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I4u por metallikita666

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Plantado frente a la puerta principal del derruido edificio, el pordiosero jadeaba todavía. A pesar de haber tomado un taxi hacia el lugar, tuvo que pedirle al chofer que lo dejara relativamente lejos, pues no quería que se enterara cuál era su destino, por si algo llegaba a suceder. Casi había caído la noche, y por su aspecto lúgubre, el orfanato daba aún peor vibra que durante el día. A Tusk no le gustó nada el aparente silencio que reinaba en el sitio.

Se adentró en la vetusta construcción, llegando pronto al patio interior. Pasó revista a las puertas de las aulas; sólo una se encontraba entreabierta. Decidido, caminó hasta ella, y empujándola muy levemente con la mano, dejó que se apartara.

Al fondo del aposento, atado de pies y manos a una silla, e imposibilitado de hablar debido a una improvisada mordaza, Kenichi lo miraba con gesto aterrorizado y el rostro bañado en lágrimas. Sus orbes, a falta de voz, intentaban comunicarle el peligro que, como a él, le acechaba desde la penumbra, pero nunca, con ojos arrepentidos y los pocos sonidos que era capaz de emitir, podría habérselo dado a entender. Un chorro de sangre le resbalaba desde la sien izquierda, manchando todo el costado de su rostro, y éste estaba marcado por moretones; obvia consecuencia de muchos y repetidos golpes. Su frágil y delgado cuerpo temblaba como si aún se revolviera bajo la violencia, y para la mente de su hermano no pudo haber peor detonante que ese.

Corrió hacia él, desesperado por soltarle.

No tardó en poner ambos pies dentro de la habitación, cuando la puerta volvió a cerrarse, y una gruesa cadena negra, invisible en la penumbra, dio consigo en el suelo. Al instante, se escuchó el sonido de un arma cargarse, y el estrépito de una inmisericorde macana chocando contra su columna.

-¡Miserable harpía!- gritó el mayor de los pelinegros, quejándose por el garrotazo.               -¡Máteme a golpes si es lo que quiere, si es lo que la satisface, pero deje ir a Ken! ¡Él no tiene nada que ver en esto! ¡No ha hecho nada!-

La mente se le nublaba por el ingente sufrimiento que avasallaba sus sentidos. Jamás, en su corta vida, había permitido que nadie pudiese jactarse de haberle hecho daño al pequeño que constituía su única familia, llegando a tornarlo del muchacho apacible y sereno que solía ser siempre, en un ser obnubilado; ciego y sordo a las razones y los ruegos, hasta que el ofensor no hubiera tenido suficiente. Hasta que hubiera aprendido a nunca meterse de nuevo con la que consideraba su sangre. Y es que el semblante de pavor y consternación en el rostro del más joven era el mismo a que lo obligaban aquellas atroces y recurrentes pesadillas, y su llanto el lamento histérico que le torturaba como deseando robarle la vida.

Por eso era que ahora, aunque despreciaba su propia seguridad y se entregaría gustosamente a la lucha desesperanzada sin la menor preocupación por sí mismo, se encontraba indefenso. Muy al contrario de cuando eran unos pequeños, Ken estaba en manos del enemigo, y cualquier movimiento en falso podría ser fatal. Ahora no se escondía tras su dorso, temeroso e inocente, observando a salvo el curso de los acontecimientos.

Iida-san emergió de uno de los costados del salón, observando en el suelo a la principal razón de su cruel osadía, y a uno de sus matones apuntándole con el revólver en la nuca. Le dio orden al hombre para que sujetara al chico por los cabellos y lo obligara a mirar al frente.

La dama se colocó al lado del guitarrista, mirando con todo su odio a Tusk.

-¿Que no ha hecho nada, dices?...- su pose rígida y amenazante, con los brazos cruzados sobre el pecho, y ese desprecio jamás disimulado reverberando en sus ojos. -¡Eres un imbécil! Esta asquerosa basura que ves aquí me buscó y se alió conmigo en contra de tus planes, porque quería que todo terminara para su banda. ¡Él es quien te trajo! ¡Por él estás aquí ahora!-

La horrible sensación de angustia y el enloquecedor desconsuelo -que poseyeran su entendimiento cuando Eby llegara con la alarmante noticia- no se compararon ni remotamente con el vuelco que acababa de cernirse en su corazón, a modo de lacerante y desalmado desengaño. Por un instante, el dolor físico desapareció, junto con la presencia de todas aquellas personas a su alrededor. No escuchaba nada, no distinguía nada; tan sólo los orbes estupefactos de Kenichi brillaban en la oscuridad como dos cristales a punto de romperse en mil pedazos. El vocalista no cerró los suyos ni apretó los párpados, pero lágrimas gemelas le resbalaron de sendos órganos. Lágrimas de desconcierto.

