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Reflejos por Syarehn

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Notas del capitulo:

Hola, hola, mis sensuales lectores, ¿cómo están?  Les traigo un nuevo capítulo~


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IX

Amigos, enemigos y aliados 2

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—Debemos hacer algo —exigió Astoria mirando con determinación y enojo en dirección a la profesora, quien a su vez, no dejaba de mirar su extraño espejo.

—¡Espera! —Hermione la tomó del brazo antes de que la rubia fuera al encuentro de Mei—. No podemos simplemente ir y acusarla. Necesitamos saber más de lo que ocurre.

Astoria frunció el ceño 

—De acuerdo —aceptó, aunque reacia—. Vayamos con McGonagall.

Ambas chicas se apresuraron hacia la oficina, sin embargo, al tocar la puerta fue Madame Pomfrey quien les abrió.

—¿Podríamos… ver a la Directora? —cuestionó la rubia, dirigiéndole una mirada extrañada a Hermione.

—Minerva no se siente bien —comentó con pesar la enfermera—. De momento la profesora Sprout es quien está a cargo. Debe estar en su oficina.

—¡Pero es una cuestión de suma importancia y debe ser tratada directamente por la Directora! —replicó Greengrass—. Se trata de…

—Astoria está exagerando — interrumpió Hermione, ganándose una mirada de reproche por parte de la rubia—. Lo que ocurre con la directora no es nada grave ¿cierto? —inquirió cautelosa.

—No nada de lo que deban preocuparse, niñas —acotó la enfermera, negándose a darles detalles—.  Ahora, ¿qué es eso tan importante que deben decirle?

Astoria abrió la boca para hablar pero la castaña fue más rápida.

—Sólo se trata de un hechizo que no podemos controlar, pero le pediremos ayuda a la profesora Sprout —afirmó Hermione con una sonrisa nerviosa—. Vamos, Astoria —llamó a la chica tomándola del brazo y halándola al notar sus intenciones de contarle todo a Madame Pomfrey.

—¿¡Qué fue eso?! —se quejó la rubia tras escuchar las puertas de la oficina cerrándose.

—Creo que McGonagall también está siendo afectada por el hechizo —murmuró Hermione, asegurándose de que no hubiese nadie cerca.

—¿¡Qué?! —Astoria cerró los ojos en un gesto de incredulidad y preocupación—. ¡Mientes! ¿Cómo…?

—Apenas ayer estuve con ella tratando el tema de la visita de Harry y Draco a Azkaban —comenzó Hermione esperando una reacción negativa por parte de la chica, sin embargo no la hubo—. Parecía… aturdida. Como si tratara de concentrarse sin lograrlo del todo, y lo más importante: no había ningún espejo u objeto reflejante en su oficina. Incluso las ventanas estaban cubiertas por cortinas. Le pregunté ocurría algo, pero como era de esperarse, fingió que todo estaba en orden.

Astoria suspiró. Todo apuntaba a que las suposiciones de la castaña eran verdad.

—Si es así, estamos perdidas —dijo Astoria, abatida—. Pero con mayor razón debemos decirle quien está detrás de esto.

—Tal vez ya está buscando una solución.

—¿Y qué sugieres? ¿Que esperemos? —Pero antes de continuar su réplica, Astoria comprendió lo que la castaña planeaba—. Quieres seguir a Shum —declaró.

Hermione asintió.

—Seguramente tiene vigilada a McGonagall más que nadie aquí. Hablar con ella sería delatarnos y quizá acelere lo que sea que planea, así que…

—Debemos averiguar de qué va ese plan —completó Astoria—. Brillante —ironizó—. ¿Y cómo se supone que haremos eso si no puedo mirar nada reflejante sin que entre en pánico?

—Los reflejos no te afectan si nos los ves y para eso, la propia Mei nos dio la solución —le recordó Hermione—: La poción para cegar.

