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-Diamond Virgin- [Todakanu tegami] por aiko shiroyama

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Notas del capitulo:

2 am, del 3 de julio en Santiago de Chile.

Esta vez, requiero desesperadamente su opinión, dado que me ha costado un mes entero sacar este capítulo, que es como 3 capítulos en uno solo.

Como ya deben oler, la salida de Yuu se viene pronto y con eso la entrada de nuevos personajes (y la entrada estelar de Tatsuya, para sus fans).

Volviendo al punto, he utilizado recursos que nunca había usado y otros que hace años no ejercitaba. Aqui hay sueños, chats, relatos atemporales y más recuerdos y un montón de escenas que me costó un parto ensamblar y hacer que a le vez fuesen hermosas y digeribles. Espero sea del agrado de todos los que leen, esta vez, de verdad apreciaría sus comentarios para saber si realmente hay algo que los deje insatisfechos con este arduo, arduo trabajo. Este capítulo ha sido el más complejo de sacar hasta ahora, luego del de Stigma.


Aquí llevamos el suspenso hasta el límite; van a entretenerse, lo aseguro. Todos nos abren sus sentimientos hoy. Es largo y puede hacerse pesado por la cantidad de información, tómese su tiempo.


Si puede y quiere, mis recomendaciones musicales para leer en esta ocasión son:

Komorebi - Laputa
Meet again  Laputa
Ray - Luna Sea
Ominous - The Gazette
Hurt  - Luna Sea
D.L.N  The Gazette


Que disfruten y nos vemos pronto.


Dedicado a Candy y a Carla, quienes ansiosamente esperan cada actualización. Muchas, muchas gracias por ser quienes a través de sus palabras en sus reviews, me animan a seguir con esto.

Capítulo XIV: The weight of truth

 

 

 

Por más que se removía, no lograba despertar, era como si el sueño terrible que tenía lo hubiese abducido por completo.

 

El corazón le latía deprisa, podía ver la vereda encementada y árida, sus zapatillas converse de adolescente, mientras se dirigía al antro de mala muerte donde sabía que lo encontraría, donde fue a buscarlo por última vez. Avanzaba furioso y odiándose a sí mismo por hacerle caso a la madre del idiota de su novio cuando le suplicó que lo llevara de regreso a casa, luego de volver a sus viejas andanzas.

 

—Tu madre está buscándote, Toya —dijo apenas entró, desde cierta distancia. No veía a nadie más en el lugar salvo al grupito, el ambiente era oscuro y estaba maloliente.


Él se giró con gesto burlón y fue en ese punto que vio al chico que sostenia de la cintura, su ropa ajustada, su apariencia impactante; se pavoneaba. Y él lo sabía, era lo bastante listo como para entenderlo, pero se sentía cobarde.

—Pero que, ¡si mi madre está aquí ahora mismo! ¿No? —Había soltado como gracia, sacándole risotadas a toda la bola de imbéciles que lo acompañaban.

—Vete a la mierda. —Le soltó harto, volteándose para irse, pero el otro le increpó.

—Él es mi amante. —Se detuvo en seco, entendiendo el significado de la palabra humillación por primera vez. Quiso salir de ahí deprisa, buscaba con la mirada la salida pero veía ventanas por todas partes y el lugar parecía encogerse de pronto, mientras los demás reían aunque se oían lejos, lejos… mientras se refugiaba en algún lugar seguro de su mente, un segundo.

 

 

«Podremos hablar esto con calma luego, podremos…»
Y con ese pensamiento, atisbó la puerta de la salida, al fin.

—¿Sabes por qué lo escogí? …—le escuchó hablar, en voz alta. La manilla giraba, pero no se abría, estaba al borde de la desesperación—… es sensual y atrevido. No es un aburrido como tú.

Un zumbido resonó en su mente cortando la escena de improviso. Escuchó murmuros que seguramente eran insultos, pero como si fueran alejándose de él. Toya estaba en el suelo, mojado y lo estaban levantando, mientras que a él le dolía la mano; tenía que salir de ahí. La escena se veía zigzagueante, como si el suelo cayera. El verde y negro de los basureros en las afueras y lo nauseabundo de la situación, le hicieron devolver el desayuno y quizá hasta lo que había comido el día anterior, sosteniéndose apenas en la pared. «Meet again» su canción favorita y que tenía como ringtone, sonaba a todo volumen ahogada en su bolsillo; su teléfono vibraba y sonaba sin parar, en el sueño y también en el momento actual.

 


Shoya lo estaba llamando incesantemente, ante el golpe de realidad que le significó despertar en su propia cama sin saber muy bien cómo, luego de toda aquella borrachera del demonio que se habían cargado. Pero Kei se sentía demasiado indispuesto e inconscientemente, lanzó el teléfono lejos de sí, en el presente y en sueños, aún atrapado en aquella vívida pesadilla del pasado que parecía nunca iba a poder dejar de perseguirle.

 


—¡Todo esto es tu culpa Kei! —Notó que lo seguía, lo recordaba, su sombra tras de sí alargada por el abrasante sol haciéndose gigante y el paisaje que se hacía rápidamente rojo; estaba temblando—. Si no me hubieses dejado de lado… —De pronto apareció, delante de sí. Deseaba morir—. ¡¿Dónde mierda vas?! —Le impedía el paso, zafándose corría y al torcer la esquina, volvía al mismo sitio, volvían a enfrentarse.  No podía evitarlo, siempre regresaba a él.

 

Estaba asustado y era absurdo, absurdo… ¿era real?

«Ni siquiera te importa… no te importa». Pensaba febrilmente, volviendo a aparecer de nuevo en el mismo sitio una y mil veces.

—¡Kei!... —Se tapó los oídos, lo sentía gritar dentro de su cabeza. Si no era real, ¿por qué no se iba de una vez por todas? Cerró los ojos, agachándose desesperado.

 

«¿Me sigues queriendo?». Se puso de pie lentamente, esta vez en un níveo lugar. Lo vio frente a sí a cierta distancia, interrogándolo sólo con la mirada triste.

Lloraba, removiéndose sobre la cama.

«¿Por qué no puedo ser suficiente para ti?». Le increpó en pensamiento, de vuelta.


Se vio de improviso en otra escena, como si hubiese cerrado los ojos y los hubiese abierto en el pasado. Veía las cabezas de los fans delante suyo, el aire estaba caliente, casi irrespirable y Aki de Laputa cantaba, llegando con sus agudos a aquella frase precisa en la última parte de Komorebi, la canción con la que empezó todo, en aquel primer concierto que fueron juntos.

 

 

 

[あなた あなた 僕’さらってほ—い`…]
«Tú, tú… deseo que me lleves lejos»

 

 

 

Y Toya lo miró y se rio, porque ambos lloraban mientras cantaban.
Vertiginosamente, su pulso se hizo insoportable cuando vio su rostro acercarse al suyo, para darle aquel primer beso.

—Basta… —gimoteó, aún luchando por despertar.

«Es tu culpa, Kei».

Sudaba.

«Él es sensual y atrevido, no como tú».

 

—¡Ya basta! —gritó al fin, incorporándose violentamente al despertar de golpe. Hiperventilaba y aun así, se cubrió la boca con ambas manos, intentando acallar sus sollozos. Sudaba, apestaba a alcohol y el sabor salado de las lágrimas más todas las emociones desagradables de aquella pesadilla, acabaron por revolverle el estómago. Se levantó corriendo, vislumbrando de reojo el móvil de paso al baño que, a un costado de la puerta de la habitación, seguía sonado y vibrando.

Rindiéndose al fin, Shoya lanzó el teléfono sobre las mantas de la cama, dejándose caer en la misma nuevamente: se sentía fatal. Tenía una resaca del demonio, estaba frío, desnudo y solo, pero estaba seguro de que hasta hacía mucho no lo había estado.

 


Se abrazó a la almohada a su lado intentando mitigar la angustia, pero el aroma inconfundible del perfume de Yo-ka estaba impregnado en la misma y en realidad en cada rincón de la habitación. Cerró los ojos, en su cabeza sólo había escenas cortadas, pero recordaba vívidamente el beso que el vocalista le había dado en el dintel de la puerta y también la indescriptible sensación física del otro entrando en su cuerpo, mientras le clavaba los dientes y él a su vez, las uñas.

 

Había sido muy intenso. Su cerebro enviaba la reverberación de aquellas sensaciones con cruel precisión a cada rincón de su cuerpo que había sido marcado una vez más, por él.


Soltó el aire que había estado conteniendo, mientras recordaba. Suspiró pesadamente al rememorar que, cuando despertó antes y apenas había amanecido, se había asustado al no poder recordar absolutamente nada de lo sucedido y más al notar que no estaba solo. Pero ver la constelación de lunares en la espalda del vocalista que yacía aún dormido a su lado, le había calmado. Ido, acarició la almohada con la yema de sus dedos, como si pudiese una vez más y gracias a su imaginación, recorrer nuevamente cada pequeño punto obscuro de aquella parte de su anatomía que se sabía de memoria.

 

Apretó los ojos, intentando contener las lágrimas que abruptamente habían acudido a ellos al formársele un nudo en la garganta; se sentía terriblemente solo y no lo entendía. Tratar de descifrar o poner en palabras las razones por las que habían acabado en la cama esa noche era una cuestión absurda.

 

 

El hecho real es que Yo-ka se había ido, que no sabía qué pensaba él de lo que había pasado, pero que sin importar lo tonto que fuese, deseaba que se hubiese quedado. Que le hubiese abrazado y que con alguna de sus bromas pesadas o comentarios que no venían al caso, hubiese tratado de arruinar el aura romántica que generaba a veces entre ellos involuntariamente, cuando le pillaba mirándolo fijo en silencio o luego de alguna irreprimible suave caricia, para luego reír y mirar a otra parte.

 

Tal vez habría sido más fácil, borrar todo lo no dicho con un beso cuando lo mirase sin decir nada, perdiendo de paso la memoria.

 

Y retroceder el tiempo.



Eso es lo que deseaba también el guitarrista, al recordar todo lo que le había dicho a Yuu en aquel maldito parque mientras intentaba controlar sus náuseas. Afortunada o desgraciadamente, recordaba absolutamente todo. Se quitó la toalla de la cabeza, como si con eso pudiera sacarse al de cabellos negros de ella y tomó al fin su móvil, para teclear un mensaje a todos los de la banda.

 



“El manager dice que la fiesta ya terminó, por lo que olvídense de la idea de que algo hoy se suspende.
A las 4 en la compañía, hay que empezar a escoger el set de la gira y ensayar lo que sea o no nos dejará en paz”.

 

 

 

La gira. Sería un largo tiempo juntos después de mucho.

