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Neverland por Jahee

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Notas del capitulo:

Halloween! Y éste es mi regalo para todos ustedes jeje. Espero que perdonen mi demora -como siempre- 

Disfruten, sus comentarios ya están respondidos! 

IX

 

Visitas inesperadas

 

Kiev era una ciudad de extremos, donde se podía apreciar la hermosa arquitectura como en ningún otro lugar se vería, y a la vez, ser poseedora de los suburbios más pobres del mundo entero. Con sus estadios de fútbol más vanguardistas, los centros comerciales de marcas exclusivas, autos lujosos que difícilmente se dejaban ver en otras partes de Europa, y no obstante, con hospitales públicos carentes hasta de mantas. A las afueras de Kiev, todo cambiaba, como si dos ciudades se mezclaran en una. Sin espacio para puntos intermedios, la clase media tampoco existía. Los ricos eran millonarios con una característica en común: hablaban un fluido inglés. Y los pobres, se envilecían en las localidades alejadas; morían de frío, los niños en las calles, y los más afortunados en vagonetas abandonadas.

Cuando era una niña, Katrina había sentido la mordida mortal del frío. Pasaba una onda polar especialmente severa, y los calentadores en la vieja casa de sus padres se estropearon esa misma noche por un bajón en la electricidad. Las colchas eran insuficientes para calmar su cuerpo tembloroso, y podía jurar, las lágrimas se congelaban en sus mejillas. Poco a poco, el frío se fue. Sintió calidez en cada miembro de su cuerpo flaco, mientras a lo lejos, escuchaba los chillidos incesantes de Andrei.

—No llores, Andryusha. El frío pasa, lentamente, pero se marcha; ahora mismo siento mi cuerpo caliente. No llores, bebé. Pronto pasará.

Intentó entonar una canción. Una suave melodía de arrullo. Su garganta se quejó al principio, pero el llanto de su pequeño hermano le instó a proseguir.

El sueño atraviesa por la ventana

Y la somnolencia por la valla

El sueño le pregunta:

¿Dónde descansaremos ésta noche?

Donde la casa es cálida

Donde el bebé es pequeño

Ahí iremos

Y lo arrullaremos

Duerme, duerme, mi pequeño halcón

Duerme, duerme, mi pequeña palomita (*)

 

Fue ella, la única que cayó en un profundo letargo. En el sopor de la muerte. Iryna la descubrió a tiempo, y le llevaron a un precario hospital. Su principio de hipotermia fue tratado con éxito, pero ella se prometió secretamente no volver a pasar frío y hambre. Jamás. En Ucrania, el frío y la pobreza iban de la mano, eran oscuros cómplices.  

 

Sacudió la cabeza para liberarse del recuerdo. No le agradaban los hospitales, los evitaba a toda costa porque le hacían memorar aquella noche triste, cuando la muerte le había respirado en la nuca. Pero ahora era necesario acudir a uno, en calidad de visitante. Era un hospital privado con seguridad intachable, de aquellos que sólo podían permitirse pagar las personas de alto ingreso económico. Esperó una hora para que le permitieran entrar a la habitación del paciente.  

 

Caminó con su barriga hinchada hasta el cuarto de recuperación y abrió la puerta, llena de una ansiedad que ya no pudo ocultar. Allí estaba el amigo de su hermano, tendido en una cama, con el rostro irreconocible. Él la miró, los ojos brillosos que revelaban lo que tanto temió.

 

—Estás en las noticias — fue lo primero que brotó de sus labios. Se sintió como una idiota, rodó los ojos, y se animó a acercarse un poco más —Soy una estúpida. Lo siento Stepán. Lo siento en verdad.

— ¿Por qué te disculpas?

Había un pequeño espejo en las piernas de Stepán. Como si recién hubiese observado las secuelas en su cara. El ángulo del espejo le permitió ver su rostro también. ¿Cuándo se había convertido en aquella mujer sin vida? Lucía pálida, ojerosa, y con el cabello opaco.  

