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-Diamond Virgin- [Todakanu tegami] por aiko shiroyama

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Notas del capitulo: Es de madrugada en Chile y nuevamente dormiré un poco. En este capítulo he tirado puntadas a todos los puntos claves que se desarrollarán más rápidamente a partir de ahora. Creo que tendrán la sensación de haber leído mil capítulos en uno. Así lo sentí.
 
Pese a que el cambio de escenas y la cantidad increíble de diálogos de esta continuación les pueda agotar, no desistan (?), lo que esperan está al final del cap (xD).
 
Lamento haberme tardado tanto, pero la vida se me ha hecho muy ajetreada recientemente.
Me gustaría que me comentasen  quién deberíamos darle el premio a la disfuncionalidad amorosa (?) jajaj esta vez, se trata un 80% de Yuu y Kei.
 
Tatsuya ha llegado al fin, cansado de comer palomitas y papitas mientras la historia sucedía a sus espaldas. Tiene un comienzo tibio, pero ya en el próximo capítulo nos mostrará de forma más plena su personalidad.
 
Notas: 
 
1) Recuerden que las palabras en cursiva son palabras o frases recalcadas o bien conceptos extranjeros ( bartender, Izakaya [bar], por ejemplo). SI algo en cursiva les causa dudas, pregúntenme que no muerdo. Ya sea aquí o por mi IG : @alma_caleidoscopica o Twitter: @Iv_Vogel
 
2) Dudo que alguien no lo sepa, pero he usado los nombres reales de algunos integrantes de The gazette, a saber, Takashima Kouyou y Suzuki Akira, Uruha y Reita respectivamente. Nunca se sabe, so... xD
 
Bueno. Mañana iré respondiendo algunos reviews muy bonitos que aún tengo pendientes.
¡Disfruten!
Capítulo XV: Akatsuki Yami [Oscuro amanecer]

“Cerré mis ojos, deseando morir
Incapaz de dormir, yo deseaba que todas las cosas volvieran a la nada
y desaparecieran de mis recuerdos”.

 

 

 

 

Tenía los ojos cerrados cuando sintió que ya no estaba solo, sentado alrededor de aquella insípida y sucia mesa de la cafetería del hospital, otra vez. Frente a sí, vio aparecer un café, una mano con un guante con los dedos cortados y a Yuu, un poco agitado, quitándose el gorro y depositándolo en la mesa.



—Lamento haber tardado en llegar, Kei… —Aunque el corazón le dio un vuelco, lo miró con desdén; hace alrededor de 14 días que no sabían nada de él—. Shoya me mensajeó, pero estaba…



En ese momento, el último mencionado asomó por la cafetería, con aspecto algo cansado. Tomando la actitud protectora y excesivamente ansiosa de siempre, el líder hostigó al bajista en preguntas hasta asegurarse de que realmente las cosas estuvieran bajo control. Y pese a que su amigo le repitió al menos cuatro veces «está despierto», «sólo se le subió la presión con la fiebre» y «en una hora más podré llevarlo a casa», ciertamente, ya estaba harto.



Salió, cansado de sentir que nadie podía entender su preocupación y, asegurándose de no ser observado, algo apartado del recibidor, sacó una pequeña cajetilla.



«—¡Kei, ayúdame por favor!»

 


La llamada de Shoya había entrado a las 4:45 de la mañana, obviamente se esperaba lo peor. Más si el otro sólo balbuceaba ininteligiblemente mientras lloraba, cosas como «Yo-ka», «sangre» y «no se mueve».



¿Quién demonios no tendría un maldito infarto con eso? Volviendo a lo que estaba, golpeteó la cajetilla para asomar un cigarrillo y en el acto notó que sus manos temblaban levemente. Inspiró lento, intentando calmarse. Y encima Yuu, que aparecía como si no lo hubiese ignorado por completo antes de que se aplazara la gira y luego de no dar señales de vida en todo ese tiempo. Venía y encima aparecía haciéndose el amable y dándole un café.

 

Maldito Yuu, maldito Yo-ka y malditos todos.

Si lo pensaba bien, ni siquiera sabía si había respetado las señales de tránsito mientras conducía a casa del vocalista y posteriormente al hospital, con Shoya histérico y Yo-ka inconsciente y blanco como una hoja de papel, envuelto en su propio cubrecama y con el abrigo de su pareja puesto.



Encendió el cigarro al fin, buscando en él la paz que nadie podía darle. Apenas si le daba la primera calada, cuando sintió como desaparecía de su boca.



—Estas mierdas no te hacen bien —espetó Yuu con poca delicadeza, asegurándose de pisar el desafortunado cigarrillo—, además los habías dejado.


«Lo que me faltaba», pensó, sintiéndose demasiado abrumado para haber perdido sólo un cigarro. El pelinegro se atrevió a mirarlo directamente por primera vez en lo que le parecía mucho tiempo. Estaba enojado y estaba seguro de que Kei lo estaba con él también. Lo confirmó cuando este le sostuvo la mirada apenas un segundo para luego girar su rostro en sentido contrario, incómodo, mientras apretaba las manos. Y a decir verdad, aunque no lo pareciera, él podía entenderlo. Sabía que estaba terriblemente estresado, porque él también se sentía de igual modo y le sentaba terrible no serle de ayuda como antes.

 

Aquel «te extraño» que le había soltado el guitarrista, en el estado más lamentable que lo hubiese visto jamás, resonaba de forma dolorosa en su mente, mientras lo observaba en aquel estado de tensión. Podría hasta jurar que también apretaba los dientes, reprimiendo su enojo y quizá cuantos otros innumerables sentimientos.


Aquellas complejas emociones de la galaxia de Kei.

Silenciosamente, lo asió de un brazo. Esperó a que él se removiese y le pidiese que se fuera, pero no lo hizo. El contrario se quedó quieto, aunque respirando fuerte; parecía alterado. Entonces, sintió miedo e inseguridad, porque tenía la sensación de que cada vez que intentaba acercársele o hacer algo, acababa arruinando las cosas y dañándole más, porque sus señales siempre le eran confusas y se sentía culpable de no ser lo suficientemente hábil en descifrarlas.


Y sólo quería consolarlo de alguna manera. Tan sólo quería estar ahí. No le era nada fácil, pero en esa ocasión sólo quería tragarse su orgullo y estar cerca de él.



Sin aguantar mucho más y luchando contra sus sentimientos y sus reflexiones, hizo más firme su agarre y se acercó depositando suavemente su otra mano sobre su hombro. Entonces, inesperadamente, se vio remecido por la fuerza con que el otro se le aferró, como si en el fondo, hubiese estado esperando por ese contacto.



Emocionándose con la humedad que Kei empezaba a dejar en su hombro con sus silenciosas lágrimas, rodeó su cuerpo suavemente al fin con sus brazos, acariciándole el cabello suavemente con una de sus manos.

 

Hubiese sido menos vertiginoso decir simplemente «abrázame» pero era incapaz de verbalizarlo.



«Está bien», quería decirle, «todo va a estar bien, no tienes que preocuparte tanto».  Pero sabía que era lo que menos querría oír en ese instante. En el lugar sólo se escuchaban los sonidos de las ambulancias que llegaban y voces de personas a lo lejos, pero él podía oírlo claramente; entendía aquel «te extraño» de una forma concreta y real, con todo su corazón. Creía entender al fin que, al parecer Kei era de aquellas personas que no siempre dicen las cosas realmente importantes con palabras.


O al menos así lo sentía, en ese momento.




Con el pasar de los días y sin poder estirar mucho más los plazos, todos debieron volver a trabajar progresivamente. El vórtice de la industria musical nunca se detenía y si estabas mucho tiempo ausente, probablemente más de alguien estaría dispuesto a ocupar tu lugar.

 


En la sala de reuniones de The Gazette, se podía percibir un nivel de tensión mayor al habitual. Ya diez minutos sobre la hora, ni Reita ni Aoi aparecían ni habían dado aviso de que venían tarde.



—Sabes que nos van a matar, ¿verdad?

—No pueden, porque sin bajo ni segunda guitarra no hay Gazette, iguana… —El bajista rodó los ojos, sin entender de donde sacaba su mejor amigo tanta confianza con tamaño desastre en la cara.
—Anda, rey del mundo, perdona… que sin bajista no siguen, pero ya hay una primera guitarra…
—¡Bastardo hijo de tu madre! —Aunque era veloz, Reita no logró esquivar la esponja gigante con la que Aoi terminaba de aplicarse polvos en la cara, aunque no sabía ni para qué si tenía aún puntos sin sacar entre la nariz y la boca.



«Que problemón», pensó el eterno rubio, mientras miraba de reojo al pelinegro quien miraba aquella cicatriz, esta vez con menos ánimo que antes.



Nadie de la banda, salvo Reita y el mánager, lo había visto desde aquella noche negra fuera de la casa del bajista de DIAURA. Agradecía que su aspecto no fuese tan miserable ni antiestético como cuando tenía la cara como una fruta molida a golpes en una feria barata. Sentía que se le iba el aire sólo de recordarlo. Tenía el infame recuerdo vívido de los ojos de Yo-ka llenos de odio sobre él, como si, ya a una semana de lo acontecido, aún le estuviese asfixiando.



Se quitó el pañuelo que se había puesto al cuello, repentinamente alterado; aquel tipo era su pesadilla viviente.



—Menuda salvada —dijo el bajista de pronto, sin percatarse de la repentina falta de aire del pelinegro. Estaba atento a vigilar que nadie los estuviese buscando en el estacionamiento de la compañía, mientras aún estaban metidos en su auto. Vio como el otro ya no se esmeraba más en su aspecto y simplemente lo miraba—, sabes que pudo ser peor, ¿no?


—Lo sé…—soltó, sin ánimo de volver a tener aquella conversación, que ya habían sostenido al menos unas cinco veces desde el infortunio hasta entonces. Mientras inevitablemente el otro empezaba otra vez a hablar, no podía dejar de estarle agradecido por haberle encontrado esa noche, por haber tenido la acertada idea de sospechar de su maravilloso plan de «me voy a ver Shoya, no me importa nada y todos pueden irse al diablo» que le había soltado antes de abandonar el set de grabación, bajo la mirada atónita del sonidista y la irritación suprema de Uruha, a quien ya no aguantaba ni un segundo más. Porque, si realmente hubiese sido un desconocido, o peor, inclusive un fan a quien se hubiese cruzado, lo cierto es que la banda o las bandas, si tenía que considerar que el zángano de Yo-ka y su queridísimo Shoya también tenían una, bien podían haber llegado a su fin.


Ningún tratamiento médico privado, ni evitar la policía ni la discreción con la que aquel asunto había sido tratado habría sido posible sin la lealtad a prueba de balas que su desnarigado amigo le profesaba. Le debía la vida, casi literalmente.



«Gracias», le dijo mentalmente a su espalda, mientras lo veía apretar el botón del ascensor del estacionamiento para ir a la tercera planta con el móvil en el oído, haciendo caso omiso a la reprimenda de Kai, que se escuchaba incluso sin altavoz.



«Gracias» le dijo mentalmente una vez más, cuando le escuchó decir a Uruha todos los detalles inventados de aquel supuesto asalto del que había sido víctima esa noche y lo psicópata que había sido aquel ficticio delincuente. Mas así creía que pudo haber omitido eso de que le robaron por «bajarse a mear en plena noche», luego de sus «típicos paseítos nocturnos de depresivo» y «menos mal que ya estaba lejos de la camioneta, porque es un estúpido». Era irritante… pero si no lo era, es que no era Reita.



Bueno… Akira no era perfecto, pero lo había salvado de todas maneras.



