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Endless Rain por metallikita666

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Luego de un paralizante y pesado sueño, Matsumoto por fin volvió en sí. Abrió los ojos y se encontró recostado en una cama que no era la suya ni ninguna conocida, en un aposento que tampoco había visto jamás.

-¿At… sushi?- llamó instintivamente, acordándose que era la última persona que había estado con él. La cabeza le daba vueltas, y aún se sentía bastante ebrio.

-¿Sí?- contestó el otro, saliendo del baño con el bien formado torso desnudo. El mayor se alarmó.

-¿Dónde…estamos! ¡Ah, mi cabeza!- se quejó cuando intentó ponerse de pie, descartando la idea de inmediato. El vocalista sonrió.

-Tranquilo. No es mi casa, ni la tuya- repuso, acercándose a la cama, tomando asiento en uno de los bordes.

-¡Eso me alegra… muchísimo! Pero todavía no me contestas adónde… me trajiste- E intentando alejarse, enredó los codos en su propio cabello, quejándose al jalárselo.

-Vamos… Ya deja de comportarte de manera tan infantil, Hide-chan…- murmuró el pelinegro, de forma insinuante. Estiró el brazo para ayudar al chico a desembarazarse de la molestia, quitándole el cabello de debajo del cuerpo. Se acercó más de lo que lo hubiera hecho alguna vez. El mayor se mostró intimidado.

-¿Adónde me trajiste? ¿Es esto acaso… un motel!- Se maldijo por no poder despegar los ojos de los pectorales y el rostro ajeno, y ese cabello tan pecaminosamente brillante que adornaba la cabeza de Sakurai -¡Responde, caray!... ¡Hip!-

-Ya que tanto insistes… Sí, nos encontramos en un motel- replicó el sensual hombre con la mayor de las naturalidades, alzando una mano para llevarla a la mejilla lívida de la araña. -¿Contento?-

-¡No! ¡Por supuesto… que no!- y apartó la extremidad ajena de un golpe. -¿Qué te has creído… al meterme contigo… en un lugar como éste? ¿Acaso piensas… que soy Yoshiki?- balbuceó trabajosamente, sintiendo el cuerpo engarrotado y dejándose caer en el colchón.

-No… Es evidente que no. Pero no por ello dejas de ser lindo… Me gustas.- Y subiéndose por completo a la cama, se ubicó encima de Hide, apoyándose en sus manos y rodillas, con la mirada hacia abajo. Su corazón latía con fuerza mientras se acercaba ansioso al manjar que hace tan poco había descubierto: la piel de un hombre.

-¡Idiota! ¿¡Qué… pretendes!?- exclamó el mayor, aterrorizado, según él, más por el hecho de no poder moverse a voluntad, que por la imponencia de Sakurai. De haber estado sobrio, no hubiera dudado en quitárselo de encima a puñetazos. -¿Cómo… que yo te gusto? ¡No seas… imbécil!-

El pelinegro ladeó la cabeza, sonriendo seguidamente. –Y veo que no soy el único. De haberme querido empujar, ya lo habrías hecho… ¿Qué te detiene?- Juntó las rodillas, uniendo las piernas ajenas hasta que quedaron completamente estiradas. Una vez así, deslizó las suyas hacia atrás. Su pelvis chocó contra la de él, y pronto éste pudo sentir el miembro duro del menor. El pelifucsia dio un respingo.

-¡Que te quites… de encima!- clamó, verdaderamente acongojado. Ahora no era la pesadez del exceso de sake; lo reconocía. Estaba escandalosamente intimidado por aquel hombre. Empero, sus más profundos rencores estaban muy presentes en su mente. –Lo peor de todo es… que eres un maldito sin sentimientos…- se llevó una mano al rostro, tapándose los ojos. La poca luz que había era aún así muy fuerte para la hipersensibilidad de su estado. Su voz se tornó triste. –Te aprovechaste… de Yoshiki, y ahora lo intentas hacer conmigo… ¿No es así?-

El cantante calló por unos instantes. Reaccionó desviándose del tema.

