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Reflejos por Syarehn

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, mundo! Les traigo el octavo capítulo. Espero que lo disfruten. 

VIII

Amigos, enemigos y aliados 1

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Era sin duda el pasillo más largo que había visto, o tal vez le parecía eterno debido a las circunstancias. Su madre lo miraba de forma indescifrable mientras Harry hablaba de algo con el Ministro. Sin embargo, él no estaba poniendo atención a nada, lo único que quería era llegar pronto con su padre. Ni siquiera prestaba cuidado a las deplorables instalaciones de la prisión y, aunque no estarían en las celdas por motivos de seguridad, bastaba con echar un vistazo al ala principal, que era donde tenían a Lucius, para darse una idea de lo terrible que era estar ahí y ni las remodelaciones ordenadas por Kingsley Shacklebolt lograban quitarle el fatídico aspecto a la construcción.

Draco regresó a la realidad cuando tras varios hechizos de seguridad, unas puertas metálicas se abrieron, dando paso a una habitación pequeña y rectangular, sin mucha decoración y tan sólo un escritorio y par de sillones, sin ventanas  pero completamente iluminado con magia. Había también cuatro guardias que apuntaban hacia Lucius, que se hallaba sentado en el centro.

Entonces Draco fijó su mirada en su padre y sintió que algo en él se rompía cuando vio al imponente y elegante Lucius Malfoy reducido a mugre, desesperación y demencia. Su cabello largo y sedoso era una maraña sucia y desordenada, una barba maltrecha de varios meses y su ropa raída. Lo único que seguía casi intacto en él era esa mirada de altanería que lo caracterizaba; no estaba tan quebrado como le habían hecho pensar y eso tranquilizaba a Draco. Sin embargo, aquella petulancia se transformó al ver entrar a Narcisa y a su hijo, ablandándose de inmediato.

Harry se sintió extraño al ver en aquel estado al hombre que le había causado tantos problemas y humillaciones, pues aunque su aspecto era el de un pordiosero, su expresión seguía siendo la misma de siempre y por ello estaba seguro de que de no ser por el cambio de administración en seguridad que había ordenado Shacklebolt, Lucius ya habría escapado, justo como ya lo había hecho una vez. No obstante, independientemente de la situación de Lucius, lo que lo hizo tragar con dificultad fue el notorio temblor en las manos de Narcisa y la mirada preocupada de Draco, casi desencajada.

—Cissy, no debiste traerlo —murmuró Lucius con voz rasposa y cansada, dando un paso al frente pero siento detenido de inmediato por los guardias. Frunció el ceño mirándolos con fastidio y sólo entonces fue consciente de la presencia de Harry—. Vaya, vaya, qué honor tener aquí al salvador del mundo mágico —ironizó con claro desagrado.

—También es un gusto verte, Lucius —dijo Harry antes de girarse para susurrarle algo a Shacklebolt. 

Lucius abrió la boca para replicar pero bastó una mirada de Narcisa para que se detuviera.

—No debiste hacerlo —le dijo Narcisa a su esposo en tono sereno pero con los ojos acuosos—. Íbamos a salir de esto, Lucius. —Hizo el amago de acercarse pero fue detenida por uno de los guardias mientras le decía que no podía ir más allá.

—Está bien —acotó Shacklebolt—. Déjalos acercarse. Ambos fueron revisados antes de entrar aquí, no tienen sus varitas y esta habitación impide cualquier tipo de hechizo. Yo me haré cargo,  espérenos afuera —ordenó. Y aunque los aurores lo miraron desconfiados terminaron por acceder.

—El joven Potter y yo estaremos presentes. A nadie incomoda, ¿verdad? —inquirió el ministro con ironía dirigiéndose a la familia pero, en efecto, nadie alegó nada.

Sin embargo Harry sí se sentía incómodo con aquella situación. Él era consciente de que ésa debía ser una reunión privada, pero los protocolos no lo permitían y las acciones de Lucius menos. Así que, dubitativo, llamó a Shacklebolt para comentarle algo, avanzando unos pasos de distancia de la familia a fin de darles u poco de privacidad. El ministro era consciente de ello, y decidió aceptar sólo porque se imaginaba lo doloroso que debía ser estar en aquella situación, no obstante, estuvo alerta todo el tiempo.

