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Endless Rain por metallikita666

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Quince para las siete de la noche. Atsushi miró el reloj viejo, escandaloso, enclavado en la pared.

-¿Serás puntual esta vez? Sí, te conviene. Estás deseando acabar con todo esto. Y cuando ya tengas la memoria en tu poder, pretendes, oh iluso, venir aquí a amenazarme. ¿Y con qué? Bien sabes que nada posees… Ni siquiera lo que alguna vez fue tuyo.-

Miró sus manos. Nada en ellas podía denunciar un reiterado descuido; ni marcas de dura faena había dejado el tiempo. Acostumbrado a ganarse el pan con los pliegues ocultos en su laringe, nunca tuvo que usar de aquéllas.

-Pero ustedes me han dado el mayor de los placeres en la vida: uno que no conocí, sino hasta hace muy poco. La forma en que la carne baila, se retuerce, se desliza al ritmo que ustedes imponen, es maravillosa. Y tanto pueden usar la sensible piel que las recubre para estimular la ajena con suavidad, o imponer su rigor con firmeza. Aunque hay una sensación que todavía no me han dado…- se dibujó una mueca siniestra, remedo de sonrisa. -La más brutal de todas. La más violenta. Satisfacer el mórbido deseo que me acompaña a toda hora… ¡Porque no puedo controlar el ansia imperiosa que me ahoga: de marchitar, de humillar, destruir y mancillar; ésa que me invade cual húmedo sueño, y no me deja nunca en paz!-

Miraba los limones sobre la cama. Ocultos en una bolsa de papel, la curvatura natural de su forma se adivinaba. No obstante, algo aparentemente cuadrado resaltó a los ojos del chico. Se levantó del suelo, donde aún yacía contemplando el desastre de su obra, y casi desvariando, se lanzó sobre la bolsa.

-Hiro…- musitó entristecido, al conocer que aquella silueta pertenecía a una cajita. Dentro de ésta se encontraba una pequeña botella de Limoncello, licor de limón de origen italiano. A falta de más presupuesto, el menor de los Matsumoto había adquirido el tamaño más chico. Abandonando la ira fulminante de hacía unos instantes, destapó la botellita, sin dejar de mirarla con ojos melancólicos. Sorbió el primer trago, deleitándose con el tan venerado sabor.

Siete en punto en el reloj del tocador, aunque no percibió el susurro de las agujas. Pero el ominoso sobre seguía ahí, yaciendo en la alfombra; abriéndole las piernas con burlista lujuria.

-Deja de mirarme, maldito. Aunque tú no hayas sido el autor de este último dilema, has de estar riendo, sentado en tu sillón; observándome con tu mente aviesa. ¡El mal, el mal que una vez me hiciste, no tardará en caer sobre ti!-

-Y hoy serás el que me complazca, retozando dolorosamente entre mis dedos. ¿A qué armas? ¿A qué otro material? Suficiente tenemos con tu piel abierta, rezumante de rojo, amoratada y bella; y mis huesos chocando contra ella, arañándola, surcándola. Es que ya no puedo esperar por tenerte entre mis brazos, mi perturbado amante…-

Siete y quince, y la cuenta sin detenerse. Los finos guantes de piel carísima se deslizaron sobre los dedos largos y rectos. La placentera sensación se basaba más en la dermis oculta, que en el propio material suave del cuero.

-Ocultas bajo hermosa patraña, sus heridas sensualmente ganadas serán sólo para mi solaz; sólo yo las conoceré. ¡Y qué le importará al mundo por qué las llevo cubiertas! No, nadie siquiera osará cuestionarme. Hay mil y una razones por las cuales alguien decide llevar guantes. El frío, la mayor de ellas; un repentino accidente. Una quemadura. Tantas maneras de quedar impune. ¡Oh mundo maravilloso!-

Se carcajeaba insanamente mientras acababa de vestirse: traje entero, de un negro pulcro. Corbata perfectamente atada. Su cabello impecable, también. Perfecto todo él en sí mismo. Alguien tenía que sobreponerse ante tan chillón abigarramiento.

