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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Shaka ha realizado un nuevo movimiento que podría cambiar el rumbo de su relación con su padre, mientras Saga prepara todo para su viaje. ¿La noticia de Simmos cambiara el destinó de las cosas para la vida de ellos?

En la noche y envueltos entre las colchas ambos veían dos puntos distintos totalmente desconectados, pese a que sus cuerpos permanecían unidos con las piernas entrelazadas, o los dedos del uno y el otro se dedicaban a caricias sencillas en el pecho y en el cuello de su acompañante. Más sin embargo, y pese a que pocos minutos atrás habían fusionados sus cuerpos y almas, habían ejecutado el acto del amor en la forma más carnal y física posible; ya luego de recuperar sus alientos y sus temperaturas ambos permanecían inmóviles sobre el lecho, escuchando la nada del silencio que se mecía sigilosamente entre las paredes de su habitación.

Kanon permanecía con la vista en el techo, sin nada más que comentar. Siquiera un “delicioso”, “grandioso”, “fue el mejor” había asido de sus labios para connotar el reciente encuentro, como solía hacerlo, como siempre estuvo acostumbrado de hacerle saber a la persona que ahora reposaba sobre su torso el cómo le encantaba compartir cada intimidad a su lado. Sus parpados abrían y cerraban tenuemente, muy lento, casi como si midieran el espacio que cubrían en la cuenca ocular hasta cubrirla con la piel y testeaban la elasticidad de la misma antes de volver a replegarse. No había nada en mente, tampoco, aunque no podía decir que la tuviera en blanco; en realidad cosas sin sentidos eran lo que a veces se asentaban en su cabeza y se iban, como si fueran dispersadas por coletazos de nostalgia, o de dolor o de decepción.

Mu, sin embargo, ya sabía que algo había pasado. Pese a que no lo pudo intuir al verlo llegar, lo sintió en el centro de su cuerpo cuando fue tomado y embestido, como si el dolor o la ansiedad hubieran sido traspasadas hacia él con cada embestida, con cada movimiento de sus caderas y de su miembro invadiéndole las entrañas. Aún así, no quería ser de alguna forma un impertinente y esperaba que el espacio de silencio que había continuado luego del orgasmo fuera suficiente carta abierta para que Kanon hablara por si solo lo que venía aquejándole.

Al ver que con solo mantenerse callado no lograba nada, el joven decidió reforzar su acción con un abrazo, acomodándose mejor sobre ese cuerpo y frotando su mejilla contra el pectoral izquierdo junto con un suspiro hondo que indicaba el conforto que le creaba estar así, retozando con él. Aquella maniobra obtuvo de respuesta un abrazo aún más efusivo por parte del mayor. Sus brazos le rodearon las caderas hasta afianzarse en su espalda y acariciar con la punta de su barbilla la coronilla clara de su pequeño acompañante, respirando el aroma de su sudor fusionado con su olor corporal.

Lo amaba, amaba el contacto de su piel, la simpleza de su cercanía, el saber que con solo el silencio era capaz de leerlo, entenderlo y hasta calmarlo por muy turbia que estuviera su propia alma. Cómo él podía sobreponerse y sostenerse sin importar cuando fuerte y violento cayera sobre él, sin importar si la lluvia se convirtiera en una tormenta.

Tan simple como eso, los años juntos les había enseñado la sencillez de una relación donde entregaban todo y se conocían de tal manera que era difícil mentirse, era imposible mantenerse separados.

—Le comenté a Saga sobre la reunión que tendríamos con mamá la próxima semana—comenzó a decir el mayor, reforzando la fuerza de su agarre como si le hiciera falta hacerle sentir que no estaba solo—. Me dijo que… no podía acompañarme.

—¿Por qué?

Kanon lo conocía demasiado bien como para saber que el tono que Mu había aplicado en esa pregunta venía teñido de indignación; y si todavía eso no era suficiente señal para demostrárselo, estaba el hecho de que subiera su cabeza y lo mirara estrujando sus entrecejo y afilando su mirada, con aquella expresión de desagrado que era difícil imprimirle en su faz. El griego suspiró, alargando su mano para acariciar el pómulo derecho de su pareja e instarle que se calmara.

