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A Reason To Live por elyon_delannoy

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Notas del capitulo:

OHDIOSOHDIOSOHDIOSOHDIOSOHDIOSOHDIOS

*Elyon corre nerviosa*

Les traigo nuevo capi y trataré de ser breve aquí, porque ultimamente estoy con una verborrea escrita impresionante.

Es largo.

Hay porno, así que tengo miedo. Me da miedo escribir porno porque es tan difícil escribirlo bien T_T

Sigo creyendo que la primera parte debería ser el final del capi anterior. Me gustaría saber que piensan.

¡Dios! Tengo verguenza

Espero que les guste y gracias a tods los que están leyendo. No es que escriba sólo por eso, pero de vez en cuando es lindo que a uno le rasquen detrás de las orejas =)

También tengo el capi de 'Open Your Eyes' listo. También es largo pero aún no lo corrijo, asi que lo subo esta noche o mañana a más tardar.

I can feel the doubt inside of me.

"Dohko"

"¿Qué?"

"¿Vas a decirle a Shion de esto?"

Dohko dejo de vestirse para mirar a Kanon. El griego estaba tendido en su cama, con el torso desnudo y los pantalones desabrochados, mirando fijamente el techo del cuarto. Kanon era desconcertante y la mitad de las veces, Dohko no sabía si las preguntas que hacia eran en serio o, simplemente, trataba de tomarle el pelo.

"¿Quieres que se lo diga?"

Notó que sonreía lamiéndose los dientes.

"¿Quieres ocultárselo?"

Terminó de pasar la cabeza por la camiseta y se sacudió el pelo húmedo.

"Sigo pensando que no es buena idea que se entere…Como te lo dije hace dos días"

"Pero quieres decírselo"

"¿No querer ocultárselo es lo mismo?"

Kanon comenzó a balancear los pies, que colgaban al borde de la cama.

"Supongo que si"

El chino terminó de calzarse las zapatillas y echó una última mirada hacia Kanon, antes de decidir que ya se había atrasado un poco más que demasiado para encontrarse con Shion.

"No le diré nada"

"Vale"

Dohko detuvo su carrera poco antes de alcanzar la puerta del despacho de Shion. Se pasó una mano por el cabello -que aún estaba húmedo -, suspirando al recordar la conversación de unos minutos atrás. Más que los posibles problemas en los que podría meterse Kanon, le preocupaba cómo su amigo podría llegar a reaccionar si le contaba que, al parecer, estaban saliendo. Más aún después de lo que le dijo esa noche, antes de la guardia. Porque por mucho que le pesase, Shion tenía razón. Un par de veces antes se había sorprendido mirando a Kanon y haciendo listas mentales sobre que cosas tenía en común y en cuáles se diferenciaba de Defteros. Incluso ese día, cerca del pueblo, cuando Kanon le dijo que le gustaba, había terminado pensando en eso. Le molestaba no poder poner esos recuerdos al margen de lo que pasaba entre Kanon y él, porque como llevaba repitiéndose incansablemente hasta ese momento, habían sido su irreverencia y su actitud, no el parecido a Defteros, lo que lo había llevado a aceptar que sentía algo por el griego.

Murmuró entre dientes que tenía que dejarse de tonterías y sin llamar, entró en el despacho de Shion, quién se había quedado congelado, a causa de la sorpresa, mientras sacaba un libro de lo alto de la estantería.

— ¿Tú que haces aquí? — preguntó cuando vio al moreno cerrar la puerta tras de si.

— Me pediste que viniera a ayudarte — contestó Dohko, mirándolo confundido.

Shion miró a sus espaldas, tratando de ver la hora en el reloj que descansaba sobre el escritorio cubierto de papeles.

— Te pedí que vinieras hace más de media hora. Creí que algo se te había metido en la cabeza y que habías decidido no hacerlo — comentó el Patriarca, volviendo su atención a la búsqueda de ciertos libros que necesitaba, justo lo que hacía antes de que Dohko apareciera.

— Si, lo siento — se disculpó el chino, nervioso — Fue un poco extraño que no te hayas presentado en mi templo a los cinco minutos — agregó, dando las gracias porque las cosas hubiesen ocurrido de ese modo.

Su amigo no contestó, sin embargo, le hizo una seña para que se acercara a los registros que cubrían su escritorio. Dohko los estudió, rebuscando en los diferentes montoncitos de papeles apilados, frunciendo las cejas a medida que los iba leyendo. Shion se sentó frente a él, dejando caer – con un golpe seco – viejos y pesados volúmenes sobre los papeles. El moreno alzó los ojos para toparse con los de Shion, que lo observaba alzando los puntitos de la frente (Dohko trató de ignorar que se veía gracioso haciendo eso, 'Con bastante éxito', pensó, felicitándose) y torcía los labios con molestia.

— ¿En serio, Dohko? ¿Ni un solo registro por casi cien años? — el reclamo era evidente. Y justificado, siendo sincero — ¿Qué te costaba hacerlo? Era tan sencillo como poner la fecha y debajo, un renglón que dijera 'No hay nada divertido en mirar una estúpida cascada por tercera semana consecutiva'. ¿Era tan difícil?

— Te faltó decir: 'La próxima vez elegiré ser Patriarca' — comentó el chino, divertido, pasando por alto la molestia de Shion.

— Eso venía después, por la décima semana, quizás.

Dohko rió con ganas, tomando una lapicera y adueñándose del sitial que enfrentaba a Shion.

— No te preocupes — dijo, aprestándose a escribir — Tengo una memoria envidiable.

— Lamentablemente.

Dohko agitó los brazos y resopló.

— No puedes resistirlo, ¿verdad? No podías dejarlo pasar.

— No cuando me lo sirves en bandeja, así.

Shion se sentía realizado cuando lograba divertirse a expensas del chino. Más aún porque lo normal era a la inversa.

— ¿Qué tengo que hacer para que te olvides del tema? Decirte que está completamente superado queda excluido, ya que no pareces creerme — Dohko regresaba su atención a los registros mientras hablaba, tratando de esquivar la mirada inquisitiva de Shion. Tenía la leve sospecha de que tener los ojos violetas le daba una ventaja cuando trataba de ser intimidante.

— Darme en el gusto, no te queda de otra.

Dohko bufó aprensivo, pero se abstuvo de hacer comentarios.

— ¿Hasta cuando vas a seguir aferrándote a él, Dohko?

— ¿A quién? — Shion negó, sintiéndose un poco defraudado. Dohko pretendía hacerse el desentendido, esperar que Shion se aburriese de obtener silencios o respuestas esquivas. Pero la mirada insistente sobre él lo hizo desistir. No logró, sin embargo, impedir su molestia — ¿Hasta cuando seguirás TÚ con eso? ¿Cuántas veces tengo que decirte que ya pasó? ¡Hace años, santo cielo!

— ¡Porque no te creo, maldición! — ahí iban de nuevo, directo a otra discusión, con el factor causal que había caracterizado sus discusiones desde jóvenes. Shion trataba de contenerse, pero perdía la capacidad de hacerlo cada vez — Te conozco demasiado para hacerlo.