—Lo hizo Vladimir, ¿no es cierto? Fue él, estoy segura — Stepán retiró la mirada. Sus ojos estaban reventados, un mar rojo bañaba la blancura del globo ocular.

—No tienes porqué disculparte, Katrina. Lo que haga el cretino de tu marido, no es culpa tuya.

Mordió su labio inferior en un gesto preocupado, el bebé en sus entrañas se removió inquieto y ella se masajeó el vientre, sin apartar la mirada de las cicatrices de Stepán.  

—Debí advertirte. Últimamente sólo hablaba de ti, no pensé que fuera capaz de tanto…  no contigo, alguien bien conocido, sólo por él, sólo por encontrarle.

Se refería a Andrei, el joven notó la completa evasión. ¿Acaso tanto dolor le provocaba su sola mención? 

—Le he dicho lo que quería saber, y me sintió terrible por ello. He traicionado la confianza de Andrei. —Murmuró, observando por la pequeña ventana, al sol muriendo entre las sombras de la noche; a las nubes borrascosas, que amenazaban con tormenta de nieve.

Katrina parpadeó, fijando su vista también en el horizonte. Había tanta paz en aquel efímero paisaje, lo envidió. Envidió la paz que reflejaba, y que ella no podía obtener ni proponiéndoselo.

—Hace tres noches, Vladimir me abandonó. No dijo a dónde iba, ni cuándo regresaría. Tampoco contesta mis llamadas. ¿Dónde está Andrei? Sé que Vladimir se encuentra donde está mi hermano.

Expresó, con la voz decidida. No sólo queriendo saciar su curiosidad; quería encontrarlo en verdad, deseaba traer de vuelta al incorregible de Vladimir. Con tal de tenerlo a su lado, Katrina estaba dispuesta a tragarse los reproches, las lágrimas, y los insultos. 

—En Londres, Katrina. Haz algo, si es que puedes. Aleja a Vladimir de él. —Rogó, capturando su mano blanca para hacerle sentir su desesperación. Katrina se apartó, alzó el mentón y le miró con el rabillo del ojo, casi con desprecio.

— ¿Lo quieres, no es cierto? También tú lo quieres… — Fueron sus pesarosas palabras. Stepán frunció el ceño.

— ¿Por qué lo odias tanto? —Inquirió, recordando la historia de Andrei. Y la manera en que ella lo observaba a la distancia, desde pequeño, con antipatía y desdén. ¿Qué culpa tenía Andrei de la obsesión de Vladimir?   

Katrina caminó en derredor de la cama, suspiró y acomodó su largo cabello detrás de las orejas.   

— Cuando él estaba en el vientre de mi madre, yo le cantaba canciones de cuna para que al nacer, reconociera mi voz. Me dormía escuchando los latidos de su corazón; sintiendo sus pataditas contra la palma de mis manos. Cuando nació, me sentí tan feliz… una felicidad sólo comparable con la dicha que me inundó en cada nacimiento de mis hijos. Yo lo amaba, Stepán. Habría dado mi vida por él. Me quitaba el pan de la boca para dárselo. Pero creció y conocí su verdadera naturaleza: es perverso, y peligroso. Temo por mi Vladimir.

Colmado de pena, como quien escucha a un vagabundo profetizando el fin del mundo, Stepán habló suavemente, casi con temor a herirle.  

—Estás loca, mujer. Andrei tenía razón: has perdido completamente el juicio por culpa de Fesenko.

Sonrió, dulce. Como si respondiera a un halago.

—Quizá, pero al menos soy una loca indefensa. Que lucha por lo que ama. Andrei… es un enfermo desalmado. Destruye todo lo que toca. Dime, después que te usó para salir de aquí, ¿se ha comunicado contigo?, ¿una llamada, al menos?

El silencio del joven acentuó la sonrisa de Katrina y convirtió el noble gesto en uno descarado, que destilaba burla.

—Huye por culpa de tu marido, que se comunique conmigo es lo que menos importa — dijo luego, tragándose el ardor que emergió desde sus entrañas. Evitó el rostro bello de la mujer para no escupirle en plena cara. Las verdades dolían, especialmente aquellas que se negaban con vehemencia, o que en el peor de los casos, se justificaban.  

