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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Luego del enfrentamiento con Simmons, Shaka ha decidido permitir que Saga entre a su apartamento y tomé su cuerpo. ¿Qué es lo que busca con esta acción? ¿Estará Saga preparado para las consecuencias?

Los besos atravesaban su cuello, subían hasta su mandíbula y de nuevo poseían con pasión indecorosa sus labios. Y se dejaba hacer, se dejaba engullir por la ansiedad atrapada por parte del abogado, esas manos que sin piedad estrujaban sus glúteos sólo cubiertos por la sensible tela, mientras que sus propias manos quitaban de su paso el abrigo, dejándolo caer en el piso de su apartamento.

Besos, uno, cientos… eran respondidos con las mismas ansias mientras peleaban con la camisa que aún vestían al abogado y este a su vez palpaba la extensión de la espalda nacarada, disfrutaba con verdadero éxtasis la piel que tenía así, frente a él, a su paso. Y labios se desviaban de la boca para llegar al oído, decirle cuánto había deseado ese momento, cuánto lo anhelaba.

Que lo quería…

Y ante esa frase Shaka se mantenía en un silencio mortal.

Vacío…

Mientras con sus manos convertía esas declaraciones de amor en sólo gemidos de placer, hallando espacio para corromper las tetillas del griego, hacerlo temblar hasta de nuevo atrapar con sus dientes sus labios… Callarlo.

No quería declaraciones, no quería promesas, no quería escuchar palabras que le dieran indicios de que eso era más que sexo.

No quería abrir su corazón…

Las manos entonces hablaban mejor mientras el beso se concretaba con fuego pasional. Los dedos se internaban dejando abandonadas las telas, sacando la camisa, desabrochando el pantalón, internándose hasta hallar lo que buscaba. Hacerlo jadear… hacerlo gemir… quitarle la cordura…

Sacar sólo la parte más animal…

Y recordar…

Aquella mañana que fue llamado del salón de clase hasta las autoridades y contempló el rostro inflexible de una de las máximas cabecillas del centro administrativo de la UCL. Las canas en su cabello, las arrugas en su faz, una barriga que era matizada por el traje, sentado de forma holgada en el asiento, mirándolo con lascivia. Las palabras dichas, la forma en que escrutó su cuerpo cubierto elegantemente, le sonrió relamiendo sus labios y diciéndole que no esperaba menos de él, uno de los más fascinantes especímenes de la alta sociedad de Londres. “No puede haber belleza e inteligencia” Recordó que le dijo “La perfección no existe, siempre hay otras formas de llegar a ella, ¿no Shaka?” Y ciertamente no comprendió sus palabras, hasta que sin mediar le hizo ese pedido que le revolvió las víscera.

Y odió, maldijo, escupió sobre la faz mórbida de ese hombre y su flácida hombría.

Y aquel sacó las pruebas, amenazó, le dio a entender que no tenía otra opción. La carrera de Simmons, la suya propia, el orgullo de su padre en manos de fotografías y una cinta donde se escuchaba los potentes gemidos de él… “Gimes muy bien…” aquel halagó “gime así para mí…” prácticamente ordenó.

Más no cedió. Rechazó, prefirió afrontar las consecuencias. Salió sintiendo las miradas pulsarlo, comprendió que ya todo estaba a la luz. Escapó de esas miradas entrando al baño y allí…

Allí entre varios lo golpearon… allí le recriminaron… allí estuvieron a punto de violarlo.

Ahora con el cuerpo sobre el mueble de fibra de madera trenzada, meciéndose al compás del movimiento de ambos cuerpos, sólo Shaka sentía los labios del abogado marcando su pecho; muy distante de sí. Con sus manos mantenía la vista del abogado lejos de su rostro, le gemía mecánicamente, lo golpearía con todo…

Asustado logró salir de ese baño con toda su ropa manchada y hecha jirones. Afortunadamente había logrado defenderse a tiempo, aunque las magulladuras en sus brazos y hombros seguían visibles y cojeaba de una pierna debido al esfuerzo. Salió humillado de la enorme UCL y a la vista de todos donde ni uno sólo le extendió la mano.

