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Jabalíes y conejos por Aphrodita
Era un enigma. Nadie, en todo el vasto Seireitei, comprendía qué labor que cumplía el quinto puesto del onceavo escuadrón. Es que nunca lo veían trabajando, nunca hacía nada, nunca cargaba papeles, ni se lo veía en los pasillos de los demás escuadrones cumpliendo funciones de bajo puesto como mandar comunicados entre capitanes. Siempre que veían a Yumichika éste estaba “relajándose”; porque el estrés hace mal al cutis y genera arrugas antes de tiempo.
—¿Sabes qué? —musitó la niña con notable alegría, Ikkaku la miró con recelo, intuía la respuesta porque siempre solía ser la misma—No me apetece ir al sexto escuadrón.
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Ya llevaba así una semana, en la misma rutina, pero la invasión fue paulatina. Ichigo trataba de recordar el punto de quiebre, el momento exacto en el que le cedió terreno y tanta hospitalidad pero no lograba hallarlo en su memoria.
Subió las escaleras rumbo al cuarto, abrió la puerta y se encontró con la misma escena que venía presenciando desde que Ikkaku había sido enviado al mundo humano para mantener a raya la plaga de Adjuchas que ya habían sacado ciudadanía, sobre todo, en Karakura.
Claro, en teoría ese era el trabajo del shinigami visitante, pero lo que menos hacía era justamente trabajar...