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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Aphrodite y Saga entablando un juicio con el único fin de decidir qué hacer ¿El mar esperará? ¿El río regresará? ¿Hasta qué punto es posible luchar?

El disco de acrílico fue colocado bajo la pieza, aquel objeto que pensó jamás vería al menos que fuera en un museo de antigüedad o en alguna mansión que lo tuviera de adorno. Pero no, estaba allí, peleando contra el tiempo y las modas, ejecutando aquel sonidillo que se escuchaba cuando la pulsante aguja del toca disco rozó la superficie y esta empezó a moverse de manera circular. Saga no perdía vista de ello: del disco, del movimiento, y mucho menos la atención de la melodía que comenzó a resonar en cuanto la pista fue encontrada. Una melodía que también peleaba contra el tiempo, se escuchaba tan distinta a los discos actuales o las pistas en mp3; quizás se trataba de eso, del valor histórico, del valor emocional, de que simplemente no se trataba de un objeto particular.

—Shaka me regaló este tocadiscos hace tres años, en mi cumpleaños número veintisiete—relató el sueco dejando el cartón que cubría el disco de vinil a un lado de la mesa, cerca de Saga, quien además tenía servido un vaso de coñac helado.

—Elvis Presley—murmuró el abogado observando aquella imagen, sintiendo una especie de estocada en el centro del pecho al entender el porqué Aphrodite había deseado utilizar ese medio de entretenimiento.

—Así es, lo compró porque sabía es mi favorito.

La música comenzó y se sentía la nostalgia en el ambiente. Shura, por respeto, había preferido esperar en el auto y fumar un cigarrillo más. El abogado no dijo nada al respecto, ciertamente comprendía que en ese momento no era un juicio de los cuales estaba acostumbrado a presenciar ni la confesión era para él una simple fuente de datos. Ya con sólo esa entrada se sentía abrumado, terriblemente pesado al darse cuenta que de alguna forma Aphrodite sintiera algo por Shaka. ¿Qué si eso significaba que lo que había entre Shaka y él era fuerte? ¿Qué si Shaka decidió huir para no dañar a Aphrodite gracias a su participación? ¿Qué si fue por su culpa que aquella relación acabó?

—Shaka me llamó, varias noches atrás, creo que fue el martes—inició Aprhodite con su relato, humedeciendo sus tersos labios con la frialdad del licor—. No me comentó nada de estar en Londres y… si lo noté, lo noté algo contrariado en la llamada. Le dije lo que le había dicho a usted esa noche y… de improvisto, su llamada cayó.

Se detuvo un momento, pareciendo cavilar que decir y como decirlo, en qué orden dejar soltar las palabras y de qué forma presentar las evidencias de lo que ocurría con Shaka cuando sentía que él mismo no estaba informado del todo. De alguna manera sabía que debía comenzar a hablar, y tenía también idea de que comenzar a decir pero iniciar la conversación diciéndole aquello que Shaka le confesó en ese almuerzo no era del todo lo mejor. Primero debía aclarar que eran ellos y cuál era su relación, meditó segundos después, para despejar ese escenario y hacerle ver que pese a lo que dijo realmente ellos no fueron más que amigos…

Ninguno de los dos se dio la oportunidad.

Más organizadas las ideas en su cabeza, el decorador se relajó, dejando reposar el vaso de vidrio sobre la mesa y mirando perdido aquel retrato en el estante que Saga había observado, recordando un poco, extrañando otro más… resignándose del todo.

—Lo conocí a inicios de primavera hace cuatro años, en una reunión de las altas esferas donde un cliente lo invitó para entrar al círculo del diseño. Debo admitir que desde esa vez me impactó, tanto su forma de ser como su físico. Shaka es llamativo no importa como lo veas, llamaba mucho la atención, y creaba fascinación sólo al escucharlo hablar. Ese día que nos conocimos, le ofrecí mi casa para que viviera mientras se asentaba en Athenas y vivimos, así juntos, durante dos años...—bebió otro sorbo, lentamente, permitiendo que el sabor del liquido se adueñara de sus sentidos y percibiendo con total lentitud la forma en que viajaba por su garganta, bajando por la tráquea hasta llegar al estomago. Sintiendo todo, sintiendo de la misma manera el frio calmando su corazón desecho, las memorias colarse a su cerebro y ver, una película del cual había sido protagonista—. Durante ese tiempo, me enamoré…

