Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Neverland por Jahee

[Reviews - 323]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Capítulo exclusivo de Grozny y Andrei, y de Vladimir indirectamente. 

Es bueno estar de vuelta :D

XVIII


 


Plomo y acero


 


 


Andrei entró al departamento que compartía con Roman tarareando la Danza de la Muerte, un enérgico tritono y luego, el motivo del violín solista con sobrado júbilo. Dio un par de perfectos giros, mostrando un poco de la gracia que aún se negaba a marcharse de su cuerpo. Caminó a la habitación de Grozny pero la encontró vacía; enfurruñado porque ya pasaba de media noche y el moreno seguía ausente, le llamó al celular. Un celular apagado, según le informó el buzón de voz.


Decidió esperarlo despierto, en la sala, después de tomar una ducha rápida y ponerse un pijama abrigador. Encendió el televisor, pasando canal tras canal, comprendiendo apenas la tercera parte del contenido de los programas basura. Ninguno le enganchó, pues además de parecer poco interesantes, su mente se encontraba en otra parte: se hallaba pensando en Vladimir;  también en Roman y su tentadora promesa.


Cansado de esperar con las rodillas adoloridas por el frío, Andrei se levantó del cómodo sillón, arrastrando los pies hacia el regulador de temperatura. Volvió a tararear la bella melodía y no tuvo que seguir en vela: escuchó el traqueteo de la cerradura al abrirse, así como el azote limpio de la puerta. Fue de inmediato al  encuentro de Grozny y le vio… sangrado y demacrado, frunciendo el ceño.


—Grozny —lo llamó, en un susurro asombrado. Tenía la ropa hecha jirones, manchada de escarlata en su mayoría.


—No preguntes nada —pidió aquel, suavemente. Arrojó las llaves a una mesilla y se sacó la chaqueta arruinada, también la camisa. Andrei le observó el pecho, manchado por la sangre. Todo él era un desastre. Se acercó, afligido.


—Déjame ayudarte, ¿tienes botiquín? —Vislumbró los labios rotos, la cabeza rapada con pegotes de sangre seca y un profundo corte en el brazo que sangraba insistentemente—. La herida en tu brazo necesitará puntos, debemos ir al hospital, Roman.


Pero el aludido ignoró su diagnóstico, torció la boca y por un segundo, a Andrei se le figuró una sonrisa genuina. Le acarició el cabello rojo y lo atrajo por la nuca. Los ojos de Grozny tenían un color especial: azul claro, casi cristalino, como la nieve en el pico de una montaña. Le atravesaron el alma, robándole las palabras y el dominio de su propio cuerpo.


—Me gustas más cuando me hablas por mi nombre —aseguró, sin perder detalle de los labios rojos, como pendiente de que volvieran a llamarlo.


Se besaron, en perfecta sincronía. Por segunda vez en la noche, Andrei degustó el sabor de la sangre en boca ajena. Le miró con los orbes entrecerrados, esperando, como de costumbre, que Roman terminara por huir con actitud arrepentida, mas aquello no ocurrió; el checheno tenía la determinación más pura en el semblante, su caricia, otrora insegura, había cambiado a tintes dominantes. Y, sus labios, aunque lastimados, besaban con la pasión de un verdadero amante. Andrei no recordaba haberlo sentido así antes.


—¿Estuviste bebiendo? —Inquirió el pelirrojo, cuando el súbito aroma a alcohol entró a sus fosas nasales. Tristemente, embonaba con la conducta desinhibida.


—Reventaron una botella de vodka en mi cabeza. No necesito estar borracho para saber lo que quiero, Andrei —musitó, pegado a la boca. Su aliento era cálido, ausente de alcohol. Defendía su postura. Cogió el cierre de la sudadera de Andrei y lo deslizó hacia abajo, descubriendo su pecho liso y nacarado, libre de cualquier imperfección.


—¿Y qué es lo que quieres? —Mitad pregunta, mitad suspiro. Grozny introdujo sus manos bajo la gruesa tela, descubriendo los hombros perfectamente redondeados. Andrei lo dejó hacer, mirándole sin pestañear. La prenda deportiva resbaló por los largos brazos y cayó entre sus pies, con un suave sonido incitador.


