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I4u por metallikita666

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El escandaloso timbre del teléfono del departamento le hizo dar un respingo, el cual además provocó que maldijera nunca acordarse de descolgarlo. Miró el reloj de pared: las ocho de la mañana. No era una hora indecente, pero el relajamiento de aquellos días en casa le había hecho perder la costumbre. Descolgó con fastidio; el inoportuno se había salvado de la enfurecida reprimenda.

-¿Sí?...-

-¡Yoshiki-san! ¡Qué suerte! ¡Al fin lo encuentro!-

Era Akane, la chica encargada de promoción en Extasy. Se escuchaba muy emocionada, y tanta algarabía extrañó al baterista. Pero ella se apuró a esclarecer el motivo de su llamada.

-¡Dígame que ha visto lo que sucedió en la prensa hace unos días con respecto de usted e Itaya-san!-

El músico se llevó la mano al rostro, cubriéndoselo y sintiendo que se encogía entre las cobijas. –Ay no. Ni me lo recuerde…-

-¿Que no? ¿Y por qué? ¡Usted no se imagina la manera en que se han incrementado las ventas desde entonces!- Hayashi se quedó atónito, sin poder creer lo que le decía la muchacha. –Si duda de lo que le digo, encienda el televisor. De fijo van a pasarlo en las noticias. ¡Los discos de X se agotaron en las tiendas, y los teléfonos de la disquera no paran de sonar! ¡La gente no cesa de preguntar cuándo saldrá por fin el maxi single de Zi:Kill!-

Titubeando aún por la impresión, y buscando con el control el canal de las noticias, Yoshiki se sentó en la cama. -¿Y ya llamaron a los chicos? ¡Tienen que entrar en el estudio en este mismo momento!-

-Por supuesto, jefe. Tienen todo el equipo a disposición a partir de las diez de la mañana de hoy, y ya están citados. Órdenes de Hide-san, porque nunca, antes de ahora, pudimos dar con usted.-

El rubio sintió que su corazón palpitaba con fuerza al escuchar el nombre de la araña y lo que había hecho.

-¿Hide está ahí aún?-

-Tengo entendido que está en su oficina empacando algunas cosas. Al parecer, va a irse.-

Apurado, el mayor salió de la cama, con intención de dirigirse presto al baño.

–Gracias, Akane-san. Voy para allá.-

Se alistó lo más rápido que pudo, y luego de varios días de no presentarse en el edificio de Extasy, arribó por fin, usando la entrada subterránea al ver en la televisión que las circunstancias eran en verdad excepcionales. De haberse quedado en el aparcamiento de un costado de las instalaciones, lo hubieran ahogado los mares de fanáticas. Todo el personal comentó su regreso con expectación y por qué no, un poco de morbo.

Se encaminó directamente a la oficina de Matsumoto, al cual encontró sacando cosas de los cajones y gavetas de los muebles. Al llegar, se pasó el dorso de la mano por la frente. Estaba sudando del apuro, todavía sin poder creer lo que veía en la calle desde las ventanas del edificio.

-¿Por qué esa cantidad de gente… precisamente hoy?-

-Probablemente, alguien les dijo que comenzaría a grabar Zi:Kill- repuso el mayor, colocando con cuidado unos cuantos acetatos en una caja. Sonrió luego apaciblemente, bajando un poco la voz. –Ya lo sabes; es imposible comprar la fidelidad de toda la gente que trabaja para ti.-

El baterista le devolvió la sonrisa, pero al instante reparó en lo que el pelirrosa estaba haciendo. Preocupado y dudando un poco de cómo formular la pregunta, frunció ligeramente el ceño y le dijo al fin

-¿Entonces es verdad… que te estás yendo?...-

El guitarrista se detuvo tras cerrar una de las cajas.

