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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Después del encuentro quedan muchas huellas, muchas cosas que hablar y confesar. ¿Se daran el tiempo para hacerlo?

Si en ese momento Kanon le llamara para saber qué tal le había ido a su llegada en Londres y que estaba haciendo de seguro no le creería que en ese momento estaba precisamente en una farmacia, con el aire frió de la noche lluviosa, las manos titiritando dentro de un abrigo prestado y comprando, si, cremas especiales para las heridas que había recibido tanto él como Shaka luego de ese monstruoso encuentro sexual. Pero así era, Saga caminaba por los pasillos luego de reconocer una de las cremas faltantes y meterla en su pequeño canasto, aprovechando para comprar algo menos vergonzoso como unas barras de cereal o incluso una loción, de forma que no se viera que la compra se había hecho para una urgencia, aunque era difícil maquillarlo.

Por lo tanto, y a sabiendas de ello, su rostro se tradujo con una mueca de seriedad cuando el encargado, un joven de quizás dieciocho años, vio fijamente las cremas y antiinflamatorios que llevaba junto a los demás productos y trató de disimular forzadamente un rostro de neutralidad. No dijo nada mientras le veía pasar cada producto por la luz infrarroja reconociendo los precios y ni cuando la voz mecánica le dijo el precio en Libras que extendió, sin menores protocolos hasta que le envolvieron las compras en una bolsa de papel y le permitieron retirarse. Apenas pudo tomó lo que había ido a comprar y despidiéndose en inglés salió de aquel establecimiento resintiendo de nuevo las corrientes templadas de aquella enorme ciudad: Londres.

Pese a lo que había pensado, cuando Shaka le pidió de hablar lo único que le dijo fue que al menos se hiciera responsable y fuera a buscarle medicamentos para atender sus heridas porque era obvio pensar que no le diría a los dueños de esa casa que requería de ciertas aplicaciones. Él lo comprendió y no tuvo forma de cómo enojarse porque sinceramente creía que era lo último que podía hacer por él, así que fue hasta la tienda más cercana, ayudado por el GPS de su móvil, y ahora iba de regreso mirando de cerca el mapa que Google Earth le mostraba para estar seguro de qué camino tomar y no perderse.

Había aprovechado también para comprar una crema para él, una que ya sabía cual aplicar recordando uno de los accidentes sexuales que había tenido años atrás, así que antes de irse la aplicaría para ir aliviando su propio malestar. La bolsa agarrada firmemente por su derecha y contra su pecho se tambaleaba igual que sus pensamientos, meditando en ese momento que debería llamar a su hermano pero negándose a hacerlo porque no quería dar explicaciones ni decir que finalmente todo ese desesperado accionar de él no había provocado ningún resultado satisfactorio. Kanon al final tenía razón, eran 3 goles en contra en 10 minutos y él, aunque llegó a la cancha contraria, no pudo acercarse a la arquería.

Bufó,  subiendo su mirada al cielo nublado de Londres y pensando cuánto tardaría en llover de nuevo. Sabía que por la época las precipitaciones eran aún más frecuentes y se podía oler por las calles el olor a humedad en el ambiente. Afortunadamente le habían prestado un abrigo aún más grueso del que había llevado y una bufanda que era de Shaka, le dijeron, tejida por la propia mano de Shunrey, la que ayudó a ocultar las marcas que Shaka le había dejado aunque aún tenía rasguños en su rostro. La condición de Shaka era mucho peor en muchas formas.

Aún así, las heridas físicas se borrarían con los días, no así las emocionales y esas, Saga bien sabía, que tenían muchas y profundas.

No era lo que esperaba, pero quizás era lo que debía ocurrir. Si le preguntaba en ese momento ya él no respondería con esperanzas porque de ellas no quedaban muchas; el encuentro y las reacciones de Shakla junto a sus propias conclusiones las había menguado a casi un porcentaje inexistente. Eso pensaba, y era arrullado sus pensamientos fatalistas con el sonido de sus pasos en los charcos húmedos de la acerca de piedra y por el aire frio que se metía entre los pliegues de su abrigo junto al ruido de la tela pesada al friccionarse en cada momento. No había luna y mucho menos estrellas cuando eran nubes la que cubría el cielo y el literalmente sentía que en ese momento era un navegante que había perdido el rumbo de su camino y buscaba guiarse de esa forma ya que la brújula, su brújula, estaba averiada.