—A ti, en mi cama —respondió, jugando a erizar la nívea dermis del jovencito. Andrei no se movió de su sitio, a pesar de que el corazón le saltaba y sus manos ardían por la necesidad de tocarlo. Tuvo miedo de haber distorsionado sus palabras y hacer el ridículo, por eso, no se atrevió a nada.


Pero Grozny, con toda paciencia y esmero, deslizó sus dedos por las finas clavículas, bajó hasta los pezones erectos, rozándolos levemente. Andrei descansó los párpados e inclinó la cabeza, relajado por los sutiles agasajos. El moreno posó sus labios sobre el estilizado cuello, aspirando el fresco aroma, saboreando la piel limpia de cremas o fragancias; embriagándose con su olor natural. El tiempo se detuvo. Y tanto el recuerdo de Vladimir como el de Nina, no estorbaron en ningún momento. Era tan único, que no podían comparar. Tan intenso, que no cabría la posibilidad de reprocharse. Ya no. 


Lo guió a la recámara principal entre febriles besos y caricias repartidas a lo largo de su espalda. Andrei quiso imitarlo, mas sus manos se encontraron con dos surcos que manaban sangre fresca: uno en el omóplato y el otro, más hondo, en la espalda baja.


—Estás muy lastimado, Roman. ¿Estás seguro? —Ante su franca consternación, el moreno acarició el rostro albo, embriagándose de inusual ternura.


—Simples rasguños. No es nada, Andrei. Mi cuerpo está acostumbrado a heridas peores.


Grozny nunca sabría lo feliz que hizo esta noticia al pelirrojo, ni por el brillo enigmático en sus ojos. Detenidos en el marco de la puerta, el checheno giró el cuello hacia la cama, perfectamente ordenada como el resto de la habitación y después, desde su altura privilegiada, con gesto ladino, volvió a observar a Andrei; sujetó las cuerdas del pantalón de chándal y deshizo el nudo, a propósito, con lentitud tortuosa. Uno de los extremos se deslizó por la estrecha cadera, revelando el borde del bóxer. No tardó en caer por completo, ya carente de sujeción, arremolinándose en el piso y los pies descalzos. Andrei brincó la prenda, arqueando una de sus elegantes cejas. 


—No es justo. Estás en clara ventaja —protestó, casi desnudo y con una marcada erección. Asió la hebilla del cinturón de Grozny, manchándole de sangre; le haló hacia él cortando la poca distancia. Odiaba sus malditos cinturones con jeans.


Grozny respondió besando con reforzada vehemencia. Como si quisiera descubrir hasta dónde podía introducirse su lengua, con desesperación y violencia. Fue el parte aguas: todo el deseo reprimido dinamitó en tiempo y forma. Andrei respondió con el mismo frenetismo. Grozny lo llevó a prisa a la cama, empujándole en última instancia. Al pie del lecho, se quitó el pantalón con rapidez, como si una bomba de tiempo pendiera de él.


Andrei lo observó venir en calzoncillos: sus piernas sólidas, marcadas por el ejercicio, cubiertas por vellos castaños y rizados. La contemplación ascendente le encaminó a su entrepierna, sencillamente imposible de esquivar; aún resguardada bajo la ropa interior, el tamaño era notable, pero más evidente, su grosor. Andrei podía quejarse de muchas cosas en su vida, pero nunca de las dimensiones de los órganos sexuales en sus amantes.


Sintió el peso de Roman encima; la fricción de su piel gruesa y ardiente, hasta casi conseguía percibir el latido furioso de sus venas, transportando la sangre apresuradamente por todo su ser. Seis litros de este preciado líquido no deberían considerarse suficientes para echar andar la poderosa máquina que era aquel cuerpo; y a pesar de la semipenumbra que los rodeaba, las cicatrices repartidas por sus extremidades eran las principales protagonistas, pero ninguna, a juicio de Andrei, como la de su rostro, larga y profunda, invadida de rencor. El jovencito amaba las cicatrices, incluso, por encima de las heridas.


Enredó sus piernas en el talle del moreno, haciendo chocar sus erecciones. Fue un deleite para Andrei y algo nuevo para Grozny. Nuevo pero placentero. Sus respiraciones, alteradas como si hubiesen corrido kilómetros sin detenerse, colisionaban entre sí, boca contra boca. Andrei se retorció cuando Grozny refregó su dureza, simulando la penetración. También le arrebató la última prenda, Andrei hizo lo propio con la del otro y expuestos al fin, se observaron a los ojos, como presintiendo que después de aquello, ya nada sería igual. 