—Huye, sí. Por supuesto. Creó al monstruo que ahora es mi esposo, y corre asustado —Soltó sarcástica —Andrei lo abandonó, no se escapó — corrigió —él no es de los que huyen, él enfrenta las cosas, les planta cara, y… busca represalias —frotó sus manos, repentinamente inquieta —por ello mi terror, sé lo que Vova hizo para evitar que fuera a Bolshoi. Tú no sabes, Stepán, no sabes lo mucho que Andrei deseaba bailar allí, no tienes idea de lo que fue capaz de hacer para lograr su sueño, y Vladimir se lo arrebató cruel. Mi hermano no huyó por pavor, se fue para buscar una manera de vengarse de él. ¿Crees que he venido en posición de esposa celosa? No, Stepán. Voy a viajar a Londres, para rescatar a mi marido de la ira de Andrei.

 

1

 

La casa se sentía tan gigantesca como vacía; dentro de la biblioteca, las paredes se cerraban a cada segundo alrededor suyo, como si desearan apresarle, asfixiarlo hasta la muerte. El contador no pareció notar su incomodidad, ni la humedad que comenzaba a perlar en las sienes, seguía hablando como a León le gustaba: utilizando un lenguaje profesional para sus actividades ilícitas. En un balance general, las células de contrabando de armas y tráfico de drogas seguían siendo las más fructíferas; las inmobiliarias y constructoras seguían lavando el dinero sin contratiempos aunque el contador sugirió invertir en otros rubros. Al final del reporte, León era más rico que un día anterior. El Korsakov, más ansioso que satisfecho, estrechó manos y despidió al contador, dejando los asuntos del fisco y de su considerable economía, para un día menos complejo.   

 

Su estado tenía razón de ser, pues en medio de la reunión había sido notificado del arribo de un hombre que conocía muy bien. Se encaminó hacia la terraza del jardín donde debía estar esperándole, y allí ciertamente lo encontró. Platicaba con uno de sus escoltas con la misma familiaridad con la que observaba a Karol a la distancia; ella se desplazaba por el puente del estanque como una visión fantástica bajo el árbol de cerezo; los pétalos que cayeron tras una ventisca se anidaron en su cabello negro, y de alguna misteriosa manera, aquella imagen remarcó el halo de melancolía que hasta ese entonces sólo se había limitado a sus ojos.

 

Deslizó la puerta de cristal y salió al jardín, obteniendo la atención que deseó alejar de Karol. El hombre le miró y sonrió cálido, al momento, con la sinceridad casi inexistente en su mundo. A León le hubiese gustado responder con el mismo gesto, aunque el suyo fuese teatral, pero se vio incapaz hasta de ello. Debió notarse la severidad en sus facciones, pues aunque la sonrisa del individuo persistió, su escolta cabeceó ligeramente como muestra de respeto, y se marchó.

 

El Príncipe nos honra con su visita, —saludó León, deteniendo sus pasos a una distancia prudente del otro —después de dos años. Debo admitir que una parte de mí en verdad se alegra de verte.

Le miró a profundidad, ambos lo hicieron, sondearon sus rostros en busca de cambios visibles, y otros no tanto, pero la muralla de lejanía y aparente respeto se vio resquebrajada cuando El Príncipe eliminó toda distancia entre ellos y le ciño en un enérgico abrazo. En otra vida, se llamarían mejores amigos, en ésta, eran hermanos. Ambos tenían las estrellas en los hombros; ambos Vor V Zakone. Fiel a la familia Korsakov como al código ético Vory, León podría asegurar que su querido hermano delictivo sobrepondría su vida para salvarle de cualquier amenaza, tanto, como podía garantizar que también le mataría si conociere su reciente historial. Ah, y lo tendría bien merecido.  

—León, León — Palmeó su espalda con entusiasmo y le besó las mejillas — Te dejo de ver un par de años y envejeces como si hubieran pasado diez. ¿Qué demonios está ocurriendo?

