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Entrégame tu corazón por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Milo y Camus por fin se han conseguido con el motociclista Kanon Vryzas, pero parece que antiguas aguas se mueven dentro del Escorpio. ¿Qué ocurrirá con este nuevo encuentro?

Milo siempre había pensado que la forma de mirar de Kanon era, en demasía, un hoyo negro. Desde que las fotografías y poster eran comprados para decorar su habitación, muchas veces sintió que esas esmeraldas estaban malditas por una especie de hechizo que te obligaban a verla, una y otra vez, hasta ser consumidos a través de ellas. ¿Era el peligro? ¿Era pasión? ¿Era el poder? Era difícil saberlo, pero justo en ese momento que sus miradas se encontraron, que vio de lejos y con la luz del sol mañanero de Serres dibujando reflejos en esas pupilas verdes; comprobó, una vez más, que esa mirada de alguna manera seguían teniendo ese magnetismo que lo había seducido años atrás, a través de la televisión, la prensa y las revistas.

Por ello bajó la mirada…

Recordando que en aquel tiempo que adoraba a ese hombre también fue el principal objeto de sus fantasías adolescentes, la imagen que veía cada vez que tomaba su placer con sus propias manos, siendo tan solo un muchacho en desarrollo, imaginando que era visto así, justo así, por esos ojos fieros y peligrosos, como de pantera negra en una selva. Si, evocando en aquellos instantes que en la oscuridad de la habitación se masturbaba pensando que era él quien lo tenía, sueño de muchachos, fantasías sexuales que eran alimentada por la edad, la juventud… sueños húmedos que le hacían despertar con la señal de su excitación entre sus piernas, marcando con el paso húmedo sus sábanas. Tenía que controlarlo, fue lo que pensó, tenía que controlar eso que despertó al tener esos ojos mirarlos, no podía dejarse nublar por los deseos, por un caprichoso sueño de juventud.

Amaba a Camus y lo respetaría… y por sobre todas las cosas, mantendría su profesionalidad.

—Ya está lista para tomar las fotografías—escuchó la voz de su pareja al lado, muy cerca de su oído, con el acento francés que lo trajo de vuelta a la realidad. Volteó y le sonrío cuando este le extendió la cámara, con la expresión inflexible pero el brillo en su mirar, como siempre, especial y sólo para él—. Ya podemos empezar a tomar algunas escenas, será bueno tener fotografías de su recorrido—desvió sus aguamarinas hacía la pista, donde ya el motociclista se preparaba para tomar la motocicleta y empezar la carrera.

—Si—lo vio acariciar de nuevo su sien—. ¿Qué tienes?—preguntó—. ¿Aún te duele?

—Sólo un poco—sonrió para aliviarle la tensión—. Creo que tenía mucho tiempo sin manejar tantas horas seguidas.

—Te dije que hiciéramos escalas—hizo una mueca y el francés sonrío, rozando sus labios levemente con los propios—. Camus…

—Estoy bien, tomaré unas pastillas, ya se me calmará—escucharon el sonido de la motocicleta y ambos voltearon al punto donde ya Kanon había empezado el recorrido. La nube de tierra y humo fue lo único que quedó del dragón marino en pleno asfalto, antes de que él y su máquina se hicieran dueños de las velocidades—. Vamos a tomar algunas aquí arriba, y otras abajo, tratando de captar cuando pase frente a nosotros.

Asintió el griego, ayudando a su compañero a tomar las cosas. Con la cámara empezó a capturar diversas escenas en ángulos distintos, aprovechando el movimiento de la moto en la pista y tratando de obtener las mejores imágenes de aquel recorrido, mientras la velocidad aumentaba y el sonido del motor gobernaba todo el escenario. Camus le hacía algunas preguntas sobre la disciplina y Milo no tardaba en responderla, notándose realmente experto y en ello y demostrando además la afición que le creaba las motocicletas.