—Estará ocupado…

—¿Ocupado que acompañarte en algo tan importante, Kanon?—inmediatamente asestó, esta vez sentándose en la cama con gesto de disconformidad—. No puedo creerlo, no puedo creer que Saga haga…

—Se va a Londres—Mu le miró instándole a continuar, al no entender que estaba pasando—. El decorador ese, lo tiene metido entre cejas y cejas y supo que está en Londres. Lo llamó y…

—¿Pero no que iba a Italia? ¿Y lo llamó? ¡No entiendo!

—¡Pues no sé, no sé!—suspiró, despejando los flecos de su frente con el dorso de su mano, aún acostado y con vista al techo—. Parece que fue a enfrentarse a su padre y eso…

Mu calló comprendiendo al fin el panorama que le presentaba. Intentó comprender la magnitud de las cosas, aunque la falta de información y de acercamiento a los hechos le dificultaban dicha actividad; aún así, podía imaginar lo que era para Saga saber que Shaka por alguna razón se encontraba era en el lugar donde estaban sus padres dispuesto a enfrentarlos, tomando en cuenta que él mismo había tenido que presentarse frente a su madre luego del divorcio y llevado por la enfermedad.

—Según Saga lo notó mal por la llamada y entonces…

—¿Él se lo pidió?

—No, al menos no directamente pero… tú sabes cómo es él de cabeza dura.

Se quedaron un momento en silencio, reflexionando cada uno en lo que se había hablado y los cambios que suponían esa novedad. Kanon fue quien extendió su mano para instarle a su pareja el recostarse de nuevo, crear un abrazo que a ambos les calmara las ansias y la desazón, como lo necesitaban. Acobijándose en los brazos del otro, respiraron profundo, anidando las ideas y sintiendo que sus cuerpos también pedían un poco de descanso.

—Espero que le funcione—murmuró el mayor, volviendo a acariciar los cabellos de su acompañante con cautela. Mu sólo suspiró, en una señal de aceptación.

El día Viernes había amanecido y las oficinas de los Wimbert se veían más alteradas que por costumbre. Valentine salió de presidencia visiblemente alterado, luego de haber dejado sobre el escritorio del dueño de la compañía el currículo y el portafolio que había sido enviado a todos los directivos por correo electrónico: el de su hijo. Radamanthys había pedido que lo dejaran a solas en su oficina cancelando todas las citas de la mañana, visiblemente alterado por el movimiento que su primogénito había ejecutado; era claro que estaba buscando, una forma de decirle que su presencia estaba allí irrefutable y que por mucho que intentara ignorarla no podría con ello.

Valentine cruzó de esa forma las puertas del ascensor para bajar a la primera planta, decidido luego de haber observado la renuencia del padre. Durante esos días había presenciado toda las tardes que padre e hijo se observaban a la salida de la empresa sin dirigirse palabras y el cómo Radamanthys desviaba sus ojos ara ignorar su estadía en el lugar. Por mucho que habían habado al respecto el tema se había vuelto un punto de fricción entre ambos y ya no estaba seguro si era necesario seguir guardando el secreto o debía comunicarse con la señora y madre para avisarle que su hijo estaba en la ciudad. En una de las tardes Radamanthys le había comentado que su señora esposa se estaba pasando la mayor parte de las horas de la tarde dentro de lo que fue la habitación de su hijo… ¿eso no sería una clase de presentimiento maternal?

“Lo único que quiere demostrarme con esto es que logró hacerlo solo”—le dijo el hombre de negocio esa mañana, cuando sin siquiera ver por completo la hoja de vida arrojo todos los papeles tapizando con ellos la alfombra vino tinto de su oficina—“. ¡No me interesa ver en que se convirtió!”

“¿No deberías estar orgulloso de él por todo lo que logró?”—Decidió proseguir, levantando las hojas de papel y detallando a su vez las fotografías que daban testimonios de alguno de sus mejores trabajos en el ramo—“. Estudió Radamanthys, sacó un titulo pese a lo que ocurrió en UCL, y sus trabajos, sus trabajos son demasiado buenos como para igno…”

“Yo crié un psicólogo, no un decorador…”—y aquello sonaba cruel… sin importar como se justificase.

La puerta del ascensor se abrió para dar la vista al amplio pasillo que llevaba a la recepción.  El hombre caminaba seguro por el lugar, saludando a cada tanto a las personas que laboraban en el edifico y le dirigían un cordial saludo, aunque su mente estuviera divagando en la reciente conversación con Radamanhtys y su actual decisión. Tenía los documentos de Shaka en mano, pero ciertamente habían muchas cosas que él quisiera aclarar antes de presentarse de nuevo ante el padre y ejercer presión; y sólo conocía a una persona capaz de conseguir esa información faltante, aunque sabía que los costos de sus servicios eran elevados.