-Eso… es mentira. ¿Verdad, Ken?-

Inaudibles palabras para el resto, porque nada se escuchó salir de sus labios. Aún así, el asustado y abatido guitarrista pudo leerlas, y su gesto de impotencia se triplicó, junto con el caudal de su exasperado llanto. Minako-sama deshizo con brusquedad el nudo de la mordaza, arrojándola lejos, devolviéndole por fin la palabra.

-¡Itaya, perdóname! ¡Perdóname, por favor! ¡Yo no quería que las cosas acabaran de este modo; nunca lo quise!- gritaba el joven músico entre sollozos, profundamente contrito -¡Yo sólo quería que te alejaras de Yoshiki! ¡Te lo juro!-

Fue entonces cuando cualquier miramiento posible desapareció. El alma del vocalista se desgarró sangrientamente, y sus traicionados sentimientos no eran más que colgajos de carne todavía palpitantes, manchando con su vil escarlata la pureza del santuario de su espíritu. Logró derribar al hombre que, distraído, le contenía desde arriba, y tras dar con él en el suelo y despojarlo del arma con un golpe, arremetió contra su cara, pecho y costados, desahogando toda su ira con asombroso ímpetu que sin duda le venía de las entrañas. Debido a ello, dos tipos más tuvieron que echarse sobre él para dominarlo. La política no lo podía creer.

-¡Perro infeliz! ¿¡De dónde sacas tanta fuerza!?-

La provocación no quedó sin respuesta, pues aún con el arrebato que lo poseía, el pelinegro, escabulléndose de sus captores, se acercó peligrosamente a la mujer, deseando también hacer de ella blanco de su furia. Pero fue entonces cuando uno de los hombres a su servicio, aunque aleccionado para no intentar nada parecido si no era absolutamente necesario, disparó.

Seiichi, que se encontraba encerrado en la habitación contigua, se sobresaltó de espanto al oír el tiro, y golpeó la vieja pared de madera con insistencia.

-¡Madre! ¡Detente, por favor! ¡Por favor, te lo suplico!-

Ken, temblando por el llanto y sin resignarse, empezó a removerse entre las ataduras, logrando solamente hacerse más daño. Tusk se retorcía por el dolor sobre el suelo, tomándose la pierna sangrante y herida.

-¡Están colmando mi paciencia ustedes dos! Pero ya llegó la hora de que por fin paguen con creces por su insolencia- declaró la influyente mujer, ignorando las súplicas del castaño.     –Ustedes -que no son más que escoria humana- me desafiaron, ¡a mí, que en cualquier momento puedo arrebatar sus asquerosas vidas! Embaucaron a mi hijo manchando con ello mi honor, y todavía se atrevieron a pensar que podrían salir ilesos. ¡Ahora sí que desearán nunca haber venido a este mundo!-

A una señal de Iida-san, el matón que más cerca estaba del guitarrista volvió a azotar su rostro, para después cortar las cuerdas que lo mantenían sujeto a la silla, arrojándolo entonces al suelo, junto al mayor. Entre los tres serviles hombres se encargaron de moler a golpes a los ya de por sí lastimados chicos, ante la mirada trastornada y enardecida de la madre de su bajista, quien no observaba sino el que ella consideraba ser el castigo justo por sus ofensas. Malnacidos… jóvenes de la edad de su propio hijo, cuyo único pecado había sido forjar con él una gran amistad y anhelar los sueños de cualquier adolescente.

Ken enroscaba el cuerpo, víctima del furioso castigo que le propinaban aquellos gamberros, sometiendo su frágil condición a más de lo que podía ser capaz de aguantar. No cesaba de plañir, y contrario a lo que pudiera esperarse, ni una sola queja por el maltrato salió de su boca. Ni la más salvaje de las vapuleadas podría haberle herido tanto como la visión de su hermano odiándolo con la mirada. Sus ónices resentidos y agraviados se clavaron en él como brutales dagas luego de escuchar su confesión, siendo abandonado segundos después por su juicio, porque aun conociendo que los hombres de la política estaban armados, no le había importado arremeter contra ella. Tusk lo había mirado de la misma manera que a sus enemigos de la infancia.

No pudiendo con semejante culpa e impresión, el menor de los pordioseros se desmayó, mientras el vocalista, debido a su más fornida complexión, sólo soportaba las vejaciones. Temía moverse y exponer más su horrible herida, la cual además perdía sangre muy rápidamente. Iida-sama parecía no estar satisfecha con el malvado espectáculo.

