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Neverland por Jahee

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XXVI


 


Andrei despertó en una cama extraña, desnudo y adolorido, con terrible resaca. Estudió su alrededor pero se encontró solo, en una habitación de hotel. Se vistió como pudo, corriendo las cortinas para bloquear la molesta luz del sol. Recordaba el club nocturno de la noche anterior, los tragos, la música de maricones, y la atracción que le despertó un hombre entre la multitud. Terminó acostándose con él. Aún tenía presente sus caricias y la manera en que lo penetraba mientras le hablaba en español, luego… recordó que no había sido el único. El tipo tenía pareja, uno rubio y también atractivo. Se había acostado con ambos, al mismo tiempo. Su último recuerdo era estando a horcajadas, recibiendo toda la atención del latino mientras el rubio se hacía de un espacio a su espalda.


Eso explicaba el punzante dolor: se habían divertido a costa de su maltrecho agujero y después de saciarse, le habían dejado botado a mitad de la noche. No es que esperase un trato diferente, pero el vacío después del sexo le dejó melancólico y añorante. Suspiró revisando su cartera: su dinero seguía ahí, al menos no lo habían robado. Calzó sus zapatos evitando pisar los condones regados en el piso, ¿cuántas veces lo habían hecho? No podría suponerlo con certeza.


Caminó lejos del hotel con la capucha sobre su cabeza, afuera caía una ligera llovizna.


Pensó en Grozny en el trayecto hacia su nueva casa; en lo poco que realmente había conocido de él. Parecía imposible encontrarle algún día, el checheno contó con ello; se deshizo de él como ceniza sobre su hombro: sólo limpiándola y siguiendo la marcha. Andrei se sentía desechable. Llegó a casa y se metió a la ducha a lavarse como si no lo hubiese hecho en mucho tiempo; lavó su cuerpo y la herida. A pesar de la noche movida, la cicatrización avanzaba sin mayor problema. El agua barrió el jabón sobre su cuerpo, también las lágrimas.


Volvería a Neverland, tenía que hacerlo, era el único sitio donde podía encontrarle de nuevo; de aquel antro pendía su esperanza. ¿Pero, cómo? Las visitas de Roman eran tan esporádicas como imprevisibles. ¿Cómo podía saber el día que el checheno se reuniera con el Vor?


Entonces, simplemente lo supo.


Adormecido bajo el potente chorro de agua caliente encontró la manera. Se cambió a trompicones y desayunó en la calle; antes de arribar a Neverland, Andrei se compró un modesto celular. Por ser de día se vio obligado a usar la puerta de servicio. Los trabajadores de limpieza le saludaron de forma habitual, sin advertirse notificados de su despido. Andrei se desenvolvió entre sonrisas y gestos hasta aproximarse a uno de ellos.


—¿Ha llegado Chris?


El hombre asintió, concentrado en su tarea de aspirar la alfombra.


—Le he visto ensayando. ¿O era Robbie? No estoy seguro, Yuriy.


Andrei resopló, irritado. ¿Cómo no podía diferenciarlos, si eran como agua y aceite?    


—¿Y Pavel?


—Sí, está con la jefa, y James, ya todo recuperado; están en la oficina.


—El regreso del hijo pródigo—Soltó con burla, el ruido de la aspiradora escondiendo su mordacidad. 


—Ah, mira, ahí viene. 


Andrei se puso pálido. No deseaba otro encontronazo que amargase su día; se giró, tenso.


—¡Yuriy! —Cacareó Chris, saludándole a mitad del pasillo. Andrei se acercó y Chris corrió a abrazarle. —¡Yuriy! ¿Qué haces aquí? Pavel dijo que no volverías más, ¡y no lo dijo con cara larga, hasta parecía molesto!


—Es cierto, Chris. No puedo bailar.


Levantó su camiseta para ahorrarse explicaciones. Chris desorbitó los ojos al encontrar la herida parchada.


—¿Te han operado?


—Pues de cierta manera me han metido cuchillo, no voluntariamente.


Chris no pareció entenderlo hasta que Andrei parodió la puñalada en un gesto.


—¡Dios mío! ¿Has ido a la policía? ¡Tienes que denunciarlos, Yuriy! ¡Malditos cabrones! ¿Necesitas que te acompañe, cariño?


Andrei negó, rascando su herida sobre la gasa.


—No es necesario, el responsable está encarcelado. Chris, no tengo mucho tiempo, Pavel y yo no quedamos en buenos términos, si me ve aquí seguro que me echa. ¿Puedo pedirte un favor, Chris?


