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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Luego de una noche llena de cambios, les toca tomar decisiones. ¿cuáles serán las que tomaran cada uno de ellos?

Desnudo… estaba desnudo. Su cuerpo desnudo se encontraba de pie mientras el agua corría hasta el nivel de sus muslos e iba subiendo, poco a poco. Desnudo, con ojos cerrados, con sus manos unidas en palmas frente a su pecho, parecía que de esa forma se hiciera uno con el elemento, los elementos, que le rodeaban. Desnudo y con el agua acariciándole las pantorrillas, las rodillas, los muslos… el viento recorriendo entre el espacio de brazo y torso, sobre su oído, jugando con su cabello apegado a su piel en la espalda. Desnudo y fluyendo, como un rio, donde se escuchaban apenas algunos sonidos de piedras chocar una con otra, pero era tan lejano, tan distante, que ni eso era capaz de detener su concentración.

En ese momento estaba fluyendo, como un río, fluyendo buscando la iluminación, o tratando de fusionarse con él para no tener ese pensar humano que le lastimaba.

Fluir, correr, seguir, continuar, avanzar, conquistar, andar, no ceder, no detenerse, no contenerse…

El sonido del rio le aliviaba, le relajaba y le fortalecía. El río que era él, la fuente de vida que era dentro de sí mismo. Las piedras no podrían herirle, él las llevaba a rastras, las arrastraba mientras el caudal iba aumentando y al final no eran más que porosidad que terminaba en sus profundidades. Él las destrozaba, las transformaba, las destruía y diluía con la fuerza de su voluntad decidida a continuar. ¿Y si había una piedra que lo detenían? Lo erosionaba. Seguía continuando, con lo poco, pasando sobre ellas, abriéndose espacio, la iba golpeando con la gravedad de sus intenciones, de sus motivaciones, las obligaba a ceder, a abrirle camino, a hacerse a un lado.

Era un río… y aunque tuvieran que pasar años para que esa piedra se moviera, lo haría. La represa en Londres, esa también cedería, esa también le dejaría fluir. Aunque tuvieran que pasar años, aunque tuviera que seguir corriendo con lo poco que hasta ahora podía pasar de él, aunque tuviera que seguir siendo un Spica… Seguiría… correría… avanzaría… la destrozaría…

Era su destino…

—Shaka…—la voz de él se fue uniendo a la del rio moviéndose en el espacio de tierra, en silencio pero firme, con el caudal que ya cubría por completo su cuerpo mientras él simplemente estaba dentro de él, dejándose llevar, con el cabello que dorado flotaba entre la acuosa atmosfera que le rodeaba—. ¡Shaka!

“Saga…”

Sus labios se abrieron y pudo sentir el sabor dulce de las aguas que le rodeaban llenándole los pulmones. No le ahogaba, no se sentía falto de aire, él era río y dentro de él era un ente fusionado con su fuerza natural, ya tan amplio, tan grande, tan lleno de piedras… tan sucio… Había corrido tanto, había bajado montañas, había saqueado pueblos, había arrancado piedras y arboles… Tan amarillo, oscuro, profundo…

—Shaka—la voz de él la podría saborear en su oído, el tacto de su sonido le atravesaba y le envolvía en sus aguas. Se sentía tan palpable y ya no tan lejano…—. Ven—podría hacerlo, pero estaba bien en donde estaba. Ir hacía él significaba cambiar y volverse a adaptar a un nuevo ritmo de vida, a unas nuevas variables. Amar y ser vulnerables… no, en ese momento donde sentía que lo mejor era fluir, era olvidar, era sumergirse, era…—. Ya es hora…

¡No!

