese punto, no podía más con su frustración. Dios sabía qué llegaría diciéndole a los demás integrantes de Grieva, también a su buen amigo Haru. Se frotó los cabellos con desesperación, antes de reiterar nuevamente que era un malentendido lo menos atropelladamente que pudo y sólo largarse de allí.

 

 

 

Así es como había pasado  alrededor de una hora en el baño lanzándose agua al rostro como si pudiera despertar de algún desagradable sueño. Pero le seguía ardiendo la cara de igual forma, por lo que desistió de ello. Salió del cuarto tirando la puerta y haciendo saltar a un par de miembros  de Gossip que pasaban casualmente por ahí conversando alegremente. Encima los escuchó cuchichear.

 

 

 

 

“Lleva un aura del diablo”

 

 

 

Parecía que de verdad, lo mejor era largarse de una vez por todas de allí. Harto de sí mismo, se dirigió  a la sala  donde solían reunirse a conversar algunos asuntos de la banda o simplemente estar. Cada quien tenía ahí su “juguete” para pasar las horas, para aquellas ocasiones en que unos llegaban muy temprano o esas otras en que acababan sus deberes a destiempo, pero no podían irse de todas maneras porque habían asuntos que tratar más tarde. Ya que él siempre precisaba una guitarra cerca tenía una en aquel lugar; la necesitaba imperiosamente en ese momento.

 

 

No era bueno hablando, por eso Yo-ka siempre hablaba acerca de la banda sin importar todo lo “líder” que pudiese llamarse a sí mismo, pensó que quizá no se trataba de que realmente lo fuera, si no que los otros eran un talentoso desmadre y él, la estructura que los mantenía unidos. Al final, a la única que le decía las cosas de todo corazón y sin presión era a la guitarra, y en verdad tenía muchas cosas que decir, por eso componía tantas canciones; no conocía otro tipo  de lenguaje más cómodo y efectivo que la música. Las palabras… eran muy complicadas y nunca lograban transmitir lo que él realmente sentía. Sabía que en ese momento, aunque se siguiese disculpando o intentase explicar siquiera por qué quería que Yuu escuchase semejante tontería, no habría tenido sentido. Y eso era probablemente, porque ni él mismo lo entendía.

 

 

Finalmente, giró la manilla y sin prender la luz siquiera se sentó de sopetón en el sillón cuya ubicación le era familiar. Pero al instante algo a su lado hizo un brusco movimiento. Con suerte alcanzó y por acto reflejo, a sujetar su guitarra que por poco no fue a dar de bruces en el suelo, pero sí quien la sostenía.

 

—¿Qué… que haces aquí? —. Se quedó de piedra. Encima a la guitarra se le había cortado una cuerda.

—¿Pero qué, tú…? —vio al malogrado y nervioso Yuu levantarse del suelo y prender la luz.

 

 

Una vez se iluminó la habitación, se hizo un tenso silencio. Apenas fueron capaces de sostenerse la mirada unos segundos.

 

 

Segundos de completa perplejidad.

 

“Yo…” Hablaron a la vez. ¿Qué clase de ridícula situación era esa?

 

 

—Tú no tocas la guitarra.

—Y tú no deberías estar aquí.

—Pues… yo vengo cuando quiero —soltó a la defensiva—. Además, ¿por qué tomas mis cosas sin permiso? —.De verdad quería saberlo. Yuu le había dicho varias veces que las guitarras eran demasiado comunes y no le llamaban la atención.

—Oh, claro, justo iba a mandarte un correo para pedirte permiso para usarla —lo evadió. Se sentía desnudo e idiota, no era como que pudiera decirle “estaba extrañándote Kei, así que tomé tu estúpida guitarra”—.  Es más,  ¿puedo hablar con usted, señor Kei? —arremetió.

—No seas imbécil, Yuu —respondió con irritación, pero no menos nervioso.