—No tienes ni que preguntarlo, cariño.


—Necesito hablar con Grozny aunque no tengo manera de comunicarme con él, nadie quiere ayudarme a localizarlo, Chris. Yo le quiero muchísimo y deseo arreglar las cosas con él. ¿Podrías hacerme una llamada cuando él esté aquí? ¡Prometo no meterte en problemas!


Chris dudó, cruzando los brazos sobre el pecho y taconeando durante el lapso de su recelo.


—No lo sé, Yuriy. Ese hombre no parece bueno para ti.


Andrei le vio pasando el pulgar sobre el perfecto recorte de uñas con esmalte; deseó meterle un manotazo y ganarse su completa atención; ser capaz de expresar la frustración que rompía con su rutina sin evidenciarse como paranoico nunca había sido su fuerte. No cuando había un anhelo tan férreo en el medio.     


—Chris… —Tragó saliva para evitar sofocarse. —Créeme, es bueno. Es tan bueno. Es perfecto para mí.


Y no se engañaba, Andrei en verdad lo creía así.


—Y si es tan bueno, ¿por qué estas sufriendo por él? ¿Por qué te ha abandonado sin una buena razón, eh? Yuriy, tú eres tan jovencito, atractivo, lleno de vida… y él es un viejo que va a exprimirte la juventud. ¿Por qué mejor no te buscas a un chico de tu edad que sepa tratarte bien?


—Sé que puede parecer de esa manera, pero la historia es complicada. Chris… yo lo amo, y él… él también a mí… en su forma extraña. Sólo te pido eso, por favor: llámame cuando él esté aquí, ¿puedes hacer eso por mí?


Andrei extrajo su celular y lo ofreció a Chris, quién levantó las palmas al aire, en histriónica rendición. Cogió el celular y tecleó su número. Andrei sonrió y lo tomó de vuelta, marcándole y dejando que timbrara un par de veces.


—Te lo agradezco tanto, amigo.


—Te avisaré, ¿está bien?, pero no esperes con mucha ilusión, sabes que Grozny no viene tan seguido.


—Seré paciente, Chris. Eres mi inglés favorito, ¿lo sabías?


—Oh, cállate, mocoso. Ojalá no te arrepientas de esto. Adiós, Yuriy, y cuida bien esa herida.


Andrei guardó el celular viéndole marchar. Pensó que su plan había funcionado hasta que Pavel lo encontró encaminándose hacia la salida.


—Ya me iba. No hagas drama, por favor—se adelantó, rodeándole esquivo. Pavel le atrapó por el antebrazo, con la rudeza suficiente para hacerle daño.


—No puedes entrar a tu antojo, jojol. ¿Necesito colgar una foto tuya en el edificio marcándote como indeseable para que te quede claro?


Andrei se apartó con firmeza, plantándole cara con una seguridad que Pavel no le conocía.


—Jojol. Ahora soy <jojol>, cuando antes era <jojol>. Es increíble cómo varía un insulto según la intención.  


Pavel estrechó el entrecejo.


—Tú cambiaste eso. —Lo culpó.


—Y puedes estar seguro que no me estoy quejando. ¿Te apetecería dejarme ir, moskal?


Sin embargo, la actitud ufana de Pavel sólo logró agudizarse.


—¿Qué pasa? ¿Amargadito porque Grozny te desechó después de enterarse de nuestra pequeña aventura?


—Te gustaría ser la razón, ¿no es cierto? No te creas tan importante, no eres ni la mitad de hombre que él, y no lo digo en un sentido moral.


Pavel pareció ofenderse, pues su faz morena fue azotada por un repentino calor que le provocó aletear las fosas nasales como si le costase respirar.


—No recuerdo haber escuchado tu descontento, Andrei.


—Sí, como sea, si eso le sirve a tu orgullo de macho.  


Pavel se acercó un paso, replegándole a la pared, y cuando habló con la mandíbula atenazada, sus palabras salieron silbando entre los labios.


—¿Qué veneno has venido a escupir esta vez?


Andrei se dejó arrinconar luciendo despreocupado, incluso cómodo apoyado contra el concreto, entre el escaso espacio que le permitía el ruso.


—Bueno, Pavel, si soy una serpiente… ¿acaso habría de dar aviso antes de lanzarme a atacar?


Pavel escudriñó el rostro como si buscara una revelación en las facciones, o quizá una afirmación a sus temores.