La presión de repente el arropó si tan siquiera poder oponerse a ella. La corriente de agua parecía ser succionado, se enturbiaba el caudal tranquilo del rio y las piedras y arena se levantaban del lecho para moverse alrededor de él. El agua se movía, vertiginosamente, algo empezaba a absorberla y obligarle a calmarse mientras le succionaba sin siquiera dar explicaciones. Shaka intentó, desde donde estaba, oponerse y resistir a aquella fuerza que lo embargaba, pero no podía, la misma tierra y los mismos escombros se movían y le golpeaban produciéndole dolor.

Era mucho para él…

—¡Ven!—un llamado imperativo. Los escombros y residuos se golpeaban uno a otro y se iban enfilando hacía las orillas del caudal, rodeándolo con tierra, sedimentándose mientras el agua iba obteniendo un nuevo sabor—. Shaka…

¡No! Se removió llevando sus manos a la cabeza para intentar convertirse en un ovillo y protegerse. Mas no pudo… la presión era demasiado que le imposibilitaba aquel movimiento, el agua empezaba entonces a ahogarlo, a obligarlo a abrir los ojos para ver que ente le estaba bebiendo sin dejarlo si quiera defenderse.

Y lo vio…

El agua azulina de un mar que estaba comiéndole con todo, la forma en que ya se encontraba prácticamente rodeado a él, y no podía, aunque quisiera, escapar. Dio el ademán de querer retroceder, pero dos manos, dos gruesas y largas manos le tomaron de su muñeca cortándole el intento… dos manos, burbujeantes, se sentía las burbujas de la sal marina explotándole en el tacto.

—Ya eres mío…

La sentencia que lo fue tragando junto a toda esa agua salada.

Despertó, ese sábado despertó asfixiado encontrándose con el techo blanco de una habitación. El olor a ropa sucia le embargó por un momento, provocando que su cabeza diera vueltas y una sensación de nauseas le abarcara a su estomago, hambriento, como si no hubiera comido en días. Su cabeza le martillaba, tenía una enorme jaqueca y no recordaba en qué lugar se encontraba ni que había pasado en la noche.

Se levantó mientras las sábanas de algodón le rozaron el pecho desnudo, notando entonces la condición en la que se encontraban. Asustado retiró las sábanas viendo que solo el bóxer de la noche pasada le acompañaba y recordando, justo en ese momento, a aquel americano que andaba coqueteando con él en el bar.

—Mierda…—llevó su mano derecha hacía su cabeza, despejando el cabello despeinado de su frente. ¿Podría ser posible? Estaba seguro que en el estado en que se encontraba para el último momento que recuerda era posible cualquier cosa, mas pensar que hubiera caído le asqueaba. ¿Al menos se había protegido?—. ¡Mierda! ¡Maldición!

Se sentía estúpido y confundido. No podría perdonarse un paso en falso como ese, no tanto por lo que pudiera significar un sexo casual sino por las circunstancias y motivaciones. Pensar que pudiera haber abierto la posibilidad a una enfermedad venérea por su descuido le causaba una onda inquietud y malestar contra sí mismo.

Puesto de pie no dudo un segundo en salir a encarar al supuesto americano, si era que se encontraba allí. Al menos sabía que no era un motel, porque la ropa en el cesto le daba indicio de que si estaba en la habitación de un hogar, uno desordenado valía acotar. Pensando en eso se preguntó si el americano se quedaba acaso en casa de un amigo en vacaciones o algo por el estilo. Lo peor es que ni siquiera le sabía el nombre.

—Esto es imperdonable…—se dijo para sí, abriendo la puerta de madera para atravesar el largo pasillo que llevaba a otra sala. Iba con paso seguro, dispuesto a ver con quien había terminado enredado en sábanas y pedir unas cuantas explicaciones de que había pasado. No estaba muy seguro, no sentía dolor en su entrepierna, al menos que él hubiera estado dominante, pero tampoco lo recordaba.

¿Y si se había quedado dormido? Por muy vergonzoso que sonase, no le molestaba para nada la idea.

