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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Shaka ha regresado a la casa de su segunda familia, mientras que Saga le ha tocado enfrentar por fin los conflictos con sus padres. Ahora que han llegado a ese punto, ¿podrán seguir su camino?

Su cuerpo sobre la mesa de billar, su sexo siendo manipulado con pericia. Los elaborados besos que empezaban dulce y se volvían cada vez más apasionados, lo marcaban, callando sus gemidos mientras las manos expertas lo tocaban, lo amaba.

Y conocía esa forma, lo conocía. Esa forma de tomarlo como si intentara decirle que todo estaba bien cuando era evidente que no era así.

Los cabellos lilas caían a un lado de la mesa de billar, brillando producto del sudor. Penetraba, moviendo sus caderas al ritmo de su corazón acelerado, sosteniéndose con los antebrazos sobre la mesa y viendo a su pareja jadear su nombre, con sus mejillas rojas del placer, su rostro contorsionado de delirio. Lo veía, y no pudo evitar recordar.

Su padre tenía Alzheimer, pronto lo olvidaría. Lo olvidaría a él, las discusiones, esa última en la que empezó a llamarlo poseído, un demonio, una legión, quien sabe a cuantos veía. Aquella noche que furioso y cansado de ser señalado, de ser comparado con Saga cuando él, a él mismo lo veía ahogado incluso más hondo en su misma penitencia; cansado de las lágrimas de su madre, cuando su padre la señalaba por ser la culpable, por no haberlo enseñado a mantener su hombría… Esa noche que se fue.

¡Tú lo consentías!

¡Tú le apoyabas!

¡Tú lo criaste mal!

¿Y donde estuvo él entonces? Ah claro, en el trabajo y las actividades religiosas, donde a veces obligaba a Saga ir porque él “se portaba mejor”.

“Al menos llama a mamá”

Las palabras de su hermano, pidiéndole un poco de sentido común o misericordia. No sabía cuál de las dos.

Entre recuerdos, sintió la mano de su pareja en su mejilla, abrió sus ojos. Las templadas esmeraldas de Mu le miraron como si pudiera verlo a través de un espejo, como si pudiera penetrar en su mente y leer cada una de las cosas en las que estaba pensando. En ese momento, se dio cuenta, que no podía terminar y mordió sus labios con frustración.

—Dame unos minutos—pidió, intentando concentrarse en el acto y terminar como siempre, con un poderoso orgasmo que le hiciera olvidar por un momento la tortura.

—Kanon…—lo miraba, lo leía y lo entendía—. Kanon, llamemos a tu casa—y renegaba, no debía, no quería volver y…—. Tu madre te necesita y tú… tú quieres estar allí.

—Habla por ti, Mu—negó, saliendo de su pareja para huir de esos ojos que lo decodificaban fielmente. Antes de separarse más las piernas del más joven rodearon su cintura, sus brazos la espalda, su cabeza recayó sobre su pecho en un abrazo—. Mu…—que lo desarmaba…

—Llamemos juntos, hagamos el intento, Kanon.

¿Y qué hacer con el miedo a ser rechazado de nuevo? ¿De abrir antiguas heridas?

—Vayamos, un intento ¿sí?—subió sus labios, sostuvo entre las manos su rostro, buscó su mirada.

¿Y acaso no podría soportarlo ahora que no estaba solo?

—Está bien pero… tu inicias la llamada—y besó, buscando fuerzas.

En Londres, Shaka tenía su frente pegada en el frio metal de aquel teléfono, luego que la llamada acabara, luego de oírlo sollozando por cinco minutos, para que al final terminara con un “Quiero verte”. Ni hablar de decirle en ese momento que no estaba en Grecia. Mordió sus labios e inhaló aire, recordando lo único que pudo responder a ese pedido, “primero debo terminar algo”. ¿Qué significó esa respuesta? ¿Qué significó decirle eso cuando estaba en Londres? ¿Cuándo ya estaba planeando su nuevo inicio en Italia?

Lo que dijo fue lo que su corazón deseaba, lo que aún su razón diputaba… lo que su cuerpo suplicaba. Y en ese momento, por fin, comprendió que nada de lo que pudiese lograr en Italia, aún si lograba la aprobación de su padre, no tendría significado si seguía solo. Era más que gustar, lo admitió. Ya lo quería, lo asumió…

Y la vida lo había obligado, desde su encuentro con él, a empezar a dejar los sedimentos a un lado, para poder entrar sin problemas al inmenso mar que lo esperaba; primero confrontándolo para hacerle entender que la vida que él pensó que era perfecta, no existía, para luego acorralarlo, con las señales de su pasado, con su sentimiento, con sus temores y llevarlo justo a ese punto.