Entretanto, la niebla y el clima nublado de Londres contrastaban con las luces de los faroles y el sonido de los automóviles pasando a un lado de la carretera. Había aún gente en la calle, en su mayoría jóvenes buscando una disco, compartiendo algunos cigarrillos o coqueteando con otros en medio de aquella avenida llena de clubs nocturnos y bares. Shaka caminaba dejando mover en el viento su cabellera sujeta en la cola y la bufanda que lo cubría del ya frio que empezaba a sentirse debido a la temporada, a lo rápido que se acercaba noviembre y a la reciente lluvia que había caído minutos atrás sobre la ciudad. Sus suelas golpeaban contra el pavimento mojado, podía apenas verse por un segundo en cada cristalino charco de agua en la acera, pero prefería no hacerlo, no mirarse, no querer verse.

—¡Shaka, espera!

Escuchaba la voz, pero la ignoraba. Caminaba así con sus manos en los bolsillos y el mentón en alto como ya estaba acostumbrado, evadiendo las sutiles invitaciones de algunas mujeres en la esquina, de seguro vendedoras de su cuerpo, y alejando de sí todos los pensamientos que de seguirlos meditando le seguirían creando ese agrio sabor en la mitad de la boca del estomago, esa sensación de soledad, lo único que había recuperado desde su llegada a Londres.

—¡Shaka!—los escuchó más cerca, y apresuró su paso chasqueando la lengua con evidente fastidio.

No quería dar explicaciones, ni escuchar escusas. Las cosas son como son, no necesitaban ser maquilladas y odiaba eso, odiaba que le hicieran creer que todo podía seguir bien cuando por dentro se preguntaban asqueados por su estilo de vida.

—¡Que esperes, hombre!—y aunque quiso, no pudo seguir evadiéndolo cuando el fuerte agarre le sostuvo del antebrazo deteniéndole el paso. No volteó, siguió con su mirada al frente donde ya veía la parada de autobús y unas casillas telefónicas de color rojo—. Shaka…

Suspiró profundo, cerrando sus parpados por un momento para anidar las fuerzas y contener el rostro de decepción. Eso sentía, se sentía decepcionado más que indignado y molesto, más que ofendido incluso; se sentía lleno de un sentimiento de resignación y desesperanza para con las personas a las que una vez conoció antes de hacer abierta su inclinación.

—Lo lamento mucho, hombre, no quería ofenderte—le escuchó, sintiendo que el agarre cedió y el hombre que lo estaba persiguiendo se paró frente a él, rascando su cabeza con algo de nerviosismo y dejando brotar una nube de bruma de sus labios—. Es sólo… ¿fue repentino sabes?

—No tienes que esforzarte—replicó el rubio acomodándose el abrigo y dispuesto a seguir el camino que el compañero le cerró con su enorme cuerpo—. Aldebaran…

—No me estoy esforzando, ¿crees que eres el primer gay que conozco o qué?—el rubio le miró escrutándolo con los ojos—. Sólo que no sé, es decir, no pensé, ósea si sospeche cuando éramos más jóvenes pero…—una ceja rubia se enarcó viendo como el hombre intentaba explicarse—. ¡Rayos Shaka!, sabes que soy malo para las palabras, ¡no me lo compliques!

—No te esfuerces—resopló, sintiendo que un poco de todo ese malestar se desvaneció solo al ver el rostro contrariado a quien consideró alguna vez su amigo. Sabía que así era Aldebarán, transparente, el tamaño de su cuerpo no le hacía justicia al tamaño de su corazón, a su extrema bondad y a toda esa ingenuidad que aún desprendía. Le había llamado la atención en su momento, más no de forma sexual, sino como esa conexión de hermanos que quizás quiso disfrutar en variadas oportunidades, considerando que había sido hijo único. Bajó su mirada aún así, porque sentía que pese a todo las cosas no podían ser tan fácil.

—Perdóname…—repitió con una expresión que denotaba el más sincero arrepentimiento—. Juro que de verdad no me importa, para mí sigues siendo Shaka, el orgulloso y talentoso Shaka—una corta sonrisa se dibujó en los labios delgados, una expresión de la más pura y sincera comprensión y agradecimiento. Quizás Aldebaran no notara lo importante que era para él escuchar esas palabras, cuando había sentido que desde su llegada a Inglaterra estaba medido y evaluado constantemente a causa de sus inclinaciones.