Llegó justamente a la sala y se quedó de piedra cuando observó la figura de quien estaba sentado en el comedor, comiendo un bastante sustancioso emparedado que apenas podría cerrar con su boca. La boca de Shaka se abrió, pero casi a los segundos volvió a cerrarse sin saber bien que decir para procesar la información. Simplemente no entendía, ahora sí, nada de lo que estaba pasando.

—¡Veo que ya despertaste, bello durmiente!

—¿Aldebaran?—logró pronunciar, viendo al hombre dejar el emparedado en el plato de vidrio y lanzar una carcajada. Shaka echó su cabello atrás totalmente desubicado. ¡La jaqueca lo iba a matar! ¿Qué fue lo que sucedió el día anterior?

—Supongo que no recuerdas nada, ¡estabas hecho mierda ayer!

—Necesito una explicación…—bajó su mirada luego de cruzar su pecho. En ese momento se dio cuenta de que estaba solo con sus ajustados bóxer frente a su amigo y al sentirse al descubierto el rubor le subió a las orejas—. ¡Dioses!—se dio media vuelta, con el cabello en la espalda y una mano tapando su adolorida vista—. ¿Me quieres decir qué diablos hago aquí?

—Me llamaste anoche que te fuera a buscar porque no te podías parar de la mesa y acababas de golpear a cierto americano que no dejaste de insultar todo el camino, ¡al menos antes de vomitarte toda la ropa!—lanzó una carcajada mientras Shaka volteaba de nuevo, petrificado.

—¿¡Vomitarme toda la ropa!?

—¡¡Y casi violarme en el taxi llamando a un tal Saga!!—el rostro de Shaka se volvió un papel blanco ante esa acotación, con los ojos azules tan abiertos que Aldebaran pensó que se le iba a caer de la cara. Rió animado, esta vez agarrándose el estomago como si temiera que el intestino le saliera de la boca—. Jajajaja ¡lo último fue mentira!

—¡Malnacido!—gritó el rubio ahora rojo entre el bochorno y la rabia además de tener el dolor de cabeza que le lastimaba los ojos—. ¡Dime la verdad!

—Lo último no pasó, solo me decías que golpeaste al tipo cuando dijo algo que pensaras que él era el tal Saga que no dejaste de mencionar mientras vomitabas en el retrete luego de haberte ensuciado toda la ropa. Tuve que quitarte todo, ya esta lavado—vio al confusión en el rostro de su amigo y esta vez Aldebaran solo sonrió, lanzándole una franela que tenía a su alcance en el mueble, visiblemente recién recogida en un canasto—. ¡Ponte algo, hombre! ¡Por mucho que me pasees así no lograras que se me pare!

—¡Eres insufrible!—replicó el más bajo, atajando la franela con las manos para írsela colocando sobre su cuerpo. Le quedaba como una bata, a mitad de su muslo y visiblemente amplia—. ¡Esto es una sábana para mi, Aldebarán!

—¡Te aguantas! Tu ropa aún no se ha secado. ¡Ven!—extendió una de las sillas del comedor sencillo de madera con una de sus piernas, convidándolo a sentarse—. ¡Te haré uno de estos y así agarras unos kilos!

Obedeció, sentándose porque sinceramente lo necesitaba además de digerir esa serie de eventos. Pediría más detalles pero eso sería después, al igual como de seguro le tocaría preguntar a Aldebarán que fue lo que lo orilló a hacer semejante locura, a él, un hombre que cuidaba mucho de su salud. Por el momento, el sonido de los pasos de Aldebarán mientras se movía en el pequeño departamento era suficiente para hacerle sentir protegido.

A esa misma hora un cuerpo se hallaba sentado mientras acomodaba las agujetas de sus zapatos, con el rostro decaído, con sus pensamientos en blanco. Ya había tomado una decisión, una que podría cambiar el rumbo de su vida en todos los ámbitos pero una… una que era irremediable. Valentine había decidido algo importante.

