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A Reason To Live por elyon_delannoy

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Notas del capitulo:

¡Hola a todas!

Aquí les dejo otro capitulo pequeñito que me entretuve mucho escribiendo =P

Ya volví a clases y aunque pretendía escribir más capitulos antes de hacerlo, no pude =/ Empece el que sigue, escribí el primer capi del fic paralelo a éste (ese de Aioros y Saga por si a alguien le interesa y que se llama Open Your Eyes) y tambien empece su segundo capitulo...lo que en conclusión, significa que tardaré en actualizar una vez más T_T Es como si mi muso le tuviera alergia a los periodos academicos, ¡huye a la primera señal de estudio!

Espero que les guste a pesar de todo, porque era uno de mis deseos ocultos hacer esto con Kanon, aunque no me propase con él xDD

Besotes!

Elyon

I can't remember all the words

- Entonces… ¿si besaste a Aioros cuando éramos más jóvenes?

- ¡Santo cielo! – susurró Saga, mientras Milo escondía una sonrisa tras su vaso. Camus se limitó a rodar los ojos, sonriendo cuando el mayor alzó la voz exasperado - ¡NO!

Kanon parpadeó varias veces, mirándolo fijamente, como diciéndole que si no entendía, era porque no estaba hablando con claridad. Saga se sujetó la cabeza tomando aire; era la quinta vez que repetía lo mismo.

- Besé a una de las doncellas…a la que le gustaba Aioros…delante de Aioros. Sólo para fastidiarlo – Kanon continuaba mirándolo sin comprender - ¡No besé a Aioros, besé a la doncella! ¡Fue tu estúpida idea! ¿Cómo puedes no recordarlo?

Los labios de Kanon se curvaron en una sonrisa idiotizada, mientras bebía el último sorbo de vodka y jugo de naranja de su vaso.

- Aioros no te habló en una semana.

- Y eso es todo lo que recuerdas…- resopló Saga.

Milo rió, siendo imitado al instante por Kanon, que palmeó la mesa frente a él, indicándole que le sirviera otra copa. Milo intercambió una mirada cómplice con el gemelo mayor y sin esperar señal alguna, dejó un corto de tequila y un trozo de limón frente a Kanon.

- Lo siento, te acabaste todo el vodka.

Kanon no le dio importancia y se tomó el tequila de un trago, golpeando la mesa al bajar el vaso.

- No recuerdo la última vez que bebí así…

- A de haber sido una noche esplendida, entonces – le interrumpió Saga, sorbiendo su propia bebida.

- Así debe haber sido…- masculló su hermano, tratando inútilmente de hacer memoria -…porque, honestamente, no recuerdo nada.

Milo le puso, entonces, otro trago enfrente, divertido con cómo se estaban dando las cosas. Saga lo pateó por debajo de la mesa y Camus le dio un disimulado codazo en las costillas.

- ¡¿Qué estás haciendo? – susurró Camus, con una voz apenas audible para que Kanon no lo escuchara. Con una mueca de disgusto, Saga parecía hacerle la misma pregunta desde el otro lado de la mesa.

- Aún no está suficientemente borracho para intentar preguntarle algo – Milo se acercó a Camus para hablarle al oído, con el fin de no levantar las sospechas del otro gemelo – Confía en mi.

- Oye, Milo…- dijo Kanon, mordisqueando la cáscara de limón como si fuese una tarea de vida o muerte - ¿Por qué no dejas de hablarle sucio a Camus y traes algo de comer? Tengo hambre.

- ¡Amigo! ¿No ves que estoy tratando de ligarme al francés? – bromeó Milo, mirando al griego de reojo, como si estuviese molesto. Una sonrisa ladeada arruinaba su puesta en escena. Se volvió a Camus susurrando – Un par de tragos más y es todo nuestro.

Camus le devolvió una sonrisa dulce. Una sonrisa que para Milo resultaba horrorosamente escalofriante, conociendo a Acuario como le conocía.

- No te aproveches de la situación, Milo, te lo advierto.

El joven griego asintió con vehemencia y se puso de pie para salir en dirección a la cocina, no sin antes darle un manotazo en la nuca a Kanon, lo que significó varios improperios por parte del gemelo.

- ¿Cómo es que alguien como tú puede llevar tanto tiempo saliendo con Milo? – preguntó de improviso Kanon.

- Con mucha paciencia – contestó Camus, sirviéndose otra copa de vino – Y botellas y botellas de vino – agregó, medio enserio, medio en broma.

Saga, que se había mantenido en silencio todo ese tiempo, observaba sorprendido las acciones de su gemelo. Lo veía reír como un niño, secuaz en las bromas de Milo, jugueteando con los restos de limón como si no los hubiese visto nunca, contando cosas que habían sucedido en el Santuario de una forma en que las hacía parecer situaciones completamente nuevas. Tenía los ojos llorosos tanto reír y las mejillas ligeramente sonrojadas a causa de la risa y el alcohol.

Paseó sus ojos repetidamente sobre la mesa. Había dos botellas de vodka vacías, que entre Milo y Kanon - con muy poca ayuda por parte de Camus - se habían encargado de hacer desaparecer. Tres cartones de jugo de naranja en las mismas condiciones, una botella de vino de la que sólo habían bebido él y Camus – él aún no terminaba la primera copa – un platillo con sal, unos cuantos maníes esparcidos por la mesa, únicos restos del pocillo que su hermano había devorado en segundos. Trozos de limón, vasos vacíos y una botella de tequila a medio camino de terminar igual. Cuando Kanon tomó la botella de tequila y sirvió shots para los cuatro, Saga lo miró incrédulo. No podía creer que su hermano aún estuviese tan lucido; pareciendo más torpe que de costumbre, pero lucido al fin y al cabo.