—James está aquí. —Dijo en un susurro, a modo de advertencia. —No quiero verte cerca de él. Aquí o afuera. No necesito a los rusos de Yakutsk para hacerte pasar por el mismo infierno, puedo hacerlo yo mismo con mis puños. 


Andrei chistó con una risita burlona.


—Debes aprender a dialogar como la gente decente. Las amenazas no te llevarán a tierra firme. ¿Crees que le temo a lo que salga de tu boca purulenta? Comprendo que te aterrorice que hable con James y diga lo que le hiciste; arruinaría todos tus avances, ¿no? ¿Le quieres, es que ya le quieres? Seguro que sí, uno puede terminar obsesionándose con lo que ha roto, hay una mórbida fascinación en componer los pedazos. ¿Qué sientes, Pavel? ¿Te excita aliviar las heridas que tú mismo le provocaste?


El rostro se le descompuso, esta vez de una palidez espectral, y no por el oscuro discurso que dejaba muy en claro los engranajes chirriantes en la mente de Andrei; el chico había dejado caer la cabeza de lado, hacia su hombro, cambiando el enfoque de su mirada hacia algún punto a las espaldas de Pavel.


De soslayo, encontró a Karol y James. El semblante de Karol era severo, dispar al de James, que curioso observaba la escena. Pavel tampoco necesitaba de una bola de cristal para adivinar que Andrei había elevado la voz a propósito y con el fin de fastidiarlo.    


—James, ¿por qué no te adelantas con Robbie? Necesito hablar con Pavel y Andrei.


James asintió, ceñudo. Le sonrió a Pavel pero él le ignoró, su mirada estaba anclada en Karol.


—Ambos. A mi despacho.


Karol se giró, creyendo que le seguirían los pasos, pero el reclamo de Andrei lo hizo volverse en abrupto.  


—¿Por qué? Ni siquiera trabajo aquí.


Y emprendió el camino con la firme intención de marcharse. No previó la ira de Karol, sólo sintió un doloroso tirón de cabello y una cálida muralla de carne tras de sí. Karol zarandeó su cabeza, sacándole lágrimas involuntarias.


—El perro no se aleja de su vómito, Andrei. —Siseó rozando sus labios contra la oreja del pelirrojo. —Vuelve a él y lo traga; limpia su porquería. Tú harás lo mismo.


Giró el cuerpo de un movimiento brusco y le empujó por delante. Andrei no tuvo más opción que arrastrar los pies hasta el despacho. Ahí se encerraron los tres, sin pasar por alto cómo Karol aseguraba la puerta para evitar cualquier irrupción. Después, se quedó recargado en la puerta, mirando a ambos con severidad reforzada; ¿tenía Karol los escrúpulos para juzgarle como estaba a punto de hacer?


—¿Y bien? ¿Quieren explicar lo de allá abajo? ¿Pavel?


—Estábamos discutiendo…—Empezó él, escondiendo la mirada bajo sus pestañas lisas.


—¿Tú… golpeaste a James? ¿Lo dejaste en aquel estado? ¡¿Fuiste tú?!


Pavel se tambaleó de un pie a otro, frotando sus ojos con desesperación. Se ha quebrado, se encontró estudiándolo Andrei, se ha quebrado con tan poco; Pavel era grande: un cuerpo robusto y encumbrado, similar al de Grozny, pero su espíritu era diminuto, frágil y… medroso.


—Sí. Acepto mi parte. Pero no actué solo. Andrei es culpable también. Tan culpable como yo.


Y como buen pusilánime, no pretendía hundirse solo.


—Oh, así que tengo a dos delincuentes frente a mis ojos. Quisiera saber la razón, si es que la hay, para que ambos terminaran cometiendo semejante atrocidad.


Andrei rió de buena gana, y desnudo de máscaras, exhibió sus pareceres sin tapujos.


—¡Semejante atrocidad! ¡Já! Y lo dice el amante de un Vor.


Si Karol se mostró sorprendido por su cínico desempacho, supo guardarlo bien.


—Exactamente, Andrei. Cállate o verás de lo que es capaz de hacer el amante de un Vor. Tú sólo conoces una parte de mí; esa parte. No conoces mi lado oscuro, y créeme, lo tengo.  Ahora explícate, Pavel, y no encubras ni un solo detalle.


El ruso respondió afirmando solemnemente con la cabeza.