—Mamá decía que papá también era amante de las motocicletas—le comentó una vez el griego frente a la torre Eiffel, en una de sus primeras citas, cuando salió el tema de su familia—. Lástima que murió joven y por su enfermedad no pudo recorrer una pista profesional.

—¿Murió joven?—preguntó aquella vez, queriendo saber más mientras le pasaba una bebida caliente. Era invierno, la nieve caía, las luces de los almacenes en plena navidad adornaba todo el lugar. Miró sus ojos para comprobar que no estuviera siendo imprudente con su pregunta.

—Sí, siquiera supo que yo venía en camino. Mamá me comentó que la única vez que lograron estar juntos fue una semana antes de su muerte.

—Lo lamento—sintió las manos buscando su espalda, el cuerpo buscando el suyo, entre los abrigos gruesos de pieles, el frio, el aliento que dibujaba nubes blancas en la atmosfera—. Milo…

—Tengo frío—se excusó, abrazándolo y escondiendo la cabeza en su hombro. Camus entendió lo que buscaba, afianzando el abrazo con fuerza, pegando su cabeza a la de él—. ¡No sé cómo pudiste estar en Siberia! —jugó para amenizar el momento.

—Eres un tonto…—le increpó, acariciando la cabellera azul—. Si querías un abrazo sólo tenías que decirlo—buscó su oído, le susurró—. Puedo darte muchos si lo deseas.

—Quiero besos.

—Eso no lo hacen los amigos—siseó el francés buscando el rostro de su compañero. Milo lo miró fijamente, con las turquesas brillándoles incluso más que todas las guirnaldas navideñas que los rodeaba. Se quedaron mirando, mutuamente, por un espacio que no supieron contabilizar. El aliento tibio, las nubes entre ellos que se fusionaban en el aire mientras sus rostros se acercaron victimas de alguna atracción irreversible—, eso lo hacen las parejas—prosiguió Camus, rozando su nariz con la de aquel, helada pero buscando calor.

—Quiero muchos besos—confirmó el heleno. Camus sonrió.

—Te daré muchos besos*

Aquella vez fue donde, además de convertirse en pareja, hablaron de aquellos sueños que se quedaron allí, en espera, por muchas razones. Camus quería escribir la biografía de alguien, alguien cuyo testimonio fuera de tan envergadura que fuera digno de ser leído por todos, y que él se convirtiera entonces el motor para dar a conocer a esa persona al resto. Un documental periodístico que fuera además un aporte a la sociedad, más aún no terminaba de encontrar ese alguien que de verdad le inspirara a hacer un trabajo así.

Para Milo era el poder tener una exclusiva con ese hombre a quien hoy veían correr, conocerlo y ser él quien le mostrara al mundo su gran talento, la fuerza de su voluntad enfrentándose a las altas velocidades y quizás, porque no, estar en una carrera con él. Nunca pudo manejar una moto por los ruegos de su madre, quien le recordaba que su padre había muerto precisamente en una de ellas, cuando, aun conociendo su enfermedad, seguía a escondidas metiéndose en los centros motorizados para tantear el peligro. El periodista conforme pasó los años y viendo que Kanon no regresaba a la pista perdió la esperanza de poder cubrir ese sueño, hasta ese momento, en que la estrella de Polux volvió a brillar y el mismo Camus lo ayudó a tener la tan ansiada exclusiva.

En ese preciso momento, Camus ahora tomaba fotografías debajo, en la misma pista, junto a Milo que anotaba datos importantes del lugar donde se encontraba, el equipo que acompañaba al motorizado y la rutina que cubría en su entrenamiento. Ya era la quinta vuelta y el griego mayor sólo bajaba a tomar un poco de agua mientras se revisaba la tolerancia de los neumáticos, el aceite y combustible de la maquina, para volver a tomar el volante y escuchar las instrucciones de su entrenador en cuanto a la forma de tomar las curvas y el tiempo que ha cubierto en cada vuelta. Aún le faltaba para retomar las marcas de antaño.