-Así es. Y me llevaré a Spread Beaver y a Zilch conmigo.- Observó que el otro estaba a punto de decir algo, pero no se lo permitió. –No te preocupes. Sabes que estoy por comenzar a trabajar con Lemoned Plant desde hace un buen tiempo. Ya incluso tengo la banda con la que pienso inaugurarlo…-

La araña rosa sonrió tristemente, haciendo una pausa cuando sintió que los pensamientos se le agolpaban en la mente y las palabras en el pecho. Miró al que hasta entonces fuera su novio directo a los ojos, haciendo todos los esfuerzos por parecer tranquilo.

-No es como que no nos vayamos a ver más. Aún está X. Vendré si alguna vez necesitas que te ayude con algo.-

Yoshiki no sabía qué hacer. Deseaba acercarse al mayor, pero lo que menos quería entonces era seguir lastimándolo. Empero, por más serenidad que éste aparentara, lo conocía muy bien, y sabía que era ingente el dolor que debía haberlo estado poseyendo todo ese tiempo; durante los días de silencio previos a su último y decisivo encuentro, y definitivamente, después de éste. Él mismo continuaba amándolo con gran parte de su corazón, pero no era tolerable para nadie que siguiera permaneciendo en el medio de todo.

Como si leyera todas aquellas preocupaciones en su apesadumbrada conciencia, el músico de los rosados cabellos se acercó a él y le tomó la diestra, atesorándola entre sus manos de manera protectora, para luego acercarlas a su pecho. El pianista levantó el rostro, sorprendido.

-Lo supe todo sin necesidad de palabras. Hacía mucho que no mirabas a nadie de esa manera…-

Subió la mano ajena hasta sus labios, besándola con devoción y el más puro de los cariños, para después rozar en ella la suave piel de sus encantadoras mejillas, que ya se habían humedecido levemente con las lágrimas que, en silencio, sus preciosos ojos del color de la almendra dejaran caer.

-Pase lo que pase, yo siempre seguiré amándote.-

 

 

-¡Corte! Perfecto. ¡Sencillamente perfecto!-

Ambos ángeles rieron discretamente por la efusividad del director tras haber terminado la que, cronológicamente, sería la primera escena de la película. Tusk se limpió el hilillo de sangre que resbalaba del vértice exterior de su ojo izquierdo, recordando la confesión de Yoshiki. En realidad, no era una experiencia sumamente agradable tener a alguien tan cerca pretendiendo hurgar en uno de tus orbes, con todo y protección, pero resultaba muy evidente que Hide no tenía ni la más remota idea de que eso asustaba al aparente bizarro y siempre atrevido líder de su banda.

Sea como fuere, la sesión de la jornada que correspondía a las pospuestas tomas con túnica blanca había acabado, por cuanto el encargado de personificar a Horus meditó que sería conveniente retornar al estudio lo más rápido posible, pues la expectación alrededor del single era enorme, y los cuatro en Zi:Kill lo tenían muy presente. Venían trabajando duro desde hacía unos días atrás.

Notó que el aún provisional castaño no pretendía quedarse en el posterior descanso, el cual el grupo de filmación utilizaba para compartir sus impresiones luego de cada rodaje, por lo que se acercó a él antes de que se encerrara en su camerino. Arremangándose los bajos de la túnica para alcanzarlo, lo interpeló.

-¿Tusk?...-

El aludido se volteó, asombrado, pues fuera de lo necesario para el trabajo que acababan de concluir, la araña no le había dirigido mayor parlamento, y él, a su vez, tampoco. Al parecer, y muy a su pesar, no volvería a haber nada de qué hablar entre ambos.

-Dime- repuso el cantante, tomándose también la larga falda blanca. Era una verdadera incomodidad caminar con aquella prenda puesta.

-Me imagino que ya te dijeron que las partes vocales tienes que ir a grabarlas en el estudio de ellos y no en Extasy…-

Un poco decepcionado por el contenido de sus palabras, el menor asintió, y estaba a punto de girarse de nueva cuenta, cuando en eso volvió a escuchar la voz de Matsumoto.