-Que yo no me aproveché de él, ¡ya te lo he dicho!- tomó a Hide por el mentón, obligándolo a que lo mirara -¡Y tú, deja de seguir haciéndote daño, pregonando que ya no te importa, cuando en realidad no puedes apartar su imagen de tu mente!- El mayor bufó, odiándolo con la café mirada por ser de nuevo tan incómodamente veraz. –Tienes que dejar de quererlo. Él… se atrevió a decirme que me amaba. ¡Hiérelo, págale con la misma moneda!-

-No creas… que todos somos como tú…- repuso el chico, destrozado. –Son evidentes… las razones por las cuales… él te buscó. Pero si ahora estoy aquí… no es porque piense que lastimándolo me voy a reivindicar… Yo no juego así.-

Su voluntad, otrora tan férrea y terca, se había esfumado. Al principio, parecía tener muy claro contra quién debía dirigirse su ira. Bramó en su fuero interno, despotricando salvajemente contra su rubia princesa y llamándose a sí mismo con los peores epítetos, por haber sido tan estúpidamente indulgente. ¡Si él mismo lo había observado irse, conociendo perfectamente hacia dónde se dirigía! Pero no bien apareció quien se le figuraba con justa razón ser el culpable de todo, el enorme amor que por él se desbordaba en su pecho le puso la venda nuevamente sobre los ojos. Entonces surgió un nuevo blanco: el hombre que con su voz, su rostro y su mirada podía enamorar de lejos.

No obstante, si ello era así, y hasta se había atrevido a encajarle al robusto pelilargo un puñetazo en la mejilla, despreciando su propia pequeña talla y menuda contextura, ¿qué le impedía hacer lo mismo ahora? Cansado de las versiones que rondaban su mente, se había refugiado en el elíxir del dios que naciera humano[1]. Porque aquella deidad, en verdad piadosa, había sufrido en carne propia el castigo de ser un mortal, juguete del hado y las voluntades poderosas. ¿Quién podría entonces culparlo por querer escaparse de la desconsiderada realidad?

Pero ni siquiera Baco sería capaz de contener a la dorada Cipris[2]; altanera, caprichosa e incomprensible. Una curiosidad incipiente palpitaba en su pecho; contra sus principios y proceder, deseaba probar las mieles de la traición, pero estando del otro lado del dolor. Todo individuo tenía un límite… ¿No era cierto?

Dejó caer la cabeza a un lado, hacia el que tendieron sus últimas lágrimas. Su cuerpo se relajó por completo; ningún sentido tenía resistirse. Sakurai deslizó la mano hasta su pecho y empezó a desabrocharle la camisa.

-Pues entonces… ha sido un estúpido en dejarte ir.-

Recorrió su cuello, llenándolo de ardientes besos que lo obligaron a despertar. Paseaba los expertos dedos por los pezones ajenos, apretándolos, rodeándolos y pellizcándolos; arrancándole gemidos cuando jugaba a cauterizarlos con la lengua.

-Yo nunca… he mordido una almohada…- afirmó el pelifucsia, resistiéndose a proferir suspiros.

-No te preocupes… Siempre hay una primera vez- respondió el menor, ayudándolo implícitamente al permitir que los ahogara en su boca, segundos después. “Ciertamente, siempre hay una primera vez” pensó Atsushi, agradecido por haber sido iniciado en aquellos deleites.

 

 

 

La puerta de su cuarto se abrió violentamente, y bajo el dintel apareció el rubio, teléfono en mano.

-¡Te he estado llamando desde ayer, y hoy durante todo el día! ¿Por qué no me contestas? ¿Acaso perdiste tu móvil?-

Matsumoto se palpó los bolsillos de la chaqueta y extrajo el aparato: cualquier intento de mentir se frustró. Observó la pantalla: en efecto, la enésima llamada de Yoshiki era como de hacía diez minutos.

-Salí… de fiesta con mis primos. ¿Qué tiene de raro?- se inventó al momento, hablando con gesto despreocupado y algo de fastidio. Le molestaba un poco que luego de tanto desmadre entre ambos, el pianista lo siguiera controlando de manera usual, como si no hubiera pasado nada.

-¡No me mientas, Hideto! Anoche llamé a Kaz y me dijo que tú no estabas con ellos. También hablé con Ran, y andaba por otro lado con el resto de los chicos. ¿Adónde estuviste?...- se acercó inquisitoriamente, clavando sus ojos en él, estudiándolo centímetro a centímetro; incluso oliéndolo.