- Y pensar que tuve que arrastrarlo hasta aquí – rezongó para si mismo.

- Toma – le dijo en ese momento Kanon – Para que se te quite la cara de amargado.

Ambos gemelos se sostuvieron la mirada un par de segundos, Saga sabiendo que su hermano lo desafía a beberse el tequila puro y sin chistar. El mayor de los gemelos nunca había sido muy dado a beber en exceso y Kanon solía mofarse de ello con frecuencia. En lo que pareció un silencioso acuerdo, los gemelos tomaron el vaso al mismo tiempo y engulleron su contenido de una sentada.

Saga hizo una mueca de disgusto al sentir el fuerte alcohol quemarle la garganta y casi con desesperación, tomó el trozo de limón que Kanon le ofrecía, riendo impertinente.

- Eso te pasa por beber vino. El vino es para las niñas – dijo con sorna el menor, tomando el shot que había servido para Milo, en vista que Camus había decidido necesitar el suyo. Volviéndose hacia éste último, agregó – Sin ofender.

Justo en ese momento, Milo volvía trayendo consigo una fuente de galletas.

- Que no sepas apreciar el vino no es culpa de ellos – dijo el escorpión, dejando la fuente frente a Kanon y encaminándose a una de las estanterías que se ubicaban del otro lado del cuarto.

- No necesito apreciar el vino cuando pudo disfrutar de esto – contestó el gemelo, sirviéndose otro shot.

Saga sentía unas ganas irrefrenables de quitarle la botella a Kanon y sacarlo de allí. Desde un principio sabía que esto era mala idea y satisfacer su curiosidad no era razón suficiente para arriesgarse a que Kanon olvidase poner filtro a sus palabras. El semblante risueño de su gemelo y la forma en que sus frases cada vez parecían tener menos sentido, era suficientemente para perturbarlo. Pronto comenzaría a recordar cosas de su infancia y de allí a que llegara a recriminarle los errores del pasado, había sólo un paso. Y no estaba preparado para ello.

Sin pensarlo, se sirvió otro shot y en menos de un segundo, la desagradable sensación volvía a quemarle la garganta. Si no podía evitar que Kanon hablara más de la cuenta, al menos podría evitar recordar sus reclamos al día siguiente. Claro que necesitaría algo distinto al tequila. Miró a Camus con ojos implorantes.

- Por favor, dime que tienes whisky. Creo que voy a necesitarlo.

- Supuse que lo harías – murmuró el francés sonriéndole y levantándose en busca del mencionado licor. Saga escuchó un carraspeó a sus espaldas y vio a Camus rodar los ojos, por décima vez esa noche, cuando volvía a sentarse frente a él – Está bien…Milo creyó que lo necesitarías.

Kanon dio un gritito de alegría cuando Saga tomó la botella de whisky.

- ¡Ahora si eres mi hermano! – exclamó lleno de orgullo.

- No sabes cómo necesitaba que lo reconocieras – susurró Saga, despacio.

Se sirvió una copa sin pensarlo mucho más y le dio un sorbo suspirando lánguidamente. Sólo los dioses sabían lo que daría por estar en Sagitario en ese instante.


Dos botellas de tequila más tarde y luego de varias partidas de cartas, el ánimo festivo en el octavo templo comenzaba a disiparse.

Saga bostezó sin disimulo, mirando el reloj de pared que colgaba a espaldas de Camus. Eran cerca de las cuatro de la mañana. La conversación que los otros tres entablaban sólo eran murmullos para él a esas horas. Había dejado de escucharlos mucho antes, permitiendo que su mente divagara por asuntos que, de haber estado completamente sobrio, habría evitado sin lugar a dudas.

No se había equivocado al pensar que Kanon no tardaría en ponerse más hablador que de costumbre. Para suerte suya – y para sorpresa también – Milo se había encargado de encauzar sus disparates hacia temas seguros y que terminaron siendo un festín para su alegre hermano. Era como si Milo estuviese al tanto de sus temores y quisiera evitarle el mal rato. No sabía como agradecérselo. Aunque rato después, desistió en sus deseos de hacerlo.

El joven griego había traído a colación un bochornoso incidente donde él era el protagonista y Saga, no habiendo encontrado nada mejor para devolverle el favor, terminó contando vergonzosos secretos de cuando Milo era un crío. Kanon se había reído de ambos hasta quedar sin aire, doblándose sobre la mesa para ocultar las lagrimitas que la risa le provocaba.

- Estás disfrutando demasiado todo esto – le había dicho Saga a Milo, apuntándolo con un dedo acusador, pretendiendo que con eso el muchacho dejara de aprovecharse de la situación para mofarse de él.

Camus había mirado de uno al otro, negando con la cabeza, pero permitiéndose reír también. El francés sabía que ninguno de ellos habría actuado de esa forma de no ser por el alcohol.

- Estos griegos…se las dan de machos y no saben cómo tolerar un poco de alcohol en el cuerpo – había dicho, desatando inmediatamente los reclamos de Milo y Kanon.