Al entrar a la casa fue recibido de la misma forma y le ayudaron a quitarse el abrigo aunque no les dejó que le quitaran la bufanda. Él fue directo al baño con lo que necesitaba y le pidió a Shunrey que le llevara el resto a Shaka para que él buscara hacer lo propio; consciente de que no era mucho lo que ya iban a hablar. Pensaba irse de inmediato, pero le detuvieron ofreciéndole unos tallarines calientes que no pudo rechazar al darse cuenta que su estomago gruñó con la mención. Alentado se quedó comiendo, pensando y sintiendo que el tiempo se escapaba de su mano y que de alguna manera era él mismo quien ponía trabas en su camino para no salir de esa casa, al menos no con esa derrota. Supuso que no podía hacer nada más que esperar que las cosas se dieran, o eso creyó…

—Sr. Leda…—escuchó el llamado del anciano en la puerta, cuando ya él dejaba el platillo totalmente limpio y luego de dar las gracias. El hombre en su mirada se veía los irises apagados y una leve sombra de reproche en su mirada. Saga no necesitó mucho para entenderlo, no había visto el anciano a su llegada y lo más probable es que haya estado con el rubio. Seguramente… sabría qué pasó.

Se levantó de la mesa sin protestar, decidido a asumir las consecuencias que tuviera que tomar y a defenderse en las que no pensaba dejarse achacar porque él creía y estaba convencido, que tuvo derechos o razones valederas para actuar de la forma en la que actuó. El hombre allí no le dijo nada más, solo una señal de “sígueme” evidente y su caminar templado y lento mientras recorría el pasillo que sabía llevaba a la habitación de Shaka, con sus dos manos tomadas en su espalda y su cuerpo jorobado por la edad, como si cargara una tonelada por cada año.

El silencio entonces se convirtió en una prensa cerebral para él, el silencio y la sensación de ser juzgado por el mudo consentimiento de ese hombre y la puerta que contenía detrás de ella el cuerpo del rubio. Tragó grueso y metió sus manos en los bolsillos, manteniendo su compostura y girando sus ojos hacía el anciano que ahora miraba a la puerta como si le pidiera que contestara un interrogatorio mental.

—No sé qué pasó…—murmuró el anciano con un leve temblor en sus manos—, y sé que usted lo sabe; no solo eso, sé que usted es responsable—sus ojos giraron a él con malestar, impotencia y suplica, todo al mismo tiempo, fundiéndose elementos tan contradictorios en una mezcla amarga—. Si está consciente de lo que hizo, de lo que hicieron, tenga la amabilidad de dejarlo al menos en una condición aceptable.

—¿Y si él no quiere verme?—inmediato preguntó, tratando de no verse afectado aunque su esfuerzo fue en vano. El anciano levantó su mirada y le observó, con ojos de juez y padre, callándolo al instante.

—Ya hablé con él, le dije que cobardes no quiero en mi casa—aquello le hizo elevar sus cejas con asombro—. Así que si lo rechazaba, él tendría que recoger sus cosas e irse también. Y conociéndolo… no ha de estar bien como para haberlo aceptado—admitió eso también, dejando escapar el aire por la boca mientras veía esa puerta—. Sus maletas estarán en mi habitación—de inmediato Saga volteó la vista ahora sí, más impresionado—, creo que entiende bajo que términos podrá regresar a su tierra—el abogado frunció su ceño, visiblemente molesto pero eso poco le importó al anciano—. Ahora sí, puede entrar.