El chino arrojó los papeles que tenía en la mano sobre el escritorio, frente a Shion, fastidiado, molesto, cansado. Estaba cansado de terminar discutiendo siempre por lo mismo. Que seguía aferrado al recuerdo de Defteros, que no podía encerrarse en los recuerdos de su vida de hace doscientos y tantos años, que no podía huir de su misión como santo. Que esto, que aquello, ¿por qué diablos Shion no dejaba de meterse en sus asuntos? ¿Por qué no le bastaba con que intentaba hacer lo que le correspondía, independiente de que se apegara a recuerdos, agradables o no? ¿Por qué Shion no dejaba de buscar formas para arruinarle días que cada vez iban siendo más soportables? Redujo cada una de esas interrogantes a una simple pregunta.

— ¿Por qué?

Shion se reclinó en su asiento. Esa única pregunta le gritaba mil más que se reflejaban en los ojos verdes de lo miraban. '¿Por qué te importa? ¿Por qué insistes? ¿Por qué no lo olvidas tú?' y varias más. Sonrió despacio al contestarle.

— Porque a veces te echo de menos — era su única razón, a fin de cuentas.

El desconcierto era evidente en el rostro del moreno.

— ¿De qué estás hablando? — preguntó inseguro — Siempre he estado aquí. Más tiempo que tú, si puedo acotar.

Shion sacudió la cabeza y sonrió ante el gesto de fingida desilusión de Dohko. No sabía que consecuencias traería lo que estaba apunto de decir, pero sentía que ya había pasado suficiente tiempo guardándoselo.

— Echo de menos al Dohko de antes de la guerra santa. De antes de la guerra santa anterior, quise decir. Al de antes de Defteros. El que hacía competencias de risas estruendosas con Rasgado.

Dohko desvió el rostro, tratando de esconder una mirada triste.

— No hay Dohko antes de Defteros — le dijo y Shion a veces lo olvidaba, pero incluso antes de conocerlo a él, Defteros ya era parte de la vida de Dohko. Quizás no había elegido sabiamente sus palabras.

— Me refiero a antes de que tuviese que marcharse del Santuario.

Dohko lo sabía. Que se refería a eso. Lo sabía. Que era cierto que reía menos en los años siguientes. Y después de la guerra santa de hace doscientos cincuenta años, talvez, incluso, menos aún. Le molestó el silencio cargado que los rodeó en ese momento. De algún modo, hacia que se sintiera todavía más culpable por no decirle lo de Kanon.

— ¿También echas de menos que me pasee medio desnudo por el Santuario?

La carcajada de Shion fue seca e inmediata.

— Creo que puedo vivir sin eso.

— Que mal por ti, porque yo no — bufó Dohko — ¡Hace un calor de puta madre en este lugar!

— Siempre puedo pedirle a Camus que haga nevar de vez en cuando.

El chino rió. No como a Shion le gustaba que riera, pero era mejor que nada. Ya no tenía esa expresión compungida en el rostro, al menos. Dohko sacudió la cabeza antes de levantarse y volver a tomar los registros que tenía que completar.

— A veces también me gustaría que no tuvieses tan buena memoria — murmuró, mirando a Shion en un rápido vistazo.

— Lo sé.

No volvieron a tocar el tema, al menos por un momento. Siempre terminaba igual con ellos; una discusión, un silencio incomodo, uno de los dos haciendo una broma de mal gusto y luego, como si nada hubiese pasado. Dohko escribiendo mientras Shion trataba de ordenar cronológicamente los registros. Podría tener a alguien haciendo aquella tarea, pero siempre era una buena excusa para pasar unas horas con Dohko. A veces discutiendo asuntos que les concernían en ese momento, a veces recordando situaciones que habían ocurrido hace años, con Shion riendo hasta las lágrimas si Dohko se sentía con el ánimo de realizar alguna personificación, especialmente graciosa, de los personajes que habían desfilado por el Santuario durante todo el tiempo que llevaban ahí.


Habían pasado unos días. No sabía cuántos; cinco, una semana, tal vez dos, quizás un poco más. De lo que si estaba seguro, era de que habían pasado los días suficientes como para que fuese capaz de controlar sus manos. De mantener un poquito de autocontrol cada día por medio, al menos. Y no había caso. Era ponerlos a él y Dohko en un cuarto, asegurarse de que no había nadie más y que fuese poco probable que alguien osara asomar su nariz donde sea que estuvieran y, simplemente, no podía resistirlo. Lamerle cada parte de piel que la ropa dejaba al descubierto y, no contento con eso, desnudarlo y besar cada centímetro que la ropa solía esconder, se le antojaba casi una obligación. Y si tenía que admitirlo, una necesidad.

Aprendió que jadeaba distinto cuando estaba apunto de correrse. Que rasguñarle la cicatriz del pecho mientras empujaba contra él, lo hacia gemir su nombre de una manera que, Kanon juraría, era suficiente para que su cuerpo dejara de tener huesos y estuviese lleno de algo que parecía gelatina. Que se estremecía cuando Kanon le hacia eso y ese estremecimiento Kanon lo sentía porque no había forma de que estuviese más dentro del chino que en ese momento. Así fue como descubrió que siempre terminaba rasguñándole el pecho, ahí, sobre la cicatriz, el segundo antes de correrse él mismo.

Descubrió, también, que era un poco adicto a la forma en que Dohko jadeaba su nombre mientras trataba de recuperar el aliento y le buscaba torpemente la boca, para besarlo como si su única fuente de oxigeno fuera él. Aprendió que muchas veces no tenía que ser él quien arrastrara al chino al cuarto – o al sillón, o a la mesa o lo que tuviesen más cerca -, sino que bastaba con que le besara tras la oreja, le lamiera el cuello y le mordiera la nuca jugando y después se alejara fingiendo que en realidad no buscaba nada y, entonces, Dohko bufaba como si se enfadara consigo mismo, tenía una lucha interna que siempre perdía y terminaba él arrastrando a Kanon, para luego dejar que lo follara hasta que se le olvidara como habían llegado allí y que en algún minuto infame, había llegado incluso a molestarse.

Al final, Kanon concluyó que lo que más le gustaba era escucharlo a él diciendo su nombre. Y que no iba a cansarse de buscar las distintas formas en que podía pronunciarlo – sobretodo cuando alargaba las vocales, porque creía que era gracioso como empezaba a decir su nombre, luego como que lo olvidaba a mitad de camino y siempre lo terminaba sin aire -, porque de una forma u otra, quería que fuese el único nombre que Dohko pudiese recordar mientras tenían sexo.

Dejó de morder el lápiz tan viciosamente en ese momento. Acababa de arruinar la mejor serie de imágenes mentales que había tenido hasta esa hora, con ese simple y último pensamiento.

Aún así, no podían culparlo por la dirección que tomaba el hilo mental que llevaba un rato enrollando. Seguía haciendo un calor de los mil demonios en Grecia, estaba sudado y se sentía algo pegajoso. De hecho, la camiseta se le pegaba en la espalda con tanta saña que ya era desagradable. Y encima, estaba aburrido. Le había tocado la guardia nocturna hace dos noches, Saga le había pedido que cubriera la suya el día anterior, y no había llenado ninguno de los dos registros. Si no los terminaba para la hora de almuerzo, seguro Shion y Saga empezarían a darle la lata. No era que le importase en absoluto, pero aún así era molesto tenerlos encima. Además, Dohko se había negado a ayudarle.

