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Neverland por Jahee

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VI

 

Consecuencias

 

 

Grozny estaba en Neverland. Observó su rostro parco, y su mirada de piedra mientras se aproximaba en pasos cortos. No sabría decir si había alcanzado a ver su actuación con Pavel, lo más seguro era que sí, aunque su expresión no anticipara nada. Antes de sentarse en el privado, le pidió al mesero una bebida fresca, sin alcohol.

—Dijiste que no vendrías — Saludó Andrei, cogiendo la cajetilla de cigarros de Grozny. Encendió uno.

Grozny sólo le miró durante largos segundos, atirantando el ambiente.

>> ¿Sucede algo? — inquirió, desconcertado.

—Vi tu espectáculo. La parte final. — Su voz era serena, lejos de su apariencia circunspecta. —Dime, Andrei. ¿Intentas hacerme ver como un pendejo?

Andrei se atragantó con el humo de su cigarrillo. Tosió un par de ocasiones y manoteó contra la nube de humo que se había formado entre ambos, imposibilitando la visión.

—Es mi trabajo, Grozny —se defendió — Así gano dinero, ¿no lo has olvidado, verdad?

—No es tu trabajo principal. — Corrigió — ¿recuerdas?

Andrei hinchó el pecho en una bocanada de aire.

—Oh, lo recuerdo muy bien. Hace unas cuantas horas tuve que mentirle a Karol, la persona que confió en mí y me abrió las puertas, ¡por tu maldita culpa!

Grozny encogió los hombros, tan despectivo, que el simple gesto se convirtió en un insulto directo.

—Mejor que te acostumbres.

El rostro de Andrei se tornó de un intenso escarlata que hasta entre la oscuridad de Neverland, Grozny pudo percibir. Los nudillos, pálidos y marcados, resaltaron en sus puños situados sobre la mesa en una posición curiosa.

—No fue sencillo, Grozny. Ella es lista, y yo me juego el pellejo. ¿No merezco al menos, una palmada en la espalda?

—Aún no. Todo lo que sé, es que Karol tiene la impresión que te he golpeado, y que pretendo acapararte por completo.

—Y era la intención. “Gana su confianza” me dijiste. Pues eso hago. Si me ve como la víctima, tal como ella lo es, y a ti como el miserable que León parece ser. ¿No será más fácil que se fíe de mí? ¿Qué daño podemos hacer los martirizados? Sólo sufrimos, aceptamos, y nos brindamos consuelo los unos con los otros.

Grozny sonrió y la cicatriz brilló con peligrosidad, como si le advirtiera: recuerda de lo que soy capaz…

—Dices que fue difícil mentirle. ¿Pero sabes que creo, Andrei? — Aproximó su rostro. El rostro que sería perfecto sin aquella profunda grieta. —Pienso, que fue más fácil de lo que me quieres hacer creer.

No refutó. Elevó la barbilla, orgulloso, casi retador. Pero la chispa rebelde en sus ojos sólo duró un instante. Giró el rostro hacia el espectáculo de Pavel y encaró un hombro desnudo.

—Puedes pensar lo que se te antoje. No me importa tu opinión.

Le obligó a desviar la mirada de nuevo hacia él. Había sentido la palma cálida contra su puño, y como una caricia, lo apresó.

—No volverás a bailar desnudo. No darás exhibiciones privadas, y principalmente, no bailarás acompañado. A partir de hoy.

Andrei apartó su mano, con furia. Quiso reclamar mil cosas, pero las palabras se atoraron en la garganta y sólo soltó un débil: — ¿Por qué?

Grozny lo ignoró. —No te preocupes por Karol, yo mismo se lo he ordenado.

— ¡¿Por qué?! —Exigió Andrei. El mayor le miró con incredulidad, y curvó una sonrisilla mordaz.

—Ya sabes por qué, no necesito decirlo. Lo sabías antes de bailar con ése sujeto y aun así no te interesó. No se repetirá, Andrei. La próxima vez, no seré tan benevolente.

— ¡¿En serio?! ¡¿Y qué harás, eh?!—Grozny no respondió. Se limitó a correr al mesero antes que éste se acercara a dejar la bebida de Andrei — ¡Bailar también es mi trabajo! ¡Lo hago por dinero! ¿Acaso tú me pagarás la suma perdida? 

—Lo haré. Es lo más justo.