Vio como el castaño, aparentemente interesado en la entramada historia en un comienzo, dejaba de prestarle atención al bajista al fin y le clavaba la vista a él, con semblante inquisitivo. Pese a que Kouyou era lento para entender las bromas y era cabezota para otras, en realidad no tenía ni un pelo de estúpido en su abundante cabellera miel y si de asuntos ajenos se trataba, parecía que era un súper dotado, un detective de la INTERPOL. Podía no ser cercano a él actualmente, pero había sido su pareja por tres —eternos y dramáticos— años, además, prácticamente había nacido junto al idiota de Akira; sí que los conocía a ambos de sobra.  Tal vez a Ruki y Kai el asalto tipo TV de cable les resultara creíble, pero él no iba a tragárselo tan fácil.




Uruha no estaba del todo seguro de sí podía imaginar los verdaderos detalles de aquella truculenta historia, pero estaba seguro que aquello tenía gato encerrado.



O más bien Shoya encerrado.

 

Nuevamente, pero esta vez por la salud de Yo-ka, un montón de deberes les estaban cayendo encima como una lluvia de meteoritos o más bien, de súper asteroides. Y todos ellos, parecían a punto de destruir la estabilidad mental de Kei. Sin mucho apetito, se tomó su acostumbrado espresso sin azúcar con un ansiolítico al hilo; una equilibrada proporción entre energía y control según él, que le daría la suficiente estabilidad para retomar aquella mañana esa agenda que no contaba con espacios para aspectos vitales para la salud de cualquier ser humano, como comer o charlar. Tal vez en la de los demás sí, pero no en la suya.



Suspiró pesadamente y ya se iba cuando Buri se le enredó en las piernas casi haciéndole caer. Lo apartó algo molesto y cerró la puerta tras de sí sin ni siquiera despedirse mimosamente como cada vez. Sólo cayó en cuenta de que ni comida le había dejado al animal cuando casi sacaba el auto del estacionamiento. Dejándolo aparcado en cualquier parte del mismo como pudo, regresó y luego de dejarle un sobrecito húmedo completo de su alimento favorito y sentir que se había disculpado lo suficiente con su fiel compañero de piso, volvió, sólo para encontrarse con una vistosa multa de la administración del edificio sobre su auto.



Ya era un mal día y no daban ni las 9 am aún.



Se tomó un segundo ansiolítico y apretó con todo lo que pudo el acelerador o llegaba tarde. Escuchando una radio especializada en música VK de los 90’ logró relajarse mientras hacía el conocido trayecto a la compañía, tarareando canciones de Laputa, Glay y Kuroyume, entre otras. De pronto, saltó una de Luna Sea que no era especialmente de su gusto. Adivinando que se aproximaba a un semáforo, se distrajo para cambiar la radio a lo que fuera, cuando de pronto al levantar la vista un segundo, se vio obligado a pisar el freno a toda prisa; había estado a punto de atropellar a un ciclista.


Se quedó medio impactado, hiperventilando y con las manos temblorosas sosteniendo firme el manubrio del automóvil. No pudo volver en sí hasta que sintió como alguien le tocaba el vidrio de la puerta del copiloto insistentemente; era el ciclista. Sólo entonces también, pudo ser consciente de la de bocinazos que se traía tras de sí. Le dolía la cabeza.

 

—¿Estás bien? —dijeron al unísono, una vez hubo bajado la ventanilla. «Qué situación tan ridícula», pensó, mientras el ciclista de ojos enormes, se quitaba el casco, manteniéndole la mirada, esperando una respuesta.

—¿No debería preguntártelo yo a ti? No tiene sentido…—dijo, bufando y apoyando la cabeza en el volante. Escuchó al otro reír, contra todo pronóstico.



¿Es que estaba loco?



—Oye… —Miró por un momento al joven que al fin se dignaba a responder aquella mutua pregunta, esperando que le manifestara su enojo o algo acorde a la situación, por su evidente descuido. Sin embargo, un improperio ajeno dirigido a su persona viniendo justo por el lado contrario, le distrajo.

 —¡Muéranse idiotas! —gritó de improviso por su propia ventanilla abierta el guitarrista, a los automovilistas que aún le gritaban cosas y le daban bocinazos. Estaba en la calzada derecha, no en medio de la calle. Y por dios, lo lógico es que se preocupase de no haberle volado algo al chico, que aún esperaba su atención—…lo siento. Dime.

—Toma —dijo de pronto, alejándose de la ventanilla y colocándose el casco. Se quedó mirando estupefacto el chocolate que el otro le había lanzado por la apertura—, sólo maneja con más cuidado, ¿sí? —remató, encima con una peculiar y amplia sonrisa. Abrió la boca todavía más atónito y sin saber muy bien cómo reaccionar, simplemente lo observó montarse en la bicicleta—. ¡No te estreses! —le escuchó aún gritar, mientras se alejaba pedaleando.

 

¿Qué clase de marciano había estado a punto de matar? Suspiró aliviado de que nada hubiese pasado a mayores, retomando la marcha del automóvil. Por alguna extraña razón, aquella peculiar experiencia acabó arreglando un poco su malogrado humor.



«Los milagros aún existen».



Así que, con unos vistosos e inusuales 25 minutos de retraso, Kei hizo aparición por la sala de ensayos, de mejor ánimo de lo que todos esperarían de él un lunes por la mañana. Tanto que ni siquiera se preguntó por qué Yuu no se encontraba en la sala, ni lo reprendió cuando llegó corriendo, diez minutos después. Y aunque Shoya parecía querer sacarle alguna respuesta telepática al otro, mientras el pelinegro se veía notoriamente incómodo, no se detuvo en ningún momento a preguntar por qué venía tarde, pese a que el bajista lo sabía y por fisgón, Yo-ka también.



Yuu no había llegado tarde, había salido. Para cuando Shoya llegó, excesivamente temprano para poder alistar el encordado nuevo del bajo, el baterista ya se encontraba allí, fatigado, sudando y algo asustado. Tal vez por qué pensó que era irresponsable ocultarlo, decidió confesarle al bajista que ese día en especial sentía el brazo entumecido y que no estaba pudiendo ejecutar bien las canciones. Entre toda la sarta de preguntas y reprimendas que el otro le hizo, sólo atinó a salir disparado hacia cualquier farmacia, prometiéndole que más tarde iría al médico pero que por el momento, seguro que unos antiinflamatorios y unos parches de calor bastaban. Y, pidiéndole de paso que por favor, mantuviera eso en secreto.

 

Se sentó frente a la batería, tenía aquel hormigueo molesto hace días en su extremidad y eso sumado a las puntadas de dolor que le abordaban por momentos entre el codo y la muñeca, lo tenía sumido en una honda frustración. Había estado esforzándose mucho, pensó en un primer momento que quizá estaba ejecutando mal los movimientos y convencido de ello y estudiando inclusive, se había esmerado en practicar todo ese tiempo.

 

Sin embargo, no mejoraba. Al contrario, a cada momento se ponía peor.

Hacia la quinta canción, sentía que casi no podía aguantar; era ridículo. Había tocado por más de dos horas seguidas con DIAURA e inclusive con Valluna en el pasado, que poseía canciones aún más rápidas, sin tener jamás alguna lesión o malestar, ¿por qué tenía que fallarle su cuerpo ahora?

Empezaba el solo de guitarra de la canción y se mantuvo tocando con la vista fija en quien lo ejecutaba, absorto en aquellos movimientos involuntarios de disfrute que ostentaba, llegando al clímax de la melodía. Kei, estúpido y bendito Kei; tan virtuoso, tan… ciego.

 

Sentía tanto dolor, que casi se mareaba. Cerró los ojos, intentando contener las lágrimas; la canción casi terminaba.


«Tengo que poder», se exigía a sí mismo. 

Escuchó la voz de Yo-ka, bajando la nota progresivamente, hasta hacerla desaparecer por completo. Dio un último golpe y la baqueta resbaló de su mano derecha involuntariamente, como si sencillamente no tuviese más fuerza en esta.



Se apoyó con su otra mano instintivamente en la orilla de uno de los tambores de la batería sin atreverse a mover el brazo desgastado, apretando los labios, mientras algo ensordecido, notaba como todos iban acercándose a él.



«Se acabó».



—Oye, tenías que avisarnos —sóltó Yo-ka siendo el primero que se arrodilló a su lado sin atreverse a tocarlo. No respondió.

—¿Tomaste los medicamentos? —le dijo seguidamente Shoya en tono de reproche, sin obtener a su vez ninguna reacción del pelinegro quien parecía intentar luchar por regular su respiración, sin levantar la cabeza.

 

Un momento, ¿qué era todo aquello? De pronto Kei se sintió como un idiota. Pudo entender de inmediato que era el único que no sabía lo que estaba pasando.

Y no podía quedarse así por más tiempo.



Pero aquel «¿te encuentras mal?, ¿qué te sucede?» murió en sus labios en el preciso momento en que, apenas apoyando su mano en el sudoroso hombro izquierdo de su compañero, este se removió bruscamente, soltando un quejido al pasar a llevar su otro brazo contra uno de los soportes de los platos.

—Yuu, por favor…no te muevas. —Atinó a decir.

—¡No vengas a hacer como que te importo ahora! —le espetó, poniéndose seguidamente de pie y pasando de todos, rumbo a la salida.

 


En ese momento, como si le hubiese clavado un cuchillo en el pie y no pudiese moverse sin desgarrarse, se quedó plantado en cuclillas en el mismo sitio donde le escupió esas palabras. En tanto, Shoya algo impactado por la violenta reacción del baterista, permaneció en silencio mirando a Kei con preocupación, quien parecía no poder reaccionar, con la vista fija en el suelo. Yo-ka salió tras el pelinegro, captando que nadie más se haría cargo de la situación.

 


De manera sumisa, Yuu se dejó arrastrar por Yo-ka y el mánager hasta el centro médico de siempre, que últimamente estaban visitando más de lo habitual. Debido a las varias radiografías, ecotomografías y otros estudios físicos, su estancia en el lugar se alargó por el resto del día y todos parecían haber desaparecido, pero en el fondo se alegraba de aquello porque no estaba de humor para ver a nadie.

 

Luego de hablar finalmente con el médico y meter todos los exámenes a un sobre, simplemente no esperaba nada más que encontrar al chico de la Van de la compañía que lo llevaría a casa, sin embargo, la primera persona que vio al salir fue a Kei con los ojos hinchados. Él estaba igual y se odió a sí mismo por lucir de esa manera delante suyo. Pero, siendo sincero, no esperaba que fuese y menos que saltara del asiento al verlo luego de cómo había reaccionado antes, en la sala de ensayos.

 

—Cómo… ¿cómo estás? —tartamudeó, mirando ansioso el brazo sostenido por un pasador que se sostenía de su cuello.

«Me he roto un maldito ligamento Kei, eso es lo que pasa».

A veces la realidad era un poco más dura de lo soportable. Cerró los ojos brevemente al tiempo que inspiraba y los abrió, con la fantasía de poder inhalar valor desde el aire.


—Tengo tendinitis, es todo —mintió. Deprimido por la situación, sólo quería poder irse a su casa y dormir, ojalá una semana entera. Estaba agotado física y mentalmente de todo. Intentó pasar por su lado, pero el guitarrista se le atravesó por delante.

—Lo siento Yuu, fui un irresponsable. Yo como líder debería haberme dado cuenta, hacer que vieras a un médico…

—Claro, tú como líder. —Le miró a los ojos, decepcionado—. Deja que me vaya a casa, por favor. —Pero nuevamente el otro le impidió irse, esta vez deteniéndole por los hombros. No obstante, le soltó al oírlo sisear.


Se sentía la persona más torpe del mundo.

 

—Perdón. —Se llevó las manos juntas a la cara y las chocó con su nariz en gesto de disculpa—. Soy un idiota, no quería lastimarte.

—Kei, apenas me rozaste, no seas dramático. De verdad que estoy…

—No —le interrumpió, tomando aire—, no es por eso. He sido un completo idiota, no quería herirte ese día, ni después y no quiero tampoco seguir contigo de esta manera, menos ahora —terminó, mirando su brazo otra vez. Yuu suavizó la mirada que le sostenía directamente, captándolo al fin. Aun así, no quería «imaginarse cosas» como le había dicho él mismo, tiempo atrás. Además, pensándolo bien, él había sido mucho más desmedido en su actuar que Kei recientemente y con todo, no se había disculpado.