Y Saga interpretó de ese “debo terminar algo” el contrato que lo ataba a la relación netamente laboral…

Regresó a casa del anciano que lo cobijo y quien ya le había acomodado la habitación que antes usó. Necesitaba pensar ahora, necesitaba redefinir de nuevo que ocurriría después. Quizás, con lo que estaba pasando, Saga estaría lo suficiente ocupado como para preocuparse a buscarlo. Si todo salía bien, cuando se encontrara con su padre, si lograba resolver el asunto pendiente, regresaría tranquilamente y ¿lo buscaría? Se dio una ducha rápida y se puso una piyama para dormir, acostándose con la misma pregunta.

Lo buscaría si lograba resolverlo… ¿pero qué haría si no fuese así?

—¿Buenos noches, Familia Leda?—escuchó la mujer hablar, voz noble, dulce además—. Usted debe ser la señora de Leda, es un gusto, soy Mu Zandalat, amigo de su hijo, Kanon Leda—se detuvo, vio las esmeraldas de su pareja viéndolo entre curioso y asustado—. No, no, señora, no… no vengo a darle una mala noticia sobre él, él está bien—escucho el suspiro de alivio de la madre, las palabras, la preocupación—. Lamento haberla asustado, estoy llamando precisamente por petición de él—la pregunta que esperaba “¿por qué no llamó él?”—. Ah estado algo… ocupado con varios proyectos pero, al parecer se enteró lo de su señor esposo y me pidió que le hiciera el favor de contactarme—subió la mirada hacía Kanon, esta la bajo sintiéndose preocupado—. Comprendo, debe ser algo duro—siguió escuchando a la mujer, hablándole de la enfermedad, pidiéndole que le dijera esos detalles a su hijo y que Saga estaba con ellos—. Le haré saber todo lo que me ha dicho. De igual forma, Kanon me pidió hacerle saber que si necesita algún tipo de capital para las terapias y medicinas, no dudaran en…—tragó grueso al escucharlo. Cerró sus parpados y respiró profundo, guardándose las palabras—. Se lo diré, no se preocupe… se lo haré saber—preguntó que en donde lo había conocido. Supuso que no conectó la posible relación con su hijo y que, cuando lo vería de nuevo—. Lo veré pronto y… somos colegas de la carrera. Bueno, me despido, que tenga muy buenas noches y, de corazón les deseó mucha fortaleza.

Cortó la llamada. Desvió la mirada.

—¿Qué te dijo? ¿No me quieren en casa? ¿Mejor mantente lejos?

—Kanon…

—¿Qué te dijo Mu?

—Dijo… dijo que quiere hablar contigo sobre Saga—la confusión en su rostro era evidente, la pregunta legible—. Al parecer, Saga le comentó sobre la razón del divorcio.

Y esa noche, ninguno durmió. Entre los recuerdos del pasado de Saga, las vueltas de ideas de Kanon respecto a ese pedido, la preocupación de Mu y el conflicto de Shaka; ninguno de ellos pudo dormir.

La mañana del domingo fue silenciosa. Shaka salió desde temprano a caminar, comprobando como las hojas se iban cayendo de los arboles, con esos colores vivos, digno del fuego, que coloreaba cada una de ellas mientras caían, víctima de la estación al suelo. Vestido con un abrigo de cuero marrón, el mismo que usó para la cita con Simmons, llevaba colgando en su muñeca izquierda y con las manos en los bolsillos, el paragua en caso de que lloviera. Su cabello dorado estaba atado, despejando su rostro, y así se limitó a caminar. Recordó entonces lo que había ocurrido desde la cena, al tiempo que llegaba a un parque que solía visitar cuando era niño, repletos de otros niños con sus padres, jugueteando por aquí y por allá, en columpios, ruletas y obstáculos de colores. Se dejó envolver por las risas de los pequeños, los ladridos de los perros que jugaban con sus amos a recoger el disco, la sensación de familia que lo rodeaba.

Y lo volvió a recordar…

Subió la mirada al cielo, despejado pero con poco sol, y luego la bajo para buscar algo en especifico y encontrarlo; una pirámide de acero en base a varios tubos, construida muchos años atrás, pero mantenido como si fuera de ayer. Se acercó a ella, y no le importó la ropa que traía, ni la mirada extraña de los niños; sostuvo con fuerza su sombrilla, revisó que la suela de su zapato de marca no fuera resbalosa para la superficie y emprendió, ya asegurada ambas cosas, su camino a las alturas.