Sabía que refutarlo no era una opción, lo que él tardaría de tachar en quizás robo lo que estaba haciendo el anciano, lo rebatirían con un abuso sexual y físico para el rubio y no, no necesitaba mucho más que las pruebas contundentes para ambos cuerpos y así tener una denuncia en un país extranjero que acabaría con su carrera de fiscal, probablemente. No era algo que iba a arriesgar, además que tampoco tenía mucho que perder con intentarlo de nuevo, quizás lo que el anciano pedía era que al menos ayudara a Shaka recuperarse de las heridas más notables ya que, de llevarlo a un centro médico, levantaría suspicacia. Aceptó aquello y sin más entró, cerrando la puerta tras de sí para ver el cuerpo con una sabana, la almohada en la cabeza y apenas la lamparilla oriental alumbrando la mesa de noche.

De repente, todo para él se volvió helado. Solo era ver la luz blanca de la lámpara golpeando contra el bulto debajo de la sábana, el respirar apenas audible y el silencio sordo de su propia respiración y palpitar. Saga no estaba muy seguro de que sentía en ese momento, pero de lo que estaba muy informado era que no podía dejarlo así. Sintiéndose un tanto culpable por primera vez en la  noche pidió que le permitieran cambiarse en una ropa más cómoda para quedarse velando por él al menos hasta que despertara y viera su estado. El anciano le dio el permiso y luego de haberse cambiado fue de nuevo a la habitación tomando asiento en el mueble reclinable que antes había ocupado el dueño de la casa, observándole.

El rostro de Shaka se veía inflamado pero el dormía, con sus labios entreabiertos por la inflamación, y su respirar pausado, el cabello húmedo aún del baño y la almohada cubriendo la mitad de su cara. Apenas se veía sus hombros cubierto un poco por su cabello y la camiseta blanca antes de que la sábana cubriera el rostro. Dormía… parecía ajeno a todo al verlo en ese estado, eso pensó Saga al verle fijamente y notar el grado de los golpes que recibió y el maltrato que de seguro debía esconder en las sábanas.

Suspiró pensando en que podría pasar una hora antes de que Shaka despertara y él tenía sueño y agotamiento general, sobretodo mental. Cabeceó un momento con su cabeza sujetada en la palma de su derecha, apenas pudiendo ver la borrosa visión de la luz blanca formando pliegues de luz en las sábanas celestes. Sus ojos se abrieron y cerraron en varias oportunidades, cada vez con más lentitud y tardando más en abrir sus parpados hasta que, en algún momento de inconsciencia, susurró por último su nombre para no abrir sus ojos en quizás una media hora.

De la misma forma los ánimos estaban apagados en la mansión de los Wimbert al ver llegar al señor de la casa de nuevo encerrarse al despacho de su hogar, a la señora acostada en la casa de su hijo sin deseos de salir y todos los integrantes del servicio observando en silencio como la casa se veía cada día más sombría, mucho más, como si cada día que pasase sin los pasos de su hijo y heredero fuera consumiendo la llama y ésta agonizase antes de quererse apagar. La señora Eli bajaba los escalones con pesadez no solo debido a la edad sino a la preocupación. Si tan solo ella supiera que había pasado, pero no sabía nada y era probable que de ser así significase que al final Shaka no se había comunicado. Pudo haberse arrepentido, o pudo haberle mentido… lo cierto es que la mujer anciana se sentó en el mueble del comedor con todas las preguntas cayéndole como si de un bombardeo se tratase.

El sonido del timbre la sacó de sus cavilaciones, levantándose para ir a atender y ver quien había llegado a casa. Al abrir la puerta, teniendo atrás a dos de las jóvenes ayudantes, vio la figura de una mujer elegante envuelta en un costoso abrigo de gamuza y dos pequeños niños con impermeables agarrados de la mano de la mujer. La reconoció, no tuvo que hacer esfuerzo para hacerlo: la piel pálida, los labios gruesos, las cejas perfiladas, el cabello negro y lacio cayendo lado y lado enmarcando sus mejillas ovaladas y si, el brillo de esos ojos claros y brillantes.