—Es tu lógica la que es imbécil, ¿a qué se supone que viniste? Tú no tienes motivo para estar aquí —el guitarrista hizo ademán de querer hablar, pero continuó—….y no creas que no lo sé. Shoya me lo dijo.

 

 

 Se quedó esperando una respuesta, pero Kei había palidecido de pronto. Esperó unos momentos más y ya pensaba preguntarle si estaba bien, cuando el otro al fin habló.

 

 

—¿Shoya? , ¿Qué te dijo?…—podía jurar que su rostro se quemaría de un momento a otro con el calor que estaba sintiendo—, ¿ya… te lo dijo? —dijo apresuradamente aunque en voz baja, sintiendo un leve mareo; se le iba a reventar el cerebro. Se tapó la boca al darse cuenta que estaba hablando de más, aunque el otro aún no caía en cuenta, un poco descolocado por la situación.

—Claro, que si te veía por aquí, te enviara de vuelta a casa…—Se detuvo al ver como Kei había pasado de pálido a sonrojado, con una mano sobre la boca—, espera, ¿a qué te refieres?

 

 

Tomó todo el aire que creyó necesario y aun así sintió que era insuficiente para respirar. Se apresuró en salir de la habitación. El baterista no alcanzó ni a reaccionar.

 

 

—¡Kei! —le gritó desde la puerta. Había desaparecido en lo que era segundos.

—¡Me has roto la maldita cuerda! —le gritó, ya desde el otro extremo del pasillo. ¿Qué era eso?, no tenía sentido. Caminó con la guitarra a cuestas, sin poder imaginar qué cara debía haber puesto el pelinegro. Empezó a reírse, aunque a la vez, tenía muchísimas ganas de llorar, ¿qué extraña clase de sensación era esa? ¿Por qué tenía la guitarra Yuu, estaba pensando en él también? , sacudió la cabeza como si quisiera extinguir esa idea. Le dio una última mirada rápida antes de doblar por una esquina, para luego, lejos de la vista de todos abrazar la guitarra, con una mezcla indescifrable de sentimientos.

 

 

 

Estaba atardeciendo y jugaba con sus dedos nerviosamente mientras miraba a todas partes, se sentía un fugitivo. Shoya ocultó un poco más su rostro bajo la gabardina verde militar; realmente hacía muchísimo frío, pensó que quizá moriría congelado, hasta que una camioneta negra de vidrios polarizados se detuvo frente a él. Ya estaba hecho, ¿podía arrepentirse en ese momento?

 

 

Realmente, no valía la pena pensar en ello en ese momento.

 

 

Subió en silencio y se quitó la capucha, el hombre a su lado sólo le sonrió como saludo y apretó el acelerador, hacia un rumbo desconocido.

 

 

 

Afortunadamente, Aoi no le hizo absolutamente ninguna pregunta, quizá, era capaz de darse cuenta de que no podía hablar. Rememoró en su mente el escueto intercambio de mensajes que habían tenido:

 

 

 

“Quiero ir a un lugar donde nadie pueda verme”

“¿A un lugar lejano?”

“Sólo quiero poder respirar”.

 

 

Ni  el mismo entendía del todo qué había pretendido con eso, se limitó a ir al lugar indicado a la hora acordada. Por momentos, observaba el tranquilo semblante del conductor, intentando absorver esa aparente paz. Siempre que estaba con personas, sobre todo  aquellas que no conocía demasiado, estaba cohibido, sintiendo que los demás querían sacarle algo de adentro a tirones. No importaba si era cierto o no, era muy fácil para él sentirse saturado por las cosas, por la curiosidad de las personas, por sus expectativas y sin embargo, Aoi sólo estaba ahí y lo estaba llevando a alguna parte, sin ni siquiera preguntarle adónde.

 

 

 

Podía ser peligroso pero, no podía imaginar que el otro fuese capaz de dañarle de alguna forma directa.

 

 

—¿Vas a querer algo, cigarros, café, algo para comer? Aún queda alrededor de una hora de viaje —le sonrió, mientras encendía un cigarrillo. Tan ensimismado estaba que ni cuenta se dio de cuando el otro ya había bajado y había rodeado el auto, acomodándose justo bajo su ventana; era una camioneta enorme.