—Cada vez que quieres llorar, muerdes los labios y miras al cielo. ¿Por qué lo haces?—recordó las palabras del viejo Dohko, dicha seis años atrás—. ¿Por qué no lloras muchacho?—esa noche, en la oscuridad de la habitación sobre la mesa reposaba el libro “Remodela tu Vida”. Al verlo, había sentido de todo. Se había sentido un idiota por pensar que ese hombre podría abrirle su futuro. Se sintió destrozado al evidenciar, que todo en la vida de Simmons seguía bien, su carrera a flote, su familia. Se maldijo una vez más por haber apostado todo cuando él… cuando él no apostó nada.

Si, ese libro llegó en un momento en donde Shaka se negaba aún aceptar, que lo que tenía con Simmons había acabado. Donde descubrió para su dolor y vergüenza que muy dentro de él, pese a que por fuera lo maldijera y dijera que era el peor hombre que había conocido; lo seguía esperando. El libro le hizo entender que ya no había vuelta atrás y sólo le quedaba, re empezar su vida, remodelar… tumbar y volver a construir. Así hizo.

Cuando dio el segundo paso en aquel lugar, Shaka se sonrió incrédulo al pensar que el mismo libro de nuevo, le mostraría, que su tan ansiada y buscada paz no era más que otro espejismo con la misma forma de su orgullo. Que su decisión de no intimar con nadie más, de decir que con solo estar él, y nada más que él, todo estaba bien: no era más que otra mentira creada por sí mismo para escudar el terror que le daba volver a abrirse. El mismo libro le reafirmó que Simmons sólo sería pasado pero… que estaba abierto a un nuevo futuro.

Conforme avanzaba los tramos, recordó su propio camino de superación a partir de ese libro. Recordó como buscó una versión en Griego, para practicar el idioma. El porqué escogió a Grecia.

—Llorar no solucionara nada, no me ayudara a tomar decisiones, ni me dará fuerzas para continuar—esa fue su respuesta.

—Si sigues manejando sin limpiar los parabrisas, en algún momento dejaras de ver hacía dónde vas—y esa, fue su lección—. Está bien llorar, aunque sea en la soledad. Está bien llorar…

Y ese día lloró, por última vez en años, por Simmons.

Cuando llegó a la cima, se regodeó con la sensación del viento frío golpeando sus mejillas. Se acomodó entre los tubos, en una esquina de la pirámide, a unos dos metros del suelo. Recordó que esa era, junto a la ruleta, su atracción favorita cuando iban a ese parque. Siempre se esforzaba por subir en alto, llamar a sus padres, ver como su madre lo alababa por el logro, su padre mirarle de lejos con aceptación.

Por dentro Shaka seguía siendo ese mismo niño.

Mientras tanto, en la sala principal de la casa, el silencio reinaba en el desayuno. Su padre pedía una tostada de pan y su madre se la extendía, sin mirarle a los ojos. Saga tampoco se atrevía a decir algo. Escuchaba a su padre diciendo que ese día debieron ir a la iglesia, que habían fallado, que era la primera vez que no asistía a una misa en años, quejándose con evidente malestar mientras que buscaba como debía sostener los cubiertos, fijándose en como los tenía su hijo para imitarlo, como si hubiera olvidado a hacerlo. La mujer lo regañaba, diciéndole que sostuviera bien los cubiertos, su padre refunfuñaba quejándose que lo trataban como un niño y Saga, en silencio, ayudó a que acomodara los dedos en el metal.

—No me enseñes, ¡yo te enseñé a ti a tomarlos hace años!—farfulló el hombre, sin entender aún.

De nuevo hubo silencio. Saga comiendo obedientemente, como recordaba hacerlo en su niñez y juventud, la mujer sin subir su mirada, el hombre hablando desde el clima hasta la política, a veces repitiendo temas que ya había comentado al inicio del desayuno. Y nadie dijo nada… preferían no hablar de las evidencias…

Cuando su padre regresó a su cuarto, alegando de nuevo cansancio, madre e hijo se quedaron en silencio. Fue Saga quien se levantó y tomó los platos, recogiendo el de sus padres incluso, a lavarlos él en un ofrecimiento mudo. Notó que su madre no lo miró cuando recogió el de ella, ni le siguió cuando pasó a su lado. En realidad, toda la mañana estuvo desviándole la mirada. El abogado tragó grueso, ocupándose de los platos, acomodándolos… quedando sin más que hacer… Se sostuvo en el filo del mesón, respiró profundo, sintiendo que le faltaba el aire para respirar.

Dolía…

Secó su mano con un paño de cocina y salió, encontrándola en el mismo sitio, sentada e inmóvil, mirando la madera del comedor.