—Draco, Cissy — murmuró Lucius mirando a su hijo y esposa con un cariño que hacía mucho no demostraba—. No voy a mentirles, no ahora que sé que esto será lo último que escuchen de mí. —Tomó con cariño una de las manos de Narcisa y la otra la posó en el hombro de su hijo, apretándolo con suavidad—. Lamento admitir que no me arrepiento de lo que hice. —Draco lo miró incrédulo, ¿cómo podía decir aquello con tanta seguridad?—. Seguir al Lord fue una convicción y lo que hice bajó sus órdenes no es algo de lo que me retracte salvo por el hecho de haberlos arrasado a ustedes conmigo. Los obligué a hacer algo que no querían, a sufrir innecesariamente cuando lo que debía hacer era mantenerlos a salvo. Fui demasiado egoísta al pensar que ustedes debían querer lo mismo que yo y ahora de nuevo los haré cargar con mis errores, pero les aseguro que irme sabiendo que sólo les dejaré penurias es un castigo peor que un simple beso —afirmó sintiendo que su voz se quebraba, así que guardó silencio un momento para reponerse.

»Draco, tú eres mejor que yo —dijo acunando el rostro de su hijo con su mano—. Por suerte te pareces más a tu madre que a mí, por mucho que intenté cambiarte. No te diré que hagas lo correcto porque yo no lo hice, pero sí que hagas lo que deseas, hijo. —Draco hizo el amago de decir algo pero la mirada que le dedicó su padre lo dejó sin palabras—. Me alegra mucho que estés aquí, aunque no sea un espectáculo que quisiera que vieras. En realidad esperaba que tu último recuerdo mío fuera un poco menos… deprimente.

—No es deprimente —le aseguró Draco con una sonrisa amarga. Por mucho que le molestara lo que había hecho su padre no quería ni podía despedirse de él estando molesto o con resentimientos—. Verte jamás ha sido deprimente y recordarte tampoco lo será.

Lucius sintió que los ojos le ardían y que las lágrimas iban a desbordarse en cualquier momento. ¡Estaba perdiéndolos! A su familia, lo único que tenía y amaba. Estaba lastimándolos de nuevo y aquello lo avergonzaba y le dolía como nada en este mundo.

r13;Hijo, eres demasiado inteligente como para cometer los mismos errores que yo. Pero eres también más humano, así que no dejes que esto te afecte más de lo necesario, no quiero que pases tu vida cargando con mis acciones. Vive como quieras hacerlo —le pidió con una sonrisa, de esas que mostraba sólo en ocasiones especiales—. Siento haberte forzado a ser alguien que no eras. También a ti, Cissy —dijo mirándola con el mismo amor que se habían profesado desde la escuela. 

r13;Lucius r13;susurró Narcisa con voz trémula. No quería dejarlo ir. 

r13;También a ti te arrastre a este agujero. Siento haber arruinado parte de tu vida, tal vez debí haber dejado que te casaras con aquel imbécil de Ravenclaw que te pretendía —dijo recordando su época en Hogwarts, cuando aún no salía con la que hoy era su esposa.

r13;Fui feliz todo este tiempo r13;contestó ella con una sonrisa—. No habría sido así de feliz con un simple Ravenclaw. —Lucius le sonrió con amargura, queriendo besar a los labios de su esposa aunque no podía hacerlo.

—Tampoco habrías tenido que padecer lo que vivimos —le recordó Lucius.

—Te apoyé porque quise hacerlo. Fue un error de ambos —reconoció ella, sabiendo que el único al que realmente le debían disculpas era a su hijo. Ella era lo suficientemente mayor como para saber lo que hacía, pero Draco no. 

r13;Ya es hora r13;anunció el Ministro, abriendo la puerta para dejar entrar al grupo de aurores.

—Los amo. —Fueron las últimas palabras de Lucius antes de que los aurores lo custodiaran hacia el patio.

Entonces el mundo de Draco comenzó a girar más rápido, comprendiendo que ese era el fin, la verdadera despedida. No quería. No así.

No.

