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Nevadas de Memorias por AkiraHilar

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--Kanon, por favor ven a recogerme. Estoy en la…

A pesar de tener su auto y que la ventisca cada vez incrementaba su fuerza, Saga aún estaba en el estacionamiento, con la puerta de piloto abierta y un frio mortal carcomiendo cada espacio de su piel, encerrada en ese abrigo de pieles negro. Por desgracia, su auto no quería encender. Hasta ese momento se daba cuenta que tenía poca reserva de aceite y el agua se había congelado. Simplemente no arrancaría.

--Kanon, ¡por los dioses! No me puedes dejar así…

Y sin más preámbulo, la comunicación cortó dejando a un Saga envuelto en su propia ira. Simplemente Kanon no iría por dos razones: una, era de loco salir cuando ya la tormenta estaba encima y dos, porque estaba allí justo después de haber abandonado a Shaka. Por mucho que le molestara aceptarlo, su promiscuo hermano fue uno de los primeros en casi voltearle la cara cuando supo de la infidelidad. Aquella tarde que le apareció en su oficina no supo ni como logró evadir el mortal gancho izquierdo de su hermano, quien había llegado visiblemente molesto. Sabía que Shaka no le diría, no directamente, al menos que…

--¡Eres un imbécil!--reclamó el menor sentándose airado en el asiento.

--No vengas a sermonearme…

--Imbécil, tarado, egoísta, inmaduro, ¡un rufián!--exclamaba su igual con verdadera rabia--. ¡Y es que hasta estúpido, ni los supiste montar bien!

--Estuve un año encubierto, ¿te parece poco?--respondió el mayor, acariciando su cabeza luego de la jaqueca que se había incrementado por la visita. Había pasado una semana desde que Shaka pusiera todo sobre la mesa. El silencio, la frialdad y por sobre todo, el ayuno nocturno; lo tenían estresado.

--¡Saberlo montar es que nunca se diera cuenta, imbécil!--espetó el otro, mirándolo con verdadera decepción.

--Vamos Kanon, tú, el hombre que desecha parejas como si cambiaras de ropa interior. ¿Con que moral vienes a reclamarme?

--¡Porque no he conseguido un Shaka, por la reverendísima madre que nos pario, Saga!

--¡¡No insultes a nuestra madre, Kanon!!

El menor terminó sacudiéndose la cabeza con ira, desviando la mirada antes de verdad cerrar la discusión a los golpes. Saga lo miraba de reojo realmente molesto y aún así, comprendiendo su molestia. A pesar que al inicio Kanon le decía que era una verdadera locura y que Shaka no le agradara, conforme el tiempo se convirtió prácticamente su hermano mayor, haciendo maromas para sacarle una sonrisa al rubio y soportando con juegos cada golpe bajo del hindú. Shaka disfrutaba su compañía y Kanon era como su compañero de juego a la hora de ser mordaces criticando a otros, mientras que Saga buscaba encontrarle el lado bueno.

Admitió que en algún momento la cercanía de su hermano a Shaka lo llenaba a de celos y que, maliciosamente, ambos lo sabían y se aprovechaban de ello solo para molestarlo. Luego comprendió que lo que Shaka veía en Kanon era solo el cuñado con quien se podía detener a destrozar cualquier espécimen que cayera en la mala fortuna de ser analizado por él. Kanon remataba sus críticas con comentarios hirientes y mordaces. Juntos eran capaces de destruirle la autoestima a cualquiera. Por ello, cuando ocurrió lo inevitable no le extraño ver que su hermano se opusiera tan determinado.

--Si me enteré fue porque por curiosidad abrí el sobre amarillo que estaba sobre su mesa de noche, ahora que fui a buscar unos papeles que le había pedido--explicó Kanon con voz turbia, mirando a un lado--. ¡De ser por él se traga todo maldita sea sin decir una sola palabra!--hubo reproches en sus palabras, reproche que comprendía--. Y en cuanto lo vi fui a verlo y preguntarle que estaba pasando y ¡¡¡el muy idiota sólo atinó a decirme que no era mi maldito problema!!!

--No lo es…--sentenció el mayor sin subir la mirada.

--¡¡¡MALDITA SEA!!!--golpeó con fuerza el escritorio--. ¡Si no es porque lo veo, no me entero sino hasta que lo dejas! ¡Y él es tan orgulloso que ni ayuda pedirá!