El aludido se separó no exento de brusquedad, entrecerró sus ojos claros y antes de pronunciar palabra, observó al puente del jardín japonés. Karol ya no estaba.

—No es casualidad que estés aquí justo ahora, en medio de una crisis. Si vamos a hablar, ¿por qué no empezamos con la verdad?

El Príncipe sonrió con asomo de timidez, similar a un infante descubierto en una travesura exigua. — ¿Por qué no nos sentamos y me ofreces una copa? — León no respondió, pero atendió sus peticiones. Él mismo trajo un par de copas y la botella de su coñac favorito. Brindaron y bebieron, sumergidos en un silencio consensual. La luz de la tarde desaparecía para dar paso a la oscuridad, León entendió por qué Karol se había ido: era fin de semana y Neverland la esperaba. Si bien bastantes Vory reconocían a Karol –y debía agregar, más de los que aprobaría- se sintió tranquilo con ella fuera de casa. Los Vory y Karol eran partes de su vida que no le agradaba en absoluto mezclar. 

>>No voy a mentirte, León. Sabes lo importante que son tu padre y tú para mí, pero no quiero que mis intenciones sean malinterpretadas.

Su invitado le trajo de regreso a la escena, León cruzó sus piernas y le miró con esmero, asintió, invitándole a que prosiguiera.     

>>Tu padre habló conmigo y me puso al tanto de ésta nueva… situación. Confía en que la soluciones tú mismo, pero cree también que una ayuda no te caería mal, verás… Korsakov piensa que quizá no le diste la suficiente importancia a sus sospechas.

— ¿Y se supone que tú me ayudarás a entrar en razón? — Arqueó una ceja, sarcástico.

—Vamos, León. Yo tengo mi propia crisis, ¿pero un traidor entre los Vory? Es emergencia, más aun teniendo en cuenta el cónclave que nos está pisando los talones. ¿Y si tu padre tiene razón? Dale el beneficio de la duda, es tu padre, León. ¡Un Korsakov! ¿Cuántas veces se ha equivocado?

León podría hacerle una lista; había fallado como padre, como esposo, pero no como Vor. 

—Sus sospechas responden a delirios de anciano. Se ha atrevido a usar la muerte de Karatch como prueba, ¡la muerte de un viejo en cama, que apenas hablaba!

Un brillo malicioso en los ojos negros de El Príncipe se apoderó de sus pupilas totalmente. El hombre era, a simple vista, un seductor irremediable. Con la complexión del georgiano promedio, -misma que significaba un cuerpo macizo y altura considerable-; y el rostro más que agradable. De allí nació su apodo en el hampa: El Príncipe. Guapo, estudiado, rico, galante, y de sonrisa arrolladora; el que tuvo todo y lo cambió por la hermandad Vory. Así era él, a simple vista, atrayente como una serpiente, pero mortal como su veneno.

—Visité a Karatch un mes antes de su muerte, —reveló con un matiz de voz diferente — créeme que te hubiera sorprendido lo bien que hablaba, y las ganas de venganza que poseía. Empuñaba una hoja de papel en todo momento y con tanto desprecio… son los hijos de puta que mataron a mi hijo y a mi nieto, repetía como si se tratara de un mantra. Esperé que el cansancio lo venciera y cuando se durmió y relajó el cuerpo, pude arrebatarle el papel. Eran nombres, León. Cinco nombres que después investigué y resultaron ser agentes de la FSB. ¿No supones que su muerte fue bastante… conveniente? Somos Vory, no debemos creer en las coincidencias.

Un frío de muerte corrió por su cuerpo, León permaneció en su sitio, sintiendo el aire zumbando en sus oídos, escuchando la respiración agitada de su hermano. Pensó en Karol, en lo que sería de su vida si todo fuese descubierto, el amargo sabor del terror llegó hasta su paladar y le obligó a mantenerse silencioso e inexpresivo, temeroso a que cualquier reacción desenmascarara su infamia. La muerte era cruel para los traidores, pero más dura todavía para alguien de las características de Karol.      