No… estaban más preocupados tomando fotografías con sus cámaras, grabando el momento, para ser puesto en la internet, mofarse ellos en el sitio donde todos los chismes de la universidad eran publicados. Montón de imbéciles, gente sin cerebro que en la mayoría compraban sus títulos y vivían sólo para estar al pendiente de la vida del otro, ver como pisotearla, en busca de algo que definitivamente le faltaba la suya.

Ellos no comprendían que era amar… no como Simmons le había enseñado.

Y estaba dispuesto a pelear con el mundo, confiando que Simmons estaría con él. Lo primero que hizo fue tratar de comunicarse con ese hombre, viendo que siempre caía el contestador; luego, simplemente estaba fuera de servicio. Llamó directamente a su apartamento y nadie respondió. Llamó a su padre para decirle que antes de ir a la universidad hablara con él, y no pudo comunicarse. Llegó a casa, alarmando a la servidumbre al verlo entrar con los golpes en el rostro, su ropa hechas trizas. Su madre preocupada fue hasta su habitación, preguntó que había pasado. Más él no podía hablar, aún no, primero debía decirle a su padre, primero debía comunicarse con Simmons, primero…

—Sha…

Lo hizo callar. Le tomó del cuello para volverlo a besar y así sabotear el intento de detenerse de Saga, leído en sus pupilas. Tomó su espalda entre sus manos, movió sus caderas, como una culebra enredándose en el cuerpo de aquel, haciéndolo sentir todo en plenitud y así demostrarle, demostrarle que él… él era igual…

Igual a todos los otros que se ha conseguido en su vida…

O más bien, intentaba convencerse a sí mismo que era así.

Cuando su padre llegó, intentó explicarle, se levantó cojeando, se le acercó… un golpe seco y luego un empujón que lo lanzó a la pared del pasillo. Antes de poder reaccionar sus cabellos dorados fueron tomados por las manos de su padre hasta empujarlo por las escaleras y rodar hasta la otra pared. Su madre gritó, intentó acercarse, le reclamó a su esposo el trato y entonces… las acusaciones… el rostro de espanto de su madre, las manos delgadas llevadas con horror a su cara, los ojos azules maternales mirándolo pidiendo que lo negara… que lo negara…

Y no lo hizo.

—Sólo fuiste el agujero donde Simmons disfrutaba. Una perra en celo que usó para saciar su lujuria—no, no lo era, estaba seguro que Simmons lo amaba—. ¡No permitiré que nos manches de esta forma! Eres varón, ¡y serás varón! Arreglaremos un matrimonio cuánto antes, te llevaremos fuera de Inglaterra antes que los rumores sigan esparciéndose—no… no lo permitiría. Ese no sería él. ¡No seguiría lo que dijera la sociedad!

—No lo haré—decidió—. Este es quién soy, su hijo, ¡Shaka Wimbert!—confesó levantando su mentón con orgullo—. Y amo a Simmons, sé que él a mí, sé que…—el rostro de su madre, petrificado…

El semblante de la orfandad…

—Madre…—el ruego—. Madre, compréndeme—la mirada que se desvió…

Desconocido…

Abandonado…

—Yo tuve un varón—la sentencia enlodada en llanto—. ¡Yo tuve un varón!

El corazón destrozado, la soledad palpitante… orfandad…

—Te sacaremos de aquí, te alejaremos de él—ojos dorados que ya no veían con orgullo… lo observaban con asco, como un enfermo al que debían alejar de la sociedad hasta curarse de la peste—. Te casaras, ¡me darás hijos!

Y negó la máscara, la farsa, el “antídoto”.

Caminó entonces bajando las escaleras. Los gritos de su padre amenazaban con seguirlo golpeando, matando, hiriendo. Condenó su existencia al filo de la puerta. Le dijo que en cuanto saliera de la casa su hijo moría.

Le dijo que Simmons ya había partido… y no le creyó…

Dejó su hogar con la esperanza de ser recogido por los brazos del hombre que amaba y este, ya sobrevolaba muy lejos de las fronteras de Londres.

Por orgullo, no regresó.

Abrió sus ojos azules al constatar que las caricias habían cesado y que en su defecto los ojos del abogado lo escrutaban con evidente indignación.

—Juegas conmigo…—reclamó con su aliento hirviendo.