 

 

A excepción de Yuu todos se aparecieron por la compañía con lentes de sol. Tenía el bajo en las manos, pero por más que se sabía la afinación en la que ensayaban de memoria, no podía dar con la nota correcta. Creyó que sería capaz de cortar la cuerda al girarla bruscamente cuando el vocalista de la nada y con demasiada fuerza se sentó justo a su lado, haciendo que hasta el cojín del sillón se levantase. Esperaban a Kei, que había salido huyendo nada más vio a Yuu diciendo que necesitaba un café o se iba a morir. El gesto de fastidio del baterista había sido como para recordar y en una rabieta, se había bajado el gorro de lana hasta el mentón y permanecía de brazos cruzados sentado frente a ellos, aunque claramente no los estaba viendo.


—Cómo… cómo estás…—Yo-ka no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero pese a que tenía motivos válidos para no querer quedarse luego de lo que habían hecho, debía reconocer que no había sido la decisión más inteligente si quería avanzar en el tablero de su propio juego.

—Estoy bien —respondió secamente. Se maldijo a sí mismo, no quería sonar así y estaba consciente de que un tono dócil o amable facilitaría aquel extraño acercamiento, pero estaba enfadado y se sentía herido por lo que había pasado.

 

 

Se quedó esperando a que Yo-ka dijese algo más, mirándolo disimuladamente de reojo mientras intentaba acomodar el tono nuevamente, hasta que le vio jugar con sus dedos nerviosamente. «Mierda, ni siquiera le he preguntado cómo está él», cayó en cuenta. Pero tal vez ser directo y preguntar de una vez por todas lo que quería saber, era la solución más factible a aquella incómoda situación. Observó a Yuu, quien se había puesto audífonos.

 

«Ahora o nunca».

—Yo-ka, tú… —El nombrado lo miró, con los ojos un poco más abiertos de lo normal, parecía asustado, cosa extraña—. ¿Puedo preguntarte algo?  —«Qué mierda haces, sé directo. Estúpido, estúpido, estúpido». Tomó un poco de aire, el otro a su vez tragó saliva—. ¿Por qué te has ido esta…?

—A ensayar, ¡ahora! —Entró Kei, hecho una bala. Lo odió cuando vio cómo su pareja sencillamente dejaba de prestarle atención y se levantaba del sillón para dirigirse a la sala de ensayos, obedientemente—. Supongo que ya cada uno se ha preocupado de su instrumento…—siguió regañando el otro con el ceño fruncido, mientras apenas sacaba su propia guitarra del estuche. Shoya quiso llevarse la palma al rostro en su imaginación: «qué idiota eres, Kei». Era más que evidente lo nervioso que estaba.

—Por supuesto líder, he afinado 50 veces la batería mientras ibas a cosechar los granos de café —dijo Yuu irónicamente, poniendo en evidencia su absurda huida, mientras pasaba justo por delante suyo.

«Va a ser un ensayo de mierda» pensó Yo-ka, mirándolos a todos disimuladamente desde el espejo de la sala y las caras de desagrado que traían.

 

Y lo fue.

 

Luego de unas cuatro canciones, el propio líder se descolgó la guitarra, absolutamente frustrado y salió de la sala, dejándolos a todos sorprendidos adentro. Cuando salieron a su vez, después de esperarlo un rato y sin soportar por mucho más el tenso ambiente que se creaba en cuanto dejaban de hacer música, se encontraron con unas hojas con una serie de canciones y un apresurado «tienen hasta mañana a las 11 para escoger, son las canciones de la gira» que les lanzó Kei antes de simplemente desaparecer por la puerta. Luego de los pocos segundos que se demoraron en asimilar aquella inusual actitud en el miembro más responsable y neurótico de la banda, Yo-ka literalmente escapó y luego fue Yuu quien salió a paso lento y actitud densa, dejando al bajista solo e inmóvil en el cuarto vacío.

 

Así se lo pasaron los días restantes, Kei y Yuu teniendo roces absurdos y Yo-ka desapareciendo como por arte de magia cada vez que se suscitaba la posibilidad de quedarse a solas con su pareja. Habían mejorado en la ejecución de las canciones para la gira, pero esto sólo bajo la atenta y estresante mirada del mánager en la misma sala de ensayos, lo cual distaba mucho de lo que hacían al comienzo; disfrutar la música.



Por su parte, el bajista sentía que si no podía aclarar pronto la situación iba a explotar. Hasta que más pronto de lo que esperaba, se dio la oportunidad. Volviendo del almuerzo un día se lanzó sobre el sillón, agradeciendo por un momento la soledad; los demás aún no habían llegado. Cerró los ojos, intentando ahogar la jaqueca permanente que sentía últimamente; estaba harto de pensar. Ya casi se dormía cuando sintió la puerta abrirse.



Era Yo-ka.


Y tal como imaginó, en cuanto lo vio este se giró casi de inmediato para volver por donde había venido, aludiendo que había olvidado algo.


—Tu mochila está ahí justo a tu derecha, así que no la olvidaste —le increpó mientras se sentaba adecuadamente en el sillón, apuntando la excusa que el otro apenas había improvisado—. Yo-ka.
—Shoya —respondió el otro, casi en acto reflejo. Volviéndose hacia él.
—¿Por qué me evitas? —En esa ocasión, no dudó ni medio segundo en ser directo. El vocalista sintió que vomitaría su corazón.

—Pensé que te hacía sentir incómodo…—dijo rápidamente, con la cara más convincente que halló en su repertorio; no había tiempo para ingeniar nada mejor. Había estado pensando en cómo exactamente acercarse a él, pero en tanto, escapaba de cada ocasión en la que pudiese decir algo de lo que podría eventualmente arrepentirse. Le parecía absurdo que llevárselo a la cama hubiese sido tan simple y natural y dirigirle la palabra, tan difícil.

—Lo que sí me hace sentir incómodo, es que me evites… —Se le estaba yendo el valor a los pies, pero quizá sabiendo exactamente qué hacer, Yo-ka se sentó a su lado suavemente.

—Tenía algo que hacer en la mañana, era urgente y cómo lo había olvidado me fui rápido —respondió, antes de que siquiera el otro se lo preguntase, al tiempo que miraba sus manos mientras las movía involuntariamente, como cada vez que explicaba algo. No era algo poco común en ellos poder leerse entre líneas, aún con lo atípica que fuese su relación en la actualidad seguían conociéndose mejor que nadie. Sabía que era aquello lo que le incomodaba a quien permanecía en silencio a su lado, incluso pudo percibir aquel suspiro del otro luego de oírle.

 

«Lo he convencido», adivinó. Sólo esperaba que Shoya no pudiese leer en su mente la verdad.

 

El problema real era la ambivalencia terrible que le provocaba, incluso en ese momento, en que podía sentir como el bajista algo tímido se sujetaba a su brazo izquierdo para luego apoyar la cabeza en su hombro, tal vez sólo buscando un poco de su afecto, que se enfriaba lentamente. El deseo de tenerle junto a él y el rechazo que le causaba coexistían de manera indómita. El fantasma despiadado de aquella camioneta y todo lo que ella representaba le carcomía la voluntad a momentos. Fue aquello lo que le impulsó a irse repentinamente aquel día, era algo que no sabía cómo enfrentar aún sin ser peligrosamente impredecible.


—Sólo tenías que… —Y como muchas otras veces en que no tenía la respuesta para las cosas, sólo tomó su rostro apresuradamente y le besó. «Te quiero Shoya, no sé por qué o cómo quererte ahora, pero te quiero» era lo más cercano a lo que sentía o a lo que quisiera poder decir.

 

Y no podía.

 

A su vez, como si hubiese perdido la fórmula mágica que el alcohol le otorgó para poder ser un poco más honesto, Kei parecía involucionar en su capacidad de ser objetivo o directo referente a las cosas. Estaba bien mientras pensaba en lo que había podido decir, pero todo se iba al carajo cuando recordaba que, aunque estaba plenamente convencido de que no iría más allá con Yuu y que mataría por volver atrás en el tiempo, había deseado y anhelado con toda su fuerza poder sentir sus labios en aquel momento en que inesperadamente el otro logró prácticamente doblegarlo en el parque.

 

 

Y no hacía más que pensar en eso. Pero tontamente había vuelto a hacer enfadar al pelinegro volviendo a comportarse de manera evitativa e infantil. No podía negarse a sí mismo que Yuu le importaba, podía aceptar incluso la idea de que le agradase más que como un amigo o compañero, pero más allá de eso… ¿Qué había? 

 

Aquella mezcla de recuerdo y pesadilla con Toya, aquel lejano primer amor, estaba repitiéndose a menudo desde ese día.

 

Lentamente, volvió a intentar acercarse a él. Y es que era así, necesitaba su tiempo para hacer las cosas. Aun así, mientras se hacía más dócil, dispuesto y amable el otro parecía actuar de manera inversamente proporcional. Fueron días difíciles entre lidiar con los deberes de la banda y sus sentimientos de culpa, de pensar que las cosas estaban así por su causa, pero listo como siempre había sido, pronto pese a toda su interferencia mental, empezó a notar que algo no andaba bien.

 

Más que ser hostil con su persona, parecía que Yuu quería alejarlos a todos de sí.  Entonces la actitud del otrora alegre baterista, ya no se relacionaba sólo con él; tenía que haber otra cosa. Su gesto más que enfurecido parecía cada vez más triste. A menudo durante los ensayos, ya lo encontraban allí sentado frente a la batería y a veces hasta sudando, pero en otra ocasión, queriendo adelantarse a los demás, le halló tocándose las muñecas y luego le había visto estirando uno de sus brazos con insistencia, deteniéndose apenas percibió su presencia. Aquel día, incluso, se había molestado mucho, pese a que con suerte había cruzado la puerta de la sala y ni alcanzó a decir algo antes de que el otro se retirara furioso.

 

Pero, no fue lo único inusual. Tal vez adivinando que percibía algo o que podría empezar a llamar la atención de los otros, se las apañó finalmente para mostrarse un poco más normal con el resto y hasta compartir un poco de aquel humor inesperado y alegre que tan bien les hacía, en medio de las vísperas de la gira. No obstante, sólo mientras toda la banda estuviese presente, porque al momento de quedarse a solas, era el mismo Yuu oscuro y triste, quien pasaba de él por completo como si no existiese.

 

Pese a que debió preocuparse y preguntar, su orgullo podía más. Empezaba a pensar que, simplemente jamás volvería a ser lo mismo entre ellos y si tenía que enfrentarse a esa realidad, aunque fuese dura de tolerar, estaba bien si se aislaba un poco.

 

El inicio de la gira había llegado y en medio de esa vorágine no había tiempo para ser más que artistas, por lo que decidió que ahogar todo aquello era lo más correcto. Y mantuvo aquella postura hasta la última reunión, antes de subirse a la mañana siguiente al avión que los llevaría hacia el norte del país.