Saga se había reído, viendo que los dos griegos se burlaban de Camus diciéndole que bebía como una nena. Podía ver una sonrisa batallar por escaparse de los labios del francés, que en un momento dado le guiñó un ojo. El gemelo había escondido otra sonrisa bebiendo un poco de whisky; al menos uno de ellos debía estar sobrio si querían recordar al otro día cualquier confidencia que lograran sacarle a Kanon y Camus parecía haberse autodesignado para tal misión. No que Milo o él fuesen capaces de hacerlo de todos modos.

Después de eso, Saga se había entretenido estudiando la relación que se daba entre los otros tres santos. Le sorprendía ver lo compenetrados que se veían. Camus ponía en palabras las ideas de Milo, sin problema alguno, cada vez que éste no sabía como explicarse. Milo parecía saber cada cosa que Camus buscaba antes de que el otro hablase siquiera. Y Kanon…Kanon parecía intercambiar bromas con Milo sólo cruzando miradas y completaba las frases de Camus sólo para molestarlo, como si hubiese pasado toda su vida junto al francés. Parecía que se estuviesen leyendo las mentes. Y esa fraternidad le hacia sentir incómodamente extraño y fuera de lugar. Se sentía demás.

Por un segundo, había deseado envidiar la cercanía que podía ver entre los tres. Se descubrió incapaz. Después, pensó que le habría gustado compartir esa complicidad, pero sabía que no la merecía. Inconscientemente, busco la razón de tal fraternidad y dedujo que tenía que deberse a algo en común. Fue cuando dio con ese factor común que dejó de repetirse que ya había bebido suficiente por esa noche. Casi prefería despertar al día siguiente sin saber dónde estaba. Fue, también, el momento en que dejó de participar totalmente de las alternantes conversaciones.

En ese preciso instante, luego de haber bostezado nuevamente y haber decidido que no quería permanecer más allí, notó que sus tres acompañantes se habían quedado en completo silencio. Talvez minutos atrás. Alzó la vista rogando no tener tres pares de ojos clavados en él.

Perplejo, paseó la mirada por cada uno estudiando sus expresiones, intentando comprender la razón por la que guardaban silencio.

Kanon, medio tendido sobre la mesa, apoyaba el mentón sobre uno de sus brazos. El otro sostenía un vaso con whisky, haciéndolo girar cada tanto para hacer tintinear los hielos. Tenía el rostro cansado y parecía que le costaba trabajo no cerrar los parpados; aún así, sus ojos saltaban, expectantes, de Milo a Camus y viceversa. A juzgar por los gestos incómodos de ambos, su gemelo debía haber preguntado algo fuera de lugar. No era algo para sorprenderse.

Lo que si llamó su atención fue que, en algún momento mientras él se compadecía de si mismo, Milo había sacado una cajetilla de cigarrillos. No sabía que Milo fumaba y viendo el cenicero frente a él, llevaba ya un rato haciéndolo. Notó que el muchacho daba rápidos vistazos hacia Camus, estudiando sus reacciones con un semblante levemente preocupado, y entonces se llevaba el cigarro a los labios, centrando nuevamente su atención en Kanon y negaba con la cabeza, exhalaba el humo y hacia una mueca, sin palabras diciéndole que no tenía importancia. Su hermano, en respuesta, volvía a mirar a Camus y Saga lo imitó. La expresión en el rostro del francés se había vuelto oscura. Y no hacia falta analizarla muy a fondo para saber que el muchacho hacia un gran esfuerzo por no levantarse y salir de allí. Camus mantenía la mirada gacha, tratando inútilmente de esconder el dolor que empezaba a asomar en ella. Por la forma en que se mordía los labios, Saga sabía que no haría comentario alguno, por más que la intensa mirada de Kanon lo acosase. Escuchó un suspiro resignado a su izquierda.

- Tampoco es que me importe saberlo – escuchó que Kanon murmuraba con dificultad, como si la lengua le pesara toneladas. Tanto él como Camus lo miraron de inmediato. Kanon no le prestó atención a la mirada de reproche que Acuario le dedicó - ¡Oye! ¡Estás despierto! – agregó con voz demasiado alegre al cambiar el perfil sobre el que se apoyaba y toparse con sus ojos.

Escuchó la risa de Milo, algo apagada para lo que estaba acostumbrado, y no pudo evitar sonreír divertido. Podía asegurar, sin problemas, que Kanon ya no era capaz de mantenerse en pie. Es más, estaba seguro de que la razón por la que había terminado recostándose sobre la mesa no era más que borrachera. Intercambió miradas interrogantes con los otros dos santos, pero se mantuvo en silencio mientras Kanon hacia girar el whisky dentro del vaso otra vez, concentrado en como el licor cubría los cubos de hielo y se deslizaba lentamente por su superficie. Al final, Milo aspiró nuevamente del cigarrillo que sostenía en una mano y entrelazó los dedos de su mano libre con los de Camus, asintiendo repetidamente. Camus no tardó en romper el silencio que había llenado la habitación.

- ¿Y qué hay de ti? – preguntó - ¿No tienes a nadie escondido por ahí?

Kanon apenas quitó los ojos de su vaso, moviendo tan levemente la cabeza en negativa, que casi lo pasan por alto.

- ¿Cómo así? – preguntó Milo sin quitarle los ojos de encima - ¿Ni siquiera alguien que te llame la atención?