Por mero impulso y sin pensar corrió hasta cerrar la distancia que los aurores y su padre ya habían avanzado. Harry y Narcisa temieron por lo que Draco fuese a hacer pero antes de que los aurores alejaran al rubio o lo inmovilizaran con algún hechizo, éste abrazó con fuerza a su padre, sintiendo las lágrimas rodar por sus mejillas, pero eso no podía importarle menos; no quería ser fuerte en el momento en el que más débil se sentía.

Sintió los brazos de Lucius rodeándolo mientras le susurraba que lo sentía y que todo estaría bien, que encontraría el camino. Los aurores se acercaron para separarlos pero Shacklebolt hizo una seña en señal de que los dejaran al ver que Draco no tenía intenciones de ayudar a su padre a fugarse. 

—Te quiero, papá —le dijo Draco sin querer soltarlo y cuando lo hizo,  por primera vez vio a su padre con los ojos anegados de lágrimas, las cuales escurrían profusamente por sus mejillas. Pero aun así Lucius le sonreía de manera cálida. Y tras un breve pero significativo intercambio de miradas, Draco se alejó permitiendo que los aurores y su padre siguieran su camino.

Harry se acercó a él con cautela, sin saber qué hacer pero consciente de que no le gustaba presenciar esa mirada desolada en el que alguna vez fue su enemigo. Posó una mano en su hombro pero el rubio ni siquiera lo miró, simplemente se dejó conducir por él y su madre hacia el sitio desde el cual presenciarían el cumplimiento de la sentencia.

En el lugar había una cantidad considerable de aurores y personas importantes del Wizengamot. Por suerte Shacklebolt era un ministro consciente y no había permitido que ingresara la prensa o se hiciera todo un espectáculo con eso.

Cuando Lucius se posicionó en el centro el lugar rodeado por aurores y se releyó la sentencia, Draco fue consciente de las lágrimas silenciosas de su madre, tomándola del brazo para hacerle saber que no estaba sola pero no pudo evitar morderse los labios apretándolos excesivamente al ver a su padre desfalleciendo lentamente cuando el dementor se acercó a él sin ningún tipo de preámbulo. Lucius, por instinto hizo mil intentos vanos por liberarse del dementor, despertando en Narcisa y Draco la necesidad de ayudarlo, sin embargo no lo hicieron aunque ambos se estaban quebrando por dentro.

El rubio escuchó los levísimos sollozos ahogados de su madre, quien trataba de sobrellevar la muerte del hombre que amaba con la mayor dignidad posible, así que Draco rodeó con su brazo los hombros rígidos de su mamá tratando de transmitirle su cariño y apoyo, así como una fuerza que no sentía.

Y cuando Lucius cayó al suelo creyó que él también lo haría pero entonces una mano cálida se posó sobre su mano libre –misma que en algún momento se había convertido en un puño férreamente apretado–. Draco se giró sabiendo que era Harry y lo miró preguntándole con la mirada por qué lo hacía, pero Harry no lo miraba a él, su vista estaba fija en el dementor, no obstante, el moreno movió sus dedos hasta entrelazarlos con los de Draco, quien al ver cómo su padre perdía todo brillo en sus ojos dejando paso a la vaciedad de su cuerpo, no tuvo la fuerza de voluntad ni las ganas para rechazar aquel reconfortante gesto que no se deshizo ni siquiera cuando Narcisa se giró para abrazarse a su hijo.

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Su propia voz proveniente de su reflejo continuaba atormentando a Astoria a cada segundo desde que había salido del baño. Ahora escuchaba a su reflejo hablándole en todos lados, culpándola por la suerte de Lucius y mostrándole escenarios pasados –de la guerra– y futuros, aunque éstos últimos bien podrían ser falsos, sin embargo, su crudeza y realismo hacían que un horrible sentimiento de desolación y miedo a que se hicieran realidad oprimiera el pecho de Astoria. Simplemente ya no podía más.

Por eso estaba allí, sentada al pie de un árbol a mitad de Bosque Prohibido, planteándose la idea de acudir con McGonagall, pues hablar con Pansy no servía de mucho y Theodore parecía estar muy ocupado con Neville, tampoco quería preocupar de más a Daphne y no iba a atosigar a Draco con sus extrañas visiones cuando éste regresara al colegio. De modo que llevaba todo el día evitando pensar y acercarse a las superficies reflejantes.

