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I4u por metallikita666

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“-Tú no puedes jugar con nosotros. ¡No queremos mariquitas en el equipo!-

De nuevo aquella odiosa acusación. El pequeño pelinegro avanzó hacia el grupo de chiquillos, gritando con enojo

-¡No soy marica! ¡No lo soy!-

-¡Claro que sí!- El líder del equipo tomó el balón con ambas manos, colocándoselo luego de lado contra la cintura, mientras esbozaba una sonrisa burlista, secundada por sus compinches. –Si no, ¿por qué está Tusk protegiéndote siempre? ¿Por qué duerme contigo y te consuela cuando lloras, eh? ¡Todos los niños huérfanos que lloran de noche son maricones, y los que los consuelan, también!- El insolente mocoso cogió la bola de nuevo, retrayendo ambos brazos, y repentinamente, se la tiró al pequeño Ken en la cara. -¡Tú y tu hermano son unos maricas, los dos!-

-¡Maricas, maricas!- gritaban al unísono el resto de los niños, taladrándole al crío aquella palabra en la memoria y en los oídos, logrando que su rencor creciera cada vez más. Y aunque a pesar de que su querido amigo apareciera para rescatarlo de las burlas y las lágrimas de nuevo, no podría darse cuenta de lo mucho que para él sí comenzaban a importar esos reproches. Se prometió a sí mismo nunca volver a permitir que se mofaran de él llamándolo de esa manera. “

 

El guitarrista sonrió de forma malsana, ocultando su mohín parcialmente tras su mano, en el momento en que se retiraba el cigarrillo de los labios. Todavía faltaban algunas horas para acudir a la cita con la madre de Seiichi, así que había decidido recorrer la ciudad más allá de las calles que siempre frecuentaba. Sin planearlo realmente, sus pasos lo habían llevado a la colina desde donde se veía el antiguo orfanato, ya para entonces derruido. Sentado en la hierba verde que se mecía con la brisa fresca, podía distinguir la cancha de fútbol, cuya demarcación había borrado el tiempo. Fue entonces cuando evocó aquel amargo recuerdo.

-Pero ya verás, Yoshiki. Realmente no sabes de lo que soy capaz, y no van a servirte tus influencias, tu fama y todo tu dinero cuando te arrebate al último de tus caprichos…-

 

El bullicio de los vehículos sobre el Puente Europeo era hipnótico para quien reposaba, espalda contra la pared, en la pequeña vía peatonal que pasaba por debajo de la construcción. Con las piernas flexionadas y abrazándose las rodillas, el vocalista de extraña cabellera permanecía inmóvil, mirando fijamente su cajetilla de tabacos sobre el piso, frente a sus pies.

 

“-Yuki-chan, por favor, deja que arreglemos las cosas. No tomes una decisión tan apresurada.-

El lacio baterista se volteó, dejando ver en su semblante un gesto de fastidio. Estaba terminando de acomodar sus pocas cosas en una vieja maleta.

-No tengo nada qué pensar, sempai.-

-No estoy hablando solamente de Zi:Kill- se apuró el vocalista, tenso por el oscuro porvenir que se avecinaba con la partida del chico. De sólo imaginar que se iría a Osaka para no volver, lo hacía desear arrojarse sobre el menor, y estrecharlo para que jamás se apartara de su lado. –Me refiero a nosotros.-

-¿Nosotros?- inquirió Awaji, con una sonrisa que lastimó profundamente a su interlocutor. –Nosotros no tenemos futuro.- El músico se aproximó al pelinegro, tomándolo por los hombros. –La relación de dos chicos está hecha para durar un corto tiempo nada más, y siempre va a acabarse. Recuérdalo, y no peques de ingenuo.-  

-¿¡Entonces, por qué si pensabas así desde antes, accediste a estar conmigo!?-

Itaya perdió el control de sí mismo repentinamente, porque la sensación en su pecho era como un brasa encendida; quemante y dolorosa. Cuánto había cambiado Yukihiro, o al menos, cuán diferente se mostraba ahora, decidido a marcharse, comparado con el dulce muchacho que había captado su atención tiempo atrás, apareciendo entre los que conformaban el pequeño grupo del barrio, con su sonrisa tímida y sus ojitos muy achinados.

-Sabes lo que es estar solo, ¿no, Tuskie-chan?...-

De aquel lejano y agradable recuerdo, ya no quedaba nada.”