-¡Espera! Aún no acabo…- el guitarrista bajó la mirada un segundo, para después agregar, con pena –Me preguntaba si… querrías ir por una partida de videojuegos… a mi casa…-

Itaya sonrió, y sus ojos, tan brillantes como el luciente ónice, se iluminaron entonces por un motivo extra. Era justamente aquel Hide, tan ingenuo, dulce y despreocupado, el que había hecho nacer en él un tal vez apresurado cariño desde el principio. Pero es que era imposible no querer a una persona que, más allá de todo prejuicio o impedimento social, se entregaba incondicionalmente como niño pequeño, actuando sin embargo con gran madurez y naturalidad en las situaciones que así lo requerían.

-Por supuesto que sí- respondió el frontman de Zi:Kill –¡Muero por patearte el trasero!-

-¡Anda; eso es lo que tú crees! ¡Cámbiate y nos vamos!-

No había ni acabado de decirlo, cuando se metió de sopetón a su camerino, dejando, de la emoción, sus zapatillas perdidas en el acto.

 

Del otro lado de la ciudad, Ken refunfuñaba dentro de uno de los baños de Extasy Records. Había pasado básicamente todo el día grabando, como hiciera desde unos cuantos atrás, junto con el resto de sus compañeros. Pero si bien adoraba la experiencia y se podía decir que ésta lo hacía feliz, reconocía el estrepitoso fracaso de su plan orquestado conjuntamente con Iida-san. Y sabía que ella no era tonta, y pronto lo llamaría, como sucedió, en efecto, aquella mañana.

-¿Ken? Ya Seiichi y yo nos vamos a trabajar. ¿Te quedas un rato más?- preguntó el baterista, tocándole la puerta desde afuera.

-Sí, no se preocupen. Nos vemos mañana.-

El chico esperó hasta escuchar los pasos ajenos alejarse, para luego estampar un inconsecuente puñetazo en la pared, que por poco le quiebra la mano. De haberlo logrado, seguramente sus amigos, enloquecidos debido a las circunstancias, se habrían encargado de romperle el resto del cuerpo.

Tomó sus cosas y salió del estudio también, odiando que, para colmo de males, la madre de su bajista le citara en el antiguo orfanato. Lo último que quería en la vida era volver a poner un pie en ese horrible sitio. Pero no tenía opción; o llegaba por sus propios medios, o sería perseguido por la mujer a lo largo y ancho de Tokio.

Al llegar al lugar, empujó el viejo portón, el cual cedió sin mayor problema, desvencijado como estaba. No escuchó mayor movimiento dentro, y eso lo desconcertó un poco. Pero sabía que la dama del carísimo collar de perlas cultivadas se movía con cautela, e infirió que la falta de ruido o indicadores de presencia eran parte de su manera de hacer las cosas.

Caminó por el largo pasillo del recibidor hasta el patio cuadrangular interno, donde se disponían, a todos los lados, las distintas aulas de cada materia o sector. Las habitaciones de los niños se encontraban más internadas en el edificio, alejadas del lugar de recreo que era cedido por los maestros conforme lo consideraran pertinente, y no al gusto o disposición de los pequeños.

Kenichi frunció el ceño y apretó los labios al ver aquellas instalaciones que sólo malos recuerdos le traían. Para él, lo único bueno de haber estado en el orfanato fue conocer a su mejor amigo, del que desde entonces había prometido no separarse jamás. Pero el resto de personas con las que ahí conviviera no significaban nada en su vida. En su mente, sólo aparecían como siluetas vanas y difusas, obligadas a aquella apariencia por la furia y el resentimiento por tanto tiempo guardados en su pecho, ya que en realidad sí recordaba los rostros de los otros niños y de los maestros, sobre todo los de quienes los habían maltratado a él y a Tusk, y era patente cuando evocaba esas vivencias, porque nada demasiado lejano podría tener la capacidad de enfurecerle de aquella manera.