—No hay problema. —A los segundos de captar lo que había hecho, se maldijo. Kei acababa de aceptar compartir habitación de hotel con Yuu, ante la mirada incrédula de sus compañeros, incluyendo la del baterista. Y, simplemente por querer aparentar que sí había prestado atención siquiera a algo de lo que habían estado hablando todos por cerca de una hora y media. El mánager ni medio enterado, sólo apuntó rápidamente y se fue alegando que estaba atrasado con las reservas. Mientras sudaba frío aún ante la atónita mirada de todos, no se lo podía creer; acababa de tomar una decisión hace unos días, pero su inconsciente parecía siempre sabotearle y hacerle quedar en ridículo, como cuando Shoya salía con sus estúpidos métodos de «mentira por verdad» para sonsacarle cosas.

 

El primer concierto aún con todo resultó increíble. Pese a que el público lo pidió no pudieron realizar encore dado que Yuu aludió esta vez directamente no sentirse en condiciones de continuar. Por resguardo, decidieron acabar ahí y regresar al hotel para que pudiesen descansar. Después de todo, el siguiente concierto era al otro día y entre los dos que le seguían había apenas dos días de pausa.

 

Agotados, se fueron directo a sus habitaciones. Sin querer pensar en el hecho de que sólo acabaría mirando a su dilema con pies toda la noche en vez de dormir, el guitarrista simplemente entró e inmediatamente después de sacarse la chaqueta, tomó su guitarra acústica y posicionándose en un taburete que había cerca del ventanal de la habitación, descorrió la cortina y comenzó a tocar, como le era costumbre hacer después de cada concierto. Yuu, quien apenas se había desabrochado los botones de la camisa, lo observaba de reojo. Estaba solo con él después de mucho, ya no tenía como evadirlo. Pensó nostálgicamente que, quizá si no hubiese hecho nada aquella noche de ebrios, podría estar sentado a su lado en ese momento, haciendo la batería de su canción con las manos y riendo ambos como antes, al tararear la canción con sus poco agraciadas voces.

 

De pronto escuchó un sonido agudo y tenso; a Kei se le había roto una cuerda. Durante el concierto también había roto una, aunque profesional como era probablemente nadie más que ellos mismos lo habían notado. Quiso hacer algún comentario como preguntarle si le sucedía algo, pero ante la obviedad de la pregunta prefirió quedarse en silencio haciendo como que no estaba interesado, mientras se ponía de pie y buscaba toallas para ir a bañarse.

 

 

En tanto, el pelirrojo cambió la cuerda y de nuevo se aferró a la guitarra, esta vez sentado a los pies de la cama. ¿Es que no se aburría de tocar aquel instrumento? Realmente parecía que aquellos dos eran un solo ser; al igual que él y su batería.

 

Y era en parte por eso que Kei le gustaba tanto.  Porque pese a que eran diferentes podía entender a la perfección aquella necesidad de expresar algo todo el tiempo, algo que se hacía tan enorme que sencillamente no cabía en palabras, que sólo la música podía descifrar.

 

Volteó para que él no acabase descubriéndolo en el acto de admirarlo embobado. Se quitó la chaqueta y luego la camisa quedando a torso desnudo, para seguidamente, desabrocharse el cinturón y quitarse los pantalones, pero de pronto se extrañó al notar como las cuerdas no sonaban más. Curioso, se giró levemente y descubrió al guitarrista con la mirada clavada en él. Pestañeó sorprendido y el otro dándose cuenta al fin, se puso de pie nerviosamente, dejando la guitarra en cualquier parte y diciendo que iba a bañarse primero. No se llevó ni siquiera toallas.

 

A los pocos minutos, el pelinegro vio a un avergonzado Kei volver por ellas a la cómoda. Al verlo apenas en ropa interior estirado sobre la cama, como si fuese una quinceañera tímida el guitarrista se llevó la mano al rostro para evitar mirar, huyendo rápidamente al baño e inclusive chocando con una mesita a medio camino. Yuu rio sin poder evitarlo.

 

Había estado amargándose por cosas que tenían que ver más consigo mismo y su desempeño en la banda que con Kei, recientemente. Pero ver que tal vez el haber desperdiciado aquella oportunidad de besarle esa noche sí había tenido las consecuencias que esperaba, le alegraba el corazón. Pensaba que el otro no podía ser sencillamente más evidente a esas alturas, pero… ¿cuánto pensaba esperar para enfrentarse a eso?, ¿cabía la posibilidad, aunque fuese remota, de que aceptase al fin sus sentimientos?

 

Su compañero de habitación se estaba tardando bastante por lo que acabó dormitando. No supo cuánto rato pasó hasta que el mismo Kei metido en la cama, tapado y sólo con los ojos descubiertos le habló medianamente fuerte por entre las sábanas.

 

—Es tu turno —le soltó, aún azorado. Luego de eso terminó de cubrirse la cabeza, desapareciendo bajo el cobertor. Yuu enarcó una ceja; aquella actitud le estaba poniendo bastante. Se preguntó si debía acercarse, estaba seguro de que él sería incapaz de rechazarle.

 

Intentando ser razonable, fue a ducharse. Para cuando regresó, le halló dormido de medio lado, dándole la espalda. Lo observó de pie, frotándose el cabello con la toalla; casi no podía con las ganas de meterse entre sus sábanas y abordarlo como aquella vez. No obstante, luchó contra esos pensamientos y se metió a su propia cama, aunque se recostó mirándole la espalda a Kei. Estuvo intentando dormir casi una hora o quizás dos, pero sentía el cuerpo acalorado y con el pulso fuerte; era imposible. No dejaba de mirarlo, no podría resistirse por mucho más.

 

Mandando al diablo su racionalidad, fue y suavemente se coló entre las mantas del guitarrista, quien dormía profundamente. Apoyado en su codo a sus espaldas, contempló su rostro relajado y con su mano le pasó algunos mechones detrás de la oreja, para poder observarlo mejor. Tentado, rozó su nariz con su mejilla y sonrió, al sentir el suave olor a loción facial. Aquella oculta vanidad suya, también le encantaba. Sin mucho más preámbulo, pasó el brazo por su cintura y apoyando su mano en el abdomen del contrario se apegó a él de una vez, lo que finalmente acabó por despertarle. El otro se removió inquieto de inmediato, girando el rostro hacia él. Parecía querer hablar, incluso lucía un poco asustado, sin embargo, en cuanto sus ojos se encontraron simplemente cerró la boca y se quedó quieto.

 

Quizá demasiado impactado como para hacer algo o tal vez, finalmente, expectante.

 

En el fondo de sí sabía que, aunque intentase reclamar o enojarse, ciertamente cuando aceptó compartir habitación con Yuu ya fuese de manera inconsciente o no, era porque esperaba algo como eso. Su corazón latía de manera violenta, ni valía la pena pensar que se trataba de una estúpida coincidencia ni un descuido de su parte; quería que sucediera. Aún si saber del todo exactamente qué ni cómo respondería, la clave era la mirada oscura de aquel hombre en la suya.

 

Clavándose hasta lo más remoto de sí, en ese mismo momento.


Ante su mutismo, el baterista se atrevió a regalarle una leve sonrisa que le causó un tenue temblor, mientras se daba la libertad de acariciar su cabello suavemente, aún apoyado en su codo. Y, porque sus ojos parecían sonreírle también, sentía que en cualquier momento dejaría de respirar.

 

Yuu no entendía el porqué llegado a ese punto estaba siendo tan sutil, quizá aún intentaba extinguir el temor vibrante de que Kei lo rechazara nuevamente de forma extraña pero evidente. Ahogando aquella idea, con ansiedad acarició su brazo, subiendo sus dedos lentamente hasta su hombro y su cuello, enredándolos en el cabello de su nuca y brindándole una suave caricia; él como respuesta sólo tomó aire profundamente y lo contuvo. Podía verlo, sus labios temblaban. Aun así, algo temeroso, en vez de ir a su boca como anhelaba, rozó su nariz en su mejilla para luego brindarle cortos besos, descendiendo a su cuello. Lo sintió suspirar entrecortadamente, mientras abría la boca para succionar la piel de aquella zona y recorrer su quijada con la lengua.

 

Kei sentía que su corazón saldría disparado a cualquier sitio por la manera en que estaba latiendo, estaba extremadamente nervioso, como si fuese su primera vez; era ridículo. Sin embargo, sólo estaba dejándose hacer, sin resistirse ni siquiera cuando Yuu finalmente subió sobre él, repartiendo por su cuerpo caricias más atrevidas que las de la vez anterior. Al no estar ebrio, estaba sintiendo terriblemente intenso. Sentía la hombría del baterista endurecida y enorme cerca de la suya y se moría por más contacto, no obstante, no podía ni siquiera responder a sus caricias, estaba paralizado. En ese momento esta fascinado por la fantástica habilidad de la lengua del pelinegro dibujando círculos en sus clavículas, no podía creer que apenas eso lo hiciera sentir tan excitado, junto al calor de su cuerpo.

 

Al querer subir a su cuello nuevamente, accidentalmente chocaron sus erecciones. Soltó un gemido ahogado, el otro un jadeo, e instintivamente comenzó a moverse sobre él. Con eso, el guitarrista empezó a sentir su cuerpo arder y se aferró a la espalda del otro, apegándolo más a sí mismo. Podía sentir el choque de su piel con la suya, estaba perdiendo la cabeza. Deslizó sus manos al fin por el cuerpo contrario y le enterró las uñas inconscientemente, manifestando así, parte del inmenso deseo que sentía en esos momentos.

 

Deseaba a Yuu, lo deseaba muchísimo. En su mente, pasaron imágenes de algunos sueños de ese tipo que había tenido varias veces, desde que lo había conocido; desde la primera vez que lo había visto reír. A decir verdad, le encantaba pasar tiempo a su lado. Siempre estaba relajado y feliz, a diferencia suya a quien a veces le costaba mover los pies, agotado y estresado, demasiado acostumbrado a hacerse cargo de todo como para poder dejar de lado su neuroticismo. Y tal vez por eso, porque representaba todo lo que sentía que jamás podría llegar a ser, es que de pronto se descubrió a sí mismo necesitándolo cerca para vivir. Se había acostumbrado a cada mañana, apenas cruzaba la puerta de la compañía, escuchar su risa explosiva junto a las risas ahogadas de Shoya, luego de haberle gastado alguna broma pesada a Yo-ka, quién por alterarse por todo era la víctima perfecta.  Le aliviaba sobremanera, le hacía querer sonreír también, a veces incluso era el único pensamiento alegre que le hacía querer ir a trabajar, aun cuando hubiese miles de cosas sin resolver.

 

¿Y quién demonios era para arruinar algo como aquello?, ¿no era suficiente todo lo bien que le hacía a su vida sólo de esa manera?

 

Pero con el tiempo, sólo había acabado queriendo más de él.