—Empezó cuando le encontré golpeado —apuntó hacia Andrei, —te dijo que Grozny lo había hecho, pero a mí me dijo la verdad: fue James el responsable, por haber compartido pista conmigo. Yo no sabía… Karol, que él estaba… enamorado de mí. James realmente lo dejó en mal estado, me dio pena, además que en aquel tiempo Andrei me atraía de cierta manera; le ofrecí la oportunidad de vengarse. Conozco una pandilla que hace ese tipo de trabajos. —Entonces, su voz se debilitó hasta convertirse en un arrullo afligido. —Te juro, Karol, no era mi intención lastimar a James a tal grado. Yo mismo hablé con la pandilla: sería una lección; unos golpes limpios, asustarlo un poco. Nada más. Pero cuando llevé a Andrei me dejó fuera de la jugada, no pude prever lo que realmente planeaba. Hizo su propio trato y barrió con todo límite. Por mi honor de Golyanovo, Karol. —Cruzó el antebrazo por el torso con la palma sobre su corazón. —Esta es la verdad.


El honor de un criminal, pensó Andrei con mofa, estoy rodeado de hipócritas.


—James merece saber la verdad. Necesitas contársela. No quiero volver a verte hasta que le digas lo que realmente pasó y, si no lo haces, entonces tendré que hacerlo yo.


Pavel le regresó una mueca angustiada.


—Si él se entera no querrá saber de mí nunca más.


—Así es, si es un chico sensato eso ocurrirá. Tú no mereces su amor, Pavel. Y por ese honor que dices tener debes hacerte responsable como un verdadero hombre haría.


Karol se hizo a un lado. Su declaración tenía cariz de despedida. Pavel suavizó sus facciones en un movimiento desenfadado, arrastrando los dedos sobre su rostro como si hubiera ahí un cendal que pretendiera arrancar. Uno cegador, que pesaba, y en cuyo refugio no deseaba seguir soterrándose.


—No sólo como hombre sino además como uno del Este. —Determinó. —Eso implica que me saldré con la mía. James me perdonará, aunque se me vaya toda la vida intentándolo. ¿Escuchaste, Andrei? No vas a ganar. —Ambos compartieron la mirada, pero Andrei permaneció indiferente, como un cascarón vacío. —Creo que nuestros caminos se bifurcan a partir de aquí, Karol.


—Si ese es tu deseo, vuelve cuando estés listo para finiquitarlo.


Lo último que Andrei le vio fue su perfil mientras abandonaba el despacho. Un perfil sosegado, en tregua. Se sintió casi desilusionado cuando ni siquiera en última instancia se volvió para lanzar una amenaza o promesa de revancha. Se iba así: con la espalda recta y la cabeza alzada, orgulloso en la derrota.


Karol aseguró de nueva cuenta la puerta y avanzó hacia Andrei en pasos cortos y desgarbados, mostrándose libremente como el hombre que era.


—Es extraño verte ahora, Andrei. Ver la persona que realmente eres. Sergey me advirtió tantas veces pero yo estaba… ciego. Me veía en ti. Me recordabas mi pasado. Pero me engañaste bien. Vi lo que querías que viera. Aquel día, cuando viniste a lloriquear diciéndome que Grozny te había golpeado, ¿por qué me hiciste creer eso? ¿Fue acaso para evitarme sospechas acerca de lo que tenías planeado hacerle a James? ¿O había acaso otra razón más… siniestra?


Se había acercado lo suficiente para notar en sus ojos un resplandor irascible; Andrei no se dejó ver intimidado pero creyó sabio mantener la boca cerrada.


—¿Quizá ganarte mi simpatía por la similitud en nuestras desgracias? Sabías lo de Sergey, y después… lo de mi identidad. Le contaste a Grozny de la cirugía. Ahora me queda bastante claro. Eres… el informante de Grozny. Un puto espía  bajo mi propio techo durante todo este tiempo.


Karol anuló la distancia entre ambos; su respiración agitada colisionaba entre jadeos y palabras cortadas. Andrei soltó un alarido de sobresalto cuando su garganta fue prensada con toda la intención de estrangularlo.    


—Tu historia es una mentira, tus palabras de afecto y las muestras de empatía, tú eres una puta mentira. Confié en ti, Andrei, ¿en verdad te llamas así? ¡Hijo de perra! —Comprimió el cuello hasta que le saltaron las venas, Andrei manoteó inútilmente y en su desesperación cogió un mechón de cabello oscuro y tironeó de él con la fuerza que le restaba. Karol respondió impactando su puño sobre la herida, acabando así su resistencia; Andrei se dejó caer sin fuerza, a punto de desfallecer.