—Creo que es hora de irme—dijo, quizás esperando una respuesta—. Si, si hace falta algo, dinero, o una consulta con un experto, yo estaré al pendiente—silencio—. Agradezco las comidas, extrañaba… extrañaba tu sazón—la mujer ocultó su rostro, con dolor, sin decir nada. El hijo mordió sus labios, tragó saliva, buscó fuerzas—. Gracias por todo… llamaré mañana, todos los días, para saber…

Las palabras al parecer sobraban…

Frustrado, resopló el aire a otro lado, estuvo a punto de dar media vuelta e irse. No tenía porque quedarse allí, sentía que no era bienvenido desde que su madre comprendió la razón oculta tras el divorcio, su verdadera inclinación. El orgullo le decía que saliera de allí, con la frente en alto, como un día lo hizo su hermano. El orgullo le decía que no debía pedir perdón, que lo que ocurría no era algo en que estuviera equivocado… el orgullo…

“Pero no importa, seguiré mi camino… y quizás, más adelante ellos… se arrepientan al verme lejos… y puedan decir aunque sea a sus adentros, porque conozco tan bien a mi padre que sé, que jamás lo admitiría; que están orgullosos.”

Las palabras de Shaka regresaron a su mente. Las palabras de Shaka le detuvieron. ¿Qué si no había tiempo? ¿Qué si llegara a ser demasiado tarde? ¿Si no había un más adelante?

—Perdóname—dio media vuelta, la miró, sin ser correspondido—, perdóname no por ser quien soy, ni por mis gustos. No puedo pedirte perdón por ellos porque no pienso cambiarlos, ni ocultarlos, ya no más—respiró, buscando las siguientes palabras. Ella no le miró aún—. Perdóname por no poder cumplir lo que ustedes esperaron de mí—y allí la mujer lloró—, juró, que nada me hubiera gustado más que enorgullecerlos—prosiguió, con voz turbia—. Aún si ustedes jamás aceptan mi estilo de vida, quiero que sepas que de mi parte ustedes seguirán siendo mis padres y yo su hijo y que cada decisión que tome, como lo he hecho desde siempre, será pensando en que me gustaría contar con, al menos, su comprensión—secó una lágrima que en contra de su voluntad rodó por su mejilla izquierda, sintiendo que las lágrimas le quemaba sus retinas. Bajó su mirada, cerrando sus parpados, apretando sus lagrimales para obligarse a no seguir, a no llorar—. Para mí, ustedes fueron unos excelentes padres, no tengo nada en lo que pueda juzgarles, y les debo, aún mucho.

Sintió que había dicho lo que tenía que decir… que ahora, podría retirarse más tranquilo. Dio entonces media vuelta, dos pasos más hacía la puerta. Suspiró, tomó la manilla.

—Saga…—escuchó—, dame tiempo…—miró la manilla—. Dame tiempo… pero… no te vayas tan lejos—la soltó—. No nos abandones…

Su respuesta fue un acercamiento, y el pase de su brazo por sus hombros, el cual fue tomado por ella con desesperación para cubrir así su rostro lleno de lágrimas.

En Athenas, Mu consiguió a Kanon dormido en el comedor, varias cervezas vacías, la laptop de Saga abierta y en suspensión. Acarició su cabello, lo vio murmurar algunas palabras en su embriaguez. Se movió y el computador terminó su hibernación, mostrando entonces lo que estaba viendo en ese momento. Eran las fotografías del matrimonio de Saga, la que estaba él, con su ex esposa Marin y sus padres, en un evento donde él no pudo ir, para evitarles malos ratos a su hermano. Sintió un nudo en la garganta, apretó sus puños con dolor. Lo ayudó a levantarse, apoyándolo con su cuerpo, para al menos llevarlo al mueble y que así pudiera dormir mejor. Él, quien perdió a sus padres a temprana edad y fue criado por sus abuelos, no sabía lo que era lo que Kanon le había tocado vivir. No podía llegar a comprenderlo. Cuando le dijo a sus abuelos, quizás por ser abuelos, no le mostraron aversión alguna. Quizás los años de experiencia, quizás la necesidad de paz en sus últimos años de vida, quizás el amor desmedido a sus nietos… quizás…

Lo envolvió con una sábana. Lo vio abrir sus esmeraldas enrojecidas, no supo si de llorar o del licor. Quizás las dos. Le sonrío, buscando así tranquilizarlo, y con tiernas caricias en su frente el mayor volvió a conciliar el sueño.