'Suficiente tengo con llenar los míos', le había dicho. Y Kanon no sabía que era lo que hacia Dohko exactamente, pero entraba y salía del cuarto cada cinco segundos. Claro, estaba en su derecho; era su templo después de todo. Pero lo hacía sin camiseta y con un pantalón corto que le resbalaba un poco en las caderas. Lo había escuchado rezongar en algunas ocasiones – '¡Que calor de mierda hace!' -, y Kanon sonreía un segundo y después se molestaba, porque estaba seguro que se paseaba medio desnudo solo para desconcentrarlo. ¡Por Athena! Es que la piel morena brillando con una fina capa de sudor le pedía a gritos que dejara la estupidez que hacia y la lamiera cuanto antes. Ahora, de ser posible.

La siguiente vez que Dohko pasó cerca de él, no hizo caso a nada y lo atrajo rodeándole las caderas con un brazo, ignorando las protestas y los intentos – carentes de intención, por lo demás -, para soltarse. Dohko perdió el equilibrio y terminó sentado en las piernas del griego, con dos brazos aprisionándolo con la fuerza suficiente para permitirle sentir el corazón de Kanon golpeteando rítmicamente contra su espalda y un suspiro cálido contra el oído.

— Me aburro — dijo el gemelo y le atrapó el lóbulo de la oreja con los labios, haciéndolo reír.

— Es una verdadera pena — contestó Dohko e hizo el intento de levantarse, argumentando que tenía trabajo que hacer.

— Provocarme no es un trabajo — Kanon lo obligó a permanecer donde estaba y comenzó a besarle el cuello. Escuchó que Dohko se reía, con esa risa floja que usaba cuando salía pillado en algo, y le besó el hombro.

Dohko ignoró sus provocaciones. A veces hacían eso. Dejar que el otro los tocara y fingir que no les daban ganas de follarse ahí mismo. Como desafiándose. Kanon siempre perdía primero. Dohko podía resistirse un poco más, con más frecuencia. Esa vez, tenía la excusa perfecta. Tomó el lápiz que Kanon había arrojado sobre la mesa y comenzó a leer lo que el gemelo había escrito. Kanon le besaba la nuca, le lamía la espalda siguiendo las vértebras, le rozaba el interior de los muslos con la yema de los dedos y si hubiese seguido subiendo, quizás Dohko se habría olvidado de que tenía que mantener la compostura, sin embargo, justo cuando lo pensaba, los dedos de Kanon bajaban hasta la rodilla o saltaban a su torso, para pasearse por sus abdominales. Un par de párrafos más y no fue difícil dejar de ignorar la boca de Kanon en su espalda. Las ganas de reírse eran ligeramente más fuertes. El griego se detuvo al escucharlo.

— ¿Qué? — susurró, inseguro.

— ¡Dioses! No puedes escribir eso en tus informes — contestó Dohko, indicándole un renglón en específico.

Kanon apoyó el mentón en el hombro del moreno y le apartó la mano, leyendo entre dientes lo que había escrito.

— ¡Dioses! — exclamó avergonzado, escondiendo el rostro en el hueco que se formaba en medio de la espalda de Dohko.

El chino hizo una mueca, divertido, y tarjó las palabras que le había indicado a Kanon, tratando de no volver a reírse.

— Eso es culpa tuya.

— ¿Cómo puede ser culpa mía? — replicó tranquilamente, haciendo más correcciones, a pesar de que se había prometido no volver a ayudar a Kanon con sus informes.

— ¡Cómo que por qué! Te paseas medio desnudo, medio sudado y estás medio bueno — le dijo y la verdad, era difícil pensar en algo más coherente cuando ya no era sólo el calor de Grecia el que lo abochornaba, sino que el calor de Dohko muy, pero muy cerca — ¿Cómo pretendes que me concentre en eso cuando me haces esto?

— ¿Sólo medio bueno?

De acuerdo. Si ver a Dohko pasearse sin camiseta, mientras trataba de concentrarse en papeleos, hacia que su mente se fuera por un camino poco recomendable para menores de edad, que buscara fastidiarlo mientras trataba de mantener las manos en un lugar seguro, hacia que la sangre se le fuera a las piernas y específicamente, que se le concentrara en un punto entre ellas.

Kanon le tomó el mentón para obligarlo a girar la cabeza y lo besó, metiéndole la lengua con fuerza, con la única finalidad de obtener ese gemido que no alcanzaba a cruzarle los labios. Dohko aprovechó ese momento para ponerse de pie. El gemelo intentó retenerlo, pero el moreno le sostuvo el rostro con las manos, tomando el control de un beso que comenzaba a extenderse demasiado.

— Termina esos informes — murmuró Dohko contra los labios de Kanon — Ya después veremos cómo hacer que se te pase el aburrimiento.

De cierta forma, Kanon envidiaba ese control del chino. Darse media vuelta y marcharse campantemente era algo que él no habría hecho. Miró los papeles sobre la mesa y sonrió, llamando a Dohko. El moreno asomó apenas la cabeza por la puerta.

— Recuérdame nunca volver a entregarle un informe a Shion sin que lo hayas revisado antes, ¿vale?

Las risotadas de Dohko fueron instantáneas.


Una vez terminó los informes, Kanon no perdió tiempo en subir al templo del Patriarca, entregarle los dichosos papeles a Shion, pasar olímpicamente de sus interrogatorios, salir de su despacho sin darle oportunidad de hacer preguntas incomodas y, en definitiva, huir lo más rápido que pudo de su presencia. Le pareció que buscar a Milo – y a Camus, por extensión – sería un buen plan para evitar correr de vuelta a Libra. Quizás podría pasarse por Sagitario también, pero ahora que pasaba bastante tiempo en el séptimo templo, Aioros hacia lo propio en Géminis. Que estaba más cerca de Leo, le había dicho y Kanon no pudo más que reírse de su descaro.

No tuvo que recorrer mucho para notar que Milo estaba en Acuario. Tampoco le hizo falta adentrarse demasiado en el templo de Camus para saber que no era buen momento. No le era una situación extraña ver a los dos chicos discutir, pero no por eso dejaba de sentirse fuera de lugar.

— Es que un día se te ocurrió que no te gustaba la idea y cuando se te atraviesa algo entre ceja y ceja, no hay quien te haga cambiar de opinión — refunfuñaba Milo.

— ¡Eso no es cierto! — refutaba Camus — ¡Lo haces únicamente para molestarme!

— ¡Dioses! Eres tan…tan… ¡Tan tú! — gruñía el escorpión, dejándose caer en el sofá y refregándose los ojos. Kanon miraba de Camus a Milo y viceversa.

— ¿Y a ustedes que les pasó?

— ¡Nada que te incumba! — le gritaron los dos, casi al mismo tiempo. Kanon rodó los ojos. Siempre era igual con esos dos. Milo siempre encontraba la forma de molestar a Camus y hacerle perder la calma, y Kanon sabía, tan bien como Camus, que lo hacía a propósito. Por eso Camus lo soportaba. Por eso discutían – probablemente, porque a Milo se le habría ocurrido una idea brillante que a juicio de Camus era estúpida (talvez algo relacionado a Antares, el escorpión de Milo) Cómo saberlo, dejó de prestarles atención cuando, al menos, coincidieron en que debían gritarle -, dejaban de hablarse unas horas (si podían), tiraban pestes contra el otro y al día siguiente ya se habían reconciliado. Probablemente, se habrían pasado la noche reconciliándose.

No había caso que permaneciera allí. Lo único que ganaría sería perder el tiempo escuchando los argumentos de uno u otro y luego, ambos exigiéndole que les diera una opinión. Como si él fuese a saber como resolver sus peleas domesticas.