 

En cuando sintió las suaves lamidas que le daba el otro en el cuello al ritmo de aquellas embestidas sobre la ropa interior que aún no permitían un contacto más íntimo, decidió no seguir pensando. Pese a eso, tenía miedo, no sabía que tan lejos quería llegar, no sabía si quería y podía volver a entregarse a alguien otra vez. De forma desafortunada, la cara de Toya podía aparecer en su mente siempre en el peor momento, con aquella insistente pregunta.

 



«¿Me quieres?»

«Lamento no haberte dado el tiempo suficiente…»

 



Y la culpa repitiéndose, fuese racional o no. Sólo podía concluir que, cuando fue totalmente honesto y abierto con alguien, aquella persona acabó dejándole por un tipo más atrevido, menos estúpidamente dulce, con tiempo de sobra y a su parecer más sensual que él, que era incapaz de comunicarse adecuadamente y entregarse, sobre todo al comienzo. Se sintió herido por ese pensamiento.

 

Nuevamente, su hilo de consciencia fue interrumpido por la destreza de Yuu. Su mano se movía deprisa sobre su miembro, agitándole la respiración de inmediato, mientras le jadeaba en el oído. Pensó que no podía ser más erótico todo eso, hasta que el otro unió ambos miembros, estimulándolos a la vez. Intentó ahogar sus involuntarios gemidos contra su cuello, al cual se aferró con desesperación.

 

Si quería a ese hombre, si estaba llegando a ese nivel de intimidad con él, ¿por qué era tan difícil desprenderse de su pasado, de sus miedos? Pensar en unir sus labios y dejar ir en ese sencillo acto, todas las palabras que le era imposible transmitir; darse por completo y no de manera vacía, de una vez por todas.

 

 

Perdido en aquella placentera sensación que no sentía hacía tiempo echó su cabeza hacia atrás, dejando su cuello expuesto, el cual fue mordido reiteradas veces y lo disfrutaba mucho. Algo de su bajo instinto le pedía ser devorado por él, que le arrebatase de esa forma todas las aprehensiones que le mortificaban.  Las mordidas subieron hasta su mentón y de pronto, él le mordió el labio inferior. Sin poder evitarlo y al borde del pánico, giró su cabeza de manera instintiva haciéndose sangre por el tirón. Yuu se sobresaltó. ¿Otra vez? Era irrisorio llegar a tal punto y que no lo dejara besarle, ¿por qué?, ¿qué significaba exactamente?

 

 

Pensando que quizá había mordido muy fuerte, se acercó de nuevo calmadamente por sus mejillas, dejando a su paso suaves y cortos besos, que le iban acelerando la respiración a Kei, hasta llegar finalmente a su boca nuevamente, obteniendo el mismo resultado. Frustrado se detuvo, apretando los dientes y cerrando los ojos. Nuevamente, esos amargos sentimientos de rechazo se apoderaron de él; ya no quería estar a su lado. ¿Por qué simplemente no podía aceptar que sentían lo mismo y se dejaba hacer?

 

Queriendo sólo meterse en su cama y acabar con aquella estúpida idea, hizo ademán de levantarse, pero para su sorpresa el guitarrista se abrazó a él con fuerza, impidiéndole irse. Se sentía confundido y no podía entender las intenciones ni mucho menos en qué demonios pensaba el otro en ese momento. Él simplemente hundió la cabeza entre sus largos cabellos lacios acercándose por su cuello, para acabar susurrándole un quedo «lo siento», mientras le acariciaba la cabeza, en una especie de gesto que no pudo interpretar de otra manera que no fuese compasivo.

 

 

No sabía si lo estaba queriendo o estaba definitivamente jugando y no estaba dispuesto a arriesgarse en obtener la respuesta. Estaba por levantarse otra vez, aunque tuviera que zafarse con fuerza y entonces los dientes de Kei, completamente pasivo hasta hace poco, se le clavaron en el lóbulo de la oreja, en la cual seguidamente sintió su húmeda lengua. Odió a su cuerpo por enviar nuevamente aquella sensación como descarga eléctrica a cada rincón de sí. Una de las manos del pelirrojo descendió por su pecho y abdomen rasguñándole suavemente, causándole escalofríos y perdiéndose entre las sábanas a medida que descendía peligrosamente; su respiración caliente en su oído mientras comenzaba a acariciarle íntimamente le hizo sentir terriblemente excitado, se odió a sí mismo.

 

 

Su sentir era ambivalente, mientras Kei lo tocaba, le mordía y aumentaba el ritmo de su mano sobre él llevándole al clímax. Había intentado tocarle y besarle varias veces, pero él no se lo permitía y aunque besase sus manos o le devolviese besos en la mejilla, eso no podía parecerle más que una disculpa hipócrita. Quería detener aquello, pero no tenía voluntad; era su mano, una parte de él la que estaba proporcionándole ese placer. Se sintió ridículo y con ganas de llorar cuando se dio cuenta de que siendo honesto consigo mismo, deseándolo y queriéndolo tanto, tan sólo eso le bastaba. El otro no se detuvo hasta sentir su semilla en su mano y su respiración intentando volver a la normalidad sobre su pecho. Volvió a acariciar sus cabellos, intentando calmar a la vez su agitado corazón.

 

 

No podía dimensionar lo que acababa de hacer, pero no quería dejarlo con una sensación amarga por no poder hacer lo suficiente, como sentía siempre. Si no podía entregarle nada más por ser un estúpido, al menos quería hacerlo sentir bien de esa manera. No obstante, el mensaje que entendió Yuu fue completamente distinto. Lo sintió levantarse bruscamente después de eso y meterse a su cama, sin siquiera mirarlo.

 

 

Lo llamó un par de veces, sabía que no se dormiría tan fácilmente. Pensó que podría intentar explicárselo, aunque era tonto y complejo, pero se dio cuenta de que verdaderamente el pelinegro no quería escucharlo.

 

Sintió con pesar, que lo había arruinado todo de nuevo.

 

Lo supo con mayor certeza cuando al día siguiente, el otro ni siquiera le dirigía la mirada ni mucho menos la palabra. Aquel concierto, aunque perfecto técnicamente, le pareció el más terrible de todos. Nada había podido cambiarle el semblante a Yuu quien ni por ser esa la última noche que compartirían en la misma habitación, dejó de ignorarle completa y absolutamente. Era su turno de desvelarse y mirar su espalda toda la noche, siendo carcomido por sus amargos remordimientos.

 


Mientras sentía el agua de la ducha aún corriendo, pese a que intentaba concentrarse en lo que leía, lo cierto es que Shoya tenía la cabeza en cualquier otra parte. Desde que había entrado a la habitación, al igual que la noche anterior, el corazón le latía a mil por hora. Rememoró una vez más aquella conversación que habían tenido en el último ensayo antes de partir de viaje, antes de que, como en toda gira, las cosas se pusieran caóticas.

 


Se habían quedado a solas, luego de que el mánager sacase a Kei del ensayo por un asunto urgente y Yuu aprovechase de salir a tomar aire. Iba a descolgarse el bajo, cuando dio de frentón con la mirada de Yo-ka, a través del espejo de la sala. Como habitualmente le pasaba cuando el vocalista lo miraba directamente, perdió un poco la noción de sí, así que no tenía ni idea de qué cara puso para que él le sonriera de esa forma seductora mientras se mordía el labio. Se sintió igual de idiota que incluso antes de que empezasen a estar juntos. Completamente avergonzado y con la cara ardiendo, desvió la vista tímidamente, intentando quitarse su instrumento lo antes posible de encima para poder salir a tomar aire de igual manera, se sentía un poco acalorado. Aun así, de un momento a otro el vocalista estaba cerca, tanto que se vio obligado a retroceder, chocando con uno de los amplificadores, en el que acabó sentado mientras su pareja se inclinaba hacia él, apoyando sus manos en el mismo, a cada lado de su cuerpo. Luego de los breves intercambios de palabras que habían tenido, aquello le resultaba del todo impredecible, pero de todas formas, no podía negar que le gustaba.


—¿Recuerdas lo que pasó… esa noche? —Su voz sugestiva flotó hasta sus oídos como una suerte de invitación, mientras inmiscuía su nariz entre los cabellos cerca de su rostro. Maldito Yo-ka y maldita su absurda capacidad para idiotizarlo de tal manera.

—Cada minuto… —respondió al instante, con total certeza pero casi en un susurro, buscando acercar su rostro un poco al suyo. Aquella ansiedad que sentía de tenerlo cerca desde esa noche, era increíble; lo superaba. Esa respuesta parecía haberlo dejado satisfecho, puesto sintió en medio segundo sus labios húmedos presionando en su mejilla, para luego dirigirse a su boca o eso creyó cuando el otro le sujeto el rostro firmemente. Pero pese a que sintió el tenue roce de sus labios y en acto reflejo había entreabierto los suyos, el anhelado beso nunca llegó como tal.

Tan sólo sintió su lengua acariciando entre ellos tortuosamente, seguido de aquella frase que había repetido en su mente hasta ese mismo momento, incesantemente.

—Esperaré ansiosamente la próxima vez, Sho…

Y simplemente se fue, dejándole solo en aquella sala con aquel problema entre las piernas, el mismo que tenía en ese momento al rememorar aquel momento con total nitidez.

 

 

Apenas tuvo tiempo de ponerse el libro sobre su «problema» cuando sintió la puerta del baño al fin abrirse, para luego ver al vocalista pasar frente suyo con total crueldad, apenas con una toalla sobre la cintura. La noche anterior, luego de casi desmayarse en el backstage después del concierto, habían acabado cargando a Yo-ka hasta la habitación completamente fatigado, a medias con Kei. Pero aquella noche parecía intacto, como si recién se alistase para siquiera ponerse el traje. Envidiando las gotas de agua que aún resbalaban por su espalda, acariciando su piel blanca sólo decorada por aquellos gráciles lunares, suspiró involuntariamente.

 

 ¿Qué le pasaba? Se sentía un adolescente hormonal de nuevo.

Tratando de calmar su mente y sus instintos, dobló sus rodillas subiéndolas lo suficiente como para poder disimular la semi-erección que aún tenía. Hizo ademán de querer concentrarse en el libro nuevamente, cuando de pronto vio como el mismo simplemente desaparecía de su campo visual en un rápido movimiento, volando lejos y siendo reemplazado por el rostro de Yo-ka, aún con la toalla puesta y con el cabello estilándole encima, humedeciéndole el pijama que ni sabía para qué se había puesto.

—Oye, Sho… —Lo sintió ir hacia su oído—… estás ocupando mi cama —dijo con voz ronca, en aquella sensible zona. Nuevamente, pensó que su cara de idiota debía de haber sido de antología, porque al instante Yo-ka estaba carcajeándose de manera traviesa, plenamente consciente de que le tenía bajo su control—. Pero no te preocupes —continuó, mientras se sentaba a horcajadas sobre el bajista, observándose prácticamente en los orbes del otro—, podemos dormir juntos, si quieres…

 

Shoya supo de antemano, mientras lo veía quitarse la toalla de una vez por todas, que lo que menos haría esa noche precisamente, sería dormir.