—No voy a serte de ayuda estando ciega —expuso Astoria cruzándose de brazos—. Puedo soportar esto, pero necesitaremos ayuda para averiguar si hay alguien más implicado. Theodore, Daphne y Pansy pueden encargarse de otras cosas.

—No confió en ellos —se sinceró Hermione.

—¡Y yo no confió en ti! —estalló Astoria—. ¡Ni siquiera sé por qué haces esto! O por qué Potter ayudó a Draco. No sé si traman algo y si eso es más peligroso que este maldito hechizo. Y  aunque agradezco de verdad lo que hicieron por él, no quiero pensar que su buena acción tenga un precio. 

La castaña desvió la mirada. Astoria Greengrass no era la chica simplona y superficial que había pensado, al contrario, era demasiado perspicaz e inteligente. Por primera vez no supo qué decir ya que la chica tenía algo de razón, pues aunque no había un “precio” en los términos retorcidos que la rubia imaginaba, era cierto que sus acciones tenían un trasfondo: liberar a Harry del hechizo y conseguir que éste aclarara sus sentimientos por Draco.

Sin embargo, ahora era consciente de que no iba a poder engañar a Astoria y sabía que si la rubia no confiaba en ella ningún plan funcionaría para descubrir el hechizo de los espejos. Por ello decidió sincerarse un poco con ella.

—Hay un amigo al que también le afecta ese hechizo —susurró Hermione—. Quiero ayudarlo.

—Potter —dedujo Astoria de inmediato—. Espera, ¿¡cómo diablos se atrevió a salir de Hogwarts en ese estado!? ¡Puede poner en riesgo a Draco! —gritó.

—¡Baja la voz! —le reprendió Hermione—. Draco está a salvo, el hechizo le afecta de forma… diferente —intentó aclarar, ganándose una mirada desconfiada por parte de la rubia. Hermione suspiró—. Digamos que lo que ve ya no le desagrada.

Astoria enarcó una ceja.

—¿Pues qué es lo que ve? ¿A su familia? ¿A su novia?

—Algo así… —murmuró Hermione, nerviosa por el rumbo que estaba tomando la conversación—. Pero ese no es el punto. Conozco un lugar en el que podemos hablar sin preocuparnos por los espejos.

Astoria asintió antes de cerrar los ojos y dejarse guiar nuevamente por la castaña.

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La cabeza de Draco daba vueltas, no se sentía emocionalmente bien y eso hacía estragos físicos. Sin embargo, aun así era consciente de que su mano seguía unida a la de Potter, y aunque  más adelante usaría su malestar como excusa para ello él sabía que si permanecían así erapor gusto, y gran parte de ello se debía a que la forma firme pero delicada con la que Potter lo sostenía no la había sentido en nadie más, era como si temiera lastimarlo si ejercía más presión, pero al mismo tiempo lo aferraba con la fuerza justa para transmitirle seguridad, como un mudo recordatorio de que no estaba solo.

—¿Estás de acuerdo, Draco? —La voz de su madre lo obligó a dejar de pensar en la calidez de Harry para concentrarse en Narcisa, quien suspiró cansada sabiendo que su hijo no había estado prestando atención—. Tomaré tu falta de interés como un «sí», de modo que, señor Potter, si está de acuerdo enviaré por ustedes el sábado para ir a desayunar.

—P-por supuesto —concedió Harry, sorprendido y sin saber qué decir.

Draco abrió la boca, igual o más impactado que el ministro ante la propuesta.

—Perfecto —dijo Narcisa con una sonrisa suave en sus labios—. Pero ya es momento de que vuelvan a Hogwarts, el sábado tendremos tiempo de sobra para conversar.

Harry asintió y Draco se acercó a ella sin saber por qué diablos invitaba a Potter su casa.

—Madre —le llamó Draco en un susurro, no muy convencido.

—Sin  quejas —advirtió Narcisa. El rubio suspiró resignado.

—¿Estarás bien? —inquirió preocupado.