—Lo siento también, pero ahora no necesito pensar en eso y tampoco necesito tu compasión.

 


Aquello último lo dejó un poco cortado. Dando por finalizada aquel breve intercambio de palabras, el baterista avanzó al fin hacia la salida.



—Se supone que confiabas en mí—dijo Kei impulsivamente, sin saber por qué. Entre herido y confuso, recordó las cosas que muchas veces le contó de camino a casa, cuando lo acercaba en su auto o las ocasiones en que, agotado, llegaba junto a él al estacionamiento de la compañía y apoyaba la cabeza en su hombro, mientras encendía un cigarro. De cualquier manera, el comentario logró captar la atención de su compañero, que se detuvo sobre sus pasos sin voltear.

—La última vez que decidí confiarte algo, decidiste pasar de ello porque era un problema para ti —hizo una pausa. En el fondo de sí, sabía que lo iba a herir con eso, pero se sentía de igual manera desde la vez del hotel—. ¿Pensabas hacer algo diferente?

 

 

Y habiendo dado aquel último disparo a las buenas intenciones del guitarrista, abandonó el lugar.

 

 

Yo-ka iba a quitarse la bufanda caminando a toda prisa como de costumbre, pero se detuvo en el acto al ver a Shoya sentado frente a la puerta y como no, con un cigarro en la boca. Sonrió sin poder evitarlo. Había estado recibiéndolo a menudo en su hogar y le parecía una inesperada racha de buena suerte, para todo lo que había pasado hacía nada.


—¿Cómo está Yuu? —Lo miró un momento sin responder, mientras metía las llaves en la cerradura de la puerta.


—No era necesario que vinieras hasta aquí para preguntármelo, bien podías enviarme un mensaje o llamarme —le replicó como respuesta bromeando, cediéndole el paso para que entrase primero.


El vocalista avanzó directo al refrigerador, había hecho la mitad del trayecto a pie, así que estaba acalorado.



—Ah, no. Nada de eso. —Y, fue en ese instante en que vio tristemente como su adorada cerveza le era arrebatada para luego ser vaciada en el fregadero—. Tienes que tomarte tus medicamentos Yo-ka y no vas a hacerlo con alcohol en el cuerpo.

—Es sólo una… —intentó rechistar.

—¡Yaaa! Silencio. Sólo tómatelas de una vez. —Resignado, recibió de sus manos un antibiótico, un analgésico y un ansiolítico. Ante la atenta mirada del bajista, las dejó pasar de una vez por su garganta junto al agua, haciendo un gesto de sufrimiento que le arrancó una pequeña carcajada al otro.


Se lanzó sobre el sillón aún en modo dramático y cerró los ojos, esperando sentir el cuerpo de su pareja hundirse en el cojín contiguo a su lado. Pero, se sobresaltó al sentir como el otro le cogía el brazo derecho para inspeccionarlo.


—Aún está amoratado… ¿cómo pudiste morderte así? —comentó el otro, mientras acariciaba suavemente aquella zona. Y pese a que el vocalista adoraba que él le tocase de la forma en que fuese, aquel contacto le hacía sentir nervioso, por todo lo que ocultaba acerca de aquellas marcas y esa noche.

—No lo sé, ni siquiera lo recuerdo —mintió descaradamente—. Creo que deliraba o algo…—Se removió, visiblemente nervioso. Se bajó las mangas del chaleco en seguida, intentando eliminar de su mente el recuerdo del idiota de Aoi mordiéndole el brazo como un animal.

—No me digas que te sientes mal de nuevo, estás pálido. —Shoya se acercó y le puso una mano en la frente. Aprovechando la cercanía, el vocalista lo asió hacia él, abrazándolo con algo de brusquedad—. Ah… ya veo, estás bien. —Soltó una risita suave, mientras le acariciaba la cabeza.


«Porque estás aquí», pensó Yo-ka, antes de cambiar el tema.

—Yuu está bien —respondió al fin—. Se quedó en el centro médico con el mánager porque tenían que meterlo a esas cosas para verte los huesos y me enteré que Kei se iba para allá, así que decidí venirme para no quedarme en medio de la telenovela.

—Vaya… bueno, no creo que haya acabado bien…—Se separó para acomodarse un poco mejor en el sillón. Yo-ka volvió a rodearle con su brazo, por encima de los hombros—. Kei me preguntó si estaría luego en mi casa, supongo que irá a soltarme algo.

—¿Y te vas a ir para allá? —le replicó el vocalista.

—¿No crees que paso demasiado tiempo aquí? —dijo riendo, al ver su cara de berrinche—. Si algo me asegurara que vas a cuidarte bien, podría dejar de ser tu enfermero y pasar más tiempo en mi casa, ¿no? Así como voy, debería terminar de traerme mis cosas —añadió bromeando— y…

—Por mí estaría bien —le soltó de repente, mirando para otra parte, mientras movía los dedos nerviosamente.
—Pero qué dices… definitivamente te está volviendo la fiebre —dijo el castaño incrédulo, aún sonriendo.

—Hablo en serio. —Le miró fijamente.



Shoya dejo de sonreír y se quedó escrutándole los ojos, intentando hallar algún atisbo de broma o ligereza en su mirada, ante aquella extraña petición que en algún momento deseó tanto oír y que pensó nunca llegaría, pero no halló nada.

 

Ni un ápice de duda.

 

Yuu decidió que afrontaría aquello solo. Haría lo que fuese necesario para no ser un problema y recuperar el nivel que tenía en su adorado instrumento. Pese a que le pidieron abstenerse de la batería por al menos dos semanas, simplemente descansó la primera y visitando a un kinesiólogo aparte, decidió practicar la segunda. Durante esa primera semana, había recibido llamadas del mánager y de Kei, casi alternadamente, al menos día por medio.



Recogía las de su jefe e intentaba ignorar la mayoría de las del líder de su banda.


Se estaba esforzando con toda sinceridad por verlo sólo como eso, pero a cada momento que acercándose la noche él volvía a llamar, sentía que lo odiaba. Lo odiaba porque se sentía horriblemente solo y deseaba su atención, pero no le entendía. Le había dicho cosas hirientes para que lo dejara en paz al menos por un tiempo, ¿qué pasaba por su cabeza?

 


¿O es que le interesaba su bienestar de verdad? No. Seguramente se sentía culpable y debía de estar histérico porque las cosas con la banda ya iban para el mes y medio de retraso.

Soltó las baquetas, fatigado, recordando las dos llamadas que sí había tomado de las casi siete que, para esa fecha, le había hecho su compañero. La primera de ellas, se había limitado a responderle que se encontraba bien y le había colgado casi al instante ante la indecisión de Kei acerca de decir algo más o no. Ante lo incómodo de aquel diálogo no volvió a contestar hasta la cuarta llamada, tres días después, pensando que quizá algo más le había ocurrido al niño de cristal de la banda, Yo-ka, que aparte de loco de remate, era a su parecer tan débil físicamente como un bebé prematuro.



Pero no, nuevamente, se trataba sólo de saber cómo se encontraba. «Estoy bien y no es necesario que sigas llamando», le había dicho secamente, aunque sentía algo terriblemente extraño en su estómago, con el pulso agitado de forma violenta. «Si necesitas algo, lo que sea… llámame, por favor», le había contestado él, haciéndole casi vomitar el corazón de la emoción. Soltándole la respuesta más corta que tuvo a mano, le colgó, jurándose que no volvería a cogerle ninguna llamada jamás nunca, por extremo que sonase.

 

Kei inspeccionó la guantera del asiento del copiloto buscando desesperadamente algo. Justo en ese momento, alguien abrió la puerta del auto y alcanzó a cerrar apenas el pequeño compartimiento, sosteniendo el volante con ambas manos. Ante la mirada escrutadora de su compañero, carraspeó nervioso.

—¿Buscabas esto? —Shoya le lanzó una cajetilla de cigarros encima de las piernas, a la vez que expulsaba el humo de su propio cigarro encendido, por la ventana.

—Ya no fumo —dijo decidido, sin asumir que el otro sencillamente lo conocía demasiado bien. Tomó la caja de cigarros y se la lanzó de vuelta, tratando de fingir una fuerza de voluntad que perdía a cada momento que su banda de idiotas le hacía la vida difícil.

Ay sí, ya no fumo… —le imitó Shoya haciendo una voz aguda e infantil.

—¡Maldita sea, Sho! ¡Que no está Buri para que empieces con tus idioteces de imitar voces! —Le lanzó un golpe al brazo, irritado—. ¿Qué edad tienes, cin…?

—¿Has hablado con Yuu?

 

 

Golpe bajo. Se quedó callado al instante y a medida que el corazón se le aceleraba automáticamente, olvidó el porqué estaba molesto.

 

«La última vez que decidí confiarte algo, decidiste pasar de ello porque era un problema para ti» recordó, con cruel nitidez. Su voz grave y seria, su rostro cansado.


«¿Pensabas hacer algo diferente?», aquello último era como un eco en su mente, que amenaza en convertirse en un auto-cuestionamiento real.

 

Maldito Yuu. Claro que lo intentaba, pero simplemente no lo estaba dejando hacer nada. Exhaló el aire que había retenido por unos instantes luego de la pregunta de su compañero, logrando así salir de su breve trance.


—Bueno, no tengo mucho tiempo, así que ya vamos a tu casa rápido antes que me arrepienta de ayudarte a arruinar tu vida —dijo simplemente, evadiendo el tema y poniendo en marcha el automóvil. Su amigo bajista soltó una leve risita, lanzando la colilla por la ventana, a sabiendas de que al otro le irritaba.

 

Una vez en casa de Shoya por tercera vez en el mismo día ayudándolo con aquella mudanza a casa del vocalista, se sentó sobre la misma caja que cargaba en la salida; necesitaba un descanso. Simplemente, aún no podía aprobarlo.


—¿Estás seguro de que esto está bien? Es decir, Yo-ka ha estado muy inestable últimamente… —Lo que quería preguntarle en realidad, era qué diablos pasaba con él. Si estaba violento o no, si sabía lo de Aoi… ¿Y Aoi? Se quedó pensando en el momento en que lo vio en el hospital, aquella vez. Todo era demasiado complicado.

—Ya discutimos eso por teléfono hace unos días, ¿no? —respondió, pasando por su lado cargando otra caja hacia el auto.

—No dije que estuviera de acuerdo.

—Ya sé, pero no vas a persuadirme de…

—Supongo que ya has acabado con Aoi, ¿no?

 


En ese momento, tuvo que ponerse de pie porque al bajista se le cayó la caja que él mismo cargaba, regando todas las cosas contenidas por el suelo.

 

—Lo siento. —Se acercó a ayudar, siendo consciente de que había perturbado a su amigo.
—No he sabido de él.
—¿Ah?
—Que de aquella noche en que Yo-ka se puso mal de pronto, no he vuelto a saber de él.

A Kei se le revolvió el estómago, eso no sonaba para nada a un «se acabó» y eso sólo se traducía para él como un «tendremos problemas tarde o temprano». Recordaba a la perfección que pese al pánico que se encontró cuando llegó a la casa en esa ocasión, toda la situación tal como Shoya se la había explicado le parecía muy extraña. No es que entendiera algo en realidad, pero su intuición nunca fallaba y al vocalista ya lo iba conociendo bastante bien. Aun así, no le siguió dando vueltas y se detuvo en lo más relevante.


—Y si no… ¿le seguirías hablando?

—Yo opino, que deberías visitar a Yuu en vez de seguir haciéndome preguntas, ¿no? —Kei se irritó. A veces era imposible sostener una conversación honesta y directa entre ambos; les costaba decir las cosas. Al ver que no contestaba, el castaño finalmente cedió —. Creo que Yo-ka revisó mi móvil.
—Sho… maldición, ¿no le pones contraseña o algo?