 

-¿Tusk?-

Eby había colocado su mano sobre el hombro del menor. El chico traía un jeans y una camiseta; su vestuario normal de trabajo. A su lado, ataviado con el uniforme del conservatorio, un extrañado Seiichi le miraba también. El castaño portaba su bajo y un bolso extra, donde llevaba otra ropa para unirse a su amigo y ahora anfitrión, luego de las lecciones.

-Hola, chicos. Disculpen. No me he sentido muy bien estos últimos días…- dijo el vocalista, con los ojos cristalizados. Aunque fue difícil, contuvo las lágrimas, para que no escaparan de sus ónices.

-Descuida- replicó el baterista, con una sonrisa entristecida. –Yoshiki-san llamó. Me pidió que te dijera que por favor te comuniques con él en cuanto puedas. Al parecer, debimos haber entrado al estudio en estos días que pasaron…-

-Lo sé. Perdónenme.- El menor bajó la mirada, y se pasó el dorso de la mano por el rostro. –Les prometo que lo haremos. Ese single va a salir porque sí.-

El castaño le tendió al pordiosero un paquete, agradeciéndole con su expresión el procurar tranquilizarlos, especialmente por su situación personal, aunque era más que patente lo mal que se encontraba. Se trataba de una cajita de almuerzo, aún caliente, envuelta en un limpión de colores.

-De parte de Noriko-san. Cuídate. Nos vemos después.-

 

 

Las dos y cuarenta y cinco. Kenichi se había acercado más al edificio de la Sede, pero aún sin llegar al lugar convenido. Se dirigió a un parque aledaño para no despertar ningún tipo de sospecha, en caso de encontrarse con algún conocido.

La visión de dos pequeños niños -de unos diez años más o menos- jugando en el balancín, acaparó su mirada. De repente, el chiquillo y la pequeña tenían nombre.

 

“-Ken, ¿por qué te pusiste colorado?- inquirió la bonita criatura. Tenía el cabello hasta los hombros, lacio como el de su hermano, aunque su color era más bien rojizo. Aquellos ojos grandes, de pobladas pestañas, lo miraban con enorme duda. La niña aún sostenía la manita ajena entre las suyas.

-Es que… me da mucha pena, Shizuka-chan.-

Confirmando sus palabras, el rostro del mocoso se había tornado de un intenso carmesí, y vuelta su faz, miraba nerviosamente hacia otro lado. En parte, se mantenía atento, dada la posibilidad de que apareciera la madre de su amiguita, ante lo cual tendría que escapar antes de escuchar el maltrato de sus duras y desconsideradas palabras.

La pelirroja sonrió y sus lindos orbes se iluminaron. Buscó la mirada del niño, declarando con alegría

-¡Ya sé lo que te pasa! ¡A ti te gusta Tuskie-oniichan!-

La consternación se dibujó en el rostro del callejero huérfano, por cuanto retrajo su mano inmediatamente. De no haber sido porque tenía muy presente que los varones no golpeaban a las niñas, probablemente le hubiera pegado a la hermanita de su amigo.

-¡No seas tonta! ¡Eso no puede pasar jamás; nosotros somos hombres! ¡A los hombres les gustan las mujeres!-

La pequeña lo miraba confundida. Tras unos instantes en silencio, sus grandes ojos comenzaron a ponerse turbios por las nacientes lágrimas.

-Eres un mentiroso. Si a uno le gusta alguien, lo quiere y cuida de él. Jamás lo lastima. Si eso que tú dices fuera verdad, mis papás se llevarían bien, y mi mamá no le diría cosas feas a mi papito para hacerlo llorar.-“

 

Las tres en punto. La sirena de la escuela más cercana lo devolvió a la realidad. Molesto con la remembranza, se volteó, corriendo hacia el lugar convenido. Shizuka, la primera persona en la vida que le declarase sus sentimientos, entonces pequeña e inocente, ya no era más su amiga. Desde aquella vez, el chico dejó de frecuentar su compañía.

Pasaron unos instantes, y ya se encontraba en aquella misteriosa puerta trasera. Un ujier de nítido uniforme blanco abrió entonces, conduciendo al muchacho - sin quitarle la vigilante mirada de encima- por una infinidad de intrincados pasillos, adornados con esculturas y grandes cuadros; con puertas que parecían ser la entrada a oficinas, además de unos cuantos salones de actos, por lo que pudo distinguir tras las que permanecían entreabiertas. Al llegar a una grande, del color de una madera que debía ser muy fina porque nunca en su vida la había visto, el encargado prácticamente murmuró

-Aquí es. Minako Iida-sama lo espera dentro.-

El pelinegro empujó la puerta y se asomó. La madre de su amigo estaba sentada detrás de un gran escritorio del mismo color que la puerta.