—Tenerte aquí ha sido más reconfortante de la que te imaginas —le aseguró al oído. Tras eso abrazó a su hijo y besó su frente, permaneciendo así un momento hasta que se alejó para por fin desaparecer en la chimenea de la oficina e ir de vuelta a Hogwarts.

—Señora Malfoy —dijo Harry a manera despedida, tendiéndole la mano, sin embargo, contrario a lo que esperaba la rubia rechazó el gesto, para abrazar al chico entre sus estilizados brazos.

—Gracias —murmuró ella—. Jamás olvidaré lo que hizo hoy por nosotros. Tiene mi eterna gratitud, señor Potter —concluyó, tomando el rostro de Harry entre sus manos para luego depositar un afable beso en su mejilla.

Harry no pudo evitar sonrojarse pero asintió.

—Harry. «señor Potter» es muy raro —pidió el moreno. Narcisa asintió, acomodándole un mechón de cabello hacia atrás, pero éste volvió a su sitio de inmediato.

—Eres un chico maravilloso, Harry, y sé que te convertirás en un gran hombre —dijo Narcisa con cariño. El moreno le sonrió y se encaminó hacia la chimenea dispuesto a marcharse pero Narcisa habló de nuevo cuando ya estaba por desaparecer—. Sé que no tiene el mejor carácter, pero dale tiempo.

Harry volteó instintivamente hacia la rubia, pero al hacerlo notó que ya estaban en la oficina de McGonagall.

—Comenzaba a pensar que no volverías —siseó Draco al verlo aparecer.

—¿Y estabas preocupado? —tanteó Harry, sólo para molestar un poco al rubio, quien enarcó una ceja con desdén.

—¿Por ti? No en esta vida.

—Eso me da esperanza para la que le sigue —bromeó, sonriendo al notar que Draco no parecía molesto con él por sus palabras, al contrario, le seguía el juego aunque fingiendo indignación. También le alegraba ver que no estaba sumido en la depresión que imaginó.

—Me alegra que hayan regresado a salvo —comentó Madame Pomfrey acercándose a ellos. Había estado esperándolos a petición de McGonagall aunque ella habría preferido estar con la directora en esos momentos.

—Pensé que McGonagall estaría aquí —soltó Draco, extrañado al no ver a la directora ahí, aunque si lo pensaba bien, no lucía como siempre cuando los vio partir esa mañana.

—Tiene algunos asuntos que atender. Ahora vuelvan a clases los dos y… —se detuvo la enfermera para mirar a Draco—. Sr. Malfoy, si quiere tomarse el día puede hacerlo —concedió al ver los rastros de lágrimas en sus ojos.

Ambos chicos asintieron y salieron del despacho.

  —¿Irás a clases? —cuestionó Harry, aunque en realidad sólo preguntaba para iniciar la conversación. Draco únicamente negó con la cabeza, no sólo no se sentía bien, también quería estar solo—. Entonces… ¿estarás en tu habitación?

—¿Por qué te importa? —replicó el rubio, deteniendo su andar y mirándolo a los ojos—. Potter, ¿qué diablos quieres? Porque no me trago el cuento de que te intereso.

—¿Sigues pensado que es una especie de broma? —Fue el turno de Harry para indignarse.

—¡Potter, tú y yo no nos conocemos! No puedes llegar un día y decir que te gusto. ¡Ni siquiera somos amigos! ¡No tiene sentido!

—¡Por eso estoy pidiéndote que lo intentemos! —explicó Harry, sin querer decirle a Draco sobre el hechizo. Sin embargo, la risa del rubio lo descolocó.

—¿Esto es en serio? —inquirió entre risas, aunque no era una burla sino mera incredulidad—. Porque para ser en serio hay muchas fallas en tu plan de «intentarlo». Comenzando porque tú eres el Oh, Poderoso Salvador del Mundo Mágico y yo el renegado hijo de mortífagos. Y por si no lo has notado estoy comprometido con Astoria, vamos a casarnos al finalizar el año. ¡Oh, y por supuesto! También está la comadreja que está pegada a ti como lapa, ¿la recuerdas? Y no hablo del imbécil de Ron Weasley.