Con asco y desdén, Karol lo arrojó al piso, como si su cercanía, y más aún su contacto, le intoxicaran. Andrei tosió frenéticamente, halando aire hasta hacer roncar la garganta, se arrastró a una distancia prudente, sumiéndose en un rincón mientras Karol se paseaba de un extremo a otro.  


—Lloré contigo, te conté tantas cosas y tú… dime, ¿te burlabas con él a costa de mi desdicha? ¡¿Se reían juntos por mi estupidez?!


Andrei escupió como si así se deshiciera de su rabia. Y en aquella postura abatida, habló con la voz desgarrada.


—¡Te salvé! ¡Gracias a mí conservas tu hombría! ¡Deberías de agradecérmelo!


No le importaba azuzar al peligro, que en ese momento tomaba la forma de Karol, quizá era estúpido pero desde su perspectiva Karol estaba en deuda.  


—¿Sabes qué es lo que sí debería hacer? ¡Debería matarte! ¡Aquí, ahora mismo! ¡Ya no tienes la protección de Grozny! ¿Qué me impide abrirte la maldita cabeza mentirosa? Soy la pareja de un Vor V Zakone, de León Korsakov, la Leyenda. Sólo necesito hacer una llamada y tú… desaparecerías, para siempre. Tu nombre, tu rostro, tus mentiras, y tu traición.


Andrei sonrió, lastimero.


—Te salvé, Karol. No puedes negarlo.


—Sí, me salvaste—admitió en un susurro áspero, —sólo porque a Grozny le conviene mantenerme de esta manera. No eres un héroe, sólo un informante, ¿sabes lo que se hace con tipos como tú? ¡Se les pasa el cuchillo por el gaznate! —Tragó duro. La mirada irreconciliable juzgándole desde la altura. —Lárgate antes de que me arrepienta y me bañe aquí con tu sangre. No te atrevas a volver, se acabaron mis consideraciones para ti. ¡¿Lo entendiste?!


Como una sombra furibunda, Karol volvió a cernirse sobre Andrei.


—Lárgate, hijo de perra—le empinó una lluvia de puntapiés. —¡Fuera! ¡Fuera de aquí, cabrón!


Apurado por la violencia, Andrei no reconoció el temblor aguardentoso en la voz de Karol. Ni es que hubiese supuesto alguna diferencia, sólo quizá, le habría puesto en alerta. No era el llanto acostumbrado, al que tan familiarizado Andrei estaba: el llanto triste, desconsolado. Karol lloraba, sí, como siempre. Pero sus ojos irradiaban, no como si reflejaran una flama trémula, sino con el ardor propio de un fuego caótico.


 


2


 


Roman regurgitó el jugo de su merienda cuando leyó la demanda de divorcio desde su correo electrónico. Terminó hablando con el abogado, pues Nina había bloqueado tajantemente toda vía de comunicación; así se enteró que tanto su aún esposa como Lena habían regresado a Newcastle, quizá también bajo la presión de Filip, y es que ambos hombres sabían la importancia de tener a la familia a una distancia prudente de donde se desataría el infierno.


No se enfrascó en aquella nueva situación y no debido a que le importase poco. Nina era su esposa y la madre de su única hija. La mujer que aún amaba pero había terminado traicionando. A Grozny le interesaría siempre lo que pasara con ambas, sin embargo sabía hacer de su trabajo una prioridad, los hombres de guerra estaban adiestrados para cumplir objetivos. Grozny había aprendido a la mala que a los muertos se les dejaba atrás y que después hay tiempo para llorarles; escoger el campo de batalla para lamentarse nunca era la mejor opción.


Quizá sus objetivos eran diferentes a los de una guerra como tal, pero en esencia se trataba de lo mismo: dos bandos. Matar o morir. Perseverar. Sobrevivir. Ganar no, en una guerra ¿quién puede triunfar?, él mismo ya era una víctima: Nina había decidido dejarlo y la entendía. El trabajo les había distanciado, lo había congelado en el limbo y Andrei le pescó ahí: perdido, solitario y frío, finiquitó con su voluntad. Grozny tampoco se atrevería a echarle la culpa.


De hecho lo añoraba y en las noches era Andrei quien se apoderaba de sus sueños. Se obligaba a contemplarlo a la distancia sin poder acercarse y cuando lo llamaba por su nombre, de su boca no brotaba sonido alguno; el nombre moría en su garganta como si atrapado bajo el agua la vida se le escapase tras cada intento. Nina le dijo una vez que los sueños eran para conocer los problemas del corazón. Tal vez tenía razón.