 

Fue una fortuna que al día siguiente les tocara descanso, o si es que así se le podía llamar al tener que trasladarse de una zona del país a otra, para seguir dando conciertos. Para cuando se bajaron del avión para irse esta vez a habitaciones completamente individuales, ninguno de los cuatro sabía a ciencia cierta por las gafas de sol que se traían todos pese a que estaba nublado, quién estaba más indispuesto como para siquiera existir. Por distintas razones, nadie había podido dormir casi nada y el ánimo apesadumbrado se dejó sentir aún en la tarde del día siguiente cuando, intentando ser lo más profesionales posible, tenían programado el ensayo de rigor antes de la segunda etapa de la gira.

Cuando llegó Shoya, se encontró a Kei solo, haciendo algunos acordes. Pese a que ya venía tarde, no había ni atisbo de Yo-ka que solía ser puntual, ni menos de Yuu.


Ya iba a decir algo cuando casi al tiempo aparecieron ambos. Yo-ka como un papel y con una bufanda cruzada, aunque los saludó a ambos animadamente, mientras que el baterista se limitó a levantar la mano y quitarse el abrigo, estirando los brazos. Esperaba que el líder les dijera algo, pero siguió sumido en lo suyo, señal de que no estaba de muy buen ánimo. En poco, pudieron comenzar el ensayo, aunque bastante retrasados. No iba ni la tercera canción cuando Yo-ka pidió una pausa para beber algo; estaba quedándose afónico. La cara del guitarrista cambió a una de muerte y Yuu, parecía haber tomado alguna bebida agria por la cara que se traía, pero Shoya estaba seguro de que eso no tenía nada que ver con la situación actual; al pelinegro le estaba sucediendo algo y estaba seguro de que no era menor.

 

Pese a que conocía a Yuu sólo de su actual banda, sabía que en el instrumento era metódico y pulcro, solía llevar los ritmos bien y tal vez por su habitual buen humor, nada parecía afectar su ejecución; era un baterista muy hábil. Que al pelinegro se le escapase un golpe o le cambiase el ritmo a algo por error era impensado (además de que algo así volvería loco a Kei), sin embargo, por ser su compañero rítmico y ser un poco obsesivo en el tema, llevaba un tiempo ya notando imprecisiones primero sutiles y en los últimos conciertos, un poco grotescas. Tal vez para sus compañeros podía pasar desapercibido, pero por alguna razón a él le parecía que de pronto Yuu no podía golpear los tambores con la misma fuerza de antes, lo que acababa perjudicando el sonido a la larga. Si la entrada era tenue, casi no se oía y el mismo día anterior, Kei se había adelantado en el solo en medio del ajetreo en una de las canciones finales del Live debido a lo mismo.

 


Por otro lado, podía notar a la perfección que la relación entre ese par no iba nada bien, pero no era algo que debiese dejarse pasar si querían mantener la calidad de su música. Observó a Yuu detenidamente mientras se acomodaba las muñequeras, la derecha se veía más abultada. Decididamente preocupado caminó hasta él dispuesto a preguntarle si estaba bien, pero en ese momento el vocalista reapareció en la sala, alegando que era hora de trabajar.

 

 

No obstante, casi al finalizar el primer tema con el que retomaron, el vocalista dio un giro algo torpe y fue a dar con un amplificador, generando un sonido espantoso con el micrófono. Kei le bajó al ritmo a la guitarra, alerta de si se había lastimado o no, pero se puso de pie haciendo un gesto con la mano por lo que terminaron la canción como si nada hubiese pasado. Antes incluso de que alguien le preguntase algo, anunció la siguiente de la lista; se veía que se estaba esforzando mucho, el bajista le conocía bien. Pero también sabía que si alguien se metía con Yo-ka cuando estaba empecinado en algo, le podía despertar toda la ira dormida de un segundo a otro, por lo que decidió confiar en su criterio en cuanto a sus propios límites, mirando de reojo a Yuu mientras tocaba.



Hacía muecas, muecas de dolor. Estaba seguro, era el brazo derecho el problema, incluso por la forma en que sus venas estaban dilatadas, marcándose con claridad, era más que probable que el otro estuviese aguantándose silenciosamente. No pudo evitar angustiarse un poco. Y es que, pese a que el pelinegro solía verse extrovertido, lo cierto es que jamás se quejaba de nada, tan sólo recientemente, pero era normal si lo estaban sacando de sus casillas a cada momento entre tanta presión. Él parecía de ritmo tranquilo y las cosas sucedían de manera imprevista y demasiado deprisa últimamente, ¿podría haber causado eso finalmente, que se lesionara?



De un momento a otro, todo su hilo de pensamientos se cortó cuando pudo apenas atisbar la silueta de Yo-ka cayendo. Sin pensarlo ni medio segundo ni preocuparse en absoluto de la nota siguiente, de Yuu o de lo que fuera, sólo se quitó el bajo para apurarse en recoger al vocalista, quién pese a que seguía despierto y se había apoyado en su brazo buscando estabilidad en el suelo, parecía confundido.

—Está ardiendo —sentenció Kei, quien había colado de forma instintiva sus manos primero a su frente y luego a su abdomen.  «Maldita sea» pensó sin quererlo, dirigiéndole una mirada preocupada a Shoya, quien se la devolvió silenciosamente. El pelinegro se levantó del taburete, inclinándose al lado de Yo-ka a quien tenían sentado en el suelo aún. El líder por su parte ya escribía rápidamente al mánager acerca de la situación.

—Idiota…—soltó de repente Yuu, dirigiéndose al vocalista—. ¿Es que no podías decir que te sentías mal?
—¿Y tú? —Le replicó el bajista sin pensarlo, dirigiendo una mirada acusatoria a la mano enrojecida del otro. Al notar como Kei al instante dejaba de ver al móvil para observarle, el aludido simplemente se puso de pie y salió de la sala, evitando así preguntas incómodas.

 

 

Pese a que por lo sucedido debieron retrasar los conciertos venideros, la condición de salud del vocalista parecía haber empeorado, casi no podía hablar. Finalmente acabaron tomando nuevamente un receso, regresando a Tokio. Las nuevas fechas se programarían luego.

 

 

Desde aquel día en que Yo-ka se había desvanecido en pleno ensayo, el bajista había pasado casi cada momento a su lado. El vocalista podía ser talentoso en muchos sentidos, pero carecía casi por completo de la capacidad de cuidarse a sí mismo. Era algo por lo que pensaba que hacía buena dupla con Kei en la música; porque se exigían hasta el extremo y eran demasiado trabajólicos.



Yuu se esfumó en cuanto pisaron la capital, probablemente aún en plan de huida. En tanto, Shoya y Kei se encargaron de llevar al vocalista casi contra su voluntad al médico y posteriormente a su casa. Siendo previsores, incluso se pasaron al supermercado para llenarle la despensa al convaleciente que como sospechaban, la tenía por poco vacía.

 

—Yo-ka, las sopas instantáneas no son comida de verdad, ¿sabes? —dijo Kei, mientras terminaba de recolectar en una bolsa cerca de una docena de potes esparcidos en diferentes lugares de la casa.

—Las ham…sas… poco —«Las hamburguesas tampoco», intentó replicar Yo-ka aludiendo a la sabida dieta habitual del líder, cliente premium de Mc Donalds. No obstante, dado su aguda disfonía logró sólo sonidos entrecortados. Bufó frustrado al ver como el guitarrista se reía en su cara, de buena gana—. Te odio —le musitó, en un hilo de voz. El otro, de bastante buen humor, le sacó la lengua antes de dirigirse al basurero.

—¡No intentes hablar!  ¿Qué no escuchaste al médico o te vas a hacer el tonto? —Escuchó al bajista reclamar, mientras (a su parecer) con extrema crueldad, le abría las cortinas de par en par resintiéndole los ojos con la luz y tosiendo a causa del polvo acumulado. Aquel lugar necesitaba ser higienizado, definitivamente.


Así fue como, luego de obligar a Yo-ka a permanecer en su habitación trancando la puerta de la misma, ambos, guitarrista y bajista, se dedicaron a dejar aquel lugar habitable durante toda la tarde. Después de todo, según el pronóstico del médico estarían de vacaciones obligadas por al menos dos semanas si no querían acabar por completo con las cuerdas vocales del semi-rubio.

 

Luego de ser alimentado en exceso como si estuviese en casa de los padres de Kei, el vocalista suspiró aliviado cuando el guitarrista anunció que ya se iba. El problema era que, en ese mismo instante, Shoya también se puso de pie, al parecer dispuesto a largarse con él.


No fue capaz de pensar en nada que decir para impedir que se fuese. Había pasado tanto tiempo a su lado que pensar en cualquier distancia en la que el fantasma de la camioneta negra pudiese inmiscuirse, le daba pánico. El líder ya se calzaba los zapatos y Shoya iba a lo mismo, cuando precipitadamente, le sujetó de un brazo.

—¿…también…vas? —Alcanzó a formular de aquel «¿tú también te vas?». No sabía que tan desvalido se veía en ese momento, pero supuso que bastante por el gesto entre preocupado y compasivo que puso el bajista, antes de devolverse sobre sus pasos y simplemente acariciarle la cabeza.

—Eh… yo, voy a esperar afuera —soltó el guitarrista oportunamente, antes de desaparecer en silencio por la puerta que dejó semiabierta de todas maneras. Sin importar lo enfermo que estuviese, se le agitaba un poco la sangre cuando recordaba que la relación del par aún se estaba restituyendo, luego de haber alcanzado niveles de violencia insospechados.

—¿Prefieres que me quede contigo hasta mañana?

Sólo asintió. «Toda la vida si quieres» pensó, pero se avergonzó de lo cursi que le pareció haber pensado aquello. Le hizo un gesto para que se acercase.

—Bueno, pero de todos modos me voy con Kei para recoger algunas cosas en mi casa, ¿bien? —Sonrió satisfecho. Aquel «¿sólo mañana?» que le susurró había funcionado como esperaba. Aun así, le costó soltar su agarre, Shoya sólo le sonrió de manera dulce y es que, si pudiera verse a sí mismo, tal vez podría aseverar como él, que todo su ser le estaba gritando «te necesito» en ese momento.

—Sho…—dijo impulsivamente, antes de que saliese—…no tardes —. De forma tal vez de igualmente impulsiva, el nombrado sólo regresó y sujetando su rostro le dio un beso. Aunque no solía ser así entre ellos y estaba claro quien era el de la iniciativa, sencillamente había sido irreprimible. Tan rápido como se había aproximado a él, también se retiró, soltando a los lejos un «no tardaré», antes de cerrar la puerta dejándolo al fin solo en la estancia. Suspiró, le ardía la cara nuevamente, pero por el ritmo frenético de su corazón estaba seguro de que no era la fiebre. Volvió a la habitación y miró los medicamentos sobre ella, estaba dispuesto a sabotear su propia salud si era necesario con tal de tenerlo a su lado tanto como fuese posible.

