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Nevadas de Memorias por AkiraHilar

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Gracias a la tormenta, estaban a punto de cerrar la estación de metro y destinar los últimos viajes en algunas estaciones. Por fortuna Shaka había logrado entrar antes que las puertas de acero fueran selladas, y ciertamente cada vez la ventisca se sentía más inclemente sobre todo ser vivo que decidiera estar afuera en ese momento. Con presteza compró su boleto y se dirigió al lugar de espera, de pie, acariciándose a sí mismo para obtener un poco de calor. No tenía a otro lugar donde ir que no fuera a su casa, la casa que habíancompartido por seis años con Saga. Sus padres no lo recibirían, no era hombre de tener amistades especiales, durante esos años se había dedicado por entero en estar disponible para Saga, y ahora se daba cuenta que no tenía a nadie a quien acudir fuera de él.

¿Le molestaba?

En cierta forma, más que molestia, fue como un remordimiento.

Shaka jamás fue alguien especialmente social. Sus intercambios con otros no pasaban de un saludo, hablar de la noticia del día, cualquier banalidad y retirarse en profundo silencio de forma cortes. Siempre había sido así, no fue algo que hubiese desarrollado estando con Saga, quien al contrario, hablaba y hacía amistades con todos. En las reuniones donde solía acompañarlos con los compañeros de su trabajo, la velada se remitía en Saga conversando de cuanto tema le pasaba a la cabeza y Shaka en silencio bebiendo un Martini con sumo elegancia, elegancia que nadie podría atribuir a su vida humilde en la niñez y juventud. Normalmente cuando Shaka abría los labios era para cerrar tajantemente la conversación con una conclusión prolija de las ideas planteadas. Al principio, esa mala costumbre molestaba al griego, pero pronto, convirtió el arte de transformar el cierre de Shaka en una nueva conversación, en parte de sus juegos.

Por fuera de ello, en su universidad y ahora en el trabajo donde estaba ejerciendo, tenía a sus compañeros de trabajos como lo que eran, compañeros de trabajos. En el comedor muy pocas veces acompañaba a otros en la mesa, y cuando eso ocurría él sólo se mantenía en silencio, comentando lo más esencial. No muchos podían acostumbrarse a su forma tan directa de encarar una crítica cuando le pedían apreciación, y muchas veces trataba no ser demasiado duro cuando era un compañero de Saga quien le pedía opinión. Recordó en ese momento la terrible discusión que se propició cuando Afrodita, un primo lejano de Saga, le había pedido opinar sobre un ensayo y Shaka, sin tapujos, simplemente le dijo que no tenía talento y era mejor enfocar su energía en algo que si supiera hacer. Afrodita se deprimió como nunca, Kanon intentaba levantarle el ánimo mientras que un enfurecido Saga le reclamaba su falta de tacto a lo que Shaka simplemente ignoraba por ser, simplemente, parte de él.

Una sonrisa discreta se dibujó en sus labios, esa que no solía regalar a nadie. Era más su rostro de control lo que adornaba su semblante y sin embargo, ante esa nevada se había permitido primero mostrar dolor y ahora, nostalgia. Aquella vez, Saga no durmió con él como por una semana. Shaka por obvias razones, el orgullo mismo, no se iba a disculpar por hacer lo que para él era un favor. ¿Cómo terminó la discusión? El quinto día de ley de hielo Saga explotó insultándolo por su frialdad, Shaka arremetió por su hipocresía al decir que estaba bien algo que evidente estaba mal, entre insultos y golpes de orgullo no supieron como ni quien cuando ya estaban en la alfombra de la sala devorándose a besos.

Se entregaron hambrientos y necesitados del otro.

No hubo te amo, ni perdones, ni palabras cursis. Sólo los llamados del otro reclamando lo ajeno que le pertenecía, pidiendo placer, puro y nato placer que apaciguara el fuego de una discusión que no tenía siquiera razón de ser.