Kanon guardó silencio otra vez, pero en esta ocasión, no hizo gesto alguno. Siguió concentrado en su vaso, talvez intentando captar todo el proceso por el cual los hielos terminaban de fundirse con el alcohol. Varios minutos pasaron en completo mutismo y justo cuando Saga pensaba que, efectivamente, el plan no había servido de nada, Kanon habló con un tono tan embelesado, que se vieron obligados a inclinarse un poco hacia él para poder escuchar con más claridad lo que decía.

- No sé…Quizás…No…Pero… - farfulló sin sentido en lo que parecía más una discusión consigo mismo. Una fugaz sonrisa se escurrió por sus labios – Me acosté con Dohko y…

Una risa atontada detuvo su intento de respuesta, sin reparar en que sus interlocutores se habían quedado de piedra al descifrar sus palabras. El primero en salir de su estupor, a fuerza de necesitar una reafirmación de lo que acababa de oír, fue Saga.

- ¿Qué dijiste? – preguntó con un hilo de voz. Kanon siguió en silencio, ignorando todo lo que sucedía a su alrededor.

- Sabía que te habías follado al chino – murmuró Milo, mirándolo con ojos enormes, sorprendido, mientras sostenía el cigarro con los labios para picarle el hombro con un dedo. Luego miró a Camus y a Saga alternadamente - ¿No se los dije?

De pronto, Kanon se reincorporó levemente en su silla.

- No tengo…una puta idea de-de que pasa – balbuceó con dificultad, riéndose ante su incapacidad de hablar correctamente – Pe-pero no me arrepiento. De nada – completó, sonriendo de lado y por fin, después de casi media hora de juguetear con su vaso, se lo llevó a los labios, ante la mirada confusa de Saga.

Casi de inmediato, alejó el vaso y lo miró entornando los ojos, como si mágicamente le hubiesen cambiado el contenido por otro.

- ¡Ni siquiera me gusta el whisky! – musitó con asco, dejando el vaso bruscamente sobre la mesa. Reparó en las manos entrelazadas de sus amigos y miró a Camus a través de ojos vidriosos, arrugando las cejas, casi haciéndole un reclamo que el francés pareció no comprender. Ofuscado, el gemelo volteó hacia Milo y le arrebató el cigarro que permanecía sujeto entre sus labios – No deberías fumar delante del novio. ¡Míralo! – le dijo como contándole un secreto - ¡Se pone triste!

Milo alzó la vista hacia el techo y suspiró con fuerza. Cuando volvió a mirar a Kanon, había soltado la mano de Camus y le dedicaba al gemelo una sonrisa enternecida. Ebrio y todo, Kanon seguía preocupándose demasiado por él.

- Creo que es hora de irte a la cama – le dijo, tomándolo de un brazo.

- Absolutamente de acuerdo – saltó Saga de pronto, que parecía haber caído en una especie de trance luego de haber obtenido lo que buscaba – Vamos, arriba.

- ¡No! – chilló Kanon, aferrándose a la mesa con desesperación – Estoy bien aquí.

Camus, que en ese breve instante se entretenía deshaciéndose de las botellas vacías y colillas de cigarrillo, se agachó junto a la mesa hasta quedar a la altura de los ojos del griego.

- Supongo que todo te da vueltas y no eres capaz de ponerte de pie, ¿no? – le preguntó con sorna. Kanon respondió riendo travieso – Al menos quédate en el sofá, ¿de acuerdo?

- Amas mi sofá, Kanon – presionó Milo, urgiéndolo a levantarse.

- No es cierto – murmuró el gemelo.

Se levantó por inercia y trastabilló al hacerlo, siendo sujetado con fuerza por Saga y Milo.

- Tú…eres el mejor amigo del mundo, Milo.

- Claro que lo soy.

- Asumo que no es la primera vez que se emborrachan juntos – le preguntó Saga al escorpión, mirándolo por sobre la cabeza de Kanon, que empezaba a tararear una canción. Milo sólo atinó a sonreírle en respuesta.

Cuando lograron acomodarlo en el sillón y consiguieron que se quedara lo suficientemente tranquilo como para que comenzara a adormecerse, Saga tendió una manta sobre su hermano y le revolvió el cabello, alcanzando a alejarse un par de pasos cuando Kanon lo retuvo, sujetándole una mano.

- No me importa lo que digas…- murmuró medio dormido – No hubiese elegido otro hermano que no fueses tú.

Saga sonrió, convenciéndose de que ese era el tequila hablando. Y el vodka y el whisky.

- Duérmete.

La mano de Kanon resbaló suavemente de sus dedos y Saga volvió a la mesa, donde Milo iba a medio camino de terminar otro cigarrillo, observándolo. Camus había desaparecido hacia algún lugar del templo.

- ¿Contento?

- Un poco pasmado, a decir verdad – Milo se carcajeó – Y algo sorprendido. Y tú, ¿de cuando fumas?

Milo se encogió de hombros.

- Tus sospechas… ¿ciertas o erradas? – preguntó otra vez el griego más joven, evitando el tema igual como lo había hecho con Kanon.

- Un poco de ambas, ¿puede ser? – contestó Saga y Milo lo interrogó con la mirada – Sabía que era algo así pero…No me esperaba eso precisamente. Esperaba algo más del tipo, "Oye, creo que me gusta Dohko" o "Besé a Dohko ayer y ahora no sé que hacer", pero no…bueno, esto.

- No te ves muy preocupado. O molesto – dijo Milo, dedicándole una sonrisa conocedora. Saga imitó su gesto.