Andrei lo enfocó con desconfianza, —Justo, sí. —Masculló lleno de ironía. — ¿Me pagarás para salvaguardar tu reputación? — soltó a la nada, con desgano.

Porque no estaba decepcionado. No hay decepción cuando no se espera nada de alguien. Nunca fueron celos, ni en un principio, ni después. Siempre lo supo y por ello no alimentó falsas ilusiones, por ello, ante la prohibición, había reaccionado con rabia. Grozny era un hombre casado, probablemente con hijos, y enamorado. El checheno no tenía el mínimo interés en él; no había sentido celos de Pavel, ni de nadie. Le exigía que su reputación siguiera intacta, que actuara acorde al plan. Sólo eso.  

—Estamos aparentando un acercamiento íntimo, Andrei. ¿Crees que si me importaras, dejaría que te tocaran como hace rato lo estaban haciendo? ¿Qué permitiría que te encerraras en privado, allá arriba?

—Y sin embargo, me dejarías bailar. Dejarías que me metieran el dinero entre la ropa. Jamás me sacarías de Neverland.

—Ya lo has dicho — aceptó con naturalidad.

—Porque me verías como tu puta. Sólo sería eso, alguien para usar por un tiempo, y después tirar.

— ¿Y quién toma en serio a una persona que se desnuda para ganar unos cuantos billetes?   

Andrei apartó la mirada, dolido.   

— ¿Cómo puedes ser tan hijo de puta sólo con la ayuda de tu lengua?

—Estamos suponiendo, Andrei. —Se escudó, tratando de sonar suave.

—Hasta que diste tu apreciación personal — rebatió.

—Creí que no te importaban mis opiniones.

Pero sí le importaba, y mucho. Sonrió con la amargura que le colmaba por dentro, y la transmitió a través de su voz.

—Púdrete, Grozny.  

 

1

 

Con el cigarro entre sus dedos, Andrei caminó fuera de Neverland. La música se escuchaba más queda entre los pasillos alfombrados,  y la luz violeta neón bañaba las paredes. Ya estaba tan acostumbrado que no se detuvo a observar las sombras deiformes que en las cuchillas de entre los muros se trazaban; atrás dejó a la muchedumbre y a Grozny. Subió por la breve escalera y esperó afuera del despacho de Karol, con la firme intención de tocar, y sin embargo, deteniéndose en la acción, como si de repente, un pensamiento surcara en su mente. Inclinó la cabeza y examinó el cigarrillo con un extraño brillo en los ojos de obsidiana.

Apretó del filtro con fuerza, y mordió su lengua. El dorso de su mano fungió como cenicero. Apagó el cigarro sobre su piel, moliendo las candentes brasas hasta que éstas murieron dejando un desagradable olor a carne chamuscada. Las lágrimas se galoparon en sus ojos, pero no las dejó salir, cerró los párpados y esperó que el dolor desapareciera.

Solo entonces, tronó sus nudillos en la madera de la puerta.

Karol atendió de inmediato, con el maquillaje arruinado. Ella sí había dado rienda suelta a su dolor, y los vestigios quedaron allí, sobre su triste rostro. Andrei fingió no darse cuenta.

—Quiero hablar de Grozny — expuso, ausente de su natural carisma. Karol dejó caer los hombros, y la mirada, en un gesto cansado; lo hizo pasar sin mayor ceremonia.

Por un pequeñísimo instante, la imagen elegante y fuerte de Karol se derrumbó, y Andrei pudo ver claramente al hombre extenuado que habitaba bajo el perfecto disfraz. Se compadeció, también por un pequeño lapso.

—No puedo ayudarte, Andrei. — Le advirtió, sin atreverse a mirarle directo a los ojos. —Si Grozny no quiere que des especiales, o que acompañes a otro hombre, entonces así será.

—Tengo miedo… — balbuceó, con la mirada líquida. Anegado en las lágrimas que previamente había controlado sin esfuerzo. —Vine huyendo de Kiev por un hombre como él. No quiero su reemplazo, Karol. Quiero ser libre, sentirme seguro. ¿Sabes lo que es eso? Grozny no me grita, ni deforma su rostro para hacerme sentir su enojo, simplemente lo deja bien claro en mi cuerpo, y sus palabras, hacen mella en mi cabeza.

Andrei suspiró, un suspiro cálido, salado. Un suspiro que precede al llanto.  