Duraron así hasta más o menos hasta la hora del mediodía, que luego de la decima vuelta, Kanon decidió que ya había sido suficiente. Levantándose de la maquina, la dejo al cuidado de los mecánicos, acercándose con una botella de agua mineral que termino echándose por la cabeza, para refrescarse del calor y el polvillo dorado que había cubierto un poco su cara en media carrera. Milo no pudo evitar que se filtrara las imágenes de cuando, en una de sus victorias en la pista, se echó la champagne encima para celebrar la victoria y él, en algún momento pensó, en lo delicioso que sería beberla la champagne bañada por el sabor de su sudor en la piel. Bajó de nuevo la mirada, desviando los pensamientos y siendo observado discretamente por el deportista, siendo analizado y bocetado.

—Kanon Vryzas—extendió la mano, directamente hacía Milo, sin prestar atención al compañero francés que estaba a su lado.

—Mucho gusto—y fue Camus quien tomó la mano del motociclista, con fuerza, la misma que usó frente al empresario. Las esmeraldas se clavaron en las gélidas pupilas verdes del galo—. Soy Camus Vial, periodista de la revista “Il Asombroso”. Le presento a Milo Antzas, periodista de nuestra revista y el canal NVC en la nota deportiva—Milo extendió su mano para ser sujetada con fuerza por el mayor, quien sonrío.

—Milo Antzas.

—¿Griego no?—el menor asintió intentando mantenerle la mirada. Los ojos verdosos del deportista refulgieron con fuerza, con ese magnetismo imposible de evadir—. Interesante…—susurró más para así y notó que el menor de inmediato cortó el contacto de sus manos, enseriando su rostro. Un límite impuesto que él, al notarlo, le sonrío tomando el desafío—. Bien, ¿y para que soy bueno?—prosiguió mirando ahora al francés, cuyo rostro también se mostraba más serio, si se podía—. Los invito a mi habitación, podremos hablar mejor y con este calor no creo que puedan coordinar mucho mis neuronas.

—Puede ser mejor un restaurant—sugirió Milo sintiéndose alterado de sólo pensar en atravesar aquella puerta. Camus detectó las señales de nerviosismo de su pareja—. Además que ya es hora de almuerzo—y el heleno puso su mirada en su pareja, bajándola al instante al darse cuenta que era observado de esa forma que bien conocía.

—Opino lo mismo—consintió el francés, tomando la cámara para irla guardando—. También tengo apetito y me provoca probar un poco de la comida típica del lugar.

—Bien, conozco un buen lugar y está bastante cerca—el motociclista hizo un ademán de que lo siguieran.

Así hizo, lo siguieron hasta los vestidores, donde les pidió que lo esperaran mientras se tomaba un baño. Esperaron al menos unos veinte minutos, donde Milo buscaba calmarse de nuevo, evadir esa sensación de nerviosismo adolescente que le gobernaba las vísceras, mientras recibía la mirada silenciosa de su pareja, que le escrutaba de esa forma que sólo él conocía. Sabía que Camus era muy perceptivo y lo conocía muy bien como para darse cuenta que algo no estaba bien.

Salió el motociclista vestido con un jean ajustado y una camisa con decorado de la fórmula uno, de colores rojo, blanco y negro y medio desabotonada en su pecho, dejando ver la guerra cadena de plata, su formado cuerpo y atando hacía atrás su cabellera rebelde, húmeda y larga. Era imposible no verlo, el hombre tenía un aire seductor que manaba a cada paso que daba y los ojos verdes solo eran el sello de él.

—Acaba de llamar mi hermano para confirmar que los atenderé como es debido—le escucharon decir con una risilla mientras se dirigían al estacionamiento donde estaba su automóvil—. No sé como lograron convencerlo, pero sólo por eso les daré el beneficio de la duda. Odio los reporteros, todos preguntan lo mismo y siempre andan buscando el mínimo error para incrementarlo en las primeras planas.