Mientras tanto, en la oficina a oscura el hombre permanecía con su vista a la bandeja de correo, tratando de distraer su atención rememorando viejas contrataciones y revisando los nuevos ingresos que habían llegado a su empresa luego del cierre de algunos compromisos en Suiza. Le era difícil concentrarse, sentía en su estomago algo que le escocía las paredes y se removía entre sus intestinos recordándole una y otra vez que su hijo estaba allí, palpable y renuente a desaparecer de su vida como seis años atrás. La figura de él durante esas tardes seguía clavada detrás de sus parpados, haciendo mella a su orgullo y al mismo tiempo a su consciencia, viéndolo y comparándolo con el muchacho que había criado en su seno durante largos veinte años. ¿Dónde quedaba esa sobriedad? ¿Esos ánimos de parecerse a él, cortándose el cabello y buscando usar los colores que él usaba para su vestuario? ¿Dónde estaba ese niño que buscaba los últimos libros de psicología, a quién siempre lo llevaba a la librería para leer las teorías de Freud y compararlas con las de Towoski, conclusiones que presentaba en la cena cuando le tocaba el turno de hablar?

No, ante él se había presentado un hombre con el cabello largo y brillante sin vergüenza alguna, con un vestuario colorido que le revolvía el estomago y unos ojos tan azules y orgulloso que lo único que le indicaban es que estaba plenamente seguro y feliz con ser lo que era. Y además, había llevado sus logros furtivos y su nueva carrera totalmente distinta a la que había estudiado y había buscado a su lado. Ni siquiera era pintor, solo un decorador… una carrera técnica sin demasiado valor y la que él conocía se escalaba, muchas veces, con otro tipos de contratos nada honorables. Él, que manejaba el negocio de los bienes y raíces, sabía las clases de cosas que acaecían en los escondidos mundos del diseño, algo común, tan común como todo lo que tiene que ver el arte donde no muchas veces el talento es suficiente cuando hay montaña de dinero.

¿Cómo Shaka pudo haber escalado en ese lugar? ¿Cómo lo logró? Para él, sólo había una explicación y pensarla le frustraba al punto de emblanquecer sus puños túmidos por la presión.

Dejó los documentos de lado y salió de la oficina dispuesto a realizar algunas vueltas supervisar en los nuevos proyectos de construcción, como una forma de alejarse de ese fantasma de su pasado que había aparecido frente a él, sin saber con cual propósito: si decirle que hizo mal en dejarlo marcharse y convertirse en lo que era, o si esperaba que lo recibiera aún siendo lo que es. Cualquiera de las dos opciones, no le apetecía en lo mínimo. No arrepentirse, ni aceptarlo.

Después de todo, su hijo estaba equivocado, no él.

—¿El hijo de Radamanthys?—soltó de improvisto al tiempo que se levantó de su asiento en la cómoda oficina cubierta de madera del tribunal británico.

Valentine sólo concia a alguien con la suficiente confianza como para meterlo en un problema tan delicado como ese, y la suficiente cercanía como para entender, sin mayores explicaciones, lo que pretendía encontrar. Ese hombre era Minos Grifón uno de los más allegados de Radamanthys, amigo de la juventud y quien ayudo a aquel hombre a hacerse de la heredad de la familia cuando existían conflictos internos en el núcleo de los Wimbert. Minos, a su vez, era un juez de importante posición en el consejo británico, conocido por su fiereza a la hora de juzgar y no tener el menor reparo de enfrentarse a juicios escandalosos.

Minos a su vez conocía a Simmons, aunque el oven aún no supiera en qué clase de relación o circunstancias fueron estas; pero conocía al psicólogo, y habían sido muy amigos durante años. También estaba enterado de que fue lo que realmente ocurrió con Shaka, el escándalo de la UCL y el cómo Simmons estuvo involucrado.

El hombre de ya avanzada edad, rozando los cincuentas años, mostraba un cabello canoso con vanagloria, con un flequillo que ocultaba los brillantes ojos muy parecido al color del whiskies en un vaso de vidrio transparente. La altura aún así era indomable y su descendencia noruega era vista en cada uno de los rasgos de su semblante que eran apenas matizados por las arrugas del tiempo. Enfundado en una gruesa gabardina marrón el hombre mirada ahora los documentos que Valentine le había extendido, aquellos mismo que Shaka había hecho llevar por correo.