—Quiere que me vaya con él, para terminar lo que dejó pendiente. — Descubrió la herida en su mano, el círculo negro, y la carne sanguinolenta en el centro. — ¿Por qué la vida me castiga así, Karol? — se desplomó en un largo sillón, cubriendo su rostro afligido con ambas manos. Lloró en silencio, entre espasmos y soplos.

—Lo siento. Lo siento tanto. — Andrei la observó venir, y aceptó su abrazo con ahínco. Recostó la cabeza roja en su pecho, y escuchó sus disculpas incesantes. —Nunca debí aceptarte, nunca debiste aparecer por aquí. ¿Pero qué iba yo a saber? Grozny jamás se interesó en los chicos, ni siquiera los volteaba a ver. Lo siento, Andrei. ¡Ojalá pudiera ayudarte!

—A ti también te hace sufrir, ¿no es cierto? He visto cómo languideces cada vez que él aparece.

Si Karol se hubiese encontrado menos emocional, quizá, sólo quizá, hubiera alcanzado a distinguir cómo el timbre de voz en Andrei cambiaba de inconsolable a interesado. Pero estaba sumergida en su propio tormento, recordándose en Andrei.

—Él es responsable de gran parte de mi pena, pero no es el único. León también ha hecho lo suyo por tantos años, que ya ni siquiera recuerdo cómo todo éste infierno comenzó.

Andrei entrelazó su mano herida con la de Karol, tragándose el ardor que le reclamó al estirar los nervios y la piel.

—No amas a León, lo sé. Lo puedo ver en tus ojos, en la manera que miras a Sergey y suspiras a la nada, cuando él se va. ¿Por qué no huyes con él?

Karol le empujó inconscientemente, encogió los brazos y empuñó sus manos en el pecho, como si tratara de protegerse de una amenaza invisible. Le observó con incredulidad, pero Andrei permaneció sosegado, sin romper el contacto visual.

—Andrei… — Gimió, corta de cualquier pensamiento coherente.

—No le diré a nadie. Lo juro. Puedes confiar en mí. Sé que puede ser una locura lo que digo, pero mis corazonadas nunca fallan, ¿o acaso me he equivocado?

Karol rompió en llanto, como si Andrei hubiera presionado algún botón interno, entre las fibras del corazón, que le desarmara por completo. Sollozó desesperada, con tal tristeza, que hasta el Dios más vengativo se hubiese apiadado de ella. Había permanecido en silencio mucho tiempo, guardando secretos que la podrían llevar al despeñadero, Andrei sólo se encargó de dar un pequeño empujoncito a la muralla agrietada, a punto del derrumbe. Karol cedió, con facilidad, por la necesidad de creer en alguien, de confiar; las cargas la estaban matando por dentro, sólo quería compartirlas, aligerar las penas.

Andrei le brindó su espacio, la escuchó chillar por largos minutos, la vio sacudirse en violentos temblores, pero no se acercó, ni dijo una sola palabra. Esperó pacientemente.

Y obtuvo los frutos. Karol habló. Primero entre lágrimas, luego más relajada, habló de su relación con Sergey, de su amor hacia él, del desprecio que León le inspiraba y le llenaba el corazón, y de la amenaza de Grozny, que le atormentaba, día y noche.

—No se puede jugar con Grozny, Andrei. Él está situado justo en la línea que divide lo negro de lo claro, entre lo justo y lo corrupto, y se pasea convenientemente en ambos bandos.

Le dijo, en un susurro, temiendo que las paredes escucharan.

—No te entiendo.

Karol asintió, con una ligera sonrisa.

—Voy a contarte, cómo conocí a Grozny.

 

2

 

Stepán colgó la bocina del teléfono público, ya no con rabia, sino derrotado. Volvió al estadio por sus cosas, pensando en Boris y Andrei. ¿Por qué nadie respondía en el departamento? ¿Por qué Andrei faltaba a su promesa de comunicarse con regularidad? Estaba en verdad preocupado.

“Es un salvaje, quizá ande por ahí, con sus nuevos amigos”, intentó apaciguarse, pero resultó peor; imaginarse a Andrei rodeado de estirados ingleses con su acento estúpido, tratando de ganarse su atención, le despertó una nueva molestia. “Te alejé de Fesenko, ¿pero a dónde te llevé? ¿Estarás bien, Andriushechka?”    