-No estaba segura de querer acabar con ustedes del todo, pero cuanto más los miro, más me convenzo de que le haría un gran favor al mundo si los hago desaparecer. ¡Mátenlos!- La mujer estampó su mano contra el escritorio, sin dejar de mirar a sus víctimas, sintiendo una mórbida adrenalina recorrer sus venas. -¡Sólo son maldita porquería que nunca debió haber nacido!-

Tusk cerró los ojos tras oír las armas cargarse al unísono, despidiéndose mentalmente de todo y de todos. Deploró la injusticia de la vida que, tras veinte años de suplicio, apenas le daba a probar de sus mieles, para luego arrebatárselas de manera tan despiadada. Pensó en Yoshiki, al cual imaginó -no sin exactitud- llorando a lágrima tendida, duplicando con ello el pesar y la preocupación de Eby y de Hide. Al menos una postrera sonrisa se dibujó en sus labios al evocar a la inconstante e histriónica cenicienta; agridulce princesa de quien jamás pensó llegaría a enamorarse.

Pero los hombres no se movieron un centímetro. La golpiza había cesado, mas el horrible final no llegaba. Iida-san alzó la mirada, dispuesta a exigir de nuevo su injusto designio, pero al levantar el rostro, se quedó sin habla.

-Minako, te dije que te detuvieras.-

Centímetros después del umbral de la puerta y con ambas manos puestas en el revólver que instantes atrás Itaya le arrebatara al primero de los matones, Seiichi le apuntaba a su madre a la frente.

-No puedo creer todo lo que has hecho. Con el corazón partido en dos, escuché a mis amigos relatar las crueles amenazas que les hiciste, pero jamás creí que serías capaz de llegar a este punto. ¡Y todo por tu maldito y obsoleto sentido del honor!- El castaño dejó que de sus orbes expresivos brotaran un par de lágrimas, pero ni por un segundo temblaron sus brazos. Se encontraba decidido, como nunca antes lo estuviera. –Sin embargo, no es para mí del todo sorprendente, porque aunque de distinta manera, también quisiste arruinarnos la vida a mi papá, a Shizuka y a mí. No mereces que nadie te ame, porque tú tampoco eres capaz de hacerlo. Hasta ahora, tu amor ha sido única y exclusivamente para tu orgullo. Desde hoy, ya no seré más tu hijo, ni tú mi madre.-

Dicho esto, el músico de las cuatro cuerdas de tesitura profunda arrojó el arma a los pies de su progenitora, escuchándose únicamente el golpe seco del metal contra la baldosa.

-Alguna vez dijiste que estoy acostumbrado a andar en medio de la porquería, pero ¿cómo podría ser de otra manera, si me crié con ella desde niño?...-

 

A una señal de la dama, los matones se retiraban, volviendo al lado de su patrona mientras Tusk, ayudado por Seiichi, intentaba despertar a Ken para salir finalmente del espantoso lugar que estuviera a punto de convertirse en su tumba.

 

 

Frente al viejo edificio, unas cuantas patrullas y varios oficiales se arremolinaban, comunicándose por radio para llamar a la ambulancia cuando notaron que de cuantos emergían del lugar de los hechos, había alguien que necesitaba atención urgente. Los intranquilos amigos de los afectados se encontraban al lado de uno de los autos policiales. Ya se escuchaban las sirenas de los paramédicos cuando el castaño bajista, aún soportando parte del peso de sus compañeros, pasó junto al oficial en jefe de todo aquel despliegue de inútiles fuerzas y lo miró con enorme desprecio; llegada a última hora, la policía guardó bien las apariencias, justo como con antelación la corrupta política lo hubiera dispuesto.

-¡Tuskie, cariño! ¡Estás herido!- exclamó el rubio, reanudando el llanto mientras se allegaba a su pelinegro amante para abrazarlo. El menor correspondió el gesto, deteniéndose aliviado al ver que los enfermeros ya acercaban la camilla.

-No es nada, hermoso. Estaré bien.-

Horas después, Ken, Itaya y Hayashi permanecían aún en el hospital, mientras que Eby, Seiichi y Hide habían retornado a sus quehaceres. El baterista y el bajista de Zi:Kill acordaron no hacer proceder ninguna demanda u otro tipo de acción en contra de Iida-sama, pues la sabían desde el inicio absolutamente inútil. La araña, por su lado, se encontraba ocupándose de un encarecido favor que su exnovio le hiciera apenas los chicos heridos ingresaron al centro médico, al cual había accedido de muy buen grado.