Se ubicó en el centro del patio y miró a todos lados, deseando saber adónde debía dirigirse, porque ya le estaba comenzando a parecer que la política jugaba al gato y el ratón. Obligado por su propia falta de paciencia, tomó aire, llenando sus pulmones.

-¡Iida-sama, ya me cansé de jugar! ¿Dónde está?-

Una de las puertas a su costado izquierdo se abrió lentamente, como si hubiese sido empujada adrede. Tomando aquello como señal, el pordiosero se dirigió hacia ese aposento, y acabando de abrirla, se internó en la sala.

Estaba empezando a caer el día, por lo que los bellos celajes de color naranja y amarillo, y un inicio de los más tardíos en violeta, se miraban a través de los ventanales del aula, constituidos por pequeños vidrios de forma cuadrada que, incrustados en el enrejado de madera, a la sazón estaban incompletos y rotos. Minako-sama se encontraba de pie detrás del escritorio viejo y empolvado del maestro, mirando al más joven fijamente, con su característico semblante impasible. Luego de que el menor se acercara un poco más, levantó sus manos y comenzó a aplaudir.

-Felicidades, mi querido y joven naciente rockstar…-

El guitarrista levantó una ceja, detestando los sarcasmos de la mujer casi tanto como a aquel lugar en que se encontraban, pero conservando aún un ligero sentido de la cortesía.

-Yo tampoco estoy satisfecho por lo que sucedió después de todo. Realmente, el público es algo absolutamente impredecible.-

La dama ladeó su cabeza, manteniendo aún su postura rígida. Con patente enojo en el tono, aunque no por ello subiendo la voz, declaró

-Es una pena que te haya tocado comprobarlo tras haber hecho un pacto conmigo. El precio por haber fallado es tu propia cabeza.-

La puerta se cerró repentinamente, y Ken dio un respingo al sentir que alguien tomaba sus muñecas, apresaba su nuca y algo como un cañón frío se posaba de la nada en una de sus sienes.

 

 

De cuclillas sobre el suelo, como felino agazapado para saltar sobre su presa en cualquier momento, el pelirrosa se mantenía inmóvil. La vista en el televisor, las manos tensas sobre el control; la espalda combada. Los sentidos aguzados al máximo.

-¡Mierrrrdaaaaa! ¡Basura! ¡Desgracia!-

El vocalista observaba divertido al mayor que, tras arrojar con fuerza el control de su consola nueva contra la alfombra peluda, había caído de bruces sobre ésta, y hacía berrinche sobre sus brazos entrecruzados.

-Ay, Hide. ¡Si no es para tanto! Sólo te acabo de ganar por cuarta vez consecutiva…-

El otro se levantó de golpe, como suricato atento, mirando desconfiadamente al menor.

-¡Si no me dices dónde queda tu base de entrenamiento, no te dejaré salir de aquí!-

Ambos rieron de forma animada por la ocurrencia. Instantes después y ya más relajado, el guitarrista se sentó al lado de su amigo en el sillón.

-Yo iba a organizar un torneo maratónico contigo y con mis primos, pero ahora me da vergüenza. Tendríamos que ser todos los Matsumoto contra ti solo. ¡No es justo!-

Itaya sonrió de nueva cuenta. ¡Cuánto extrañaba aquellas tardes de ocio en casa de su amigo, pasándola bien y olvidándose del mundo por unos instantes! Colocando el otro control también sobre el tapete, miró a la araña.

-¿A qué debo tu repentina invitación? Sabes que me agrada mucho pasar el tiempo contigo y que he estado muy feliz todo este rato; pero la verdad, no me lo esperaba. No esperaba que me volvieras a hablar jamás…-

Más que cuanto acababa de articular, la expresión en sus profundos orbes negros confirmaba el sentido de sus palabras. Sacando su cajetilla de tabacos de su bolsillo, el pelifucsia extrajo uno y lo colocó en medio de sus labios, tendiéndosela luego al vocalista, junto con el encendedor que acababa de usar.