—Cigarros…—soltó dubitativo.

 

Luego sólo suspiró y esperó. Nuevamente, no soltó ninguna palabra en lo que quedaba de viaje. A momentos, miraba por la ventana con el vidrio semi abierto, pese al frío le encantaba el aire, además a medida que se acercaban a la zona montañosa podía percibirse la humedad en el ambiente, olor a lluvia, aquella que había estado cayendo incesantamente hasta hacía poco. Por ratos, observaba al guitarrista, quien no desviaba la vista del volante, salvo cuando su teléfono comenzaba a vibrar en exceso. Hubo un punto en que el aparato estuvo así por varios minutos.

 

 

 

No pudo evitar reírse al ver como el otro simplemente lo tomaba y lo lanzaba hacia el asiento trasero. ¿Cómo se podía ser así? Parece que todos eran libres y él era el único que no sabía como serlo.

 

 

 

Pensó en su propio teléfono, pero al revisarlo extrañamente no tenía ninguna llamada perdida o mensaje de Kei y eso que eran pasado las 8 y ni siquiera le había avisado donde iba, aunque en realidad, ni él mismo lo  sabía.

 

 

 

De todas formas, era poco probable que su amigo guitarrista lo llamase. Kei yacía dormido hacía varias horas abrazado a su guitarra sobre la cama,  sin ni siquiera tener noción del paso del tiempo, como si se hubiese liberado de una carga después de soltar lágrimas intermitentemente y cambiarle la cuerda a su instrumento. Aunque eso, no tenía como saberlo.

 

 

 

¿Y Yo-ka…?, de él si que no sabía absolutamente nada. Su garganta se apretó involuntariamente. De pronto, una cajetilla apareció en su campo visual. Estaban estacionados y salvo lo que iluminaban los propios focos del automóvil, no había demasiada visibilidad. No sabía de hace cuanto estaban allí, en realidad.

 

 

 

Ansiosamente, encendió el cigarro y lo fumó con exasperación. Posteriormente, tres más de ellos al hilo.

 

Pese a que hasta cierto punto el guitarrista podía ser muy paciente, mientras más observaba a Shoya y encima con esa ansiosa actitud, no pudo evitar empezar a  preguntarse si había hecho bien en prácticamente secuestrarlo a las afueras de Tokio. Sin embargo, cuando habló de querer estar en paz, sólo pudo pensar en ese lugar, donde solía ir él mismo cuando estaba harto de la banda, de los amigos, de su familia o de la vida misma.

 

 

 

Fumó  calmadamente, tratando de encontrar las palabras correctas.

 

 

 

—¿Estas seguro de que quieres estar aquí? —le dijo sin más, ofreciéndole un cigarro de su propia cajetilla, puesto que de manera impresionantemente rápida para un humano, el bajista ya había fumado todos los de la suya.

 

 

 

Él sólo asintió como respuesta, aceptándolo pese a ser más fuerte de los que él sólía fumar, pero eso sólo podía ponerlo nostálgico. Todo había empezado por unos cigarros.

 

 

 

Esperó a que Aoi lo encendiera, su corazón palpitó fuerte al darse cuenta de que el mechero que estaba usando el pelinegro era el mismo que le había dado el día que se conocieron, el logo de DIAURA permanecía intacto en él, parecía bien cuidado.  Con la cabeza reclinada en el respaldo, sólo sostuvo el cigarro consumiéndose en su boca, sintiéndose cada vez más abrumado, ¿pero qué demonios estaba haciendo ahí? Y a la vez, no sabía si en otro sitio estaría mejor.