Tras la operación a la que sometieron al vocalista para extraerle la bala de la pierna, Yoshiki esperaba que despertara, sentado a su vera y recostando los brazos y la cabeza sobre su cadera y muslo, del lado en el cual no estaba la herida. Permanecía en extraño y tranquilo silencio, escuchando los pitidos de las máquinas y la suave respiración del que pronto dejaría de ser pordiosero, quien entonces estaba todavía bastante dominado por la anestesia.

Entonces, la puerta del cuarto se abrió, y apareció detrás de ella el guitarrista de la novel banda, todo vendado y con la respectiva apariencia de haber sido tratado recientemente por sus heridas.

El dueño de la cabellera de oro levantó una ceja en señal de claro disgusto, hincando sus bellos ojos cafés en el hermano de su pareja.

-¿Qué quieres? ¿Todavía te atreves a venir?...-

Aunque le había hablado con tono bajo para evitar que alguien entrara a reprender el volumen de su voz o Tusk despertara bruscamente, Ken no se tomó bien aquello. Para él, el baterista seguía siendo el motivo de cuanto había sucedido.

-Tú no eres nadie para hablarme de esa manera. ¡Por tu culpa es que pasó todo esto!-

 

“El pelinegro se encontraba en el parque, cerca de los columpios, devorando con avidez las cortezas de pan que la bondadosa mujer del panadero le había podido regalar a escondidas de su avaro marido, cuando en eso vio a la pequeña pelirroja acercarse y tomar asiento en uno de los colgantes juegos. Estaba sola y parecía cabizbaja.

-¿Shizuka-chan? ¿Hoy no ha venido Ken?-

El chico se acercó a la niña, ubicándose en el columpio de al lado, sin dejar de mirar su carita triste. Parecía que había llorado, pues aún en su nariz y pómulos lucía un tenue rojo que lo denunciaba.

-No, oniichan, y creo que no vendrá más. Se ha enojado conmigo- repuso ella con dificultad, y su tono daba a entender que dentro de poco reanudaría el inocente llanto. Itaya le miró sin comprender, pidiéndole con su propio semblante una explicación.

-Ayer le dije lo mucho que lo quiero y le pedí que fuera mi novio- continuó, con ese modo infantil tan encantador que una bonita criatura como ella conservaba intacto a pesar de todo –pero él a mí no me quiere de la misma manera. Cuando le pregunté que si era porque estaba enamorado de ti, me gritó cosas feas. Me aseguró que eso jamás podría pasar entre dos hombres.-“

 

Sin poder creer todavía lo que el menor osó decirle, el líder de X-Japan y dueño de Extasy Records se incorporó en la silla, tomando la diestra del ausente pelinegro entre sus manos.

-¿¡Yo!? ¡No seas imbécil!...- dijo, entre dientes, reflejando en su rostro aún lloroso la cólera que semejante tontería le provocaba, como si quisiera gritárselo con toda su fuerza. –¡Aquí el único culpable de todo eres tú! ¡Por tu maldita culpa es que le dispararon a Tusk, y por poco lo matan! ¿¡Es que no te das cuenta las estupideces que hiciste!?-

El guitarrista no quitaba los ojos de aquella molesta unión entre ambos chicos: la tosca mano de su mejor amigo siendo protegida por las femeninas y hermosas del rubio, hombre al fin. Sin despegar de ellas su mirada, se estresó rápidamente, manifestando en su semblante toda la viva repulsión que sentía en su interior.

-¡No es cierto! ¡Si no fuera porque tú insistes en mantenerlo en ese maldito error, en esa asquerosa atrocidad en la que viven! ¡Deja de confundirlo de una buena vez! ¡A Itaya le gustan las chicas, y eso jamás lo podrás cambiar!-

 

“-Ken, ¿dónde estuviste hoy? Los chicos y yo te esperamos toda la tarde en el parque porque pensamos que hoy también querrías jugar con nosotros…-

En realidad, Tusk estaba más preocupado por no saber si su mejor amigo ya habría comido algo, aunado a la duda que todavía recorría su mente respecto de lo que la pequeña Shizuka le había contado. Pero conocía al menor; cualquier cosa que sonara a que lo estaba protegiendo más de lo debido acabaría inmediatamente en un reclamo.

-No quería jugar- contestó el pequeño con desgano, cubriéndose la espalda y los brazos con una manta vieja. Su cabello corto ondeaba un poco con el frío viento, cayéndole a veces sobre los ojos. Tras afirmar aquello, se abrazó las rodillas y desvió el rostro. El mayor se sentó a su lado.