—Mmm… ¿ya te vas?—la voz gruesa del mayor removiéndose en las sábanas distrajo la atención de Valentine, quien estaba sentado al filo del colchón, colocándose sus zapatos.

Su cabello caía desordenadamente por su frente; en su expresión no había muestra de sentimiento alguno; más bien sentía que no tenía ya nada que mostrar, como si hubiera sido vaciado ayer junto a todo ese orgasmo que se sintió solo en su cuerpo pero que no llegó a su alma ni le llenó de ninguna forma. Las palabras de Radamanthys habían sido suficiente para desgarrarlo y dejarle brotar todo ese amor que había estado sosteniendo por él dejándolo en el camino y matándolo al llegar a los brazos de Minos, cuando irrumpió a su casa y se le entregó como otras pocas veces en su vida y durante ese amor no correspondido.

—Ey… ¿piensas ignorarme?—escuchó de nuevo y prefirió no hacer caso a esa voz ni a esas evidencia que declaraban que de nuevo había buscado placer como una forma de mitigar el dolor que sentía dentro—. Tu silencio me lastima…—y con ese tono con el que escuchó la frase, como de dolor, Valentine no tuvo otra opción que voltear y ver el cuerpo desnudo del juez entre las sábanas con su flequillo platinado enmarcando la mirada ambarina y la mueca sádica en su rostro. Sabía que jugaba con él, sabía que se burlaba de él cada vez que caía.

—Debo volver a casa…—sentenció sin prestar atención a la sonrisa soncarrona que el otro le dirigía, y cuando este se acercó para besarle se opuso apartando su mirada y dejando caer ya sus pies calzados al suelo—. Dije que me voy…

—Llegas a casa a tirárteme encima, y luego te vas como si fueses una ramera, ¿no le estás dando razón a las palabras de Radamanthys con esa actitud?

Aquello le había dejado petrificado, totalmente inmóvil sobre la cama, con su vista perdida entre el espacio que sus pies no ocupaban de la loza del piso. Quizás y si tenía razón, ¿pero alguien podía comprender la decepción y el dolor que cargaba luego de haber escuchado tales palabras del hombre que amaba? Además… él se entregó por otras razones…

—Este era el precio para que buscaras al hijo de Radamanthys, ¿acaso lo olvidas?—replicó y Minos rió con una carcajada tal que le hizo sentir como un imbécil, un hombre que no tenía dignidad.

—Y es lo más divertido… Radamanthys prácticamente se burla de lo que sientes por él en su cara, y tú vienes a revolcarte conmigo para pedir que busque a su pequeño pilluelo. ¿Acaso tu amor no tiene límite, Valentine? ¿Hasta cuándo seguirás creyendo en esa estupidez? Eres un hombre muy inteligente para dejarte joder por algo así…

Se quedó en silencio…

Levantándose de su cama, recogió la camisa que había dejado tirada en su arrebato nocturno sobre el sofá, tomándola y abotonándosela en total silencio, como si pensara en las palabras de él, como si pensara en lo que le había dicho y en lo que sentía, en lo que había vivido y en esas palabras que le marcaron quizás para siempre. El último botón ocupó su lugar y sus manos se llevaron la corbata en sus manos, decaído… pero decidido…

Además… sabía que detrás de las duras palabras de Minos había una especie de preocupación… muy a su manera.

—¿Acaso has amado alguna vez, Minos?—preguntó, volteando hacía él que veía en ese momento distraídamente  los pliegues de las sábanas entre sus piernas.

Los ojos ambarinos subieron su mirada y le observaron con verdadera explosión de emociones. Valentine podía ver que ese hombre, pese a los años que ya empañaban el vigor de su juventud, atractivo aún, le miró con una seriedad casi confidente que él no puedo evitar observar, como si en ese momento se desnudará más que al dejar descubierto unos grandes tramos de su piel. Le sonrió entonces, levantando la comisura izquierda y con el cabello lleno de líneas platas que lucía sin ningún tipo de pudor rozándole los hombros, una sonrisa que más de burla, se veía atestada de mudo consentimiento y entendimiento, como si reconociera justo el espacio donde Valentine se encontraba, como si recordara algo de sí mismo con solo tenerlo frente a sus ojos.