—Señora Pandora—la mujer le dio una corta reverencia, viendo a los dos pequeños observarlas con extrañeza—. La estábamos esperando.

—Nana Eli, que tiempo sin vernos—esperó que la mujer le abriera espacio para entrar con sus dos hijos hasta el pasillo de la mansión, observando la decoración y constatando que no había ningún cambio, como si en esos seis largos años no hubiera ocurrido nada—. ¿Dónde está Fler?

—Mi señora está en la habitación del joven—la recién llegada frunció levemente sus cejas delineadas con esa información, no evitando subir la vista hasta las escaleras—. Y el Señor está en su despacho, ha pedido no ser molestado…

—Como siempre…—fue quitándose el grueso abrigo con una mirada decidida, observando las escaleras que subiría sin demora. Ella ya conocía el lugar, no era extraño estar allí, es más, era una de las personas más cercana a ellos y quien conocía mejor a Radamanthys—. ¿Puedo encargarte a mis hijos? Ya han cenado y saben que ahora es hora de dormir. Voy a subir hasta donde está Fler.

—Como ordene mi señora—se inclinó la anciana obedeciendo el pedido.

La alemana no tardó en colocar su abrigo en el perchero de la entrada y dar una mirada autoritaria que sus hijos comprendieron, la de obedecer a la señora mayor como si se tratara de ella misma. Sus pequeños, Aroon, de diez años y Sasha de seis, le miraron y sin mencionar palabra siguieron a la mujer anciana que con una sonrisa le pedía que le acompañaran para darle un vaso de leche tibia antes de dormir. De inmediato el otro personal llegó para recoger el equipaje e ir acomodando todo para la estancia de los invitados de la familia. Pandora observó todo en completo silencio, con ese aire de aristócrata que había criado durante muchos años, y con el cual subió las escalinatas, sin siquiera prestar un poco de su tiempo en ir a buscar a Radamanthys en el despacho; ya sabía que sería una pérdida.

Su paso por las escaleras fue lento y elegante, con su traje enterizo negro, amarrado al cuello con un escote en su espalda blanca y pecosa, ceñido hasta caer a sus caderas, donde se dividía entre sus piernas en dos largos y anchos pantalones. La mujer ya no era una veinteañera, pero estaba cuidada como una joven cualquiera, pudiendo ser envidia de las más jóvenes no solo por su belleza sino por la belleza que destilaba: Pandora era una mujer seductora con experiencia, lo que cualquier hombre buscaría. Ella estaba consciente de eso.

Sabía que Fler era distinta y que esos seis años lejos de su hijo, con la preocupación y la desazón había afectado en mucho a su juventud. La mujer de ya cuarenta y siete años se había marchitado y se veían, porque una al lado de la otra pese a que Pandora cumplió los cuarenta y nueve era notable la diferencia. Pensando en todo aquella la mujer llegó a la puerta de la habitación, conociendo perfectamente el recorrido y observando que se mantenía intacta pese a los años. La llamada que le había hecho ese viernes era para avisarle que iría, pero debido a la forma en la que la sintió a través de la línea prefirió no decirle el porqué. Era hora de decírselo, allí

Tocó la puerta varias veces sin obtener respuesta. Supuso que estaría durmiendo y no vio en mal el abrir la puerta y observar por sí misma la habitación, la cama donde ella estaba reposando y todo en el cuarto totalmente intacto.

—Fler…—musitó acercándose luego de cerrar la puerta, viéndola sostener un sueter que reconoció, pertenecía a Shaka cuando jugaba en la categoría juvenil del Arsenal—. A de ser terrible ser alejada de tu propio hijo… no sabría qué hacer si me quitaran a los míos—se sentó a su lado y con una leve caricia en su frente la dueña del hogar abrió sus ojos verdes y la miró, primero confundida y adormilada, para luego pasar al brillo del reconocimiento—. Ya llegué…

—Pensé que ya no vendrías hoy…

—Se retrasó el vuelo—volvió a acariciar su frente, con la comprensión de una mujer a otra, de una madre a otra—. Perdona por no haber venido en todos estos años…

—Hiciste lo que pudiste antes, no te preocupes…

—No. fallé como la madrina, me quedé en mi propio dolor y les fallé a todos ustedes.