No le fue mucho mejor en Sagitario. Para su sorpresa, Aioros estaba ahí. Y sin su gemelo. Echado boca abajo en el sillón. Por la expresión que llevaba, sólo le hacia falta repetir un mantra y hacer pucheros y el gran santo de Sagitario quedaba convertido en un niño con rabieta. Kanon no se animó a preguntar. Es más, ni siquiera se animó a rodar los ojos. Era tan obvio para él que la discusión que, seguramente, habían tenido - una vez más -, Aioros y Saga, se debía con exclusividad a la tensión sexual sin resolver que había entre ellos. Kanon resopló; estaría bueno que se acostaran de una vez. Talvez le haría la vida un poquito más fácil. ¡Que demonios! Les haría, a ellos, la vida enormemente más fácil.

Sonrió travieso. No le quedaba más remedio que regresar a Libra. Podría irse a su propio templo si quisiera, pero se le antojaba muchísimo más productivo volver al Séptimo Templo.

Cuando llegó allí, notó que Dohko había tenido la decencia de colocarse una camisa. Y con eso confirmó que momentos antes, estaba jugando descaradamente con él. Era una camisa de vestir, liviana; el chino tenía una tolerancia al calor ridículamente baja. Tal vez, llevaba los botones desabrochados. No podía saberlo porque le deba la espalda. Leía algo, con las manos apoyadas al borde de la mesa y uno de sus pies llevando el compás de una canción que a Kanon le gustaba. No recordaba de quién era, pero le gustaba y sonada en la radio que él mismo había dejado allí unos días atrás.

— ¿Tú y yo vamos a dedicarnos a discutir con demasiada frecuencia? — preguntó el griego, haciendo que Dohko se sobresaltara ligeramente. El moreno volteó a mirarlo un breve instante, interrogante; llevaba los primeros botones de la camisa desabrochada — ¿Camus y Milo? Discutiendo ¿Aioros y Saga? Peleados ¿Vamos a ser así? ¿En algún momento? — Kanon podía sentir la sonrisa de Dohko, aunque no la viera.

— ¿Quieres que lo seamos? — Si Kanon hubiese nacido perro, habría podido reconocer cuando le lanzaban un hueso antes de verlo venir.

— ¿Por qué haces eso? Siempre me esquivas las respuestas. Quiero respuestas directas, demonios.

— ¿Ves? Lo estamos siendo.

Kanon lo abrazó, riendo.

— No tienes gracia. En serio. Se supone que tenías que seguirme el juego — le dijo, antes de darle un beso en el cuello. Comprobó que Dohko sonreía.

— Son tus juegos los que no tienen gracia.

Kanon encontraba agradable esa actitud. Que Dohko ahora se relajara con él cerca y que bromeara como si se conociesen de siempre, era algo que le gustaba. Una de las cosas que le gustaba, si recordaba bien las que ya había enumerado esa mañana. Sin embargo, durante los últimos días, esa duda que siempre intentaba alejar estaba allí, sacándole la lengua y diciéndole 'Apuesto que no te atreves a averiguar más'. Si Kanon hubiese nacido perro, nunca habría aprendido a diferenciar un hueso de otro.

Se separó del moreno y fue hasta el sofá, que estaba más allá de la mesa, saltó el respaldo y se dejó caer pesadamente sobre los cojines. El buen humor se le desvaneció como por arte de magia. Elegir recostarse a lo largo de ese sofá era algo estratégico; Dohko no podía verle la cara y aunque le hubiese gustado, él no podía ver la del chino.

— ¿Por qué pelean tanto? — preguntó — De Saga y Aioros lo entiendo. Tienen sus razones.

— ¿Aunque Saga no la sepa? — Kanon sonrió ante la agudeza de Dohko. Quizás le vendría bien esa agudeza.

— Aunque no la sepa — afirmó y enseguida, añadió — ¿Pero Camus y Milo? Son como…lo más estable de este lugar.

Escuchó una risa suave.

— ¿Cómo es que aún salen, si viven discutiendo? Las reconciliaciones tienen que ser muy, pero muy buenas.

Las carcajadas de Dohko resonaron por sobre la música. Y casi hacen que Kanon se arrepintiera de buscar su respuesta.

— Yo qué sé. A lo mejor están destinados a estar juntos — de algún modo, Kanon sabía que Dohko le respondería algo semejante. Y era lo que quería.

— Como almas destinadas a encontrarse — dijo y Dohko respondió, afirmando.

— Algo así.

— Como si reencarnaran y no se quedaran tranquilos hasta reencontrarse. Como si estuviesen condenados a repetir la historia una y otra vez, aunque se detesten.

Dohko guardó silencio unos minutos, meditando brevemente. No lo había pensado de esa forma hasta ese momento, quizás porque siempre evitaba pensar demasiado en cosas que había vivido hace mucho. Pero ahora que lo hacía, sospechaba a dónde quería llegar Kanon.

— Algo así — murmuró nuevamente, no muy seguro.

Kanon se levantó, apenas asomando la nariz por el respaldo. Hacía un gesto divertido arrugando las cejas.

— ¿Dices que Camus es como la reencarnación del Acuario de tu tiempo? ¿Milo… del Escorpio de tu tiempo?

— Suena terrible cuando lo dices así.

— Es que debe haber sido una tortura — resopló Kanon, dejándose caer nuevamente sobre el sofá. Otra vez la risa suave.

Kanon se cubrió los ojos con un brazo, mordiéndose los labios. Con toda seguridad, se arrepentiría después, pero en ese instante, la necesidad de auto sabotearse parecía encantadora.

— ¿Qué hay del resto? Digamos, por ejemplo, de Shura. O Saga. O yo. ¿Me parezco algo al Santo de Géminis de entonces?

Dohko apretó los ojos. Era cierta su sospecha; de a dónde iba Kanon. Y no veía porqué la necesidad de preguntárselo. Es más, quizás le molestó un poco que siguiera con esas preguntas. Kanon tal vez no lo sabía, pero hacia esfuerzos descomunales para no compararlos y, ¿qué se le ocurría al gemelo para no aburrirse? Pedirle que lo hiciera.

— Tú y tu hermano. También eran gemelos — quizás no lo había hecho intencionalmente, pero podría ser que golpeara la voz más de la cuenta.

— ¿También estamos como…destinados a salir? — era una pregunta completamente inocente, porque no había forma de que Kanon supiese de su historia con Defteros. Simplemente no había modo de que lo hiciera. Aún así, lo descolocó.

— No lo sé, Kanon — y puede que su respuesta haya sido demasiado áspera — No he reencarnado en doscientos cincuenta años, así que no sé si es lo mismo — Le habría gustado reencarnase. Así, con toda probabilidad, no recordaría nada.

— Pero tienes que haber salido con alguien en ese tiempo…o durante estos años — Dohko no podía verlo, así que no sabía que mantenía la vista fija en el techo, con un brazo sobre la frente, con las cejas arrugadas en un gesto molesto a pesar de que su voz no transmitía más que curiosidad. Y que tragaba pesado, con las emociones arremolinadas en el pecho.

— Kanon, para. ¿De dónde viene todo esto? — resopló el chino, molesto. Le temblaban las manos, pero no sabía muy bien a cuál de todos los sentimientos que lo atacaban atribuirlo.

— Curiosidad.

— Si, bueno, no sabría decirte, ¿de acuerdo? — Kanon sonrió; una sonrisa forzada, mientras se pasaba la lengua sobre los dientes, apretando inconcientemente los dedos — Nos vemos luego.