--No tiene porque hacerlo, no dividiré bienes, no pienso dejarlo en la calle y es una persona que puede valerse por sí misma perfectamente.

--Pensé que era parte de ustedes, ¡¡Mierda!!--se levantó con verdadera indignación, cerrando sus puños con fuerzas--. Saga…--reprimió sus ánimos de gritar, insultar, maldecir. Sus esmeraldas estaban turbias, realmente dolidas. La separación le ardía hasta la médula--. No cuentes conmigo para esto.

--Hablas como si lo amaras…

--¡No tengo que querer tumbarme a alguien a la cama para saber apreciar la clase de persona que es! ¡Lo que te ha dado! ¡Lo que han vivido! Por años tu relación con él fue como el modelo de lo que yo debía buscar…--suspiró, intentando mantener la voz--. Al menos dime… dime porque lo vas a dejar…

No hubo respuesta…

Aún no tenía respuesta…

Saga recordaba esa conversación mientras estaba encerrado en el auto, ahogándose con el olor de cigarro que fumaba con labios temblorosos por el frío. Podría devolverse al local y esperar que la nevada terminé, pero no tenía ánimos de regresar a ese lugar que le traería de nuevo la imagen de Shaka destrozado por la insipiente separación.

Por ello el auto era el lugar más cómodo donde esperar que la ventisca se calmara un tanto, mientras fumaba el resto de la caja de cigarro que había comprado antes de ir, sabiendo que luego de cumplir con la cena, iba a terminar así, con ansiedad, deprimido, como si hubiera dejado la mitad de su vida a un lado. ¿Por qué lo dejaba? Aún ni estaba seguro del porque. Sentía más bien que era la respuesta a lo que el rubio esperaba de él. Es decir, que ya siendo descubierto en su traición no habría forma que Shaka lo perdonara. ¿Quizás le hacía el favor? Estaba ya confundido y el frío sólo hacía exasperarlo.

Con rabia por su descuido en la revisión de su auto, que lo llevó a estar varado en semejante circunstancias, Saga abrió el cajón en el asiento del copiloto buscando la planilla donde solían marcar los días de servicio. El último servicio había sido realizado 5 semanas atrás… Shaka se había encargado de ello… Todos los registros era de Shaka.

¿El había tenido que prestar atención a detalles como esos? Realmente no. Desde que Shaka había llegado a su vida dejó de lado los detalles y se enfocó en las nuevas metas, lo general, lo que había que alcanzar. Shaka era quien estaba pendiente de a qué hora le tocaba los medicamentos si estaba enfermo, cuando había que pagar los servicios, ingresar un paragua o impermeable en época de lluvia, una botella de agua mineral fresca y bloqueador solar en verano, estar pendiente de si había acabado la barra hidratante de labios ya que gracias al frío de su oficina solía agrietársele…

Detalles…

Cientos de detalles…

Shaka eran millares de detalles, detalles que en algún momento le parecieron curioso y que a través del tiempo, se convirtieron en rutina. Detalles donde ya todo se había convertido en el ciclo de un manual de procedimiento que era seguido a la piel de la letra.

Ni un margen de error… y Saga quería errores.

Saga quería ver al Shaka que se frustraba cuando las cosas no salían bien, al Shaka que hacía muecas de enojo estrujando su punto central, mostrándole la ira a través del brillo de sus celestes pupilas. Añoraba al Shaka que no era perfecto, al Shaka que se permitía arranque de iras, al Shaka que algunas veces dejaba de lado los deberes, las deudas, los compromisos, y se dejaba llevar por la pasión.

Pero ese Shaka desapareció conforme a los años.

No importaba cuanto mutaba, Shaka conseguía mutar con él. Sin importar como cambiara sus gustos, dejara el beisbol para ahora seguir el futbol, cambiara de diario para la lectura, incluso de su rutina matutina… Shaka se acoplaba y todo volvía a la absurda rutina.

El día que Saga lo vio llorar de ira y le dijo que no lo hiciera más, así lo hizo…

El día que dejó de gustarle el café con azúcar, dejó de hacerlo.

El día que le dijo que el color malva le sentaba bien, empezó a incorporarlo en el armario.