Todavía no se cumplía el mes que Vladimir sentenció y ya sentía los pasos desesperados en la espalda, las miradas hastiadas en las sombras. Le seguían de cerca, y tratar de comunicarse con Andrei era cada vez más difícil. Supo que Vladimir no iba a cumplir el plazo cuando le observó en la pista de hielo, de brazos cruzados y con la mirada puesta en los hombres que jugaban. Sus hombres.

No, Vladimir era demasiado ansioso, hasta para cumplir su palabra.

Pensó en escabullirse antes que lo descubrieran, pero el mayor habló de espaldas, como si pudiese sentir su presencia, o tuviera ojos en la nuca.  

— ¿Te comunicaste con Andrei? — Exclamó en voz alta, paralizando el intento de huida de Stepán, y también el juego de los otros hombres.

Stepán respiró hondo.

— ¿Qué hacen aquí, Fesenko? Los guardias…

—Los guardias se han ido — se adelantó el de ojos verdes, girando el cuerpo —Mira, hasta las llaves me han dejado — le mostró el manojo, sonriendo ladino. — Sólo estamos tú, mis hombres, y yo.

Retrocedió. ¿Si se echaba a correr hacia el subterráneo por donde había subido, había posibilidad de escapar? Quizá. Pero era una huida momentánea, inservible. Vladimir volvería a encontrarle, lo cazaría y le trataría como a un cobarde. Él mismo ya se sentía como uno, sólo por albergar aquellos pensamientos.

—Hay cámaras de seguridad…

Vova reverenció la mitad de su cuerpo, con tremenda burla.

—Gracias por recordarme que Alexandr tiene que coger el disco duro antes de largarnos.

Estaba perdido. Más perdido que en la primera visita de Fesenko.

— ¿Qué deseas, Vladimir? — Escupió, viendo de soslayo los tres hombres que acompañaban a éste. Los conocía de vista y por su reputación. Uno más terrible que el otro, y en la punta de la lanza, estaba Fesenko.

— ¿Por qué no nos ahorramos esa parte y vamos directo al grano? ¿Qué te dijo Andrei? ¿Cuándo volverá?

Negó, y nervioso, buscó entre las gradas alguna esperanza. Pero estaba solo, con el destino que Vladimir quisiera dictarle.

—No sé nada. ¡Ya te lo dije! ¡¿Cómo pretendes que hable con él si ni siquiera sé dónde está?!

No pudo vaticinar su reacción, y tampoco pudo hacer algo para evitarlo. Vladimir salió de la pista, caminó con seguridad hasta llegar a Stepán. Y palmo a palmo, con la respiración brotando como niebla, le doblegó a puñetazos; uno en el pómulo, otro en la ingle. Lo cogió por los cabellos castaños y lo arrastró como animal al matadero, hacia la pista.

Rodó y terminó deslizándose por el frío hielo. Su panorama fue invadido por tres rostros carentes de simpatía. Y temió, cuando escuchó el hielo crujiendo, mientras Vladimir se aproximaba. Intentó levantarse, pero uno de los hombres le pisoteó el miembro, imposibilitando no sólo el ponerse de pie, sino cualquier movimiento. Observó boca arriba, desprotegido, las sonrisas mordaces.

—Me has hartado, Stepán. —Farfulló violento —veremos si para cuando termine contigo, sigues tan ignorante del paradero de Andrei. —Selló su amenaza con una patada brutal directo a las costillas.

Pero era nada, comparado a lo que le esperaba. Escuchó un sonido conocido que acostumbraba a llenarlo de gozo, y sin embargo, sólo le causó terror: los discos pesados, impactando con ruido seco, en la dura superficie de la pista. Sintió el aire siendo cortado por los largos sticks, y su suave rasgar contra el hielo.

—Vamos a jugar contigo, valiente cabrón. Vamos a descubrir, hasta qué punto llega tu bravura, y ése absurdo afán de protección.

No hubo tiempo para protestar, para pedir clemencia. Le giraron con una lluvia de puntapiés, y le mantuvieron así: boca abajo, con la mejilla pegada a la frialdad, incapaz de revolverse. Vladimir blandió el stick, haciendo unas cuántas maniobras, verificando su estado.

— ¡Sujétenlo bien! ¡La cara, la cara! Álcenla más — sonrió perversamente — tu rostro será mi portería, Stepán. Pero tus ojos, son mis principales objetivos.

 

Y tenía buena puntería. El primer golpe pegó de lleno en la nariz, fracturándola en el acto. Una avasallante hemorragia brotó sin tregua, acompañada de estruendosas risas. Dolió, como mil caídas concentradas en un instante, y en un solo punto.