—Pandora, no digas eso…—la rubia, de sangre nórdica, se sentó en la cama, con aún aquel suéter rojo con el nombre de su hijo y el número marcado. Aún… aún tenía la loción que él solía usar, cada vez que lo lavaban pedía que se lo perfumara con ella, para pensar que su hijo aún la estaba usando. Ella lo veía con añoranza, con melancolía—. Hace unas semanas debió cumplir veintisiete años… ya es un hombre—las manos de la madre temblaron sosteniendo aquella tela. Pandora solo la miró, con un nudo en la garganta pensando en cómo decirle lo que había ido a decirle—. Me pregunto… a veces me pregunto qué será de él. Hoy le dije eso a mi esposo pero, prefirió ignorarme y meterse en el despacho…

—Radamanthys es un inconsciente a veces…

—Sé que le duele…—le interrumpió subiendo su rostro enrojecido y no pudiendo evitar el derramar una lágrima nueva por su hijo—, lo vi… este fin de semana lo vi viendo una y otra vez sus trofeos. Cuando lo encontraba fingía que nada ocurría, pero lo conozco, casi treinta años de casados no pasan en vano… Lo extraña también.

—Ya veo…—suspiró bajando su mirada y rodeando con ella luego la habitación.

Todo estaba en orden; la mesa de noche con la lámpara de corte  vanguardista, una foto de él en las costas de Brighton y su madre, haría quizás unos nueve años atrás. Su mirada siguió  recorriendo por todo el lugar hasta el librero donde descansaban los libros de sus estudios, enciclopedias temáticas, atlas y mapas geográficos y si… la colección que hasta ese momento llevaba de Simmons, en el lugar más privilegiado del mueble. Poco más a su izquierda estaba el perchero con sus abrigos, sus sombreros tejidos y bufandas para el frio, de distinto material y algunas imágenes, más a la izquierda, de Shaka y su equipo de futbol en variados de los partidos desde niño hasta su juventud. El armario estaba al fondo de su vista, con la puerta que daba al vestier y el baño que de seguro no había sido usado en años. Era como si el tiempo se hubiera congelado en no solo esa habitación, sino en toda la casa desde la partida del hijo detrás de quien era su esposo.

—Lamento tener que recibirte así—volvió en sí cuando le escuchó la voz a la dueña de la casa, secando sus lágrimas. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, pero vio que era momento de hablar.

—Fler… no te preocupes—le tomó una de sus manos y las acarició con amabilidad—. Yo comprendo tu situación, no tienes porque disculparte. Además, he venido precisamente a hablarte de… de Shaka—los ojos de la mujer de inmediato la buscaron, luciendo consternados.

—¿Shaka? Acaso… acaso sabes algo…

—Hace unos días, Simmons habló conmigo—le interrumpió, siguiendo las caricias en sus manos—. Me confesó que en su viaje a Grecia de hace unas semanas, vio a Shaka—los ojos de la madre seguían fijos, brillante, con sus pupilas dilatadas—. Si Fler… Shaka está en Grecia, es un decorador muy famoso según me dijo él y… sí, él está allá.

—¡Oh Dios…!—musitó la mujer pasando su mano a los labios, totalmente emocionada.

—Sí, sí Fler. Shaka está en Grecia. Tu hijo está vivo y con una carrera exitosa en Grecia y he venido… he venido para llevarte conmigo a verlo.

Los ojos de la mujer permanecieron clavados en ella, como si no pudiera creerlo, como si aquello representara demasiado. Su hijo… había noticia de su hijo… ¡Su adorado hijo estaba con vida y con una carrera! ¡Su Shaka! De la emoción sus falanges pálidos se clavaron en la tela de la bufanda negra que aún colgaba Pandora y fue evidente en su mirada las preguntas al respecto. ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? La alemana la miró con ternura, acariciando la mejilla para infundirle un poco de paz y decirle en ese modo, en silencio, que todas esas preguntas se las podría responder a su tiempo.