 

Y así lo hizo al menos la primera semana, obligando al bajista a ausentarse nuevamente una tarde para ir a buscar más ropa a su propia casa. ¿Debían haber vivido juntos desde un comienzo? Estar así con Shoya le hacía sentir algo que no conocía. Estaba acostumbrado a estar solo desde siempre y por eso, la idea de establecerse o de vivir con alguien antes le parecía terrorífica, simplemente no se veía a sí mimo compartiendo su espacio privado con otra persona. Sin embargo, la compañía sostenida del bajista estaba haciendo temblar aquella convicción hasta sus cimientos. Verlo a su lado al despertar se le había hecho una grata costumbre, aquellos días que lograba despertar primero, dado que gracias a todo eso se había dado cuenta que el otro era realmente madrugador.


Y que tenía la horrible costumbre de escuchar Punk a todo volumen antes de las 9 de la mañana.

 

Seguirlo por la casa mientras se movía de un lado para otro, observarlo cocinar, abrir las cortinas, sentarse a su lado en la mesa y comer, hablar con él a susurros de montones de cosas que jamás pensó que tendrían en común o que pudiesen tratar y que le riñera cuando se reía en voz alta maltratando su voz; abrazarlo en la noche, mirarse el uno al otro en silencio y luego besarse calmadamente, se estaba convirtiendo casi en una necesidad. Por ese espacio de alrededor de 12 días, no había existido prácticamente nadie más en su mundo para él y pensaba que podía entender al fin, por qué para la mayoría de las personas, palabras como «hogar» y «familia» tenían tanto peso.



Para él, que sentía que nunca había pertenecido a ningún lugar más que a los convulsos escenarios, metido en un ajustado traje a la usanza visual kei, lo único que se asemejaba a una familia era Shoya y su hogar, lo que habían estado viviendo juntos durante ese breve espacio de tiempo. Llegar cada noche a abrazar su cálido y delgado cuerpo le parecía una idea hermosa al lado de tan sólo encontrar una casa fría y vacía. Sentía que cada una de esas situaciones tan cotidianas, se le estaban grabando fuertemente en la mente y a medida que se acercaba el plazo para volver a la compañía, la angustia lo embargaba pensando en que las cosas de pronto pudiesen cambiar, que ya no hubiese una razón por la que él quisiera estar a su lado de esa forma.

 

Sumido en aquellos obscuros pensamientos, le sorprendió el bajista mientras se acomodaba frente al tocador de la habitación del nunca suficientemente vanidoso Yo-ka, para secarse el cabello y luego recostarse a su lado a dormir. Le habló de algunas cosas en tanto, pero él no parecía realmente interesado en nada, podía notarlo; algo le preocupaba.

 

Una vez junto a él en la cama le sostuvo la mirada, que había notado fija en sí desde hacía unos momentos, vigilando cada uno de sus movimientos. No le molestaba en lo absoluto, pero le preocupaba ese mutismo y aquel semblante inexpresivo, en él siempre tan locuaz y ocurrente.



—Buenas noches…—le susurró de pronto. Le respondió de igual manera y se giró sobre su costado, frente a él para poder dormir. Pese a que lo intentó, a los pocos minutos acabó abriendo los ojos encontrando a Yo-ka despierto, como esperaba, con los ojos fijos en el techo. Se desplazó acercándose a él y acarició su pecho con una de sus manos, llamando su atención suavemente. Se miraron en silencio, en la habitación apenas iluminada por el visillo entreabierto. Notó como el vocalista se acercaba lentamente, hasta dejar sus rostros a escasos centímetros de distancia. Cerró los ojos, disfrutando de la suave caricia que le brindaba en ese momento sobre el rostro, con su mano fría.

—Sho… —Ante aquel llamado, abrió los ojos por un momento, rozando su nariz con la suya— …he sido muy feliz estos días. —Quien hablaba tragó saliva, nervioso—. Yo… —Se quedó sintiendo su respiración algo errática sobre los labios, al tiempo que sentía como su propio corazón empezaba a latir de manera irregular. Yo-ka no era el tipo de persona que decía esa clase de cosas, no directamente y no obstante estaban ahí, tan cerca que casi podían fundirse en la oscuridad y él le estaba abriendo de forma sincera sus sentimientos, como nunca—. No quiero que te vayas —remató al fin, sintiendo de pronto como si fuese a llorar.


Sintiéndose conmovido de igual manera, Shoya se abrazó a él con fuerza notando como el vocalista se aferraba con desesperación a su cuerpo y sin premeditarlo, al mismo tiempo, encontraron los labios del otro, uniéndose en un beso profundo e intenso, necesitado. Casi no podían apretarse más mutuamente, por lo que en poco tuvieron que detenerse para recobrar el aliento.

 

Siendo presa de un calor abrasador, se separó de él un momento para poder quitarse la camiseta, que además de su ropa interior era lo único que traía puesto. Pese a que había estado evitando aquella idea, considerando su estado de salud que oscilaba entre la normalidad y la fiebre de forma vertiginosa, estaba absolutamente seguro en ese momento; necesitaba hacer el amor con Yo-ka. Necesitaba desesperadamente fundirse con él y por la forma en que el otro subió sobre él casi al instante, supo que pensaban y sentían exactamente lo mismo.

 

No sabía si porque habían estado todos esos días juntos, sentía como si su pareja pudiese casi leerle la mente, o tal vez el cuerpo tocándole exactamente en los lugares precisos y de la forma en que deseaba, mientras le besaba lenta pero apasionadamente. Estaba acostumbrado a un Yo-ka dominante y agresivo, pero en ese momento lo sentía como un igual y aquella sensación era tan cómoda que le hacía sentir pleno. Era como si, aquellas palabras que le dijo tan sentidamente, hubiesen descubierto inevitablemente una parte oculta de él. Una dimensión que podía ser dulce y terriblemente erótica al mismo tiempo, que le hacía sentir como si fuese a derretirse entre sus brazos.

Más aún lo sentía, mientras era doblemente estimulado por sus dedos húmedos y su lengua, antes de hundirse en él de una vez por todas, lenta y profundamente en un comienzo, para terminar acompasando un ritmo perfecto juntos. Le besó, mucho y ansiosamente, aún cuando rápidamente respirar se les hizo difícil. Por primera vez, sentía que Yo-ka lo estaba viendo, que podía entender cada uno de sus indescifrables sentimientos e inagotables necesidades y que se estaba entregando, tanto como él lo había hecho cada vez que se habían unido carnalmente.

 

Era tan intenso lo que sentían que, acercándose al clímax, temblaban.   El bajista le besó una vez más, ahogando la voz entrecortada de su pareja que en esa ocasión no reprimía sus jadeos ni gemidos, probablemente porque todo era demasiado como para poder tenerlo bajo control. A decir verdad, él sólo se estaba dedicando a disfrutar cada segundo y cada centímetro del cuerpo del contrario, que en ese instante sentía absolutamente suyo, incorrupto, como siempre debió haber sido.

Deleitándose en los gemidos de su amante, no hicieron falta muchos más movimientos para rápidamente caer rendido en sus brazos. Se cobijó un momento en aquel amado cuerpo húmedo y tembloroso en ese momento, acariciándole con cariño y besando aún la piel que estuviese al alcance de sus labios. Si aquello no servía para que Shoya lo amase para siempre, no sabía que otro recurso explotar; simplemente ya no tenía ninguno. Se sentía algo aturdido, profundamente emocionado y también terriblemente desnudo, en un sentido más que físico, pero la calidez del bajista le parecía un lugar seguro.



Un lugar del que no quería irse nunca.

 

Momentos después de que su pareja regresase del baño al fin, cruzó su brazo desde atrás por su vientre cálido, sin notar ningún tipo de tensión en él. A los pocos segundos, la mano del bajista se depositó sobre su extremidad, brindándole una suave caricia; podía notarlo, estaba relajado y quedándose dormido.



Se pegó a él, permitiéndose oler el cabello de su nuca humedecido por la intensidad del acto que acababan de realizar y luego, deslizando su nariz hacia su cuello, absorbió nuevamente el olor esta vez de su piel abrazándose un poco más a su cuerpo, aún muy cálido.



«Así es como debió haber sido la primera vez», meditó, sintiéndose a la vez levemente acongojado. Todo aquello le parecía irreal como un sueño, como una burbuja que de pronto le explotaría en la cara y volvería a arrastrarlo lejos, al mismo punto de incomodidad, ansiedad, rabia y tristeza en el que había estado sumido en las últimas semanas. Devolviéndolo así, insalvablemente a aquella ambivalencia en que quería, odiaba y deseaba a aquella persona a la que se aferraba, al mismo tiempo.



Tenerlo y no tenerlo a la vez, era tan extraño.

 

Aun así, aquellos días y precisamente hace unos momentos mientras le hacía el amor con toda calma y de una forma desconocida para sí mismo, sin ápice de rabia, sin necesidad de dominarlo, había podido sentirlo sólo suyo; como si al fin hubiese logrado de alguna forma extinguir aquella invisible mancha densa que parecía consumir todo lo bueno que alguna vez había adorado de él.

 

Ido en aquellos pensamientos y emociones, apoyó la palma de su brazo izquierdo, en el cual descansaba la cabeza de Shoya, en su frente empujando su cabeza suavemente hasta atrás y exponiendo así, su cuello en el cual depositó un suave beso incorporándose levemente. No entendía por qué su corazón estaba latiendo de forma tan violenta en ese momento, pero parecía ser, que no podía dejar de besarle, aunque ya lo hubiese hecho gran parte de la tarde y de la noche. Besó a continuación suavemente su mejilla, intentando no incomodarlo demasiado y pudo sentir los músculos de su cara moverse; estaba sonriendo. Suspiró involuntariamente y temiendo que el otro lo notase, sólo volvió a esconder su nariz entre su cabello revuelto.


—Buenas noches, Yo-ka… —musitó él, adormilado y sereno.

—Buenas noches —susurró en respuesta, aún oculto entre su cabeza y la almohada.

En poco, la tibieza de su pareja y su tranquilo dormir le ayudaron a relajarse. Al fin se dormía cuando un tenue sonido de pronto le cortó el sueño; el teléfono de Shoya estaba vibrando sobre el velador, ¿y quién demonios lo llamaría a esa hora, casi de madrugada?



«Quizá es el neurótico de Kei», intentó pensar, volviendo a cerrar los ojos. Esperó a que el aparato dejase de vibrar, intentando calmarse y lográndolo por un momento cuando al fin se hizo el silencio. Pero, en nada y casi al tiempo de que el móvil volviese a vibrar de forma breve al recibir al parecer un mensaje, recordó que el guitarrista los había llamado hacía nada más unas cuatro horas. Se tensó, perdiendo definitivamente todo rastro de sueño que hubiese logrado reunir. Sin poder aguantar mucho más se deslizó suavemente debiendo hasta contorsionarse un poco para poder alcanzar el teléfono con su brazo derecho, sin tener que remover el izquierdo ni despertar al bajista, quien en cualquier caso parecía estar absolutamente inconsciente.