Al final de una jornada de besos, mordidas, lamidas y estocadas, ambos, ya relajados por el orgasmo y desnudos en mitad de la sala, con todas las ropas despedregadas de un lado a otro; se permitieron hablar calmadamente, terminando con una disculpa de Shaka hacía Afrodita. Debió admitir que al final Saga tenía razón, no hay nada que con tesón y pasión no se pudiera lograr, lo catalogaba algo como lograr un milagro, cosa en lo que Shaka no creía en todo. Sin embargo, tuvo que morderse sus palabras cuando Afrodita, un año después; se alzó como ganador en una feria estadal por su ensayo, luego de estar meses arreglándolo, recibiendo las críticas puntuales de Shaka y el apoyo de sus primos. Recordó que en aquella celebración Shaka se dio el lujo --y ciertamente era difícil que el hindú lo hiciera-- de aplaudir con verdadero orgullo a aquella persona que pasó de ser un total fracaso a alguien que realmente tenía talento, ideas y por sobretodo, ánimos para surgir. Y las palabras de Afrodita esa noche también lo habían sorprendido, entre los agradecimiento al recibir la condecoración, había marcado a cierto rubio que no tuvo reparo alguno de cortarle las alas para enseñarle como debía construirlas de nuevo. La sonrisa pequeña se dibujó en sus labios finos y sintió entonces el agarre de su pareja en su mano, confirmando la razón por la que debería estar contento, y el agradecimiento por haberlo ayudado a alcanzar ese sueño.

--Te lo agradezco, Shaka--se acercó el sueco luego de las fotografías y saludos pertinentes, a la retirada mesa donde como siempre, Saga y Kanon mantenían la conversación con otros personajes, mientras Shaka analizaba todo en silencio.

--No tienes porque.

--Claro que sí, de no ser por la forma tan tajante en la que criticaste mi trabajo, jamás hubiera sabido que debía mejorar--resopló un poco de aire antes de dar vuelta a su Martini--. Todos decían que lo que hacía era maravilloso, más yo mismo no estaba seguro de poder expresar todo lo que quería. Tus críticas fueron muy certeras y más me deprimí al darme cuenta que tenías razón, fuera del como lo dijiste.

El rubio respondió con su silencio, calmo y reflexivo, con el que parecía meditar en esas palabras. Afrodita sabía que esa era la forma de ser de Shaka, y aunque muchos pudieran catalogar como engreída su actitud al no responder, simplemente eran por dos razones: o buscaba que mejor decir, o no tenía nada más que decir. Shaka era un hombre que ahorraba muy bien hasta sus propias palabras.

--Admito que debí ser más considerado--respondió luego de eternos minutos. El sueco sonrió con verdadero agradecimiento.

--Considero que tú y Saga se complementan muy bien en eso--y en ese punto, Shaka no pudo evitar mirar a su acompañante, mostrar verdadero interés al tema de conversación--. Mientras que tú ves las debilidades, Saga arma el plan para convertirlas en fortalezas. Son como un dúo dinámico. Tú criticabas, él me apoyaba y me daba herramientas para convertir eso en un nuevo logro--guiñó su ojo de forma cómplice. Shaka por primera vez en la noche esbozó una sincera sonrisa con la acotación--. Debo admitir que cuando te conocí pensé que ustedes no pegaban, pero entre sus diferencias se complementan muy bien. Les envidio.

Como ya estaba acostumbrado, Shaka se mantuvo en silencio cortes, saboreando delicadamente la efervescencia del líquido de la copa en sus labios, disfrutando esa sensación que se le hacía tan placentera también en la boca del estomago. Ciertamente para ese entonces tenía dos años viviendo con Saga, y pese a las diferencias, conflictos y malos entendidos, él mismo estaba seguro que fue la mejor decisión que había tomado.

Y fue así que de improvisto el mayor pasó su brazo tras el rubio, posando su mano sobre el hombro contrario y acercando su rostro peligrosamente, con una sonrisa en sus labios gruesos.

--Pensé que estabas conversando con los demás--replicó el menor sin el mayor cuidado, siguiendo en su faena de degustar aquel liquido frío.

--Sabes que puedo hacer varias cosas a la vez mientras apenas piensas en una--atacó el mayor con su voz ronca, pasando su nariz indolentemente por la mejilla de su pareja. Ante el hecho, Shaka colocó elegantemente la copa en la mesa, mirándolo de reojo.

--Será por ello que suelo terminar todo lo que comienzo--asestó el rubio con mirada desafiante, en un claro duelo.

--¡Dioses! Si dejaran de hacer esas discusiones en público, ¡podríamos pensar que son una pareja feliz!--exclamó divertido el sueco, echando un bucle celeste hacía la espalda.

--Lo somos, en nuestra interesante y absurda manera--y la acotación fue recibida por una ligera sonrisa--. Oye, primo, ¿me permites usar tu triunfo como escusa para disfrutar con mi pareja?