- Es que no lo estoy, porque…

- Significa que Kanon no pensará en marcharse – le interrumpió Escorpio – No mientras le dure el interés, al menos.

Saga asintió, pasando saliva. De cierto modo, saber que Kanon tenía aunque sea una pequeña razón para quedarse en Grecia, le quitaba un peso de encima.

- ¡Dioses! Necesito dormir un poco – murmuró el gemelo, luego de unos segundos de silencio donde no se escuchó nada, salvo las respiraciones acompasadas de los otros dos griegos y su propio bostezo.

- Es tarde. Puedes quedarte en el cuarto que está frente al baño. Al menos es habitable.

Milo torció el cuello para mirar a sus espaldas, donde Camus permanecía de pie, apoyado contra el marco de la puerta. Casi de inmediato, regresó su atención a Saga, con una sonrisa que, por primera vez en la noche, alcanzaba a las turquesas que lo miraban.

- ¿Escuchaste eso? ¡Te ofrece MI casa como si nada! – dijo, en una especie de broma camuflada de reclamo - Así se cierran los tratados de paz en Siberia, al parecer. Si yo fuese tú, lo aceptó sin pensarlo demasiado – completó, tomando la ultima bocanada de humo que el cigarrillo podría darle, para luego arrojarlo dentro de un vaso vacío. Cuando Milo se levantó de su asiento, agregó, susurrando para que el francés no lo escuchase - Está un poquito molesto. Mejor que no le lleves la contraria en estos momentos. Y tiene razón, es bastante tarde.

- Saga vio a Camus agitar la cabeza, negando las palabras de Milo.

- Siempre que bebe más de la cuenta cree que estoy molesto por algo – susurró Camus cuando paso junto a él – Buenas noches, Saga. Yo me encargo del bicho.

El gemelo asintió en silencio y les dio las buenas noches a ambos, dirigiéndose sin demora al cuarto que le habían ofrecido. Camus lo siguió con los ojos hasta que desapareció en el largo pasillo y de inmediato tornó su atención a Milo, que en ese momento se estiraba desperezándose y se inclinaba sobre el sillón, comprobando que el gemelo que allí dormía lo hacia profundamente. El francés no demoró en dirigirse hacia él.

- Entonces…tenías razón con lo de Dohko – murmuró cuando llegó hasta Milo y le rodeó la cintura con los brazos, dándole un pequeño beso en el cuello.

Milo asintió y recargó el peso de su cuerpo contra Camus, cubriéndole las manos con las suyas, asegurándose de que permanecieran allí.

- Lo siento – susurró y de inmediato, Camus intentó alejarse. Milo lo retuvo a la fuerza, pero no dijo nada más.

Acuario dejo escapar el aire en un suspiro cansado y escondió el rostro contra la espalda del griego.

- No me molesta que lo hagas – dijo con la voz apagada – Me molesta el porqué lo haces.

Obligó a Milo darse la vuelta y lo besó suavemente.

- Estoy aquí ahora – murmuró clavando sus ojos azules en los de Milo – Y pretendo quedarme mucho tiempo. Tengo la confianza de poder ayudarte con los malos recuerdos mejor que un cigarrillo y un poco de humo.

Los ojos de Milo brillaron cristalinos, mostrando la tribulación que el griego se negaba a exhibir. Sostuvo el rostro de Camus con ambas manos y lo besó con fuerza, demandante, exigiendo una prueba de su presencia allí. Una vez satisfecho, dejo que Camus lo jalara hacia su habitación, aprovechando de deshacerse de los pocos cigarrillos que le quedaban al pasar cerca del cesto de la basura, una sonrisa infantil contrastando con sus ojos acongojados.


Despertó temprano al día siguiente, con la garganta reseca y la espalda dolorida, que crujió en reclamo cuando se levantó.

Se apretó los ojos - que dolían al contacto con la luz - y con pasos torpes y cuidadosos, se dirigió a la cocina, donde el olor a café recién hecho y la necesidad de agua parecían llamarlo. Al llegar allí, tuvo que sujetarse de la mesa antes de desplomarse en la silla; el cuarto aún le parecía bamboleante. Milo lo miraba de reojo, sonriendo mientras preparaba desayuno, adrede haciendo tintinear los utensilios más de la cuenta.

- ¡Buenos días! – exclamó alzando la voz y Kanon bajo la cabeza hasta esconderla entre sus brazos, gimiendo de dolor.

- Quiero morir. ¡Ahora! – gimoteó contra sus brazos - ¿Qué hora es?

- Casi las once.

En ese momento, Camus entró en la cocina, con el cabello mojado y una toalla sobre los hombros. Miró extrañado a Milo antes de darle un beso de buenos días en la mejilla y robarle el café que acababa de servirse. Luego, se fijó en el gemelo y se sentó frente a él, al otro lado de la mesa.

- ¿Cómo te sientes? – le preguntó como si nada, pero disfrutando del suplicio que Kanon parecía estar sufriendo. Escuchó al griego emitir un largo quejido.

Entonces, Milo comenzó a rebuscar y mover ollas, platos y vasos de un lado a otro, golpeando bruscamente unos con otros y armando un escándalo que a Kanon le taladró los oídos.

- ¡Por Athena! ¡¿Es necesario que metas todo ese ruido? – rugió el gemelo, arrepintiéndose enseguida cuando un dolor punzante le atravesó el cráneo y se vio obligado a cerrar los ojos y apretarse las sienes. El ruido cesó de inmediato.