—Sí, lo hice. Pero… bueno es que, había unos mensajes leídos que yo no abrí… lo que sí, no sabe que es él en realidad. No lo tenía guardado con su nombre ni nada parecido. —Kei lo miró con total desaprobación, cruzándose de brazos, ya de pie—.  No digo que esté bien lo que hago, sólo creo que si Yo-ka salió esa noche es justamente porque aquello lo hirió y no me ha dicho absolutamente nada, pero, en verdad ni siquiera sé si podríamos hablar de ello, ¿sabes? Es difícil… para ambos, supongo.

 

 

«Ustedes son difíciles para mí» pensó el guitarrista, sintiendo un leve dolor de cabeza, repentinamente.

—Shoya. —Lo detuvo en la puerta de entrada, justo cuando se dirigía a buscar una última caja—. No se trata de si sabe quién es o no, aunque todo este asunto me parece horrible, como sea, en realidad se trata de que lo dejes. —Lo miró con seriedad—. Porque supongo que si estamos haciendo esto… —Señaló las cajas repartidas por el suelo—. Es porque ya te decidiste, ¿no?


—Claro…—Se deshizo de su agarre para terminar lo que hacía. Pero realmente, no sabía si estaba convencido de algo. Sólo que no había respondido a los mensajes del guitarrista de The Gazette, ni se atrevió a hacerlo luego de lo mal que parecía su pareja esa noche. Y desde entonces, Aoi parecía haber desistido simplemente. No podía negar que, pese a que probablemente aquello era lo mejor, que con Yo-ka las cosas iban muy bien, de todas formas, no podía sentirse del todo tranquilo al respecto. Si pudiese tener la mínima noción de que su pareja había borrado algunos mensajes cruciales para entender qué había sucedido con el otro desde esa noche, probablemente, aquella tenue ansiedad se transformaría en una vívida angustia.

 

 

Como si no hubiese cerrado el visillo de la cortina correctamente al anochecer, aquella luz tan propia de aquel pelinegro parecía insistir en iluminar algún recoveco de su ser. Pero por ahora lo mejor parecía ser cerrar los ojos y dejarse llevar por aquella dulce fantasía que suponía el construir un hogar junto a la persona que siempre había amado y no complicar innecesariamente las cosas.
 

 

Desde la última vez que había hablado con Kei, cada vez que sonaba su móvil, al baterista casi le daba un infarto. Decidido a ni siquiera mirar la pantalla, lo puso en silencio y pasar de todo y de todos por los ocho días restantes que le quedaban de libertad en casa. Así que, para la antepenúltima noche antes de volver a la compañía, acumulaba diez llamadas de Kei, cinco del mánager, dos de Shoya y una de Yo-ka. Le parecía irónico como luego de olvidarse casi de su existencia la mayoría del tiempo ahora todos estaban interesados en saber de él.



Suspiró cansado y metió el móvil bajo la almohada. Últimamente, entre las preocupaciones por su brazo y el guitarrista, quien le invadía el pensamiento casi contra su voluntad, no podía conciliar el sueño. Sin embargo aquel día, había hecho muchas cosas y estaba lo suficientemente agotado como para que su cuerpo finalmente venciera a su mente y le permitiese descansar adecuadamente.

 

 

Se colocó de boca contra la almohada, abrazando a la misma. Ya casi se dormía, cuando la vibración de su móvil le hizo despertar, trayendo de regreso todas las cavilaciones que tanto le había costado apartar; se enfureció.


—¡Pueden dejarme en paz! —gritó impulsivamente a su interlocutor, sin ni siquiera fijarse en la pantalla de quién se trataba. Eran las once de la noche, simplemente no había ningún respeto.

 

Al otro lado de la línea, se hizo un silencio tenso. Ya iba a colgar, algo adormilado, cuando escuchó un quedo «lo siento» de su desconocido hablante; ése había sido Kei. Abrió los ojos sintiendo su corazón golpeando fuerte; le había gritado. Quiso hablar, pero escuchó el tono de corte.

 

Miró el teléfono dubitativo, ¿y si lo llamaba de vuelta?… No. No era opción. Decidido, apagó el aparato como si con eso pudiese apagar su mente y decidió no prenderlo hasta el día siguiente. No volvió a recibir más llamadas de Kei, ni a la mañana ni al otro día.

 

Y no obstante, hasta el último momento antes de cruzar las puertas de la sala de reuniones no podía dejar de mirar el teléfono como un estúpido. Pese a que sus otros dos compañeros lo habían estado llamando, incluso mensajeando, se sentía más profundamente solo de lo soportable.

 

Fingiendo estar más repuesto de lo que en realidad estaba, se mostró lo más entusiasta que pudo en la idea de retomar los ensayos, aunque fuese en modo más suave y acabar con las cinco fechas restantes de la gira. Se habían perdido de apuntarse a un montón de eventos con otras bandas para fines de año, pero nadie lo mencionó en la reunión y aquel «todo va a estar bien, no te preocupes por nada» del mánager se le hacía casi tan compasivo como la cara de madre preocupada con la que su líder e insomnio andante, le miraba cada día.


Pese a que se comportaba con él, no sabía de qué manera hacerle entender a Kei que su atención le agobiaba y confundía, que no le ayudaba en nada en ese momento. Porque se había dado cuenta de que tenía razón: no esperaba ya lo mismo que antes de él y en ese ansiar más, podía atisbar mucho sufrimiento. Apagó la luz de la mesita al lado de su cama, esperando poder dejar de darle vueltas a todo por esa noche. Había pensado en una solución para la banda en su actual estado y definitivamente lo llevaría a cabo si era necesario. Siendo así, más que nunca, no podía pensar en Kei de esa manera, porque conociéndolo, tenía la sensación de que lo decepcionaría.

 

Por su parte, el guitarrista se giró por innumerable vez sobre su propia cama. Pese a que se había acostado temprano, estaba insomne y no había ansiolítico alguno que pudiese contra eso. Repasó en su mente la conversación que tuvo con su mejor amigo en el auto, antes de partir por última vez a la casa de Yo-ka.

—Si dejaras de hacerte el tonto y fueses honesto, las cosas les irían mejor. —Ante la interrogativa silenciosa acerca de «¿qué debo hacer entonces?», que Shoya parecía haber podido leer en su mente, respondió—: Yuu necesita un compañero ahora. Hazle entender que te importa sinceramente y no sólo porque es nuestro baterista o porque esté enfermo. Puede que actúe extraño, pero si te rindes le darás razones para odiarte en serio.

—¿Tienes idea de lo que me dijo? —le respondió algo frustrado.

—Lo sabría si me lo hubieses contado, Kei.

—Cree que siento compasión por él.

—Pero a ti en realidad te gusta, ¿no?

 

Dio un frenazo brusco y se disculpó en el acto, antes de retomar la marcha. Maldito Shoya, ¿por qué le decía las cosas tan directamente y no era capaz de resolver de la misma forma las suyas en primer lugar? Pero sabía que simplemente se sentía amenazado, porque su actuar era obvio, pero a la vez nada lógico.

 

—Bueno… —continuó hablando su amigo—, antes de que nos mates o atropelles a alguien, sólo diré que la única manera de que te tome en serio luego de haberlo arruinado un poco, es que seas constante y claro. Y que, cuando se dé el momento, ya se lo digas de una vez por todas…

—¿Tú te le declaraste a Yo-ka acaso? —preguntó incrédulo, ante lo fácil que lo hacía parecer.

—Bueno, supongo que tal como te pasa a ti, era demasiado obvio. Sólo que, aunque no entendía nada, no fui tan idiota como para desaprovechar mi oportunidad cuando se dio… ya sabes que fue extraño.
—Ustedes son raros. No sé ni por qué dejo que opines. —El bajista sólo rio, sin decir nada más.

Suspiró, dejando atrás aquel recuerdo y pensando esta vez en todas las maneras en que el baterista parecía haberlo rechazado en aquellos días; le sentaba fatal. Shoya tenía razón y eso que no sabía muchas de las otras formas en que lo había arruinado, como aquella noche del hotel. Su cara empezó a arder tan sólo de recordarlo. Recogió sus piernas acercándolas más a su pecho como si quisiera protegerse de esas sensaciones y tomó su móvil. ¿Estaría también despierto? Quería saber si estaba bien, pero creía que hablarle era una pésima idea. Dejó el móvil en su velador de nuevo, pero habiendo cerrado los ojos apenas un par de segundos volvió a abrirlos.



«Sé constante y claro» se dijo a sí mismo. Acto seguido, con los dedos temblorosos se atrevió al fin a teclearle un mensaje a Yuu.

 

Aoi, consumido por el insomnio desde el altercado con su rubia pesadilla, intentaba calmar sus nervios en el bar del hotel que se encontraba con la banda esa noche. Al día siguiente, harían su primera aparición por TV en un canal local después de unas semanas en que nadie les había visto la cara. A cambio, se habían dedicado a hacer su ya clásico «Radio Jack» con inusitada frecuencia y sin público tras las mamparas, lo que había mantenido su ansiedad a raya, pero, volver a enfrentarse a las cámaras le daba la sensación de que regresaba a la realidad; a su realidad de artista que, últimamente, le estaba costando aceptar, aún luego de tantos años batallando con ella.

 

Tan abstraído se encontraba en su cigarro y algún punto inexacto de la mesa de madera frente a él que ni notó cuando dejaba de estar solo.



—¿Qué, no piensas dormir? —le espetó el castaño, con el pelo lacio y largo balanceándosele sobre los hombros, mientras tomaba asiento justo frente a él, apoyando los codos en la mesa y su mentón sobre sus manos cruzadas. Uruha se quedó esperando unos segundos hasta que su compañero recayera siquiera en su presencia. Cuando el pelinegro al fin lo miró, con cara de pocos amigos y en silencio, se atrevió a añadir: —No le des más vueltas a lo que sea que piensas. —Se quitó los lentes de sol que llevaba siempre aún en espacios interiores, colgándoselos de la camiseta que traía puesta. Un gesto que siempre hacía cuando quería hablar con alguien que le importaba, pero que por supuesto al otro ni le interesaba ni recordaba.

 

«Menuda diva» pensó el segundo en guitarra, rompiendo el contacto visual con el otro. Le ponía de los nervios.


—¿Cuándo vas a cambiarte el color de cabello? ¿No llevas mucho ya con ese tono? —soltó, por decir cualquier cosa. El aludido rio y desvió la vista al techo algo hastiado de su actitud tan a la defensiva. Antes de volver a hablar, pasó la vista por el bar del hotel, asegurándose de que fuese seguro decir lo que quería.

—Por qué… —Se inclinó sobre la mesa, volviendo a mirarle de frente—. ¿Te recuerda a tu Shoya? —le increpó, en tono burlón. Aoi dejó de prestarle atención a su móvil con el que pretendía ignorarlo y lo miró, palideciendo sin querer—. Ay, por favor… —Observó cómo su compañero simplemente se levantaba de la mesa, en plan de huida. El pelinegro no quería tener esa conversación y menos con él—. Escucha —dijo, mientras lo retenía por un brazo, al ver que perdería definitivamente su oportunidad de tener un diálogo más o menos normal con él después de mucho tiempo.

—No es algo que te incumba, ¿sabes? ¿Dónde está Reita?

—¿Que dónde está? Borracho y dormido en mi habitación, por supuesto. —Frunció el ceño sin poder evitarlo, ante la respuesta. No pintaba bien—. No me digas que te importa.

—¿Sabes? No tiene sentido que hable…

—¡Está agobiado porque tienes la cabeza en cualquier parte, Aoi! —levantó la voz, exasperado.