>> No son delirios de anciano, León. Tu padre sigue tan lúcido como siempre. Hubo chivatazo en el traslado de Romanov, también en la operación en Madrid. Hay un traidor, es un Vor, y está liado con la mismísima FSB.        

 

2

 

Tal vez… había sido la acostumbrada respuesta que recibió cuando preguntó a Grozny si se presentaría en Neverland. No se enfrascó en ningún tipo de sentimiento, o pensamiento, pues toda su concentración residía en James. Un día, una semana, o un mes, fue el plazo que los rusos del suburbio le dieron para que su venganza fuera cobrada y Andrei no contaba con nada más que su palabra. Sin embargo, tan pronto entró al bar, supo que su acuerdo ya había sido cumplido. James estaba ausente y no contestaba el celular. Algo no muy típico de él, que solía ser el primero en llegar, y el último en partir.

Pavel le miró cómplice y pasó un brazo por su cuello —Ven, ayúdame a sacar alguna ropa de la bodega — Andrei supo lo que en verdad significaba aquella inocente solicitud. Le acompañó sin quejas. La bodega estaba en el segundo piso. De los pocos espacios que no tenía vigilancia, ambos podían platicar cómodamente allí. Pavel se encargó de inspeccionar que no hubiese nadie rondando el pasillo y aseguró la puerta por dentro.

—James no se ha dejado ver en toda la tarde, y su celular está muerto —Sonrió, lleno de diversión, mientras se acercaba a la figura de Andrei. —Apuesto que no desea salir de casa por pura vergüenza. Su carita guapa debe estar sombreada por algunos moretones. ¡Y el susto! Demonios, seguro se orinó en los pantalones, me hubiese encantado ver eso.

Andrei observó a su alrededor: la bodega no era muy grande, y en algún tiempo, había sido los vestidores. Ropa por doquier, tocadores clásicos entelarañados, espejos añejados con luces, y un par de sillones en buenas condiciones. El cálido aliento de Pavel pegó de lleno sobre su rostro, le enfocó, seguía teniendo la sonrisita de triunfo, y la mirada reluciente de un jovenzuelo en la feria, que exigía su premio al haber ganado el juego.

—Aprendió la lección, Yuriy. Verás que no volverá a molestarte.

Palabras innecesarias, consuelo inútil. Andrei estaba seguro que no. No fastidiaría de nuevo. Había pagado bien por una venganza que iba más allá de unos simples moretones, una venganza en la que un sencillo susto, no sería suficiente jamás. Lo dejó claro, con el poder que le confería el dinero, externó su deseo… quiero que sufra, quiero dejar un recuerdo que se tome su tiempo en desaparecer. Y así tenía que ser.

Pavel acarició su cabello fuego, con el afecto que siempre había estado ausente en su vida. >> ¿No merezco al menos, un beso en agradecimiento?

Odiaba a los que demandaban algo a cambio, pero Pavel era diferente. Su manera de pedir las cosas guardaba un tinte guasón, Andrei podía rechazarlo groseramente y Pavel igual reiría y volvería a ayudarle. La música comenzó a escucharse a la distancia, lentamente cobraba vigor, pero era una canción dulce y tranquila, que tenía el cometido de calentar motores, de ambientar. Se perdió en los ojos ónices de Pavel, y más tarde, examinó el rostro que no se parecía en nada a Grozny, y menos a Vladimir. Pero su cuerpo reaccionó a su toque y experimentó una sensación similar a la que le embriagaba cuando Vladimir lo acariciaba mientras Katrina era relegada al olvido.

Lo besó, haciendo presión sobre su nuca para profundizar el contacto. No era un beso gentil, sino más bien desesperado, sin amor. Andrei imaginó la sangre de James escurriendo hacia sus pies desnudos, pudo sentir la calidez allí, la humedad rodeándole. Mordió el labio inferior de Pavel hasta probar su líquido metálico; perturbado, Pavel abrió los ojos y le miró con agradable sorpresa, respondió empujándole hacia uno de los tocadores que crujió y se tambaleó ante el brusco impacto. Lo elevó de la cintura y le colocó encima de la superficie empolvada; Andrei abrió sus piernas para hacerle un espacio, luego, como tenazas, se cerró en torno al talle del moreno.