—Tenemos mucho que hablar, Fler…

Con aquello quedó pautado para ambas mujeres que la noche sería larga y era claro que ella no serían las únicas que tenían mucho que aclarar. Lejos de allí, el hijo que sería la clave y centro de aquella conversación estaba despertando de su siesta, en la cama que había utilizado desde su llegada, pero con el cuerpo muy adolorido. Sus ojos pesadamente se abrieron y parpadearon por la luz clara de la lamparilla. No se había dado cuenta en qué momento se durmió, lo que si sabía es que por la pesadez de sus ojos fue un lapso considerable.

Shaka intentó ponerse de pie en vano, porque el dolor de las heridas en su espalda y sobre todo en su zona intima le inmovilizó en un rayo que atravesó toda la columna. Supo que tenía que rendirse y quedarse boca abajo con eso, con sus puños cerrados y a punto de morder la almohada apretando de la misma forma los parpados.

—No te muevas—escuchó a su lado y no pudo evitar enarcar sus ojos de golpe al identificar la voz. Sin perder tiempo volteó su rostro hacía donde la había oído, viendo al abogado sentado en aquel mueble con una libreta en sus manos y esos ojos verdes totalmente dedicados a él.

Era difícil definir qué sintió al verlo porque para el decorador podría ser más que un conjunto de cosas explicables. Por un momento sintió un sobresaltó tal que pensó su corazón se oía a kilómetros de distancia, pero detrás de ello sintió un revoltijo en su estomago muy parecido a un ataque de gastritis de solo recordar lo que había ocurrido. Si a eso se le agregaba la humedad en sus cuencas blancas al recordar las duras palabras que le había dicho y a la presión que sintió como una garra en el pecho al ver al expresión que Saga le reservaba a él teníamos como consecuencia un montón de emociones que Shaka sentía todas a la vez.

Porque, vale la pena acotar, también sintió unos inmensos deseos de llorar.

Bajó su rostro de nuevo, plegando la frente contra la almohada; aún le dolía el rostro también, y por el leve cosquilleo y ardor podría jurar que estaba inflamado. Sostuvo con fuerza los dedos contra las sábanas tibias e inhaló mucho aire, como si con ello tratara de separar sus emociones y ver cuál era más fuerte o cual tenía más razones para estar. No logró mucho, sólo se sentía más confundido, más irritado y más débil.

—¿Cómo te sientes?—preguntó el abogado y Shaka abrió sus ojos turbios fijándolos en la cabecera de la cama. Sintió que el colchón se movió y se hundió al lado derecho de su cadera, justo donde el cuerpo de aquel griego se había acomodado—. No quieres hablar por lo que veo—no quería… porque no sabía que decir tampoco. Shaka prefirió cerrar los ojos y tomar de nuevo mucho pero mucho aire—. Necesito que me expliques que significa esto.

¿Significar? ¿Significar qué? Al buscar con su mirada el rostro del griego para mostrar su ineludible desconcierto sus ojos chocaron antes con aquella libreta que él estaba extendiendo y la imagen del dibujo con el que estuvo trabajando durante horas la semana pasada: el rostro de Saga Leda. En ese momento, supo, que no podría controlar sus emociones.

Como si hubiera sido arrojado a un vacio sintió su cuerpo tensarse y sus dedos estrujar el borde de las sábanas. Sus pupilas seguían fijas en aquel retrato, en el grueso de sus cejas y en el brillo que su mirada confería aún en el carboncillo, recordando qué pensaba cuando lo hacía, cómo lo miraba durante esas horas donde buscaba comprender que sentía, qué era lo que lo tenía tan temeroso de continuar: qué significaba Saga Leda.