—Cállate. Es el bar de un maldito hotel, idiota. —Se inclinó cerca de su rostro, casi susurrándole con rabia, a la vez que le sonreía a un joven dependiente que pasaba por su lado en ese momento, de manera oportuna.

—Entonces, siéntate. —Se inclinó sobre la mesa, mirándole directo a los ojos—. ¿Sabes por qué me incumbe, imbécil? Porque te recuerdo que además de mi ex, eres el maldito guitarrista de mi banda. Banda en la que, por si aún sigues perdido en “Shoyalandia” —enfatizó las comillas con sus dedos, señalando el término que seguramente a Reita se le había salido en medio de la borrachera—, también toca el bajo tu amigo. Es decir, que tu amorío con la princesa bajista de esa banda de cuarta, está amenazando nuestro trabajo, ¿lo entiendes? Ah y por cierto, tu cara y tu vida también son parte de la marca, como para que te andes peleando como adolescente por la calle —remató apuntando a su cara, alterado.

 

Contempló por unos instantes el efecto de sus palabras en el rostro devastado de Aoi, que parecía con la mirada perdida en el esmalte negro que le había aplicado la manicurista aquella misma tarde en las uñas—. Y esto es lo que te da de comer y te permite pagarte esos lujitos y autitos de juguete que tanto te gustan…—añadió.


—No seas imbécil, Kouyou.  Son jaguar y… en realidad me importa una mierda todo eso.
—Bueno… —Exhaló el humo del cigarro que había encendido, no sabía cuándo—. Pero espero que el bienestar de todos nosotros te importe, al menos.

 

Dicho lo último, se puso de pie para regresar a su habitación. Sabía que probablemente no lo haría entrar en razón; lo conocía de sobra para su desgracia, pero al menos había desahogado su frustración respecto al tema. Aun así, notó con sorpresa como el pelinegro, tal vez resignado y cabizbajo, lo seguía hasta el ascensor entrando a este junto a él. El castaño lo miró de reojo por entremedio de sus gafas oscuras, que se había puesto nuevamente. En el fondo de su corazón, aunque no podía asumirlo, odiaba verlo así. La banda bien podía irse al infierno, pero sabía que si no fuese por esta, probablemente no habría manera de que volviesen a compartir el mismo espacio nunca.

—Lo siento —soltó de repente Aoi con la voz quebrada, mientras apretaba el botón de la planta del hotel donde estaban sus habitaciones. Sin quererlo, aquella muestra de fragilidad había acabado por remover en su compañero una parte de sí que no quería volviese a ser habitada por nadie, una a la que alguna vez sólo él mismo pudo entrar.


Por lo que, inesperadamente, mientras las puertas del ascensor se cerraban, también lo hicieron los brazos de Uruha, a su alrededor.


 

 

Ese fin de semana, Yuu se levantó temprano y prendió la televisión encontrándose a nada más y nada menos que The Gazette en un matinal a las… ¿08:30 de la mañana? Cuando veía esa clase de cosas, es que la idea de que la banda fuese realmente famosa un día, ya no le causaba tanta gracia. Todos tenían unas caras de mierda pese a los kilos de maquillaje que se cargaban encima. Aburrido, iba a pasar el canal cuando la cámara se enfocó en Uruha, el guitarrista principal a quien le hacían una pregunta. Se quedó pensando en si Kei estaría viéndolo por TV, ya que era sabido que le admiraba un montón.

 

 

Siguiendo aquel pensamiento, le recordó una mañana de domingo en los años de Valluna, corriendo con el pelo desflecado al estilo que lo llevaba aquel guitarrista en esos años, pero pintado de un rojo intenso con mechas rubias. Traía un DVD recién comprado en la mano, venía despeinado, pálido y la bufanda casi se le caía, mientras se acercaba a toda prisa hasta él, que lo esperaba en la estación de metro hasta donde le había obligado a ir, para dirigirse luego al cuarto que arrendaba Yo-ka; no tenía qué comer, pero sí que tenía un televisor grande y un buen reproductor de video, para ver el nuevo Live de The Gazette. Cuando finalmente le tuvo enfrente suyo, sólo le había sonreído tímidamente como saludo y le recibió con gesto agradecido, la lata de refresco que previsoramente le había comprado mientras lo esperaba.

 

 

Se detuvo en ese momento. Otra vez, había terminado pensando en Kei. Casi no había dormido luego de ver la notificación de Line de un mensaje suyo en plena madrugada, que por cierto aún ni había abierto y encima después de haber pegado los ojos apenas por un par de horas, lo primero que veía en la maldita tele, le recordaba inmediatamente a él. Se sintió patético.

 

Intentando pasar de eso, se levantó. Aquel día tenía kinesiólogo y en la tarde y al día siguiente tenía algunos conciertos de diferentes bandas que ir a ver. Luego de las recomendaciones que le dieron algunos conocidos, finalmente se había decidido a observar a algunos colegas en acción. Sabía que, eventualmente, llegaría el día en que podría llegar a fallar sin quererlo y si era así, lo mejor era tener un as bajo la manga: un baterista de soporte. Sabía que si se lo decía a Kei, se volvería loco y si se lo decía al mánager buscaría a cualquier tipo barato y él no iba a dejar sus responsabilidades en manos de cualquier idiota.

 

Con aquel reclutamiento secreto a cuestas por varios fines de semana, de pronto ya se encontraba de camino a la primera fecha de la gira anteriormente pospuesta. Con más analgésico y antiinflamatorios que comida y agua en el cuerpo, Yuu logró rendir aparentemente perfecto a lo largo de toda la primera presentación. Para el final de la misma, el ambiente era distendido y el staff y todos parecían estar bastante contentos y relajados. Y sinceramente, él también se encontraba feliz. Le aliviaba sobre manera sentir que no estaba siendo un problema, al menos por esa vez.

 

 

Como esperaba, aquello iba a terminar en fiesta, así que sin ánimos de oponerse se cambió rápidamente y salió al estacionamiento, para fumarse un cigarro antes de que todos los demás volvieran a la Van que los llevaría al hotel para alistarse y luego al antro donde el ánimo del mánager —algo volátil, a su parecer— los obligara a dirigirse. Observó su mano entumecida y con la muñequera ortopédica otra vez encima y suspiró. Pese a que todo había salido bien, la verdad de su condición le hacía sentir apesadumbrado; sólo rogaba poder aguantar para cumplir con los compromisos más importantes de la banda. Su estado repentinamente decaído se vio de pronto interrumpido por el sonido de una caja siendo batida justo frente a sus ojos.  La recibió y se emocionó como un niño al darse cuenta de que se trataba de sus golosinas favoritas, unos kit-kat de Matcha, que solo le gustaban a él y…

 


A Kei.

 

 

Dirigió su mirada al guitarrista que, justo a su lado y con la espalda apoyada en la Van, sólo miraba al suelo de manera retraída, con una bebida cola a medio beber en la mano. Ciertamente, a Yuu le sorprendía las múltiples maneras en que el guitarrista envenenaba su cuerpo y aun así, permanecía tan delgado. Suspiró sin quererlo.

 

—Lo has hecho muy bien hoy —dijo el otro de pronto, saliendo de su momentáneo mutismo.
—¿Y esto? —le increpó, de manera más bien seca e intentando disimular su sorpresa.
—Qué… ¿ya no te gustan? —le respondió Kei de manera suave, a la vez que le miraba. De pronto el baterista se sintió aturdido por aquella sonrisa amable y tímida, totalmente inesperada para su actitud tan a la defensiva. Sólo notó que se le había quedado viendo con cara de idiota cuando el otro ladeó un poco la cabeza, probablemente extrañado al no obtener respuesta.

—No —mintió, con tono cortante, mirando a la caja y medio segundo después al guitarrista, sólo para acabar riéndose de la cara de desolación que había puesto.  Se quejó al sentir como el otro le daba un golpe por el costado, avergonzado, pero también riendo.

 

 

Kei quería matarlo en ese momento, se estaba muriendo de los nervios y sólo reunir el valor para tener ese insignificante detalle con él le había costado un montón; tenía el corazón en la boca. No obstante, se olvidó de eso cuando al fin el otro le ofreció alguno de los chocolates de la caja, que al fin había abierto, todavía con aquel semblante travieso y sonriente que no le veía hace mucho tiempo. Se sintió feliz y durante esos breves momentos que estuvieron a solas, tan sólo el uno al lado del otro en silencio, acabando con las golosinas, pudo sentir como miles de millas de distancia se reducían increíblemente.

 

 

Shoya tenía razón, quizá si era un poco más directo, aunque fuese muy a su manera, podría arreglar aquella relación por extraña que fuese, con la que había estado a punto de acabar por cosas que ya ni siquiera tenían relevancia en el presente. Eso no quería decir que no le aterraba de todas maneras, pero pensaba que tal vez valdría la pena intentarlo. Si antes habían llegado a ser tan unidos y llevarse tan bien, ¿por qué no funcionaría?

 

 

Pero no era nada fácil. Volvió a sentir un inmenso estrés sentado junto a Shoya, quien tenía una cara de incomodidad símil a la suya, en medio del bullicio espantoso de aquel club nocturno al que habían ido a dar en esa ocasión, en la ciudad en la que se encontraban. Pese a que estaban en el segundo piso, en un sector VIP y por eso «más privado», apenas si se podía oír algo. Desde donde estaba, podía observar perfectamente a Yuu riéndose junto al mánager y algunos miembros del staff. Mientras más se repetía el cruce fugaz de sus miradas, más ganas le entraban de beber. Ahora podía entender por qué a las personas les agradaba emborracharse; les daba la valentía para abordar las cosas sin darle tantas vueltas. Por su parte, por más que lo pensaba, no hallaba la manera de ir simplemente hasta ahí para unirse a la conversación ni se le ocurría de qué manera llamar la atención del baterista.

 

Y sentía que, si no avanzaba rápido, la oportunidad podría írsele de las manos. Así que, junto al bajista comenzó a pasar cerveza tras cerveza, hasta que de pronto apareció Yo-ka, borracho y sudado como si hubiese corrido una maratón, abrazado de Ryoga de Born, uno de sus conocidos amigos de juerga cuando estaban en Valluna, que nadie se explicaba cómo había aparecido ahí. Mientras el par desordenaba el ambiente y hacía que todos se fuesen poniendo de pie, todo se hizo confuso y de pronto, cuando volvió en sí, estaba en medio de la pista con un montón de gente bailando alrededor, abrazando a Shoya que se balanceaba junto a él, pero que parecía más bien dormido con la cabeza apoyada en su hombro; se encontraba absolutamente ebrio y por su desagradable mareo, pudo entender que estaba en similares condiciones.



Recorrió el lugar con la mirada buscando dos cosas: un sillón donde dejar a su amigo y a Yuu, quien no se veía por ninguna parte.

 

 

Luego de lograr su primer objetivo, se dio vueltas por el lugar durante un largo rato mareándose cada vez más con las luces y el ruido. Por más que buscaba, no hallaba ninguna cara conocida y empezaba a creer que los hubiesen abandonado ahí. Se acercó a la barra, que fue el primer lugar que no se movía que pudo divisar y luego de balbucear al aire algunos improperios no muy comunes en él, pidió al bartender lo primero que se le vino a la mente, apoyando luego su frente ardiente en el mesón. Aquello pintaba mal, bebió para hablarle al idiota de su baterista y resulta que ahora este se había ido sin él a dios sabía dónde y quizás con quién; estaba indignado.

 

—¡Estúpido Yo-ka! —gritó al aire frustrado, volviendo a hundir la cabeza entre sus brazos. Estaba seguro de que, si el vocalista no hubiese aparecido ahí para arrastrarlos a todos a bailar, todo estaría bien.
—Anda, tenemos a alguien enojado aquí…—escuchó de pronto, mientras alguien atrevidamente le levantaba el cabello para mirarle el rostro; era Tsuzuku de Mejibray. «Ay no», pensó avergonzado, mientras giraba la cabeza para el otro lado, balanceándose en el acto por el exceso de alcohol.