 

 

 

¿Debía hablar  de nuevo? Si seguía fumando, se le haría un agujero en el estómago. Estaba ahí, solo con Shoya en medio de la oscuridad en la comodidad de su auto. Solo con un millón de sentimientos adentro, pero no sabía qué decir y tampoco quería arruinarlo todo ni ser una carga más para el castaño. Lo observó una vez más con ese semblante ido y el humo que escapaba de forma grácil de entre sus labios, entonces notó que tragaba saliva repetidamente, le ofreció  del café que traía en su termo.

 

 

Aun así, el bajista seguía repitiendo el gesto. Algo en su cerebro hizo “click”, de pronto.

 

 

—Tal vez… deberías llorar—, dijo instintivamente, mirando hasta donde diese la luz de sus focos por delante. Si había algo que sabía por sí mismo, es que nadie quiere ser visto a los ojos directamente cuando está triste. No pudo ver por tanto, la cara de completa confusión de Shoya. Sólo porque no le quitaba la vista de encima, quizá buscando una respuesta en su rostro, volvió a mirarle.— ¿No puedes decirlo no? O en realidad ni siquiera sabes que quieres decir…—le dio otra calada al cigarro, parecía que acabaría siendo un monólogo de todas formas, pero estaba seguro de que si había captado su interés no debía de estar lejos de dar en el punto.

 

 

 

El bajista continuó  observándole silencioso, pestañeaba suavemente. Pero antes de verse tentado a sostenerle la mirada o pensar en algo más,  siguió hablando.

 

 

 

—Shoya…—saboreó el nombre en sus labios, sentía que estaba a punto de abrir su propio corazón para poder entrar al suyo. Desnudar sus pensamientos no era algo fácil, ¿y si no lo entendía? Daba miedo, pero era él—…si no dejas que la sangre corra, nunca va a sanar. Tal vez…—cerró los ojos, intentando no perder el hilo de sus palabras—… hay tanta que por eso no puedes ver nada—. Abrió los ojos  de sopetón cuando el cigarro le fue arrebatado de los labios. Al castaño se le había acabado el propio.

—Suena oscuro…—le dijo, lanzándole el humo a escasa distancia del rostro. Vaya primeras palabras.

—Lo es.

—¿La sangre?

—Depende —, botó la colilla del cigarro, que el otro le había devuelto. Se acercó a Shoya, quedando a escasa distancia de su rostro, no supo si el otro no se inmutó o no se dio por enterado, parecía algo angustiado pero sumamente atento—. Depende de lo que represente la sangre para ti…—hizo una pausa, se atrevió a acaricicar su rostro suavemente—... y si es la tuya… o la de otros la que está corriendo.

 

 

Quiso  añadir algo más, pero su expresión se volvió indescifrable. Algo se le había roto adentro.

¿Tenía sentido?, ¿podría ayudar a que la sangre corriera finalmente?

 

—Aoi —. Sonaba como una extraña palabra, dicho con una voz impropia también.

 

 

Acortó instintivamente la distancia entre ellos, apoyó su frente a la suya y sostuvo al otro por la nuca con una de sus manos, como si este fuese a alejarse, como si de no hacerlo él mismo fuese a romperse e irse flotando a algún lugar del universo como basura espacial y nadie nunca, jamás en la vida pudiese volver a encontrarlo. Si él, pelinegro de los ojos profundos y mansos, estaba provocando esa ingravidez, esa sensación de caída y de regreso, entonces tenía que hacerse cargo. Aoi sostuvo su mano, donde el castaño tembloroso la había posicionado.

 

Parecía que hablaba otro idioma, pero podía entenderlo a la perfeccion, podía descifrarlo. Era cierto. Se sentía manchado, lleno, harto de la sangre, de lo que no había dicho, de su llanto, de la ira de Yo-ka y su dolor y también el de Aoi, quien sólo respiraba calmo con los ojos cerrados. Quizá estaban tragándose el aire ambos mutuamente, pensó, viendo sus cabellos negros largos y lacios moverse tenuemente, al ritmo de su respiración.

 

 

La sangre, aquella que estaba conteniendo y que dolía  era su propia vergüenza, aquella de descubrirse desnudo ante sí mismo, ante sus verdaderos  deseos, ante aquellas cosas que no podía aceptar aún de sí.