Para cuando se hizo mediodía y el sol repuntaba en el cielo, Shaka bajó de su virtual logro, refugiándose en la ruleta, debajo de un frondoso árbol, cuando una nube de lluvia se le ocurrió pasar sobre ellos, dejando una leve llovizna. Se empujó con su pierna, y  subió a ambas en el aparato, dando algunas vueltas con poca velocidad, concentrado y ensimismado en sus recuerdos. No, no había cambiado tanto su ciudad, ni el clima, ni el olor a dióxido de carbono que se respiraba. No, no había cambiado mucho. Decidió entonces, dar el próximo paso.

Caminó hasta la parada y llamó a un taxi, pidiendo que lo llevaran a un lugar que debía visitar. Durante el viaje, oyó dos veces más la voz de Saga en el mensaje que le había dejado y releyó los mensajes que él le había escrito durante ese tiempo, en especial, aquellos referentes al libro. Su teléfono no tenía cobertura allí, debía comprar uno para comunicarse mientras estuviera en Londres; sin embargo, releer y oírlo de nuevo, le infundió fuerza. Si ya había llegado al delta, si ya estaba a punto de acabar el camino, significaba entonces que quizás, ya podría arreglar las cosas con su padre. Que quizás, la vida misma lo está obligando a ello, para que por fin solvente esa vieja deuda. Pensó en ello hasta que empezó a ver las construcciones familiares, donde sintió un golpe seco en su pecho.

Las puertas de hierro forjado se abrieron, delimitando la enorme manzana del resto de la sociedad, dándole un estatus del cual él se enorgulleció, por mucho tiempo. Apartados del resto.

Luego de ser revisados por la cajetilla de Vigilancia, el camino siguió, mostrando ostentosa mansiones a su derecha, un enorme parque natural con bella forestación a su izquierda. ¿Cuánto pensó que jamás volvería a ese lugar? ¿Cuánto soñó con regresar? Las mansiones pasaban y él hacía un recuento interno de las fiestas en las que asistieron en dichas edificaciones, los nombres, los hijos, aquellos que en algún momento fueron compañeros… su infancia y juventud. Algunas mostraba mejoras bastante apreciables, otras muy pocos cambios. Y cuando por fin llegó a la parte más alejada del campo, pudo apreciar frente a él, lo que fue su casa. Le pidió al taxi que se detuviera y lo esperara, que le cobraría también el viaje de regreso. Bajó del auto, la observó.

Igual que como la dejo, la enorme mansión victoriana, el amplio jardín, imperturbable en el tiempo, como si los años no hubieran pasado por sobre ella.

Un retumbar en su pecho, un palpitar acelerado. Observó la limosina en frente de la entrada de la mansión, vio desde allí como la puerta de la mansión se abrió… los reconoció de lejos.

Sintió que el tiempo se detuvo.

De lejos vio como su madre y padre entraban por la puerta de la limosina, con amplios abrigos. Vio a su nana saludarlos durante la curva que giró el automóvil para retomar el camino de salida de la mansión. Se cubrió con la capucha de su abrigo, los vio pasar a su lado, lo más cerca que los había tenido en seis años… su respirar se detuvo.

Y con ello los oyó alejarse de él.

Devolvió la vista hacía la mujer anciana que aún estaba de pie en la puerta. En ese momento, comprendió que la mujer lo había reconocido.

La anciana comenzó a correr, con lo que las fuerzas le daban en su edad, por el césped de la mansión. El rubio caminó lentamente hacía ella, sintiendo decenas de lágrimas agolparse tras sus ojos, ocultarse e intentando mantenerse fuerte, aunque, al acercarse más, detecto que la mujer no opino igual con las suyas. Lloraba, lloraba mientras se acercaba más ahogada por la idea de tenerle de nuevo, de verle.

Y la reja de la mansión, los límites de su hogar, los separaron.

—Mi Shaka, mi joven Shaka—gimió la anciana tomándole las manos con sus dedos arrugados, llorando ahogada, quizás un metro y medio de altura, un tanto jorobada, con las arrugas que formaba pronunciados pliegues en su rostro, sus mejillas caídas, sonrosada por el rubor que aún por su vejez, no dejaba de colorearse. Labios delgados y cuadrados, ojos grandes y hundidos. Pupilas tan grises, cabello blanco atado en una trenza que daba vuelta en su nuca, el traje de servidumbre, aunque ella era más una madre—. Te vi, te vi de lejos, te he visto, desde hace semanas, en mis sueños… ¡soñé que vendrías, soñé que lo harías!

—Nana Eli…

—Mi Shaka, mi niño, ¡mira cuan guapo estás!—tomó sus manos arrugadas, el joven las besó con respeto, la miró con dulzura.

Y memoró…

Ya había llegado a casa…

Notas finales:

Gracias a todos los que leen ^^


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