Andrei mantuvo los ojos cerrados con fuerza, añorando dejarse caer en el río púrpura de su imaginación; bañarse en aquella sangre para no olvidar a quién pertenecía…

Le sacó la camisa con urgencia, besó y lamió la piel morena. Pavel gimió por sus atenciones, Andrei… inmerso en sus propios pensamientos, hundió las uñas en la carne de Pavel, encontrándose a sí mismo, clavando sus garras en las heridas sanguinolentas de James. ¿Habría llorado? ¿Habría suplicado y gritado? Pavel le arrancó el pantalón, también la ropa interior. Se dejó arrastrar por el ruso, y abandonó toda posible resistencia; no fue delicado, pero Andrei disfrutó la violencia, hizo girar su cuerpo en una vuelta desprovista de gracia, más cercana al acto primitivo, más humano y pasional. El espejo tan cercano le mostró su rostro, extasiado por sus delirios mentales.

Sollozó alto cuando advirtió al intruso abriéndose paso por su carne estrecha, sin ningún tipo de cuidado. Encajó las uñas en la madera y dejó los huecos allí. Crujieron sus huesos, como debieron haberlo hecho los de James, en medio de la tortura. ¿Cuántas fracturas? ¿Cuántas lágrimas inservibles? Lo veía tan claro… una masa teñida de rojo que cambiaba de forma a placer: era su padre, era su madre, Katrina, el mocoso que le vistió de bailarina, era Vladimir… pero todos se reducían a aquello, a un pedazo de carne derrotada a sus pies, destilando sangre.  

El mueble se sacudió con cada estocada, chirriaron las patas de madera y el espejo vibraba, cada quién pendiente de su propio goce. Los jadeos de Pavel chocaron contra los tímpanos de Andrei, y su sudor, cayó en incesantes gotas sobre la espalda de éste.

Andrei se corrió primero, con la silueta desmadejada de James en su mente. Pavel lo imitó posteriormente, en un ronco gemido desangelado. Se concedieron un tiempo para normalizar respiraciones mientras tomaban plena consciencia de lo acontecido. Limpiaron los rastros del sexo y vistieron sus cuerpos, en silencio.

Antes de salir, Pavel capturó los labios de Andrei, que gustoso, se entregó al beso sin culpas. ¿Qué había significado lo anterior? Pavel pudiere darle mil vueltas y quedar aún más confundido, Yuriy, en cambio, no podría dedicarle ni bien, un sólo pensamiento. Y allí radicaba la diferencia.    

      

3

                   

Supo qué clase de lugar se trataba al observarlo incluso desde la distancia; la luz roja neón en el nombre ya era de por sí, bastante sugerente, no obstante, la clase de clientela lo pasó a verificar: todos hombres, todos maricones que hacían largas filas para conseguir entrar al ambiente que estaba seguro, era de pura perversión. No lograba imaginar a Andrei allí dentro, ¿y haciendo qué? Boris no pudo decirle con certeza el oficio del pelirrojo en aquel antro de mala muerte. Pero ya lo averiguaría… Bajó de su auto y se encaminó hacia la entrada.

Su porte imponía, aún filtrado en la marea de muchedumbre, robaba la atención como un lobo entre corderos. No esperó al final de la hilera como lo haría un nombre normal, pues Vladimir estaba lejos de serlo. Mostró un rollo de billetes al guardia y éste lo dejó pasar al instante, apretaron manos, como viejos camaradas, y el dinero quedó en el puño del fornido centinela.