Valentine entonces tembló, leyendo entre el mutismo de sus acciones más de lo que las palabras pudieran expresar, interpretando en esa mirada fija y precisa de Minos lo que su garganta quizás se negaba a aclarar.

—El amor es de idiotas y yo soy un hombre inteligente—vio la forma en que su derecha apartó el fleco plateado de su frente descubriendo una leve línea de expresión y sus brillantes ojos de un color parecido a la miel cristalizada.

“Amó…”—pensó él en sus adentros, muy seguro de su conclusión—“. Amó y le destrozaron…”

Suspiró para tratar de aliviar la enorme sensación de dolor y piedad que comulgó en su pecho, tratando de pensar en claro en su proceder y en su nueva decisión. Aferró de esa misma forma la corbata entre sus dedos, conteniéndola entre sus puños mientras se quedaba allí, permitiendo que el tiempo corriera como si con eso fuera suficiente para aliviar el terrible cauce que su propio río estaba tomando…

—Sólo busca a su hijo…—pidió por última vez, tragando grueso sus propias palabras—, y yo buscaré ser un hombre inteligente…

—Cuándo seas un hombre inteligente, mi cama te seguirá esperando…

—Cuando sea un hombre inteligente, no me conformaré con menos de lo que merezco…

Lo último que vio al partir fue la sonrisa de Minos avalando su decisión. El orgullo… tal cual como Shaka había decidido, de eso se iba a escudar para que doliera menos. ¿Qué quedaba sino el orgullo? Shaka al menos, desde el apartamento de Aldebarán y recostado pasando su dolor de cabeza, no conocía nada más que ello para resguardarse.

Y mientras el sábado moría con decisiones llenas de orgullo, el domingo llegó con un nuevo panorama, con una única necesidad: Visionar el camino.

Saga en Almyros mientras veía a su padre preguntar por personas que aparecían en las antiguas fotos familiares y observar con cierta nostalgia la imagen de sus dos hijos, pasando siempre el índice de su derecha sobre la imagen de Kanon; pensaba precisamente en eso. El abogado veía el gesto y pensaba en las palabras de su hermano, en la salida que tendría con su madre y que ella le confirmó, sintiéndose nerviosa. En como ellos buscaban adelantarse al futuro para ver si sus decisiones actuales serían las más correctas.

“¿Me perdonará?”—le preguntó—“. ¿Odia a su padre?”—interrogó ella con lágrimas en los ojos aquella mañana del domingo que hablaron en el comedor. Él solo le tomó su mano mirándola fijamente con sus ojos verdes, diciéndole que esas preguntas ella debía hacérsela a él cuándo se encontraran. Le explicó de su viaje, de la necesidad de abandonar a Grecia por unos días, no quiso dar detalles de los motivos, ni de a quien buscaría. Ella le miró como si le suplicara le acompañara en ese momento—“. No soportaría sentir su rechazo”—le confesó.

Y miedos y incertidumbres…

Saga estaba tomando un camino a algo desconocido dejando a personas que amaba el tener que resolver por sí mismos su pasado. Quizás y era egoísta, pero la necesidad que tenía de respaldar a Shaka era mayor y más apremiante. No podía pensar en dejarlo solo un día más, no con esas palabras de él golpeándose de forma constante en su cerebro.

“Había olvidado cuánto duele; había olvidado cuánto pesa, Saga, no haber llenado sus expectativas”

Esas palabras lo decían todo… Y Saga lo sabía.

Mientras veía el mar moverse en la costa que estaba a unos doscientos metros de su hogar, pensaba entonces en él y en todo lo que habían compartido. También pensaba en sí mismo y sus propias vivencias, en las palabras de Simmons, en las de su hermano… las de su propio padre cuando le dijo de su viaje.