-Entra y cierra.- El chico hizo como le decía. –Ven. Siéntate.-

La dama cruzó la pierna y se recargó en uno de los descansabrazos de su visiblemente cómodo sillón de cuero café, dándole a entender que escucharía lo que tuviera que decirle.

-Voy a ser breve- anunció el guitarrista. –Quiero acabar con la banda porque me he dado cuenta que no es más que un tonto sueño juvenil que no tiene ni pies ni cabeza- Iida-san enarcó una ceja, mirando al más joven con desconfianza. –Pero como usted entenderá, no se trata sólo de que yo lo haya comprendido. Hace falta que mis amigos, entre ellos Seiichi, también lo hagan.-

-En realidad, no me interesan tus motivos- expresó la mujer –aunque me parece muy bien que hayas caído en razón. Veo que sí hay una gran diferencia entre tú y tu hermano. Tú resultaste más inteligente…- su sonrisa sardónica no dejó de molestar al pordiosero, quien de nuevo debió echar mano de su poca paciencia. –Pero en fin. ¿Cómo piensas hacer para convencer a los demás? Y más importante aún, ¿qué obtendré yo si te ayudo?-

-Le diría dónde está Seiichi, para que usted retome el control respecto de él. Eso es lo único que desea, al fin y al cabo, ¿no?- Clavó sus ojos en ella con desconcertante seguridad. -Y necesito que nos aliemos, porque las razones que motivan a mi hermano a insistir en el asunto no las puedo echar abajo yo solo, intentando hacerlo entrar en razón.-

Tras el parlamento, durante el cual su semblante seguía endurecido, el músico sonrió a medias, con una expresión que, conforme iba exponiendo su plan, delataba lo mucho que comenzaba a disfrutar de éste con sólo narrarlo. Bajando estratégicamente la voz, dio inicio a su explicación.

-El punto aquí es que ahora, debido a que tenemos un contrato con una disquera, la situación de la banda no depende solamente de la armonía entre nosotros cuatro y una decisión íntima, para dar todo por acabado.- Ken acercó más al escritorio la silla en la que estaba, y extrayendo un papel de uno de sus bolsillos, lo colocó sobre la mesa luego de extenderlo. Puso su mano en él, esclareciendo a continuación las anotaciones que exhibía.  –Extasy Records, el sello de Yoshiki Hayashi, baterista de X-Japan; ícono indiscutible entre la juventud del país. Extasy firmó a Zi:Kill luego de cinco días de que Yoshiki y mi hermano se conocieran. Además de eso, le dio un papel protagónico en la película que Hide, su compañero de grupo, iba a hacer para una revista de música de altísima demanda. Itaya y Yoshiki tienen una relación sentimental…- El más joven levantó ambas manos, formando con sus dedos pulgares e índices el marco de un titular en la prensa.                     –“Homosexualidad y favoritismo en la escena musical del país. ¿Qué pueden esperar los fanáticos de sus más amados ídolos, ahora que se comprueba que lo que mueve la industria no es ni remotamente el talento?”- luego de cambiar el tono mediático, agregó -¿No le parece acaso el hermoso encabezado de un tabloide nacional? Todo lo que usted debe hacer para convertirlo en realidad, es usar de sus importantes influencias con los medios. Una vez expuesto tremendo asunto, ya nadie más apoyará a Seiichi en su empeño de seguir descarriándose…-

 

Aún debajo del puente, el vocalista no pudo dejar de pensar que, en cierta manera, Yukihiro tenía razón. Y que él, a quien años atrás le tocara sufrir por culpa de su ingenuidad y su forma de entregarse, era ahora quien lastimaba, aunque sin desearlo, el corazón de alguien más. Pero Yoshiki le había mandado a llamar.

Sin estar del todo muy convencido, se puso en pie. Miró la cajita de comida, detalle de una buena mujer, y sonrió enternecido. Noriko-san había sido, para él y para Ken, lo más cercano a una madre. Ella misma sufrió, desde que ambos eran unos niños, por no poder acogerlos del todo en su casa, debido a su pobreza. Por no poder adoptarlos.

Abrió el envase y empezó a comer su contenido, conforme caminaba. La mañana lucía desolada, al menos en aquella parte de la ciudad. Se detuvo, dudando un instante. ¿Iría a casa del rubio, o mejor a la disquera? Tuvo una corazonada, y la obedeció. Se fue directo hacia el departamento del mayor. Antes de entrar y subir las escaleras, dejó la caja, todavía con un poco de alimento, sobre la tapa de uno de los grandes depósitos de basura que pertenecían al complejo de viviendas. Conocía bien a la cuadrilla que rondaba aquella zona.