—Y decorador… no creo que Radamanthys esté muy feliz con esto—concluyó con una media sonrisa que no parecía estar informando una mala noticia, agitando los documentos al aire—. Jamás esperé saber de él.

—Se ha presentado estos días en frente del edificio, esperando que Radamanthys se acerqué…

—Y no lo hará, eso tenlo por seguro—agregó el juez sentándose de nuevo en el cómodo asiento de su escritorio. Dio una vuelta en el mismo eje producto a la mecánica del sillón y luego le miró dejando los papeles en la madera y anidando sus dedos por sobre el pecho mientras reclinaba la butaca—. ¿A qué has venido entonces? No creo que sólo a informarme que el hijito de Wimbert regresó.

—Necesito tu ayuda. Tienes las influencias y conoces los contactos necesarios como para verificar que ha sido de la vida de Shaka desde que se fue de casa. Cuando fue a Grecia, como ha vivido allá, si tiene propiedades… pareja.

—¿Planeas hacerle una exposición a Radamanthys de “mira como tu hijo pudo vivir sin ti”?—interrogó el hombre enarcando imperceptiblemente una de sus gruesas cejas—. No creo que le guste mucho el tema de la plática.

—Si Shaka ha regresado es evidente que quiere acercarse a su padre, a su familia, peor Radamanthys se niega a cederle una oportunidad.

—Y lo entiendo… Además, que pasa si al investigar nos damos cuenta que todo esto que aparentemente alcanzó “solo”—siseó la última palabra con un leve tono que enmarcaba una macabra intención, uno que Valentine supo leer aún pese a la oscuridad que las grandes cortinas vino tinto enmarcaban dentro del despacho—, ¿no ha sido precisamente por su esfuerzo y constancia?

—¿A qué te refieres?

—Me refiero, Valentine, a que hay muchos, muchos jovencitos simpáticos como él que llamarían la atención de cualquier con suficiente dinero como para darle sus caprichos—el aludido levantó sus cejas marcando en su rostro una expresión de horror ante esas palabras que ya podía saber cómo terminarían. Minos, complacido por la reacción de su visitante se levantó del asiento rodeando el escritorio, con pasos lentos y medidos como si visualizara el terreno y viera de que manera envolver a su víctima en las palabras que saldrían de sus labios—. ¿Yo he mantenido a muchos sabes? Son deliciosos en la cama y sólo tengo que estar pendiente de pagarles sus estudios y darle un buen vestuario. Cuando se cansan, se van y yo tomo a otros, es ordinario y normal.

—No todos somos así y lo sabes—contuvo el calofrío que le generó al sentir el dedo de Minos rozando su cuello, manteniéndose derecho y seguro con el orgullo arraigado y la decisión de ayudar a quien consideraba un amigo y un amor que prefería mantener oculto bajo las capas de una ciega fidelidad.

—Quizás Valentine—siseó el máximo representante de la justicia en la punta de su oído—. Sé que al menos no lo eres tú; demasiado honorable, demasiado fiel, tanto que me provocas, desde siempre, no importa cuántas veces ya nos hayamos acostado. Pero de él, ¿cómo asegurarlo? Después de todo, si algo quedó claro es que le encantan los mayorcitos.

—¡Basta!—se apartó bruscamente afilando su mirada, sintiéndose indignado. No, en su mente no podía pasar la imagen de Shaka cayendo de esa forma, es muchacho no había sido criado como para mantenerse en una relación con semejantes intereses además que, mantenía muy en alto su orgullo—. ¡Deja de hablar de esa forma del hijo de Radamanthys!

—Oh sí, claro, ¡ciertamente ofendo a tu amo y señor!—dramatizó alzando las manos al aire antes de lanzar una corta carcajada de burla—. Créeme que lo que le pasa a la cabeza de Radamanthys es mucho peor que lo que te estoy contando. Pero, repito, ¿qué es lo malo? Digamos que no lo hizo por dinero; que se enamoró, como le pasó con Simmons y esa persona le dio todo para salir adelante pero, ¿crees que eso se lo va a tragar Radamanthys? ¡No lo hará! Si no se tragó el cuento de que Simmons y Shaka realmente se amaban, mucho menos se lo tragará de un desconocido.

