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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo: Saga y Shaka se han levantado una ley de hielo que los está lastimando, mientras los preparativo siguen corriendo. ¿Podrán soportarlo por mucho tiempo?
Acostado en el mueble, pensaba.

Acostado en el mueble, con su mano cubriendo la mitad de su rostro, meditaba en lo ocurrido, en todo lo que había pasado esa semana. Sus esmeraldas estaban fijas en el trabajo en yeso que habían labrado en el techo del departamento de su hermano. Tenía horas así, no podía conciliar el sueño, el libro lo había terminado y pensar en devolverlo le aturdía. ¿Por qué era tan difícil acercarse a él? ¿Por qué se negaba en todas las formas a acercársele?

De nuevo, empezó a revisar una a una las frases que Shaka había marcado en amarillo dentro del libro. Quería comprender… quería tener una idea que le diera indicio de cómo proceder, de si debía avanzar, si debía abstenerse…

Simplemente resignarse…

No, no podía serlo. Shaka fue la razón por la cual él se vio obligado a enfrentar sus inclinaciones cuando trabajo para él hace dos años. Ahora lo comprendía, en ese momento que se había reencontrado por él, entendió, que la atracción que había sentido por él era ligeramente más potente que cualquier otra que hubiera experimentado… a tal punto, que lo obligo a enfrentarla.

De esa manera terminó recordando el momento que su esposa le presentó al decorador que le habían recomendado. De la misma forma que ya lo había visto vestirse, allí estaba, su rostro de seriedad complementaba con elegancia su atuendo juvenil. Con tranquilidad hizo las preguntas pertinentes, podía en ese instante incluso dibujar de nuevo el movimiento nimio de sus cejas, la forma que danzaba la mano cuando intentaba explicarse, el sinuoso danzar de su flequillo dorado cuando movía su rostro… la mirada zafiro enmarcada en los lentes.

Todo lo que sintió en aquella oportunidad, revivió justo en el segundo de rememorarlo. Del mismo modo que sucedía ahora que lo tenía trabajando de nuevo para él. Ese magnetismo que no sabía de qué manera explicárselo, ese misterio hindú que lo envolvía, la seriedad, el orgullo, junto con el dejo de picardía que al parecer, sin notarlo, imprimía en cada gesto. Por ello sólo pudo estar frente a él en dos oportunidades… y prácticamente al darle el cheque de pago, ni lo pudo ver a los ojos.

¿Cómo se podría llamar entonces a lo que sentía? ¿Mera atracción? No, él sabía que no era así. No era hombre de sentirse confundido o contrariado por meras atracciones físicas o deseos de sexo y esa semana que él mismo impuso la ley de hielo, se dio cuenta, que era algo mucho mayor. ¿Pero entonces que era? Hablar de amor era muy precipitado, lo sabía. Quizás era un gustar serio… quizás de verdad le interesaba para algo más que una noche de placer…

Quizás y si lo quería…

-Me volveré loco…-musitó cansado. Ya era la madrugada del sábado y no podía pegar ojo-. Me vas a volver loco, Shaka…

De nuevo pensar, meditar, ordenar sus ideas. Saga otra vez se vio inmersa en el torbellino de pensamientos que no hacían más que agitarlo. Ahora eran lo que Shura había logrado encontrar de él. Había llegado de Londres, no tenía indicio de haber salido del país luego de entrar en él, no se le conocía familia, ni allegado, ni pareja por los medios al menos. Cuando se buscó en Londres, Shaka Espica era como si hubiera surgido sin ningún tipo de historial. Su amigo le comentó que parecía haberse cambiado el nombre o apellido, y de ser así, dejando todo su pasado en blanco, no indicaba nada bueno. Y él como abogado lo sabía. Podría haberse inmiscuido en algo que atentaba contra su libertad y seguridad, aunque claro, eso era suponer muy a los extremos.

De Shaka, no había nada desde que empezó su vida y carrera como decorador.

Como un libro donde sólo hay un capitulo escrito y lo demás, en blanco.