Pantalón naranja, camiseta azul y sudadera verde fosforescente. Ah, imposible olvidar la bufanda rosa: hacía un frío espantoso. Extrajo el dinero de una gaveta, colocándolo al punto en una bolsa de cuero. Jamás creyó que le tocaría pagar por unas fotos suyas. Rápidamente se acordó de Yoshiki, al pasar la mirada sobre un retrato de ambos que estaba justo al lado de donde horas antes, se encontraba el, para entonces, difunto televisor. Era la primera vez en mucho tiempo que volvía a mirarlo.

-Ya sé que cuando te enteres de esto, te vas a enojar conmigo… ¡qué novedad! Siempre deseando saber todo lo que hago, todo lo que pienso, todo lo que me pasa…- hizo una pausa solemne, como si en verdad tuviera al rubio de frente -¡Pero no! ¡Esta vez no! ¿Me oyes? ¡Todo esto ha sido tu culpa, y prefiero no tenerte cerca para no echártelo en cara! Porque sé cuánto te lastima… ¿¡Pero y yo!? ¿Yo qué? ¿Qué nunca pensaste que tengo un corazón también?- Caminó hacia el retrato, tomándolo entre las manos. –Esta vez no. Resolveré todo por mi cuenta, intentando que quede en el olvido, para alguna vez volver a tu lado y vivir como antes. Como cuando éramos felices- las lágrimas brotaron, cayendo sobre el vidrio que cubría la fotografía, en el rostro del pianista. –Es tiempo. Tengo que irme ya.- Besó el cuadro, regresándolo a su lugar.     

Encendió el sobrio auto gris: un Mercedes-Benz G550. Llevaba las manos aún ceremoniosamente tapadas. El sitio quedaba algo lejos de su casa, y era otro el lugar donde dejaría el vehículo. Las siete y treinta ya. Arribó a una desolada bodega, aparcando en la parte de atrás. Se bajó del auto y comenzó a andar. La noche era fría, exquisita. Ninguna mejor para una caminata. La brisa lo antojó de un tabaco, el cual al momento extrajo de su bolsillo. Aún tenía los guantes puestos.

El Corvette color limón irrumpió con sus luces delanteras en el amplio y desolado parque. Al fondo, el tranquilo lago reflejaba la luna llena como si fuera plateado espejo. La araña observó la escena: hacía mucho que no miraba una tan bella y relajante. Dio un cuarto de vuelta a la llave. Diez minutos para las ocho. Sonrió con tristeza: era como si el resto del mundo pasara por alto su tragedia interna. Nadie lo sabía, y a nadie le importaba. Era algo indignante la calma de aquel lugar, y de la noche toda, cuando él sentía que la felicidad de su vida –de la presente y de la que habría de venir- pendía de un delgado hilo. No era exagerado considerar que el mundo había conspirado en su contra… Pero ¿por qué?

Tres minutos para la hora pactada. Se bajó del auto sin el dinero. Primero charlaría con el tipo; no era él de los que se dejaban impresionar y soltaban fácil. Tenía que asegurarse de que poseía la dichosa tarjeta y de que era la correcta. Se mantuvo en silencio, con las manos en los bolsillos. Su atención seguía puesta en el agua tranquila. Aquel paisaje era hipnótico. Tal vez por el hecho de que ninguno de sus últimos días había estado exento de tribulaciones, y de que jamás en ese tiempo había tenido un momento de paz interna como aquel –aunque producido por una bella visión- permanecía quieto e inmóvil. Ni siquiera se le antojó fumar. El silencio y la quietud lo llenaban. Su talante insano yacía dormido.

Seco y certero, un golpe dado con el borde interno de la mano cayó entre su nuca y cabeza, derribándolo de inmediato. El misterioso agresor se acercó a su víctima, volteándola con el pie. Al instante, cayeron ambos guantes a su lado.

-¿Duermes, mi pequeño? Despierta, que estoy ansioso por jugar contigo…-

El temblor en su mejilla izquierda delató que volvía en sí, y uno de sus ojos se abrió. No tardó en caer el segundo de los golpes: un puñetazo cruel que marcó su carne.

-…¿Quién… ¡quién es!? ¿Qué mierda te pasa? ¿¡Por qué me golpeas de esa forma!?- gritó Hide, aún bastante atontado, tomándose la mejilla. El otro lo agarró de las solapas del suéter, levantándolo lo suficiente para que pudiera mirar su faz a la luz de la luna.