No había mucho que decir, tampoco. El viento del otoño en Londres los agitó a ambos recordándoles que estaban en la intemperie de la calle y había frío producto de la temporada y la reciente llovizna. Shaka tembló por un segundo cubriéndose aún más con el abrigo y respirando calmadamente como no había podido hacer desde esos minutos en el que se sintió juzgado y decidió levantarse de la mesa y dejar la velada tal cual como estaba, despidiéndose ofendido.

—¡Vamos!—levantó su vista cuando el hombre se le acercó y presionó su hombro con fuerza y aquella sonrisa de oreja a oreja que sólo él sabía dibujar, llena de sinceridad, sin prejuicios—. Terminemos de bebernos la cerveza y hablemos ¿eh? ¡Aún no te he contado toda mi vida!

—No quiero terminar ebrio en medio de Londres, Aldebaran.

—Bah, si eso pasa te cargó. Debes tener siglos sin alimentarte bien, ¡mira que delgado estás!—con la risa de Shaka él se apartó y le miró con un rostro de falso reproche—. No te estoy coqueteando ¿eh?

Y Shaka volvió a reír, reír como no recordó haberlo hecho en mucho tiempo.

—Vamos Aldebaran, aunque lo estuvieras haciendo mis gustos son más refinados—y risas, risas de dos viejos amigos encontrados.

—Jajaja Shaka, ¡eso fue cruel!

Donde comprendió que tal vez si podía recuperar algo de lo perdido.

Durante aquella noche, perdido en sus cavilaciones el español observaba desde afuera la tranquilidad de la zona residencial y la belleza de los jardines aledaños. El calor que le hacía sentir su tubillo de nicotina en la punta de sus dedos era el que necesitaba en el resto de su cuerpo; la noche avanzaba y con ello bajaban las temperaturas, siquiera su abrigo era suficiente para matizar las corrientes heladas del invierno galopando para cubrirlos.

De sus labios dejó brotar otra nube de humo al aire, pensando en diversas cuestiones banales. Por un lado recordaba a su hermana, con quien había conversado días atrás a través del teléfono. Si había ido a Grecia, fue por ella, y si había querido meterse en el caso que Saga le estaba ofreciendo, era ella también su razón. Al vivir dentro del seno religioso había entendido bien varias cuestiones, entre ellas que muchas veces los preceptos escritos siglos atrás eran mucho más fuertes que los mismos lazos de sangre.

Su hermana había tenido que pedir una beca lejos de casa para poder entonces decir que prefería las mujeres en su cama que a los propios hombres. Hermana mayor, la admiraba, y en su momento la revelación había sido para él un mal chiste del destino; aún así, era su hermana, y ese amor había sido mucho más alto que los prejuicios sociales y religiosos que se tejieron entre ellos. Oír de sus padres la vergüenza, él evitar que hablaran de ella o la mencionaran, él no contestar sus cartas… su hermana fue relegada de la familia por mucho que intentó mantenerse en contacto y él, indignado con ello, apenas pudo se fue tras ella, siguiéndola a Grecia. De aquello había pasado más de una década, desde que abandonó su casa fingiendo ser un homosexual para que sus padres no hicieran nada y lo dejaran ir hasta donde su hermana le recibió, allí en Grecia.

Si bien no era también un homosexual y prefería en exceso el cuerpo de una mujer bajo las sábanas, su tolerancia y comprensión si la había fortalecido luego de vivir con dos mujeres que convivían y comprender que ellas no dejaban de ser ellas, más allá de lo que pudieran hacer en su intimidad. Su hermana aún así se fue con su pareja a Francia, donde había conseguido un mejor puesto de trabajo como editora y donde había contraído nupcias con su pareja, allí donde el matrimonio gay era una realidad.