Todo le aturdía…

Terminó por levantarse del mueble y buscar su laptops, para conectarse en silencio en el comedor, leer alguna que otra noticia, encontrar algo con el cual recuperara el sueño. Tenía su teléfono al lado, y por instante lo miraba con un deseo atrapado en la mente: escribirle. Sabía que era muy poco probable que a esa hora estuviera despierto, y que quizás jamás le respondería, pero… necesitaba hacerle saber, hacerle entender que él estaba allí, que él quería estar allí, en un espacio de su mente, vivo y palpable, una presencia que Shaka no pudiera eludir. Quería que el rubio se diera cuenta que más que cuerpo, más que el sexo, quería un espacio en su vida, una habitación en su acogedora casa… casa que parece, que a pesar de estar perfectamente amoblada y decorada… estaba abandonada, sola, como la casa de una villa en construcción que sirve de muestra.

Terminó por tomar la decisión. Arriesgarse, de por si siempre fue un hombre que en algunas oportunidades había temido arriesgarse por seguir estándares familiares y religioso. Y fue por ello, que había perdido mucho tiempo, herido a Marin, caído en el agujero donde empezaba a surgir. ¿Dejaría que de nuevo las reglas lo detuvieran? ¿Le quitaran la oportunidad de ver que podía lograr con Shaka? Decidió esa noche no dejarse amedrentar por las condiciones y las amenazas tácticas que Shaka dejaba a su paso a quien se acercara. Determinó dentro de sí hacer caso omiso de cada señal que en su camino le advertía detenerse para llegar al destino que quería, ocupar un espacio en Shaka. No se dejaría acobardar por el orgullo inquebrantable de su joven vida, si Shaka era una pared de diamante… el sería un puñal de diamante listo para atravesarle.

“Terminé de leer el libro. Ha sido muy interesante. Te agradezco el gesto.”

No decía mucho, no era romántico, ni mostraba un interés abierto. Era justo lo que necesitaba el griego para hacerse notar en la vida de Shaka y al mismo tiempo, no hacerlo sentir presionado. Quiso convencerse a la idea de que muy probablemente no terminaría recibiendo respuesta a su mensaje, y dejando el teléfono de lado, se dispuso a ver la agenda de acontecimientos especiales en Athenas, pensando en quizás salir solo a un lugar, despejarse en uno de esos días, para así dejar de pensar en las noches en ese hombre que le había descolocado completamente. Pero los pensamientos se le dispersaron cuando escuchó el mensaje de entrada en su móvil. Su corazón se aceleró apresuradamente, sin dejarle tiempo de siquiera pensar en calmarse. ¿Shaka le había respondido? Sacudió su cabeza, simplemente no quería ilusionarse. Bien podría ser uno de esos textos automáticos que enviaba la operadora o…

“Me complace saberlo. Puede buscar más libros del autor. Son muy interesantes, preservo la colección completa de ellos”

¿Qué podría pensar de ese mensaje? Obviamente no había, al igual que el propio, muestra de un interés más allá. Pero saberse correspondido cuando él mismo le había dicho que no solía responder llamadas o mensajes de saludos le hizo sentir, en demasía, afortunado. Una sonrisa tierna dibujó sus gruesos labios. Toda la confusión y desazón que había guardado se diluyó con tan pocas palabras. ¿Era eso lo que quería? ¿un espacio en la vida del decorador? ¿Un poco de esos colores que lo irradian? En ese momento reflexionó al respecto.

Shaka significaba matices de colores tanto vivos como sobrios, un contraste exorbitante, un collage, una maravilla artística por todas las facetas, los rostros, las formas que él representaba. Shaka tenía la pureza del blanco, la tranquilidad del azul, la energía del amarillo y naranja, la pasión del rojo, la dulzura del rosa, la melancolía del lila, la sobriedad del gris, la elegancia del negro. Shaka era por si solo una composición de una cantidad de tonalidades que sacudía su monótona línea. Para Saga, que hasta en su vestuario solo existía el azul, blanco y negro, se veía seducido por todos los colores que Shaka irradiaba y le hacía sentir a él. Se sonrió comprendiendo que él lo que más deseaba era que Shaka le permitiera hundirse en todo ese mar de tonalidades que significaba su vida