—Date vuelta —Exigió en un ronco gemido el checheno. 


No era lo que Andrei deseaba escuchar. Tan directo, tan egoísta.


—No —contradijo, insolente como sólo él sabía serlo.


Grozny parpadeó, confundido por un momento, pero la seguridad regresó rápido, mostrándose en el semblante con la ceja enarcada y una sonrisilla orgullosa.


—No eres un puto, Andrei. Y supongo que para ser la primera vez, está bien que lo hagamos frente a frente.


No hablaron más. Tampoco juguetearon, a Andrei le hubiese gustado pero el tiempo que pasaron reprimiendo sus instintos tenía consecuencias: estaban ansiosos y sus cuerpos los delataban; el temblor en Andrei, la sudoración excesiva de Grozny. ¿Y qué era de aquella sensación hormigueante, casi paralizante, de nerviosismo que acusaba a ambos, en menor o mayor medida? Todo pasó veloz para Andrei: desde que Grozny se separó de él para buscar desesperadamente algo en el bolsillo del pantalón caído, para luego percatarse que se trataba de un paquete de condones. Sí. Condones que Grozny había comprado premeditadamente. Así pues, observó complacido el espectáculo que era un hombre como Roman colocándose con habilidad el preservativo, mientras la herida de su brazo escurría sangre, sin tregua.


La imagen era tan erótica que Andrei temió encontrarse dormido, fantaseando, soñando con lo imposible. Pero era real. Y perfecto.


Roman se amoldó entre sus piernas con preocupante naturalidad, como dos piezas de un intrincado rompecabezas que hallan su correcta colocación. Lo preparó precipitadamente: se escupió el dedo índice y corazón y, bien húmedos, los hundió en el anillo de carne apretada de Andrei sin demasiada consideración. Andrei lo atribuyó más a la ignorancia que a su egoísmo o insensibilidad. Debió obligarse a recordar que era la primera vez de Roman con un hombre y que el sexo con su esposa seguramente era puritano y aburrido. El correcto de Roman, tan decoroso hasta en la manera de hacerle el amor a Nina. No obstante, lo agradeció de verdad, pues si este hombre tenía algo de dulzura merodeando en su corazón pétreo, que Nina se quedara con esa faceta suya. A Andrei no le interesaba en absoluto, él lo prefería así: rudo, inquebrantable e incluso cruel.


Fue doloroso, más doloroso y punzante de lo que recordaba, pero no se quejó ni por un segundo, porque estaba bien, porque el dolor también le provocaba placer. Cogió una bocanada de aire en un jadeo y observó el rostro colorado de Grozny, concentrado en introducirse por completo; le arañó el dorso de las manos, que detenidas a la altura de sus caderas, se anclaban en su piel como zarpas de una bestia sobre su caza. Grozny terminó de enterrar su erección con una áspera exclamación de placer; alcanzó la boca de Andrei y lamió su labio inferior antes de besarlo.


La sangre, ardiente y espesa, cayó sobre el cuello blanco en gruesas gotas que debido al empuje y a la posición de Roman, fluían una sobre otra, tan constantes que al cabo del intenso beso, el pecho de Andrei también se había manchado de carmesí.


—Muévete. Muévete ya —apremió éste, en un siseo apenas entendible, elevando las caderas e iniciando con la danza sexual. Roman obedeció, manso y entregado; se perdió en el túnel que confinaba su miembro con enloquecedora constricción. Besó la mejilla de Andrei, chupó el lóbulo de la oreja y deslizó su lengua ávida y curiosa hacia el suave mentón, deseando probar absolutamente todo de él. Había cedido a la tentación, se revolcaba en ella, como cerdo en el cieno, al menos se aseguraría de que valiera la pena.


No estaba siendo gentil y su forma de tener sexo con Andrei asemejaba más al trato entre un cliente y una puta cara: lejos de contemplaciones, salvaje y egoísta con su placer, magullando, lacerando, aprovechando la situación casi con desesperación por temor a que no volviera a repetirse. Empero Andrei no lo sufría, ni forzado u obligado, simplemente le gustaba de aquel modo, sin sentimentalismos y falso recato, pero sí con dolor; el dolor llevaba a otro límite el placer. Con dolor, era más difícil olvidar. 