Abrazó sus rodillas tratando de dormir un poco, cosa que no había logrado desde el día anterior, y cerró los ojos.

—¿Estás bien?

Astoria casi grita por la sorpresa, pues no esperaba que alguien llegara allí. Volteó de inmediato hacia el lugar de donde provenía la voz, aterrada al pensar que vería otra vez a su reflejo pero no fue así, era tan solo Hermione Granger quien la miraba preocupada. 

—Granger —pronunció su apellido con sorpresa—. Estoy bien —dijo de inmediato, sentándose correctamente mientras la castaña se acercaba a ella sin creerle del todo a la rubia.

—Para estar bien, tienes unas ojeras enormes y los ojos rojos —comentó Hermione, tratando de ser amable por tratarse de la novia de Draco. Además, tal vez con ella pudiera obtener un poco más de información sobre la actitud del chico y de paso algún dato alentador para Harry y su repentina atracción por Malfoy.

—No quiero ser grosera, pero no es algo que deba preocuparte —contestó Astoria notoriamente incómoda.

—¿Puedo sentarme? —cuestionó la castaña, intentando no perder la oportunidad de indagar un poco.

—Adelante —dijo Astoria—. Yo me retiro.

—No es necesario. Nuestras casas ya no son enemigas ¿cierto? —preguntó tratando de ablandar el terreno.

—Es verdad —concedió Astoria—, pero tampoco son amigas, y aunque en serio agradezco tu amabilidad… —Guardó silencio de inmediato al escuchar una vez más su propia voz hablándole: era su reflejo.

Astoria retrocedió instintivamente, buscando con la mirada el posible lugar del que provenía la voz, encontrándolo en los pendientes de la castaña.

—¿Qué ocurre? —Hermione, sin escuchar nada o notar algo fuera de lo normal, se preocupó al ver a la rubia palidecer de inmediato mientras sus ojos claros reflejaban temor y desconcierto.

—Por favor déjame tranquila —pidió Astoria comenzando a correr en dirección al castillo, pensando que ya era tiempo de hablar con Slughorn o con la directora.

Hermione pensó en no inmiscuirse pero al ver tropezar a la chica varias veces a la distancia supo que en verdad le ocurría algo malo. Corrió tras ella sin alcanzarla hasta que estuvieron cerca de la cabaña de Hagrid, y se detuvo a su lado cuando la vio caer al suelo frente a las ventanas mientras se tapaba los oídos y trataba de alejarse como podía. 

—Ey, tranquila —intentó calmarla Hermione, acercándose a ella de inmediato—. ¿Qué ocurre? Todo está bien —le decía afable, pero Astoria sólo quería que la voz de su reflejo la dejara en paz.

—Regresemos al bosque —pidió trémula, cerrando los ojos para obligarse a retomar el control en sí misma.

—No creo que sea conveniente, vamos, entremos con Hagrid —sugirió Hermione.

—¡No! ¡No quiero que siga hablándome! —gritó desesperada.

La castaña no comprendió a qué se refería pero la ayudó a incorporarse y comenzaron a internarse en el bosque.

—¿Estás mejor? —le preguntó cuando se detuvieron junto a un árbol, pero Astoria negó con la cabeza.

—¿Podrías guardar tus pendientes?

—¿Qué? —Sin embargo Hermione no esperó respuesta ni volvió a preguntar, guardándolos en su bolso rápidamente al ver a la chica tan alterada. Y algo le decía que acababa de comprender en gran parte lo que ocurría con la rubia—. Es tu reflejo, ¿cierto? —cuestionó, aunque ya se esperaba una respuesta positiva. Astoria la miró sorprendida y aquello fue una confirmación para Hermione—. ¿Qué es lo que ves? ¿A Draco? —preguntó de nuevo, imaginando que sería algo similar a lo que le pasaba a Harry.

Astoria se dio el tiempo de inhalar profundo mientras sopesaba si contarle o no a Granger, luego recordó que Draco le había dicho en alguna ocasión que su relación con la castaña era ligeramente cordial y que a pesar de todo le parecía amable y sincera. De modo que con eso en mente tomó una decisión.