“Un hombre tiene que hacer, lo que tiene que hacer”—eso le dijo… entre las sombras de la ignorancia de su estado y de la persona que buscaría, su padre simplemente le dijo que si era algo importante y que necesitaba atender, simplemente fuera. Entonces, durante aquella conversación extraña que tuvieron en la sala minutos antes de él salir al mar a reflexionarla, le dijo a su padre una frase tan oída y tan repetida a lo largo del tiempo: “Se dice que si amas debes dejar ir, y si regresa es que es tuyo, sino, que nunca lo fue”. La respuesta de su padre le desconcertó.

“Esa suele ser la escusa de los cobardes que tienen miedo al dolor de aferrarse y luchar por algo. Una cosa es dejar ir por libertad…. Otra por cobardía”

“Y entonces… ¿quién ama no deja ir?”—su pregunta.

“Quién ama no ata… ni tampoco abandona. Siempre se queda a la distancia de un llamado”—la respuesta de su padre—“. ¿No vez que así es el amor de Dios? Nos dio libre albedrio para hacer con nuestra libertad lo que queramos, pero permanece a la distancia de una oración.”

“Y si esa persona necesita ayuda, aunque este lejos, aunque no te busque…”

“Le da la oportunidad de contar con él… pero siempre será la decisión de esa persona la que permanezca”

Él no quiso discutir en ese momento porque lo que ocurrió con Kanon fue distinto, quizás porque no quería entrar en una disputa, tal vez porque podría comprender que su padre, realmente, no estuvo tan lejos… posiblemente porque pensó que su padre lo aprendió después… El espacio fueron más de quince años, pero la distancia… la distancia era solo una llamada…

Pensó que su padre creía que él debía ser como el padre de la parábola del hijo prodigo, aquel que se quedaba en casa esperando a lo lejos que su hijo regresase arrepentido para aceptarle con todo… Quizás hasta allí llegaba su pensamiento.

Lo más probable, meditó al final… es que ambos esperaron que el otro hiciera el llamado…

Saga resopló profundamente ante esa cantidad de ideas en su cabeza. Sabía que era tiempo de correr… era hora de fijar camino, sentía que la vida le estaba obligándose a moverse, vertiginosamente, hasta que todo estuviera dicho y hecho. Esperaba tomar la mejor decisión.

Así murió también el domingo.

A primera hora del lunes, Shaka se preparaba para ir por fin a la casa de su segunda familia a recoger todo para partir a Grecia, abandonando ya toda posibilidad de conciliación. Había permanecido en casa de Aldebarán durante el fin de semana, contándole todo, teniendo tiempo para meditar mientras Aldebarán solo escuchó y le prestó su apoyo. No esperó más… pero cuando el brasileño le llamó antes de partir temprano a hacer sus deberes para decirle que se quedara ese día y le acompañará para un último partió de futbol a modo de despedida no pudo rechazar el llamado. Quizás le estaba dando la oportunidad de cerrar un ciclo, al menos uno, antes de partir.

Dos horas más tardes fue que Saga salió luego de haber ganado el juicio y recibir las felicitaciones de aquellos que le respaldaron. Sus ojos estaban ya decididos y sin quedarse demasiado tiempo en felicitaciones y rechazando ofertas de almuerzos se dirigió hasta su oficina donde ya tenía guardado el equipaje. Se sentía un poco cansado, ya que había armado todo apenas llegó de Almyros la noche pasada y se había quedado además un largo tiempo buscando el libro que Shaka le había regalado por todo el despacho y su habitación.

No lo consiguió… y no sabía porque todo eso le daba un mal presentimiento.