“Mmm… pues dime que otro título me recomiendas. Así no termino descompletando tu colección”

Envió el mensaje y se puso a buscar el nombre del autor del libro para ver que títulos tenía. Lord Simons Whorther, un afamado psicoanalista y experto en terapias de autoconocimiento, tenía una variedad de más de 35 títulos, todos con un nivel de ventas aceptable y varios habían sido galardonados por premios en el área. Cuando se encontró con tan apabullante material, no pudo evitar enarcar una ceja. Parecía ser un hombre bastante famoso. Decidió entonces investigar un tanto de él por Internet.

Casado en Italia, residía en Francia con su mujer, Pandora Whorther, una conocida dama de familia aristócratas en Londres. Su matrimonio con ella ya llevaba alrededor de diez años, tenía dos hermosos hijos. Había realizado sus estudios en Rusia, estudios superiores en Francia, participado en Foros, Debates y demás eventos de la rama de la psicología y comenzó a escribir su primer libro, precisamente, cuando estudiaba en Francia su carrera especialista. Había trabajado como tutor de tesis doctorales en variadas universidades en Europa, estuvo un tiempo en Londres en la UCL (University College de Londres), la más prestigiosa y antigua universidad de la ciudad y con un alto prestigio, siendo tomado como el máximo velador de la cátedra de Psicología. Por hechos que no se esclarecieron, abandonó el cargo año y medio después, regresando a Francia, donde escribió luego de un año de desaparición literaria, su libro: Remodela tu Vida

“Whorther tiene una cantidad de libros que podría ayudarle. Una búsqueda en internet le podrá dar luz de los mejores que ha escrito. De mi parte, le recomiendo: Frente al Espejo”

Con una sonrisa en el rostro se dispuso a ubicar el titulo que le había mencionado. Curiosamente, ese libro había sido escrito antes de Remodela Tu Vida, en el tiempo que estuvo como máxima autoridad de psicología en la UCL. Fue premiado por varios centros de eruditos en el área y una condecoración por parte de la misma universidad, gozaba de uno de los mayores índices de ventas sobretodo en Londres, era evidente que de alguna manera aquel hombre había conseguido una fama bastante considerable en esa región.

Londres.

Desde allí Shaka había borrado sus huellas.

Shaka tenía cuatro años en Grecia. ¿Por qué venir a este país? ¿A quienes dejó atrás? Ni siquiera un viaje de visitas, no había salido de Grecia desde que entró, como si no tuviera a nadie más. Su madre, padre, ¿tendrá hermanos? ¿Qué ha sido de su familia? ¿Habrán muerto? Saga pensaba en todas esas posibilidades mientras seguía investigando en la web oficial del psicólogo, revisando los demás libros, las ediciones en idiomas que tenía y otros datos que apenas leía.

Si, se descubrió en ese momento más ansioso de conocer el pasado que tenía Shaka, que dejó en Londres, que lo trajo a ese punto… que le gustaba, que le molestaba. Quería acercarse de esa forma, sí… de la misma forma que Shaka lo hizo con él, como una mano amiga, como un igual…

“Estoy revisando la información de ese libro. Suena interesante. Según leo, viene un nuevo libro Saliendo del fracaso. ¿Piensas comprarlo?”

Y en la habitación alumbrada con un tenue azul fluorescente, sentado en su escritorio, con algunos dibujos y bocetos sobre su idea para el exterior de la casa y una propuesta para el despacho. No sabía que fue lo que le hizo responder el primer mensaje del mayor, pero se sintió extrañamente bien al recibir ese texto. Ciertamente el silencio y la ley de hielo le habían afectado. ¿Por qué?

Suspiró profundo, cansado quizás de pensar en lo que había pasado, los porque, las razones. A partir de ese beso y su respuesta, Saga se había alejado toda esa semana. El lo resintió. Además, realmente no rechazó el beso, incluso, de haber durado un tanto más quizás lo hubiera correspondido y precisamente era eso lo que le incomodaba. Decidió entonces volver a hacer un recorrido en sus piezas.