Ante esas palabras le siguió un turbio silencio mutuo vejado solamente por el sonido de las pisadas que Minos realizaba para volver a su sitio. Tomó de nuevo los documentos que había dejado descansando sobre el escritorio y los batió contra la madera, con una sonrisa y observando lascivamente la espalda del joven empresario, con miles de ideas en la cabeza que quisiera concretar.

—Lo investigaré pero hoy pasaré la noche muy solo—el menor volteó mirándolo por sobre sus hombros—. Y ya ha pasado mucho tiempo desde la última vez, ¿no?

Valentine no dijo nada, sólo afirmó con un movimiento de su rostro antes de partir, sabiendo que aquel pagó sería irremediable.

En horas de la tarde, Shaka veía la hora en su reloj de manecillas que llevaba en su muñeca izquierda, levantando la tela de su camisa celeste y el abrigó beige que cubría su cuerpo. Sus ojos enmarcados por los lentes de montura celestes denotaron que ya faltaba poco tiempo para la salida y que la hora para seguir el último paso de su plan había llegado. Estaba seguro que todos los máximos ejecutivos debieron recibir sus datos y que él sólo apellido les haría abrir el correo y leer de quien se trataba. Planeaba rodear a su padre en todos los francos por lo menos en la empresa para que le obligara a dar al menos cinco minutos de su tiempo.

Viendo en su reloj que eran las cinco y diez minutos, exactamente veinte minutos antes de la salida pautada en horarios, se levantó de su asiento y dejó el dinero de la cuenta para pagar lo que había ingerido en su rato de espera en esa cafetería. Acomodó la bufanda gruesa de color celeste que envolvía el cuello triangular de su abrigo y revisó que su pantalón blanco estuviera libre de mancha. Seguro de su atuendo, afianzó mejor el maletín de medio lado de un color azul humo, lugar donde estaba un documento impreso con su hoja de vida y el portafolio profesional.

Ciertamente se encontraba nervioso, al menos lo intuía por el vacío que sentía en su estomago pese a haber comido una pequeña tarta de manzana acompañada de un buen café. Sin embargo, este vacío se iba acrecentando conforme se acercaba a la carretera que quedaba justo en frente del enorme edificio de 25 plantas, forrado por ventanales de vidrio de reflexión que le daba un aire contemporáneo y vanguardista al diseño, propio de la imagen que los Wimbert generaban en cada una de sus posesiones.

Acercarse, cruzar la carretera, entrar por la puerta deslizable de vidrio en donde los vigilantes le observaron, reconociéndolo, y sin poder hacer nada más que bajar su cabeza; todo aquello fue de alguna forma revivir cierto protocolo que desde hacía años había dejado de utilizar, cuando entraba a buscar a su padre y pasar unas horas con él en la oficina leyendo uno de los libros que siempre él estaba al pendiente de comprar. Ahora las circunstancias eran distintas, la visita dictaba de ser tan amena y el tema de conversación prometía ser escambroso para ambos]; más era necesario e ineludible el tener que sellar ese capítulo justo ese día el río podía permitirse más tiempo estancado.

Andar rápido y seguro, con su frente en alto y el flequillo danzando en la punta de su nariz, con los ojos azules brillando de orgullo y sus manos en los bolsillos mientras el abrigó se removía al ritmo de sus pasos en el mármol de la recepción. Notó la mitad de algunas, conocidos y no, que le observaban mientras entraba al centro del enorme salón de la entrada y se acercaba a la enorme repisa que daba bienvenida  a la empresa. Ya no había paso que dar hacía atrás, sólo le quedaba en frente la seguridad que fuera cual fuera el resultado, él seguiría corriendo.

—Pensé que su hijo siguió estudiando psicología en el extranjero—escuchó esa voz de uno de os directivos de su corporación cuando se encontraron  en el ascensor a la salida de sus labores. Radamanthys permaneció en silencio, sintiendo que le ahorcaban la boca del estomago con esas palabras pero no mostrando perturbación mayor a través de su rostro. Valentine, en cambio, bajó la mirada intentando no ser demasiado evidente el calofrío generado por lo escuchado y lo que había acontecido en el despacho de Minos en horas del mediodía—. Me sorprendió el correo que recibí, supongo que lo habrá hecho al grupo de contactos por error. Suele pasarme.