-¡Ya basta, Yoshiki!- la araña se levantó bruscamente de la cama, incorporándose con decisión. -¡A ti no te importa dónde o qué estuve haciendo! Estoy harto de que me sigas y controles de esa manera, como si yo fuera un mocoso. ¡Haz el favor de largarte de mi casa en este mismo momento!-

Hayashi retrocedió, tapándose los labios al tiempo que lo miraba perplejo. Nunca, desde que lo conocía, Hide le había gritado así. De la impresión, dejó incluso caer su teléfono. El efecto fue inmediato: las lágrimas comenzaron a resbalar de sus ojos. El pelifucsia cayó en cuenta de lo que había hecho, pero ya para entonces era demasiado tarde.

-¡No, Yo-chan, espera!... No quise…- lo que sea que fuera a decir, se vio interrumpido de inmediato.

-¡Te odio!- gritó el rubio con visceral desesperación -¡Te odio y no quiero verte nunca más!-

Hide dio gracias de que Hiroshi no se encontrara en casa para entonces, pues de haber sido así, Yoshiki lo habría abrumado con sus quejas, aprovechándose del hecho de que era la única persona que él jamás desoía. Un cierto regocijo se produjo en su corazón: era la primera vez que, tras el incidente en Tokio, le dirigía un merecido insulto a su inconstante novio, pero por otro lado, comenzaba a sentir los estragos de la culpa. Jirones de recuerdos venían a su mente; escenas de la noche que acababa de pasar. Angustiado, se tomó la cabeza con ambas manos, sentándose en el borde de la cama.

-¡Ah, por todos los cielos!... ¿Qué fue lo que hice?- se lamentó, cogiéndose ahora la frente. Temía porque sospechaba que Atsushi no era para nada alguien en quien confiar. Eso, aunado al hecho de que Hayashi solía ser muy vengativo cuando era llevado por el resentimiento. Empero, reconoció que nada peor de lo que ya había pasado, era susceptible de acontecer. Se recostó, intentando entregarse al sueño que tanta falta le hacía, adolorido como estaba por la resaca. Lo que sucediera después, ya vería cómo arreglarlo.

Atsushi se encontraba con el resto de su banda en el estudio, justo como se lo había prometido a Hisashi, por teléfono, el día anterior. Como ya había grabado su parte, estaba escuchando las de los demás, mientras degustaba un cigarrillo. Su teléfono sonó.

-Atsushi… soy Yoshiki. ¿Estás ocupado?-

El pelinegro tapó un momento el micrófono de su móvil, al tiempo que salía de la cabina, luego de hacerle una seña a sus compañeros.

-Un poco. ¿Qué se te ofrece?- respondió, con displicente tono. El blondo baterista era de los que adoraban ser tratados con desinterés; eso lo había captado muy fácilmente el día de su encuentro.

-Es que… quisiera que nos viéramos. No me siento nada bien y me gustaría hablar con alguien…-

“¡Demonios, Hide! ¿Es que acaso no te das cuenta de cómo actúa? En verdad que no lo conoces…” Sakurai se relamió, satisfecho. “Pero un regalo es un regalo, y no soy el tipo de persona que suela desaprovecharlos… Lo siento.”

-Sí, te entiendo. Podemos vernos en el café que está al oeste del parque, entre la floristería y el hotel. ¿Te parece?- Su réplica no se hizo esperar. -¡Sí, sí, claro! ¡Te lo agradezco mucho, Acchan! ¡Nos vemos!-

-¿Acchan?...- miró el aparato con una ceja enarcada, alzando luego los hombros.

-Muchachos, voy a salir. Me llaman si necesitan algo. No estaré muy lejos de aquí- se despidió, abandonando el lugar. Caminó un par de cuadras y arribó al sitio.

Entró al acogedor café, dejando su gabardina en el perchero. Adentro, la suave música y el fino decorado atrapaban la vista y provocaban una agradable sensación. El cantante miró a todos lados, buscando a su cita. Por fin lo divisó.

Fumando mientras esperaba, Hayashi parecía muy triste. Cabizbajo, examinaba una especie de libreta. Se había pedido una taza de humeante café negro, el cual, incluso a pesar del frío, no había probado.