-¡Atsushi!- exclamó estupefacto, siendo callado segundos después por un embate contra su otra mejilla. Aquello era demasiado.

-¡Hijo de perra, detente!- la sangre manchaba sus labios y su ropa. –Bien… conocía que estabas detrás de todo esto… pero ¿qué demonios te pasa? ¡Suéltame!-

Sakurai estaba poseso. Todavía con tela entre sus dedos, manchados a la sazón de rojo, castigó el abdomen ajeno con un rodillazo.

-Es una lástima que a estas manos caprichosas las haya llenado el deseo de azotarte hasta marcar con cardenales ese bello rostro tuyo, y todo tu cuerpo. Pero no hace más que aumentar tu atractivo. ¡Oh, Hide, si supieras lo bien que te sienta el maquillaje natural! ¡El que se logra rompiéndote los vasos de la sangre!-

Un inmisericorde aluvión de puñetazos cayó sobre el indefenso rostro del mayor, dejándolo espantosamente amoratado; irreconocible. El desdichado pelifucsia daba horribles voces, intentando que se detuviera por todos los medios: ora rogándole, ora insultándolo, pero cuanto más se quejaba y retorcía, tanto más salvajemente lo vapuleaba el pelinegro. Ninguna otra palabra cambió con él hasta no verlo vomitando sangre.

-…Mal…dito…- tosía el negruzco fluido con tanta fuerza que parecía estar a punto de arrojar las vísceras –Si soy… yo quien tiene… razones para querer… matarte… ¿Por qué, cabrón?… ¿¡Por qué!?-

-¡Silencio!- lo pateó en el costado con brutalidad, tomándolo del cabello acto seguido, levantándolo fácilmente, pues ya no era más que una piltrafa humana.

-Nadie te dio permiso de hablar, ¡así que cállate!-

Como si no hubiera sido suficiente tunda ya, Atsushi volvió a pegarle, esta vez en la mandíbula.

-…No me cansaré… de insultarte… así me mates…-

Los violáceos párpados de Matsumoto, terriblemente hinchados, apenas si se levantaban para descubrir sus pupilas. Su mirada –una combinación del más fulminante odio y la mórbida locura- se clavó en el menor. Era tan turbadora, que hasta el seguro verdugo sintió un repentino escalofrío recorrerle.

-¡No me mires así!... ¡Ah, tú lo has querido! No pensaba llegar tan lejos contigo, ¡pero no me dejas opción!-

Se sentía desconcertado por el hecho de que a pesar del deplorable estado en que lo había dejado –el cual hacía que Hide pareciera un cadáver, víctima de desalmados torturadores- su mirada se mantuviera intacta y viva, como si fuera un fantasma o un no-muerto. Podía comprender cada uno de los insultos que, porque sus labios ya no eran capaces de pronunciar bien, sus ojos transmitían. Y lo perturbaba. Lo perturbaba muchísimo.

-Bastardo… ¡No me desafíes! En verdad puedo llegar a ser muy cruel.-

Lo soltó con desprecio, haciendo que al caer se golpeara el dorso contra el suelo. Tomó la cuerda que traía al cinto, estirándola, y se acercó al mayor, quien ya había abierto los ojos lo más que podía, asustado por lo que fuera a pasar. Hide logró voltearse y se arrastraba con dificultad, experimentando un horrible dolor al retorcer el lastimado cuerpo de aquella manera, pero haría todo lo posible por no seguir siendo el juguete del malvado vocalista.

-¡Quieto!- le gritó éste, adelantándose para patear su espalda brutalmente y detenerlo. El otro se quejó por el golpe.

-Desgraciado… ¿No has tenido ya… suficiente?... ¿¡Qué vas a hacer!?-

-Ya lo verás, mi querido Hidito…- sonrió perverso, advirtiendo los puños contraídos del chico: señal inequívoca de su miedo y angustia. Colocó su pesada bota sobre la nuca del pelifucsia, apretando, presionando inmisericordemente.

-¡Responde! ¿Qué crees que te haré ahora?-

Disfrutaba enormemente de su dolor. Hasta ese momento, había percibido todo el daño que venía haciéndole de manera indirecta, en parte por lo que provocaba en él usando a Yoshiki, pero no había tenido la oportunidad de castigarlo con sus manos; de saborear sus reacciones con sus ojos. Tanto presionaba que para Matsumoto era imposible articular, y lo sabía, pero aún así continuaba.