—Mi hijo es caprichoso…—musitó el hombre, intentando ignorar el hecho como lo había intentado durante todo el día, llegando a avanzada horas de la tarde a su oficina luego de recorrer cuatro proyectos de construcción que estaban avanzando.

—Los jóvenes de ahora lo son. Mi hija dejó medicina porque le gustó más la docencia. Parecen que no saben que es lo que quieren, eso no se hacía en mis tiempos.

Con un movimiento de su rostro el inglés se limitó a responder las palabras de aquel hombre mientras observaba los números marcados por el visor del ascensor de forma descendiente. Quería salir de ese lugar que se había convertido en una trampa de recuerdos, ya que en cada pasillo que recorría en su rutina acostumbrada llegaba a sentir los pasos de su hijo a su espalda, como lo era antes, como lo fue antes que Simmons decidiera acercársele. Suspiró profundo al tiempo que trataba de quitarse la idea de dormir en alguna habitación de hotel, precisamente para no incomodar a su esposa, aunque estar en su propia casa se había vuelto igual de asfixiante. Tantos recuerdos, tantos, es difícil simplemente mantenerse al margen de ellos o ignorarlos cuando cada pared está tapizada de imágenes de él, su hijo, siempre a su lado.

Abrió la compuerta del aparato y los hombres dentro de él salieron en paso conciso, algunos manteniendo las conversaciones habituales y otros el sencillo silencio. En ese momento Shaka esperaba en recepción que la joven que atendía el teléfono se comunicara con su superior, ya que al escuchar su apellido no estaba segura si debía permitirle entrar o exigir una cita acostumbrada. El joven se quitó los lentes por un momento, restregando sus parpados mientras esperaba pacientemente que le atendieran, sintiéndose un poco más seguro conforme pasaban los minutos y viendo marcado las cinco y treinta y cinco según las manecillas del reloj de pared de la recepción, uno de vidrio en forma hexagonal con un decorado de aluminio en cada uno de los números asignados.

Al poco tiempo una mujer de mayor edad salió, con apenas un metro cincuenta sujetaba su cabello caoba en un complicado nudo en la nuca, con unos lentes de montura negro y un traje ejecutivo color plomo que resaltaba la blancura de su rostro. La reconoció, inmediatamente.

—Entonces si era cierto, ¡es el hijo del señor Wimbert!—exclamó la mujer visiblemente emocionada—. Aún recuerdo cuando te cargaba, apenas el edificio estaba abierto y habíamos muy poco, tu madre siempre venía a traerle panecillos a tu padre mientras tú caminabas por toda la alfombra, que en ese tiempo era azul marino si mal no recuerdo. ¡Oh por Dios! El tiempo pasa tan rápido… ¡Mira cuán alto ya estás!

—Sra. Rosembelt, un gusto verla de nuevo—le extendió la mano, con una sonrisa profesional—. Los años no han podido con usted—la mujer rió, tapando un poco sus labios delgados de color carmín con el dorso de su mano libre.

—Muchacho, ¿siempre tan galán? Claro que si han podido, un poco de tensión baja y más dieta, se aprende a vivir con ello. ¿Pero dime tú? Los años en Suiza debieron ser bastante interesantes. Te noto muy cambiado.

—¿Suiza?

—Sí, ¿allí no era que fuiste a seguir tu carrera de psicología? Me imagino que has de ser un reconocido psicólogo allá.

Ante eso Shaka sólo sonrió, viendo detrás de la mujer al grupo de ejecutivos que se acercaban del ascensor del ala derecha del edificio. Comprendió mejor lo que habían hecho, el cómo habían cubierto su partida ante los ojos de los demás, como lo hicieron con Aldebarán cuando fue a buscarlo en la mansión; tal fue para ellos la vergüenza que prefirieron escudarlo con mentiras. Por esa razón él había decidido enviar su hoja de vida a todos los máximos directivos. Pensaba desbaratar toda esa farsa.

Después de todo, él no se arrepentía de todo lo que le tocó vivir a partir de ese tiempo, de haber sobrevivido solo, estudiado esa carrera que adoraba, ser lo que era.

No había razón para ocultarlo.

—Parece que allí viene tu padre, ¿lo estabas esperando? Como los viejos tiempo, ¿no?

—Si… así es—musitó con la vista fija en la figura del hombre que detuvo el caminar apenas lo vio, paralizando al mismo tiempo el de sus acompañantes—. Lo estaba esperando, con permiso.