-Hola- saludó el menor, cogiendo la silla para correrla y sentarse. Al ver el rostro de desasosiego  de su interlocutor, se apuró a inquirir -¿Qué sucede? ¿Estás bien?-

Yoshiki negó con la cabeza –No, de hecho que no- sin poder evitar que sus ojos se cristalizaran, se apuró a cubrirse con el pañuelo -¡Esta tarde, Hide me gritó!- Y se soltó a llorar de forma lastimera. Atsushi se contrarió visiblemente, mas supo disimularlo. –Espera, ¡no llores así! No te tomes las cosas tan trágicamente… ¿En verdad lo valen?-

El otro lo miró desconcertado. -¿Qué si vale la pena? ¡Por supuesto que sí! ¿Es que acaso es un crimen tener sentimientos?-

-No, evidentemente no. Pero pretender que sólo tú los tienes, sí lo es- Sakurai se recargó en la silla, pidiéndose también algo de beber apenas vino el mesero. -¿No te parece?-

El rubio se quedó en silencio. Nunca nadie había cuestionado sus berrinches de esa manera. Y estaba desarmado, por no haber tenido jamás que pensar en argumentos. Lo reconocía.

-¿Y tú crees que yo soy así?- fingió sentirse ofendido -¡Tú no me conoces!-

-En efecto- repuso, llevándose a los labios la taza, sonriendo ligeramente –Pero no me ha tomado mucho darme cuenta. Y también sé otra cosa, que probablemente no vayas a querer escuchar…-

Hayashi arrugó el entrecejo. –Hmm… ya que estamos hablando de eso, anda, dímelo. No creo que sea peor que lo que has dicho hasta ahora…- Bebió también, apagando el cigarrillo en el cenicero.

-Tú eres un egoísta y un caprichoso, y Hide, por darte gusto, nunca te reclama nada. ¿Cómo es que tienes la cara para resentirte, si tú fuiste el primero en hacer las cosas mal?- previendo sus típicas poses de víctima, continuó –Pero antes de que me digas algo, voy a darte una buena razón para que te sientas así… Anoche me acosté con tu novio.-

Yoshiki lo miró horrorizado. En un hilo de voz, tartamudeando, dijo finalmente -…Que tú… ¿¡qué!?-

-Lo escuchaste, no te hagas el idiota- y ante su gesto angustiado que pedía una explicación a gritos, prosiguió. –Lo encontré en un bar de mala muerte cuando iba camino a la disco; estaba terriblemente borracho. Me pareció lindo quedarme haciéndole compañía, y pues, como su estado era tan deplorable y se veía cansado, lo llevé a dormir…-

Atsushi vio la mano venir. Con rápidos reflejos, alzó la suya para detener la muñeca ajena. –Ni se te ocurra, Yoshiki. Ya Hide me golpeó en nombre de los dos…-

-¡Eres un desgraciado!- se quejó el baterista, sollozando.

-¡Y tú, un ridículo! Deja de actuar como una quinceañera, ¡por todos los cielos!- Sakurai soltó su extremidad con violencia; prácticamente, tirándola. El mayor lo miró decepcionado.

-Yo te llamé porque quería hablar con alguien. Quería intentar sentirme mejor. Pero veo que todo ha sido en vano.-

-No, no empieces. No intentes confundir las cosas a tu favor, porque conmigo no lo vas a lograr. Tú y yo podemos pasar un rato agradable, si así lo quieres, pero yo siempre te voy a decir lo que pienso, te guste o no. ¿Estamos?- Sacó sus cigarrillos y se colocó uno en los labios, sin despegar la mirada de su interlocutor.

-Sí, está bien- repuso éste, con aire resignado. -¿Me acompañas a mi casa? Hay otras cosas que querría contarte, pero este no es el sitio. En verdad me es muy difícil controlar mis reacciones…-

-Claro, como gustes- se levantó, ayudando al chico con la silla, depositando un billete sobre la mesa después. Ambos abandonaron el sitio en dirección al auto de Yoshiki.

 


[1] Diónisos (Baco), dios griego del vino y el teatro.

[2] Afrodita, diosa griega del amor.

 


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