-¿No quieres hablar? Será porque mueres por vivirlo…-

Rió estruendosamente, inclinándose para atar las muñecas del guitarrista.

-¡No! ¡No! ¡Te lo ruego, no!-

Despavorido, la araña gritaba lastimeramente, moviendo sus brazos hacia los lados, ocultándolos bajo su cuerpo. Atsushi seguía castigando su cuello.

-¡Ya basta! ¡Deja de oponerte!- lo pateó una vez más, ahora en las costillas, con tanto ímpetu que lo volteó. -¡Estás perdido, infeliz! ¡Ríndete de una vez!-

Hide cerró los ojos, y por unos instantes cesó de moverse. Relajó los miembros, intentando aislar aquella voz tan odiada; vendiéndose por todos los medios posibles la idea de que aquel hombre gritaba muy lejos de él, y que sus palabras eran ininteligibles. Ni un solo quejido salió de sus labios. Ni una sola palabra.

-… Vas entendiendo. Así, eso es…-

Sakurai se agachó para culminar su propósito de amarrarlo. Los brazos ajenos estaban tensos, como engarrotados. El menor intentó movérselos una vez más, y como no pudiera, se ahorró las palabras. El último azote, dado peligrosamente cerca de su nariz, le robó la conciencia al pelirrosa. Se aflojaron sus miembros, acabando los superiores unidos por un lazo firme y complicado detrás de su espalda.

 

“-¡Deja de oponerte! ¡Ríndete de una vez!- exclamó jovial el risueño rubio, luchando contra el reflejo vehemente de la araña por retirar sus sensibles plantas del cariñoso cautiverio. Yoshiki intentaba por todos los medios darle un masaje en los pies, pues le dolían terriblemente luego del ajetreo que supone una gira por todo el país. “

           

            Las palabras del odiado pelinegro habían evocado un entrañable episodio de su vida pasada. Curioso que en aquella ocasión parecieran tan inofensivas, cuando ahora suponían una funesta sentencia de muerte. “¡Oh, el más hermoso de los verdugos, qué bien sabes premiarme con tus besos, para luego con esos labios invocar a esta Muerte de largo cabello negro!

…¿Y si me burlo yo de ambos, y tomo con mis propias manos lo que tanto quieren arrebatarme?...”

Atsushi miró en derredor: ni una sola alma se veía. Ni siquiera algún curioso se había acercado, alertado por los gritos de Hide. Se congratuló por su suerte, aunque también la debía a su cuidadosa planificación. Él nunca descuidaba nada.

Tomó el fardo humano, ligero para él, cargándoselo al hombro. No le preocupaba que el sangrante cuerpo manchara su carísima ropa o su piel. Más bien, le gustaba sentir aquel fluido prendado de su dermis; tan resbaloso, tan caliente. Ni qué decir de su escarlata profundo, enormemente sensual.

El pelinegro caminó hacia la desolada bodega en la que había dejado su auto. Abrió, entrando por la portezuela del lado. La del frente tenía echados uno y mil cerrojos, dando la apariencia de que era imposible acceder al lugar. Atsushi encendió el único bombillo que colgaba del techo, el cual arrojó una pobre luz que permitió discernir los objetos en el aposento. Un catre destartalado, ubicado a la derecha, recibió con ruido la anatomía de Matsumoto.

-El prólogo ha acabado. Ya los actores están listos. Se levanta el telón y apareces tú, hermosa marioneta, yaciendo como doncella indefensa en un mullido lecho. Tu cuerpo, ataviado con regalo y lujo, espera tembloroso la llegada del amante que habrá de desnudarlo y hacerte suyo con cálidas caricias y dulces besos…- Comenzó a desnudarse, quitándose primero la corbata y la camisa.