—¡No ofendas a Ginny! —se quejó Harry—. Y dices todo eso como si nada tuviera solución. —Se cruzó de brazos.

—¡Potter, escúchate! ¡Te contradices a ti mismo! —soltó Draco—. Y aunque en un mañana irreal tú decidas terminar con Weasley y el mundo se vuelva loco y deje de odiarme,  yo no voy a dejar a Astoria por ti ni ahora ni en mil años —concluyó.

El silencio se hizo entre ambos, la incomodidad se instaló en el pasillo y Draco supo que lo había arruinado.

—De acuerdo —murmuró Harry molesto y herido por las palabras del rubio para luego darle la espalda y alejarse.  

Draco lo vio marcharse y sintió el impulso de detenerlo, porque ¡joder! Potter lo había llevado con su padre y había estado ahí, apoyándolo. Una parte de él, una gran parte de él, le decía que fuera tras Harry y, contra todo pronóstico, se disculpara. Suspiró decidido a hacerlo pero se detuvo en seco al ver a su padre en la imagen que le devolvía el ventanal del pasillo.

Ahogó un grito cuando frente a sus ojos la escena del beso del dementor comenzó a tomar forma de la misma manera lenta y tortuosa en que la había vivido momentos atrás. Un nudo se formó en su garganta y el temblor de sus manos se hizo presente, sin embargo, ya no estaba Harry a su lado para tomarlas entre las suyas y reconfortarlo, así que cerró los ojos.

Sin notar cómo, su espalda chocó contra la pared y dejó caer su peso en ella cubriéndose el rostro en un intento por no llorar y no seguir presenciando la terrible escena. No quería recordarlo, no quería verlo otra vez ¡No quería vivirlo de nuevo!

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—No creo esto sea una buena idea —comentó Neville, saliendo de la sala de Menesteres con Theodore.

Hermione y Astoria los había guiado allí y les habían hablado de un hechizo que estaba afectando a varios de sus conocidos. Ellas habían inculpado a la nueva profesora de pociones y Theo había concordado en que era una mujer extraña. Asimismo, Neville les habló de la extraña sensación de sentirse vigilado que lo había rondado desde que inició el curso.

Al final decidieron que ambos chicos se convertirían en la sombra de Mei mientras Hermione y Pansy buscaban una solución para Astoria. Concordaron en que Ron y Blaise, debido a su desagrado mutuo, serían más un problema que de ayuda e igualmente acordaron que más adelante analizarían la probable intervención de Daphne y Luna de ser necesario. 

—Es por Draco, debemos hacerlo —comentó Theodore. Su novio se detuvo en seco—. Sí, sí, por Potter y McGonagall también —concedió—-. Ahora debemos seguir a esa mujer y averiguar qué pasa.

Debería llevarte a la enfermería —Ambos chicos reconocieron la voz de Mei y se quedaron estáticos. Si bien habían estado buscándola, no esperaban hallarla de frente ¡Se suponía que era una “operación encubierta”!— ¿Estás seguro? Al menos vamos por una poción tranquilizante, estás pálido y no has dejado de temblar.

No, no es necesario.

¡Draco! —murmuró en voz baja Theodore, asomándose para corroborar que el interlocutor de Mei era el rubio. Neville lo jaló para ocultarse tras la esquina del pasillo.

Joven Malfoy, tiene dos opciones: la enfermería o la sala de pociones. No va a irse en ese estado, sobre todo si padece alucinaciones.

Theodore y Neville se miraron. ¿Alucinaciones? Eso significaba que Draco también estaba siendo afectado y si las chicas tenían razón, Mei no podía llevarse al rubio a ninguna parte.

Basta con que vaya a dormir. No fue un buen día —replicó Malfoy. Después escucharon pasos acercándose a ellos y Theodore reconoció ese andar cuidado como el de Draco.