Para cuando conoció a Saga, aún así, no pensó que pudiera ser un hombre con inclinaciones homosexuales. Estaba seguro que no había forma en la que Saga pareciera tener ese tipo de gustos, y hasta alababa el hecho de haber conseguido una mujer tan hermosa e inteligente como esposa; para él, sólo un verdadero hombre con todas las letras era capaz de conseguir una mujer de semejante calibre y hacer que deseara estar con él. Más sin embargo, al saberlo, aunque por un momento le contrarió no le representó problemas aceptarlo. Saga le había ido a decir directamente en uno de los almuerzos que compartieron en el tribunal, días antes de darle la noticia a su esposa y la realidad del divorcio. Una palmada amiga, le entregó unas palmadas al hombro de comprensión y fuerzas para salir adelante pese a ser considerado diferente.

Aún así, jamás sería fácil.

Había notado que las primeras semanas de divorcio Saga estaba con un estado de ánimo bastante desalentador, había notado a su vez la carga que pesaba e intentaba escudar. Reconocía en el abogado una fuerza que iba más allá de cualquiera que hubiera conocido, Saga tenía el poder de conseguir lo que quisiese y sostenerlo en sus manos, le conocía como alguien de temple fuerte y carácter arraigado, pero durante esas semanas le pesaba, todos y cada uno de su músculos le pesaba hasta en su manera de intentar sonreír. Quería ayudarlo, pero él por mucho que hubiera vivido de cerca un caso similar, no conseguiría ni las palabras ni podría comprenderlo; no es lo mismo cuando sólo se es un testigo. Afortunadamente, no fue tan necesario: un libro llegó y fue capaz de devolverle ese brillo que caracterizaba a Saga.

Con el libro llegó ese rubio y llegó esa historia. Cuando escuchó de Saga algunos detalles de lo que había pasado con él en conjunto a la información que había encontrado algo en él se conmovió, una parte de él entre la indignación por la injusticia y los prejuicios. Esa fue una de las razones por las que no presentó ninguna resistencia a seguir investigando de él y colocar todas las fichas necesarias para que Saga pudiera acercarse a ese hombre, que aún con ese pasado a cuesta, había logrado sacar a Saga de su propio foso.

Shaka Spica, Shaka Wimbert… como quiera que se hiciera llamar, había ido a enfrentarse con su pasado en Londres, había ido a presentarse quizás nuevamente frente a sus padres y decirles en que se había convertido; algo que su propia hermana pese a los largos años no se había atrevido a hacer más que en cartas, algo que apenas Saga estaba afrontando, ese muchacho había ido solo a hacerlo. Ese hombre no le podía inspirar lastima, sino un sincero sentido de admiración y un deseo de que al final las cosas le salieran bien, que ese paso arriesgado que había decidido realizar terminara con bien.

Quizás una parte de él quería creer que si era posible superar aquellos prejuicios.

Dejó caer la colilla del cigarro acabado y la apagó con la suela de sus zapatos, lanzando un último suspiró de aire contaminado de sus labios. Viendo las formas de las nubes que navegaban sobre su cabeza, reposó su nuca contra el metal frio del auto, con sus manos en los bolsillos y la mirada perdida. Sentía que Saga se estaba tardando y pensaba en cuál sería el resultado de esa reunión, si con ello el abogado decidiría seguir a aquel muchacho o simplemente sería el fin de una ilusión llena de “pudo ser”.

No pasó mucho tiempo para saberlo; a los pocos minutos de haber acabado su tercer cigarrillo de la noche, escuchó la puerta de la residencia abrirse y el cuerpo del abogado salir con sus manos en el abrigo y el rostro contraído de seguro lleno de ideas. Lo miró apenas por un momento mientras se separó del auto para tomar el lugar del copiloto en el automóvil, viendo como el mayor abrió la puerta e ingresó a él en silencio.

Hubo un espacio de tiempo donde se quedaron sin decir nada, Shura esperando alguna noticia y Saga divagando quizás en qué hacer; toda la conversación y lo oído lo había dejado en extremo contrariado e inseguro de cuál era el mejor paso a dar. Lo único que se comunicaron fue cuando Saga sacó de su saco un recibo de depósito a nombre de Aphrodite, realizado esa mañana. El español subió la mirada notándose confundido, viendo el número de cuenta y la cantidad enviada pero sin entender a que se refería.

—Esa cuenta es de Shaka en Londres—fue lo único que dijo el abogado y con ello, comprendió.

—La rastrearé.

Rastrear… Saga pensó en ese momento que tanto estaba dispuesto a arriesgar en esa apuesta donde no todas sus fichas estaban de su lado.