—Me veo a mi misma —contestó por fin—. Pero sé que no es mi reflejo el que me habla —afirmó la rubia—. Es alguien más, algo más. No sé qué quiere pero no deja de llamarme, de hablarme y mostrarme escenas de la guerra, de mi familia y la de Draco sufriendo. ¡Ya no lo soporto!

Hermione la observó sin saber qué decir, pero siendo consciente de que lo que sea que acosaba a Astoria era mucho más agresivo que con Harry.

—¿Has tratado de averiguar de qué hechizo se trata? —inquirió la castaña con suavidad.

—¡He intentado todo lo que se me ha ocurrido para detenerlo! Al principio pensé que bastaba con ignorarlo pero las escenas son demasiado abrumadoras y…—No continuó porque los recuerdos de la guerra seguían muy frescos como para seguir removiéndolos—. Además, comenzó ayer; no he tenido mucho tiempo para investigar.

Hermione dudó en decirle o no acerca de las visiones de Harry, y aunque al final prefirió guardárselo para sí misma, sabía que ayudar a Astoria Greengrass era también parte de la solución de lo que le ocurría a su amigo.

—Debemos ir con McGonagall —declaró la castaña y lejos de la negativa que esperaba, Astoria asintió—. ¿Crees que sea muy difícil soportar los reflejos hasta llegar a su oficina?

 —Difícil o no, es necesario.

Y tras esa resolución, ambas se encaminaron hacia el castillo.

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Despertó cuando sintió algo húmedo goteando sobre su cara, escurriendo por su rostro y cuello. Abrió los ojos mientras se pasaba sus manos por las mejillas para secarse y entonces sus dedos comenzaron a darle comezón. Se incorporó de golpe mirándose las manos; estaban llenas de un líquido viscoso y transparente que aparte de provocarle una intensa comezón fungía como pegamento, adhiriendo sus dedos entre sí.

Luego la risa de Blaise inundó la enfermería.

Ron se giró para mirarlo con las mejillas rojas del coraje pero sin poder hacer nada al respecto al tener los dedos pegados. Por otra parte, el líquido que escurría en su cara y bajaba por su cuello y espalda ya estaba provocándole comezón también en esa zonas.

—¡Bastardo! —gritó Ron abalanzándose contra el moreno y provocando que ambos cayeran al suelo. Tal vez no podía usar sus dedos pero sí los puños.

Blaise, a pesar del golpe de la caída y de tener a Ron encima tratando de golpearlo, seguía riéndose, sólo se detuvo cuando el líquido rozó su piel y le provocó comezón también a él.

—¡Maldita comadreja! ¡Quítate de encima!

Blaise lo empujó con fuerza pero sus manos se llenaron también y pronto sus dedos se sintieron pegajosos. Se impulsó como pudo para alejarse y tomar su varita a fin de detener el hechizo pero Ron no se lo permitió, aferrándose a él con fuerza.

—¡Sufre tu asqueroso hechizo también, serpiente! —dijo Ron restregándose sobre el cuerpo ajeno y tocándolo con sus manos pegajosas para esparcirle aquel repugnante líquido.

—¡Hazte a un lado, idiota!

Pero el pelirrojo seguía en su labor. Sin pensar, buscó colar sus manos bajó la túnica de Blaise mientras éste peleaba por sacárselo de encima y evitar todo contacto. No obstante, cuando las manos frías –y pegajosas– del pelirrojo tocaron sin miramientos su abdomen y lejos de sentir asco una corriente placentera le recorrió el cuerpo, supo que algo andaba terriblemente mal.

Ron por su parte, seguía atento a su «venganza», disfrutando de ver como Blaise se retorcía al sentir la comezón en su cuerpo. Pero a él también le afectaba, y al no poder usar sus manos con libertad decidió alejarse un poco del chico para frotarse contra el pie de la cama, sin embargo, cuando intentó hacerlo, se dio cuenta de que sus manos estaban pegadas al pecho de Blaise.

—¿¡Imbécil, qué hiciste?! —gritó Ron escandalizado.

—¡Es tu culpa, comadreja estúpida! ¡Te dije que te alejaras!

—¿¡Mi culpa!? —se quejó Ron molesto e incrédulo—. ¿Quién fue el descerebrado que hizo esto?

—¡No esperaba que te lanzaras contra mí! —contestó el moreno al no tener argumentos para seguir refutando su culpabilidad.