La respuesta del gemelo tardó en llegar.

— Vale.

Dohko dudó en abandonar el cuarto así, con una sensación de inconformidad latiendo bajo la piel, pero de un segundo al otro, quería salir. Huir. Una avalancha de cosas se le vino a la cabeza. Y todas las causaba el muchacho que estiraba las brazos por sobre su cabeza, en el sillón de su sala, haciendo preguntas que parecían inocentes y no tenían como serlo, conciente o inconcientemente.

Kanon permaneció allí, acunado por la música que volvía a iniciar luego de acabado el disco. Sonaba otra vez la canción que le gustaba, pero ya no le parecía tan buena. Sabía que las cosas que preguntaría lo dejarían con un mal sabor de boca. Sin embargo, nunca pensó que sería tan intenso como para lograr que, incluso, le fastidiara la canción esa. Apagó la radio, súbitamente molesto. ¿No podría haberlo dejado estar? ¿Por qué siempre tenía que picar las cosas hasta hacerlas pedazos? Se dio la vuelta en el sillón, acostándose sobre el estomago y dibujando patrones abstractos en el suelo. ¿Las había hecho pedazos, las había fracturado más allá de su capacidad de repararlas? Suspiró. Tendría que averiguarlo. A pesar de ello, en ese momento pensó que era mejor esperar. En un rato, la tensión emocional hizo que los párpados se le pusieran pesados y sin querer hacerlo realmente, se quedó dormido.


Dohko siempre pensó que los templos del Santuario tenían muchas más habitaciones de las necesarias. Algunas habían estado allí desde siempre, otras se habían agregado con los años, pero seguían teniendo una cantidad desquiciante de cuartos. Sin embargo, cuando tu intención era no toparte con alguien, venía bien que fueran enormes y que tuviesen más habitaciones de las necesarias para ocultarse. Cuando eres un aprendiz, es el mejor patio de juegos. Cuando eres un adulto que trataba de poner un pie al lado y dejar que la realidad pasara de largo son, incluso, mucho más eficientes.

Gruñó fuerte cuando una de las tonfas cayó al suelo, el eco del golpe repitiéndose en lo más alto del cuarto en el que estaba.

En los templos, había un lugar enorme y cerrado, que les servía para entrenar cuando no se animaban a bajar a la arena. Dohko lo usaba a veces. En especial, cuando estaba enojado y necesitaba liberar de alguna forma esa molestia. Su armadura brillaba a un costado, exponiendo las armas de su signo. Llevaba un par de horas allí, entrenando, practicando formas con armas en un intento desesperado por enfocar su atención en otra cosa, en algo diferente al gemelo que dormía en su sala. No había ido a ningún lado después de la conversación que habían tenido, demasiado alborotado para arriesgarse a hacerlo. A pesar de ello, la cantidad de veces que habían rebotado las armas contra el suelo, con ese eco burlón detrás, le indicaban que no estaba funcionando.

No se percató de que Kanon llevaba unos minutos ya observándolo, medio escondido tras uno de los enormes pilares, hasta que lo vio por el rabillo del ojo, consiguiendo que nuevamente las tonfas se le escaparan de los dedos y terminaran en el suelo, el tintineo siendo acompañado de una maldición frustrada proferida mirando al cielo.

Kanon rió entre dientes y bastó que Dohko lo mirara de lado para que se callara de inmediato, carraspeando. Llevaba el pelo desordenado, aún se veía medio dormido y parecía que tenía marcas en un lado de la cara. Tenía la camiseta arrugada y, no sabía que manía tenía con eso, pero Kanon insistía en llevar el botón del pantalón desabrochado. Era molesto que aún cuando estaba enfadado con él, no pudiese evitar que se le hiciera agua la boca al verlo así y que reparara en cada pequeño detalle, a pesar de que no se dignaba a mirarlo más que de reojo.

Dohko se agachaba a tomar las tonfas cuando Kanon decidió abrir la boca. El moreno no sabía si decir que era lo mejor o una estúpida idea por parte del gemelo. Con toda seguridad, sería estúpida.

— ¿Estás molesto?

La verdad, hubiese preferido no contestar, pero la carcajada sin humor que se le escapó dijo mucho más.

— Ya, si. Es obvio — dijo el gemelo, riendo — No pensé que fueses a molestarte por eso.

A veces, a Kanon le sorprendía su propio cinismo. Era un don que pudiese esconder su molestia tan bien, eso era definitivo, porque podía asegurar que no era sólo calentura lo que le tenía la sangre alborotada. A pesar de ese enfado que venía creciendo desde hace unas horas, se dijo que no tenía mucho que hacer para evitar estar allí. Dohko tenía la respiración algo acelerada con el ejercicio, se secaba el sudor de la frente con torpeza, tenía ese destello en los ojos (que sólo aparecía cuando estaba enojado) y regresaba las armas a su posición en la armadura, haciendo esfuerzos por ignorarlo. Era lindo, su esfuerzo. Tanto, que Kanon prefería adherirse a la idea de que la sangre le hervía por calentura más que por disgusto. Le resultaba más beneficioso. Lo jaló suavemente de la camisa, tratando de ignorar la postura fastidiada del moreno.

— Prometo no volver a hablar de eso.

— De acuerdo.

Kanon se mordió la lengua para no replicar. Le costó trabajo, porque pocas veces antes una respuesta así lo había frustrado tanto. No sabía exactamente que esperaba escuchar – tal vez nada, talvez algo que le hiciera entender que no significaba nada -, pero 'De acuerdo' y la forma en que Dohko lo pronunció (seco, cortante, esperando que fuera cierto por el bien de los dos), hizo que se irritara un poco más de lo que era usual en esos días. Y seguía estando aburrido. Una mezcla que resultaba algo explosiva, si no la mantenía bajo control de alguna forma. Acercó el rostro al del moreno.

— Aún me aburro — susurró y quiso besar a Dohko, pero éste se lo impidió, echando ligeramente la cabeza hacia atrás.

— Es una pena — le contestó y era claro que aún estaba molesto, porque lo miraba directo a los ojos, con esa expresión impasible que, Kanon estaba seguro de ello, le tomó años perfeccionar — En serio, lamentable.

Kanon lo besó de todos modos. Un poco muy fuerte, un poco torpe, pero si Dohko hizo el intento de resistirse, no se dio por enterado. Quizás porque estaba más concentrado en meterle los dedos en el pelo y morderle los labios que en otra cosa. Escuchó a Dohko gruñir y cuando le puso una mano en el pecho, pensó que esta vez si había ido muy lejos y el moreno había decidido apartarlo. Tardó en comprender que Dohko lo empujaba mientras luchaba por imponerse en el mando de aquel beso, que Kanon había iniciado pero, por lo que parecía, terminaría bajo el control del chino. Era fácil deducir, por la forma en que Dohko le manoteaba las manos cuando trataba de desabotonarle la camisa, que estaba tan frustrado y molesto como él. Un poco más irritado, quizás. Mucho, mucho más confundido, podría apostar. Gimió cuando su espalda se estrelló contra la piedra y Dohko se le pegó al cuerpo, sin dejar de besarlo. Si es que podía decir que se estaban besando, porque más parecía una batalla descarnada, con mucha lengua, dientes y jadeos que se colaban apenas tenían la oportunidad.