Su pulso se aceleró cuando los tacones de Mei resonaron detrás; era un hecho que los descubrirían, de modo que tomó a Neville por el cuello de la túnica, empotrándolo sin delicadeza contra la pared al tiempo que colocaba su varita en su cuello, fingiendo una discusión. Pero cuando Draco giró en el pasillo y los topó de frente, sus mejillas se sonrojaron al pensar que se trataba de otro encuentro cercano entre los novios.

Mei, quien iba detrás del rubio, se detuvo también en seco ante la imagen de esos dos, pero a diferencia de Draco que tenía un contexto previo, supuso de inmediato que se trataba de una pelea, sobre todo al ver la varita de Theodore en el cuello del otro chico.

—¿Qué creen que hacen? —les reprendió las pelinegra cruzándose de brazos.

Draco aprovechó para escabullirse evitando por todos los medios la mirada de su amigo, pues todavía no podía verlo de frente sin pensar en lo que presenció con Harry noches atrás ¡Más si estaba con Neville en una posición así!

Sacudió la cabeza tratando de sacar esas imágenes de su cabeza así como lo ocurrido con su padre. Lo único que ahora deseaba era encerrarse en su habitación y no pensar.

Por otro lado, Neville se removió incómodo ante la mirada irritada de Mei, y Theodore bajó la varita lentamente.

—Discutíamos porque este estúpido Gryffindor estaba husmeando mientras usted hablaba con Draco. —Mei enarcó una ceja sin creerle. Neville miró a su novio, ofendido—. ¿O vas a negarlo, mocoso escuálido? —Theodore apretó con más fuerza el cuello de Neville haciéndolo jadear.

—L-lo siento —gimió a falta de aire—. No era mi intención.

Mei se llevó una mano a la frente y con la otra hizo el ademan para que Theodore soltara al chico.

—Omitiré el castigo por esta ocasión pero no quiero más altercados así —exigió. Los chicos suspiraron aliviados, pues podrían continuar su misión de espionaje—. Pero a cambio hay un par de cosas que quiero pedirles. Usted, señor Nott, irá con el joven Malfoy y se asegurará de que vaya a la enfermería o lo llevará usted mismo a mi oficina. Es indefectible —acotó ella con seriedad—. Y usted, Longbottom, venga conmigo.

Ambos se miraron buscando la manera de evitarlo.

—Pero aún tenemos un par de clases —intervino Theodore sin querer dejar a solas a Neville con aquella bruja.

—Yo me encargaré de eso. Ahora vaya con Draco Malfoy y haga lo que le he pedido —ordenó en un siseo demasiado intimidante para una mujer de su complexión—.  Camine, Longbottom, no tenemos todo el día.

Y tras eso desaparecieron por el pasillo, dejando a Theodore sin saber qué hacer.

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—¡Ron! —le llamó Hermione entrando a la enfermería aprovechando que Parkinson cuidaba de Astoria, aunque no confiaba en las habilidades de la pelinegra para hacerlo. Astoria estaba aparentando ser fuerte, pero Hermione sabía que las escenas en los reflejos la lastimaban más de lo que admitía.

Por su parte, el aludido no supo si sentirse enojado por la demora de la chica en ir a verlo o sorprendido de que hubiera ido por fin. Sin embargo, un sentimiento sí era seguro: la incomodidad. ¿Pero no debería estar feliz por verla?

Hermione supuso que Ron estaba molesto, pues no le contestó, pero éste en realidad no sabía qué decirle. El enojo ya se había ido, lo había descargado con su actual compañero de cuarto, y a decir verdad, él esperaba tener más tiempo lejos para pensar mejor. En ese tiempo a solas –porque la molesta voz de Blaise y los quejidos del resto de los pacientes que habían desfilado por ahí no contaba–, había estado dándole vueltas al asunto pero según él, los problemas centrales eran: lo monótono en su relación –traducido en su idioma como falta de pasión–, y que siempre era relegado cuando algo importante sucedía, porque estaba seguro de que algo ocurría y que ni su mejor amigo ni su novia se lo estaban diciendo.