>> ¡¿Dónde está Andrei?! — Demandó, agrietando la voz para hacerle sentir su ira.

Stepán cerró los ojos, en silencio. El segundo impacto lo recibió con sorpresa, y con el más insoportable dolor, más aún que la herida todavía fresca en su mano. Gritó, ahogado en su propia sangre; pataleó por instinto, y encajó las uñas en el hielo. La sangre también corrió sobre el pómulo, ahora abierto.

>>Stepán… — mentó su nombre en clara advertencia. Quizá la tercera vez no fallara, y su ojo, con un golpe así, era muy probable que se perdiera, que se vaciara al instante. Se imaginó destilando sangre en forma de lágrimas, desde la cuenca oscura y membranosa…

Pero soportó un tercer golpe, un cuarto, y hasta quinto. Aunque no sin consecuencias. Su boca estaba destrozada, y su dentadura perdió un incisivo, y el primer premolar. La cara, por otro lado, era una masa ensangrentada, con un pómulo fracturado y ambas cejas en carne viva. Las lágrimas lavaban su rostro, pero ardía como si se tratara de alcohol.

Las risas se extinguieron y fueron reemplazadas por ceños fruncidos, y una que otra maldición. Stepán ya no se removía furioso, habiendo aceptado su situación, se quedó manso en la incómoda posición.

Vladimir deslizó un disco y trazó la dirección con la ayuda del stick, con toda la potencia que se había ahorrado. El choque fue tremendo, los huesos crujieron, y el párpado superior se desgajó; el alarido de Stepán tronó intenso, doloroso e invadido de horror; el disco había impactado muy cerca del ojo, y le engañó.

Amaba a Andrei, pero también amaba su profesión, y al poner ambos sentimientos en la balanza, uno pesó más.

 

—Boris. Londres. — Murmuró, con pesar.

 

 

3

 

 

Grozny era un cabrón. Ahora no quedaba ninguna duda al respecto. Su sed de justicia era implacable, y su hambre de venganza seguía sin ser aplacada del todo. Cada uno de sus movimientos, respondían al impulso que el recuerdo de su pequeña hermana le incitaba. Andrei sonrió, recordando cuando éste le contó su historia para intimidarlo, y quizá, en un empeño para demostrarse a sí mismo que ya no le afectaba. Pero no era así, su hermana había sido su debilidad cuando viva, y lo seguía siendo aún muerta.

Grozny le había mostrado la herida, orgulloso, simulando que ya estaba cicatrizada desde tiempo inmemorable; pero Andrei era listo, demasiado astuto para su propio bien, como bien dijo Grozny, y el mismo Vladimir alguna vez, y se había percatado de su error. Sabía que la herida seguía sangrando, y que inclusive, hedía más de lo que nunca pudo haber apestado.   

Entró a los vestidores para cambiarse de ropa y marcharse, sin poner atención a su alrededor, todavía sumergido en la revelación de Karol. Por ello, le tomó por absoluto desconcierto el puño de un hombre invadiendo su campo visual, e impactándose en su ojo izquierdo. Cayó de nalgas al suelo, en una humillante postura; parpadeó confundido, mirando a James abalanzarse contra él, como energúmeno.

Aquella mirada de profundo desprecio, los dientes apretados, y su expresión amenazante, lo expulsaron del limbo. ¡Iba a matarlo!

Giró su cuerpo y gateó con fiereza. Quiso huir, se estaba poniendo de pie cuando sintió su cabello siendo halado hacia atrás, con tal fuerza que le brotaron lágrimas. James lo estrelló contra la pared, y Andrei no alcanzó a meter las manos. Recibió el golpe en su frente.

Lo adormeció por segundos, pero una terrible punzada le regresó al mundo del dolor, creyó que su cabeza estallaría, y gimió consternado.

El previo mareo lo hubiese mandado de nuevo al suelo, pero James lo tenía bien sujeto del cuello, gritándole más palabras de las que podía entender. Intentó defenderse, pero fue inútil, James era mucho más fuerte y pareció renovar su ira ante el atrevimiento de Andrei. Un puñetazo le reventó la comisura de la boca, provocando un intenso sangrado; el dolor se volvió tan insoportable que Andrei sólo cubrió su rostro con las manos, abandonando toda resistencia.