Kanon podría estar molesto, dolido y todo lo que los dioses quisieran, pero eso no era suficiente para resistirse cuando Dohko le metía una rodilla entre las piernas, succionándole el cuello y arañándole la piel sobre las costillas, con una mano bajo la camiseta. No podría imaginarse que alguien fuese capaz de hacerlo. El gemelo jadeó, con los dedos aún enredados en el cabello del moreno, echando la cabeza hacia atrás hasta que su nuca golpeó contra la pared.

— Dohko…— sollozó Kanon, largo, como si la cabeza se le hubiese llenado de aire de repente y hubiese perdido toda capacidad de formar palabras. Dohko apretaba las caderas contra él, excitado, y le respiraba bajo el oído.

— No se cómo demonios lo haces…— murmuraba el moreno contra su cuello y de inmediato, Kanon sentía que la mano que hasta entonces le rasguñaba la piel, se deslizaba hasta el borde del pantalón y los dedos amenazaban con meterse dentro — Pero me pones idiota.

En seguida, los dedos de Dohko se cerraban sobre su incipiente erección, ejerciendo una presión que lo tuvo blasfemando de inmediato. La otra mano del moreno lo tomó por el cuello de la camiseta, tirando de ella hasta que la boca de Kanon estuvo otra vez a su alcance. Se bebía sus quejidos y gemidos, sin dejar de masturbarlo dentro del pantalón. Era incomodo, era torpe, era movido por la frustración, la confusión y la contrariedad, pero aún así, Kanon tenía que hacer un esfuerzo supremo para concentrarse y no correrse aún. El gemelo cerró los ojos, dejándose apabullar por las sensaciones que amenazaban con colapsarle los sentidos.

Dohko dejó de besarlo un momento, respirando pesado y sin perder el ritmo con que su mano subía y bajaba en los pantalones del gemelo. Le rozaba la mejilla con la nariz, mientras Kanon se sujetaba a él con una mano en un hombro y la otra agarrada de la camisa, en la cintura. Maldecía la existencia de ropa contra el cuello moreno y el chino le instaba a alzar levemente el rostro, empujándole la barbilla con los nudillos. Dohko le rozó los labios, evitando besarlo cuando Kanon intentó hacerlo. El gemelo tenía las pupilas dilatadas y Dohko se entretenía lamiéndole el rostro, mientras lo escuchaba balbucear incoherencias al alternar la velocidad con la que su mano se movía.

De pronto, Dohko plantó la mano que tenía desocupada en el pecho del griego y lo empujó con fuerza, haciendo que la espalda de Kanon estuviese nuevamente contra la piedra. Un gemido se atoró en la garganta del muchacho cuando, con la vista desenfocada, notó que Dohko sonreía maliciosamente un segundo y al siguiente, se hincaba sobre una rodilla y le levantaba la camiseta. Kanon tragó con fuerza al sentir besos suaves sobre los abdominales, rodeándole el ombligo, bajando por los costados hasta que la lengua de Dohko encontraba ese hueco entre la cadera y los músculos. El pulgar del chino dibuja círculos en la punta de su miembro, esparciendo el líquido que comenzaba a brotar de él.

Kanon jadeaba ansioso, embistiendo suavemente contra el puño que lo torturaba, reteniendo el aire cuando Dohko le bajaba, por fin, los pantalones y mordía allí, donde los finos vellos que bajaban desde su bajo vientre comenzaban a engrosarse. Lo llamó, en un sollozo, pero fue suficiente para que Dohko decidiera dejar de torturarlo. Kanon se quejó cuando dejó se sentir la mano rodeando su erección y maldijo en medio de un gruñido cuando la lengua del moreno lamió desde la base de su pene hasta la punta, antes de sentir que sus labios se cerraban sobre él, subiendo y bajando en el mismo ritmo cadencioso que habían impuesto sus dedos antes.

Era una suerte que Dohko hubiese previsto su reacción y que hubiese cruzado un brazo sobre su estomago, sujetándolo firmemente contra la pared, porque las rodillas quisieron ceder bajo su peso cuando sintieron ese calor envolviéndolo. Desesperado, trató de sujetarse con una mano a la muralla que lo sostenía, mientras la otra se perdía en los cabellos rojizos, húmedos con sudor, que se encontraban a su alcance.

Jadeaba, respiraba agitado y gimoteaba patéticamente cada vez que Dohko succionaba un poco más fuerte. Abrió los ojos cuando sintió que se le contraían los músculos del vientre y los muslos comenzaban a temblarle.

El sudor le resbalaba por las sienes, pequeñas gotitas escurriendo perezosas y empapándole los cabellos, haciendo que se le pegaran al rostro. Tuvo que relamerse los labios, secos y enrojecidos por los mordiscos que habían recibido. Le costaba enfocar la vista, pero eso no fue impedimento para que bajara los ojos hasta posarlos en Dohko. Un sonido gutural resonó en la habitación al verlo, de rodillas frente a él, sudando, jadeando alrededor su erección, lamiendo, succionando, maniobrando lo mejor que podía para meterse una mano en el pantalón. Kanon enterró las uñas en el hombro izquierdo de Dohko.

— No…no te toques — la voz le temblaba, pero logró imprimirle algo de fuerza, lo suficiente como para que sonara como una orden — Déjamelo a mí.

Dohko gimió desde lo profundo de su garganta, frustrado, sin embargo, obedeció, sabiendo que las palabras de Kanon significaban una promesa que valía la pena esperar. El moreno enredó los dedos en la camiseta de Kanon, sin dejar de succionar. Un segundo después, los dedos en su cabello jalaron con un poco más de fuerza y el agarre en su hombro se intensificó lo suficiente para hacer que se quejara. Un gemido largo le anunció que el gemelo había llegado al límite de su resistencia y casi de inmediato, se corrió en su boca. Tragó como pudo y siguió lamiendo un momento más, hasta que al final, terminó por apoyar la frente en el abdomen empapado de Kanon, boqueando por aire y gimiendo ante la presión que permanecía, casi dolorosa, en su entrepierna.

Kanon parpadeó desorientado un momento, sintiendo los espasmos incontrolables recorriéndole el cuerpo. Jadeaba, respiraba acelerado, pero el aliento cálido que sentía cerca del ombligo, demasiado ansioso para dejarlo pasar, le recordó que aún tenía un asunto del que encargarse. Tomó a Dohko por la solapa y lo obligó a ponerse de pie, arrancándole un lamento deseoso que se encargó de ahogar besándolo rabioso, saboreándose a si mismo en sus labios, en su lengua, en el paladar y en todo lugar que fue capaz de alcanzar dentro de su boca. Se giró, aprisionando contra la pared el cuerpo menudo de Dohko. El moreno rompió el beso con un gruñido, enterrando la nariz en el cuello de Kanon y abriendo las piernas para hacerle espacio al griego. Kanon sonrió.

— Aquí no — dijo, falto de aire, y cuando Dohko se disponía a protestar, lo tomó de la muñeca y lo arrastró por los pasillos del templo. El chino se dejaba hacer, incapaz de pensar en otra cosa más que en el deseo aturdidor que lo embargaba.

— Kanon — la voz de Dohko era un gemido caliente, húmedo, lleno de deseos sucios que le hizo hervir la sangre, otra vez, casi de inmediato. Kanon alargó el paso, impaciente — Kanon — era la desesperación en su nota más grave, alargando la 'o', como una forma de decirle que no importaba si le prometía el mejor sexo de su vida, iba a correrse en ese momento, con su ayuda o sin ella.