-¿Es cierto que te peleaste con Shizuka-chan porque te pidió que fueras su novio?-

-¡No, eso no es verdad!- exclamó Kenichi, sobresaltándose. -¡Esa niña es una mentirosa! ¡Por eso es que ya no quiero ser su amigo!-

El resentido enojo se traslucía en los orbes pequeños pero brillantes del chiquillo callejero, siendo completamente ininteligible para su protector hermano, quien a pesar de todo, jamás olvidó aquel episodio de su niñez.”

 

Los recuerdos, removiéndose persistentemente en su memoria lograron brindarle     -por fin, y a la luz de las últimas situaciones acontecidas- la respuesta que por tanto tiempo buscara. El reconocimiento de haberla hallado lo impulsó a vencer el sedante, una vez que recuperó la conciencia y pudo escuchar las voces de ambos chicos muy cerca de él, hasta traerlo de nuevo a la realidad. El vocalista movió una ceja como preludio al momento en que abriera los ojos.

-¿Atrocidad? ¡De qué atrocidad estás hablando, por todos los cielos! ¡Estamos en el mundo moderno!- Yoshiki se levantó de la silla, finalmente, acercándose un poco a su interlocutor para evitar molestar al pelinegro. Apretaba los puños a los lados de su cuerpo, y de no ser por encontrarse en un lugar como aquel, le hubiera increpado con terribles insultos. –¡Eres un maldito reprimido! ¡Bien sabes que lo que sientes por tu hermano no es otra cosa que amor!-

Esta vez, el golpe provino del joven pelicorto, quien ni por un instante dudó en castigar con el dorso de su mano derecha la suave mejilla del baterista, poniendo en ello todo el desprecio e inquina que sentía contra el mayor.

-Ken… ¿Qué haces… aquí?-

Ambos chicos se voltearon hacia la cama tras escuchar la débil voz del vocalista, sin poder creer que hubiera despertado. Se sintieron apenados porque pensaron que había sido debido a su discusión. El interpelado no sabía qué decir.

-Vi… vine a verte. ¡Estaba muy preocupado por saber cómo seguías!-

La impresión de ambos se tornó en estupefacción cuando miraron al maltrecho cantante incorporarse en la cama y hacer ademán de querer levantarse. Inmediatamente, Yoshiki olvidó el escozor que persistía en su rostro y pretendió detenerlo

-Cielo, ¡no te levantes! Te acaban de intervenir y suturar, ¡aún estás muy débil!-

Tusk no contestó. Solamente alejó al rubio interponiendo su brazo, y no dejaba de observar a su hermano con una expresión muy confusa. Su mirada era severa, penetrante, pero su ceño no estaba fruncido. Sus labios permanecían unidos.

La vía del suero era lo bastante larga como para permitirle llegar hasta donde estaba el menor sin que la aguja se zafara de su muñeca. Caminaba muy despacio, arrastrando la pierna herida. Cuando llegó a estar frente a su talentoso compañero, lo tomó con fuerza por la parte alta de los brazos.

Su pecho se agitó en segundos, pues eran muchas las emociones que palpitaban en él. El pelinegro recordó contra su voluntad la reciente experiencia a manos de la madre de su bajista, y con ella, el traidor desengaño que le cayera como bofetada en el rostro. Si bien había notado desde siempre las actitudes extrañas que caracterizaban a su hermano, nunca había comprendido del todo la razón. No había tenido la suficiente malicia y sagacidad, o no había deseado entenderlo. Pero por más que hubiera sido capaz de ver a través de todo y llegar al fondo del asunto, sabía que nunca podría haberlo cambiado. Porque él era justamente el motivo de aquel existencial dilema.

Se acercó un poco más, ante lo cual el guitarrista comenzó a temblar ligeramente.

-Itaya… ¿Qué demonios vas a…? ¡¡¡Nhhh!!!-

Presionando sus labios contra los ajenos, Tusk mantenía al aturdido chico aún sujeto. Pasaron unos instantes antes de que el menor pudiera reaccionar, y cuando lo hizo, empezó a resoplar sonora y bruscamente, con los ojos abiertos cual platos y el entrecejo absolutamente tenso. El frontman de Zi:Kill se separó de él.

-¿¡Ya tienes lo que querías!?- exclamó el cantante con voz encolerizada pero a la vez pesarosa, para después negar repetidamente con la cabeza y reprimir en vano un sollozo, mientras el espacio entre sus cejas, sobre su tabique nasal, se arrugaba con infinita y profunda aflicción. Sobre su muslo derecho, unas pequeñas gotas del color del rubí aparecieron lentamente en la tela de su bata de hospital.

-Ken, te lo imploro. ¡Mírate en un espejo!...-


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