Grozny terminó de vestirse y salió del hotel. Era medio día cuando se reunió con dos hombres en un restaurante de comida china. La mesa escogida por el dúo estaba al aire libre de una terracita, ninguna otra ocupada ahí. Quien les atendía era el camarero de la última vez: un hombre maduro de ojos rasgados que tenía problemas en darse a entender con el inglés. Grozny suspiró como si se preparase para una prueba extenuante y se presentó con un saludo desabrido.


—Espero no tengan mucho esperándome, mi hotel queda un poco retirado desde aquí. —Se disculpó con su mejor inglés, cogiendo la silla cabecera y descansando entre ambos. 


—La verdad es que no, ¿quieres ver el menú? —Habló el hombre rubio, de acento británico. Tenía un aire refinado que evidenció al extenderle la carta con la gracia de un caballero. Grozny solía preguntarse si alguna vez se habría salpicado de sangre, pues parecía del tipo que trabajaba en calzoncillos con tal de no estropearse la vestimenta.


Grozny cogió el menú pero no le echó ojeada. Pidió un té negro.


—Lo mismo de la última ocasión. Grozny, si un hombre quisiera envenenarte no pondrías mucha resistencia.


Grozny respondió con gesto forzado, alzando una ceja.


—Es bueno que no esté entre enemigos.


—Es cierto. Te echamos de menos; leer tus reportes no es lo mismo que hablar en persona.


—Por supuesto, creo que sus reportes tienen más emoción. —Intervino el que había estado en silencio, observándolos mientras el cigarrillo se consumía entre sus dedos. Grozny resopló por debajo, de ambos era a quien mejor toleraba y eso seguramente porque hablaba poco. —Así que siete vory en medio del océano, ¿no? —Y cuando abría la boca, iba directo al meollo. A Grozny le agradaba su estilo.


—Tienen los nombres. Todos peces gordos.     


—Y tú deseas comandar la operación. No estamos tan seguros, Grozny. Te hemos dado libertad de acción, aunque dejar que un agente ruso se ponga al mando en Londres resulta un poco problemático.


—¿Problemático para quién? —Inquirió el moreno, ladeando una sonrisa cínica.


—Para nosotros obviamente, esto le atañe a MI5. Coordinarás la operación, es tu trabajo y lo respetamos, el Vor informante no responderá ante nadie más, es sabido. Pero a partir de hoy el Servicio toma las riendas.


—Scotland Yard ha sabido ser honorable. —Contradijo en un murmullo apacible, mirando al camarero que se aproximaba con su bebida.


—También lo es el Servicio.


Grozny se mostró francamente en desacuerdo.


—Son espías—Escupió.


—Igual que tú.


Grozny agradeció al camarero y se tomó un tiempo en beber luego de agitar la pajilla. Observó al rubio, con las comisuras de la boca tiradas hacia abajo en una expresión de desagrado. No pasaba los treinta y estaba sediento de gloria, Grozny podía incluso entenderlo, pero aquella era su bandera y nadie ajeno tenía el derecho de ondearla.


—Yo no mato con veneno, o a la sombra. Si tengo que matar, lo hago cara a cara.


—Eso resulta irónico viniendo de un agente ruso, considerando que esta ciudad ha sido su conejillo de indias en cuanto a venenos radioactivos.


Grozny se giró hacia el agente silencioso casi con fastidio. 


—Escucha a este cretino, Alexandre. Hemos trabajado juntos por más de dos años, ¿pretende salir de la nada y robarnos el fruto de nuestro esfuerzo? Ésta operación nos pertenece, ¿vas a permitir que te haga a un lado? Son sicarios del Parlamento y existe la probabilidad que haya miembros implicados con algún Vor, veo muy conveniente su demanda. No confío en la cucaracha albina.


El agente de Scotland Yard soltó una breve aunque sonora carcajada que inquietó doblemente al rubio.


—Vamos, Grozny. A Roberts no se le da el ruso. Ni siquiera sabe dónde está Grozni, por ello no deja de llamarte ruso. Roberts, Grozni es capital de Chechenia y si algo les molesta a los chechenos es ser confundidos con rusos. Ya está, no hay malicia, Roberts en realidad te pensaba ruso, no lo culpo, si trabajas para el FSB eso te vuelve más ruso que la ushanka.


Grozny se relajó en la silla, esperando la reacción del inglés por el rabillo del ojo.


—Mis disculpas, tenía entendido que combatiste para Rusia en la guerra chechena. La segunda, si mi información es correcta.