Al abrir los ojos, notó que ambos caballeros sonreían divertidos.

- ¿Por qué soy el único sufriendo aquí? – preguntó perturbado.

- Porque no bebimos ni una cuarta parte de lo que bebiste tú – contestó, campantemente, el de Acuario, mientras Milo dejaba un vaso de agua frente al gemelo.

- Eso te pasa por tomarte mi tequila – le reprochó el griego más joven.

El geminiano se tomó el agua de un trago y negó con la cabeza, apenado.

- No recuerdo eso.

Milo le dejó una taza de café cargado y un plato con panqueques enfrente, donde momentos antes había estado el vaso con agua. A continuación, ceremoniosamente, se sentó a la mesa y apoyó el mentón sobre una mano, sonriendo con maldad mientras observaba a Kanon comer casi a la fuerza. Camus rodó los ojos al verlo actuar así.

- ¿Y Saga? – preguntó Kanon, cortando un trozo de panqueque y llevándoselo a la boca rápidamente para que el caramelo no escurriera.

- Se marchó hace unos momentos. Dijo que tenía cosas que hacer – contestó el francés antes de que Milo pudiese abrir la boca. Kanon arrugó la nariz.

- Pero si tiene el día libre hoy – Camus se encogió de hombros.

- Eso fue lo que dijo.

Recién entonces, Kanon notó que Milo no había dejado de mirarlo en ningún momento, con una sonrisa petulante que le alborotó los nervios.

- ¡Deja de mirarme así! – exclamó fastidiado y se volvió de inmediato hacia Camus - ¿Por qué demonios me mira así?

- No sabía que te gustaban mayorcitos – escuchó que Milo decía burlón y clavó las ojos casi con fiereza en el escorpión, a punto de gruñir.

La realización le cayó como un balde de agua fría en la cabeza, efectivamente paralizándolo y silenciándolo. A juzgar por lo mal que se sentía, la noche anterior había bebido lo que le pusieron enfrente. Un par de imágenes, como fotografías, comenzaron a llegar a su mente, como si su inconsciente hiciera lo posible por armarle una película de lo que había sucedido hacia unas cuantas horas. Tenía retazos de lo que había dicho y hecho, pero no podía recordarlo todo. Tragó con fuerza y al escuchar las risotadas de Milo, sintió que los colores se le iban del rostro.

- ¡Dioses! ¿Qué fue lo que hice anoche? – gimió, al borde de la desesperación.

- No hiciste nada – intentó tranquilizarlo Camus, sin embargo, el francés no podía evitar contagiarse con las carcajadas de Milo. Le parecía sumamente divertido ver como el gemelo movía la cabeza con incredulidad, tratando inútilmente de recordar.

- ¡¿Entonces qué dije? – clamó angustiado, preocupado por haber dicho algo de lo que ahora tendría que arrepentirse y, peor aún, disculparse por ello.

Camus alzó las manos, desligándose del asunto y Kanon tuvo que esperar a que Milo controlara sus risotadas para saber qué ocurría. El griego más joven se tomó su tiempo, se quitó las lagrimitas enredadas en las pestañas con un dedo y lentamente, entrelazó las manos sobre su estomago, mirando fijamente a su amigo, con los labios cerrados con fuerza para no romper a reír otra vez. Negó con la cabeza al verse incapaz de hacerlo, risas ahogadas obligándolo a echar la cabeza hacia atrás para poder respirar y tranquilizarse, ignorando el rostro ansioso del gemelo.

- De acuerdo. Está bien – susurró Milo en medio de pequeñas sacudidas, mientras dejaba de reír – Sabemos; y con eso me refiero a tu hermano, Camus y yo, que te acostaste con el chino. Nos costó casi todo el licor de Camus, pero logramos que nos lo dijeras. Eso.

Kanon miró de uno a otro, con la mirada en blanco por un segundo, para luego estrellar la frente contra la mesa.

- Nunca volveré a beber con ustedes – escucharon que decía afligido.

- Y dinos, ¿fue sólo eso o hay algo más entre ustedes? – inquirió el francés. Kanon no abandonó su posición.

- Creo que estamos saliendo – murmuró y enseguida se levantó de golpe, apuntando amenazadoramente a Milo – Si llegas a decirle algo a alguien, voy a matarte.

- ¡Oye! – exclamó Escorpio, ofendido, sin embargo, inmediatamente alzó las cejas, sonriendo travieso – Ahora…cuéntamelo todo. ¡Quiero detalles!

El gemelo volvió a dejar caer la cabeza sobre la mesa, suspirando con dramatismo. Tendría que haberlo supuesto; abrir la boca delante de Milo siempre traía efectos colaterales.


Después de haber dormido un par de horas, Saga despertó sintiéndose extraño.

Se levantó luego de mantener la vista fija en el techo del cuarto por unos minutos, vistiéndose rápidamente con la misma ropa del día anterior – su camisa se había impregnado con el desagradable olor del humo de cigarrillo, arrancándole una mueca de desagrado – y trató de ordenar lo mejor que pudo su cabello despeinado.

Al pasar fuera del baño, escuchó la ducha corriendo y supuso que alguno de los muchachos había despertado antes que él. Cayó en cuenta de que no sabía que hora era.

Sin prisa, caminó hasta el comedor, tropezando con un adormilado Camus en el trayecto.