 

 

Con la frente pegada a la suya y sus narices rozándose, dejó caer lágrima tras lágrima, pensando en todo eso, intentando llevar al idioma humano alguna parte de todo, aunque se le hacía un nudo al hablar, seguro que de a poco aflojaba, seguramente. El guitarrista parecía querer sostenerlo, aunque ahora tan sólo sostenía sus manos que habían ido a dar entre ellos. Y era cálido, pese a todo, no tener que llorar eso estando solo.

 

 

 

—No sé que hacer…—tomó aire con dificultad, su voz temblaba—…Yo-ka, tú…—lo miró a los ojos, separándose apenas—… me siento tan confuso.

 

 

Le sostuvo la mirada, una que era como una petición. Aoi parecía imperturbable, pero su mirada parecía haberse enturbiado y haber perdido aquel brillo de hacía unos momentos. ¿Era la sangre?

 

 

Bajó la mirada, había una última cosa que podía fluir, la duda elemental…

 

El pelinegro aprovechó ese leve movimiento para plantarle un beso en la frente y acariciar sus cabellos. Aunque quisiera, no había algo que pudiese comentar o decir.

 

 

—¿Qué debería hacer? —soltó. Ahí estaba; la duda elemental. Pero él no podía responderle eso. Soltándole suavemente, el guitarrista empezó a tomar distancia—. ¿Qué debería hacer, Aoi? —, repitió.

 

 

 

Si eso era una exigencia, él tenía como respuesta una sugerencia que no tenía forma de palabras, pero, sabía que en un momento así tan sólo le nublaría más el juicio. Conteniéndose terriblemente, lo miró a los ojos una última vez, antes de descender del auto, de pronto.

 

 

 

 

“Quisiera olvidar en este invierno.

O tener un invierno para no olvidar.

 

Escucharte”.

 

 

 

 

En poco, sintió al otro rodearle por la espalda. Si el invierno estaba encima, se preguntaba que tan frío sería. Volteó y al instante su delgado y hermoso castaño se enredó en sus brazos, estrechándole con fuerza. Qué difícil, qué inevitable se lo ponía de ese modo. Quería tanto besarle que pensó que podría morir, inhalaba y exhalaba con fuerza; él a diferencia suya no tenía dudas. Ojalá hubiese una manera de mostrarle la firmeza de sus sentimientos e intenciones, ojalá pudiese tener la oportunidad de poner en sus manos tan sólo un poco de todo lo que quería entregarle.

 

 

 

 

“Quiero que lo digas en este invierno, quiero oírlo de una vez…”

 

 

 

 

 

Sintió  el tacto  de su nariz helada en su mentón, sus finos dedos aferrados a su chaqueta, en su espalda, su aliento tibio, su propio cuerpo delgado que mantenía  cerca suyo con los brazos  cruzados tras su espalda.

 

 

 

¿Qué tan fuerte podía ser?

 

 

 

 

 

En ese momento… o para siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sólo dilo en este invierno…

 

 

 

 

"Te amo"

 

 

 

Y sólo diré…

 

 

 

“Te amo también”

 

 

 

 

 

 

En este invierno;

 

 

 

“nunca lo olvides”.

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

¿Expectantes?

 

¡Cuidado!

 

Espero hayan quedado con un mejor sabor de boca. He trabajado casi obsesivamente en la descripción de las situaciones y no sólo de los sentimientos, en este capítulo. Sudor y sangre, cabe decir. ¿Pudieron ver las escenas en sus cabezas, los rostros, las manos?, ¿pudieron sentir el olor de la lluvia y su sonido?, ¿hay algo que mejorar?

 

Hágamelo saber, ¡trabajaré duramente!

 

Amo esta historia, es muy , muuy importante. Desde el abismo, va a resurgir ella, los personajes, yo y ustedes también. Para eso fue creada.

 

Nos leemos la próxima vez <3

 

-abrazo-


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