-Pero es tanta tu ansiedad que no puedes controlarte: te desmayas irremediablemente ante el natural temor que te inspira el acto- se acercó al lastimado músico, recostándose un poco a su vera, rozando con sus dedos la mejilla roja. –Y tu príncipe no te falla. Aparece orgulloso y ufano, entrando a escena por la derecha; rasgándose las vestiduras por haberte hecho esperar tanto.- Allegó el rostro a los labios ensangrentados y unidos, lamiendo su sangre, saboreándola. –“Ah, mi rosada princesa, por fin se acaba tu espera tan cruel; la que te privaba de mi calor. ¡Ahora me deleitarás con tus suspiros, tus gemidos y tus gritos, y yo a la vez te retribuiré, amándote acaloradamente, ebrio de lujuria por ti!”-

Apretó la unión de las mandíbulas ajenas, más hacia afuera de las comisuras, logrando que se separaran sus labios. Recogió con lengua ávida los restos más internos del vital fluido rubí, acabando con un vulgar beso. Tan intrusivo fue éste, que logró despertar a Hide, quien abrió sus ojos lentamente y se topó con aquella espantosa visión.

-¡Nhhhh!- luchó por desviar el rostro, pero agarrado como lo tenía Atsushi, le era imposible conseguirlo. Rechazaba la ajena con su lengua, empujándola fuera de su boca. Pronto se le acabó el aire al dominante pelinegro y se tuvo que separar.

-¡Ah, querida mía, por fin vuelves en ti! Se nos ha encomendado esta dulce escena amatoria. ¡Hemos de cumplir con nuestro mejor esfuerzo!-

Sonrió perverso, incorporándose; bajándose el pantalón frente al mayor de ambos. Instintivamente éste se removió, intentando mover sus brazos. Gritó espantado al darse cuenta que los tenía amarrados.

-¡No, no! ¡Por favor, no! ¡Mátame, mátame ya mismo, pero no me violes! ¡No lo hagas! ¡No de nuevo!-

Lloraba horrorizado, apretando los párpados para no ver a Sakurai terminar de desvestirse. Éste adoró sus ruegos y su lógica y despavorida reacción, respondiendo excitado

-Te arrepentirás por haberme rechazado aquella vez en mi casa. De no haberlo hecho, probablemente no estarías aquí. ¿Comprendes tus pésimas decisiones, Hide? ¿Comprendes cuánto te has equivocado?-

Se arrodilló en la cama, cogiendo al otro por el cabello. Prensó sus piernas con las rodillas, impidiéndole moverlas. Iba acercándolo a su pelvis, ante el horror del chico.

-¡Mientes! ¡Mientes, y lo sabes!- sollozaba la araña, resistiéndose a allegarse -¡Sabes que me habrías tomado a tu antojo… volviendo a acosarme después, una y otra vez… cuantas veces te hubiera dado la gana, atormentándome con cada una de tus sucias caricias… de tus asquerosos besos! ¡Infame degenerado!-   

El vocalista lo abofeteó con la mano extendida. No le molestaban sus palabras, sino su terquedad para no ponerse en la posición que él deseaba. Su miembro duro anhelaba aquella boca cálida.

-¡Sométete de una vez, maldito!- Volvió a presionar la juntura de sus quijadas, y una vez que se separaron, introdujo su hombría.

-Aaahhh… sí, eso es. Lámela como lo hiciste aquella vez, en el motel…-

Las lágrimas que contra voluntad brotaban de los hermosos orbes castaños, se secaron de repente. El recuerdo de aquella humillación tristemente consentida revitalizó la voluntad del pelirrosa, quien ambivalentemente se iba desmoronando  hasta sus cimientos, pero se rehusaba a dejarlo ver. Nadie tenía por qué presenciar el odioso proceso. Nadie lo conseguiría.

Cerró los ojos nuevamente, intentando –aunque era muy doloroso- mantener la boca lo más abierta posible, de modo que no fuera placentero para el órgano ajeno. Eso porque estaba imposibilitado de cerrarla de repente y morder la sensible carne.

-Estoy perdiendo la paciencia contigo. De seguir así, sólo te ganarás que todo sea peor. Aunque te di una paliza, todavía me quedan golpes…-

Lo soltó, y el chico cayó nuevamente de espaldas. Acto seguido, tomándolo por la soga alrededor de su torso, lo volteó, colocándolo a cuatro patas, aunque la parte superior de su cuerpo se sostenía apoyándose en su cabeza ladeada y su hombro derecho. Le separó las piernas.  