- Tu hermano vive, si es lo que ibas a ver – bostezó Camus a modo de saludo – Pero duerme como si no lo hubiese hecho nunca.

Le dio las gracias al francés y aprovechó de disculparse por marcharse así de rápido, usando su excusa habitual; 'algunos asuntos que atender'. Camus le dio poca importancia y se despidió, desapareciendo tras la puerta de la habitación de Milo sin más preámbulos. A pesar de que lo que Acuario le había comunicado era, precisamente, lo que quería averiguar, pasó a echarle un vistazo a Kanon.

Estuvo un par de minutos recargado contra el respaldo del sillón, observándolo dormir. Era una costumbre que había adquirido en el último tiempo, después de tantas noches velando su sueño. Esta vez, sin embargo, lo que veía no hacia que el corazón se le apretara en el pecho. Al contrario, se encontró sonriendo al reparar en los detalles.

Kanon abrazaba uno de los cojines contra su estomago, la manta que él le había echado encima con suerte le alcanzaba a cubrir las rodillas, el cabello revuelto le cubría buena parte del rostro y, aún así, Saga era completamente capaz de descubrir sus facciones relajadas. Se veía tranquilo, contento; seguro se sentiría horriblemente enfermo cuando despertara, pero en ese instante, calma era todo lo que desprendía su imagen. ¿Lo había visto así alguna vez en su vida; dormido o despierto? Suspiró sin encontrar respuesta.

Se puso en marcha en el momento justo en que las últimas palabras de Kanon resonaron en su mente. Metiendo las manos en los bolsillos, comenzó a subir la escalinata hacia Sagitario lentamente, y repitió la frase una y otra vez en su cabeza.

Probablemente, toda su vida había pasado por alto las cualidades de su gemelo, siempre pendiente de los desastres que provocaba con frecuencia. Su curiosidad innata solía parecerle atemorizante, sobretodo porque siempre traía como consecuencia algún reproche o castigo, o peor, errores que no podían enmendarse. Siendo un muchacho, y creyendo todo lo que llegaba a sus oídos, pensó que podría resultar peligroso. Que la maldad y el resentimiento podrían nublarle la razón a su hermano.

Sonrió apesadumbrado; resultó siendo todo lo contrario. Él había terminado perdiendo la cabeza y fue él, el que empujó a Kanon a buscar una venganza. Debe haber sido un golpe duro para todos; el fuerte, noble y correcto Saga queriendo conquistar el mundo, mientras el problemático Kanon buscada desesperadamente una forma de volverle a meter algo de cordura en la cabeza. Aunque todos pensaban que las cosas habían sucedido a la inversa. Esta vez, sonrió negando con la cabeza. Siempre podría escudarse en la excusa de que no eran más que niños…pero un santo al servicio de un dios aprendía a pensar como adulto a los seis años, sino antes.

Kanon, por otro lado, podría intentar ocultárselo a todos, incluso a él; podría fingir todo lo que quisiera actuando como alguien calculador, pero tarde o temprano la gente descubriría el tipo de corazón que se le escapaba en cada acto, en cada palabra. Era su naturaleza; – ahora que reparaba en ello con detenimiento – no era que Kanon tuviese que conformarse con ser el segundo o recibir lo que el resto dejaba de lado; era que Kanon esperaba al final de la fila para que el resto tuviese la oportunidad de elegir. Nunca mostró interés en ser el santo de Géminis porque quería que él lo fuera y, sin embargo, todas sus energías se concentraban en demostrar lo contrario.

Saga se detuvo a un par de metros de Sagitario, abriendo los ojos sorprendido al darse cuenta de lo que había pasado por alto toda su vida; incluso ahora, Kanon se esforzaba en facilitarle las cosas: insistía en ocultarle sus pesadillas para alivianarle un poco la culpa, le pedía hacer clases en el refugio para que pudiese recuperar un poco del sueño que perdía llenando informes hasta tarde, se las ingeniaba para empujarlo a pasar más tiempo con Aioros. Saga miró hacia Escorpio, como queriendo volver tras sus pasos y decirle a su hermano, entusiasmado, todo lo que había descubierto esa mañana. Quería decirle que él tampoco hubiese elegido a otro como su hermano, no importaba las veces que lo había hecho rabiar cuando eran niños.

Ahora sabía porqué había despertado sintiéndose tan extraño; ese peso que cargaba consigo a todos lados, de un modo u otro, se había alivianado con las palabras que Kanon le había murmurado la noche anterior.

Una sonrisa autentica se apoderó de su rostro entonces, pero en vez de devolverse hacia el octavo templo, como había pensado en un principio, dio media vuelta y se internó en Sagitario, llamando ansioso a Aioros.

- ¡En mi cuarto! – escuchó que le respondía el castaño después de la segunda llamada y se apresuró en dirigirse hasta allí.

Encontró al arquero sentado en la cama, con el torso desnudo y una toalla ocultándole casi por completo la cabeza, batallando por calzarse un par de botines sin soltarles los cordones por completo. La imagen hizo que Saga se detuviera titubeante en la entrada de la habitación, a pesar de que la sonrisa no desaparecía de su rostro. ¿Cómo era posible que Aioros siempre lograra convertirlo en un muchachito tímido?

Aioros levantó el rostro cuando logró colocarse las zapatos y rió al verlo tan sonriente. Saga hizo una mueca; seguro el arquero se burlaba de él. Se lo perdonaría sólo porque le debía el desagravio por lo de Leo, hace unos días.