--¡Dudo que necesites escusas, Saga!--replicó con una risilla graciosa, viendo la forma que Shaka virtualmente estrujó el punto en medio de sus cejas.

--¿Todos tienes que saber que quieres sexo, Saga?--reclamó visiblemente incomodo. El griego simplemente respondió apretando su hombro, en clara señal de deseo--. Hay gente viéndonos.

--No importa.

--A mi sí--y tomó el brazo de su esposo para alejarlo, más lo dejó sobre su propia pierna derecha, en una clara provocación, debajo de la mesa. Saga comprendía que significaba. Era un: también lo deseo pero en la intimidad.

Un resoplo de aire caliente que al hacer contacto con el frió del ambiente, se esfumó en una nube de blancura incontenible. Shaka veía el acercamiento del metro luego de unos diez minutos en espera, donde se había dado la tarea de recordar aquella noche que con la escusa del triunfo de Afrodita terminaron enredados entre champagne y vino, colchas de satén y seda, en una lujosa suite del hotel donde decidieron hospedarse. Bufando de nuevo, al apartarse las compuertas, el rubio se abrió paso entre la poca gente que salía del transporte, prefiriendo quedarse de pie sosteniéndose de uno de los pasamanos que colgaba con su mano derecha, recostando su cuerpo al tubo de acero cerca de la entrada y colocando su mano izquierda sobre su antebrazo derecho; mirando fijamente el ventanal mientras el metro empezaba a moverse.

De la misma forma que Shaka veía velozmente el paso de señales y colores en la ventana dentro del túnel, de esa misma forma las memorias pasaban, en retroceso, en su mente. Todas la escenas, todos los recuerdos, todos y cada uno tomaban forma y se mostraban, como una retrospectiva. No pudo evitar ver el anillo de oro blanco que tenía en su dedo anular izquierdo, que le había regalado dos años atrás, cuando pudieron por fin asentar legalmente su relación. Dentro estaba la inscripción S&S, junto con la fecha de su boda, en un anillo hermoso y delicado, bastante sobrio, con sólo unos relieves en oro amarillo y rosado.

La observaba y recordaba…

Recordaba y resentía…

Resentía y deseaba…

Deseaba que no fuera el fin.

Y conforme las paradas avanzaban, su mente lo llevaba hacía muy atrás, cuando aún no vivían juntos, cuando descubrió que entre todo el juego de seducción que el griego instauraba a su alrededor, inevitablemente, le había llamado la atención. Recordó las tardes de conversaciones cuando lo acompañaba en los preparativos de los exámenes preliminares para el ingreso, en los papeleos legales, en todo lo que debía hacer para llegar a entrar a la prestigiosa universidad. Como llegaba a su habitación contrariado con las sensaciones que despertaba, por ese algo que le hacía imposible dejar de ver toda la experiencia y fortaleza que desprendía ese hombre a su alrededor, seguridad, todo un halo de control que admiraba y deseaba… eso que podría incluso dominarlo a él. Lo superaba, en muchas cosas, y más que indignado, le gustaba sentirse superado.

Terminó enamorándose de su experiencia, de su inteligencia, de las horas que podía conversar sin repetir un sólo tema y llenarlo de conocimiento que él mismo le costaba asimilar con tanta rapidez y lucidez.

Se enamoró de la seguridad de sus brazos, de su mirada, de la forma que le afianzaba su decisión de alcanzarlo y soportaba cada desplante sin perder su orgullo, su porte.

Terminó atrapado en la maraña de palabras…

Seducido… fascinado…

Resopló contrariado al escuchar el nombre de su parada por el comunicador. Miró su anillo por enésima vez y sintió dolor de tan sólo seguir viéndolo en su mano. Ya nada quedaba, estaba seguro, todo había acabado.

Vio entonces a una mujer anciana tejiendo sombreritos de lana en la esquina del vagón. Supo qué hacer.

Se quitó el anillo y lo colocó en las faldas de la mujer que lo observó intrigado. Al darse cuenta de que era lo que le estaba entregando, la mujer alzó sus ojos azules enmarcados en piel arrugada y bronceada por el sol, con su cabello gris ondulado oculto en un velo de lana verde.

No hubo palabras, más que el “Dios le bendiga” de la noble anciana que con lágrimas veía la costosa joya.

Sin saber que con eso Shaka dejaba atrás ocho años de vida, dispuesto a seguir avanzando… como siempre lo ha hecho, sin importar que tan fría e inclemente fuera la tormenta.

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