Descendió por las largas escaleras y admiró el lugar a plenitud; curiosamente, se halló reconociendo que el establecimiento estaba lejos de ser una molestia para sus ojos. Siguió al flujo de personas, pagó su entrada y pronto entró de lleno a la diversión: la música estridente, las risas masculinas, y el espacio colosal ante él. No, no era la casa de citas que le hizo rabiar por dentro. Su furibundo carácter se templó un poco, pensando que quizá Andrei se desarrollaba como un simple mesero; pero entonces, las tarimas relampaguearon y dejaron de camuflarse con la oscuridad del recinto, Vladimir dio cuenta también de los tubos brillantes, y de la súbita aparición de un hombre en calzoncillos. La impresión le robó el habla, y le paralizó medio cuerpo. No era Andrei aquel sujeto, pero probablemente formaba parte de ellos. Quizá bailaba allí, en alguna de las pistas de acrílico, se desnudaba frente a centenares de personas, y quién sabe qué más. Su corazón palpitó con vehemencia y sintió cómo sus venas se hincharon sobre la piel; una onda de calor extremo nació desde sus vísceras y se extendió por cada célula, haciendo hervir su sangre, que cosquilleaba en la punta de sus dedos, como si buscara reventar las yemas y drenar semejante ponzoña. Buscó la cabellera roja en el entorno, y esperando ardorosamente estar equivocado, escudriñó en la barra de bebidas, con los meseros, hasta con los tipos de seguridad. Pero su búsqueda fue infructuosa, tan amarga que le royó el corazón. El servicio que Andrei brindaba era allá arriba, haciendo lo que mejor sabía: bailar, bailar con el alma.

Todavía sin dar crédito, Vladimir pidió una mesa exclusiva para él, y si bien se le informó que todas estaban reservadas, fue un problema que pudo solucionarse con la cifra correcta. Le ubicaron en una sala preferencial, con el mejor servicio de whiskey escocés; el solícito mesero escanció el  whiskey en una copa balón, Vladimir le miró incrédulo, pero se tragó la queja… el whiskey en copa balón era de maricones, ¿pero acaso no estaba en un lugar atascado de sodomitas? Su reclamo sería completamente desentonado. Bebió tres copas seguidas, en seco, preparándose mentalmente para lo venidero.

Y no demoró demasiado. Después de un par de espectáculos con tipejos de poca monta y varios tragos, las pantallas anunciaron un nombre que le hizo sospechar: Yuriy. Se acomodó en el asiento, esperando por lo inevitable. La multitud se alborotó y corearon su nombre, como no lo habían hecho con los anteriores; las luces bajaron de intensidad y la música enmudeció el escándalo. Tragó el resto de la copa antes de confirmar su temor.

Vladimir tenía la costumbre de verlo en escena. Siendo el protagonista de la noche, ¿en cuántas ocasiones no le admiró en la lejanía? Siempre acudió a sus presentaciones de la escuela, le tomaba fotos, y grabó cada una de sus elegantes actuaciones. Se inflaba de orgullo al presenciar a la audiencia ponerse en pie, alabando la función en general; pero cuando Fesenko aplaudía, Andrei le miraba y sonreía porque sabía que aquel vitoreo era sólo y únicamente para él. Sin embargo, el sentimiento no fue el mismo al verle sobre la infame plataforma, vestido con un infame traje de látex, moviéndose al ritmo de la infame canción. Fue un noqueo directo que le imposibilitó por cortos segundos.

El sudor le picó los ojos y gracias a ello pudo reaccionar. Quiso abrir paso con puñetazos y patadas, correr hacia aquella maldita tarima y bajar a Andrei por los pelos, arrastrarle lejos de allí y golpearlo hasta que sus nudillos se descarnaran… mas dominó la situación con una frialdad asombrosa. Se ocultó entre las sombras y decidió ser paciente. La paciencia siempre recompensaba.

El coro de la canción tronó con mayor fuerza y Vladimir la reconoció, era de las favoritas de Andrei, ¿cómo olvidarla? La muy desgraciada era pegajosa y Andrei era de aquellos que repetían las canciones por días enteros. Recordó que la había tarareado en más de una ocasión, quizá también habrían tenido sexo con la melodía de fondo; como fuese, la coincidencia no le cayó en gracia y sólo agravó su malestar.