“Él dijo que si no huía de usted terminaría no queriéndolo, sino amándolo. Fueron sus palabras exactas…”

Sí, eso estaba bien, eso le daba esperanzas pero…

“Cuando Shaka se cierra a algo, es difícil hacerlo pensar lo contrario. La única forma en la que pude acercarme fue haciéndole ver que me iría apenas me lo dijera… que no llegaríamos lejos”

Y eso significaba…

“Al final, al hacerlo, terminé matando lo que él llegó a sentir por mí.”

Con Shaka todo era como dar círculos, si él no quería que llegaras a él, ciertamente, no lograrías llegar por mucho que caminara. Hastiado pensó en ello durante todo el camino, dejando a Shura en su residencia luego de agradecerle su compañía y apoyo. El español prefirió no preguntar de más aún, pensado que necesitaba primero sopesar algunas cosas antes de decidir qué hacer y que de seguro en cuanto tomara una decisión él mismo se la haría saber. Se despidieron y solo observó el auto tomando camino en la carretera.

Solo en el automóvil camino a su hogar, Saga decidió de nuevo encender la radio y buscar una emisora que escuchar para tratar de distraer su mente. Por cosas de la vida, la emisora que suele escuchar en las mañanas tenía una programación de música de época, rondando entre 60 y 70, canciones que por el sonido, por la voces y ritmos lo trasladó de nuevo a ese Town House donde había conocido más de ese hombre que aún pese a todo, seguía moviéndole las fibras muy internas.

“Yo me di cuenta, me di cuenta que algo estaba pasando en él cuándo me llamó para este trabajo”

Revolcándole, arrastrándole… tomándolo de los hombros y levantándolo en vuelo.

“Lo conozco muy bien, supe leer en sus miradas, en sus silencios. Quería poder soportarlo pero no pudo y si a eso le sumamos el hecho de que usted casi quiso entrar a su casa forzando la puerta… el terminó teniendo miedo de todo eso, de lo rápido que era, de lo vulnerable que se sentía”

“¿A su casa?”—preguntó, contrariado con la analogía.

“Así es, su casa. Shaka es como una casa, arreglada, decorada. Permite que entren, permiten que se paseen en ellas, permite pero luego cuando ve que quieres quedarte, te dice que ya puedes irte y que ya has visto suficiente. Que no te necesita, que no le haces falta. Si no sales… él mismo te saca de su vida cerrando la puerta.”

Y luego desde las alturas, abandonándolo a la gravedad, golpeándolo con todo contra la realidad.

“Con usted no era suficiente cerrarle la puerta… con usted amenazando a las ventanas él no tuvo otra opción que huir”

Desangrándolo… acariciándolo… llamándolo.

“Pero no niego que, él muy dentro, quería que lo siguiera haciendo. Él deseaba abrirse, pero esta vez, sinceramente no sé a qué le tuvo miedo”

Clamándole… gritándole… amarrándole.

“Si al pasado… o al futuro”

Desconcertándole…

“Quizás a ambos…”

Y el teléfono sonó, su celular, en medio de la música que en ese momento resonaba en la radio. Saliendo de sus pensamientos, lo buscó en su saco y observó en la pantalla el número de la llamada, recibiendo en ese momento un golpe, certero y fuerte, al centro de su pecho.

Atrayéndole…

—¿Shaka?—de inmediato contestó, sintiendo que el pecho estaría saliendo del pecho, que se le abriría y su corazón correría al ritmo de sus pálpitos hasta Londres, hasta encontrarlo, hasta marcarlo con su sangre.

—¿Saga? ¿Cómo supist…?—resopló aire al oírlo, al reconocer su voz, al sentir como si todo comenzara a posicionarse en su mente. Se aparcó de inmediato para darle total atención a él.

—¿Dónde estás? ¿Por qué te fuiste así?—le escuchó suspirar, incluso, el ruido de un cable telefónico enredándose de seguro en sus dedos y la distancia, palpable, de kilómetros entre ellos.