—Es una forma muy cruel de vernos—exhortó el francés mientras tomaba el asiento del copiloto.

—Es una realidad irrefutable—adjudicó a su favor el griego tomando el volante y esperando que los acompañantes ingresaran al auto—. Me llamó hace poco mi hermano, quiere que cenen con nosotros esta noche, va a tomar un vuelo para acompañarnos hasta mañana en la mañana. Parece también estar muy interesado en el reportaje.

Los periodistas no dijeron nada al respecto.

Entre tanto, en Athenas, la limosina se apostaba en la entrada de la clínica principal de Grecia, mostrando el elegante traje del empresario que empezaba a nominar el negocio de bienes y raíces en todo el país, convirtiéndose rápidamente en uno de los más adinerado en Europa. Con una señal le dio orden al chofer de esperar y con ello arreglado fue caminando hasta la recepción, donde pidió que ele confirmaran la noticia. Efectivamente, Shaka Timal iría a otras de las cruzadas en medio oriente, como parte de la ayuda internacional en medio de la guerra musulmán. El viaje se efectuaría en unos días, tal como Shaka le había hablado por teléfono. Desvió la mirada, viendo hacía el pasillo que daba hacía el consultorio del cardiólogo. El corazón le latía pesadamente, víctima de una desazón innombrable.

Odiaba cuando llegaban esos días. Odiaba cuando tenía que simplemente forzar una sonrisa y dejarlo ir. Odiaba la idea de que en aquel lugar podría ocurrirle algo…

Odiaba… pero no tenía forma de detenerlo… sólo acompañarlo.

Y tomó una determinación en ese momento. Decidido, transitó el camino y tocó la puerta del consultorio, sin ser detenido por la secretaria quien al verlo lo reconoció. Entró al consultorio, encontrándolo hablando por teléfono, mientras anotaba una serie de cosas en la agenda.

Notó de nueva cuenta todas las fotografías de las variadas cruzadas humanitarias hechas en sus cortos veinte y seis años de vida, en diversos países de África y Asia menor, donde el hambre y las enfermedades minaba y comía las esperanzas de vida de más de la mitad de la población. Lo veía allí, con diferentes personas de distintas partes del mundo sirviendo como colaboradores sociales, ayuda humanitaria internacional. Entre tantas razas, tantas lenguas distantes, allí juntos apoyando un único objetivo. Devolvió la mirada en el rostro del rubio que hablaba en italiano con la comisión de la UNICEF en aquel país.

¿Cómo detenerlo? ¿Cómo atajarlo en su vuelo? ¿Cómo amarrarlo a su lado?

La llamada cortó, el rubio levantó la mirada interrogante, recostándose en su asiento y cruzando sus brazos para mostrarse expectante. El griego sonrió de medio lado mientras rodeaba el escritorio, mirándolo severamente, diciéndole que no aceptaría un “no” por respuesta; gesto que reconoció el hindú y respondió con una ceja enarcada.

—Vine a secuestrarte—le informó, inclinándose en el asiento, sosteniéndose en él por los pasamanos mientras le envió una mirada pulsante. El joven quiso decir su opinión pero fue acallado por un fugaz beso—. No es una invitación, es una orden—agregó el griego autosuficiente—.Vamos ahora mismo a Serres.

—¿A Serres?—preguntó el cardiólogo aún renuente—. Te llamé ahora para decirte que tengo que partir y ¿ahora me dices que vamos a Serres?—lo miró demandante—. ¿Qué planeas Saga?

—Sólo pasar más tiempo contigo. Vamos.

Antes que la injusticia se lo quitaran…

—Liberé mi agenda todo el día de mañana, no puedes oponerte.

Antes que la vida se lo arrebatara bruscamente, buscando pelear contra algo que es irreversible.