Fue como si de imprevisto sus pies hubieran sido clavados en contra del mármol del lugar. Sus ojos claros se abrieron de la conmoción al mismo tiempo que sus tensos dedos se cerraron dentro de los bolsillos de su pantalón, donde solía guardar sus manos. Su hijo —porque era su hijo— caminaba ahora hacía él y en medio de todos, en su empresa, en su recepción, con un andar prepotente y una mirada fija que destilaba la seguridad que él mismo no se atrevía a asumir. Escuchaba en la punta de su oído el resonar de la suela contra la superficie lisa del piso y eso junto con el sonido de su propio corazón bombeando con fuerza dentro de su pecho le tenía contrariado.

Valentine también observaba en silencio como el joven cortaba la distancia que le separaba de su padre, en un acto que jamás habría esperado, al menos no de una forma tan directa. Reaccionó de lo más rápido que pudo, apenas dándole tiempo de lanzar una señal hacía los demás acompañantes para que siguieran el camino y dejaran el lugar en completa soledad como padre e hijo necesitaba, pero aún así el mismo no se atrevía a seguirlos y darles esa oportunidad. Algo dentro de él le instaba a quedarse y ver el final de un encuentro que había sido retrasado por seis años.

El padre inmóvil frente a su hijo.

El hijo nervioso presentándose ante a su padre.

Un testigo de seis años de incertidumbres, mentiras formadas y depresiones escondidas tras el deber y el orgullo.

Un reloj que seguía moviendo sus manecillas, como desde el día que fue colgado, como el tiempo que irremediablemente pasaba por sobre sus cabezas y les recordaba que no se iba a detener ni por ellos, ni por sus emociones ni acciones ni consecuencias. Él seguiría corriendo: como el agua, como el viento, como la naturaleza en un ciclo que no se interrumpía hasta concretarse. El hombre era el único animal que se negaba a cumplir su ciclo, retrasándolo o acelerándolo… más no deteniéndolo.

Los pasos se detuvieron, marcando al menos unos dos pies de separación entre padre e hijo. Las miradas se enfrentaron una sobre la otra llenándose y forrándose de orgullo, cada cual con sus argumentos, con sus decisiones y con todo aquello que creían correcto, pensando en quien comenzaría a hablar y pondría las condiciones sobre la mesa. Radamanthys pensó en hacerlo, dar un duro golpe con su boca y obligar a su hijo retirarse, pero al abrir sus labios se vio alcanzado por el movimiento de su primogénito, que extendiendo su hoja de vida y su portafolio impreso le escrutó con la mirada.

——Déjeme presentarme—inició secando las palabras de la garganta del mayor y dejando sin habla al amigo que observaba todo desde una prudencial distancia que le permitía oír sin estar demasiado cerca—. Soy Shaka Wimbert, decorador de Interiores radicado en Atenas, Grecia. He venido a ofrecer mis servicios de decoración a tan ilustre empresa. Aquí se encuentran los datos de mi preparación, junto a una muestra de mis mejores trabajos realizados en la capital griega, condecoraciones y premios obtenidos en mi trayectoria laboral—hubo un silencio, dramático, mientras el padre digería aquellas palabras que le habían tomado de sorpresa—. Le aseguro que no ha habido trabajo en mis manos que no haya superado las expectativas del cliente, papá.

Papá…

Los recuerdos formaron una malla sobre su cabeza.

Papá…

Bajó la mirada, viendo los documentos que le eran extendidos.

Papá…

Subió sus ojos, observando la vestimenta de su hijo, el color de su irises tan parecido a los de su esposa, los años que le siguió, que le admiró, en los cuales le protegió y le dio todo en cuanto tenía.

Papá…

Y si, los recuerdos de esa noche, de esas palabras, de sus gemidos, de la decepción y las lágrimas de su mujer, de saber que había preferido creer en aquel que en él.

Pa-pá…

Y ahora venía con los logros que obtuvo lejos de él, de su cobertura, de su cuidado…

Pa… pá…

Palabras que trastabillaron contra el mármol de la misma forma que los documentos al ser manoteados por el mayor, en un acto de ira apenas contenido.

Pa…

—No vengas a compensar tu fracaso en psicología con esto.

Y la represa se niega a ceder…

Notas finales:

Saludos a todos ^^


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