—Tal como lo pensaba…—murmuró con voz ronca, medio entrecortada por la evidente excitación provocada pero… fría. Saga entrecerró aún más sus ojos—. Eres igual a todos los que me he conseguido. Lo único que esperan de mí es esto—zafiros turbios subiendo su mirada, clavándose en las esmeraldas, sonriéndole con malicia—. ¿Satisfecho Saga? ¿Es esto lo que deseabas no?—manos griegas que se despegaron del cuerpo, lentamente—. Tener por fin a Shaka Espica debajo de ti, gimiendo atolondrado. Para eso me perseguías ¿no?

—¿Te burlas acaso de mí?—espetó enfurecido al tiempo que se sentaba a un lado, sin camisa, con ya el pantalón desabotonado—. ¿Entregándote de esa forma? ¿Cómo si fueras una ramera?—los zafiros refulgieron, aún recostado él en el mueble—. ¡MALDITA SEA!

El griego se levantó echando su cabello hacía atrás, volteando luego para destinarle su mirada más ardiente y airada para él decorador, que con el gesto más inflexible que le pudo dibujar lo observaba aún recostado en el mueble, excitado sí, pero sus ojos se encontraban ausente de brillo.

—¿Por quién me tomas? ¿Crees que haría todo lo que hice por una maldita revolcada? ¿Investigarte? ¿Acompañarte? ¿Buscar que…?

—Me han ofrecido autos, casa, hasta hubo una mujer que me ofreció una isla privada, Saga—interrumpió el rubio, sentándose en el mueble y reclinándose a su pierna flexionada izquierda, dejando a la vista aún toda su medio desnudez—. Aunque admito que lo tuyo es hasta de temer—siseó, dejando caer su cabello hacía un lado—. Si, enfrentarme a mi pasado era la manera de hacerlo ¿no? Derrumbarme emocionalmente para que al final…

—¡¡MIERDA!! ¡¡CALLATE MALDITA SEA!!

—… al final pudiera tenerme así—se levantó, dio pasos buscando acercarse—. Debo admitir que fue una buena, baja y ruin jugada; que debo declararme perdedor en esta partida y que además—el abogado dio dos pasos más hacía atrás, con fuego que escupía de sus esmeraldas—, me confié.

—No te acerques más o terminaré golpeándote, Shaka—amenazó el abogado con voz ronca, cerrando sus puños, el rubio se detuvo ante la advertencia.

—¿Qué sucede?—indagó con falsa inocencia—. ¿No es esto lo que querías? ¡Ganaste Saga!—una alabanza teñida del más descarado sarcasmo—. Ven y toma tu premio, ¡ven y toma mi cuerpo! ¡Y de una maldita vez déjame seguir mi vida en…!

El golpe de su espalda a la pared, las manos del abogado sujetando con fuerza su rostro, todo aquel cuerpo griego sobre el suyo aplastándolo contra la fría pared de concreto. Esmeraldas que estaban encendida en fuego insano, dolidas, burladas, indignadas… furiosas. Ante el ataque el rubio sólo cerró parpado y esperó el golpe, el beso, o lo que fuera lo que viniere; más no fue así. Abrió sus ojos marcados de un sufrimiento encerrado por años, de maldiciones, de orgullo arraigado; para notar en aquellas esmeraldas la más profunda pena, lastima… misericordia. Mordió sus labios con rencor, detestó en el fondo de su alma esa mirada.

—¿Tan débil eres, Shaka?—el mar que se tragaba cada piedra, la llevaba a las profundidades…—. Te conté mi historia, la de mi hermano; no eres el primero ni el último que ha tenido que pasar por el abandono. Mi hermano abandonó la casa, ¡se forjó un futuro con sus manos!—le gritó, como el sonido de las olas que se tragaban cada escombro que caía sobre ella—. Pero lo ha superado, incluso yo con todos mis errores lo he estado superando. ¿Qué maldita sea es lo que te detiene a ti, Shaka?

—No compares tu vida con la mía. ¡Jamás será igual, Saga!