Abrió la puerta del cuarto de Dohko empujándola con el hombro y sin pensárselo dos veces, lo arrojó sobre la cama, sin miramientos, saltándose la delicadeza, respondiendo a la urgencia que veía en los ojos nublados del moreno. Toda la molestia y el resentimiento que podrían haberse reflejado en esos orbes verdes momentos antes, habían desaparecido para dar paso a la necesidad y al deseo incontenible. Gateó hasta alcanzarle la boca, resoplando contra ella, metiéndole la lengua para tratar de acallar los gemidos que surgían a cada segundo. Dohko embestía contra su cuerpo, ansioso buscando una fricción que lo aliviara en algo, mientras Kanon le abría la camisa y le recorría el torso con una mano y con la otra apartaba los cabellos que se adherían al rostro del chino, despejándole la vista. Sus dedos juguetearon unos segundos con uno de los pezones del moreno, momentos antes de que sus labios hicieran lo mismo. Dohko jadeó, removió las piernas con ansiedad, blasfemó contra todo lo que se le vino a la mente y contuvo la respiración cuando Kanon lamió su camino hacia abajo, hasta los pantalones, abriéndolos con los dientes. Empuñó las manos en las sábanas cuando el peliazul le quitó los pantalones y respiró pesado contra su erección, lamiendo tentativamente, antes de sonreír orgulloso por tenerlo temblando y a segundos de rogar. Le abrió las piernas, besándole el interior de los muslos.

Reducido a su estado más animal, Dohko resopló y gruñó, exigiendo que se diera prisa.

— No voy a esperarte más — bufó, y la voz ronca, como gastada, fue como un golpe de electricidad para el gemelo. Dohko, a pesar de lo embotado que tenía los sentidos, notó como se le oscureció el rostro y sonrió, ladino, llevándose una mano a la entrepierna, que fue detenida con fuerza antes de llegar a su destino — ¡Date prisa!

Kanon imitó su sonrisa, llena de malas intenciones, y sin despegar los ojos del rostro de Dohko, se lamió los dedos. El chino, tal como Kanon esperaba, suspiró y se mordió los labios, anticipando lo que vendría. Sin dejar de mirarlo, el gemelo le introdujo dos dedos, haciendo que arqueara el cuerpo contra el colchón, gimiendo. Movió los dedos hasta que Dohko apretó los ojos con fuerza, lloriqueando y resoplando, con el pecho subiendo y bajando a mil por hora, la camisa - abierta y empapada en sudor -, enmarcándole el torso. Liberó la muñeca de Dohko y masajeó su miembro, sintiéndolo palpitar entre sus dedos. Se relamió los labios y dejó escapar una carcajada ahogada cuando, al retirar los dedos, Dohko se quejó, lo maldijo en un suspiro y arrugó las cejas. Rápidamente, Kanon terminó de quitarse el pantalón y se sacó la camiseta, antes de recostarse sobre el moreno.

Dohko enredó los dedos en la cabellera de Kanon casi al mismo tiempo en que el griego le besaba la frente, entre las cejas, luego bajaba hasta la comisura de la boca y se apoderaba de sus labios, besándolo con rabia, en el preciso instante en que lo penetraba de un solo impulso. Kanon permaneció inmóvil apenas unos segundos, estableciendo pronto un ritmo marcado, algo brusco, casi tan desesperado como la forma en que Dohko le arañaba la espalda. A ratos se mordían los labios; al minuto siguiente, Dohko resoplaba contra su oído, haciendo que se le erizaran los vellos de la nuca. El sudor de ambos se mezclaba, humedeciendo el aire y las sábanas. Kanon empuñaba las manos en la almohada, enmarcando con sus brazos la cabeza de Dohko, alzándose levemente sobre sus codos para comerse sus jadeos, disfrutando cómo las uñas del moreno se encarnaban en su piel cuando aumentaba la profundidad y la fuerza con la que embestía. Poco tiempo después, un bramido abandonaba los labios carnosos de Dohko y su cuerpo se contraía alrededor suyo, empujándolo al clímax justo después de que Dohko se corriera contra su estomago. Le mordió el cuello cuando se corrió, por segunda vez esa noche. El moreno parecía demasiado aturdido para reclamar, sin embargo, lamió con dedicación la zona, sintiéndose ligeramente culpable.

Cuando las piernas de Dohko resbalaron por sus costados, hizo el intento de incorporarse, pero Dohko lo detuvo plantando una mano en su nuca y la otra en la espalda, justo antes de donde comienzan las nalgas. Respiraba con fuerza, agotado, pero aún así, le buscaba la boca.

Lo besó; flojo, cansado, a lametones aletargados, y Kanon sonrió contra sus labios.

— Parece que voy a ponerte idiota más seguido — murmuró y Dohko rió sin aire.

— Ya estoy viejo para estos trotes — contestó y fue el turno de Kanon de reír.

— ¡Viejo mis…!

— ¡Santo cielo! ¿No sabes cuándo callarte? — gruñó Dohko, sin embargo, sonreía cuando lo besó de nuevo.

— Así…—murmuró Kanon, rozando sus labios —…podría intentarlo.

Dohko rodó los ojos, pero no intentó evitar que lo besara otra vez.


Dohko ya llevaba unas horas mirando el techo de su cuarto. Aún sentía que la camisa se le pegaba al cuerpo, pero no le veía sentido a incomodarse por ello. La camiseta de Kanon – que les había servido para limpiarse lo mejor posible sin levantarse de la cama -, yacía en algún lugar de la habitación, donde Kanon la había arrojado junto con el resto de sus ropas (exceptuando su camisa, claro). El moreno estiró una pierna, sacándola de debajo de la sábana, para dejarla colgando al borde de la cama. Sonrió, mientras se masajeaba el entrecejo con los dedos.

A veces sucedía, tal como esa noche, que Kanon dormía en su templo, generalmente después de follarse hasta que se les fundía el cerebro. Algunas de esas veces, y casi siempre porque tenía cosas que hacer, Kanon despertaba antes que él y Dohko despertaba poco antes de que se marchara, porque el gemelo encontraba hilarante eso de hacerle cosquillas en la nariz. Decía que era divertida la mueca que hacía segundos antes de abrir un ojo gruñendo y de torcerle los dedos hasta que había dejado en claro que era mala idea despertarlo de esa forma. Luego, Kanon lo besaba a la fuerza y riéndose, a pesar del gesto de dolor que se dibujaba en sus cejas, y Dohko le gruñía que se largara de una maldita vez, antes de voltear la cabeza y seguir durmiendo, con la risa de Kanon retumbando en los oídos.

En otras ocasiones sucedía lo de esa noche. Dohko despertaba mucho antes - a veces unas horas pasada la medianoche -, descubriendo que dormía a la orilla de la cama. Ahogó una risa, bajando levemente los ojos para posarlos en la maraña de cabello cobalto a su lado. Kanon, durmiendo, tenía una personalidad bastante similar a la que tenía despierto; le gustaba adueñarse de todo. Llenaba todos los espacios. Dormía desparramado, abusando de la longitud de su cuerpo para hacerse con la mayoría de la cama. Dormía medio atravesado, con un pie asomando por un costado y una mano colgando del lado contrario. Esta vez, ese brazo le cruzaba el pecho y se le metía bajo la axila, y la mano no colgaba del otro lado, sino que se metía bajo la almohada en la que Dohko apoyaba la cabeza. Dormía con el otro brazo medio torcido junto al cuerpo y siempre despertaba quejándose de que no sentía los dedos. Dormía con una pierna encima de la suya; a veces hasta metía el pie debajo, como amarrándolo. Siempre dormía con medio cuerpo encima del suyo, con la nariz metida en su cuello, respirando pausadamente sobre su piel, con el cabello desparramado por todos lados y haciéndole cosquillas en la barbilla.