Con el móvil en su poder, descubrió para su sorpresa que ahora este solicitaba una contraseña para ser utilizado. No pudo evitar mirar de reojo al castaño con desdén, antes de intentar probar algunas posibles combinaciones. Dio con la clave justo en el tercer intento.

 

“SidVicious”


 

Por un momento, se regocijó de conocerlo tan bien.

 

«Estoy seguro de que ese hijo de puta jamás podría haberlo adivinado», aseveró en su mente, yendo rápidamente al registro de llamadas.

El número simplemente estaba registrado como «0»: un número cero y había llamado sólo una vez en el día, hacía nada. Frunció el ceño y miró el semblante tranquilo del bajista, siendo embargado por una sensación ambivalente de tristeza, nostalgia e ira. ¿Tan importante era él como para tomar esa clase de resguardo? Se debatía entre dejar de hacerse eso a sí mismo, lanzar el teléfono a cualquier parte y abrazar a Shoya hasta partirle el cuerpo o si arrojarlo a él lejos, tomar su ropa e irse al diablo, aunque estuviesen durmiendo en su propia casa.

 

Cerró los ojos, abrumado y confundido. Tal vez en ese acto tuvo la lucidez de recordar que no había revisado los mensajes. Activándose de inmediato, notó que sólo había mensajes del día; probablemente, tenía la cautela de borrarlos a diario.

 



[ 0 / 16:14]

¿Cómo has estado? Hace días que no sé de ti.

-
[ 0 / 18:02]

Bueno, quizá estás muy ocupado con la banda… sólo es que normalmente, me lo habrías dicho.
-

[0 / 18:03]

O eso creo.


[0 / 23:30]

Shoya, de verdad… ¿pasa algo?
Perdón si es inesperado, pero iré a tu casa.
-

[0 / 23:32]

Si quieres salir o no… aun así estaré ahí.

 

 

 

Apretó el teléfono inconscientemente hasta que le dolieron los dedos, parecía que fuese a explotar de pronto, ardiendo súbitamente a una temperatura sobrehumana. ¿Sería fiebre otra vez? Lo dudaba. Quería mirar al bajista, pero no podía, tenía miedo de perder el control aunque era plenamente consciente de que lo que menos deseaba en el mundo era volver a herirlo de cualquier manera, aun así, le sobrepasaba la ira. Pese a que los mensajes habían sido del todo ignorados, no podía evitar pensar que, si no fuese porque había estado «entretenido» con él desde hace varios días, probablemente habría estado reuniéndose con aquel tipo, aquella misma noche.

 

La sola idea lo laceraba por dentro, extinguiendo toda agradable sensación que pudo haber tenido hasta ese momento. Cerró los ojos con fuerza intentando mantener dentro de ellos las lágrimas furiosas que amenazaban con salir.

 



Pero, no era momento para ser débil. Si tenía una oportunidad de reestablecer en algo su dignidad y orgullo era justo en ese preciso instante. Sacando de valor de no sabía dónde, con el sigilo de un felino se deslizó por debajo del cuerpo de Shoya perturbándolo apenas como para que se acomodara un poco sobre la cama y siguiera durmiendo. Así, luego de unos pocos minutos, vestido en tiempo récord y hasta con un gorro negro puesto, se cercioró de que aún estuviese completamente ido en su descanso, para luego, firmemente decidido, tomar de la percha la gabardina verde militar de su pareja y echando un último vistazo, famélico, abandonar la calidez de su hogar en busca de una sola cosa:

 


Venganza.

 

 

Le temblaban las manos y no sabía si era de la ansiedad o el saber que estaba haciendo algo que podía no ser bueno, pero sí justo… al menos en la forma en que él entendía la justicia.

Cuando se bajó del taxi, casi corría mientras se acercaba a paso seguro hacia la casa de Shoya. Había tomado la precaución de pedir que le dejara varias calles apartado de su destino; si quería sorprenderlo, no podía levantar sospechas.  El viento le golpeaba fuerte la cara y le revolvía los pequeños trazos de cabello decolorado que, ya crecido, sobresalían de los costados del gorro que traía puesto. Se cubrió esta vez con el mullido gorro de la gabardina de su pareja; estaba seguro de que caería.

 

 

Casi vomitó su corazón cuando notó a unos metros y en la acera contraria a la casa del bajista, la camioneta negra. Estaba ahí. Estaba ahí y aguantarse las ganas de romper una rama de un árbol o tomar cualquier objeto contundente y reventarle el auto y la cara al dueño de la misma, le resultaba bastante difícil. En ese momento le embargaba una extraña sensación de emoción. Avanzó esta vez a paso lento, por el costado de la calle que daba directo a la casa y metió las manos en los bolsillos del abrigo, ahí estaban las llaves del inmueble.

 

Aquellas que Shoya no utilizaba hace varios días.

 

Iba a encender el cuarto cigarro, con la ventanilla del conductor abierta, cuando lo vio asomar por el costado de la calle. Aoi había estado esperando por casi una hora y hacía un frío endemoniado, aunque más frío tuviese el corazón con la angustia de no saber si él estaría bien, pero claro —suspiró aliviado— probablemente el castaño al que tanto extrañaba sólo había ido a darse una de sus clásicas caminatas nocturnas, de aquellas que «son necesarias para poder seguir viviendo» según le había dicho en una de aquellas eternas noches en las que habían ido a conversar en el cerro a las afueras de la ciudad, mientras contemplaban las luces de la misma, a falta de estrellas que iluminasen la oscuridad en aquella época del año. Por alguna razón, cuando Shoya hablaba, sus ojos le parecían más refulgentes y bonitos que cualquier estrella.

 

«—Cuando necesito ordenar el caos del mundo, cierro los ojos… —se calló de improvisó, realizando la acción que acababa de describir.
—¿Sí? »

Se bajó del auto, mientras aquella conversación de la última vez que lo había visto volvía a reproducirse con total nitidez en su mente.


«— Y entonces camino. —Lo observó caminar mientras se balanceaba con las manos dentro de la gabardina verde, haciendo un movimiento grácil, mientras sonreía. Rio sin poder evitarlo, mientras el otro se volteaba a verlo y le devolvía una tímida sonrisa, sujetando el gorro de su abrigo—. Hace mucho viento, Aoi —añadió, mirándole fijamente—  deberíamos entrar al auto… ¿no?»

Lo que vino después, prefería pensarlo y regocijarse de ello detenidamente luego.

 

Estaba justo tras de él, lo quemaban las ansias y todo sucedió muy deprisa.

Como una visión angelical que se convierte en pesadilla, tan sólo alcanzó a tomar el brazo de Shoya de espaldas a él en el umbral de su casa para acabar medio segundo más tarde en el suelo con sangre en la boca, luego de haber recibido un puñetazo en toda la nariz con desmedida violencia. Ni siquiera tuvo tiempo para procesar lo que estaba pasando, porque en nada recibió una patada por el costado que por poco no le quebró las costillas y luego una segunda, más leve pero no por eso menos dolorosa.



Mientras escupía sangre en el suelo doblado sobre sí mismo, intentando recuperarse, levantó la vista. No podía ser, no podía ser él… no tenía sentido. Pero era su ropa, era confuso.



Y estaba en lo correcto, no lo era.


La visión de Yo-ka quitándose el gorro del abrigo mientras se ponía unos guantes sin quitarle la vista de encima, era lo más aterrador que había presenciado en su vida.

 

—No soy a quien esperabas, ¿no?  —le espetó con una sonrisa queda, mientras avanzaba lentamente hacia él.

 

Pudo ver en sus orbes enormes, la confirmación de que si no salía de ahí rápido iba a morir esa noche.

Se volteó para apoyar sus manos en el suelo e intentar pararse lo más pronto que su adolorido cuerpo le permitiese, pero de manera demasiada veloz para un humano normal, el semi rubio vocalista se posicionó a su altura y jalándolo del cabello lo devolvió de rodillas al piso desde atrás. Tosió y aprovechando ese momento, su captor le apresó por el cuello con su brazo izquierdo, apretando con fuerza e impidiéndole así inhalar el aire suficiente al guitarrista, quien hiperventilaba.

El inmovilizado jadeó de terror, tratando de quitarle el brazo y removiéndose con todas sus fuerzas, gruñendo por el esfuerzo mientras Yo-ka no emitía sonido alguno más que el de su propia respiración, que él podía percibir cerca de su oído derecho; densa, fuerte, como la de un decidido depredador.


Como si se tratase de una fiera que, con la certeza de haber cazado a su presa, sólo espera el momento justo para darle fin.

 

Mientras la vista se le hacía borrosa, pensaba en cómo demonios es que Yo-ka y no Shoya, se encontraba ahí en ese momento. La posibilidad de que el bajista lo delatara le parecía improbable, por no decir imposible. Por un momento, incluso temió que el hombre a sus espaldas, que a esas alturas ya consideraba un completo psicópata, lo hubiese lastimado precisamente antes de ir luego a por él. Ante la sola idea, reaccionó de manera impulsiva y le mordió fuertemente en el brazo con el que le aprisionaba, el cual estaba semi descubierto con todo el movimiento del forcejeo.

Escuchó al otro sisear, pero dejó su desesperado intento en cuanto sintió algo metálico situarse por el otro lado de su cuello. «Va a degollarme», pensó aterrorizado.

 

—Quieto, animal. —Le escuchó decir al fin, con voz enrarecida.



Pese a lo decidido que parecía, en ese momento el semi rubio se maldecía a sí mismo por lo bajo; ni siquiera llevaba un arma real consigo. Aun así, de manera terroríficamente creativa se le ocurrían al menos 15 maneras diferentes de lastimar al pelinegro en ese momento. Incluyendo aquella estúpida llave con la que había sido tan fácil amedrentarlo.



«¿Qué le viste exactamente a este idiota?», le recriminó imaginariamente a Shoya, al notar su superioridad en ese momento.


Presionó buscando la arteria del otro. No se le hizo tan difícil con la presión que tenía ejercida, además Aoi ya parecía entrar en estado de shock.

—No es un arma, idiota… pero sabes que incluso con esto, podría matarte, ¿verdad? —dijo burlonamente. Ante aquello, el guitarrista repentinamente se activó e intentó volver a zafarse, pero Yo-ka incrementó la fuerza y la presión del agarre jalándole hacia atrás y haciéndole perder el equilibrio. Pudo sentir una lágrima del otro correrle por la mano, probablemente por el terror o el esfuerzo.