Pero ambos se callaron cuando la comezón en sus cuerpos aumentó. La finalidad de aquel hechizo era provocar una tremenda comezón mientras las manos se volvían pegajosas para quedar adheridas a la piel que tocaban, a fin de evitar que la víctima lograra rascarse.

—¿Cuándo se detiene esto, serpiente? —cuestionó Ron con desespero.

—Media hora —resopló Blaise—. Y la comezón irá en aumento.

—¡Serás…! ¡Deshazlo! 

—¡Como si pudiera hacerlo con las manos pegadas a tu asquerosa espalda y contigo encima!

Ambos se miraron con odio y fastidio unos instantes hasta que la comezón los obligó cerrar los ojos para pensar en otra cosa. Sin embargo, por mucho que se mentalizaran nada funcionaba, así que Blaise decidió ponerle fin a la tortura de una u otra forma; tomó impulso y se giró para quedar sobre el pelirrojo, Ron gritoneó irritado pero el moreno lo ignoró, empleando la práctica de años en la materia, así que para asombro y consternación de Ron, Blaise comenzó a restregarse sobre él, tal y como el pelirrojo había hecho en un inició. No obstante, los movimientos del moreno eran más fuertes y buscaban frotar cada parte de su cuerpo impregnada con el líquido del hechizo.

Ron se quejó, lo maldijo, gritó y se removió; los papeles se habían invertido. Pero su necesidad de rascarse fue más fuerte y terminó cediendo, moviéndose con el mismo ímpetu del Slytherin.

—Esto es asqueroso —se quejó Blaise aunque sin dejar de moverse contra el cuerpo ajeno.

—¡Por supuesto que lo es! —contestó Ron—. Preferiría bañarme con la saliva de un troll que repetir esto. —Blaise rio con ganas.

—Lo tendré en cuenta para la próxima broma —amenazó el moreno, divertido—. Esto es agotador —volvió a quejarse, refiriéndose al movimiento constante y a la falta de apoyo, pues sus manos estaban en la espalda del pelirrojo, de modo que dejó caer su cabeza en el hombro de Ron así como el resto de su peso.

—Idiota, me aplastas —gimoteó Ron con molestia.

—Como si me importara.

Pero al pelirrojo sí le importaba. La cercanía con el chico lo abrumaba y su calor así como sus movimientos estaban haciendo estragos en su mente. Si alguien los viera…

¡Pero joder, se sentía muy bien! Y era consciente de que iba más allá del hecho de aplacar la comezón. Cerró los ojos imaginando que quien se restregaba encima de él era Hermione o por lo menos Lavander, pero el aroma de su enemigo natural lo regresaba a la realidad.

Un jadeo involuntario salió de sus labios cuando Blaise le rozó la entrepierna con su muslo, provocándole un profundo sonrojo así como las carcajadas del moreno.

—¿Es en serio, Weasley? ¿Con tan poco? —se burló Blaise entre risas pero repitiendo el movimiento.

Ron frunció el ceño pero volvió a jadear cuando sintió el rudo movimiento contra su miembro, seguido de otro y otro.

—¿¡Qué crees que haces?! —preguntó escandalizado pero internamente deseando más.

—Me pregunto qué tan pobre es tu vida sexual como para calentarte sólo con esto —siguió burlándose—. Hasta tu amigo el nerd debe estar más experimentado ahora —dijo pensando en lo que seguramente el pesado de Theo le hacía al chico.

Ron no comprendió el comentario pero dejó de importarle cuando Blaise impulsó su cadera haciendo que sus miembros se rozaran. Y Ron no se consideraba gay ni había sentido ningún tipo de atracción por algún hombre pero aquello se sentía condenadamente ardiente, y que fuera justo Blaise, el sujeto que más detestaba aparte de Malfoy, quien le estuviera provocando esas sensaciones lo hacía todo tan morboso que sentía como su pene crecía en sus pantalones.

—¿Cómo se siente, comadreja? —preguntó al sentirlo endurecerse—. ¿Sigues prefiriendo a un troll?

—¡Mmm! —Ron se mordió la lengua para no gemir de verdad, sintiéndose un tanto humillado por ser el único en esas condiciones. Movió su cadera hacia arriba y sonrió ladino al notar el estremecimiento del moreno—. Seguro un troll lo haría mejor —le regresó el comentario.