-Bien sé que he conseguido destrozarte, Hide, aunque no quieras que lo mire en tus gestos y lo escuche en tus palabras. Poco a poco, me fui metiendo en tu cabeza como un tumor que crece en el cerebro, robándote la tranquilidad, la paz: haciéndote enloquecer. Llegué incluso a abusar de ti sin que te opusieras, y por ti solamente conocí la satisfacción de arrancarle a alguien su vida para convertirlo en mi esclavo, en mi víctima.- Desabrochó el cinturón del mayor y sus pantalones, bajándoselos a tirones. –Lo único que me faltaba experimentar lo conseguí por fin hoy, también junto a ti, al propinarte la tunda más salvaje de la que fuera capaz, para culminar con un verdadero ultraje. No el que obtuve antes a punta de retórica, no. ¡Oh, hermoso, has sido tan importante para mí!- exclamó extático, en el colmo de la satisfacción, sosteniendo su virilidad enhiesta frente a la entrada del mayor, absolutamente cerrada y seca -¡Mi esclavo, mi súbdito! ¡El más desgraciado de los mortales!-

Las palabras “¿por qué?” se repetían insanamente en su cabeza, al ritmo de las dolorosas embestidas. Una y otra vez, una y otra vez, como si fueran las únicas que conociera. En silencio, como si de ello dependiera su ya perdida felicidad, dejaba escuchar solamente los ocasionales y leves resoplidos que lo hicieran abstenerse de gritar las más severas maldiciones; los peores improperios. ¿A qué hacerlo, muerto como se sentía desde aquel momento mismo? Un muerto no vocifera, no se queja, no pide. No escucha, y mucho menos siente.

-¡Ah, es que si supieras, si supieras lo que se siente!- el agresor gritaba, embebido en la delicia de su animal placer -¡Si la gente pudiera llegar a experimentarlo, nadie se atrevería a juzgarme! Un corazón que late con toda la finitud de su naturaleza entre tus manos, que sabes que puedes detener a tu antojo cuando así lo decidas ¡ah! es la pertenencia más exquisita que se pueda tener. Vivo solamente porque yo así lo deseo, acabará muriendo y pudriéndose cuando me canse de su palpitar, ¡porque es mío, mío y de nadie más! ¡Oh instinto egoísta, lo más maravilloso que tiene el hombre!-

Sus acometidas eran más y más fuertes, conforme pronunciaba su mórbido discurso. Estaba a un paso del paralizante clímax. Con furia advirtió que aún entonces la araña se negaba a permitirse mostrar sufrimiento, por lo que bestialmente lo asió por el largo cabello una vez más, obligándolo a levantar la cabeza.

-¡No me importa que refrenes tus gritos, tu dolor y tu espanto! ¡Irremediablemente, aunque con ello creas que me evitas el placer que tanto he buscado, luego de este día tú mismo acabarás con tu miserable vida, vuelto un cuerpo sin alma por haber sido traicionado por quien más amabas, y el chivo expiatorio de mis más perversos deseos! ¡Muere, Hide, muere para siempre, porque yo así lo quiero!-

Un gemido desgarrador preludió su orgasmo. El líquido viril, usualmente propiciador de vida, se esparció por sus entrañas como negra tiniebla. La sensación de aquel fluido golpeándolo acabó con sus emociones para siempre, como si hubiera comenzado a podrirlo desde dentro. Muy poco faltaría para que la virulenta peste se comiera su corazón.

-Ahhh… ¡qué delicioso!- todavía con espasmos recorriéndole, Sakurai se apartó del inerte cuerpo. Apenas soltó sus caderas, el guitarrista se desplomó, desmayado como estaba.

-Es una lástima… pero ese ha sido el precio de tu valor. Jamás imaginé que luego de aquel día te vería en mi casa, reclamándome. No pensé que fueras capaz de tanto. Tal vez, de no haber sido así, jamás me hubiera fijado en ti…-

Atsushi tomó el móvil de Matsumoto que se encontraba en el bolsillo de su suéter, colocándolo a su lado, deshaciendo luego el lazo de la soga, aunque sin quitársela. Lo miró una última vez; era demasiado bello para ser fotografiado. Guardaría el cuadro en su mente, y de ahí nunca nadie lo podría sacar. Una última cosa: extrajo de su pantalón la memoria de la cámara, poniéndola junto al celular. Dio media vuelta y se dirigió a su auto, saliendo de ahí bajo el cobijo de la cómplice noche.


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