Fue imposible no volver a su pasado. A su infancia. Cuando los chiquillos se turnaban para golpearlo mientras le gritaban insultos no propios de su edad. Revivió con claridad cuando le desnudaron a la fuerza y le obligaron a usar un traje de bailarina. Se llevaron su uniforme y él tuvo que regresar a casa vestido así, llorando en el largo recorrido.

Katrina se había burlado, y su sonrisa permaneció durante la golpiza de su padre. Pero Andrei se vengó, de cada maldito mocoso, de Katrina. Así como se vengaría de James. Aquel pensamiento lo reconfortó, y los siguientes golpes fueron menos dolorosos de soportar.  

Cuando el bailarín estrella desfogó su rabia en el cuerpo maltrecho de Andrei, se apartó con la respiración entrecortada, mirando con horror su obra. En sus ojos, Andrei reconoció el arrepentimiento. De repente, se le había ido la voz, y sus reclamos dejaron de retumbar en las cuatro paredes de la habitación.

Andrei se levantó falto de gracia, limpió la sangre con el dorso de su mano, y su mirada relampagueó, colmada de un odio enfermizo. —Te veré caer, James.

Juró, con la voz enronquecida, y su acento grave. James apretó los labios, y el resentimiento se instauró otra vez dentro de sí.

—No, Yuriy. Yo te haré caer, si mencionas mi nombre cuando te pregunten por esos golpes, especialmente Karol. Y Pavel… Pavel…

Andrei comprendió. Caminó renqueando hasta su locker, cogió su mochila y se marchó. No había necesidad de palabras, ni justificaciones. James lo había puteado por bailar con Pavel; Andrei lo amenazó, y James le devolvió el cumplido. Así de sencillo. El moreno se complació con la actitud silenciosa, y hasta cierto punto, sumisa.

Pero con Andrei, todo resultaba, menos sencillo.

Se fue de Neverland sin completar su turno, aunque quisiera quedarse, simplemente ya no podía. Estaba hecho un desastre por dentro y por fuera. Tomó un taxi, estaba tan cansado y adolorido, que gran parte del trayecto se quedó dormido. Pagó al chofer, y sin esperar el cambio, salió del auto, dirigiéndose al departamento que compartía con Grozny.

Abrió en silencio, como acostumbraba en Kiev para no despertar a su padre, y percibió con claridad la voz de Grozny, hablando en ruso, desde la sala. Se acercó en pasos ligeros, y como una sombra se escondió tras un pilar, escuchando la conversación telefónica.

—Volveré más pronto de lo que te imaginas — dijo, con especial delicadeza —No, nena. No empecemos. Es mi trabajo. ¿Cómo está Lena?

Era la voz de Grozny lo que había provocado escuchar sigilosamente aquella conversación que no le correspondía. Era tan plácida, tan relajada, como si fuera otro hombre el que hablara. No pudo resistirse a descubrirlo. ¿Cómo podía ser tan desalmado con Karol, tan cabrón con él, y poseer al mismo tiempo, aquella agradable voz?

¿Quién era Grozny en realidad?

>>Dale un beso de mi parte. Llamaré pronto. Sí, dile que la amo, y que la extraño horrores — Rió. Una risa fresca, y despreocupada. Andrei se vio tentado a asomar su cabeza y verificar si verdaderamente era Grozny quien hablaba. —Yo también, Nina. Yo también.

Andrei rodó los ojos, despectivo. Volvió a la entrada, antes que Grozny colgara y pudiere descubrirlo. Abrió la puerta y la azotó, simulando su arribo. El mayor no tardó en encontrarle, y con ojos desorbitados escudriñar su deplorable aspecto.

— ¡¿Qué rayos te ha pasado?! — Su voz dura predominó.

Andrei resopló, echó la mochila en un largo sillón y se dejó caer en él.

—Me han dado una paliza, eso pasó — respondió con hostilidad, evitando el gran espejo que se encontraba frente al mueble, colgado en una pared clara.

—Eso se puede ver claramente. ¿Cómo sucedió? —Grozny se acercó, cuidadoso, como si a cada paso, el dolor físico en Andrei incrementara.  

— ¿De verdad te importa? — Se mofó, palpando su rostro con las yemas de los dedos.   

—Si estás en problemas, debes decirme — el joven gimió, había tocado una de las heridas que más escocían.

—No lo estoy. Fue una riña afuera del bar, ¿contento? No volveré a meterme en asuntos que no me llaman.