—Dame tus razones. ¡Dime la diferencia!—reclamó bajando sus manos a los hombros del decorador, manteniéndolo clavado contra la pared. Los ojos azules lo veían con rabia impresa—. Te lo he dicho… dame las evidencias o tendré que ir a desenterrarlas ¡así sea en Inglaterra!—irises azules que pasmadas se mostraron abrumadas. La ira que teñía sus mejillas nacaradas, era evidente, que el rio golpeaba con todas sus fuerzas, aunque el mar parecía tolerarlo muy bien.

—¡Eres un maldito, Saga!—escupió por fin, con el dolor que empezaba a gangrenar todo su temple—. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que buscas ¡maldita sea!?

—Quiero tu verdad. Vine aquí a buscar tu verdad, ¡no tu cuerpo, Shaka!

Hubo silencio… tensos minutos de silencio.

El agua seguía cayendo, aún había escombros que debían golpear sus aguas. Aún más. Lo delataba el respirar ahogado, turbio, esa pesadez con la que sus pulmones se llenaban de aire y trataban de tomar el oxigeno. Turbia… turbia su respiración, su mirar, el movimiento vibrante de sus labios mordidos, el de su piel enrojecida en sus pómulos.

Turbio el drenar de su sangre, el vacio de su estomago, las señales de sus neuronas….

Turbia su alma, golpeada, abrumada, cansada, herida…

—Mi historia… mi verdad… jamás puede ser comparada con la tuya y la de nadie, Saga—murmuró—. Ninguna historia es igual a la de otro; todas las casas son distintas, por muy iguales que puedan ser su fachada, el interior y todo lo que han atestiguado es distinto—las manos del abogado que se separaron, dándole espacio, viéndolo con los puños cerrados y temblando conteniendo dentro de sí aún la tormenta que lo ahogaba—. Por eso, cada trabajo para mi es distinto, cada casa es particular y especial. Me he abocado a ellas como lo hubiera hecho en la vida de los dueños si Simmons no hubiera aparecido en mi vida, si no me hubiera enamorado tan idiotamente.

Su mirada al suelo, el cabello tapando su rostro, su cuerpo semidesnudo sosteniéndose en la pared, como un muñeco de barro que se iba derrumbando por fin ante la inclemente lluvia o el riachuelo que pasaba por sus bases y cercenaba su estabilidad. El abogado lo observaba, expectante ante la declaración del acusado en un juicio.

—De igual forma, cada dueño tiene una forma distinta de convivirla, de cuidarla y de mantenerla. Cada casa guarda una historia, ruin, siniestra, dulce o incoherente. Cada pared es testigo mudo de silencios, de peleas, de gritos y de gemidos, Saga, ¡Jamás vuelvas a compararme!—levantó su mirada orgullosa—. Tal vez para ustedes todos los criminales son parte de un molde, un patrón de conducta, y sí, quizás la piscología les ayude a armar esos estándares y a catalogar a cada convicto con uno de ellos para entender sus motivaciones, Saga. Pero, esto es muy distinto—zafiros afilados, palabras pensadas para hacerse entender—. No puedes pretender que un trabajo de yeso soporte igual los mismos golpes que la cerámica, que la madera, que el cemento. No puedes pretender que el hierro como material soporte el mismo peso que el aluminio, que el acero o el bronce. Cada material tiene sus características, cada una de ellas reaccionan de forma distintas a cada uno de sus procesos y los humanos, Saga, los humanos somos sólo un conjunto de experiencias, creencias e ideas que nos forman para ser lo que somos y no obligan a actuar como actuamos.

Tomó aire, echo su cabello hacía atrás mientras cerraba sus ojos ordenando sus ideas. Exhaló con un temblor en su garganta el aire, y volvió a abrir sus parpados, mostrar sus zafiros.

—Quizás, tú hubieras reaccionado distinto. Quizás, tú lo hubieras superado ya… o más bien, no hubieras logrado a hacerlo. ¿Cómo saberlo?