Lo dijo con seriedad categórica, y Roman pensó que además de quedarse en calzoncillos, el hombre debía tratarse de aquellos que compartían métodos de tortura que no dejasen rastros. Una actitud consecuente en un hombre rastrero.   


—Recuerdo haber estudiado el conflicto en la escuela. —Continuó el agente, sonriendo entre palabras. —¿Cómo llamaron a Grozni en su entonces? La ciudad en ruinas, si la memoria no me falla. Incluso adoctrinaron la estrategia, la llamaron Doctrina Grozni: desolar por aire y afianzarse por tierra. Los rusos son verdaderamente extremos cuando se lo proponen. Pensé que el origen de tu mote era debido a alguna operación heroica contra los separatistas. Ahora estoy en verdad confundido.   


Supuso esperar una explicación, como si Grozny tuviese la obligación. En cambio, él le enfocó con ojos entornados, apoyando los codos sobre la mesa. Alexandre solía ser el sutil mediador entre ambos temperamentos, pero como el hombre de pocas palabras que era, le entretenía más ser sólo espectador. 


—Hablas mucho de guerra para saber tan poco. No hay nada heroico en las guerras, especialmente en las del Este. —Contrario a su aspecto, la voz de Grozny emergió fúnebre. —Si las bombas y las balas no te alcanzan, el frío sí lo hace y en silencio. Y cuando las provisiones no llegan a tiempo, ¿cómo se consigue comida en las montañas heladas? No siempre es fuego y sangre, a veces sólo hay tedio y rutina en los regimientos mientras los soldados aguardan por una misión que probablemente sólo será de ida; si los jóvenes son afortunados y vienen de pueblos cercanos entonces huyen por las noches, pero deben huir como llegaron: sin nada, así tienen la certeza que no serán perseguidos, pues las balas son la moneda de cambio en las guerras y un cartucho vale más que una vida.


—En cuanto al heroísmo…—Musitó, viendo hacia la nada. La sola palabra le causaba conflicto. —Pregúntale qué significa la Estrella de Oro al raso que espera su destino observando los sacos ensangrentados siendo descargados del mismo helicóptero que está por abordar. Esos sacos que se apilan unos sobre otros y forman montañas deslumbrantes bajo la luz del sol. Mi nombre tendrá razón de ser, pero no puede estar más alejado de tus conjeturas, Roberts.


—Checheno de nacimiento con el corazón pro ruso, una combinación peligrosa que puede prestarse a malos entendidos.


Alexandre se acomodó el chaquetón de una tensa sacudida.


—Roberts… estás pisando terreno escabroso. —Le advirtió.


A pesar de la mala intención, Grozny no se encarnizó.


—Bueno, agente Roberts, sólo estás rascando la superficie; tal vez para algunos sea yo un traidor, es fácil inferir cuando se juzga desde la comodidad de una universidad prestigiosa, en un país primermundista. En Grozni era diferente. Te queda claro hasta que lo vives en carne propia. Cuando mártires se hicieron volar dentro de mi escuela y sepultaron a la mitad de los estudiantes bajo escombros, me quedó bastante claro. Uno de ellos me enseñó una invaluable lección: la mirada de alguien que va a hacerse matar. Los jóvenes no van a la escuela esperando morir, Roberts. Fuiste muy afortunado, pero no lo sabes todo. Hay cosas que no se enseñan en escuelas elegantes. Así que nunca subestimes las decisiones de un hombre, especialmente si no estuviste ahí cuando sucedió.


Roberts despegó la espalda del respaldo, dando énfasis a su condena:       


—¿Y quiénes eran estos mártires sino radicales manipulados por rusos?  


—Manipulados, sí, dices bien. Las mentes se vuelven frágiles en la guerra; lavaban los cerebros de los más débiles. Pero no eran rusos. Eran chechenos sacrificando chechenos, con armas occidentales. La historia de siempre. Sé que Rusia es dura, no metería las manos al fuego en su honor. Pero esa es mi historia y yo decidí. Se escoge un bando, aunque sea el equivocado.


El rubio rumió pensamientos. De todos los males, occidente siempre resultaba culpable, sin embargo discurrir sobre lo anterior era igual a llamarle mentiroso. Roberts no se atrevía a tanto, en especial si lo quería colaborando de buena gana.


—¿Y cómo es, Grozny, la mirada de un inmolado? —Se animó a preguntarle en tono conciliador.