 —Oh… ¡está muy borracho! —gritó otro por el costado contrario, riéndose a carcajadas seguidamente. Ese era Ryoga.

 

 

No entendía nada de nada, no sabía si el par tenía poderes de tele-transportación o algo y su agenda de sólo DIAURA no le había permitido enterarse de que las bandas de los otros tenían giras en lugares cercanos el mismo día, pero aun así, eso no cambiaba lo embarazoso de la situación.

—Yuu…
—¿Ah? —le respondió el vocalista pelinegro acercando su oído a él, mientras sacaba un sobre con algo blanco y lo dejaba sobre la barra.

—¡Que si han visto a Yuu!

 

El otro lo miró con una sonrisa burlona, mientras alineaba el polvo sobre la mesa, con una tarjeta de crédito.

 

—Amigo, no tengo ni idea de quien mierda es Yuu, pero esto te puede ayudar a buscarlo mejor… ¿quieres?

 

Estaba borracho, pero no era estúpido y entendió de inmediato que tenía que irse de allí en ese mismo momento. Se bajó del taburete deprisa y en el acto perdió el equilibrio, siendo sostenido por Ryoga, quien tomándose confianzas que no debía lo acercó a sí desde la cintura. Giró el rostro sintiendo náuseas; apestaba a alcohol.

—¿Qué no buscabas a Yo-ka? —le habló de cerca. Sin poder aguantar, lo empujó impulsivamente y se perdió entre la gente, caminando lo más rápido que podía hacia la salida, algo zigzagueante. Ya casi llegaba cuando sintió como alguien lo cogía desde atrás. Asustado, levantó el brazo dispuesto a irse a las manos si era preciso.

—¡Soy yo!… ¿dónde estabas? —le gritó Yuu, intentando hacerse escuchar en medio de aquel barullo. Lo reconoció al instante y se abrazó a él como si la vida se le fuese en ello. Permaneció así incluso en la Van de regreso al hotel, donde Yo-ka llevaba la música a todo volumen en el asiento del copiloto aún con ánimos de fiesta, mientras Shoya dormía torcido en el asiento justo por delante, en mal estado.



Al baterista le dolía la cabeza, no había bebido por los medicamentos y ahora se sentía la niñera de todo el mundo. Hasta al mánager había tenido que mandar de regreso al hotel en un taxi, unas horas antes.

 

Sin poder con todo, se sintió agradecido cuando algunos trabajadores del hotel se ofrecieron a ayudarle a guiar a sus otros compañeros de banda a sus respectivas habitaciones. Por su parte, se apresuró en dejar a Kei en la suya lo más rápido posible con intenciones de irse a descansar inmediatamente, pero había un problema; el guitarrista simplemente no le soltaba.

 

No entendía qué demonios le pasaba, pero se recostó con él en su cama esperando a que se durmiese para poder irse. Cuando al fin pensó que había cedido al no sentir el agarre insistente alrededor de su cuerpo, se movió lo más sigilosamente que pudo, sentándose suavemente sobre la cama, dándole la espalda.

 

—¿Te… vas? —Suspiró agotado, al notar que lo había despertado. Antes de que el otro se le embracilara de nuevo, se puso de pie rápidamente, acomodándose la chaqueta.

—Sí y tú debes dormir. En la tarde viajamos a…

—Quédate.
—¿Ah?

Pese a que sabía que en ese mismo instante debió irse, se quedó inmóvil mientras Kei se desplazaba hasta arrodillarse frente a él sobre la cama y lo acercaba a la misma tironeándolo de la camisa, para luego, abrazado a su cuello repetir a centímetros de su rostro: —Quédate.

 

Si pudiera definir aquella sensación o el estremecimiento que esa acción le provocó, sería similar a un terremoto interno. Clamando a todo su autocontrol, lo sujetó de la cintura para alejarlo un poco de sí. Sin embargo, eso sólo logro que el guitarrista se le pegara más.

 

—Estás… muy borracho —soltó entrecortadamente. Kei rozaba su nariz en sus mejillas, al tiempo que enredaba sus manos en su cabello.

—Qué importa…—le oyó susurrar.

 

¿Ese era Kei? Estaba impactado, pero el cúlmine de su asombro llegó un momento después, cuando sintió sus labios tibios hacer presión contra los suyos. Se alejó abruptamente sin querer, haciendo con eso que el guitarrista perdiera su punto de apoyo, cayendo sobre la cama. Se sentó inmediatamente a su lado y lo observó para comprobar que estuviese bien, sin tocarlo ni acercarse demasiado. Esperó a que se sentase por sí mismo, lo vio llevarse una mano al cabello y peinarlo hacia atrás, a la vez que volvía a mirarlo. Se le antojó tan bonito y sensual que no sabía si morirse o írsele encima en ese mismo momento.

 

Él acaba de tratar de besarlo. Continuó mirándolo como si con eso, aquel hecho fuese a ser más real.

 

—No te entiendo. —«Yo tampoco» pensó a su vez Yuu, mientras intentaba articular alguna excusa sencilla y creíble para retirarse luego de ahí. Pero, Kei habló nuevamente: —¿Ya no te gusto? —El baterista se quedó helado, totalmente cortado; no sabía cómo actuar si de pronto era tan directo. Pese a su estado, el guitarrista instintivamente podía sentir que las palabras no iban a servir demasiado, por lo que volvió a acercarse y de forma mucho menos sutil se dirigió directamente a besar su cuello, al tiempo que le desabotonaba la camisa.

 

Deseaba muchísimo a Kei y lo que estaba haciendo, sin embargo, algo le hacía sentir terriblemente inquieto; sabía que él no estaba bien. Y, todo lo que había pasado antes le hacía temer el peor resultado para eso. No iba a soportar ser rechazado de nuevo o peor aún, dejarse llevar y ser acusado de aprovecharse del estado en el que se encontraba. Con aquel último pensamiento se convenció definitivamente; no podía seguir. No así.



Con pesar y aún dudándolo un poco, detuvo su mano que le acariciaba el pecho en ese momento y lo separó de él lo más suavemente que pudo y con todo el valor que logró reunir.


—No estás bien…

—¡Pero que mierda importa eso! —replicó enfadado, intentando volver a acercarse un par de veces, sin que Yuu se lo permitiese. Rindiéndose al fin, se quedó sentado, sintiéndose triste y estúpido—. ¿Qué quieres entonces?... —dijo apenas, luchando contra las lágrimas que intentaba retener.
—¿En serio? —le dijo igualmente enojado. Estaba empezando a sentirse sobrepasado con la situación—. ¿Crees qué es esto lo que quiero, acostarme contigo?

 

«No de nuevo» pensó. Lo estaba entendiendo todo mal, otra vez. ¿Cómo podían echarlo a perder tantas veces?

—No entiendes.
—¿Yo no entiendo? Creo que tú no sabes lo que…
—¡Sí sé!... pero no puedo hacerlo de otra forma. No puedo… —De pronto se sintió muy avergonzado.

El pelinegro se quedó callado intentando escucharlo, pero su propia inseguridad era más grande.

 

—¿Sabes qué creo?... Si necesitas beber para poder estar conmigo, no hay manera de que pueda estar bien. —El guitarrista se demoró apenas un par de segundos en comprender el significado que estaba atribuyéndole a su actuar y estaba terriblemente equivocado.

—Yuu, no es…—Le sujetó de la camisa, mientras el baterista se ponía de pie de una vez, soltándose bruscamente. Si lo dejaba ir sin poder aclarárselo, ya no sabía si habría forma de atravesar la brecha insalvable que se abría entre ellos en ese momento. Dado que sus actos torpes aunque sinceros habían sido malinterpretados, intentó buscar las palabras correctas, pero en su desesperación parecía haber olvidado cómo decirlas.

—No te obligues a hacer esto, es… triste. —Sintió como si le hubiese golpeado el estómago y en aquella sensación, perdió cualquier atisbo de valentía que pudo haber encontrado en su interior. Sin poder evitarlo se llevó ambas manos a la boca, empezando a temblar.

 

Habiendo tenido más que suficiente y sin poder ni querer interpretar las intenciones de su compañero, se apresuró en abandonar la habitación antes de que las cosas se pusieran en verdad peor.


—Duérmete, Kei. —Fue todo lo que pudo articular, en medio de su propia tristeza, antes de cerrar la puerta.

 

 

Con toda la resaca a cuestas, la gira debía continuar por lo que luego de descansar lo más posible, la banda no se reunió hasta la tarde en la entrada del hotel, para ser trasladados al aeropuerto junto a su staff. Yuu había logrado evitarlos a todos hasta ese momento y sólo esperaba instalarse en el avión para seguir durmiendo, que era lo único que le servía para sacarse la situación de la noche anterior de la mente. Sin embargo, en cuanto llegó a su asiento asignado en el avión, se encontró a Shoya con mala cara, sentado en el asiento del lado.

 

 

Sin querer meterse con su compañero que parecía mal humorado, simplemente se sentó, dispuesto a calzarse los audífonos y borrarse del mapa al menos por aquellas pocas horas de viaje. Ya se disponía a ello cuando, el bajista en una actitud más intrusiva de lo habitual, simplemente le desacomodó el cintillo de la cabeza.



—Pero qué…

—¿Qué pasó con Kei?



No pudo reaccionar de inmediato. Lo miró y seguidamente al lado contrario, donde pudo divisar unos asientos más atrás en la fila de en medio al aludido, con su clásico antifaz negro ya sobre los ojos, disponiéndose a dormir.

 


—No sé de qué hablas. —Trató de evadirlo y no caer en pánico, pero Shoya no parecía quedarse tranquilo, incluso, parecía enfadado.

—Hablo de que Kei ha llegado a buscarme a la habitación de Yo-ka esta mañana y además de pelearse con él, cuando al fin he podido encontrarlo, lo único que ha hecho es llorar y escaparse, sin soltarme ni media palabra…

—Ya, ¿y yo qué tengo que ver? —Al bajista le sorprendió lo indolente de su respuesta. Para él era más que evidente que ambos se gustaban, aunque tratasen el asunto como niños de primaria. No era de alterarse demasiado, pero Yuu había logrado sacarlo de quicio fingiendo no saber qué pasaba.
—¡¿Vas a seguir…?! —Bajó la voz al ver como una de las chicas del staff se volteaba a verlos desde un asiento cercano—. Yuu…—Tomó aire, tratando de calmarse—. Yo-ka te vio salir de su habitación anoche… ¿me explico?

—¿Qué mierda contigo, Shoya?

—Baja la voz.

—Maldita sea…—continuó, hablando más despacio—. ¿Crees que le hice algo o qué? Qué mierda crees que soy, ¿un violador o algo así?

 


Y sucedió, sin ni siquiera haber hecho algo el baterista veía como su estúpida aprehensión estaba convirtiéndose en una profecía autocumplida. Aunque, al verlo desde el sesgo de sus propios miedos, no era capaz de entender que no era a eso a lo que se refería su compañero. De hecho, Shoya se sorprendió ante la alusión tan específica.

 

—Oye, no quise decir eso… digo que ustedes deberían…

—Vete de aquí.

—Yuu, sólo me preocupa que…

—Adiós. —Sin poder sostener más la conversación, se levantó para sentarse donde fuese que ni las preocupaciones del bajista ni su propia paranoia lo persiguieran. Se sentía muy molesto y como Kei era incapaz de expresarse adecuadamente, la situación desde afuera simplemente se veía horrible, dejándole en la peor de las posiciones.


Y sinceramente, estaba cansado. Harto, realmente hastiado del asunto. Relacionarse con él parecía cada vez más insalvable, por lo que volvió a evitarlo, aunque a diferencia de los días anteriores el guitarrista no parecía acercarse más de lo justo y necesario a nivel profesional.