Y mientras los demás retratos no ocuparon más que un cuarto de página, el de Saga Leda ocupaba el solo rostro la hoja entera, dejando apenas espacio para dibujar los mechones de su frente y los que caían al lado de su gruesa y cuadrada mandíbula, comprendiendo así en ese momento y tal cual como fue a decirle a Dohko: que lo quería. Que Saga Leda era lo que él quería.

Primero: pensó escapar de ellos, solo que ese escape terminó convirtiéndose en un camino para arreglar aquellas cosas que seguían en él como una deuda, para quitar esos escombros que tanto miedo tenía que lo lastimaran. Ahora no había podido hacer nada, porque ni corrigió lo que había dejado en el pasado, ni pudo escapar de ello: Saga Leda apareció como una prueba irrefutable de que era hora de correr, a donde fuera, pero correr. El asunto es que aquello que le permitió asimilar, al menos para él y de forma interna, los sentimientos que ya sentía por Saga y lo que le obligó a huir de ello estaba en sus manos.

—¿Sabes cómo le llamamos a esto en un juzgado? Una confesión, en este caso escrita—siguió hablando el hombre de la ley, observando como el rubio bajaba de nuevo su mirada y se notaba aún más alterado, aunque sin demostrarlo abiertamente—. Y remitiéndome a las pruebas, esta libreta fue comprada aquí tomando en cuenta la etiqueta del precio, estamos hablando entonces que este trabajo lo hiciste en este lugar.

—¿Qué quieres escuchar?—interrumpió el otro y Saga con aquella apabullante seriedad lo observó con sus expresivos ojos verdes.

—La verdad.

Eso era fácil de decir. Pedir la verdad como si con hacerlo saber nada ocurriría, como si él se quedaría quieto conociéndola o por sí sola no trajera otras consecuencias más complicadas de asumir. Porque para Shaka, el temor no era asumir el “sí, lo quería”, sino todo lo que vendría después de ello.

—Saga…

—Quiero saber la verdad del porque yo—siguió hablando, acorralándolo—, porqué yo fui el dibujado en esta libreta, porque puedo sentir más de este retrato que de todos los demás que yacen aquí—el rubio escondió más su rostro, levantando un poco su cuerpo al recargarlo con sus antebrazos y dejando que las sábanas, junto a su cabello, rodaran por sus hombros descubriéndolo—. Porque me llamaste, Shaka—y apretó su mandíbula—, porque lo hiciste la noche que llegaste y esa noche después—y su corazón latía ruidosamente—. Porqué…

—¡Porque te quiero!—exclamó a viva voz, con su tono tenso, con sus puños blancos por la presión que ejercía sobre las sábanas. Al notar el silencio que hubo tras esa confesión, Shaka, con todo el orgullo ya mancillado, buscó con su mirada enrojecida la de Saga, allí clavada e inclemente sobre él—. Porque te quiero…

Pero el problema no era querer, el problema era que lo sentía muy rápido, que quería detenerlo, que tenía miedo de correr y tropezarse, de invertir y equivocarse, que no le daba tiempo a nada, que había llegado el delta y no se había preparado para ello. Ese era el problema, que por mucho que el rio quisiera echar hacía atrás y tratar de dejar los sedimentos río arriba, el mar ya estaba frente a él comiéndoselo en trozos largos y profundos: ineludible e inevitable.

Saga tomó la mano más cercana de Shaka encerrándola contra su palma, sintiendo el temblor de él. Ahora sobre ellos solo había silencio, silencio y las miradas enfocadas el uno sobre el otro, silencio y la sensación de latidos sincronizados debajo de su pecho, silencios y preguntas, silencios y teorías, silencio y una montaña de argumentos que el río y el mar tenían que destrozar con su presión.

—Ahora tengo una pregunta más…—vio la garganta de Shaka dar un trago grueso, marcado en el vibrar de su nuez de Adán—. ¿Por qué le tienes miedo a quererme?

Esa… esa era una de las consecuencias de confesarlo…

Notas finales:

Gracias por los comentarios que siguen llegando. Estoy feliz por leerlos y espero que les guste la continuación. Esperaba colocar algo aquí peor no me dio chanse.


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