-No. Cómo crees. Lo que sucede es que no sólo me ganaste en los videojuegos, pero al igual que en eso, no fue tu intención la de molestarme. Yo comprendo que a veces las situaciones en la vida, más que elegirse, sólo suceden. Y mientras Yo-chan esté feliz, yo también lo seré.-

 

Sintiendo que se cocinaba por el pesado calor en el interior del edificio, Eby alzó la siniestra para enjugarse con la muñequera de tela las gotas de sudor que amenazaban con caerle de la frente a los ojos. Estaba acabando con la rectificación de una pesada culata de hierro, y en eso, vio a Seiichi que venía de la oficina del supervisor con unos papeles en la mano.

-¿Saldrás?- le preguntó en voz alta, apagando la máquina para darle y darse un descanso.

-Voy y vuelvo rápido- respondió el castaño, deteniéndose. –Me voy a apurar para que nos veamos afuera y podamos tomar juntos el descanso. ¿Te parece?-

El pelinegro asintió, ocupándose entonces en acabar con su labor. Al poco rato, ya se encontraba limpiando la superficie del componente con una franela suave, destinada a quitarle al hierro las virutas resultantes del proceso, pero sin alterar en un milímetro el necesario cambio obtenido.

Se despojó del tosco delantal tras cubrir la máquina rectificadora con la adecuada protección. Dirigiéndose a su bolso, sacó de él unos dulces y galletas que había preparado su madre para ambos, saliendo luego de su lugar de trabajo por la puerta de atrás. Se sentó en el borde de una de las viejas jardineras, alzando la mirada para ver si distinguía al bajista. Lo vio doblar la esquina, entonces mordió uno de los caseros dulces, pero algo en ese preciso momento captó su atención. En la desolada calleja, justo del lado por el que caminaba Seiichi, un auto negro doble tracción y con vidrios polarizados pasó a su lado, deteniéndose a metros detrás del músico. Dos tipos con traje igualmente del color del azabache y lentes oscuros salieron del vehículo, y uno de ellos, moviéndose con extrema habilidad, tomó al delgado chico castaño dominándolo con una llave, para después meterlo en el carro. Eby corrió lo más rápido que pudo al sitio, interpelando e insultando a los matones a voces.

El individuo que se había quedado afuera le apuntó al percusionista con un revólver, tras de lo cual consiguió que se quedara quieto.

-No te preocupes tanto por este mocoso, que es su madre quien lo manda a llamar.- El hombre esbozó una media sonrisa por el gesto de sorpresa del menor, agregando luego –De hecho, quiero que le des un mensaje a tu amigo el pordiosero. Dile que tenemos a su revoltoso hermanito, y que si no viene al orfanato completamente solo, vamos a tener que pasar por la pena de cortarle el cuello…-

Eby tragó grueso al escuchar aquello, maldiciéndose al no poder hacer nada. El hombre seguía apuntándole con el arma, y no dejó de hacerlo hasta que el auto se alejó lo suficiente y se perdió de vista. Con prisa y con el espíritu agitado, salió de la rectificadora sin siquiera darle un motivo al supervisor, corriendo desesperado hasta una cabina pública de teléfono. Extrajo de su bolsillo un papel con el número de celular del rubio y le marcó.

-¡Yoshiki-sempai, soy yo, Eby! ¡Rápido, necesito que me diga dónde está Tusk! ¡Es una emergencia!-

El rubio se quedó extrañadísimo por la forma en que le hablaba el chico, pues en verdad sonaba alterado. Se levantó de la junta en la que se encontraba, saliendo al pasillo.

-La verdad no lo sé. Puedo intentar rastrearlo, pero me tomará unos instantes. Quédate en línea, ya te aviso. ¿Qué fue lo que pasó?-

-Secuestraron a Ken y a Seiichi.-

 

Hide miraba atónito al menor, con las cejas levantadas y los ojos abiertos como platos.