—Y siendo un hombre tan ocupado como soy, ¡debes saber que no fue fácil!

Shaka sonrió mientras se sentía casi empujado por el griego, refunfuñando para que al menos le permitiera liberar su agenda también. Le permitió un espacio para que se encargara de cancelar las citas con los pacientes que atendería el resto de la tarde y el día siguiente, viéndolo sin quitarle su mirada de encima, grabándose cada movimiento, cada detalle que le permitiera tenerlo en su mente para cuando sólo pudieran escucharse a través del teléfono o leerse a través de correo electrónico de vez en vez, cuando pudiera establecer comunicación.

Y preparándose para de nuevo, como siempre que ocurría, lo despidiera como si nunca más lo fuese a ver, esperando que regresara…

—¿Entonces me veías en las carreras nacionales?—preguntaba el motociclista con una sonrisa arrogante que no terminaba de gustar al francés, pero la cual tenía al joven periodista griego realmente fascinado. Si, era la misma sonrisa con la que aparecía luego de ganar, saludando “amigablemente” a sus contrincantes mientras con la sonrisa les decía un “te vencí” evidente—. Vaya, ¡hace tantos años de eso!—remojó los jugosos labios con el vino tinto que había pedido—. ¡Recuerdo que apenas se oía del internet!

—Sí, yo estaba muy joven aún, ¡estaba en el colegio!—comentaba el menor, pasando los ojos de Kanon a Camus, los primeros brillantes y enérgicos, los segundos serenos y seguros—. Recuerdo que esperaba la mesada para comprar los postes que venía con el periódico general y siempre apostaba por ti en la radio.

Una graciosa carcajada sonó, por parte del mayor. Realmente no pareciera que tuviera más de treinta años. Estaba en plena flor de la juventud quien lo viera, no solo por el porte y las vibrantes esmeraldas, sino por su forma de ser, algo despreocupada y vanidosa, un tanto orgulloso pero con un magnetismo que seducía a cualquiera que lo viera, además de elocuencia. Podía mantener una conversación de prácticamente cualquier tema.

—Mi madre siempre decía que era mi fans número uno—le relataba con una sobrada familiaridad, al punto de rozarle un poco el hombro, detalle que no le gusto al francés—. Salía todos los domingos a comprar poster de donde salía y cuando la encontraban en la frutera solo hablaba maravillas de mí—rio otro tanto, con mirada un tanto nostálgica—. ¡Parecía adolescente enamorada!

Esta vez la risa fue de Milo, pareciendo comprender sus palabras, trasladarse de alguna manera a su madre, que en Francia no paraba de alabarle cada vez que salía una nota deportiva de su parte y grababa cada programa donde él hiciera un reportaje importante. La mujer por la que se había esforzado tanto.

—Siempre las madres suelen ser así de especiales—consintió Camus con una leve sonrisa, tratando de ser comprensivo y manteniendo su compostura, aunque entre el leve dolor de cabeza y los eventuales celos se le estaba haciendo difícil de realizar—. Debemos hablar del lugar en donde vamos a hacer la exclusiva. Tiene que permitirnos acomodar los equipos de grabación, un lugar privado para evitar intervenciones de terceros y…

—Mi habitación es buena para eso—acotó el griego con tranquilidad y enviándole una mirada autosuficiente—. Es un hotel bastante discreto, no dejan pasar a cualquiera al menos que tengan el permiso de mi hermano escrito, fue necesario para evitar problemas con la prensa y como mi hermano es uno de los accionistas…—vio que el Milo iba a objetar y le dirigió una mirada que lo calló al instante—. Prometo portarme a la altura de las circunstancias.

El ceño fruncido de Camus, el bochornoso sonrojo de Milo al escuchar esas palabras dirigidas directamente a él y por las cuales terminó bajando la vista… la sonrisa triunfante del motociclista.

Una ruta peligrosa.

Notas finales:

Esta es una historia especial para Hator ^^


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