—Si me preguntas de superar el abandono de Simmons hace seis años, lo hubiera hecho…

—No seas idiota, no es eso. No se trata de eso—se enderezó, se preparó para declarar su testimonio—. El día que todo se supo en la UCL el máximo directivo de la facultad me ofreció su flácido pene para que se lo lamiera—parpados que se abrieron abrumado, el verde de sus pupilas que centellaron ante la verdad—. Gemir para él, eso era lo que quería, era el precio del silencio supuesto para salvar la carrera de Simmons, la mía propia, mantener intacto el orgullo de mi padre. Por supuesto que me negué—su derecha en su pecho, señalando su corazón con orgullo—. Tengo dignidad maldita sea, y aunque no hayan creído que todo lo que alcancé en mi carrera académica dentro de la facultad no tuvo nada que ver con las veces que me acosté con Simmons, jamás me rebajaría y ¡mucho menos antes ese imbécil!—zafiros que se endurecían—. Cuando salí de la oficina fue para darme cuenta que todo era una farsa, ¡ya todos lo sabían! Escapando de las miradas entre a uno de los baños donde entre casi diez intentaron violarme, me golpearon, me defendí y huí de la UCL como si fuera un maldito perro callejero. Para cuando llegué a casa, por mucho que intenté explicarle a mi padre no le importó lanzarme de las escaleras aún aunque ya estuviera cojeando y herido por lo ocurrido en la universidad.

—Te botó de casa—asumió con dolor el abogado. El rubio más bien sonrío, con ironía.

—No… yo decidí irme—las esmeraldas permanecieron clavadas en él—. Cuando mi padre dijo que Simmons ya no estaba en Inglaterra no le creí. Le juré que él me amaba, le juré que lo nuestro si era en serio, que yo no fui utilizado por él y que muy a pesar de mi orientación sexual seguía siendo su varón. Él insistió lo contrario, e incluso propuso sacarme del país y casarme con alguna jovencilla para que le diera sus adorados nietos. ¡Maldita sea!, creí en Simmons, creí tanto en él que me enfrenté a mi padre—iba dibujando el escenario, armando conjeturas, uniendo las piezas. Orgullo—. En cuanto escuche a mi madre gimiendo un “yo tuve un varón” supe entonces que jamás me perdonarían, que me verían como un enfermo… porque si ella tuvo un varón… ¿¡Entonces que maldita sea soy!?—Calló un segundo, recuperó el aliento, subió su mirada de nuevo—. Me fui confiando en que encontraría a Simmons, que cumpliría su promesa. Yo estaba seguro de ello, me entregué a él creyendo que me pertenecía, que todo eso que había prometido se cumpliría. Y así, así le demostraría a mi padre que yo no estaba mal, que no me equivoqué, que yo…

—Pero si te equivocaste—acotó el griego, comprendiendo—, por eso no regresaste.

—Regresar era demostrar que estuve en un error durante dos años, que yo mismo era un error, que esto que soy, lo que siento, mis gustos, todo era un maldito error. Regresar a su vez era admitir que estaba enfermo, que debía aceptar lo que la sociedad imponía—al final entendiéndolo—. Y mi padre me enseñó a jamás retroceder, jamás mirar atrás. Si te caes, te levantas y sigues caminando. Si te duele, muerde los labios y sigues caminando. No pidas ayuda, no muestres debilidad, los hombres debemos aprender a forjar nuestros caminos en base a nuestro propio puño, nuestro sudor y que las lágrimas sólo sirvan para preparar la tierra donde sembraras—seguir adelante, no mostrarse vulnerable, antes que retroceder…—. Por ello huí y me forjé mi propio camino. Llegué aquí, me hice de un nombre y rechacé a hombres y mujeres que como tú se olvidaron que sólo soy un decorador de interiores y que lo único que me interesa es decorar su maldita casa, que ven más allá de mis talentos y mis habilidades, sólo les interesa mi cuerpo y saciar su lista de amantes conmigo en ella—levantó su mentón, lo miró con severidad—. Yo no me vendo… ni dejaré que una aventura más vuelva a destruir lo que con tanto esfuerzo he forjado durante seis años.

—¿No te arrepientes?—el rubio meneó la cabeza.

—Nunca me buscaron, supongo entonces que su hijo si murió el día que crucé esa puerta para correr tras Simmons. Pero no importa, seguiré mi camino… y quizás…—mordió sus labios—, más adelante ellos… se arrepientan al verme lejos… y puedan decir aunque sea a sus adentros, porque conozco tan bien a mi padre que sé, que jamás lo admitiría; que están orgullosos.