—¿Ron, estás bien? —cuestionó Hermione, tocándole el hombro con suavidad. Se había quedado pasmado e inmóvil, sumergido en sus pensamientos y ni siquiera se había percatado de que la chica ya estaba a su lado.

—Si sigo en la enfermería es porque aún no estoy bien —soltó incómodo. A Hermione le sonó a reproche.

—Siento no haber venido antes, yo…

—Estabas ocupada, Harry me lo dijo —intervino él, frunciendo el ceño—. Supongo que lo que sea que estabas haciendo era más importante. Ahora ya sé qué lugar ocupo en tus prioridades.

—¡No digas tonterías, Ronald! ¡Por supuesto que me preocupo por ti! —se apresuró a decir Hermione.

—¡Entonces dime dónde estabas mientras yo me quejaba del dolor! —dijo con desespero. La castaña se mordió el labio inferior y desvió la mirada, valorando si era o no un buen momento para contarle todo—. ¡¿Lo ves?! ¡No me dices nada!

—¡Ron!

—¿¡Qué?! ¿Vas a negarlo? ¡Ustedes jamás me dicen las cosas!

—¡Creí que eso ya había quedado solucionado la última vez! —gritó Hermione, frustrada.

—¡Y yo creí que dejarían de hacerlo! ¡Pero no! ¡Siguen ocultándome cosas y fingiendo que no, tomándome por estúpido! —rugió él—. Y si no vas a decirme qué están tramando entonces no tienes nada qué hacer aquí —espetó furioso, sin importarle las lágrimas acumuladas en los orbes marrón.

Hermione ahogó un sollozo y se marchó tan rápido como pudo. Enojada y dolida por la actitud de su novio, aunque siendo consciente de que él tenía un buen argumento, sin embargo, siendo tan impulsivo e incomprensivo como solía serlo, ¿qué confianza podía tenerle para confiarle esas cosas?

La puerta de la enfermería se cerró de forma estrepitosa y Ron liberó el aire que había estado conteniendo, dejándose caer de espaldas el colchón. Todo era un desastre.

Blaise, que había visto y escuchado todo, sintió algo de pena por el chico que le parecía tan fastidioso. Él comprendía bien eso de sentirse relegado, sobre todo de los planes de su madre. Ella siempre hacía lo que quería, incluso decidía sin ponderaciones sobre el futuro de Blaise sin importarle su opinión. Ahora la relación con ella había mejorado tras la guerra pero no parecía ser el caso del pelirrojo y Granger.

El moreno tomó un vaso con agua de su mesa y lo bebió despacio para disimular su mirada sobre Ron. En el corto tiempo que llevaban ahí, sólo discutían por tonterías, pero en algún punto dejó de ser algo dirigido por el odio para convertirse en peleas por mera diversión.  Sin embargo, ahora el pelirrojo estaba muy callado, casi melancólico y Blaise decidió distraerlo un poco haciendo lo que mejor sabía hacer: molestarlo. Y aprovechándose de que el pelirrojo miraba a la nada aunque en su dirección, comenzó su plan.

—¿Qué? —preguntó Blaise en tono descuidado.

—¿Qué de qué? —rebatió Ron, molesto tanto por lo que acababa de ocurrir como por la intromisión.

—¿Qué tanto miras?

—¿Qué te importa lo que miro? —se quejó el pelirrojo.

—¡Importa porque me estás viendo a mí, idiota! Es tan molesto que ni siquiera puedo concentrarme.

—¡No estaba mirándote, estúpida serpiente! —dijo Ron tan rápido y atropellado que apenas si se entendieron sus palabras—. Y lo dices como si necesitaras mucha concentración para beber agua.

—¡Ja! ¡Eso prueba que estabas mirándome! —se jactó Blaise en tono triunfal.

—Eso quisieras —Ron resopló girándose en la cama para darle la espalda.

Blaise sonrió de lado antes de levantarse con sigilo y acercarse hasta sentarse cómodamente en la cama del pelirrojo.