-¡No puedo creer que aún no te haya dado hambre! ¡Bueno, lo siento por ti, pero yo iré a preparar unos emparedados que te tendrás que comer conmigo aunque no quieras!-

El pelirrosa se fue a la cocina, luego que el otro se encogiera de hombros, sonriendo y sin decir una sola palabra. Itaya se quedó recostado en el sillón, pasando los canales en busca de algo que ver mientras tanto. En eso, se escucharon unos repetidos golpes en la puerta.

-¡Tusk! ¿Estás ahí? ¡Soy Eby, me urge hablar contigo! ¡Abre, por favor!-

Los porrazos y aquellos gritos tan insólitos turbaron al vocalista, quien inmediatamente se levantó para abrir. Matsumoto, que había oído el escándalo desde la cocina, también se dirigió hacia la entrada, ataviado con su delantal de limones amarillos.

El chico de los tambores casi cae al suelo luego de que el menor abriera, exhausto como estaba por la carrera. Se tomó de las rodillas mientras recuperaba el aliento, ante la atónita mirada de los otros dos músicos.

-¿Qué es lo que pasa, Eby-chan? ¿De dónde vienes? ¿Qué sucedió?-

Hide lo miraba sin entender nada, preocupándose por la expresión en su cara. El otro pelinegro, luego de unos instantes, levantó el rostro y declaró con amargura

-Son Seiichi, y Ken. Hace un rato, mientras estábamos en el trabajo, unos tipos en un auto negro secuestraron a Seiichi, después de que regresaba de hacerle un mandado al supervisor. Me acerqué a ellos y me dijeron que todo era obra de Iida-san, y que tenían a Ken también. Quieren que vayas tú solo al orfanato- dijo, mirando al cantante –y si comprueban que alguien te acompaña, lo matarán.-

El vocalista experimentó una de las peores sensaciones de toda su vida. Arremolinándose en su interior, la ira, el odio y la desesperación lo sobrecogieron con violencia, haciendo que el pecho se le agitara en cuestión de instantes. Comenzó a resoplar con brusquedad, apretando el puño derecho con tanta fuerza que le temblaba.

-Maldita mujer… Ya verá de lo que soy capaz.-

Justo en ese momento arribó el rubio, presentándose en la entrada, detrás de Eby.

-¡Vine lo más rápido que pude!- se tomó del marco de la puerta y observó a Itaya, asombrándose por la nunca vista expresión en su semblante. Aquella decisión suya, aunada al coctel de fuertes emociones, intimidaba. –¡Tusk, ni se te ocurra ir!-

-¡Ni se les ocurra a ustedes detenerme!- repuso el menor de todos con fiereza, haciendo que el baterista de X-Japan desistiera en su intento por acercarse. –Y no me sigan. Jamás me perdonaría si le pasa algo a Ken por mi culpa, porque yo nunca le dije que esa víbora nos odiaba tanto.- Su voz se tornó angustiada; enormemente afligida por lo que muy tarde reconocía como un error de cálculo, mas no dejó que su enojo amainara. -¡Pero sobre mi cadáver le toca un pelo!-

Yoshiki rompió a llorar apenas el pordiosero se hubo ido, siendo consolado inmediatamente por Eby. El guitarrista condujo a ambos al sillón y tomó luego el teléfono.

-¿Qué va a hacer, Hide-san?- inquirió el más joven, aún abrazando al pianista. Se notaba mucho temor en su tono.

-Llamaré a la policía. ¡Ni modo que deje ir a Tusk al peligro así, sin más!-

-¡Pero podría ser contraproducente!-

-¡No, déjalo! ¡Déjalo que lo haga!- interrumpió el de áureos rizos, dándole su aprobación a la araña, sintiendo el sobresaltado corazón hacérsele un puño.


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