 

Las cosas siguieron de ese modo, hasta que simplemente como si su valentía hubiese obtenido un segundo aliento, Kei se le atravesó por delante en el backstage, más precisamente, en el camerino, al finalizar la tercera fecha de la gira.

 

—Voy a cambiarme —le espetó apenas lo vio con intenciones de quedarse, luego de irrumpir en el lugar de improviso, sin ni golpear la puerta.

—Sí, ya me di cuenta y también necesito cambiarme —le soltó, pasando por su lado y empezando a desvestirse.

—Bueno, entonces me cambiaré en otra parte. —Ya no tenía paciencia para nada, por lo que pese a estar ya desnudo para arriba tomó sus cosas apresuradamente para salir.

—¿Ya no quieres que te mire de otra forma? —le increpó directamente. Yuu lo miró sin entender, como siempre, perdiendo los estribos al instante. Lanzó sus cosas sobre la banquilla antes de responderle.
—¿Estás borracho de nuevo Kei o a qué demonios juegas?

 



El guitarrista a su vez se preparaba para decirle algo, pero justo en ese momento, alguien más abrió la puerta.



—El baño está asqueroso y tardan como chicas, así que me cambiaré.  A la mierda su espacio personal, quiero irme al hotel. —Yo-ka estaba notoriamente mal humorado y casi enseguida también apareció Shoya, tras lo cual el baterista simplemente decidió salir aun si tenía que irse con lo puesto.

 

Luego de ese último cruce de palabras entre ambos, la distancia parecía haberse hecho tan evidente que evitaban al máximo compartir un espacio común. Kei se sentía sumamente frustrado, sentía que había llegado a un punto en que, ni siendo directo, ni sutil, estando borracho o sobrio o incluso a punto de morir Yuu le escucharía. Parecía que apenas estaba a menos de dos metros de él, como si tuviera alguna clase de enfermedad viral, el baterista se levantaba y se movía a un punto más lejano o desaparecía derechamente de donde estuviesen si le era posible. Por suerte luego de volver a la capital para las dos últimas fechas de la gira, hubo unos pocos días libres que la empresa les cedió para que pudieran estar aunque fuese por poco en sus casas. Con el retraso que llevaban con el calendario de la banda, era probable que luego de finalizar la gira no hubiese oportunidad de tomarse unas breves vacaciones como solían hacer habitualmente.




Kei aprovechó aquellos días para tratar de despejar la mente y por primera vez en mucho, no contactar a ninguno de la banda mientras estuviesen de libre. No había trabajo que apurar y sabía además que Yo-ka y Shoya habían podido captar que algo había pasado en la primera fecha de los regionales, luego de la famosa fiesta. Se maldijo a sí mismo al recordar cómo en cuanto se encontró a su amigo bajista en el sauna del hotel, había acabado llorando como un idiota y escapando en toalla de regreso a su habitación. No había habido manera de hacer que se tragase que en realidad estaba sudando o se había pasado de tiempo en el sauna ni nada parecido; Shoya no era estúpido y era su mejor amigo, era muy capaz de adivinar sus mentiras y también de asociar acertadamente las cosas.



«¿Es por Yuu, verdad?».



Recordó su mensaje de Line que nunca respondió, mientras se hundía en la tina queriendo desaparecer.


Yuu por su parte había estado ocupándose de algunas cosas, además de su propia salud, tanto física como mental. Pese a ello, se encontraba nervioso. Estaba sentado en un Izakaya un poco temprano como para beber y además, no era el mejor sitio para conocer a alguien, pero estaba lo suficientemente desesperado como para permitirse a sí mismo no tomar las mejores decisiones.
Comprobó la hora en su reloj y miró nuevamente hacia la entrada, ¿vendría a quién esperaba?

 

Pensó que estaba bien si se adelantaba y pedía algo para beber, después de todo lo que iba a hacer no era algo fácil para él. Ya se había bebido dos vasos de cerveza cuando vio a un joven entrar aceleradamente, cargando un porta-platillos de batería a la espalda. En cuanto este le vio, le hizo un gesto con la mano, dirigiéndole una peculiar sonrisa.


—¡Lo siento, vengo muy tarde! —dijo, inclinándose respetuosamente. Yuu le miró, se veía sudado así que parecía haber corrido—. Tenía ensayo y me he duchado en casa de mi amigo, apenas si me he montado en la bici y cuando venía…

 

El pelinegro lo miró pestañeando seguidamente, mientras el otro aún de pie seguía dándole escusas y disculpándose, moviendo las manos junto a las explicaciones que daba, efectos de sonido incluidos. Sí que era locuaz el chico. Sin querer juzgarlo por anticipado, decidió interrumpirlo y tomar el control de la situación.


—No te preocupes, en realidad apenas he llegado y además te he llamado a último momento. —Oyendo aquello, el joven más aliviado al fin se sentó frente a él, quitándose los platillos de la espalda.  Le sirvió un poco de su botella de cerveza, en un vaso extra que había pedido de antemano y el otro agradeció el gesto; aún estaba algo sonrojado a causa de las prisas para llegar. Yuu miró el vaso propio una vez más, intentando reunir valor.


Lo había visto ya varias veces sobre el escenario, había visto su energía e increíble carisma para ser quien está siempre detrás de todos. Había apreciado la calidad de su trabajo, aún cuando no era miembro oficial de ninguna de las dos bandas con las que le había visto presentarse.
 Sólo le restaba averiguar por sí mismo, qué clase de persona era. Tomó aire, seguro al fin.

 

—Primero que todo, gracias por venir, Tatsuya…

 

Ya no podía seguir postergando lo inevitable.

 

Del mismo modo, inevitablemente despierto aún a altas horas de la noche, Kei pensaba que ya no podía aplazar aquella incómoda pero sincera conversación que tenía pendiente con su baterista. Se levantó a la cocina, con intención de hacerse algo caliente para beber pese a que le desagradaban los líquidos calientes, sólo por tener la leve esperanza de que aquello calmase la tensión que ni el baño de tina de casi dos horas le había quitado del cuerpo. Se miró las yemas de los dedos, arrugadas como la piel de un hombre mayor.



Y es que a veces tenía el humor de uno. Suspiró, agotado de sí mismo.



Le dolía asumirlo, pero Yuu tenía razón en estar enfadado con él. No era normal su actuar, de hecho sentía que su actitud era cada vez más errática, pero tenía mucho miedo y la batalla entre esa emoción y las ansias de acercársele acababan siempre en desastre.

 

Aunque pareciera ridículo para su edad, había tenido sólo una relación seria, una larga relación informal que acabó en la disolución de la banda previa a Valluna y escasos besos fugaces entre medio, de los que prefería salir huyendo. Realmente, le era muy difícil esa clase de cosas, más cuando tenía la desgracia de interesarse en alguien de verdad, como le había acabado pasando con el pelinegro.

 

 ¿Cómo iba uno a decirle a otro que le gustaba? En los dramas románticos de TV que veía en secreto, parecía mucho más sencillo y siempre acababa bien. Se sentía más tonto aún, porque sabía que era correspondido, porque aún era así… ¿o no? Miró el patrón de dibujos de la cerámica de la cocina, repentinamente angustiado. Yuu parecía arder en furia nada más ubicarse él en el mismo lugar físico, lo que le aterraba porque, para parecer tan serio, la verdad es que era terriblemente sensible y sentir que lo molestaba al parecer tan sólo con el hecho de existir, le hacía sentir herido y desear encerrarse más en sí mismo. Para calmarse, trató de rememorar las cosas que había hablado con Shoya; el baterista quizá estaba a la defensiva. Probablemente, estaba cansado de todo.

 


Al siguiente día, ya sería momento de verse en la compañía; tenían una reunión para hacer algunos ajustes a la agenda y ensayar brevemente el setlist que afortunadamente ya habían decidido hace tiempo. No creía que eso fuese a agotarles demasiado y quizá terminando aquello, sería un buen momento para enfrentar y resolver la situación de una vez por todas.



Una vez acabado el té y metido en su cama, destapado, se dedicó a mirar el techo por largo rato, pensando en qué momento y de qué manera decirle como se estaba sintiendo. Pero, cada una de las opciones que se le venían a la mente le parecía infantil y tonta. Además, ¿qué venía luego?, ¿qué clase de relación tendrían?, ¿cómo podría disculparse o explicar el extender ese momento innecesariamente y la complejidad de sus sentimientos?, ¿estaría él aún dispuesto a aceptarle?

 

Eran demasiadas preguntas sin respuesta y sin querer, acabó durmiéndose.

 

 

Cuando despertó, el cielo parecía más oscuro de lo habitual para la hora que era. Salió muy temprano de casa, con la esperanza de encontrarse a Yuu en la sala de ensayos, como antaño. Quizá porque el disponerse a hablar con él significaba a la vez, aceptar por completo sus sentimientos, se sentía muy nostálgico. El clima nublado y aquella ventisca fría no ayudaba demasiado.

 

 

Bordeando al fin el pasillo hacia la sala de ensayo donde esperaba al fin poder verle, el corazón le saltaba sin parar. Sabía que, aunque tuviesen reunión primero, si él llegaba antes era ahí donde iría a refugiarse. A lo lejos pudo atisbar el sonido tenue de la batería, se regocijó de al menos conocerle. Parado ya frente a la puerta y sosteniendo la correa de su bolso, con su mano temblorosa, se disponía a entrar cuando escuchó risas dentro. ¿Estaba con alguien?, eso no se lo esperaba. Frunciendo el ceño sin querer y sin poder aguantarse la curiosidad, entró sin cuidado.

 

 

 

En ese instante, los dos hombres dentro de la sala dejaron de reír, produciéndose un tenso silencio.

—Kei… por… ¿qué haces aquí tan…?

—¿Quién es él?

 

 

El guitarrista observó como Shoya tragaba saliva, mientras el sujeto desconocido sentado en la batería de Yuu, se ponía de pie rápidamente.

 

—Eh, disculpa. Es que no nos conocemos aún, yo soy…

—No me importa quién seas —respondió de manera descortés, haciendo callar al otro en el acto—. ¿Dónde está Yuu? —insistió, dirigiendo la pregunta a Shoya, quien había palidecido ante su inesperada actitud. Kei no era la clase de persona que actuaba así, menos en un momento tan formal como conocer a alguien.

—Oigan…—De la nada, apareció Yo-ka por la puerta entreabierta—. Si ya estaban todos, ¿no podían bajar a la sala de reuniones? El mánager se la ha cargado conmigo porque no los encuentra. Está apurado y quiere que empecemos antes, así que háganme el favor y muevan su trasero a la reunión, ¿ok?

 

 

 

Como cada lunes por la mañana y con las gafas más oscuras de su colección, el vocalista se cargaba un humor del infierno. Abrió la puerta por completo, haciendo el gesto con las manos, para invitarles o más bien obligarles a salir de la habitación de una vez por todas. El primero en salir raudamente fue el líder. No estaba entendiendo nada, pero si Yuu estaba abajo en la sala de reuniones pensaba preguntárselo directamente, así tuviese que atravesarse en la puerta para que no escapase de él. Tenía un presentimiento espantoso y le estaban entrando ganas de vomitar. La sensación sólo empeoró cuando entró a la sala y no lo encontró ahí.

 

 

 

El resto del tiempo se dedicó a intentar asimilar lo que anunció el mánager apenas empezó la reunión, sin soltar ni media palabra durante la misma. La voz del sujeto desconocido frente a él, quien hacía preguntas acerca de los itinerarios y de los conciertos, le ponía enfermo. Veía el vaso de agua enfrente suyo y fantaseaba con la idea de lanzárselo en la cara y decirle que se fuese al infierno y todos, sus malditos compañeros y el maldito mánager también podrían desaparecer en ese momento.

 

Sentía que lo tomaban por idiota; estaba furioso, más que nunca con todos ellos.