Hubo silencio, cómplice, aquel donde se daba una aceptación a sus palabras y se declaraba que ya todo estaba dicho. Todos los escombros habían caído y el mar se encargaba de tragárselos…

Silencio donde Saga por fin veía la verdadera figura del hombre frente a él…

Y terminó queriéndolo más.

El abogado finalmente se acercó, lo tomó por la cintura, buscó los tenebrosos labios y besó. No recibió respuesta más que el temblor de los delgados labios, la incriminatoria mirada azul que lo condenaba más no se oponía. Después de todo, para eso él había permitido que entrara a su apartamento, era eso lo que le había ofrecido. Shaka le había brindado su cuerpo para que lo dejara en paz y veía, con dolor, con rabia y resignación, que el abogado por fin lo iba a tomar.

—¿Dónde está la habitación?—señaló el pasillo tras ellos. Con una sonrisa el abogado de nuevo apresó los labios mientras lo iba empujando, poco a poco, hasta la alcoba.

Shaka lo aceptó, esperando que así terminara la pesadilla, que así dejara de buscarlo y él pudiera seguir su camino, desviar su cauce del mar hasta volverlo a evadir y continuar… lejos, muy lejos de él.

Por mucho que doliera la soledad, la prefería a volver a confiar en promesas, vanas promesas; en intenciones, vagas intenciones. En planes, planes infructuosos que caerían en cuanto la sociedad impusiera su molde y los humanos, como humanos, se adaptaran a ella.

Ya se había resignado a una vida de sexo esporádico para satisfacer sus necesidades y seguir caminando, construyendo, escalando. Sin nadie al lado con quien compartir penas, porque jamás lo necesito. Sin tomar manos de amistad, porque jamás esas estarían en el momento adecuado. Él y sólo él… con su orgullo; lo único que mantenía intacto de su vida como Wimbert.

Se dejó caer a la cama entre besos acompasados, sin oponer resistencia. Cerró los ojos y se dedicó a simplemente tomar lo que le ofrecían, al menos una vez ese cuerpo, aunque fuera por la vil excusa del sexo casual. Ya no importaba, para Shaka era más imperioso huir del magnetismo del mar antes de, ahora que le abrió la puerta de sus frustraciones, lo dejara entrar a ella para habitar su casa y atarse para siempre.

Las sábanas se apartaron y su cuerpo era acomodado en medio de caricias, caricias dadas con una veneración tal que asustaban, asustaban porque clamaban por penetrar al alma y marcarlo para siempre, de nuevo, como Simmons una vez lo hizo. Y no podía permitírselo… peleaba consigo mismo para que su cuerpo no recibiera esa suplica interna de su corazón que le instaba a amar.

No quería amar…

Amo una vez y lo perdió todo… no volvería a arriesgarse… no…

Abrió parpados impresionados al sentir que era cubierto por las sábanas, que los besos habían cesado, que las esmeraldas lo observaban con la misma impresionante firmeza y determinación incapaz de evadir.

Lo sentenciaron.

—“Tienes de derecho de guardar silencio. Cualquier cosa que digas puede y será usado en tu contra en mi juicio. Tienes el derecho de hablar con un abogado y si no puedes pagar un abogado, te será asignado uno a costas del Estado”—recitó la declaración de Miranda, ante el perplejo semblante del hindú—. No me compares—le increpó, con el mismo tono que Shaka le había exigió esa orden minutos atrás—. Quizás las intenciones de otros en el pasado fueran esas, pero no son las mías. No soy igual a ellos—ablandó su semblante—. Que tengas buenas noches.

Dejándolo sin habla, se retiró.

Perplejo, se sentó en la cama y lo vio partir.

Una mano pasando por su cabello rubio, la otra sujetando su pecho con fuerza, sus piernas flexionándose, su frente rozando sus rodillas…

Un clamor…

—No latas así…—una súplica—. No latas así…

Y mientras Shaka peleaba de nuevo, cada vez con menos argumentos para detener su sentimiento; Saga salía del departamento, realizaba una llamada… esperó que le contestaran. Ordenó.

—Averíguame todo sobre Radamanthys Wimbert.

Notas finales:

Espero les guste este capitulo. Me cotó algo, pero llegué al punto que necesitaba. Muchas gracias a todos los que leen ^^


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