—Estoy en Londres, regresé a Londres— y el pálpito, al escucharlo hablarle con sinceridad—. Mira Saga, no tengo tiempo ni mucho dinero en mi tarjeta, y quizás me arrepienta mañana cuando ya el efecto de las copas que tomé me deje pensar con mis tres dedos en frente pero… escúchame; estoy en Londres. ¿La razón? No te sé decir por qué lo decidí, por qué cambié el rumbo de mis pasajes para este lugar; sólo sé que lo hice en cuanto pensé en ti y en tu padre. No sé, no sé si recuperaré algo aquí, no sé siquiera si esto que estoy haciendo ahora mismo es un error pero… ya estoy aquí y ya no puedo retroceder. Me niego a hacerlo…

—Shaka…

—Te extraño…—escucharlo… escucharlo fue como si le revolcaran todos los intestinos y su corazón se sobresaltara hasta su cerebro, sintiendo de todo, al mismo tiempo no sintiendo quizás lo suficiente—. Echo de menos todo lo que dejé en Grecia y entre eso estás tú, sé que fue una estupidez de mi parte querer comenzar de nuevo en otro rumbo, así que cuando termine mis asuntos aquí, regresaré a Athenas. Quizás no quieras verme ya, quizás te parezca complicado de tratar y de acercar, es posible que tengas preguntas por hacer y te aseguro que… yo no querré responder a todas ellas—lo escuchó tragar grueso; él mismo tragó, sintiendo un cumulo de palabras acumuladas en su garganta sin saber con cual empezar—. Pero aún así regresaré a Grecia, intentaré seguir mi vida con lo que logre recuperar o con más escombros, da igual…

—Te dije que no estabas solo…—musitó y tras el teléfono hubo un corto silencio luego vejado con un suspiro de hondo pesar, con el temblar evidente de las cuerdas vocales—. Te dije que estaría contigo…

—No estoy seguro de que sea buena compañía si esto que estoy haciendo no sirve de nada.

—Eso no me imp…

—Saga…—cayó interrumpido por su voz llamándole—, aunque así fuera, yo mismo necesitaré tiempo para… acostumbrarme a llevar esto—cerró sus parpados escuchándolo turbia de su voz… lo lejana… lo dolida—. Había olvidado cuánto duele; había olvidado cuánto pesa, Saga, no haber llenado sus expectativas—y allí, simplemente se quedó sin palabras validas que acotar—. Se acaba el crédito de mi tarjeta…

—Quiero verte… cuando supe que te fuiste juro que pensaba ir tras de ti…

—Por lo pronto no se podrá…

—Shaka…

—Hasta pronto y espero que lo de tu padre esté bien… Hablaremos con calma sobre eso, cuando regrese.

Antes de poder decirle algo más, la llamada cayó.

Saga se quedó en silencio, vibrando de sentimientos y emociones a flor de piel, dentro de su abdomen, jugando con su saliva dentro de su garganta. Ahogado con tantas cosas en mente, el abogado dejó caer el teléfono con su brazo a un lado y pasó la otra recogiendo los mechones de su frente, para despejarse así mismo su cabeza, como si pudiera. Escuchaba los pálpitos de su propio corazón acelerado tratando de conseguir un descanso dentro de su alma, mientras los pensamientos se agrupaban y le dejaban aún más lleno de posibilidades. No estaba bien, fue lo único que él pudo pensar, Shaka no estaba bien allá, Shaka había ido a enfrentar sólo algo que ni siquiera era del todo su culpa… él no estaba bien…

Like a river flows surely to the sea
Darling so it goes
some things are meant to be

La música le llamó la atención, volviendo su vista hacía el reproductor y sintiendo a su propio pecho ser acariciado por la melodía. Reconoció la canción, al intérprete, al ritmo, la época…

Take my hand, take my whole life too
for I can't help falling in love with you

Se sonrió…

for I can't help falling in love with you*

Si, no podía evitarlo y decidido a hacerle llegar a Shaka las palabras convertidas en hechos, siguió su camino, con ya la decisión tomada.

Notas finales:

*"Can't Help Falling in Love" (No puedo evitar enamorarme) es un tema pop compuesta en el año 1961 por George David Weiss, Hugo Peretti, y Luigi Creatore, e interpretada por Elvis Presley para la película Blue Hawaii.(WIKIPEDIA)

Tardé en actualizar pero ya pude colgar actualización. Ahroa iré a echarle porras a Saga. Muchas gracias a todos los que leen y comentan ^^


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