Dejando aquello de lado se apresuró hasta el aeropuerto donde Mu le esperaba, sin su hermano. Por un momento se sintió presa del dolor al pesar que Kanon no había querido verlo, pero la expresión conciliadora del más joven le hizo calmarse y no prestarle demasiada importancia a ese hecho sino a lo que vendría. Agitado, el abogado llevaba el mismo traje formal que usó en el juicio con un abrigo en brazos y su maleta grande de ruedas em la otra, lista para ser llevada al lugar de los equipajes.

—Kanon tenía trabajo que hacer, así que me dijo que yo viniera a despedirte.

—No te hubieras molestado, Mu. Seguro también tenías que hacer.

—Como trabajo con él, él simplemente me dijo que podía retener mis obligaciones mientras te marchabas—Saga renegó un momento aquellas palabras de Mu, pensando que de esa misma forma Kanon también se hubiera abierto un espacio para él. Quizás y le dolía el hecho de saberse solo en ese momento crucial—. Lamento mucho que Kanon haya decidido esto…

—No lo lamentes, acompáñalo… Hazme ese favor, yo estaré llamando.

—No tienes porque decirlo, yo estaré allí cerca.

En ese momento, las palabras de su padre volvieron a aferrarse a su mente como si intentaran ser analizadas, escuchadas, de nuevo tomadas en cuenta. Las cejas del mayor se fruncieron un tanto algo inseguro del paso que iba a dar, como si temiera que al cruzar el umbral las cosas se moverían de una forma que él no podría controlar del todo. Mu pareció entenderlo porqué le sonrió, con ánimos, como si fuese una palmada en la espalda que decía: “ve, todo va a estar bien”. Entre el tumulto de persona que se movía y fluía en el enorme lugar, entre los ruidos de las carteleras de vuelo actualizándose y los llamados de las salidas del avión, entre la gente que pasaba y murmuraba creando una ensordecedora multitud de sonidos; Saga leyó en Mu esa señal de ánimo que le  faltaba.

Y quería oírla…

—¿Crees que estoy haciendo bien?—el menor al escucharlo lo miró solo por un momento, antes de sacar de la carpeta de cuero que llevaba seguro del trabajo un pequeño sobre en blanco. Se lo extendió.

—Estás muy lejos aún para ayudarlo—sentenció el joven tibetano mientras Saga tomaba el sobre—. Estuve meditando este día sobre tu decisión, sobre la historia de ese muchacho y lo que viví y vivo con tu hermano. Es fácil ponerse en el lugar de un tercero, pero, al internarme en uno de los dos papeles supe que era lo mejor que podías hacer. Allí está escrito mi porqué.

—Yo no buscó obligarle a quedarse conmigo…

—Sé eso… porque estuve en tu lugar. No buscas obligarlo a quedarse, solo quieres que comprendas que ya no está solo; que sin importar que pasó en el pasado, ni a quienes dejó o le abandonaron, contigo tiene unos brazos a donde regresar, unos que no se quieren cerrar a él.

La respuesta había sido más que suficiente para asegurar el camino que estaba tomando. Estaba en lo correcto, él iba a hacer lo correcto. Con esa convicción le puso la mano en el hombro y le miró con toda la seriedad que podía expresar junto al agradecimiento. Necesitaba hacerle saber cuanto bien le había hecho escucharlo.

—Mi hermano no se equivocó contigo. Me alegro que hayas sido tu quien lo encontró—Mu le sonrió, con la paciencia que parecía destilar en cada movimiento.

—Creo que fue una fortuna que mis puntos le llamaran la atención—comentó divertido y Saga no pudo evitar reírse de ello—. Ahora ve por él, y recuerda, si ese hombre está huyendo de ti no es porque le hagas daño, sino porque teme equivocarse, ha estado tanto tiempo solo que no sabe cómo andar acompañado sin herirse en el proceso.

Afirmó con su rostro y subió la mirada cuando resonó en el lugar el llamado para su vuelo.

“Éxitos…”

Saga así partió de Grecia.

Notas finales:

Tarde bastante pero es que estoy full de trabajo. Espero les guste la actualización ^^


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