- ¿Por qué tan contento? – preguntó Aioros, haciéndole una seña para que se acercara, al mismo tiempo en que él se levantaba en busca de una camiseta.

Saga avanzó hasta la cama y se dejó caer en ella, girando hasta tener los ojos fijos en la morena espalda de Aioros y volvió a sonreír, sintiéndose ridículamente contento de un momento a otro.

- ¿Recuerdas todas esas veces en que te dije que Kanon sólo era capaz de pensar en si mismo? – preguntó, apoyando la cabeza contra su mano para estudiar más fácilmente cómo se contraían los músculos del castaño al moverse. Escuchó a Aioros reír mientras se colocaba la camiseta.

- Si…

- He estado equivocado prácticamente toda mi vida.

Aioros torció las cejas extrañado y cauteloso, se acercó a la cama donde Saga había vuelto a recostarse, con los ojos fijos en el techo. Que Saga admitiera algo así no era cosa de todos los días; salvo cuando se trataba de la rebelión contra Athena y su muerte.

- ¿Ocurrió algo? ¿Estás bien? – preguntó preocupado, pero la sonrisa suave en los labios de Saga logró relajarlo, aunque sea en una ínfima parte.

- De maravilla – contestó el gemelo poniéndose de pie y, para desconcierto de Aioros, acercándose a él sin titubear.

El arquero estuvo a segundos de hacer una acotación al respecto, cuando Saga lo besó de improviso. A pesar del estupor, no dudó en responderle, rozando su lengua con la del gemelo hasta que la necesidad de respirar los obligó a separarse.

Abrió los ojos, parpadeando perplejo por lo que acababa de suceder, sólo para toparse con una fugaz sonrisa por parte del otro griego.

- Esto no sucede todos los días – murmuró Aioros de repente – No sé si mi corazón sea capaz de soportar tanta sorpresa junta – agregó con sarcasmo.

Saga sacudió la cabeza, rodando los ojos y no dudó en tomar al arquero de la mano, arrastrándolo tras él.

- Espero que no tengas nada que hacer.

- Eso depende de que tengas planeado – replicó Aioros, alzando una ceja, seductor. Saga rió a carcajadas, burlándose de su intento por cortejarlo.

- Sólo se me antojo ir al pueblo – Aioros bufó decepcionado.

- ¿Y qué hay en Rodorio de entretenido?

- No lo sé. Es lo que voy a averiguar – murmuró Saga, sonriente, recordando que le había preguntado exactamente lo mismo a Kanon la noche anterior.

- Saga… – Aioros se detuvo, soltándole la mano. El gemelo tuvo la leve impresión de que Aioros estuvo a dos tonos de maullar - …Mejor nos quedamos en mi templo. ¿Para qué ir a perder el tiempo a Rodorio si podemos aprovecharlo aquí?

Saga dudó al ver a Aioros acercarse persuasivamente hacia él. Si combinaba la forma en que ese cuerpo caminaba cerrando la distancia entre ellos y el tono de voz que usaba para convencerlo, la idea se le hacia endemoniadamente irresistible. Sacudió la cabeza, como saliendo de un sueño, cuando Aioros estuvo a no más de dos pasos de distancia.

- Tengo unas cosas que hacer en Rodorio – dijo al fin. Pudo ver el desencanto en los ojos del arquero y sonrió a modo de disculpa, entrelazando nuevamente sus dedos con los de Aioros - ¿Vendrás conmigo?

- ¿Me estás pidiendo una cita? – insistió el de ojos azules.

- Si, te estoy pidiendo una cita – resopló pacientemente. Se le había olvidado lo testarudo que podía llegar a ser el arquero.

Reanudó su marcha después de eso, Aioros siguiéndolo sonriente al obtener lo que buscaba; disgustar al gemelo. Unos pasos más allá, lo intentó de nuevo, mirándolo de reojo cada tanto y sonriendo de lado.

- ¿Qué? – preguntó Saga después de intentos frustrados por ignorarlo.

- No creas que no la vi – replicó el otro, misterioso.

- ¿Qué cosa? – volvió a preguntar el gemelo, sin comprender.

- La duda, Saga. ¡Estaba allí! – rió el griego más joven – Por un segundo, consideraste seriamente quedarte conmigo en Sagitario.

- ¡No es cierto! – exclamó Saga, sonrojándose casi de inmediato.

- No tienes porque avergonzarte por eso – se mofó otra vez al arquero – Cualquiera en tu lugar lo habría considerado.

- ¡Aioros!

- De acuerdo, de acuerdo. Entonces, ¿qué tienes preparado para nuestra nueva cita? Sorpréndeme.

Saga soltó la mano de Aioros, fingiendo contrariedad y se adelantó con pasos decididos.

- ¡Saga! Ya, lo siento – soltó apresurado Sagitario, trotando tras el gemelo hasta pegársele a la espalda y haciendo un puchero cuando lo vio sonreír – Oye, eso no es justo.

- Claro, no es justo cuando no eres tú el que se la pasa bien. Ahora cierra la boca, tengo cosas que contarte.

A pesar de la insistencia de Aioros, Saga evitó decirle algo sobre la noche anterior hasta que llegaron a Rodorio. Sabía muy bien que en el Santuario hasta las piedras tenían oídos.

Notas finales:

TBC


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