—No te creo, Andrei. No son simples golpes de pelea —Los ojos azules de Grozny le sondearon como si fuera objeto de algún examen —alguien se ensañó contigo —dictaminó. Andrei dominó la sorpresa ante su exactitud, aunque no llevara gran mérito; con aquellas heridas su cara era todo, menos expresiva.  

—Eso no importa — acompañó su comentario con un ademán — Tengo mejores noticias.

— ¿Si? Pues tendrán que esperar.

Andrei lo vio desaparecer en el pasillo de la cocina, y justo cuando pensaba en gritarle un par de insultos por dejarle colgado, escuchó la puerta del refrigerador abrirse, y un traqueteo que sólo se producía en el choque de los cubitos de hielo. Sonrió, la lesión en la comisura de la boca volvió a abrirse y sangró un poco, pero la sonrisa no le abandonó hasta que Grozny regresó.

Sostenía una compresa que encerraba los hielos. Se sentó en la mesa de centro, muy cerca de Andrei, y dejó caer la bolsita helada en la mejilla más hinchada. El pelirrojo gimoteó, e intento deshacerse del frígido toque, pero Grozny no lo permitió.

Pronto la zona se entumió y los labios de Andrei se sellaron. Ambos se miraban sin palabras, Andrei pudo arrebatarle la compresa para curarse él mismo, más se vio incapaz; el mismo Grozny no se veía con la intención de alejarse. Suavemente, el mayor pasó de la mejilla, a la boca, subió al pómulo raspado, y culminó en el chichón de la frente. Andrei se derretía bajo su toque, temiendo moverse y con ello romper el encanto.

No se había percatado que Grozny estaba en pijama; de una rápida atisbada observó que llevaba un fresco pantalón corto, a medio muslo, y una camisa sin mangas. Aún vestido así, lucía endemoniadamente irresistible. Aún vestido así, seguía luciendo lejano, e imposible. Tan cerca, la mirada de Grozny no resultaba atroz, se veía sereno, y sus ojos… eran dos limpios pedazos de cielo matutino, grandes y colmados de pestañas caídas. Su rostro era maduro, pero aún joven, a pesar de las líneas de expresión que ya estaban marcadas en los extremos de sus ojos, y en su frente.

— ¿Cuántos años tienes, Grozny? — La expresión de éste cambió, y hasta una traicionera sonrisilla se posó en sus labios, frugal, como el roce de una mariposa. Andrei se sonrojó, pues sus pensamientos se volvieron audibles sin proponérselo.

— ¿Cuántos años tiene tu padre? — Andrei enarcó una ceja, inquisidor. Su padre era un viejo decrépito, que ya ni siquiera podía mantener sus propios calzoncillos secos. No existía comparación alguna con Grozny.  

—No sé. Dímelo tú, ¿no se supone que me tenías muy bien investigado?

La sonrisa de Grozny se amplió. Y Andrei sintió las malditas mariposas atoradas en su garganta. ¿Cómo una sonrisa de Grozny le ponía en aquel estado?

—No era una pregunta, Andrei. De verdad, podría ser tu padre.  

Andrei chasqueó la lengua, en un gesto reprobatorio.

—Mi viejo tiene 45, aunque parece de 60. ¿Tú?...

Grozny suspiró, y sus anchos hombros se suavizaron al momento.

—Tu viejo es seis años mayor que yo, pero igual puedo ser tu padre, ¿no lo crees?

Sí, podría. Pero no lo era. Somos amantes, ¿recuerdas? Por ésta vez, contuvo sus pensamientos a raya. ¿Para qué arruinar la primera charla agradable que tenía con Grozny? Está tranquilo porque habló con su esposa, por ello sonríe fácilmente, no porque está conmigo. El silencio reinó el ambiente por segunda ocasión.

Grozny cogió la mano pálida de Andrei, y le dirigió hacia la compresa en su frente, hizo presión y le soltó. Su calor lo abandonó, y la atención se desvaneció, quizá, para nunca volver. ¿Por qué tenía que gustarle tanto un cabrón? ¿Por qué tenía que ser tan dependiente de alguien?

Grozny se levantó, con la intención de marcharse. Y la repentina acción llenó de rabia a Andrei.

           

— Karol confía en mí — soltó, paralizando el camino de Grozny.  —Tanto como para hablarme de la verdad entre ella y Sergei; de León, y de ti. Pero no tanto para contarme su verdadera identidad.