 


—Kei… —Escuchó que Shoya se dirigía a él, pero no quería responderle—. Sé que teníamos que hablarlo antes contigo, que eres el líder y que teníamos que preguntártelo, pero sabíamos que…

—No estabas en posición de hacerte cargo —interrumpió Yo-ka, sin anestesia. Vio como su pareja le lanzaba una mirada de odio fulminante de un extremo al otro de la mesa, pero no se inmutó—. Qué, sabes que tengo razón —continuó, mirándose las uñas calmadamente—, Kei es demasiado sentimental para esta clase de cosas. La primera vez que Yuu se fue en nuestra anterior banda, tampoco…

—¿Se fue? —dijo sin querer, con los ojos fijos en la mesa. Mientras, como si fuese una cinta dañada, todos los recuerdos desde que había conocido al baterista, pasaban a desmedida velocidad y en tonos extraños, por su mente alterada.

—No, nada de eso —se apresuró en decir el bajista, antes de que Yo-ka acabase empeorándolo todo—, sólo que su brazo necesita reposo de verdad y no podrá estar en las últimas fechas del tour, es todo.

—¿Y ustedes ya sabían esto del baterista de soporte?

 

 

Nadie dijo una sola palabra por unos eternos y tensos minutos. Ante la confirmación que significaba ese silencio, el guitarrista sintió su cerebro palpitar en sus sienes. Intentaba encontrarle la lógica a todo y calmarse, pero temía que estaba fracasando.

 

 

—Perdón, pero… ¿él no lo sabía? —Tatsuya, totalmente fuera de sitio e incómodo con la situación, también sentía que había una parte de la que no se estaba enterando. Pero justo cuando el mánager se disponía a hablar, Kei se levantó golpeando las manos contra la mesa y haciéndolos temblar a todos, para luego simplemente salir de la habitación, sin disculparse ni nada parecido.

 

 

¿Un baterista de soporte? ¿Qué mierda significaba todo aquello? Por más que le daba vueltas, no hacía más que marearse y sentir cómo le faltaba el aire. Sin saber por qué, acabó regresando a la sala de ensayos y en cuanto vio la batería, simplemente la desarmó lanzando cada elemento lejos, casi fuera de sí. Una vez acabó su momento de ira, pasó al instante a la culpa, apresurándose en buscar cada parte del malogrado instrumento, para al menos reunirlos en un mismo rincón, porque se dio cuenta en ese instante, que no tenía ni idea de como devolver cada elemento a su lugar. Frustrado, se sentó en el suelo y lloró unos instantes, cubriéndose la boca en silencio. Hacía mucho que no sentía que algo estaba tan fuera de su control y al igual que con la batería, no tenía ni idea de como resolver todo aquel desastre en su vida personal.

 

 

 

De cualquier modo, necesitaba una explicación, así que le marcó al baterista varias veces sin recibir respuesta. Se quedó quieto unos momentos, respirando lentamente, tratando de recuperar la compostura. Vio en un rincón un bolso que no le era familiar, quizá era del chico al que había anulado nada más cruzársele al frente. Esta vez, a diferencia de la mañana no se sintió enfadado si no avergonzado por la forma en la que había actuado. Todo en esa mañana oscura le parecía inaceptable por lo que, decidió que regresaría a casa y dormiría el resto de la tarde, a ver si así lograba reponerse y volver a actuar como una persona cuerda, aún si todo era insoportablemente abrumador en ese momento para él, a causa de sus propios sentimientos.


Nervioso y sudando un poco, Tatsuya, el joven baterista de soporte se hallaba ya hacía un rato fuera de la sala de ensayos. No sabía qué pasaba, pero le parecía haber oído cosas romperse por lo que estaba cuestionándose acerca de si debía intervenir o no. Sabía que quien estaba adentro era Kei, el líder de la banda. Recordó fugazmente la advertencia de Yuu aquel día en el Izakaya.


«Kei, es complicado de tratar. Puedo asegurarte que te lo va a poner difícil, pero a la larga cederá».


Cuando lo escuchó, pensó que exageraba, pero había sido literal. Sin embargo, si pensaba en toda la situación se sentía un poco perdido. Que no le hubiesen informado que un miembro de soporte se unía a la banda le parecía una falta de respeto, en su posición, él también se sentiría enfadado. Ahora, no sabía si a esos niveles, pero, de todas formas…



Sus cavilaciones fueron abruptamente interrumpidas cuando de la nada la puerta se abrió frente a él. Tuvo que moverse rápidamente, para que aquel hombre que cargaba un aura terrible, no se lo llevase por delante. Sin perder el tiempo, ingresó a la estancia para tomar sus cosas que había dejado olvidadas. Observó el estado de la batería ceñudo y tan sólo guiado por su instinto, decidió seguir al otro a cierta distancia, lo vio doblar por un pasillo y de pronto echarse a correr.

 

 

—¡Tatsuya! —Se giró, ansioso. Shoya venía caminando hacia él, a paso rápido. Le sonrió instintivamente, sabiendo que al ser viejos conocidos, debía estar preocupado por cómo se dio todo ese día. Volvió a mirar por donde el guitarrista se había ido, pero había desaparecido.


Kei corría a toda prisa por las escaleras hasta el piso siguiente.  Sabía que no se encontraba bien, pero estaba seguro de haber visto a Yuu con Yuugo, subiendo al ascensor hablando, mientras caminaba hasta el baño. Tenía la sensación de que nada volvería a ser normal si no aclaraba todo, absolutamente todos los absurdos malentendidos que habían ocurrido entre ellos todo ese tiempo, en ese mismo instante. No habría otra oportunidad. No habría nada de nada.

 

—¡Yuu! —El pelinegro escuchó como le llamaban, desde el otro extremo del corredor. Se maldijo a sí mismo, ¿no se suponía que la reunión acababa en media hora más? Desentendiéndose de su colega baterista de la forma más educada que pudo, se apresuró en caminar hacia las escaleras más cercanas para desaparecer de la compañía tan pronto como fuese posible.

—Maldita sea Yuu… ¡Quédate donde estás! ¡No te atrevas a moverte! —Se detuvo en seco, Kei sonaba al borde de un ataque histérico y algunos miembros de Grieva incluido Yuugo, que tenían sus dependencias en aquel piso, acabaron asomándose al corredor a ver qué pasaba.

 

 

Se mordió los labios hasta hacerse sangre; no iba a poder evitarlo. Se volvió sobre sus pasos y tomando a su compañero de forma poco amable por el brazo, lo arrastró hacia la salida de emergencia que daba a otras escaleras poco circuladas, cerrando la puerta con violencia tras de sí y soltándolo posteriormente. Lo observó rápidamente, claro que estaba alterado, pero tenía que tratar de controlar la situación.



—¿Me vas a explicar qué mierda pasa?

—¡Qué mierda te sucede a ti! —le gritó, sin poder evitarlo. Se llevó una mano a la cintura y la otra a la frente, girándose exasperado. Aquello claramente no iba a servir, pero si era sincero, ya no quería intentar arreglar nada, sólo salir de todo aquel embrollo de una vez.

—Yuu…
—No me grites delante de todo el mundo, ¿o te olvidas de que estamos en la compañía?, ¿quieres que todos hablen de nosotros de nuevo?

—¿No tengo derecho acaso?, ¡pasaron de mí como si fuera un imbécil!

—Olvídalo Kei, sólo quiero volver a casa, ¿sabes? Sabía que no habría forma de que lo entendieras.

 

Tratando de acabar con la discusión, intentó volver a abrir la puerta para regresar al edificio, pero contra todo pronóstico el guitarrista la cerró de sopetón con su propio brazo.

 

—Tengo que hablar contigo…—dijo, tratando de moderar lo más posible el tono de su voz y su actitud. Era un pésimo momento para todo, pero es que, todos lo eran últimamente y estaba cansado, no iba a cargar más con eso, independiente del resultado final.



Pero Yuu no parecía dispuesto a escucharle.



—No vale la pena, ¿no estás harto de discutir conmigo? Pues yo sí. Puede que el que estemos alejados un tiempo sea lo mejor. Así no sólo yo podré recuperarme bien, la banda también volverá a la normalidad y tú podrás descansar y calmarte también, ¿no crees?

—Dije que tengo algo que decirte, Yuu —insistió firme, mientras le miraba a los ojos todavía sosteniendo la puerta. El gesto hastiado del baterista le hacía sentir roto por dentro, pero ya no le importaba si tenía que ser de esa manera—, yo…

—Lo siento. De verdad no quiero seguir hablando. —Sin aguantar más, se dio media vuelta con la intención de descender por las escaleras, pero no pudo.

 



El brazo de Kei lo haló con desmedida fuerza de regreso a su sitio, haciéndole perder los cabales por completo. Se giró furioso, pero antes de siquiera poder reaccionar un puñetazo le cayó por el costado de la cara, haciéndole retroceder un par de pasos. Sorprendido, se quedó mirándole con la mano sobre el rostro, mientras el otro hiperventilado, le empujaba con ambas manos hasta hacerle chocar con la pared. Cerró los ojos al verle acercarse, temiendo un segundo golpe; no iba a defenderse. Jamás, ni en la peor de las situaciones, sería capaz de herir a Kei.

  

Aún si todo se había arruinado hasta ese punto, seguía queriéndolo incondicionalmente.

 

Pero lo que vino luego, no fue ningún golpe. Si no un desesperado agarre y en seguida un también desesperado beso.


Apenas si atinó a entreabrir los labios y aunque hubiese querido alejarse no habría podido; una de las manos de Kei le sujetaba fuerte la cabeza, mientras la otra aún le sostenía la camisa, de donde le había halado para acercarse.

 

De pronto, el guitarrista se separó levemente, respiraba con dificultad y temblaba. Instintivamente, el otro trató de despejar el cabello de su rostro, para que pudiera respirar mejor, recogiéndolo tras sus orejas. Pudo notar entonces sus mejillas húmedas y sus propias manos temblorosas, tratando de secarlas, mientras volvían a humedecerse de nuevo a medida que más lágrimas resbalaban sobre ellas. Entonces, él se abrazó a su cuello y pudo volver a sentir su aliento casi fundiéndose con el suyo. Se aferró a su cintura, como si, todo aquel confuso e íntimo momento de pronto fuese a acabar; no quería dejarlo ir, no podía. En ese instante entendía, que cualquier estúpido intento de desistir de él era en vano.



—Yuu…—Casi podía sentir que se tragaba su propio nombre, susurrado en débil voz por sus labios—yo… —A esa mínima distancia, los sentía temblar. Pero, ya no necesitaba que dijera más nada, por lo que le besó, esta vez de manera suave y calma, honesta, como había soñado tantas veces por tantos años.

 

Creía que moriría al notar como él a su vez le correspondía, aferrándose más a su cuerpo, hasta que de pronto lo sintió perder fuerza. Asustado, se apresuró en sostenerlo, miró su rostro pálido preocupado, pero él aun así le sonrió tenuemente, apoyando la frente en su hombro.


—Lo siento… estoy tan cansado.

 

Comprendiendo, tan solo lo abrazó, permitiéndole descansar apoyado en él cuánto fuese necesario.

—Está bien…—Besó su cabeza, asumiendo por fin todo lo que pasaba. Su corazón aún parecía querer escapársele por el pecho—… lo entiendo —añadió, mientras al fin cedía a sus propias lágrimas.

 

 

«Ahora lo entiendo todo, Kei».

 

Pensó, sintiéndose infinitamente estúpido y afortunado a la vez, mientras lo apretaba un poco más contra sí.

 

 

Notas finales:

¿Pensaban que Yuu se iba enserio? JAJAJAJA

No, en serio. Yo también. ¿Pero no era más interesante de esta forma?

Ah, vamos... yo sé que amarán esto.

¿Y? ¿Quién es más idiota, Yuu o Kei?

Espero sus opiniones.

Si cree que se le caerán los ojos por leer tanto, puede reclamar con tranquilidad (?). Los tomates son buenos para las ensaladas.

Un abrazo... ¡Nos leemos!


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