—¿Qué es esa baratija? —volvió a peguntar al ver el anillo que asomaba en la mano pálida del chico.

—¡¿En qué momento llegaste aquí?! —cuestionó Ron, casi gritando de la impresión.

Blaise se encogió de hombros y tomó sin delicadeza la mano del pelirrojo, acercándola a su rostro. Ron se tensó al sentir el cosquilleo que le provocaba el cálido aliento en su mano e intentó retirarla pero el moreno la tomó con mayor firmeza, impidiéndoselo.

—Es de plata —dijo, sin dejar de mirar el anillo—. Parece antiguo…, y extranjero, por supuesto. ¿Ves esas letras? —preguntó mirando a Ron, quien, aún confundido, asintió—. Es cirílico. ¿Sabes qué dice? —Ron negó con la cabeza, esperando la respuesta del moreno—. Yo tampoco —dijo encogiéndose de hombros—. Pero no luce tan mal.

—Idiota. —Ron rodó los ojos—. La profesora Shum insistió en comprarlo —comentó Ron.

—Entonces sí es más que una baratija —alabó Blaise—. Pero apuesto mi sensualidad a que no habrías podido comprarlo aunque ahorraras toda tu miserable vida. Lo encontraste tirado por ahí, ¿cierto? —De hecho lo dijo en broma, pero Ron se tensó, frunció el ceño y desvió la mirada—. ¡Oh, por Salazar, en verdad lo encontraste! —rio.

—¡¿Tú qué sabes?! ¿Y de qué sensualidad estás hablando?

—Sé más que tú, al parecer —se burló, refiriéndose a su último comentario. No obstante, notó algo raro—. Oye, comadreja, ¿por qué tu anillo no refle…?

Pero Ron dio un tirón fuerte para zafarse del agarre al ver a su hermano en el cristal de la ventana. Se alejó de Blaise dejando a éste confundido por la forma abstraída con la que se encaminaba hacia los cristales, de modo que el moreno se levantó de un salto por si al pelirrojo se le ocurría la estupidez de arrojarse, y de verdad pensó que eso haría cuando lo vio casi abalanzarse hacia el cristal.

—¿¡Idiota, qué haces?! —le gritó Blaise, deteniéndolo antes de que chocara con la ventana.

—¡Fred! ¡Es Fred! —Su voz sonaba tan convencida y llena de júbilo que Blaise temió que hubiese perdido la cordura, sin mencionar que se removía con fuerza para liberarse del férreo agarre.

—¿Qué? ¡No digas estupideces, comadreja! ¡Vuelve a la cama!

—¡Está ahí! —insistió Ron señalando el cristal—. ¿No lo ves? ¡Es mi hermano! ¡Está vivo! ¡Está atrapado ahí! —Pero Blaise no veía nada más que el vidrio y el jardín—. ¡Suéltame, debo ayudarle a salir! ¡Está lastimado!

Blaise no previó el golpe en la quijada que lo obligó a girar el rostro, pero sí fue lo suficientemente rápido para tomar al pelirrojo del hombro justo cuando éste tocaba el cristal en un iluso intento por traspasarlo y sacar a su hermano.

Al instante en que Ron tocó el cristal, Blaise pudo ver lo que Ron veía: a su hermano Fred, vivo pero con una palidez casi traslucida y un cuerpo huesudo, parecía que caería de bruces en cualquier momento mientras su voz ronca pedía la ayuda de su hermano pequeño. No obstante, cuando el anillo tocó la superficie reflejante, ambos observaron cómo el cuerpo de Fred deba paso a unas facciones mucho más finas y níveas hasta convertirse en una mujer rubia que los miraba de una forma casi retorcida.

—¡Retrocede, retrocede! —le gritó Blaise a Ron, tirando de su ropa y de su mano, pero ya era tarde, y tras un resplandor plateado la enfermería quedó sola y en completo silencio.

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Notas finales:

Espero que hayan pasado un buen rato leyendo. Los adoro 💕


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