«Patético» pensó, acercando luego su boca hasta el oído de su víctima—. ¿Tienes miedo? —El apresado intentó zafarse, completamente aterrorizado. Podía sentir la mandíbula apretada en las palabras que el otro arrastraba con odio hacia él—. Yo también tenía miedo de perder a Shoya, bastardo…—dicho eso en un tono de voz más elevado, de improviso introdujo violentamente una llave en la nariz del otro deleitándose con sus convulsos movimientos, para luego jalar hacia afuera con fuerza, rompiendo el tejido blando y lastimando de paso con el tirón, la piel hacia la boca, generándole así un nuevo sangrado más profuso que el anterior.

 

Pero no había terminado.

 

Aún mientras el pelinegro abría la boca intentando obtener la mayor cantidad de aire de ese modo, al sentir su nariz inutilizable, no tuvo ni atisbo de piedad y lo soltó inesperadamente, haciendo que se golpease en la cabeza al caer bruscamente hacia atrás. Notó cómo trataba de girarse, más para protegerse a sí mismo que para huir a esas alturas, pero sin darle mucho tiempo se sentó a horcajadas sobre él, rodeando esta vez con ambas manos su cuello, el otro hizo lo mismo en acto reflejo, removiéndose e intentando luchar contra él mientras empezaba a ejercer cada vez más fuerza.

 

Contemplando el rostro indolente del vocalista que lo miraba fijamente a los ojos mientras lo asfixiaba, no podía evitar lamentarse, aunque no por el hecho de estar en peligro en ese momento. Con toda sinceridad, aún si moría de verdad esa noche, no se arrepentía de absolutamente nada. Lo único que en verdad le dolía era la idea de no poder volver a mirar a Shoya, ni de besar sus labios o sostenerlo entre sus brazos, nunca más.

 

A Yo-ka le temblaban las manos, aun así, no podía dejar de apretar con más fuerza, mientras el temblor se extendía a lo largo de sus brazos, como si fuesen pequeños insectos recorriendo su cuerpo, alcanzando cada rincón.


Tenía a quien había estado buscando justo ahí a su merced, al maldito que había arruinado su perfecta realidad, su cuidado sueño y el momento especial que había estado preparando con tanto esmero, por tanto tiempo.



Pero tenía miedo.



¿Realmente era un asesino?



«Este no es momento para ser débil», se dijo a sí mismo, abriendo los ojos que había cerrado en apenas aquellos momentos de fragilidad. Se encontró con la oscura y penetrante mirada del otro nuevamente, sintió como pese a que cada vez estaba más pálido aún lo desafiaba. Sin poder contenerse, le plantó otro puñetazo, casi llorando de la impotencia. No había manera de poder perdonarle algo así ni de deshacer todo lo que había sucedido. Pero sabía que había una forma más rápida de destruirlo y lo mejor, es que era absolutamente verdadera.



Esperó a que el pelinegro lo mirase de nuevo, enrabiado.

—¿Sabes por qué él no vendrá?... —Presionó con un poco más de fuerza, haciendo que el otro tosiera, salpicándole sangre. «Repugnante», pensó por un segundo, antes de continuar— …porque está durmiendo en mi cama en este mismo momento. —Se inclinó un poco más cerca de él y añadió—: El resto de la historia… no quieres saberla, ¿verdad?



Pudo observar el inmediato efecto de sus palabras en el rostro perplejo y luego desolado de su víctima, quien simplemente desvió la vista, dejando de forcejear.

 

—Pero no te preocupes, Aoi… —Insolentemente, siguió su rostro con el propio, el cuál había girado en acto reflejo, no queriendo quebrarse delante de su victimario—. Él lo disfruto mucho —continuó, casi saboreando el efecto de cada palabra.

 

Por un momento, desfilaron por la cabeza del pelinegro todos aquellos gestos, sonrisas, miradas silenciosas de largos minutos; suspiros, los suaves, lentos y largos besos que habían compartido, y finalmente otros más apasionados que había tenido la gracia y la fortuna de obtener de la persona que amaba, la última vez que lo vio. La única en que habían vuelto a hacer el amor; porque sí, estaba seguro, aquello no había sido simplemente sexo. Y por eso, por esa sencilla razón, aunque el otro no tenía como leerle la mente, sus palabras en efecto lo estaban quemando por dentro.

 

Morir.

Quizá ya lo había hecho en ese mismo instante.



Hundido en lo profundo de su tristeza, sintió como, sin luchar más contra la falta de aire rápidamente empezaba a sumirse en la inconsciencia. Su pulso, su sangre parecía que iba a reventarle la cabeza ante la presión, a la que casi no llegaba más oxígeno.

 

De pronto una luz los encegueció a ambos. Probablemente ante la sorpresa, Yo-ka se distrajo y lo soltó, cayendo en cuenta apenas en ese instante que estaban en medio de la calle, que esta estaba manchada de sangre y que un auto se aproximaba hacia ellos. Aprovechando la ocasión, quizá en un último ápice de instinto de supervivencia, el guitarrista incorporándose apenas y en un rápido y certero ataque, le plantó un codazo por el costado de la cara al vocalista, que lo dejó aturdido por unos instantes, con las palmas apoyadas en el suelo. Segundos vitales en los cuales, se puso de pie aún vacilante y débil, e hizo señas al automovilista quién de todos modos, ya parecía haberlos visto y se detenía peligrosamente cerca.



Ante el pánico, en cuanto pudo dejar de sentir que todo se movía a su alrededor, Yo-ka se incorporó como pudo y aún de forma zigzagueante y con el corazón disparado a mil, salió corriendo con todo lo que le dieran los pies. Corrió y corrió como si pudiera escapar de la realidad y de lo que había estado a punto de hacer, intentando controlar su mente, intentando no colapsar.

 

Se detuvo sin saber dónde, la niebla era tan espesa que apenas sí podía ver unos metros adelante, sólo estaba seguro de que no corría en círculos porque reconoció un edificio que estaba cerca de la compañía. Llevó sus manos hasta sus rodillas, doblándose sobre sí mismo; al detenerse abruptamente, le costaba respirar. Buscó apoyo en un auto que estaba estacionado al costado y pudo ver en la ventanilla de este, su propio reflejo, la cara demacrada y las pupilas aún dilatadas por la adrenalina de todo lo ocurrido. Se miró las manos con los guantes manchados de sangre y se los quitó, metiéndolos en la misma bolsa que los había traído. Respiró, intentando calmar su respiración, no había nadie ni medianamente cerca.



Momentos más tarde, sentado en un rincón oscuro de un parque cercano tiró los guantes a un agujero en la tierra y les prendió fuego con un encendedor, mientras se fumaba un cigarro de una cajetilla de diez que Shoya tenía oculta en uno de los bolsillos internos del abrigo, junto al bendito mechero. Aún le temblaban las manos, estaba muy nervioso y se volteaba a cada sonido que escuchaba, sólo para acabar viendo animalillos moverse o comprobar que se trataba apenas de los sonidos propios de la naturaleza en la noche.

 

Había podido comprobar que del abrigo al menos sólo había manchas en la manga, pero aun así nunca pensó en la parte en que debía dar explicaciones, en que Shoya quizá despertaría y aún peor, que Aoi bien podía ya haberlo delatado con él, con el hombre del auto o inclusive con la policía.

Miró la hora en su móvil, casi las cuatro de la mañana; pronto amanecería. Y quizá pronto también, toda su vida como la conocía hasta ese momento, se terminaría. Sin poder entenderse del todo a sí mismo, lloró silenciosamente todo el camino hasta su casa en el taxi que pidió para regresar, oculto bajo el gorro del abrigo del bajista; de Shoya, de su Shoya…



Suyo y de nadie más.



Ojalá él siguiese dormido, ojalá sólo pudiese abrazarlo y olvidar que se había excedido terriblemente con todo. Despertar y darle un beso cuando se tallase el ojo derecho con la mano, como siempre hacía en las mañanas. Porque si bien quería darle un merecido susto al maldito, sin negarse lo mucho que quería hacerlo desaparecer de la faz de la tierra, nunca pensó que podría llegar a casi hacerlo de verdad.

 

Para cuando abrió la puerta de su habitación, apenas si atinó a esconder la manga derecha donde estaban las manchas tras suyo, bajando la mirada en el acto al ver a Shoya sentado en la orilla de la cama, con la camiseta puesta y bien despierto.


«Maldición».

 

Su corazón que ya palpitaba con violencia mientras apenas aún se bajaba del taxi, aumentó su frecuencia casi un 200%. ¿Qué se supone que tenía que hacer?



—Siéntate aquí. —Le escuchó decir tranquilamente, pero sus latidos retumbaban casi más fuerte que su voz—. Yo-ka… —Le escuchó insistir una vez más. Trató de calmarse, pero temblaba, aunque esperaba más que nunca ser imperceptible como cada ocasión en que nadie había notado que no estaba bien. Dio un par de pasos, para poder cumplir con su petición. Contrario a todo lo que él se estaba imaginando, el bajista no estaba ni cerca de vislumbrar lo que estaba sucediendo y si estaba enfadado por algo, era porque no entendía por cuál absurda razón había salido a caminar en medio de la noche, pudiendo tan sólo suponer que probablemente Yo-ka sabía que mientras él estuviera ahí y despierto, no le habría permitido salir de casa con lo enfermo que aún se encontraba.

 

Casi llegaba a la cama, cuando el temblor de su cuerpo y un mareo violento hizo que sus piernas fallaran. Con una mano apoyada en la cama y la otra en la alfombra, luchó por ponerse de pie, porque sabía que Shoya se preocuparía y no quería que eso pasara, pero se sorprendió al ver como sangre empezaba a manchar la alfombra. Asustado y confundido sólo atinó a levantar la cabeza y vio como el bajista, se acercaba a él con expresión de pánico.


—Sho… —intentó hablar, pero acabó susurrando, queriendo decirle todo de una vez, tal vez quebrándose por completo, al sentir como él lo sostenía entre sus brazos al notar como su cuerpo perdía fuerza, sentándose en el suelo.

 

«He tratado de matar a un hombre, Shoya… yo…»


Se sujetó fuerte de la manga de su pareja, intentando mover los labios, pero casi no los sentía.

 

«Lo iba a hacer por ti».

 

—Yo-ka, Yo-ka… por dios…—le oyó decir con voz angustiada, mientras le presionaba la nariz y la boca con algo de género, que bien podía haber sido una sábana— ...estás ardiendo, estás… —Fue lo último que le escuchó, antes de dejar caer la cabeza sobre su hombro, perdiendo la consciencia por completo.

 

 

 

Notas finales:

¿Qué pasará con Yo-ka?. ¿Aoi habla o no?
¿Qué pasará con la banda?


Veamos si puede dormir hoy (?). Me disculpo de antemano.
No olvide que este recuadro de abajo es para que deje sus descargos (?) (jajajaja)

 

 

No olvide que puede seguirme en instagram: alma_caleidoscópica. Por ahí se me arrancan spoilers a veces (?)


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