En cuanto supo que Saga tenía, al parecer, pareja se sintió realmente contrariado. No estaba seguro porque, pero pasó todo el día molesto, respondió con evidente disgusto a su “pareja” cuando fue a enfrentarlo. Pero cuando Saga le dijo que no era así en el baño, cuando le confesó que le gustaba el sobresalto que sintió tenía, mucho tiempo, sin vivirlo.

Precisamente eso le preocupaba…

Porque la última vez que lo había experimentado fue cuando lo conoció a él.

“Sigo los libros de Simons desde hace muchos años. He estado esperando la salida de este libro desde Verano, pero se extendió hasta otoño.”

De nuevo le contestó, por un impulso que ya no quería, realmente, reflexionar. Recordar las palabras que le dijo Saga en el baño era de alguna manera, un reclamo a su interior. Casi como un impulso ahogado, una acción desesperada hablo de huir de Grecia… Huir… como lo hizo de Inglaterra. Y las palabras de Saga no pudieron ser más certeras.

No pensé que fueras un cobarde… ¿Eres el mismo que me decía que debía cambiar? ¿El mismo que se notó tan seguro para encararme?

Cobarde… quizás desde lo ocurrido se había convertido en un cobarde para asimilar una relación de ese tipo, sin importar que estuviera dentro o fuera del trabajo. Realmente no quería saber más de promesas, de palabras, de condiciones… No quería estar inmiscuido en otra relación donde se tenía que estar tan vulnerable y al final de cuenta, la otra persona desaparece dejante sin nada más que un orgullo mancillado con el que te tienes que levantar.

¿Amigo?… está claro que si hablas de huir no es porque me consideres sólo un amigo… ¿Ahora quien no es el sincero consigo mismo?

Por supuesto, era evidente que al soltar esa posibilidad estaba asumiendo… no, admitiendo, que lo que lo estaba uniendo con aquel no era un vínculo amistoso.

Qué más daba… le atraía.

Se levantó de su asiento cuando recibió su último mensaje. O al menos el último que pensaba responder esa madrugada que se quedó trabajando de más.

“Entonces esperaré su salida y buscaré armar mi propia colección, aunque tu libro me es muy valioso como para devolverlo. ¿Me perdonas el atrevimiento?”

Enarcó una ceja, divertido. Vaya que el griego se tomaba atribuciones con un poco de confianza que le dieran. Resopló al final, resignado. Realmente en primera estancias no pensó en pedir que le devolvieran el libro, precisamente por eso le colocó la corta dedicatoria. Igual, el 20 de Septiembre había un evento donde podría comprar otro libro. Sin embargo, para él ese libro también era especial, más no por el volumen, ni por el titulo… era especial porque, tal como de seguro era para el abogado, había llegado en el justo momento.

“No pienso denunciarlo por un libro no devuelto. Pero entonces tendrá que darme una compensación por mi colección. ¿Qué me ofrece?”

Y si, era un muy ligero y formal coqueteo su respuesta, pero mientras se preparaba para tomar su lado de la cama y reposar, pensaba algo expectante sobre qué le diría aquel hombre ante esa sencilla y muy evidente insinuación. La contestación no se hizo esperar y fue recibida con una sonrisa irónica.

“Una noche. Tus reglas, tus límites, tus condiciones. ¿Aceptas?”

No hubo respuesta.

Para la mañana del lunes, Saga ya estaba temprano en su casa un tanto expectante. No hubo respuesta a su invitación y aunque pensaba ir de plan de amigos, no iba a dejar pasar por alto la ligera provocación. Se sonrió, algo nervioso, mientras abría la puerta de su despacho y se encargaba a organizar su agenda del día. No hubo más mensajes después de aquel. Ni Shaka respondió, ni él insistió. Las fichas estaban ya sobre la mesa, sólo quedaba jugarlas conforma avanzara su pequeño duelo.