Blaise soltó un gruñido ahogado cuando el pelirrojo tomó parte en el compás de embestidas que él había iniciado, siendo consciente de que también comenzaba a excitarse. 

Los jadeos llenaron la habitación, agradecidos de que ese día no hubiese heridos y que Madame Pomfrey estuviese con McGonagall desde la mañana.

Ron gimió bajito al sentirse húmedo, faltaba tan poco y el aliento de Blaise en su cuello, sus sonidos ahogados tan cerca de su oído y su duro miembro golpeando contra el suyo eran un aliciente desbordante para sus sentidos.

—¡Ah! —Se dejó ir expulsando todo el placer de su cuerpo entre su ropa. Blaise rio por lo bajo y siguió moviéndose sobre el laxo cuerpo de Ron hasta que sintió su propio orgasmo.

Permanecieron así, tirados y jadeantes hasta que su respiración se normalizó, disfrutando sin ser conscientes de la calidez ajena hasta que el ruido de voces y pasos acercándose los alertaron, obligándolos a separarse de golpe. Sólo en ese momento se percataron de que el hechizo había terminado, y al parecer desde tiempo atrás pues no recordaban la molesta comezón cuando llegaron al clímax.  

Blaise se arregló las ropas a toda prisa con un hechizo, resoplando fastidiado al ver que Ron no podía ni fajarse la camisa, así que lo ayudó con un par de hechizos justo antes de que Madame Pomfrey entrara acompañada de unos chicos de segundo con divertidas deformaciones debido a quien sabe qué hechizos.

La enfermera los miró suspicaz al verlos tan cerca uno del otro, pero al no ver nada fuera de lugar lo dejó pasar para atender a los chicos, no sin antes darles una mirada de advertencia.

Blaise y Ron se miraron entre avergonzados y horrorizados por lo ocurrido pero fue la voz segura del moreno la que puso todo en su lugar.

—Esto jamás pasó —sentenció Blaise con tono sepulcral.

—Jamás —concordó el pelirrojo alisándose la ropa.

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Para muchos fue raro ver a Astoria, la prometida de Draco Malfoy, caminar por los pasillos del Colegio con los ojos cerrados y siendo llevada de la mano por Hermione Granger, quien la guiaba y ayudaba para no tropezar. ¿Desde cuándo los grupos de los mayores antagonistas de su generación se llevaban tan bien?

—Ya estamos cerca —informó la castaña sin dejar de avanzar. Astoria tan solo asintió—. Espera, hay algo raro. No hagas ruido. —Hermione se detuvo de golpe en uno de los pasillos y la rubia se detuvo con ella, luego avanzaron unos pasos para quedar ocultas en el punto ciego de una esquina—. Mira eso —pidió Hermione pero la chica no abrió los ojos—. No hay espejos, puedes abrir los ojos pero no mires las ventanas —le advirtió a la rubia.

Astoria abrió los ojos lentamente y al igual que Hermione, se sorprendió al ver a la profesora Shum preparando a toda prisa una poción mientras las manos le temblaban notoriamente y parecía sufrir convulsiones ligeras. Cuando estuvo lista la miró a ojo crítico para luego beberla  a toda prisa.

—Multijugos —declaró Astoria con seguridad en un susurro. Hermione asintió.

Mei recargó ambas manos en el escritorio, en un gesto de clara preocupación y cansancio.

Si esto no funciona tendré que tomar medidas drásticas —dijo Mei para sí misma.

Ambas chicas la escucharon sin entender de qué hablaba pero aquella declaración no les daba confianza. Astoria detalló con la mirada y la escena y de repente miró exaltada a Hermione.

—¡Es ella! —murmuró la rubia en voz baja señalando a la profesora y al pequeño objeto con el que jugueteaba distraídamente aunque sin dejar de mirarlo—. Ella debe ser la causante de todo esto.

Entonces Hermione también lo notó; un pequeño espejo en las manos de la profesora. Un espejo en el que no se mostraba reflejo alguno. 

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Notas finales:

¿Saben? Me encantaría leer sus teorías~ 

Nos leemos en dos semanas. ¡Besos!


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