— ¿Qué te ha dicho? — Retornó a su faceta aviesa. Con la expresión ceñuda e intolerable, y la voz rocosa.  

—Cosas que ya sabía. Cosas que no. El amor hacia su primo, el odio a León, y el miedo que le inspiras. No pude evitar sentir lástima, me contó cómo te conoció — Andrei se incorporó del todo. Y recordó los nombres que Grozny mentó en la cháchara telefónica: Nina y Lena. Yo también, Nina, yo también. Había dicho,y Andrei sabía a qué precedía aquella despedida. Por un segundo, se escuchó a sí mismo decir lo mismo: Yo también, Vladimir. ¿Cuántas veces no respondió de esa manera a un “te amo”? — Eres un maldito, Grozny. Ahora entiendo todo.

— ¿De verdad? — El aludido entornó los ojos, allí parado, entre la sala y el pasillo en penumbras, se vislumbraba imponente y cruel. Como si de su agrietada mejilla, emergiera toda la oscuridad.

— Fue a rogar ayuda, después de ver a León matando dos personas. ¿Y qué recibe a cambio? Más tormento, y su ruina total.

Se escuchaba como su defensor, pero Andrei no se sentía así. De ninguna forma. No debía tomar parte y además, él tenía algún tipo de escudo contra las desgracias de los demás; no le afectaban en absoluto, aunque a veces, aparentar que dolían como las propias, era más beneficioso.   

—Era una oportunidad que no debíamos desaprovechar, Andrei. Karol declaró en contra de León, pero el sistema está podrido, le avisaron a León, y él en persona fue a recogerla, le golpeó y la regresó a casa. Después nos enteramos nosotros, era un rumor, pero yo lo corroboré. Me di cuenta que Karol era un varón con una larga lista de delitos menores en Kiev. Lo usé, es cierto. Pero era necesario.   

Inevitablemente, Andrei se preguntó si Vladimir le hubiese dejado con vida en una situación similar. Lo más probable era que sí, y tal vez hubiera actuado de la misma manera que lo hizo León. Vladimir era Vladimir, y León… un Vor, pero bajo el poder del amor, ambos eran hombres.  

—Amenazaste a Karol con la cárcel, una fría prisión en Siberia. Sé qué tipo de criminales hay ahí: caníbales, violadores, la escoria de la escoria, y dementes que deberían estar en un psiquiátrico. ¿Cómo puedes decirlo en serio? Karol no duraría ni un día. Le matarían, después de ser violado incontables de veces. Eso es asesinato premeditado, es como arrojar carne fresca a lobos hambrientos y esperar que no la coman.

—León ha sobrepasado todos los límites para estar con él: lo ha convertido en mujer, y lo ha presentado frente a sus hermanos ladrones como tal. Cuando Karol dio parte a las autoridades, y en cierto modo, lo traicionó, León volvió por ella, arriesgando su propio pellejo. Y le perdonó. León ha preferido colaborar con nosotros y traicionar a su sagrada hermandad, para evitar la condena de Karol. Por ello, créeme cuando te digo que León no permitiría jamás que su adorada mujer pisara una cárcel para hombres.

— ¿Y si lo hace? Si de repente, se arrepiente y decide mandar a los nueve infiernos su acuerdo, ¿qué harías tú?

Grozny rascó su incipiente barba de forma despreocupada, como despreocupadas fueron sus palabras:

—Entonces, Karol iría a prisión y la relación homosexual que ambos mantuvieron se haría pública.  León moriría posiblemente asesinado por la mano de otro Vor. Un ladrón de la ley homosexual no es bien visto, Andrei; especialmente después de hacer pasar a Karol como una mujer y engañarlos a todos. A León no le conviene ponerse rebelde. 

Sintió un intenso escalofrío recorrer la extensión de su espina dorsal. Grozny no era un simple policía, ahora podía asegurarlo. Su plan era perfecto. Entendió el sufrimiento de Karol, pues era ella la que más podía perder, y comprendió la actitud obsecuente de León. Grozny les tenía en su poder, y podía estrangularlos cuando a él le viniera en gana. Grozny era terrible, como su mismo nombre, y no por el lugar donde nació. Era peligroso y astuto, y mierda, ¡cómo le gustaba!      

    

           

    

   

                                                                                                    

 

   

 

  

      

    

            

  

Notas finales:

Gracias por leer y comentar! ñ.ñ 


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