—Lo quiero a él allá arriba — Ordenó al mesero, apuntando con la mirada los privados de la segunda planta. El empleado sonrió y negó suavemente con la cabeza.

—Lo siento, señor. Yuriy sólo baila en la pista—anunció con su voz más amable. —Pero en unos minutos podrá ver a Robbie, una de nuestras estrellas. Verá que hará palidecer la actuación de Yuriy, y además, él sí está disponible.

Lo único que palideció fue el semblante del mesero, al ser presa de la mirada enfurecida del ucraniano. —Quiero a… Yuriy, sólo a él. Pagaré lo que sea.

Su insistencia lo estaba poniendo incómodo, inclusive un poco nervioso, pero a Vladimir no le importó. Penetró su mirada en el tímido rostro y no le dejó ni pestañear. —Disculpe, pero únicamente sigo órdenes. Yuriy no da privados, ni tampoco acompaña.

La negación y el endiablado baile de Andrei, -que en aquel momento recibía caricias del público-, nublaron su raciocinio. Cogió de la corbata bien anudada al inocente muchacho, y lo haló hacia él, cortando su respiración violentamente.

— ¿Me ofreces la carne y después te rehúsas a servirla en mi plato? ¿Acaso te burlas de mí? — Siseó a centímetros de distancia, con su impecable inglés.

— ¿Hay algo en lo que le pueda ayudar? —Externó una tercera voz, a espaldas del espantado mesero. Vladimir le soltó y el joven aprovechó la interrupción para alejarse lo suficiente. 

— ¡Quiere a Yuriy, pero ya le he dicho que no está disponible! ¡No entiende! — Explicó a prisas, mientras se acomodaba la corbata y tranquilizaba sus resuellos.

—Está bien, yo me haré cargo. Ve a atender a Grozny, acaba de arribar — El chico asintió, y se retiró con la mirada clavada al suelo. Sergey centró su atención en el hombre de ojos verdes, reconociendo ipso facto la calaña del misterioso individuo. No era de los típicos clientes que frecuentaban el lugar, deseosos de sexo y alcohol, y eso se notaba con claridad. Sonrió forzado y caminó un par de pasos en su dirección. —Temo informarle que efectivamente, Yuriy no hace exhibiciones especiales. Si tiene interés en otro chico, por favor, hágamelo saber.

Vladimir azotó la copa en la mesa, y en una postura amenazante, elevó la barbilla con prepotencia.

— ¿Por qué él no, y los demás sí? Dime, ¿qué tiene de especial?

Sergey se había preguntado lo mismo, pero Karol prefirió guardarse las respuestas. Después, las respuestas llegaron a él: se percató del interés de Grozny, al que pensaba como una gárgola insufrible, resultó que también le restaban un par de hormonas, recién enloquecidas por el perfume juvenil de Andrei.

—El chico tiene correa, alguien que lo respalda, alguien que paga para tenerlo toda la noche con él. Por ello es diferente, y no está disponible.

Fue ésta, la revelación que más le aturdió. Ni siquiera protestó cuando Sergey se fue de largo, creyendo que había comprendido la situación. Volvió a dirigir la mirada al pelirrojo, y todo su autocontrol estuvo a punto de irse a la mierda. Vislumbró la sonrisilla cómplice; los movimientos impúdicos de su cuerpo, como si en realidad disfrutara de la mórbida atención. Podía parecer que bailaba para el público, pero Vladimir conocía bien aquella expresión para dejarse engañar; Andrei bailaba para alguien en específico, y Fesenko no tardó en ubicarlo.             

        

        

      

 

Notas finales:

(*) Canción de cuna ucraniana. Por si a alguien le interesa escucharla, en verdad vale la pena, es hermosa.

 http://www.youtube.com/watch?v=kMG9K9YDGFA

Por cierto, la canción que baila Andrei en Neverland, y que Vladimir recuerda tan bien es la de Criminal, de Fiona Apple. 

http://www.youtube.com/watch?v=EbYKgrP-1HI

Se las dejo con subtítulos.

 

Gracias por leer, linduras. Un beso! 


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