Grozny se volvió en suspenso, recordando al jovencito aun en contra de su voluntad: cuando se plantó a media clase y de todos los presentes decidió observarlo a él. No sólo habían sido compañeros de escuela, también fueron amigos hasta que Roman se encontró pensando cómo sería besar sus labios. Terminó por alejarse, temeroso de los sentimientos que despertaban con su cercanía. Lo dejó solo: un alma pura en una ciudad que los devoraba indiscriminadamente.  


Cuando las noches eran largas y Grozny no hallaba descanso, se preguntaba si habría sido diferente si hubiese decidido quedarse a su lado. Si hubiese sido valiente. Pero la noche no ofrecía respuestas y las estrellas sólo brillaban indiferentes a las tragedias de los mortales.


—No hay oscuridad. Es divina. Como si encontrase su propósito. Hay un parpadeo consciente, lento, que parece disfrutarse por ser el último. Y luego lo ves... esperanza. Sí, esperanza en los ojos de un chiquillo que está por matarse y  enterrar a toda una generación. Ironía más pura no encontré jamás.


—Quizá tu senda era el antiterrorismo. ¿Qué viento te trajo hasta aquí, Grozny?


Grozny sólo sonrió en silencio.


—Apuesto que debió ser un motivo personal. Ninguno de nosotros estamos aquí por casualidad. Pero caballeros, zanjemos el tema por favor, ya nos hemos desviado demasiado. —Señaló Roberts, distrayéndose con el velo de agua que caía al filo de la carpa.  


—¿Zanjar? —Grozny arrugó el entrecejo. —Creí que estaba claro. Pero si queda duda, despejo toda sombra: no acepto tus condiciones, Roberts. Podemos trabajar en conjunto aunque siempre bajo mi comando. Esa es mi última negociación.


—Es un buen trato, además de justo. —Opinó el de Scotland Yard. —En España, Grozny trabajó con la Guardia Civil sin queja; aquí mismo The Yard y el FSB cooperamos para frustrar el convoy que pretendía liberar a Romanov. ¿Por qué ahora sería diferente? Cambiar las cosas de última hora nunca da buenos resultados.


—No es personal, Grozny, en MI5 hay rumores de la existencia de dos FSB, el de Moscú y San Petersburgo. Y uno de ellos no es de fiar. Queremos estar seguros que no haya intromisiones.


—Nadie es de fiar aquí. Pero yo tengo arrestos que me respaldan.


—¿Y qué hay de tu Vor? Puede ser información falsa para despistarnos, o peor: una trampa. Parece el lugar ideal para serlo.


Grozny encogió los hombros.


—Iremos preparados para todos los escenarios. —Rebatió.


—El Vor ya ha probado su valía, Roberts, y no sólo colaborando en las conocidas operaciones. Grozny le exigió una prueba de confianza. Una ejecución. Así encontró la muerte un jerarca de su organización.    


—¿Quién fue? —Quiso saber, en extremo curioso. Alexandre observó a Grozny, como pidiendo su autorización.


—Karatch. —Se adelantó el mismo checheno.  


—El viejo Karatch—Suspiró Roberts. —Lo que siempre he dicho: en Rusia todos mueren del corazón.  


Y era quizá la única aseveración en la que pudieron estar de acuerdo. Grozny se levantó hurgando dentro de su cartera; extrajo algunos billetes y los dejó en la mesa.


—Señores, esperen mi llamada, no demorará en llegar. Hasta entonces.


—Tu cachorro, Grozny. ¿No vas a preguntarme acerca de tu cachorro? —Le detuvo Alexandre, deformando la sonrisa para sostener el cigarro en los labios.


Grozny lo enfrentó, sereno.


—Está en su nuevo hogar, ¿no es así?


—Asustado pero a salvo, cuando lo dejé ya parecía extrañarte.


—Es mejor así. Gracias por el favor.


Retomó la marcha y antes de abandonar el establecimiento cogió una galleta de la fortuna. La lluvia se descargaba plateada, como la cortina de una cascada. Se fundió en ella, pensando si Andrei la estaría contemplando como tanto le gustaba. Quebró la galleta y leyó el mensaje: no puedo ayudarte, ¡soy sólo una galleta!; el papel no tardó en empaparse. Roman sonrió, hizo bolita el mensaje y siguió en su húmedo peregrinar.


 


   


 


 

Notas finales:

Feliz 2019. Perdón por la demora, me he tardado porque edité toda la historia, correción, cambiando incluso escenarios, cosas que ya verán después. Además de problemas de salud entre otras ocupaciones.

Gracias por la paciencia!


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