Entendía que lo que Shaka buscaba era complacerlo, hacerlo sentir bien, cómodo, seguro… Pero Saga había perdido el sabor de aventura, de conquista, de persecución. Estaba tan atado a él, que empezó a asfixiarlo.

Al final tanto amor terminó hartándolo.

¿Tenía Shaka culpa de ello? ¿Tenía Saga culpa de reaccionar así? No estaba seguro… quizás y eran de ambos… de Saga al dejar todo en sus manos… de Shaka al tomarlo todo sin preguntar…

Convirtiendo la dulce caza que representaba su relación, en un circo de guiones repetitivos donde todas las noches, sin chistar, debía cumplirse al pie de la letra.

Hasta el sexo empezó a tener horario para ambos…

Una bocanada turbia de humo blanco empañó el vidrio del auto. Sin darse cuenta, estaba llorando. No fueron meses, fueron años… No fueron solo años… era casi una vida para él. Arrancarlo de esa forma no era fácil y verlo a él decidido a no pelearlo le dolía más… ¿Acaso esperó un: “quédate conmigo”? Se sonrió sarcástico ante tal descubrimiento…

Un quedarte conmigo… un mero detalle que quizás hubiera cambiado el final de la noche, quizás hubiera desviado la dirección de su decisión.

Un quédate conmigo que demostrara vulnerabilidad… esperanzas quizás… Un quédate conmigo que le diera indicio de que Shaka era capaz de mancillar su orgullo por tenerlo al lado… verlo por una sola maldita vez, tragándose el orgullo desmedido y quebrarse buscándolo… buscándolo…

Un quédate conmigo que lo atará a él…

Nunca llegó…

El golpe seco en el volante. Ya no había vuelta atrás. El Shaka que conoció siempre había sido así… y si había significado una curiosa gema extraña, dejó de serlo en cuanto lo conoció a plenitud. Dejó de serlo en cuanto se empapó de él… el sabor dejó de serle inexplorado… como quien se acostumbra a un sabor hasta despreciarlo…

Lo curioso… es que ahora tendría que aprender a vivir sin él… sin todo ese cumulo de detalles que al principio buscaba rehuir… ahora significaba un tanto de cosas que se había convertido en su diario vivir. Un estilo de vida impregnado de Shaka… esa hoja de servicios era la muestra de ello. ¿Cuánto puedes llegar a detestar lo que una vez amaste? ¿O simplemente, no quererlo de la misma forma de antes? ¿Era que ya no lo quería?

Si era así, ¿Por qué dolía…?

El móvil sonaba… la tormenta aumentaba… él no quería contestar.

El timbre lo había reconocido, debía ser su nueva pareja preguntando por él… pero él no quería hablar, ni decir, ni siquiera estaba seguro de poder entender cómo se sentía.

Reconocía que cuando conoció a esa otra persona, el olor a nuevo le embruteció. No supo como terminó ya enredados entre sábanas, pero era un dulce prohibido que le permitía ventilar mejor la rutina de casa, una forma de escape… si, la salida más corta y segura para no asfixiarse en el perfeccionismo.

Y empezó a pasarle factura.

Los te amo le sabían tan amargos con solo querer decirlos, que dejó de confesárselo.

Los te extraño no tuvieron razón alguna si en cuanto salía de casa era pensando en cómo escaparse con esa otra persona y buscar no ser encontrado.

El juego a escondida lo cegaba de la realidad… la culpa había impedido que las muestras de cariño siguieran siendo escuchadas por su esposo… Se sentía muy sucio internamente como para destinarle un te amo a alguien a quien deliberadamente engañaba y en un momento… tocarlo se volvió una penitencia…

Detalles…

Saga se había olvidado de esos detalles…

De nuevo sacó el sobre con los documentos listos a ser firmado, aquel que no pudo darle al final por cobarde. Era momento de dejar la cobardía a un lado. Buscar otro momento sería atrasar y alargar la dolorosa ruptura. Era el ahora o nunca. Esa noche parecía clamar que terminara de clavar el puñal, tal cual como Shaka se lo había pedido, de un solo golpe, muerte súbita.

Secó sus lágrimas, con un pañuelo que Shaka le había regalado hace tres años, perfectamente perfumado…

Era hora de acabar con esos 8 años de amores.

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