Gruñó entre dientes cuando el goce fue tal que necesitó exteriorizarlo, se retorció bajo el cuerpo de Grozny, que no mermaba en ímpetu, penetrándole a un ritmo imparable y enérgico, certero en su punto de mayor placer aún sin pretenderlo. Lo empapó con su sudor y su sangre, suplantó el silencio de madrugada con el sonido de su respiración excitada y el lujurioso choque de caderas. Andrei  le abrazó tembloroso y, con toda intención, encajó sus incipientes uñas en las heridas de Grozny.


El checheno, aturdido pero todavía sumergido en la bruma erótica, enfocó su rostro. No encontró nada allí, sólo facciones torturadas por la pasión desbordada. Permitió que hurgara en su piel abierta, el ardor de allí le colmaba de arrojo, de violentos bríos para seguir en su acalorada tarea. El escozor se volvió molesto e incisivo, pero extrañamente aceptable. Salió del suave canal y volvió a introducirse con rabia, siendo presa de un frenesí de sensaciones que no le dejaban pensar en nada más allá que cogerse al jovencito hasta culminar agotado y vacío de simiente. Como si al hacerlo con tantísimo vigor, incurriera al hartazgo de aquella piel de efebo, de su olor peculiar y de la mirada penetrante, llena de sombras incomprensibles y que ésta inusitada saciedad terminara en cansancio y en el más férreo desprecio. Debut y despedida. Ojalá fuese tan simple domar aquel deseo irresistible que había cogido vida propia y ahora le dictaba desde el timón. No era así, con Andrei, nada resultaba tan sencillo.


Andrei no se contentó sólo con las heridas de su espalda, se atrevió a lastimarle la carne lacerada del brazo, ya confianzudo y determinado. Con cada firme embestida de Grozny, el pelirrojo clavaba las uñas en el corte sanguinolento, encontrando singular gusto en hacerle daño, nimio aunque fuese. La sangre corrió, mas no en gotas sino en hilillos bermejos que recorrieron la larga extremidad, perdiéndose entre ambos cuerpos.


Andrei pareció complacido; apretó los párpados y gimió sonoro. Fue el primero en entrar a la cúspide: sujetó su miembro ignorado, sacudiéndolo erráticamente; sus músculos se crisparon, su ser vibró y liberó a presión el líquido blanquecino que acompaña al orgasmo. Por segundos, el cuerpo de Andrei permaneció laxo, abierto de piernas y con los brazos en los costados, extendidos sobre la cama mientras trataba de regular su respiración.


El cuerpo de Grozny siguió en movimiento, una, tres, seis, diez embestidas más, Andrei perdió la noción, entregándose al placer de nuevo. Grozny le obligó a cambiar de postura sin mediar palabra: volteó su cuerpo, de rodillas sobre la cama, apoyado en sus cuatro extremidades; Andrei apenas alcanzó a meter una de sus manos contra la cabecera, evitando que su frente se impactara en esta, debido al impulso enardecido de Roman. El ruido comenzaba a salirse de control, pues el mueble de cama chocaba con fuerza en la pared cada vez que Grozny lo penetraba. A ese paso, los vecinos también se enterarían de su fiesta privada.


Trató de cambiar la posición pero Grozny lo sometió sin sudar una gota por ello. No le gustaba. Le recordaba a su padre montando a la pobre de Iryna. Andrei los descubrió por primera vez en su infancia y muchas más a lo largo de su vida; siempre en aquella posición, donde sólo su padre parecía disfrutar. Había sido grotesco y traumático verlos en la intimidad y no encontrarles grandes diferencias con los perros basurientos del suburbio: Iryna lucía como la escuálida y pinta que arrastraba un tumor del tamaño de un melón, y Millo, como el perro que habitualmente la trepaba, uno peludo y agresivo, con la cola quemada, gigante y fanático de los pañales sucios. Su erección murió. Lo odiaba, pero Roman no lo sabía. Vladimir sí. Vladimir sólo usaba esa posición para castigarlo cuando algo malo había hecho, según su apreciación. 