Y cada vez que sucedía de ese modo, Dohko se pasaba las horas con los ojos fijos en el techo, aspirando ese aroma - ligeramente salado -, tan propio de Kanon, jugando con las puntas del cabello del muchacho entre los dedos, haciéndose preguntas interminables sobre la relación que llevaban. El moreno suspiró. Se sentía bien; eso que había entre ellos se sentía extremadamente bien. Debería darle miedo. Lo hacía, en realidad, desde un principio. Sin embargo, a medida que pasaban los días, ese miedo cada vez desaparecía un poquito más. Ínfimamente, pero desaparecía. Kanon era arrollador; te obligaba a quererlo, y muchas veces, hacerlo no era difícil. A veces te colmaba la paciencia, pero siempre tenía dos opciones: hacer eso de lucir como un cachorro desorientado y disculparse, o eso otro de oscurecer la mirada y prometerte con ella que te haría sentir tan bien, que no había modo que siguieses molesto después. Ambas funcionaban en cada ocasión. Dohko pronto descubrió que le costaba trabajo negarle algo al griego y cuando lo hacía, el desgraciado se veía tan decepcionado que le daban ganas de retractarse y aceptar. ¿Cómo, en qué momento, el crío se le había metido bajo la piel de esa forma? Volvió a suspirar y lo miró, su espalda subiendo y bajando en un sopor tranquilo.

Cuando Dohko despertaba temprano y Kanon dormía allí, con él, generalmente lo que lo sacaba de su sueño eran las incontables dudas que lo atosigaban. Las que le preguntaban porqué era él el que estaba allí. Porqué le permitía a él dar vueltas en su templo como si fuera suyo, porqué era él el que lograba sacarlo de sus cabales y disgustarlo, porqué era que parecía arreglar sus estados de ánimo. Porqué era Kanon el que lo enfadaba comiéndose los bollitos de canela que Shion le llevaba y porqué era que se desquitaba comiéndole la boca por haberlo hecho.

Una opción - la desagradable, la que dolía, la que quería sacarse de encima a como diese lugar y casi nunca podía -, era que Shion tenía razón, que su subconsciente tenía razón y que no había más motivo que su similitud con Defteros. Dohko resoplaba cada vez que reparaba en esa opción.

Acarició, con la punta de los dedos, la piel curtida por el mar y tostada por el implacable sol, subiendo y bajando por el costado del muchacho lentamente. A veces, como en ese instante, Kanon refunfuñaba y resoplaba en sueños, se desperezaba un poco sin abrir los ojos, hundía más la nariz contra su cuello, haciéndole cosquillas y seguía durmiendo. Dohko sonrió, recordando cuál era la otra opción.

Existía la posibilidad, aterradora por lo demás, de que se estuviese enamorando. De que cada una de las cosas que le generaban preguntas (y que nunca obtenían respuestas), fuesen las responsables de que, tal vez, se estuviese enamorando un poco de Kanon. La facilidad y naturalidad con la que se desenvolvía en su entorno o cerca de él, la insolencia que lo caracterizaba y más que enfadarlo, le hacia gracia. Incluso que arrasara con su despensa y no considerara nunca que también le gustaban los bollitos de canela (porque los bollitos de canela siempre sabían un poco mejor cuando los saboreaba en sus labios y porque siempre, al día siguiente, presa de la culpa indudablemente, Kanon dejaba helado de vainilla cerca). Se veía obligado a tragar pesado cuando pensaba en esa posibilidad, pero aún así, no podía negar que las cosquillas le comenzaban en la punta de los dedos cuando rozaba esa piel y terminaban en algún lugar dentro de su pecho. Había pasado demasiado tiempo desde que le sucediera eso.

Justo en ese momento, el brazo sobre su pecho se removió y pudo adivinar que la mano bajo su almohada se cerraba con fuerza antes de extender los dedos con una tensión excesiva. Kanon resopló, bostezó y se relamió los labios, con tanto gusto que Dohko tuvo que reírse. El griego alzó el rostro levemente para mirarlo, apretando un ojo con fuerza y abriendo apenas el otro. Tardó unos segundos en reconocerlo, pero cuando lo hizo, una sonrisa perezosa se formó en sus labios. Casi de inmediato, arrugó las cejas en una mueca de disconformidad y con la voz rasposa, producto del sueño, murmuró:

— No siento los dedos — Dohko rió a carcajadas y Kanon se desplomó nuevamente sobre él, quejándose cuando estiraba el brazo y sonriendo contra su piel.

A lo mejor era por cosas como esa que la segunda opción era mucho más agradable.

— ¿Llevas mucho rato despierto? — Kanon hablaba en murmullos, con la voz adormecida y confortable. Dohko se encontró hablando del mismo modo.

— Unas horas — suspiró y de inmediato, cuando sintió a Kanon refregándose contra él para seguir durmiendo, agregó — ¿Piensas devolverme el resto de mi cuerpo en algún momento?

Dohko, que permanecía con los ojos fijos en lo alto, no notó que Kanon lo observaba a través de párpados pesados, apartando un poco la cabeza para estudiar su perfil sin dificultad. El gemelo suspiró.

— ¿Puedo dormir unos minutos más? — sonaba cansado y Dohko giró para mirarlo. Se miraron sin decir palabras unos instantes, uno más despierto que el otro, cada uno con distintas preguntas surcándole el pensamiento. Al final, Dohko asintió y Kanon sonrió cerrando los ojos, usando el brazo que rodeaba al moreno para traerlo más cerca y volver a meter la nariz en el hueco entre su hombro y el cuello.

En ese momento, un calorcito contento se extendió por el cuerpo de Dohko y decidió que, quizás, no era tan malo que la segunda opción le pareciera más correcta.

— ¿Kanon? — llamó, inseguro al sentir la respiración acompasada del griego.

— Mmm… — en vez de responder el gruñido del gemelo, Dohko le buscó los labios. Lo besó lento, muy despacio, sólo con los labios aunque, quizás, con un poquito de lengua (pero muy poca). Kanon escondió una sonrisa, escondiendo, para ello, el rostro. Dohko hundió la cabeza en la almohada, satisfecho.

— Se me durmió el brazo.

Notas finales:

TBC

Después de actualizar 'Open Your Eyes', dejo los fics...

...

...

Ya, no es cierto, pero hace unos días soñé con el chino y cuando desperté, pensé que sería buena idea bajarle el ritmo xD Además, debo unos dibujo y unos cuadros en óleo...aún. Dios, deberías hacer días más largos y personas más vigorosas u.u

Por cierto, en mi sueño, Dohko era graciosisimo y besaba de puta madre, así que pueden estar seguras de que Kanon está en buenas manos xDDDDDDDD

Besos enormes y gracias por llegar hasta aqui =')

Elyon

 

PD: Amor yaoi se está portando muy mal por lo que he notado (justo hoy, que subo capi, anda requete bien xDD) así que empezaré a colgar el fic en mi livjournal. Así, a lo mejor, pasa por edición de una buena vez =)


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