Llegó al sitio y tocó el timbre. Sus dedos se movían nerviosamente sobre la pared; él apoyado con el antebrazo sobre el edificio. La puerta se abrió. Ambos chicos se miraron en silencio, por unos segundos, deseando por primera vez en sus vidas deponer las palabras como primer recurso. Al fin, el baterista habló.

-Pasa.-

El departamento estaba pulcramente ordenado, como siempre. El televisor encendido, y en la mesita de centro había una tetera sobre una bandeja, y a su lado una taza.

-¿No has almorzado todavía?- inquirió el pelinegro, volteando.

-No tengo hambre. Si quieres, puedo prepararte algo.-

El menor negó con la cabeza, agradeciendo después. –Me llamaste.-

-Sí, quiero que hablemos. Ya no soporto seguir ignorando tantas cosas.-

Hayashi se dirigió a uno de los sillones individuales y se sentó. Acomodó la falda de su bata de después del baño, tras cruzar la pierna, y miró con seriedad al pordiosero.

-¿Qué fue lo que sucedió con Hide?-

El vocalista le sostuvo la mirada.

–Primero quiero saber si ya hablaste con él, aunque no deja de ser estúpida la pregunta. Supongo que lo que harás ahora será comparar versiones, ¿no?-

-Aún no conversamos él y yo. En casos como este, siempre nos damos un tiempo, porque a ninguno le hace bien hablar con la mente acalorada. Pero contigo no sé cómo funcionen las cosas.-

Dicho esto, el pianista desvió la mirada, visiblemente entristecido. Itaya se sorprendió muchísimo por lo que acababa de escuchar. Levantándose de donde estaba y yendo a su vera, se ubicó de rodillas junto al sillón, y asió una de las hermosas y tersas manos de el de áureos rizos.

-Yoshiki, perdóname. Hide lo sabía todo, y no pude negarme cuando, con la razón de su lado, me obligó a resarcirlo. Sentí que se lo debía…- El mayor seguía con el rostro girado, y comenzó a fruncirlo al escuchar aquellas palabras. Poco a poco, sus sollozos brotaron.     –Por favor, no llores. Te lo suplico, no lo hagas. Déjame abrazarte.-

-¡No seas cínico! ¿Qué hay de tu novia, la hermana de Seiichi? Tusk, ¡no pretendas jugar conmigo! ¡No de nuevo!-

Más que las pequeñas lágrimas que caían por los suaves promontorios que adornaban su faz, esos reproches, dichos en un tono tan lastimero y adolorido, le conmovieron hasta las más profundas fibras del alma. Y más aún los pronunciados de manera falaz.

-¿La hermana de Seiichi, mi novia? No sé de dónde hayas sacado eso, pero es lo más gracioso que he escuchado últimamente…-

El pelinegro levantó su brazo, y llevando la diestra a la cabeza ajena, acarició su sien, colando los dedos luego por en medio de las suaves hebras del color del sol.

-Shizuka fue en un tiempo la mejor amiga de Ken, pero luego de que ella le confesara su cariño, él dejó de hablarle. Eso lo supe porque ella me lo contó. Mi hermano jamás admitiría una cosa así.-

Yoshiki estaba, ahora más que nunca, verdaderamente confundido, aunque se dio cuenta que las últimas palabras del guitarrista habían sido sólo una provocación a sus archirreconocidos celos. Pero aquel Tusk, tan cariñoso y tranquilo –aunque no por ello menos apesadumbrado- a pesar de todo lo que había sucedido, lo calmaba a su vez. Se notaba a leguas lo mal que la había pasado el menor durante aquellos días. Se veía ojeroso, sucio, e incluso más delgado. Eso, además de haber cumplido su palabra y no presentarse en la filmación ni en el estudio. Volteándose lentamente, lo miró a los ojos, luego de enjugar un poco sus lágrimas.

-¿Todavía sigues pensando como lo hacías la última vez?... Cuando me dijiste que sólo querías estar conmigo…-

Itaya sonrió con magnanimidad, como si, estoico, mirara delante de sí una enorme carga; probablemente de las más duras que le hubiera tocado llevar, insoportable a simple vista, pero incongruentemente satisfactoria. Dolorosamente reconfortante.

-A veces pienso que estoy cometiendo el peor error de mi vida, y que tal vez más adelante lo vaya a pagar caro. Pero a estas alturas, ya no hay nada que yo pueda hacer. Sí. Sólo deseo estar contigo.-


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