Esperó, con el rostro a un palmo de la cabecera, esperó que Roman se corriera. Sin poder verle, sin tocarlo, sin sentir la rugosidad de sus cicatrices y la cálida sangre brotando de sus heridas. Fue una tortura, pero lo soportó. Sólo por él. Por Grozny. Para no arruinar su primera vez juntos.


Con un rugido más propio de una bestia nocturna que de un hombre, Grozny  eyaculó entre salvajes espasmos y, encajado en las blancas redondeces de Andrei, con los ojos cerrados, saboreó su infidelidad. Terminaron húmedos de fluidos corporales, recuperando el aire faltante por el esfuerzo. Roman levantó los párpados, viéndose perdido en el panorama voluptuoso que era la espalda lechosa agitándose a un ritmo sensual, marcando la bella y bien definida línea de la columna que embellecía la silueta; deseó dejarse caer sobre él, descansar su pecho entre los firmes omóplatos y hundir su nariz en el cabello sedoso, color infierno, quiso dejársela adentro toda la madrugada, amarrarlo a la cama para tenerlo disponible todo el tiempo, aun si estuviese en desacuerdo. No obstante, fueron precisamente sus oscuras pretensiones las que le alejaron de Andrei, preso de la confusión y el desasosiego. Se zafó de un movimiento desconsiderado y sacó el condón de su flácido miembro.


—Estuvo bien —le dijo, dándole una palmada en la nalga pálida, perlada de sudor.


Estuvo bien


Estuvo bien…


Martilleó en la cabeza del pelirrojo, aturdiéndolo como si un látigo se hubiese impactado sórdidamente contra su sien. Andrei se giró con lentitud; la sangre en su torso ya se había secado.


—¿Estuvo bien? —Siseó. Soy más que eso, cabrón, pensó con los labios entreabiertos, a punto de expresarlo. Vladimir le contaba las pecas de la espalda, le besaba los hombros  y enredaba las piernas velludas entre las suyas. Le hablaba de Bolshoi y de Rusia al oído. Nosotros… decía, viajaremos, haremos, viviremos, moriremos… hasta el día que lo traicionó.


¿Cómo se baila en Bolshoi con las piernas atravesadas por plomo y acero?


Preguntó aquél funesto día, con lágrimas estancadas en sus ojos verdes. Ahora, los orbes que le devolvían la mirada eran azules, casi grises, fríos como el invierno. Y tampoco lo amaban.


—Hay un botiquín en el baño, tráelo, Andrei.


Accedió de mala gana, sólo porque la herida en el hombro de Grozny se había puesto peor. Andrei se aseguró de ello al incrustar sus uñas en el profuso corte. Regresó con el pequeño embalaje y toallas humedecidas.


—Limpiaré la sangre alrededor de las heridas —precisó, dando golpecitos con su mano al extremo de la cama. Grozny se arrastró, desnudo como su amante, al lugar indicado.


—También le darás puntos —señaló su brazo con la mirada: el corte era tan extenso que le llegaba hasta el hombro—, lo haría yo mismo si pudiera, pero no soy muy certero con mi mano izquierda. —Abrió el botiquín, ignorando el semblante desconcertado del más joven—. No tengo hilo de sutura, ¿te molestaría con el hilo dental? Está en el anaquel detrás del espejo.


—¡¿Hilo dental?! —Torció la boca, atónito— ¿lo dices en serio?—Grozny le observó en silencio. Sí. Realmente en serio—. Hilo dental. Bien. —Masculló, yendo por el singular encargo—¿por qué no una engrapadora, entonces? —Limpió, desinfectó y cosió los bordes de la herida con una aguja curva, ideal para trabajos de artesanía, no quirúrgicos. El checheno notó que tenía pericia en las puntadas.


 —Serías un buen enfermero —dijo sin pensarlo. Andrei sonrió dulcemente en agradecimiento.


—Y tú un buen paciente. Apenas has fruncido el ceño.


—Somos del Este, aprendemos a tolerar el dolor como ningún otro.


El tema puso incómodo a Andrei; evadió la mirada azulada, precipitándose hacia la octava y última sutura.


—No todos los del Este nacemos con esa cualidad —replicó enfurruñado. Grozny largó una risilla afable, que capturó toda su  atención.