Distraído pensando en las mil y una formas que pudiera ser esa noche si se concretase, escuchó que ya estaban tocando la puerta y con rapidez se levantó para atender a su visita. Los primeros que entraron fueron los castaños, con un saludo y una palmada por parte del mayor de ellos a la espalda del abogado. Ya Saga estaba terminando por acostumbrarse por la “confianza” que se atribuía el tal Aioros.

Viendo que Shaka no estaba con ellos, curioso salió a buscarlo con la vista y lo vio fuera de la casa, viendo la fachada con otro joven un poco más alto que él, de contextura igual delgada, graciosos bucles celestes caían y al igual que el decorador, su forma de vestir era bastante jovial pero un tanto más “femenina”. El abogado de una vez pensó que sería el otro decorador. No paso mucho tiempo para que ambos jóvenes entraran. Las celestes pupilas del más alto lo miraban de forma escudriñadora, sin perder detalle, labios nacarados y un lunar en la mejilla izquierda le daba una apariencia hermafrodita. Definitivamente ese era más… radical.

-Le presento a Aphrodite Lethys, será quien se encargue de la fachada de la casa.

-Un placer-respondió el griego extendiendo la mano. El sueco hizo lo mismo firmemente. Pese a su apariencia era claro que no era alguien con quien se jugaba-

-Aphrodite Lethys a sus servicios. Mis reglas de juego son iguales a las de Shaka con la excepción que sólo están disponibles en el tiempo del contrato-un guiño de ojo sensual y Saga enarcó una ceja nada cómodo-. Después podríamos encontrarnos en otros términos…

-Aphrodite…-llamó el rubio con evidente malestar. Los zafiros detrás de la montura marrón veían a su compañero de forma amenazante.

-Saga Leda, abogado penalista-se presenta el griego-. Y no es de mi gusto.

Certero, directo, sin complicaciones. Aprhodita sonrió con cierta malicia y Shaka lo miro visiblemente asombrado. No esperaba que respondiera abiertamente el coqueteo de su compañero. Lo siguiente fue bastante rápido. Saga le enseñaba los derredores de la casa al sueco, junto a Shaka, hacían unos leves comentarios sobre que le gustaría ver. Shaka daba ideas, Saga las aprobaba y Aprodite observaba todo con cierta curiosidad. La forma en la que Shaka se relacionaba con ese hombre era distinta a como había visto en otros clientes. Aquel abogado le enviaba miradas bastante brillantes y Shaka le respondía con una leve sonrisa antes de alejarse. Coqueteaban, el sueco lo veía, muy subliminalmente se enviaban sus intereses en el otro.

Pronto regresaron de nuevo hasta la sala. Saga había ido a su despacho a hacer unas llamadas, Shaka estaba ocupado organizando el itinerario del día y los griegos ya habían devorado una bolsa de pan y leche que habían traído para desayunar. El sueco observaba todo, dio un paseo por la habitación ya decorada y los adelantos en las dos salas, caminaba con ese aire de desdén y enroscando un bucle entre sus largos dedos. En algún momento el abogado se acercó al decorador, cruzaron unas cuantas palabras, se retiró y el rubio suspiro algo contrariado, para volverse a concentrar en el trabajo. Todo observado minuciosamente.

-¿Son cosas mías o huelo a amor y dolor en el ambiente?-comentó el sueco meciendo su cabellera celeste a la cual le acababa de hacer una permanente.

-Pues…-comentó Aiorios-, no sé qué le pasa a Shaka pero cada vez está más ausente y ¡ahora puso un horario hasta las once de la noche!

-¡¡Nos quiere matar!!

-Aunque, hoy como que están de mejor humor-agregó el mayor luego de encogerse de hombros.

-Comprendo…

No hizo más preguntas, pero para él que conocía a Shaka desde que llegó de Grecia y quien, además, estaba al tanto de que lo trajo a estas tierras, el asunto no podía pasarlo en alto.

Se sonrió internamente, con parca sinceridad.

Quizás y había llegado el nuevo dueño de esa casa…

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