—Me parece que sí, Andrei. No sólo me refiero al dolor físico, sino al emocional también. Dicen que el cerebro no distingue cuál es cuál: una herida de bala o el dolor de una traición.


Sus ejemplos no surgían al azar y hasta un chiquillo se hubiese percatado de su intención. Andrei respiró profundo y exhaló, resistiendo el contacto visual. 


—Cuando él me disparó, pensé que lo había hecho aquí —: situó la palma de su mano sobre el corazón de Roman— y aquí —descendió hacia la boca del estómago—, porque dolió como si me hubiesen atravesado con una lanza. Pero estaba limpio de sangre. Luego, cuando no pude sostenerme en pie, supe que lo había hecho en las piernas, en los tobillos, para ser más exactos. No volvería a danzar, me di cuenta en ese instante. Dolió demasiado, pero nada comparable con lo que Vladimir me hizo sentir cuando me apuntó con su arma y tiró del gatillo.


Cortó el hilo e hizo un nudo simple entre sus ágiles y delgados dedos. A diferencia de esa herida, la de Andrei, interna y sanguinolenta a pesar de los años, no estaba cerrada y sospechaba, nunca sanaría.


  —Tienes esa expresión… —advirtió Grozny, moviendo el fibroso hombro lastimado en círculos: una gota de sangre resbaló por su bíceps, pero ni siquiera se molestó en limpiarla, pues observaba a Andrei con amplio interés científico—Quieres vengarte —aseveró, en su tono de voz grave, el acento extranjero discerniéndose con más claridad que nunca.


Andrei se apartó, inquieto. Rodeó la cama y buscó su ropa interior bajo el profundo acecho del checheno.


—No diré que está mal. Soy la persona menos adecuada para decirlo… —distraídamente, se tocó la coronilla de la cabeza, Andrei supuso que allí debía ubicarse la cicatriz del tiro de gracia, cubierta por el espeso cabello corto—. La cuestión no son los dilemas morales, ni qué tantos son tus deseos por hacerle pagar lo que te hizo. La cuestión es si estás dispuesto a vivir con las consecuencias. Si estás dispuesto a enfrentarlas con orgullo y dignidad, sin importar cuáles sean. ¿Lo estás, Andrei?


Tragó saliva en seco y los ojos le brillaron en la semipenumbra


—¿Por qué hablas así? Como si fuera a matar a Vladimir. No soy un asesino, Grozny. Me ofendes, siempre lo haces, cada vez que abres la boca: puto, inútil, poca cosa y ahora: asesino. Lo demás podrá ser cierto, pero esto… qué cabrón. ¿Quién te crees para juzgarme? ¡Sólo he querido que se vaya, que me deje en paz! ¡Que se largue con mi maldita hermana y se entretenga haciéndole más hijos! Que se olvide de mí, para siempre —Sentenció acelerado, injuriado hasta el punto de apuñalarle con la mirada. Se colocó la ropa a trompicones, ignorando la silueta titánica que se aproximaba desnuda y sin pudor.    


—Con una persona ordinaria seguro así sería, pero no es el caso y tú ya lo sabías, antes o después de involucrarte con él. Y no te importó. Sabías que era un hombre violento, que golpeaba a tu hermana. ¿Cómo esperabas que te tratara a ti, Andrei?


Golpe bajo. Las mejillas le ardieron, como si las toscas manos de su padre le cachetearan como en un pasado no tan lejano.


—Tuvo una vida difícil, pensé… —se atragantó con sus propias palabras. Ya no recordaba lo que en aquel tiempo había pensado, o si alguna vez lo hizo. Ya no recordaba nada—. Yo quería cambiarlo— musitó con la mirada gacha, observando la sobria alfombra de colores marrones. Le apenaba reconocerlo.


Escuchó el suspiro de Grozny que anunciaba el cese a los ataques arteros, quizá ya satisfecho de su humillación. Elevó la cabeza al momento que el moreno cubría su desnudez con sus calzoncillos blancos.  


—Yo también la tuve complicada, pero nunca lastimé a Nina. Tampoco te lastimaría a ti —fueron suaves sus palabras, casi como una caricia de seda pero Andrei aún no se acostumbraba a compartir líneas con la esposa de Grozny y esto lo puso a la defensiva. Eso dices ahora. Eso dicen todos al principio.


—Tú no sufriste el mismo tipo de abuso, Grozny. No puedes compararte con él —rebatió sólo para molestarle, pues no deseaba ser presa única de la indignación. Volvió el cuerpo y se encaminó hacia la puerta.


—Estoy al pendiente de su historial. No sólo la superficie que se manejó en los medios, sino cada detalle —reveló en un tono de arrogancia parecido al de Vladimir. Andrei vaciló y en medio de la duda, detuvo sus pasos—. Su apellido era entonces diferente. Ordinario y común: Koval. Su madre emigró a Estados Unidos y jamás volvieron a saber de ella. Tenía un hermano mayor y su padre… el protagonista de su tragedia. Le gustaba lo caro: el mejor alcohol, las mejores mujeres. Pero nunca había dinero suficiente. El tipo parecía estar siempre enojado y el hermano mayor de Vladimir tenía los ojos de su madre: azul grisáceo. Mala suerte. ¿Por cuántos años lo golpeó antes de matarlo? Sólo Fesenko podría saberlo. Como supo dónde se encontraba enterrado el cuerpo, pues él ayudó a cavar la fosa.


Andrei no respingó, escuchó absorto, hundiendo los dientes en la carne de su labio inferior a medida que la información de Grozny era expuesta con la frialdad propia de un policía. Era cierto. Cada palabra era tan cierta como que Andrei no volvería a bailar ballet.


—Era un niño. También le daba de palos… —lo pensó, pero de alguna manera se escapó de sus labios.


Grozny retorció la boca en una expresión maliciosa. 


—Lo sé, Andrei. Y quizá fue maltratado por más años que su fallecido hermano. Hasta que la tardada justicia apareció. Pero el daño ya estaba hecho, ¿no? La vida que le llegó después fue afortunada. Padres adoptivos ricos con mucho cariño en sus judíos corazones. Apuesto que lo adoptaron porque sintieron pena por él. Lástima, diría yo. Y luego, cuando Vladimir era todo un hombre, fallecieron en un lamentable accidente. Pero he de ser sincero, Andrei. No creo en las coincidencias, no cuando hay hombres con pasados oscuros como el suyo.  Así que indagué un poco más y encontré algo interesante: su primera declaración cuando fue aprehendido por quemar un insignificante restaurante en Kiev, un año antes de cumplir su mayoría de edad.


Andrei empuñó las manos, pegadas a sus muslos. Lo que Grozny tenía por decirle no iba a gustarle. Y por primera vez, su corazón acelerado estuvo en sincronía con sus pensamientos.


— “Me observó con tristeza” declaró él, refiriéndose al dueño del lugar que logró reconocerle. “Y me invitó la cena. Lo escuché murmurando: ¡es el hijo de Vanko, llévale una botella al pobre! Y me la trajeron; la bebí toda, la botella y sus miradas, y me fui sin pagar un céntimo. Pero volví en la madrugada y convertí su restaurante de porquería en un infierno” —Grozny se tomó un tiempo para estudiar la reacción de Andrei, que fue nula. Evidentemente, el pelirrojo ya conocía la historia por los propios labios de Fesenko—. Eso declaró la primera vez; la segunda, cambió la versión. A lo que quiero llegar, Andrei, es que Fesenko no tolera la compasión. Se siente insultado ante ella. No sería descabellado pensar que maquiló la muerte de sus padres adoptivos, cuya generosidad y amor, confundía con caridad y lástima.    


Andrei negó. Limpió el sudor en sus párpados.


—Estás loco, Grozny. Nadie mata por caridad o lástima.


El checheno le observaba desde su aventajada altura. ¿Cómo había vuelto a llegar palmo a palmo sin que se percatase? A pesar del reciente sexo, su cercanía aún le alteraba los nervios. Andrei retrocedió, lejos del aroma a óxido que la sangre seca de Grozny desprendía. 


—Andrei, Andrei… te sorprendería saber las razones por las que la gente mata. Incluso, en ocasiones, ni siquiera las hay. Al menos Fesenko tenía las suyas. En su trastocada mente—Rascó la cicatriz de su rostro; una nueva manía cuando se perdía entre reflexiones inconexas—. Arruinó tu carrera y te rehúsas a creer. Lo amas, está claro, y no te juzgo. El amor es extraño.


 


 

Notas finales:

Gracias por la paciencia!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).